17. Los componentes rituales del sistema
islámico
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La forma expresiva del rito abarca
numerosas
acciones
de índole simbólica, acompañadas de palabras que repiten las
narraciones
históricas o mitológicas, que se evocan y dramatizan. El grupo de los
creyentes
participa colectivamente, renovando la visión del mundo compartida. Por
medio
de la puesta en escena de estas acciones rituales, estrictamente
codificadas,
los fieles refuerzan su fe y orientan sus vivencias individuales. Los
ritos
troquelan y canalizan
sus emociones vinculándolas a los relatos
míticos, que exaltan historias modélicas, de modo que inducen a la
identificación íntima con
los valores preconizados y a la imitación de los papeles sociales
tipificados
por los personajes del relato.
La doctrina de la religión
islámica, en el
sunismo mayoritario, suele presentar catequéticamente los llamados
«cinco
pilares del islam», como si para ser musulmán bastara con cumplir esas
contadas
obligaciones. Como veremos, la realidad no es tan simple, ni tan
inocente, como
puede parecer a primera vista.
Hay rituales para todas las
ocasiones y en
todos los momentos de la vida musulmana, inmersa por completo en un
ámbito de
regulaciones religiosas que no dejan resquicio para la actuación libre,
porque
todo está sacralizado. Algunos de los rituales requieren realizarse en
lugares
sagrados, como las mezquitas, pero existen unos santuarios principales
del
islam, vinculados a su historia, entre ellos la mezquita Al-Aqsa de
Jerusalén,
y en particular los dos santos lugares de Medina y La Meca.
Aparte
de los llamados cinco pilares islámicos, hay otras muchas
estipulaciones de
carácter ritual que afectan a los diferentes ámbitos de la vida
cotidiana o
festiva. En la sociedad islámica, se imponen normas de pureza que fijan
lo
legalmente puro y lo impuro, lo lícito y lo ilícito; la circuncisión
masculina
y femenina; las reglamentaciones alimentarias; las prescripciones
indumentarias, como el velo de las mujeres y otras. Es preceptiva la
observancia de un día sagrado semanal, fijado el viernes en la mezquita
(Corán
110/62,9). Además, existe un calendario de fiestas conmemorativas a lo
largo
del año, en las que se celebra la hégira o inicio del año, la muerte
del
profeta, el ramadán, el sacrificio del cordero, etc. En conjunto,
encontramos una
fuerte ritualización y sacralización de la vida entera, tanto pública
como
privada, que pone de manifiesto la tendencia totalista del sistema
islámico.
Respecto al
ritual islámico, se suele hablar tópicamente de los llamados cinco
pilares del
islam, que aluden a otros tantos temas del islamismo: testimoniar la
profesión de fe, acudir al rezo, pagar el tributo, ayunar en ramadán, y
hacer
la peregrinación a los santos lugares de La Meca.
Pero
tengamos en cuenta que lo que el Corán
exige al creyente no es tanto manifestar una fe personal, sino, ante
todo, cumplir
con lo que está mandado: acudir al rezo, pagar el tributo y obedecer en
todo. El
Corán se refiere también al ayuno y la peregrinación, aunque lo hace en
términos imprecisos. Y, con total claridad, convoca a los creyentes a
enrolarse
y combatir en la yihad, una acción a la vez ritual y militar.
La referencia
emblemática a los cinco pilares del islam no significa en absoluto,
como ya he
dicho, que sean los únicos deberes para ser musulmán, pues la religión
islámica
impone a los creyentes otras innumerables obligaciones, de orden
dogmático,
simbólico y práctico. Todas ellas se basan en el Corán, en la llamada
tradición
del profeta y en los comentarios clásicos, sobre los que se edificó la
Ley islámica,
acompañada de una extensa jurisprudencia. El mandato divino de imponer
esa Ley,
como finalidad de todo el sistema, es lo que legitima, a ojos de los
musulmanes, el recurso a la yihad como verdadero instrumento que
sustenta todos
los pilares.
No obstante,
aunque luego se agreguen otras exigencias, las aleyas que definen las
condiciones mínimas para ingresar en la religión verdadera, las
concretan estrictamente
en elevar el rezo y pagar el tributo. Esto constituyó, en el islam
inicial, el
principal significante que comprometía a la «sumisión» y cuanto esta
comportaba.
«Es él quien os
eligió. No os ha puesto ninguna carga en la religión. [Seguid] la
religión de
vuestro padre Abraham. Es él quien os ha nombrado, antes, los sumisos
(...) Elevad
el rezo y dad el tributo. Protegeos junto a Dios» (Corán 103/22,78).
«Pero
si se arrepienten, elevan el rezo y dan
el tributo, serán vuestros hermanos en religión» (Corán 113/9,11).
La actitud
fundamental para el culto islámico no es el amor a Dios, sino el temor
reverencial a Dios, en el que el musulmán debe perseverar hasta el día
de su
muerte:
«¡Vosotros que
habéis creído! Temed a Dios como debe ser temido, y no muráis sino como
sumisos»
(Corán 89/3,102).
En efecto, los
rituales islámicos van enfocados a acrecentar el temor a Dios, a fin de
reforzar la obediencia a él y a Mahoma, pues «quien obedece al enviado
ha
obedecido a Dios» (Corán 92/4,80).
Con toda
propiedad, «la palabra islam significa rendición absoluta, claudicación
ante
Alá». Supone experimentar la «terrorífica inmensidad» de Dios. «A ese
terror
ante Alá se le llama en árabe táqwa. Y
los que lo
padecen son llamados
muttaqin, los hombres verdaderos», según una guía
básica del islam:
De los cinco
pilares, el primero y el último, la profesión de fe y la peregrinación,
solo
obligan al muslim una vez en la vida, mientras que los otros tres deben
repetirse
en ciclos de tiempo regulares. Estas prácticas cultuales no son
originales, puesto
que preexistían y expresaban lo más típico de la religión judía: la
proclamación del monoteísmo de Yahvéh y la peregrinación al templo de
Jerusalén,
junto a las buenas obras que hacen justo al hombre ante Dios. Y estas
buenas
obras eran precisamente la limosna, la oración y el ayuno. Vamos a
analizar
cada una de estas obligaciones rituales.
El ritual de
entrada al sistema islámico, de adhesión del creyente a la religión
islámica, que
implica la incorporación al pueblo de Mahoma, se efectúa mediante la
profesión
de fe. En árabe, se dice shahāda, y
tiene el sentido de declarar o testimoniar. El musulmán utiliza la
misma
fórmula para manifestar la pertenencia a la comunidad musulmana. El
neófito,
debidamente preparado mediante la purificación (tahāra),
debe pronunciar la shahāda
delante de, al menos, dos testigos musulmanes, con la fórmula: «No hay
más dios
que Dios, y Mahoma es el enviado de Dios» (Lā ilāha illā Allāh, wa
Muhammadun rasūl Allāh).
A esta fórmula
canónica, los chiíes añaden un tercer artículo de fe: «y
Alí es el representante de Dios» (wa Alīyun wāliyu Allāh).
El enunciado
literal completo de esa profesión de fe no se encuentra en el libro del
Corán.
Tampoco hay ninguna prueba de que se utilizara en tales términos en
tiempos de
Mahoma. De los dos miembros del enunciado, solo el primero se halla en
el texto
coránico, donde la frase «no hay más dios que…» se repite 39 veces.
«No hay más dios
que Dios» (Corán 38/38,65; 56/37,35; 89/3,62).
Este primer artículo
de fe está tomado directamente del monoteísmo judío: «Yo soy el Señor,
y no hay
otro; fuera de mí no hay dios» (Isaías 45,5). Y, en su origen, según
consta en
el Corán, este enunciado simple era el único artículo de la profesión
de fe. El
requerimiento de adorar a un solo Dios se repite obsesivamente, hasta
271 veces,
en el Corán, de diversas maneras.
La adición del
segundo miembro de la fórmula añade «Mahoma es el enviado de Dios».
Dice
enviado, y no profeta. Los musulmanes pretenden que la frase está
tomada del
Corán (111/48,29). Pero en este versículo, el término «mahoma» (mhmd)
no
es un nombre propio, sino un adjetivo que quiere decir bendito,
de modo
que diría: «Bendito sea el enviado de Dios». Además, podría ser una
interpolación posterior, según el análisis codicológico. Ese segundo
miembro se
debió incluir en la profesión de fe, como pronto, durante el reinado de
Abd
Al-Malik.
Hay otras tres
citas coránicas que se suelen aducir como base para el segundo artículo
de la
profesión de fe. Son estas, según el orden cronológico de los capítulos
propuesto por Al-Azhar:
«¡Oh humanos! (…)
Creed en Dios, en su enviado, el profeta de los gentiles» (Corán
39/7,158). En
este caso, los filólogos coinciden en que este versículo entero es una
interpolación tardía.
«¡Vosotros que
habéis creído! Creed en Dios, en su enviado, en el libro que hizo
descender
sobre su enviado y en el libro que hizo descender antes» (Corán
92/4,136).
«Los
creyentes son
solamente los que han creído en Dios y en su enviado, y
luego no han dudado y han luchado con sus fortunas y sus personas en el
camino
de Dios » (Corán 106/49,15).
Ninguno de esos
casos contiene la fórmula literal. Por otro lado, sabemos que la
designación de
Mahoma como «enviado» solo se encuentra en capítulos posteriores a la
hégira. Y
llamarlo enviado no parece razón suficiente para incluirlo en el credo.
Esa adición es
problemática, ya que, al introducir a Mahoma en la profesión de fe
islámica, lo
convierte de hecho en objeto de fe: alguien en quien es obligatorio
creer como
enviado de Dios. Seguramente el Mahoma histórico nunca habría
admitido ser
asociado a Dios de ese modo.
Parece claro que
la fórmula de fe islámica que se hizo oficial expresa la apoteosis
de
Mahoma, título honorífico convertido en nombre propio. Esta asociación
del
enviado con Dios implicaría, en cierto modo, su divinización, al
instituir un vínculo
tan indisociable con la divinidad y hacerlo objeto central de la fe.
Un efecto del
relieve dado a Mahoma en la profesión de fe, sabiendo lo que el profeta
armado
manda, es que se anulan los aspectos íntimos o místicos de la relación
personal
con Dios, para reemplazarlos de facto por la obediencia a los mandatos
de
Mahoma. Y luego, en fase ulterior, por el sometimiento a la autoridad
política.
«Temed a Dios y
obedecedme a mí» (Corán 47/26,108).
«Elevad el rezo, dad el tributo, y
obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 90/33,33; igual en 105/58,13).
«Elevad el rezo,
dad el tributo, y obedeced al enviado» (Corán 102/24,56)
«¡Vosotros que habéis creído! Obedeced
a Dios, obedeced al enviado y a los que entre vosotros tienen
autoridad» (Corán
92/4,59).
La fe islámica no
consiste en una vivencia interior, ni en una experiencia mística; lo
que
requiere es el compromiso de canalizar todas las energías para la
territorialización de la religión, por todos los medios que manda el
derecho
islámico (cfr. Qadr 2019: 183).
La profesión de
fe, junto con «¡Alá es grande!», servía como grito de guerra a las
huestes de
Mahoma en el fragor de la batalla: «¡No hay más dios que Dios!».
Por último, el contenido
dogmático de la profesión de fe islámica no es un credo tan simple como
aparenta y algunos encomian. Bastará consultar la formulación recogida
en el
credo de Al-Tahawi (853-933), Aqida
al-Tahawiya, cuya doctrina contiene más de cien artículos de fe
obligatorios para todos los suníes.
Y esto no es
todo, porque la incorporación al pueblo musulmán, a la umma
islámica,
aunque no se diga inequívocamente en el Corán, requiere infligir una
marca en
el cuerpo, mediante la circuncisión, tanto masculina como femenina
(cfr.
Aldeeb, 2012: 127-177). Esta forma de mutilación genital viene a ser un
equivalente del bautismo cristiano, pero de carácter sangriento.
Por último,
debemos subrayar que la fórmula de fe islámica debe interpretarse
también como
una taxativa declaración antitrinitaria, esto es, anticristiana.
La adoración estricta
de solo Dios, tan exaltada por los muslimes, se halla un tanto
amortiguada por
ciertas actitudes inherentes a la práctica islámica, entre ellas la
veneración
de una piedra negra en la caaba, la idolatración de la letra del Corán,
la
devoción fetichista por los preceptos coránicos, el endiosamiento de un
libro
cuyo original imaginan eterno como Dios, la reverencia hacia Mahoma, al
que se
ha divinizado al darle culto en la profesión de fe, como enviado de
Dios, y
cada vez que se tienen por divinas las palabras que pronunció. Lo mismo
significa el exhibir su nombre escrito en un medallón, en lugar
eminente y a la
misma altura que el nombre de Dios, como vemos en las grandes mezquitas.
El Corán manda elevar
el rezo dos veces al día. Pero luego, históricamente, la tradición
estableció rezar
el azalá cinco veces: al amanecer, a mediodía, a media tarde, al
anochecer y
por la noche. La forma de rezar que identifica al islam se atiene a un
comportamiento
que ha de seguir unas reglas estrictas, como abluciones para
purificarse
ritualmente, gestos corporales, prosternaciones, plegarias determinadas
(como
la primera sura coránica), etc. El cumplimiento de la adoración de Dios
es de
naturaleza pública y su significación está en sintonía perfecta con el
conjunto
del sistema religioso y político.
Para el islam es
fundamental la mezquita. Su idea de santuario o casa de Dios procede de
la
concepción judía del templo de Jerusalén, destruido el año 70, pero
idealizado
por el mesianismo apocalíptico. Según la tradición, Mahoma y el
protoislam, al
hacer el rezo, miraban hacia Jerusalén. Y el califa Omar, nada más
tomar
Jerusalén, ordenó construir un santuario en el monte del templo. Solo
más tarde
se orientaría la alquibla hacia la mezquita de La Meca.
El texto coránico
ordena reiteradamente, hasta 75 veces, hacer el rezo público o azalá
(en árabe salāh). Etimológicamente, quizá esta
palabra sea la que dio origen en español a los vocablos zalá, zalama,
zalamería, zalamero, zalema (reverencia en señal de sumisión). Veamos
una
recopilación de citas seleccionadas del Corán concernientes al rezo.
«Yo soy Dios. No hay más dios que yo.
Adórame,
pues, y eleva el rezo para que te acuerdes de mí» (Corán 45/20,14).
«Ordena a tu gente el rezo, y en eso
sé perseverante. (…) El buen fin será para los que temen» (Corán
45/20,132).
«Di: ‘Invocad a Dios, o invocad al
compasivo. Comoquiera que invoquéis, él posee los mejores nombres’. En
el rezo
no grites ni susurres, sino busca un término medio» (Corán 50/17,110).
«Eleva el rezo en los dos extremos del
día, y al acercarse la noche» (Corán 52/11,114).
«Elevad el rezo y temedlo. Es él ante
quien seréis congregados» (Corán 55/6,72).
«Cuando andéis en campaña, no hay
inconveniente en acortar el rezo, si teméis que los descreídos os
ataquen. Los
descreídos son para vosotros un enemigo declarado. Si estás entre ellos
y
elevas el rezo por ellos, que un grupo permanezca en tu compañía, armas
en
mano. Luego, cuando se prosterne, que esté detrás de vosotros. Que un
grupo que
no haya rezado venga y rece contigo, precaviéndose con sus armas. Los
que han
descreído quisieran veros descuidados de vuestras armas y bagajes, a
fin de cargar
sobre vosotros de golpe. No hay inconveniente en que dejéis las armas,
si
estáis molestos a causa de la lluvia, o si estáis enfermos. Pero estad
precavidos. Dios ha preparado para los descreídos un castigo
humillante» (Corán
92/4,101-102).
Se da gran importancia a la diligencia
para hacer el rezo, las purificaciones previas y las posturas que deben
adoptarse, por lo que se reglamentan estrictamente, en particular la
prosternación:
«Prosternaos, pues, ante Dios y adorad»
(Corán 23/53,62).
«Recuerda el nombre de tu Señor al
alba y al crepúsculo, y por la noche prostérnate ante él, y exáltalo
largamente
de noche» (Corán 98/76,25-26).
«¡Vosotros que habéis creído! Cuando
se llame al rezo el viernes, apresuraos a acordaros de Dios y dejad la
venta» (Corán
110/62,9).
«¡Vosotros que habéis creído! Cuando
os levantéis para el rezo, lavaos la cara y las manos hasta los codos.
Pasad
las manos por la cabeza y [lavaos] los pies hasta los tobillos. Si
estáis impuros,
entonces purificaos. Si estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros
viene
del lugar excusado, o si habéis tocado a las mujeres, y no encontráis
agua, buscad
tierra buena y frotaos la cara y las manos. Dios no quiere poneros
ninguna
carga, pero quiere purificaros y completar su gracia para con vosotros»
(Corán
112/5,6).
La ceremonia del
rezo, que es obligatorio a partir de los diez años, incluye recitar
tres veces
la primera sura coránica, titulada La apertura. Posiblemente
proceda de
un himno litúrgico siroarameo, al que se agregó el último versículo
actual
(Corán 5/1,7). Este versículo consta de sendas acusaciones, lanzadas a
los
judíos y los cristianos. A los primeros les reprocha que «incurren en
la ira»
de Dios, y a los segundos que andan «descarriados» del buen camino.
Así, no
solo se marca simbólicamente la ruptura con el judaísmo y el
cristianismo, sino
que la repetición constante (diecisiete veces al día) de tales ideas
anatematizadoras instila a la larga una «cultura del odio» (cfr. Aldeeb
2014). Lo
corroboran unos doscientos versículos contra los judíos y unos cien
contra los
cristianos. Aunque nadie hable de judeofobia, ni de cristianofobia.
Otra cuestión
importante en el Corán es la de la sacralización del tiempo y el
espacio: en
qué momentos hay que rezar, en qué sitio, y hacia dónde hay que mirar
mientras
se reza, es decir, la orientación de la alquibla. El Corán cambia de
criterio
en el mismo capítulo 2, pues primero dice que Dios está en todas
partes, por lo
que se puede rezar sin que importe en qué dirección, y luego, aunque
Mahoma
rezaba primero mirando hacia Jerusalén, manda adoptar la orientación
hacia La
Meca.
«De Dios es el
oriente y el occidente. Dondequiera que os volváis, allí está el rostro
de Dios»
(Corán 87/2,115; también 87/2,142 y 177).
«No acudas nunca allí. Un santuario
fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es más digno de que
tú reces
en él» (Corán 113/9,108).
El cambio de la
quibla sería un caso de abrogación de un versículo por otro. Pero no
está claro
que La Meca esté mencionada en el Corán. Además, según Dan Gibson, los
versículos 87/2,143-145 y 111/48,24 no se hallan en los manuscritos más
antiguos y habrían sido añadidos en época abasí, aparte del hecho
comprobado de
que el mihrab de las mezquitas construidas en el primer siglo islámico
no
apuntaba hacia La Meca (cfr. Gibson 2011 y 2017).
La liturgia del
rezo representa y reitera simbólicamente no solo la profesión de fe en
Dios,
sino la profesión pública de la ideología del Estado, en un acto
indisociablemente religioso y civil, sintetizado quizá por la
prosternación, esa
postura servil imitada, según algunos, del protocolo sasánida: un gesto
de
sometimiento total ante un poder político divinizado y una divinidad
politizada.
Se podría recordar, en contraste, que, como es sabido, los cristianos
de
tiempos del islam naciente solían orar de pie.
Por último, la adoración de Dios no se limita
al rezo con todos sus
requisitos y reglas, pues el culto islámico cuenta, en ciertas
circunstancias,
con una vertiente sacrificial, de sacrificios cruentos de animales. La
más
conocida es la tradición que
manda sacrificar un cordero
en la fiesta que conmemora el sacrificio de Abrahán. Paro hay otras
indicaciones en el Corán, como veremos en un próximo capítulo.
Otro
deber ritual para los musulmanes es el de dar el tributo, o azaque (del
árabe zakah), un impuesto de capitación que comporta
un doble significado, práctico y simbólico. En otras palabras,
presenta, junto
al sentido religioso, un carácter político y económico. Por eso, más
que una
limosna, que cada cual puede dar como le parezca, se trata de un
tributo,
obligatorio y bien reglamentado en función de las rentas que uno
percibe (cfr.
Aldeeb 2015). Es un modo de recaudar impuestos para la financiación del
Estado.
De él, se dedica un porcentaje fijado para el presupuesto de la guerra
contra
los descreídos, o sea, para la yihad.
El Corán alude a
este tributo en 30 ocasiones, y lo plantea como una muestra muy
apreciada de la
sincera adhesión a la comunidad de seguidores del profeta. Los mejores
musulmanes son aquellos que invierten su propia fortuna en el «camino
de Dios»
(cfr. Corán 87/2,261-262).
«Inscribiré mi
misericordia en quienes temen y dan el tributo» (Corán 39/7,156).
«Los que han
creído, han hecho buenas obras, han elevado el rezo y han dado el
tributo
tendrán su recompensa junto a su Señor» (Corán 87/2,277).
«Los tributos son
para los pobres, los indigentes, los que trabajan con ellos, aquellos
cuya
voluntad hay que captar, [la liberación de] los cautivos, los
sobrecargados de
deudas, el camino de Dios [la yihad] y el viajero. Es una imposición de
parte
de Dios» (Corán 113/9,60).
«Pero el enviado,
y los que han creído con él, luchan con sus fortunas y sus personas.
Ellos
tendrán los beneficios. Ellos son los que tendrán éxito» (Corán
113/9,88).
En cuanto a los dimmíes,
es decir, los judíos y los cristianos que viven bajo el poder islámico,
cargan
con un tributo especial de capitación, como la yizia.
Y tienen la obligación de entregarlo públicamente y de forma
humillante. Así se ordena en uno de los versículos, abrogantes en
última
instancia, que reciben el calificativo de «versículo de la espada»:
«Combatid contra
aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el
último
día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y no
profesan la
religión de la verdad, hasta que paguen el tributo en mano, y en estado
de
humillación» (Corán 113/9,29).
Del ayuno se habla en el Corán 15
veces,
ninguna
de ellas en los capítulos anteriores a la hégira. En los capítulos de
Medina es
donde hay diversas recomendaciones y prescripciones de ayuno (en árabe sawm), que puede ser personal en ciertos
casos particulares tipificados. También se manda allí el ayuno de
ramadán, como
una práctica ritual colectiva, que se ejercita mientras es de día, a lo
largo
del mes. Aparece regulado en Corán 87/2,183-187.
«Os está
permitido, la noche del ayuno, tener relaciones sexuales con vuestras
mujeres.
(…) Comed y bebed hasta que distingáis el hilo blanco del hilo negro al
alba.
Luego cumplid el ayuno hasta la noche» (Corán 87/2,187).
Los
musulmanes le dan el sentido de conmemorar
la revelación del Corán a Mahoma, en la «noche del destino» (Corán
25/97,1-5).
Pero evoca también la venida del Mesías escatológico que habría de
conquistar
el mundo. El origen de este ayuno se remonta a una tradición judía
(como
reconoce el propio Corán: 87/2,183), el ayuno judío de la Luna Nueva,
que
evocaba la destrucción del templo de Jerusalén y la esperanza en un
Mesías que
lo reconstruiría.
En la práctica
concreta, la privación diurna impuesta por el ayuno queda compensada
tan pronto
como se pone el sol. Esta experiencia de los días de ayuno condensa
simbólicamente una enseñanza de que vale la pena soportar penalidades
de la
lucha en el camino de Dios, sabiendo que después llegará la saciedad
como recompensa.
Significa la esperanza de que la sumisión siempre obtiene el premio,
tanto en
esta tierra como en el paraíso. No es casualidad que el Corán describa
el
paraíso en términos análogos a las noches de ramadán: un lugar donde
abundan
los placeres de la comida, la bebida y las mujeres.
El término peregrinación
se menciona once veces en el Corán, siempre después de la hégira, ocho
de ellas
en el capítulo 78, aparte de dar título a la sura 22 (la 103 en orden
cronológico). Actualmente, la peregrinación es un rito que tiene como
meta participar
en unas ceremonias en torno a la gran mezquita de La Meca, y se hace
preferentemente durante los primeros diez días del último mes del
calendario
musulmán (Du al-Hiŷŷa). Cada individuo musulmán debe hacer esta
peregrinación
(en árabe haŷŷ) al menos una vez en
la vida, salvo que tenga algún impedimento reconocido.
Las acciones
rituales que se llevan a cabo incluyen la llamada peregrinación mayor,
que es
la circunvalación alrededor del edificio cúbico de la caaba, donde no
hay
ídolos, pero sí una piedra negra (susceptible de litolatría). Este tipo
de
piedras, o betilos, procedían de meteoritos o de roca volcánica, solían
representar alguna deidad y eran objeto de culto desde antiguo. En
Petra (hoy
en Jordania) se veneraba una piedra negra que simbolizaba al dios solar
Dusara,
la divinidad suprema del panteón nabateo, al que acompañaban las tres
diosas
femeninas mentadas en los versículos satánicos: Lat, Uzza y Manat. Hay
indicios,
en las historias musulmanas, para pensar que fue esta piedra de la
caaba la que
el anticalifa Al-Zubair arrebató de Petra y llevó consigo a La Meca. El
Corán
no menciona la piedra negra en ningún momento. Más bien condena las
piedras
erectas, o cipos, que eran objeto de veneración (Corán 112/5,3 y 90).
Sin
embargo, ha pervivido en el culto musulmán la piedra negra conservada
en la
caaba mequí.
Está además la peregrinación
menor, consistente en recorrer siete veces el camino entre el montículo
Safa y
el Marwa, separados unos cuatrocientos metros. Estos ritos se
justifican evocando
unas leyendas sobre Abrahán, su esclava Agar y su hijo Ismael (Corán
87/2,125),
si bien coinciden con prácticas preislámicas de los idólatras, que se
han
incorporado. Asimismo, se realizan otros ritos complementarios, como la
lapidación del diablo: se recogen unas piedras para apedrear al diablo,
simbolizado por tres pilares que se levantan en el valle de Mina, junto
al
puente Yamarat, a unos cinco kilómetros al este de La Meca, en el
camino hacia
el monte Arafat. Este rito se hace entre el amanecer y el anochecer del
último
día de peregrinación. Se suele ofrecer un sacrificio cruento,
degollando
ritualmente una cabeza de ganado, en conmemoración del
sacrificio de Abrahán.
En cualquier
caso, hay que tener en cuenta que la peregrinación no debe entenderse
como un acto
de devoción popular espontánea, o particular, sino que es un precepto
coránico
de obligado cumplimiento:
«Cumplid la peregrinación y la visita
por Dios. Si estáis impedidos, ofreced una víctima que os sea
asequible» (Corán
87/2,196).
«Hay signos
claros, la morada de Abraham. Quienquiera que entre ahí estará seguro.
Es un
deber hacia Dios para los humanos hacer la peregrinación a la Casa,
para todo
el que pueda viajar» (Corán 89/3,97).
«Dios hizo de la caaba,
la Casa prohibida, una institución para los humanos» (Corán 112/5,97).
Sin embargo, el
Corán no dice en ningún momento adónde hay que ir en peregrinación. No
indica que
deba hacerse a La Meca hoy conocida, pues en sus aleyas no se nombra
esa ciudad.
Es sabido que las referencias que se aducen (Corán 89/3,96 y 111/48,24)
no son
concluyentes. Algunos exegetas defienden que el lugar coránico de
peregrinación
era el templo de Jerusalén. Y el destino de La Meca no parece que se
estableciera hasta la época abasí, en la segunda mitad del siglo VIII.
La
simbólica actual de la peregrinación
encierra significados que la vinculan estrechamente con la hégira y con
el
esquema mesiánico de la yihad. La palabra que designa la peregrinación (haŷŷ) está emparentada etimológicamente
con la que designa la hégira (hiŷra),
esta última traducible como «emigración»; y también se relaciona con el
término muhāŷirūn, que designaba a los árabes
sarracenos que conquistaron Siria y Palestina.
En
su contexto mitológico, esas palabras
connotan el significado de la ida al desierto (según el arquetipo del
éxodo de
Moisés), como fase preparatoria que precede al inicio del combate por
la
conquista de la tierra prometida. Asimismo hay un trasfondo de
significación
latente, donde se transpone el mito escatológico del mesianismo judío,
según el
cual gentes de todas las naciones subirían a Jerusalén para adorar en
su templo
al único Dios. En este simbolismo de la peregrinación, igual que
ocurría con la
dirección de la alquibla en el rezo, La Meca ha sustituido a Jerusalén
(a cuyo
templo acudían los nazarenos para adorar en la casa de Dios). El viaje
evoca el
comportamiento de los que emigraron con Mahoma y sus compañeros, los
que salieron
de su tierra y abandonaron su casa para ir a la guerra en el camino de
Dios. En
el fondo, la peregrinación a La Meca sería un trasunto simbólico de la
expedición y toma de Jerusalén, como metonimia anticipada de la futura
conquista del mundo. En el plano de la vivencia, quienes participan en
los
ritos de la peregrinación quedan consagrados para entregarse de lleno
al
proyecto del islam, cuando regresen a sus países.
Los cinco pilares
rituales aquí mencionados tienen un carácter social y público, como ya
hemos señalado,
y conllevan fuertes exigencias, de modo que no son algo tan sencillo e
inocuo
como pudiera parecer. La participación en ellos no solo manifiesta que
el
musulmán tiene fe en Dios y en Mahoma, sino que se compromete
irreversiblemente
a aceptar todo el sistema de obligaciones establecido por el Corán y la
tradición, con las significaciones desveladas aquí, al tratar de cada
uno de
ellos.
La realidad es
que el culto islámico no se circunscribe a esos cinco pilares. A ellos,
el
chiismo duodecimano o ismailí añade como sexto pilar del islam la yihad,
que, si bien pertenece al orden de la acción práctica, está revestida
de
simbolismo mesiánico y milenarista. Por otro lado, existen de hecho
otros tipos
de pilares, que son fundamentos imprescindibles, entre los que se
hallan los
que llamaríamos «pilares míticos», como son el monoteísmo riguroso, el
profetismo de Mahoma y el nomismo o normativismo coránico. En este
sentido, hay
eruditos musulmanes que hablan de los «seis pilares de la fe», propios
del
islamismo, que son: creer en Dios, creer en los ángeles, creer en los
libros
revelados, creer en los profetas (sobre todo, en Mahoma), creer en el
día del
juicio y creer que todo proviene de Dios, que determina el destino de
cada
humano (cfr. García, en la introducción
a su traducción del Corán, 2013: 22-23). Por lo demás, hay que
tener muy
presentes los «pilares ético-políticos», como son la Ley islámica (saría) y la yihad, de cuyo análisis
me ocuparé en otros capítulos de
este libro.
En fin, entre las
obligaciones rituales, aunque no lleven la etiqueta de «pilares»,
encontramos
otros importantes componentes simbólicos, en particular los que se
inscriben
sobre el cuerpo, en señal de sumisión a Dios y al sistema islámico. Nos
estamos
refiriendo a la circuncisión, las prohibiciones alimentarias y las
prescripciones indumentarias, que tampoco agotan la lista de las
innumerables
reglamentaciones.
Aunque sorprenda,
el Corán no menciona expresamente la circuncisión, ni la masculina, ni
la femenina.
Sin embargo, es una realidad a la que el mundo islámico da una
importancia
capital. Los ulemas no dudan en defender la tesis de que es un mandato
divino.
Esta intervención sobre el cuerpo también manifiesta un trato desigual,
según
el sexo. La circuncisión de los niños varones está implantada en todas
las
sociedades musulmanas, como un rito que se práctica unánimemente y es
objeto de
celebración familiar.
Por
el contrario, la circuncisión de las muchachas musulmanas,
que produce una mutilación traumática, tiende
a realizarse en secreto y no por igual en todos los países. De hecho,
la
circuncisión femenina, que se suele silenciar y esconder, está más
extendida de
lo que se admite. Los datos indican que, anualmente, se circuncidan más
de
trece millones de niños musulmanes, pero también alrededor de dos
millones de
niñas son víctimas de algún tipo de mutilación genital o ablación, con
consecuencias lamentables en gran número de casos. Sobre este problema,
existe
una investigación muy bien documentada en dos libros de Sami Aldeeb
(2012a y
2012b).
Los que han
buscado una base en el Corán han echado mano de Abrahán, cuyo nombre se
cita setenta
veces, propuesto como un «buen modelo» para los creyentes (Corán
91/60,4). Como
resulta que Abrahán se circuncidó por mandato de Dios, entonces los
comentadores
clásicos interpretan que es obligatorio someterse a la circuncisión
igual que
él. Algunos autores musulmanes se empeñan en ver implícita la
circuncisión en
tres versículos relativos a Abrahán (Corán 70/16,123;
87/2,124; 87/2,128). Los hadices, por su parte, argumentan que
Mahoma era
circunciso y que mandó circuncidarse obligatoriamente a los hombres, y
también
a las mujeres, aunque para estas como un acto meritorio, no obligatorio
(cfr. Aldeeb
2012a: 145), de modo que todos los musulmanes consideran que se trata
de una
exigencia del profeta.
«Luego te
revelamos: ‘Sigue la religión de Abrahán, siendo recto’» (Corán
70/16,123).
«Tenéis un buen
modelo en Abrahán y en los que estaban con él…» (Corán 91/60,4;
repetido en 91/60,6).
Pocos son los
musulmanes que cuestionan la circuncisión, una acción ritual sobre el
cuerpo que
simbolizaría la pertenencia al pueblo elegido. La práctica de la
circuncisión
de los varones estaba presente en la religión hebrea. Probablemente,
los
seguidores de Mahoma la recibieran como herencia del nazarenismo, fiel
en esto
a la Ley mosaica, si es que no la practicaban ya antes. Pero luego se
reinterpreta y se inviste simbólicamente como una señal propia de
autoafirmación y profesión de fe islámica. Lo que pasa es que el islam
pretende, a toda costa, alejarse de las fuentes judías y cristianas,
para lo
que excogitó una genealogía independiente, en conexión directa con la
«religión
de Abrahán», que no era ni cristiano ni judío, sino un hombre «recto».
Con el
mismo fin, postuló el entronque biológico de los árabes, supuestos
descendientes de Ismael, el hijo de Abrahán y Agar, una suposición no
atestiguada en la Biblia, ni en ningún otro documento histórico.
Por lo demás,
poseen también un carácter ritual las prescripciones indumentarias y
las reglamentaciones alimentarias, de las que nos ocuparemos en el
próximo
capítulo. En conjunto, a toda la trama de reglamentaciones cultuales,
en sus
múltiples aspectos, subyacen unas reglas, mediante las cuales el código
ritual desempeña
funciones de cohesión emocional de la comunidad musulmana, que
participa en
actos de identificación colectiva. Estos troquelan los pensamientos,
los
sentimientos y los comportamientos de la masa de creyentes, y les
enseña a
reaccionar de forma espontánea, con una espontaneidad adquirida, ante
las ideas
y los valores propios y frente a las ideas y los valores ajenos. La
cuestión no
radica tanto en el mecanismo, que es antropológico, sino en el
contenido
transmitido. Lo determinante son los modelos de vida a los que los
creyentes se
adhieren y marcan su pertenencia a la comunidad. Toda sociedad, igual
que todo
movimiento del signo que sea, exhibe y celebra sus ideales, sus
arquetipos. Las
sociedades basadas en el orden coránico implantan significados acerca
de lo que
hay que amar y lo que hay que odiar, con un grado de intolerancia que
excluye
de la humanidad a cuantos no desean compartir su verdad.
Bajo tales
reglas, no hay lugar para la libertad de culto, ni para la
manifestación
pública de ninguna otra creencia religiosa o ideológica. Quien abandona
el
islamismo se arriesga a sufrir penas de cárcel o a ser ajusticiado.
Incluso los
intentos de reforma de la religión islámica desde dentro han costado la
vida a
muchos reformadores. Y no pocos místicos musulmanes fueron perseguidos
ferozmente.
A pesar de lo que
nos pueda sorprender, en la dinámica psicológica, el sistema islámico
pervive
porque arraiga en la capacidad humana de devoción religiosa, con todo
su
potencial de adhesión emocional. De este modo, suscita en muchas
personas una
generosa entrega al camino de Dios señalado en el Corán. Pero, dada la
ambivalencia del mensaje coránico, con excesiva frecuencia acaba
legitimando la
eclosión de las pasiones egoístas y la peor crueldad, desencadenadas
contra
quienes resisten al islam.
El espíritu de
las prácticas rituales islámicas, que hemos examinado sobre todo en el
Corán,
difiere en gran medida del espíritu de los ritos cristianos, por mucho
que
tengan orígenes comunes. Lo podemos comprobar, si efectuamos un
análisis comparativo
de las unidades de significación coránicas con pasajes paralelos del Nuevo
testamento, asimilables al mismo ámbito ritual. La disparidad se
muestra en
las tendencias, las exigencias y los significados que comportan.
Por ejemplo, en lo que respecta a las
prohibiciones de las bebidas
alcohólicas y de ciertos alimentos, el Corán mantiene un régimen
adaptado de
los preceptos de pureza alimentaria
(kosher) del
judaísmo. Por el contrario, en los Evangelios encontramos,
puesto en boca de Jesús, el levantamiento de toda esa carga de
interdicciones.
«Llamando de
nuevo a la gente, les decía: ‘Escuchad todos y atended: No hay nada
fuera del
hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro. Lo que sale del
hombre es lo
que hace impuro al hombre’. (…)
Cuando se apartó
de la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por la
comparación.
Él les dijo: ‘¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No
comprendéis
que lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro,
porque no
entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?’ Con
esto
declaraba puros todos los alimentos» (Marcos 7,14-19).
Un contraste
igual de firme lo encontramos en la manera de entender la práctica de
la
oración, que nos desvela importantes claves sobre la teología desde la
que uno
y otro sistema entiende la relación con Dios. Es sabido que tanto los
Evangelios
como el Corán heredaron plegarias, salmos e himnos de la tradición
hebrea, pero
luego cada uno los adaptó a su estilo y los interpretó conforme al
sesgo de su
propio dogma. De ahí que, también en el rezo, podamos detectar las
mutaciones
que acontecieron durante la bifurcación que desembocaría en la nueva
religión
de Mahoma.
1. La actitud del orante
Según el Corán,
el rezo es público y obligatorio para
los musulmanes, en tanto que la oración es privada y en comunidad según el Evangelio de Mateo.
En el primer caso, predomina la actitud de temor al
Señor, mientras
que en el segundo se exhorta a la confianza
en Dios Padre.
Corán:
«Adórame, pues, y eleva el rezo para que te
acuerdes de mí»
(Corán 45/20,14).
«Elevad el rezo y temedlo» (Corán
55/6,72).
«Cuando se llame
al rezo el viernes, apresuraos a acordaros de Dios» (Corán
110/62,9).
Nuevo
testamento:
«Cuando
oréis, no hagáis como los hipócritas, que les gusta rezar de pie en las
sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. En verdad os
digo que ya
han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra
en tu
cuarto, cierra la puerta, y rézale a tu Padre, que está en lo
secreto; y tu
Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,5-6).
Como ya hemos
dicho, el rezo, una obligación primordial de los musulmanes, es un acto
social
y público. Deben hacerlo varias veces al día, que la tradición fijó en
cinco, y
de manera especial los viernes en la mezquita. Por parte cristiana, la
oración se
plantea con otra perspectiva: en el evangelio de Mateo, Jesús critica
la
ostentación pública en el rezo, e insiste más bien en un tipo de
oración
personal y en privado. Luego, los primeros cristianos practicaban a la
oración
comunitaria en las casas, donde celebraban la eucaristía.
La actitud que el
Corán más destaca para quien reza es el temor al Señor omnipotente, que
exige
que lo adoren, que se acuerden de lo que él como Señor ordena, es
decir, que
cumplan lo que manda el Corán. En cambio, el matiz que distingue la
actitud del
orante en el Evangelio es sobre todo de confianza en Dios como Padre.
2.
El estado de impureza y la purificación
Para
hacer la oración, el islam exige
requisitos de pureza legal y ritual, que suponen en particular
abluciones antes
del rezo que purifiquen el cuerpo y el estado personal. En el
evangelio, no
hay abluciones ni estado de impureza y, lo que se pide es que uno se
reconcilie con su hermano.
Corán:
«Cuando
os levantéis para el rezo, lavaos
la cara y las manos hasta los codos. Pasad las manos por la cabeza y
[lavaos]
los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, entonces purificaos.
Si
estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros viene del lugar
excusado, o si
habéis tocado a las mujeres, y no encontráis agua, buscad tierra buena
y
frotaos la cara y las manos» (Corán 112/5,6).
Nuevo
testamento:
«Si
mientras llevas tu ofrenda al altar te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda
delante del
altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a
llevar
tu ofrenda» (Mateo 5,24).
Según el Corán,
hay determinadas acciones por las que uno incurre en un estado de
impureza
legal y, por eso, antes del rezo, es necesaria una purificación,
mediante las
abluciones corporales prescritas. El cristianismo es ajeno a esas
nociones de
pureza/impureza y no impone ningún requisito de esa índole para poder
orar. La
condición es de otro orden, moral, pues lo que postula es estar
reconciliado con
el prójimo.
3. La postura de prosternación
A los musulmanes
se les pide realizar en el rezo una serie de gestos, reverencias y
posturas
como la prosternación. A los cristianos no se les prescribe ninguna
postura especial.
Corán:
«¡Vosotros que
habéis creído! Arrodillaos, prosternaos, adorad a vuestro Señor
y haced
el bien» (Corán 103/22,77).
La prosternación
da título al capítulo 32 del Corán, y de prosternación se habla más de
sesenta
veces en el libro, en sentidos dispares, pero queda claro que es una
postura obligatoria
en unos momentos del rezo. El simbolismo de prosternarse representa
visiblemente
el sometimiento del esclavo al amo, y coincide formalmente con la
pleitesía ante
el soberano absoluto o el déspota oriental. Respecto a Dios, escenifica
la
actitud de temor y sumisión ilimitada que se pide al musulmán ante el
omnipotente.
Nuevo
testamento:
Sobre la
prescripción de posturas rituales en la oración no encontramos ningún
mandato específico.
4. El uso de la palabra
El Corán da
importancia a los muchos nombres divinos y su preocupación parece estar
en el
tono de voz al rezar. El Evangelio insiste, más bien, en evitar
la
palabrería, porque Dios ya conoce los pensamientos del hombre.
Corán:
«Invocad a Dios,
o invocad al compasivo. Comoquiera que invoquéis, él posee los
mejores
nombres. En el rezo no grites ni susurres, sino busca un
término
medio» (Corán 50/17,110).
Nuevo
testamento:
«Cuando recéis, no
seáis charlatanes como los paganos, que se figuran que por su
palabrería serán
escuchados. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que
necesitáis
antes de que se lo pidáis» (Mateo 6,7-8).
La oración vocal
se expresa con palabras, que se recitan, leen, salmodian o cantan. En
el
islamismo, la fórmula más utilizada y prescrita es la sura número uno;
pero se
emplean otras formas de invocación, como los noventa y nueve nombres
divinos.
El Corán aconseja que se tenga cuidado con el tono de voz. El evangelio
advierte de que no se caiga en la palabrería, porque Dios ya conoce las
necesidades. Y propone como modelo de oración el padrenuestro.
5. El templo y la orientación
para rezar
En todas las
religiones existen lugares santos, santuarios y templos, pero no se
conciben
del mismo modo. El Corán resalta la sacralidad
del espacio de culto y,
especialmente, la dirección hacia donde hay que mirar durante el acto
del rezo,
la alquibla. En el evangelio de Juan, Jesús argumenta a favor de la adoración en espíritu y en verdad, sin que
importe más un templo
que otro.
Corán:
«De Dios es el
oriente y el occidente. Dondequiera que os volváis, allí está el rostro
de Dios»
(Corán 87/2,115).
«Vuelve tu cara hacia el lado del
santuario prohibido [de La Meca]. Dondequiera que estéis, volved
vuestras
caras a ese lado» (Corán 87/2,144).
«No acudas nunca allí. Un santuario
fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es más digno
de que tú
reces en él» (Corán113/9,108).
Nuevo
testamento:
«La
mujer le dice: ‘Señor,
veo que eres profeta. Nuestros padres daban
culto en este monte; vosotros, en cambio, decís que es Jerusalén donde
hay que dar
culto’.
Jesús
le dice: ‘Créeme,
mujer, llega la hora en que ni en este
monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. (…) Pero llega la
hora, ya ha
llegado, en que los que dan culto verdadero darán culto al Padre en
espíritu
y en verdad’» (Juan 4,19-23).
«¿No sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside
en vosotros?»
(1 Corintios 6,19).
Aunque el Corán
afirma en un versículo que Dios está en todas partes, este versículo
está
abrogado por otro del mismo capítulo, que manda volver la cara hacia el
lado
del santuario prohibido. Los musulmanes interpretan que este santuario
es la caaba
de La Meca, que simbolizaría la sede de la divinidad y determina la
quibla
hacia donde hay que mirar para hacer el rezo. Asimismo, el Corán otorga
mayor
grado de sacralidad a unos santuarios o mezquitas que a otros. Por su
parte,
los Evangelios narran que Jesús fue al templo de Jerusalén en distintas
ocasiones. Allí enseñaba y curaba, y de allí expulsó a los mercaderes
(Marcos
11,15-17). No obstante, Jesús relativizó la importancia del templo, e
incluso
vaticinó su destrucción. Más en concreto, en la conversación con la
samaritana,
sostuvo la tesis de que el culto no tiene un lugar preferente, ni en el
monte
Garizín de Samaría, ni en el monte Sión de Jerusalén. Porque los
verdaderos
adoradores adoran a Dios en espíritu y verdad. Estas palabras enuncian
una
crítica a la religión, que, en el fondo, relativiza todas las
mediaciones
rituales, dado que, como señala el apóstol Pablo, el Espíritu divino
habita en
cada persona.
6. Los sacrificios cruentos
La religión islámica, igual que el
judaísmo del segundo templo, practica el sacrificio
ritual de animales en fechas
señaladas. El cristianismo suprimió la práctica de los sacrificios
animales, si
bien dotó de importancia salvífica fundamental al sacrificio
de Jesús muerto en la cruz.
Corán:
«Cumplid
la peregrinación y la visita por Dios. Si estáis impedidos, ofreced
una
víctima que os sea asequible. No os rapéis la cabeza hasta que la
víctima
llegue al lugar [de inmolación]» (Corán 87/2,196).
«Cualquiera de
vosotros que lo mate deliberadamente, su pago es uno de su rebaño
semejante al
que ha matado, según el juicio de dos justos de entre vosotros, una
ofrenda
que hará llegar a la caaba» (Corán 112/5,95).
Nuevo
testamento:
«La sangre de
toros y cabras no puede perdonar pecados. (…) Hemos quedado consagrados
por la ofrenda,
hecha una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo. (…)
Este, después de
ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la derecha
de Dios»
(Hebreos 10,3. 10-12).
Como hemos visto,
en circunstancias concretas, el Corán indica que han de inmolarse
animales como
ofrenda, y así se manda hacer en la caaba, durante la peregrinación o
la visita;
y también por otros motivos. Es muy conocida la costumbre musulmana del
sacrificio del cordero en la festividad que conmemora el sacrificio de
Abrahán.
En el cristianismo, por el contrario, no existen sacrificios de
animales. La
epístola a los Hebreos los declara abolidos por su ineficacia y, en su
lugar,
afirma que la santificación se alcanza por el sacrificio único de
Cristo, que
es recordado simbólicamente, de forma incruenta, en el ágape
eucarístico (Lucas
22,19-20). Esta teología cristiana de la redención, evidentemente,
carece de
sentido para el Corán, puesto que este niega el hecho mismo de la
crucifixión
de Jesús.
7. La oración y los enemigos
El rezo cotidiano
de los musulmanes repite, una y otra vez, una incriminación contra
los
enemigos judíos y cristianos. En los Evangelios, Jesús considera a
todos
hijos de Dios y, en el sermón de la montaña, manda orar
por los enemigos.
Corán:
«Dirígenos por el
camino recto, el camino de quienes tú has agraciado, no el de
quienes
incurren en tu cólera, ni el de los extraviados» (Corán
1,6-7).
Nuevo
testamento:
«Vosotros rezad
así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre,
venga tu reino» (Mateo 6,9-10).
«Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a
los que
os maldicen, rezad por los que os injurian» (Lucas 6,27-28).
La primera sura
del Corán es la fórmula de rezo que todo musulmán repite al menos
diecisiete
veces al día. En su último versículo, encontramos una recriminación a
los que
acusa de ir por el mal camino: contra los judíos (que «incurren en la
cólera de
Dios») y contra los cristianos (que andan «descarriados»). Algunos
coranólogos
ven ahí una solapada inducción al odio (cfr. Aldeeb 2014). Y ya se sabe
que,
cuando el Corán señala a los que no van por el «camino recto», está
legitimando
y preparando contra ellos el «combate en el camino de Dios». En
contraste, la
actitud del texto evangélico, desde el sermón de las bienaventuranzas,
exhorta
a amar a los enemigos, porque Dios es Padre de todos, que hace llover
sobre
justos e injustos. Postula, además, un rechazo tajante de la violencia,
aludida
como tentación del maligno al final del padrenuestro.
8. La oración y la violencia armada
La legitimación
teológica del empleo de la violencia, supuestamente ordenada por Dios
con fines
sagrados, hace del islam una religión
para la guerra. El Evangelio, con
un planteamiento diametralmente opuesto, pide vencer
al mal con el bien.
Corán:
«Dios ha intercambiado
las vidas y las fortunas de los creyentes [por la promesa de] que
irán al
paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar.
Una verdadera promesa suya (…) Estos son los que se arrepienten,
adoran,
alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito
y
prohíben lo ilícito, y observan las normas de Dios» (Corán
113/9,111-112).
Nuevo
testamento:
«Pues yo os digo
que no opongáis resistencia al malvado» (Mateo 5,39).
«No devolváis
a nadie mal por mal, proponeos haced el bien ante todos los
hombres»
(Romanos 12,17).
«No te dejes
vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien»
(Romanos
12,21).
Aquí descubrimos
otro aspecto, que tiene que ver con una íntima conexión
entre el rezo y la guerra. En el Corán aparece plasmada
en el capítulo 9, el penúltimo según el orden cronológico, lo que
quiere decir
que abroga cualquier disposición anterior que lo contradiga. Allí se
define con
precisión que Dios ha hecho un contrato con los que luchan en la yihad
armada:
ha adquirido sus vidas a cambio del paraíso. Por eso están decididos a
matar y
morir. Y precisamente estos, que combaten en la yihad, encarnan la
realización
del musulmán perfecto: ellos son los que de verdad adoran, ayunan, se
prosternan, imponen el bien y persiguen el mal como Dios manda. Por
eso, en el
islam, se llama «mártir» al que muere matando. El ejercicio de la
violencia
armada y el terror constituye una acción tan eminente que equivale al
cumplimiento
de todos los deberes sagrados de la religión. Es decir, los que
combaten están
adorando; la mejor oración es la guerra contra los no musulmanes,
catalogados
como enemigos de Dios. El Corán lo presenta como un contrato excelente:
obtendrán
la victoria y el botín, o, en el peor de los casos, el paraíso.
Esta concepción islámica
nos hace ver que están totalmente equivocados quienes interpretan que
los
terroristas islámicos están imbuidos de nihilismo. Por el contrario,
los motiva
una utopía de plenitud de sentido, del mismo tipo que las que han
impulsado a
tantos militantes de los movimientos revolucionarios contemporáneos a
dar su
vida por la causa. El combatiente se siente protagonista de un plan
supremo al
que se entrega, y se lanza a la lucha final dispuesto a matar y a
morir. Unos
lo llamarán mártir. Otros lo proclamarán héroe. Son versiones análogas
del mito
arcaico de la fe ciega en la violencia y los sacrificios humanos como
camino
para alcanzar el paraíso. Aunque lo único que alcancen realmente sea
una
sociedad totalitaria.
Esa tendencia tan
humana, y tan inhumana, es lo que el primer cristianismo se propuso
contener,
al concentrar simbólicamente toda la violencia en Cristo crucificado y
al
afirmar que su sacrificio basta para la salvación de la humanidad: que
no
tienen justificación más muertes (cfr. Girard 1972).
En resumen, el
conjunto de los pilares del culto islámico, todo ese armazón de deberes
rituales
de carácter primordialmente colectivo, público y obligatorio, proclive
a la difusión
de la fe por medio de la espada, inscribe en la mente de sus adeptos
una visión
del mundo y unos mecanismos emocionales que se transcriben en prácticas
sociales. Muchas de esas creencias y prácticas resultan incompatibles
con los
fundamentos de la civilización occidental. No porque sean diferentes,
sino porque
el Corán y el Evangelio entran en colisión estructural, esencial. No
hace falta
mucha hermenéutica para entender la significación decisiva que entrañan
actitudes
aparentemente simples, como las que Jesús enseña a sus discípulos sobre
la
limosna, la oración y el ayuno. Leemos en el evangelio según Mateo:
«Cuando des
limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que
tu
limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te
recompensará»
(Mateo 6,3-4)
«Cuando quieras
rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y rézale a tu Padre, que
está en
lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,6).
«Cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno sea visto no
por los
hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve
lo
secreto, te recompensará» (Mateo 6,17-18).
En sus últimas consecuencias, estas
enseñanzas, por su imagen paternal de
Dios y su concepto de la relación personal con él, significan lisa y
llanamente
la demolición doctrinal de los pilares del islam.
Bibliografía
citada
Aldeeb,
Sami
2012a
Circoncision masculine et féminine. Débat
religieux, medical, social et juridique. Saint-Sulpice, Centre de
Droit
Arabe et Musulman.
2012b Circoncision.
Le complot du silence.
Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulman.
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