25. La yihad como combate en el camino de
Dios
|
Al investigar este tema, tropezamos una vez
más con la descontextualización
de las aleyas del Corán. Nunca se consigna el dónde, ni el cuándo de lo
que se
dice o se hace. Con rarísimas excepciones, no se identifica la
toponimia de los
sitios concretos, ni los nombres de las personas, ni se circunstancian
con
precisión los acontecimientos, ni se indica la datación. Además, en la
vulgata
del Corán, el caótico desorden de los capítulos vuelve imposible
aclarar a qué
atenerse en cuanto a su secuencia cronológica.
En este estudio, hemos optado por tener en
cuenta la reordenación
cronológica de los capítulos propuesta por la universidad cairota de
Al-Azhar,
por hipotética que sea, lo que nos permite descubrir los pasos de la
evolución
durante el período formativo del islam, aunque sea en líneas muy
generales:
cambios, tensiones, preceptos, polémicas, agresiones, prohibiciones,
castigos,
arengas, rezos y delirios cabe adscribirlos como mínimo a una época
anterior o
posterior al 622, año de la hégira. A
pesar de todo, seguiremos sin conocer el nombre del profeta, ni de
ninguno de
sus compañeros, ni de sus esposas, ni de los enemigos declarados. El
resultado
es que, al examinar el texto, observamos hasta qué punto las
narraciones
contenidas en las suras adquieren inevitablemente un aire intemporal,
abstracto, cuasi arquetípico.
Existe un notorio déficit de historicidad,
sin duda percibido por los
primeros comentadores del Corán, que se esforzaron por subsanarlo
desarrollando
la tradición de Mahoma, en su biografía y en los hadices. Pero esto fue
dos
siglos después, demasiado tarde. Lamentablemente, el déficit de
historicidad
resulta aún mayor en esa tradición, fruto más de la creación literaria
que del
uso de fuentes históricas, con toda probabilidad inexistentes o
destruidas.
La
predicación de Mahoma anunciaba la hora del fin del mundo, proclamaba
la
inminente llegada del Mesías y la necesidad de librar una lucha
apocalíptica.
El Corán da buena muestra del desarrollo de un mesianismo armado. Las
suras
coránicas convocan al combate más de cien veces y, en ciertos pasajes,
parece
un manual de guerra. Ya se sabe que, en todas las guerras, se atropella
el
derecho y se desencadena la impiedad, pero lo distintivo de Mahoma, en
sus
arengas, es que consiguió hacer pasar las atrocidades de la guerra por
obras de
virtud. Así se conceptuó la yihad, que llegaría a convertirse en el
núcleo de
la moral islámica.
El término yihad
tiene, según dicen los entendidos, dos sentidos fundamentales: el
primero,
supuestamente, sería el esfuerzo por alcanzar la perfección moral o
religiosa;
el segundo es claramente el combate, la acción armada para extender el
dominio
del islam. Pero ese doble sentido es cuestionable en lo que respecta al
sustantivo yihad, puesto que, en el Corán, no se utiliza nunca
con el primer sentido. En todos los casos, manifiesta el sentido de
lucha
armada. Así, pues, por mucho que la palabra signifique etimológicamente
hacer
un esfuerzo, el significado denotado en su uso y su contexto es el de
lucha con
la espada y en formación militar, matando y muriendo. Los intentos
apologéticos
actuales de negar u ocultar esto son desconocidos en la historia del
islam.
El sistema
islámico jamás ha puesto objeción, sino todo lo contrario, a su propia
difusión
por medio de la violencia armada. Y siempre que ha entrevisto un
contexto
favorable, ha sembrado el terror contra los no musulmanes,
categorizados en el
Corán como enemigos, igual que hacen hoy las organizaciones islamistas.
El
libro sagrado de los musulmanes profiere numerosas amenazas, condenas y
órdenes
de ataque contra los descreídos, los no musulmanes, en más de la mitad
de sus
capítulos. Y esto inspira toda la historia del islamismo.
Según la
ortodoxia indiscutida, el profeta del islam es el paradigma supremo (Corán 90/33,21) que todo mahometano
debe imitar, también, por
consiguiente, en su comportamiento como profeta levantado en armas, que
convoca
a la guerra por la fe (Corán 88/8,65).
Se trata de una doctrina plenamente asentada, tanto en el Corán como en
los
hadices llamados auténticos, como en la biografía de Mahoma por Ibn
Hisham,
como en los comentadores y exegetas musulmanes de todas las épocas.
1. El Corán
incita a la yihad «en el camino de Dios», como combate por la causa
mesiánica
que predicaba Mahoma, significando toda clase de acciones, también
violentas,
incluida la guerra y el asesinato, en las condiciones establecidas. Consideremos algunos datos sobre la presencia
de estos significados bélicos. El vocabulario castrense y beligerante
suma un
total de 114 incidencias claras, que aluden inequívocamente a la
contienda
armada:
– Los términos «combatir»
y «combate» se encuentran al menos 76 veces en el Corán, casi todas en
el
sentido marcial (74 de ellas en suras posteriores a la hégira).
– Las palabras «luchar»
y «lucha», 32 veces (de ellas, 26 poshegíricas).
– Los vocablos «guerrear»
y «guerra», 6 veces (todas poshegíricas).
– El verbo «matar»,
en contexto de yihad, supera las 20 veces.
– La «muerte» en la
batalla se menciona unas 50
veces.
El 67% de las
suras llamadas de La Meca, anteriores a la hégira, que presuntamente
serían
menos violentas, no paran de fustigar moralmente a los no
creyentes, es
decir, a quienes no se dejan convencer por la predicación de Mahoma.
El 51% de las
suras posteriores a la hégira, como comprobaremos en las citas, está
dedicado
no solo a lanzar maldiciones contra los descreídos, sino a
ordenar y
desplegar agresiones de violencia física contra los que no se
someten al
mando de Mahoma, o resisten a sus huestes.
El coranólogo
Sami Aldeeb ha recopilado 332
versículos del Corán que se relacionan con la yihad guerrera, en su
obra Le
jihad dans l'islam. De esos
versículos, 48 pertenecen a la época de La Meca, y 284 a la época de la
hégira
(cfr. Aldeeb 2016: 224-262).
Laurent
Lagartempe muestra que, en las suras del Corán, se hallan: 250
versículos que
incitan a la guerra contra los infieles; 200 versículos de odio contra
los
judíos; 100 versículos de odio contra los cristianos; 1.500 versículos
contra
los beduinos; 1.100 versículos de injurias y diatribas contra los
adversarios (cfr. Lagartempe 2007 y 2009).
2. La
principal colección de los dichos o hadices de Mahoma, compilados
en el
siglo IX, es la del imán Al-Bujari, en su obra Sahih, publicada
en nueve
tomos (con 7.275 relatos). De estos hadices, más del 20% están
dedicados a
temas de política y guerra. Conforme a los datos de un estudio
estadístico,
resulta que el 97% de las menciones de la yihad se refieren
específicamente a la guerra, y solo el 3% aluden al esfuerzo moral
(cfr. Center
for the Study of Political Islam).
3. En la
biografía clásica de Mahoma (la sira)
de Ibn Hisham (muerto en 833), el 75% del texto está dedicado a
episodios
bélicos de yihad, acometidos por Mahoma y sus compañeros, con
una
narración épica que enaltece expediciones militares ejemplares:
aceifas, algaras,
algazúas o razias, o sea, correrías, incursiones, ataques, batallas,
conquistas
y asedios, organizados o capitaneados en persona por Mahoma, en Arabia,
en
Nabatea y, posiblemente, en Gaza (cfr. Ibn Hisham 2015).
4. Los
comentarios y las exégesis coránicas a lo largo de toda la historia
musulmana avalan igualmente el sentido
belicista de la yihad. Sami Aldeeb hace un recorrido histórico
examinando obras
de 72 exegetas musulmanes, desde el año 750 hasta la
actualidad, y
demuestra que, casi sin excepción, entienden la yihad en el sentido de
un
mesianismo militar, con carácter tanto defensivo como ofensivo contra
los
descreídos, y con duración indefinida hasta que se acabe la increencia (cfr. Aldeeb 2016a). Puede
consultarse, en Internet, una tabla
cronológica de los exegetas citados (Aldeeb 2016b).
Es verdad que,
antes de la hégira, las llamadas al combate (yihad) no habían adquirido
todavía
el significado de «ir a la guerra», sino que se referían a la
perseverancia
frente a adversarios que se negaban a aceptar la vehemente prédica
mahomética.
Se limitaba a una lucha por mantener y propagar la propia ideología,
mientras
se iba fortaleciendo el propio grupo. Dos versículos como muestra
(aunque el
segundo de ellos suele catalogarse como posterior a la hégira):
«No obedezcas a
los descreídos y emprende contra ellos por esto un gran combate» (Corán
42/25,52).
«Quien combate no
combate más que por sí mismo. Dios es independiente de los mundos»
(Corán
85/29,6).
El llamamiento de
Mahoma a la yihad respondía al esquema mítico de una llamada divina,
para
ponerse en camino, como Moisés, hacia la Tierra prometida; o, en la
versión de
los profetas apocalípticos, hacia la toma de Jerusalén, como primer
paso para
la venida del Mesías y la subsiguiente implantación de su reino. Su
fundamento
radica en la profecía escatológica del reinado de Dios, que opera en la
historia como un proyecto cuyo objetivo mira a conquistar el mundo
entero, para
someterlo a la «religión verdadera». En la realidad fáctica, para
doblegarlo
por la fuerza bajo la suprema autoridad de la ley islámica, la saría,
constituyendo así un orden religioso-político-social hegemonizado por
el islam
(la umma), con su característica
estructura totalitaria. Dado que, según este enfoque, el mandato de la
yihad
procede de la voluntad de Dios, no puede ser discutido por nadie, sino
que
exige obediencia ciega, hasta el extremo de comprometer la propia
fortuna y
persona.
Por otra parte, la consabida y
sagazmente aducida distinción entre la «yihad mayor» (que sería el
esfuerzo
espiritual) y la «yihad menor» (que sería la guerra), atribuida a
Mahoma, no es
auténtica, porque no se menciona hasta varios siglos después, con base
en un
hadiz poco fiable, del siglo X. Por tanto, no pasa de ser un ardid
propagandístico, apologético y mendaz, destinado a levantar una cortina
de
humo. Pero, incluso si se admitiera, esa distinción es irrelevante,
porque el
objetivo de ambas es exactamente el mismo. Más aún, la «yihad mayor»
(el esfuerzo
personal) consiste, en su más alta expresión, en remover los obstáculos
que uno
experimenta para entregarse decididamente a la «yihad menor» (la guerra
por todos
los medios hasta el triunfo de la causa). Por lo demás, si la yihad
fuera una
lucha «espiritual», ¿por qué se dice que los ciegos, cojos y enfermos
están
exentos? (Corán 111/48,17).
La conclusión
lógica es que la fe islámica impone al creyente y a la comunidad
muslime el
deber fundamental que es la yihad,
tanto para defender como para propagar el islamismo por todo el orbe.
Tal es el
eje en torno al cual gira la moral coránica respecto a uno mismo, a los
otros
creyentes musulmanes y a los descreídos.
Aunque escuchamos
a menudo negarlo con aplomo, por ignorancia o cinismo, todo buen
musulmán tiene
la obligación religiosa y política, estipulada por su Dios en el Corán,
de
odiar, atacar y someter a los que no creen en el islamismo. La
categoría de los
«descreídos» o infieles alude a todos los que no están sometidos al
islam. La
yihad, en cuanto militarización mesiánica, tiene como cometido
derrotar y
humillar a esos no musulmanes, siguiendo el ejemplo del profeta del
islam, como
hicieron sus continuadores. En el caso especial de los judíos,
cristianos y
zoroástricos también se les conmina a convertirse; de lo contrario,
se les
impone onerosas condiciones como dimmíes;
por ejemplo, aparte de la contribución territorial en especie (jaraŷ),
tienen que pagar un impuesto de capitación en metálico (yizia).
Si en
algún momento transgredían el estatuto de dimmitud, recaían en la
categoría
de infieles sin derecho alguno.
Lo único que se
ha discutido, siempre dentro de las líneas trazadas por el Corán y el
derecho
islámico, es la casuística de quién está autorizado para decidir y
declarar
formalmente la yihad. El Corán
no
especifica a quién se confiere esa autoridad, si es la umma, o
el
califa, o cada musulmán particular. En el texto coránico, la obligación
aparece
dirigida genéricamente a los «creyentes», sin especificar.
En
contra de
lo que algunos interpretan, los yihadistas combatientes por el islam
no son
nihilistas, sino musulmanes ejemplares, que viven intensamente un
mito
religioso-político, apocalíptico y de carácter violento,
consustancialmente
islámico, porque tiene su fuente en el Corán.
La lucha de la
yihad es poliédrica, se despliega mediante toda clase de actividades
tendentes
al fortalecimiento y expansión del orden islámico. Su culminación es
necesariamente de carácter militar: el enfrentamiento armado, la
derrota de los
no islámicos, la conquista, la apropiación de sus países, la dimmitud,
la
esclavitud, el asesinato de los oponentes y el establecimiento de la
supremacía
mahomista. Su imprescriptible finalidad milenarista mira a la
destrucción de
toda otra cultura y religión, a la islamización del mundo, bajo el
imperialismo
teocrático de la ley islámica.
Tratemos
de
comprender, aunque nos parezca y sea una aberración, que, para el Corán
y, por
tanto, para los buenos musulmanes, el culmen de la espiritualidad es
entregarse
a la guerra contra los no musulmanes, categorizados como enemigos de
(su) Dios.
Por eso, los que no anteponen la yihad a todos los bienes de su vida
son gente
perversa, según el Corán:
«Si
amáis a
vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestras esposas,
vuestra
tribu, las fortunas que habéis adquirido, un negocio cuyo mal resultado
teméis,
y las viviendas que os gustan más que a Dios, su enviado y el combate
en su
camino, entonces aguardad hasta que Dios venga a poner orden. Dios no
dirige a
las gentes perversas» (Corán 113/9,24).
La yihad es
guerrera, o no es nada. Las demás dimensiones son suplementarias, están
en
función de la victoria que, al final, solo se obtiene manu militari.
La
doctrina del recurso a la violencia, de origen mesiánico-milenarista,
es
esencial y consustancial en la religión islámica, para su propagación y
mantenimiento. Se ejerce hacia fuera, pero también hacia dentro. La
contienda
intestina por el poder fue estructural desde los orígenes: el mismo
fundador
quizá murió envenenado por una conjura de los suyos (cfr. Lammens
1910). Los
once primeros califas todos murieron asesinados por correligionarios.
En síntesis, la
yihad posee una doble cara: el anverso significa la guerra, que ha sido
ampliamente sacralizada. El reverso concita múltiples facetas de acción
en
favor de la concepción islámica del mundo y del poder musulmán. En
cierto modo,
la idea de yihad se corresponde con lo que el marxismo denomina «lucha
de
clases», y se traduciría bien por la palabra alemana Kampf, en
la obra Mein
Kampf, de Adolf Hitler. A todos ellos: el fin, por justo que sea,
no
justifica los medios injustos.
El planteamiento
coránico sobre la yihad fue evolucionando, a medida que cambiaba la
situación,
si bien estuvo siempre concebida como una guerra fundada
teológicamente,
diseñada hacía mucho tiempo por el nazarenismo en sus belicosos mitos
mesiánicos y milenaristas. Cuando se sigue la pista a través de las
suras en
orden cronológico, se descubre cómo va variando la posición de Mahoma
con
respecto al significado concreto de la yihad. Sami Aldeeb nos hace ver
que se
suceden cuatro etapas (cfr. Aldeeb 2016: 9-17):
1ª fase. Se prohíbe responder a
la agresión.
Durante los primeros tiempos, en La Meca, Mahoma era solo alguien que
predica,
anuncia y advierte:
«No nos incumbe
más que la transmisión clara» (Corán 41/36,17).
«Repele la maldad
de la mejor manera» (Corán 74/23,96).
2ª fase. Se permite responder a
la agresión, una
vez que en Yatrib (Medina) Mahoma fue organizando una estructura
política y
militar de poder:
«Se da
autorización a quienes son atacados [para combatir], porque han sido
oprimidos.
Dios es poderoso para auxiliarlos. A los que han sido expulsados de sus
hogares
sin derecho, simplemente por haber dicho: ‘Dios es nuestro Señor’»
(Corán
103/22,39-40).
3ª fase. Es un deber responder a
la agresión.
Cuando el poder de Mahoma y sus seguidores fue adquiriendo fuerza,
según el
Corán, se les ordena combatir a quienes los agreden:
«Combatid en el
camino de Dios contra los que combaten contra vosotros, y no
transgredáis. Dios
no ama a los transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con
ellos, y
expulsadlos de donde os hayan expulsado» (Corán 87/2,190-191).
«Se os ha
prescrito el combate, aunque sea repugnante para vosotros. Quizá algo
os
repugna, cuando es mejor para vosotros. Y quizá os gusta algo, cuando
es un mal
para vosotros. Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis» (Corán
87/2,216).
4ª fase. Es un derecho, incluso
un deber, iniciar la
guerra. Una vez consolidado el poderío militar, Mahoma bendice y da
el paso
a la guerra ofensiva. El Corán otorga a los musulmanes el derecho, e
incluso el
deber, de tomar la iniciativa para la guerra. Así, la yihad se vuelve
imperativa en cuatro supuestos netamente establecidos:
– Primer
supuesto. La yihad contra los apóstatas.
Son «guerras de apostasía» (hurub
al-riddad), contra quienes, habiendo sido musulmanes, abandonan el
islam.
Por este acto, el derecho islámico castiga al apóstata con la pena de
muerte.
– Segundo
supuesto. La yihad contra los rebeldes
(bughat). Se refiere a los diversos
conflictos internos que surgen entre unos musulmanes y otros. En tal
caso:
«Si dos grupos de
creyentes combaten uno contra otro, haced la reconciliación entre
ellos. Si uno
de ellos abusa del otro, combatid contra el grupo que abusa, hasta que
vuelva
al orden de Dios. Si vuelve, entonces haced la reconciliación entre
ellos con
justicia» (Corán 106/49,9).
También puede
darse el caso de colectivos que se muestran refractarios
o insumisos y se sublevan, como hipócritas, desde dentro de la
sociedad
musulmana:
«La retribución
de los que guerrean contra Dios y su enviado, y los que se dedican a
corromper
en la tierra, es que sean matados, o crucificados, o que se les corten
las
manos y los pies opuestos, o que sean desterrados del país. Tendrán
esto como
ignominia en esta vida. Y en la otra vida tendrán un gran castigo.
Salvo los
que se arrepientan antes de caer en vuestro poder» (Corán 112/5,33-34).
«Malditos. Donde
se los encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán
90/33,61).
– Tercer
supuesto. La yihad contra los países
de infieles, o no musulmanes.
Es un deber tomar la iniciativa para la yihad, con la perspectiva de la
islamización mundial, contra las sociedades que los alfaquíes denominan
«tierra
de la guerra» (dar al-harb) o «tierra
del descreimiento» (dar al-kufr), en
contraposición a la «tierra de la sumisión» (dar al-islam).
Es obligatorio llevar adelante la guerra contra los
no musulmanes y, si fue necesario acordar una tregua, esta es siempre
limitada
en el tiempo. Está mandado reiniciar la guerra tan pronto como expire
el plazo:
«Anuncio a los
humanos, de parte de Dios y su enviado, en el día de la peregrinación
mayor: ‘Dios
y su enviado se desentienden de los asociadores. Si os arrepentís, eso
es mejor
para vosotros. Pero, si volvéis la espalda, sabed que no podréis
desafiar a
Dios’. Anuncia un castigo doloroso a los que han descreído. (…) Una vez
que transcurran
los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde os enfrentéis
con
ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por todas partes»
(Corán
113/9,3 y 5).
«Combatid contra
ellos. Dios los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia,
os
auxiliará contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán
113/9,14).
– Cuarto
supuesto. La yihad contra la subversión
(fitna), que originalmente designaba
la resistencia de algunas tribus árabes o beduinas a someterse al islam
y que
generó la guerra civil tras la muerte de Mahoma. Según el Corán, hay
que
doblegar esa resistencia y exterminar sin piedad a los subversivos:
«Matadlos allí
donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan
expulsado. La
subversión es más grave que matar. (…) Si combaten contra vosotros,
entonces
matadlos. Esa es la retribución de los descreídos» (Corán 87/2,191).
«Te preguntan
sobre el mes prohibido: ‘¿Hay combate?’ Di: ‘El combate en él es un
gran
pecado. Pero el hecho de apartarse del camino de Dios, y descreer en
él,
[apartarse] del santuario prohibido y de expulsar de él a sus gentes,
es un
pecado más grande ante Dios. Y la subversión es un pecado más grande
que matar’»
(Corán 87/2,217).
«Capturadlos y
matadlos allí donde os enfrentéis con ellos» (Corán 92/4,91).
Al final de estas
fases de evolución, los capítulos poshegíricos del Corán, que aportan
las
aleyas abrogantes prescriben «el combate en el camino de Dios». Estas
poseen
vigencia definitiva, anulando cualquier aleya previa en sentido
contrario
(Corán 87/2,190; 92/4,74.76.95; 106/49,15; 109/61,11; 112/5,35;
113/9,41;
113/9,111;). Ya sabemos que ese «camino de Dios» es una expresión
técnica para
referirse a la lucha armada mesiánica y milenarista, la yihad que debe
emprenderse contra los malos musulmanes y los no musulmanes. Ese camino
se
juzga tan «santo» que, en él, es legítimo agredir, matar y morir por la
fe
islámica. Y al que muere matando se le llama «mártir». Porque Dios ama
a los
que matan por su causa (Corán 88/8,15-17; 95/47,3-4; 109/61,4; 113/9,5;
113/9,123).
Hay exegetas
musulmanes, sobre todo chiíes, que consideran la yihad como sexto pilar
del
islam. Parece más exacto decir que, examinada la evolución de Mahoma y
del Corán,
la yihad, en el sentido beligerante, acabó constituyéndose como el
fundamento
sobre el que se cimenta todo el edificio de la religión islámica, y
como el
principio de organización que estructura toda la práctica de la
comunidad
muslime.
El mandato coránico de la yihad se inscribe
en el
marco previo de una visión dicotómica del mundo, un panorama donde los
seguidores de Mahoma se conciben a sí mismos en confrontación total con
todos
los demás, y contra ellos se declaran en estado de guerra. El
deber de la yihad está instituido, a la vez, como un dogma teológico,
una
doctrina ética y un precepto legal, que quedó establecido y codificado
por las
escuelas de jurisprudencia en el derecho islámico. Como escribe un
historiador
de la Edad Media:
«La yihad,
concepto que se fue perfilando en el contexto de una ideología de
agresión cuyo
objetivo último es el dominio del mundo, divide a los pueblos en dos
grupos
irreconciliables: los musulmanes, habitantes de dar al-islam,
países
sometidos a la ley islámica; y los infieles, habitantes de dar
al-harb o
países de la guerra, los cuales están destinados a pasar bajo el
dominio
islámico, bien por la conversión de sus habitantes, bien por la
conquista
armada. Como la comunidad islámica es la única legítima beneficiaria de
los
bienes creados por Alá, la yihad es el medio por el que se produce la
restitución a sus legítimos propietarios de los bienes que los infieles
poseen
ilegalmente» (Sánchez Saus 2016: 147).
La yihad determina la
concepción del mundo
que rige para los musulmanes sus tensas relaciones con los no
musulmanes.
Implica, como se ha señalado, una visión del mundo escindido en dos
partes
antagónicas, que ellos llaman los países del territorio
del islam y los del territorio
de la guerra. Cuando el impulso de conquista se frenó, elaboraron
la noción
fronteriza del territorio de la tregua,
que permite firmar pactos con aquellos a los que no se puede derrotar,
con el
convencimiento de que eso cumple solo una función táctica, por tiempo
limitado,
y que cualquier tregua podrá romperse, a imitación de lo que en su día
hizo
Mahoma.
La yihad
comporta, pues, un proyecto político, cuyo objetivo final tiende, como
he
repetido, a imponer la supremacía del sistema islámico a escala global,
porque
los musulmanes sustentan la creencia de que Dios les ha otorgado a
ellos el
derecho a someter o destruir las demás religiones y civilizaciones. De
ahí que,
en última instancia, la yihad se concrete en estrategias de lucha en
todos los
planos y de guerra en todos los frentes, contra todos aquellos que se
resistan
a los planes del islamismo.
El ejercicio
ordinario de la yihad se pone en práctica, siempre que resulte posible,
como
hostigamiento y debilitamiento de los otros, tachados como enemigos. No
se
desviará del camino y la meta que fija el Corán, hasta lograr su
derrota y
completo sometimiento. Desde esta perspectiva, se computa como buena
obra todo
lo que socave el orden social no musulmán, proporcione parcelas de
poder, abata
y esclavice a los descreídos, haga avanzar el sistema de dimmitud, introduciendo
sus normas en las sociedades occidentales.
En resumen, forma
parte de la yihad todo tipo de acciones que favorezcan la preeminencia
de la umma frente a los no musulmanes, todo lo
que ayude a dar pasos para la implantación parcial o total de la ley
islámica.
El imperio de esta ley es el fin; la violencia yihadista es el medio. A
la
larga, el proceso de la yihad, como ocurrió en la Hispania visigoda
mutada en
Al-Ándalus, propende implacablemente a 1) la orientalización
del orden social y las costumbres, 2) la arabización
lingüística y 3) la islamización religiosa (cfr.
Sánchez
Saus 2016).
El esquema
mesiánico-milenarista, procedente de la enseñanza del mesianismo
nazareno,
inspirado en Moisés y Josué, proporciona el modelo del éxodo hacia la
Tierra
prometida. Así, desde tiempos de la hégira y durante el siglo
siguiente, la
designación más específica que se
emplea para los seguidores más esforzados de Mahoma, que cuenta con
fundamento
histórico, es la que los denomina «emigrados», muhāŷirūn
(en árabe), que quiere decir «los de la hégira». En
efecto, el vocablo procede de la misma raíz que la palabra
hégira (haŷŷ). La
hégira había sido el preludio de
la yihad. Para el islamismo, la migración preludia la conquista. La
«inmigración»
acabó designando la invasión con vistas a la guerra de conquista. Así
lo
atestigua el Corán, cuando llama «emigrados» a las huestes del profeta
armado. Los emigrados eran los protagonistas de la
yihad, los que habían salido de sus hogares para seguir a Mahoma en sus
batallas contra los romanos de oriente, conocidos también como
bizantinos.
En el Corán, el verbo «emigrar» y derivados
se contabiliza 24 veces; de
ellas, 21 en los capítulos posteriores a la hégira. El significado más
inmediato denota el salir de la propia tierra, pero esto se complementa
diciendo que emigran «en el camino de Dios». De este modo, se connota
que
semejante emigración, conforme a la religión de Mahoma, posee
un sentido
bélico y mesiánico. Los emigrados representan los mayores héroes del
Corán.
«Los
que han creído, y los que han emigrado y
combatido en el camino de Dios, esos esperan la misericordia de Dios»
(Corán
87/2,218).
«Los que han emigrado en el camino de Dios, y
luego han sido matados, o
han muerto, Dios les adjudicará una buena recompensa» (Corán 103/22,58).
Estos emigrados árabes que componen
los ejércitos de Mahoma no van
solos, sino que marchan al combate en alianza con sus correligionarios
de
entonces, y más tarde borrados del texto casi del todo, los judíos
nazarenos,
considerados como auxiliares. El término aparece al menos seis
veces,
con una acepción que cabe traducir por «tropas auxiliares».
«Los primeros precursores entre los emigrados
y los auxiliares, y
los que los han seguido con buena voluntad, Dios los ha aceptado, y
ellos lo
han aceptado. Él ha preparado para ellos jardines bajo los que correrán
arroyos, donde estarán eternamente» (Corán 113/9,100).
«Dios se ha vuelto al profeta, a los
emigrados y a los auxiliares
que lo siguieron en un momento de contrariedad, después de que los
corazones de
un grupo entre ellos estuvieron a punto de desviarse» (Corán 113/9,117).
Parece incuestionable cuál es el camino y el
destino al que conduce la
religión coránica: el camino recto de la obediencia a Mahoma como jefe
de los
creyentes. Por ese camino suspiran los creyentes en el rezo. Por ese
camino
entregan su fortuna y sus personas. No se trata de una lucha
metafórica, sino
literalmente del uso de las armas para la defensa y la agresión.
Leamos unas cuantas citas coránicas que
convocan a esta yihad, entendida
como encarnizada lucha, espada en mano, en la que se da una mezcla
explosiva de
intensa religiosidad y atroz violencia:
«Combatid en el camino de Dios» (Corán
87/2,244).
«¡Profeta! Incita a los creyentes al combate.
Si hay entre vosotros
veinte que aguanten, vencerán a doscientos. Y si hay entre vosotros
cien,
vencerán a mil de los descreídos» (Corán 88/8,65).
«Si sois matados en el camino de Dios, o si
morís, un perdón y una
misericordia de parte de Dios son mejor que lo que ellos acumulan»
(Corán
89/3,157).
«No pienses que los que han sido matados en
el camino de Dios estén
muertos. Están más bien vivos junto a su Señor, recibiendo su
recompensa»
(Corán 89/3,169).
Está claro que, para el Corán, «el camino de
Dios» designa la guerra
milenarista contra todos los que no quieran sumarse a la causa. El
sintagma «en
el camino de Dios» indica inequívocamente la guerra (70 veces).
En
concreto, y en el contexto de la crisis desencadenada por la hégira, el
léxico
habla de combatir, luchar, gastar, emigrar, movilizarse, ser matados o
damnificados, siempre especificando en el camino de Dios. En
cambio, de
los que no creen se dice que se extravían, o extravían a otros, del
camino de
Dios (33 veces).
Por lo que respecta a las tareas de la mujer
en la yihad, parece fuera de
duda que acompañaban a las tropas, entre otras cosas como servicio de
intendencia, pues se alude a ellas como «emigradas» (Corán 89/3,195;
90/33,50;
91/60,10). Hay un breve hadiz, según Al-Bujari, en el que Mahoma les
asigna
como cometido estratégico la emigración (si bien luego se ha
entendido
como hacer la peregrinación, transfiriéndolo al plano ritual y
olvidando el
contexto original). Recordemos que haŷŷ, de donde deriva
hégira,
significa tanto peregrinar como emigrar:
«Narrado por Aisha. Yo dije: ‘¡Enviado de
Dios! Consideramos que la yihad
es la mejor acción. ¿No podríamos nosotras participar en la yihad?’ El
profeta dijo:
‘La mejor yihad (para las mujeres) es la emigración, que está aceptada
(por
Dios)’» (Al-Bujari 1997, libro 25, capítulo 4, hadiz 1520).
Al
predicar la guerra mesiánica, Mahoma la presenta como una empresa
difícil, pero
llena de ventajas que Dios promete y garantiza. Las promesas coránicas
inherentes a la yihad son la victoria y el botín, para los que combatan
y
vivan, y el paraíso de placeres eternos para los que mueran en el
combate.
Estas divinas promesas desempeñan un papel fundamental en la motivación
de los
que se lanzan a una guerra incierta:
«A los que han
emigrado, han salido de sus hogares, han sufrido daño en mi camino, han
combatido, y han sido matados, yo les borraré sus faltas, y los haré
entrar en
jardines bajo los cuales correrán arroyos, como retribución de parte de
Dios»
(Corán 89/3,195).
«No son iguales
los creyentes que se quedan en casa, a menos que tengan un impedimento,
y los
que luchan en el camino de Dios con sus fortunas y sus personas. Dios
ha
concedido a los que luchan con sus fortunas y sus personas un grado
más,
respecto a los que se quedan en casa. A cada uno ha prometido Dios el
mejor
beneficio. Pero Dios ha concedido a los que luchan, respecto a los que
se
quedan en casa, una gran recompensa» (Corán 92/4,95).
«Creed en Dios y
en su enviado, y luchad en el camino de Dios con vuestras fortunas y
vuestras
personas. Esto es mejor para vosotros. ¡Si supierais! Él os perdonará
vuestras
faltas, y os hará entrar en jardines bajo los cuales correrán arroyos,
y en
buenas viviendas en los jardines del Edén. ¡Ese es el gran éxito!»
(Corán
109/61,11-12).
«Pero el enviado
y los que han creído con él han luchado con sus fortunas y sus
personas. Estos
tendrán los beneficios, y esos son los que triunfarán. Dios les ha
preparado
jardines bajo los cuales correrán arroyos, donde estarán eternamente.
Ese es el
gran éxito» (Corán 113/9,88-89).
En prolongación
de esas divinas promesas de éxito para los combatientes, los hadices de
Mahoma,
en las colecciones de Al-Bujari y Muslim, exaltan una y otra vez los
excelentes
méritos de la yihad en cuanto guerra para extender la dominación del
islam: no
hay mayor devoción que salir a batallar, dispuestos a matar y a morir
por la
causa, en el camino de Dios (cfr. Muslim 2007, XVII, 4626).
Está
meridianamente claro que la yihad tiene un sentido religioso y militar:
llama a combatir en el camino de Dios,
es decir, por la causa del reino de Dios
entendida conforme al modelo mesiánico-milenarista de ciertos profetas
y de la
secta nazarena. Cuando, en ciertas circunstancias, se habla de
cesar el
combate, no hay que dejarse engañar: hay que observar cómo se precisa
que la
condición ineludible para el «cese» del mandato de matar a los
descreídos es
que se avengan a rendir culto al Dios islámico; es decir, la guerra
solo cesará
cuando acepten hacerse musulmanes.
«Combatid en el
camino de Dios contra los que combaten contra vosotros, y no
transgredáis. Dios
no ama a los transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con
ellos, y
expulsadlos de donde os hayan expulsado. La subversión es más grave que
matar.
Pero no combatáis contra ellos junto al santuario prohibido, antes de
que ellos
os combatan allí. Si combaten contra vosotros, entonces matadlos. Esa
es la
retribución de los descreídos. Pero si se abstienen, Dios es
indulgente,
misericordioso. Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión,
y que
la religión pertenezca a Dios. Si se abstienen, no habrá ninguna
agresión,
salvo contra los opresores» (Corán 87/2,190-193).
Aleyas como esta
última son contundentes y, sin embargo, vemos hoy frecuentemente cómo
se
intenta disimular. Incluso musulmanes subjetivamente bienintencionados
encubren
el significado, distorsionando la traducción, de modo que parezca nada
menos
que una afirmación de la libertad religiosa. Así lo hace la Comunidad
Internacional Ahmadía, en su traducción española del Corán: «Y luchad
contra
ellos hasta que cese la persecución, y se
profese libremente la religión de Alá. Pero si desisten, recordad
que no se
permite hostilidad alguna excepto contra los agresores» (Tahir Ahmad
1988).
Otras versiones no andan con tantos subterfugios: «Y combatidles hasta
terminar
con la idolatría y que prevalezca la religión de Dios. Pero, si se
convierten
no habrá más agresión sino contra los inicuos» (Castellanos y Abboud
1952).
La
misión de combatir contra los «descreídos» no caduca, es perpetua:
hasta que no
quede más religión que la del Dios coránico. El objetivo de la yihad
está
diáfanamente claro y fijado en versículos como esos y como estos:
Continuemos
leyendo, a continuación, una antología de citas textuales de
versículos, en
orden cronológico, todos ellos posteriores a la hégira, donde no cesa
de
brillar el carácter belicoso de la yihad:
«Se os ha
prescrito el combate, aunque sea repugnante para vosotros. (…) Ellos,
si
pudieran, no cesarán de combatir contra vosotros hasta haceros abjurar
de vuestra
religión. Quien entre vosotros abjure de su religión y muera siendo
descreído,
sus obras habrán fracasado en la vida de acá y en la otra vida. Esos
son los
moradores del fuego. Allí estarán eternamente» Corán 87/2,216-217).
«Cuando tu Señor revela a los ángeles:
‘Yo estoy con vosotros, reconfortad, pues, a los que han creído.
Infundiré el
terror en los corazones de los que han descreído. Golpeadlos por encima
del
cuello, golpeadlos en todos los dedos’» (Corán 88/8,12).
«Si te enfrentas con ellos en la
guerra, haz huir con ellos a los que están tras ellos. Quizás
reflexionen»
(Corán 88/8,57).
«Si los hipócritas, los que tienen una
enfermedad en sus corazones y los que agitan en Medina no cesan, te
incitaremos
contra ellos, y entonces pronto dejarán de ser vecinos ahí. Malditos.
Donde se
los encuentre, serán capturados, y matados sin piedad. Es la ley de
Dios para
los antepasados. Nunca encontrarás un cambio en la ley de Dios» (Corán
90/33,60-62).
«Combate, pues,
en el camino de Dios» (Corán 92/4,84).
«Han querido que
descreáis como ellos han descreído, para que seáis iguales. No toméis
aliados
entre ellos, hasta que emigren en el camino de Dios. Si vuelven la
espalda,
capturadlos y matadlos allí donde os enfrentéis con ellos. Y no toméis
entre
ellos ni aliado ni auxiliar» (Corán 92/4,89).
«No desfallezcáis en la persecución de
esa gente. Si os afligís, ellos también se afligen como vosotros os
afligís.
Pero vosotros esperáis de Dios lo que ellos no esperan. Dios es
omnisciente,
sabio» (Corán 92/4,104).
«Porque los que han descreído han
seguido lo falso, y los que han creído han seguido la verdad de su
Señor. Así,
Dios pone sus ejemplos a los hombres. Cuando os
enfrentéis a los que han descreído, golpead en la nuca. Cuando los
hayáis
derrotado, encadenadlos fuertemente. Después de esto, una vez que
la guerra
haya terminado, o los libertáis, o pedís el rescate» (Corán 95/47,3-4).
«Di a los beduinos que quedaron atrás:
‘Se os llamará contra gentes dotadas de gran valor. Combatiréis contra
ellos, a
menos que se sometan. Si obedecéis, Dios os dará una buena recompensa.
Pero, si
volvéis la espalda, como volvisteis la espalda antes, os castigará con
un
castigo doloroso’. Dios ha aceptado a los creyentes cuando te juraban
lealtad
al pie del árbol. Él sabía lo que hay en sus corazones, hizo descender
sobre
ellos su presencia, y los recompensará con una conquista próxima, y con
mucho
botín que obtendrán» (Corán 111/48,16 y 18-19).
«Mahoma es el enviado de Dios. Los que
están con él son fuertes frente a los descreídos, misericordiosos entre
ellos»
(Corán 111/48,29).
«¡Vosotros que
habéis creído! Temed a Dios, buscad el medio de ir hacia él, y luchad
en su
camino. Quizás prosperéis» (Corán 112/5,35).
Este último
versículo, según los eruditos musulmanes clásicos y la doctrina
comúnmente
admitida, es un versículo de la espada,
que, por sí solo, ha abrogado más de cien versículos anteriores, que
recomendaban paz y tolerancia, o ponían límites a la guerra. No
obstante, hay
varios otros que se consideran también versículos de la espada: Corán
87/2,193;
113/9,29; 113/9,36; 113/9,41. El Corán y la exégesis tradicional
desmienten a
todos esos maquilladores que intentan ocultar el hecho innegable de que
la fe
islámica se puede y se debe imponer por la fuerza. En los «versículos
de la
espada» reside la clave de interpretación de todo el Corán y el islam.
«¿No combatiréis
contra gentes que han abjurado de su juramento, han querido expulsar al
enviado, y han iniciado el combate contra vosotros la primera vez? ¿Les
teméis?
Pues bien, Dios tiene más derecho a que lo temáis. Si fuerais creyentes.
Combatid contra
ellos. Dios los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia,
os
auxiliará contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán
113/9,13-14).
«¡Vosotros que
habéis creído! ¿Por qué, cuando se os dice ‘Movilizaos en el camino de
Dios’,
os quedáis clavados en tierra? ¿La vida de aquí os agrada más que la
otra vida?
Pero el disfrute de la vida de aquí es muy poco con respecto a la otra
vida.
Si no os
movilizáis, él os castigará con un castigo doloroso, os intercambiará
por otras
gentes distintas y no lo dañaréis en nada. Dios es todopoderoso» (Corán
113/9,38-39).
«Movilizaos, los ligeros y los pesados, y
combatid con vuestras fortunas
y vuestras personas en el camino de Dios. Esto es mejor para vosotros»
(Corán
113/9,41).
«Creed en Dios y
luchad junto a su enviado» (Corán 113/9,86).
Este arsenal de
citas con una significación bélica y religiosa deja sobrada constancia
del
espíritu agresivo contenido en el Corán, donde es
concluyente que la matanza de no musulmanes, en aras de la yihad,
constituye un sacrificio agradable a Dios, al Dios del islam (tal como
analizamos en el capítulo sobre los sacrificios). Uno se
pregunta qué Corán habrán leído esos ilustres
desnortados
que niegan las evidencias y se empeñan en desmentir el carácter
violento de la
religión islámica.
Además, el mismo
tema e idéntico significado se amplifican en la tradición canónica de
Mahoma. Tanto
los hadices de Al-Bujari como los de Muslim, destacan la exigencia de
que los
musulmanes han de estar disponibles para ir a la guerra. Y esta es
esencial
para acceder al paraíso:
«Si te llaman a la
yihad, acude inmediatamente» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1,
hadiz 2783).
«Sabed que el
paraíso está bajo las sombras de las espadas» (Al-Bujari 1997, libro
56, capítulo
22, hadiz 2818).
«Narrado por Abu
Bakr Ibn Abdullah Ibn Qais, de su padre. El enviado de Dios dijo: ‘Las
puertas
del paraíso están bajo las sombras de las espadas’» (Muslim 2007, El
libro del
gobierno, capítulo 41, hadiz 4916).
Conferir al
llamamiento de Mahoma la categoría de llamada de Dios aportó la
coartada
perfecta, el gran camuflaje: utiliza una legitimación teológica para
justificar
la infiltración, la invasión, la agresión contra otros países, el
sometimiento
en el que se concreta finalmente la realización efectiva de la yihad.
Al
divinizar la propia causa, los creyentes se sienten investidos con
todos los
derechos sobre los no creyentes, incluido el mentir, matar y robar, y
apoderarse del mundo entero como botín, todo, según creen, en nombre de
su Dios
y con su bendición.
Aunque hacer la
yihad equivale de ordinario a guerrear contra los no musulmanes, no se
limitó a
eso. Desde el principio, hubo también una yihad interna, desencadenada
entre
los mismos árabes musulmanes. Se la llamó fitna, insurrección,
subversión, sedición. Es alusiva a la guerra civil, que estalló apenas
muerto
Mahoma. Y se desencadenó de nuevo en 680-692, y en 744-747. Después
rebrotó
muchas veces a lo largo de la historia, como represión de musulmanes
rebeldes y
como guerra civil entre musulmanes. La encontramos presagiada en una
aleya ya
citada (Corán 106/49,9), que también exhorta a la reconciliación,
puesto que,
en principio, unos y otros son musulmanes.
Para hacerse una
idea de las inmensas repercusiones de la doctrina de la yihad a lo
largo de los
siglos, conviene buscar alguna historia de la yihad. Pueden consultarse
algunos
de los numerosos sitios que existen en Internet. Por ejemplo:
Mahoma se
entendió bien con los judíos nazarenos, que habían sido sus mentores.
Luego, al
parecer, Mahoma creyó que con su predicación mesiánica iba a atraer a
la causa
a los judíos rabínicos y, quizá, a los cristianos miafisitas. Pero
quedó
decepcionado. En muchos pasajes coránicos, los recrimina, y acaba
mirándolos
como poco fiables y hasta como enemigos. Desde entonces, los creyentes
mahometanos tienen la taxativa obligación de rehuir toda alianza con
ellos y,
llegado el caso, rechazar incluso a los parientes más cercanos, si no
son
fieles musulmanes.
«¡Vosotros que
habéis creído! No toméis a mi enemigo y vuestro enemigo como aliados.
¿Les
mostráis afecto, cuando ellos han descreído en la verdad que os ha
llegado?»
(Corán 91/60,1).
«¡Vosotros que
habéis creído! No toméis a los descreídos como aliados, sino a los
creyentes»
(Corán 92/4,144).
«¡Vosotros que
habéis creído! No toméis a los judíos y los cristianos como aliados.
Ellos son
aliados unos de otros. Quien entre vosotros se alíe con ellos es de
ellos. Dios
no dirige a gentes opresoras» (Corán 112/5,51).
«¡Vosotros que
habéis creído! No toméis como aliados a los que toman vuestra religión
por
ridículo y juego, entre aquellos a los que se dio el libro antes que a
vosotros, ni a los descreídos» (Corán 112/5,57).
«¡Vosotros que
habéis creído! No toméis a vuestros padres y vuestros hermanos como
aliados, si
ellos han preferido la descreencia a la fe. Quien entre vosotros se
alíe con
ellos, esos son los opresores» (Corán 113/9,23).
Las consecuencias que se extraen de esta
doctrina es que no se permite a
los musulmanes aliarse, al menos de forma duradera, con los que no son
musulmanes. Con ellos, existirá una enemistad perpetua, por descreídos
y
opresores, y contra ellos debe ir el combate de los creyentes.
La yihad significa eminentemente un
comportamiento
militar y bélico, pero no se reduce a eso, sino que engloba todo tipo
de
actuaciones que promuevan la lucha en cualquier otro plano de las
relaciones
sociales, económicas, políticas e ideológicas. Sus objetivos estriban
en promocionar
los intereses de la umma islámica y allanar el camino a la
gradual
implantación de la ley islámica, mediante toda clase de apologías y
ditirambos
acerca de un islam que nunca existió. Y al mismo tiempo, llevar a cabo
una
labor de zapa con vistas a la destrucción de las otras culturas y
civilizaciones, como el Corán manda, erosionando, debilitando,
atacando,
infiltrando, desarmando, empleando las mil y una argucias, y astucias,
destinadas a cohonestar lo que, en el fondo, no es más que agitación y
propaganda.
A la yihad de guante
blanco le llaman yihad cultural. Pero, si no es posible seducir, aún
será posible sobornar, chantajear, amedrentar y aterrorizar. La yihad
cultural
presenta dos aspectos, constructivo y destructivo. El primero busca
construir
una mentalidad de sumisión al sistema islámico. El segundo se esfuerza
por
destrozar las creaciones culturales de los sistemas socioculturales
distintos
del islam.
Cuando se canta la gloria y el esplendor de
la civilización musulmana,
rara vez se profundiza en la situación que soportaban las mujeres, los
esclavos, los dimmíes, los cautivos de guerra; se escamotean las
agresiones
imperiales, las atrocidades inherentes al orden jurídico islámico y
legitimadas
por él, el fanatismo incentivado por la ilusión de poseer la verdad
absoluta.
Por citar solo algunos episodios significativos de la historia de las
devastaciones perpetradas por la yihad cultural, siempre de la mano de
la yihad
militar, recordemos la emblemática destrucción de grandes bibliotecas
de la
antigüedad, que no fueron las únicas ni las últimas reducidas a ceniza.
En
la yihad, no solo perecen personas, sino que se queman libros.
Desde tiempos del
califa Omar (asesinado en 644), la destrucción o el incendio de grandes
bibliotecas entró a formar parte del estilo de expansión e implantación
imperial del islamismo. Durante su mandato, como general y luego como
califa,
sus ejércitos sarracenos llevaron a cabo: en el año 637, la destrucción
de la
biblioteca de Ctesifonte, la más importante del Imperio persa sasánida.
En 638,
la destrucción de la biblioteca de la Academia de Gondeshapur, también
en la
Persia sasánida. Hacia 640, la destrucción de la biblioteca de Cesarea
Marítima, en Palestina, que contenía la mayor colección de libros
cristianos de
la época. En 641, la destrucción de la gran biblioteca de Alejandría,
durante
la campaña de invasión de Egipto.
Por supuesto, esa
bárbara práctica no es exclusiva del islam, pero se perfila como una
señal
inequívoca de una propensión intolerante y sectaria, que data de sus
mismos
orígenes. Hubo excepciones, es evidente, pero no justifican la
idealización
beatífica del amor del islamismo por la ciencia. Recordemos otros
cuantos hitos
históricos, exponentes de un amor demasiado «ardiente» por el saber y
los
libros:
– 878
Destrucción de la biblioteca de Siracusa.
– 911
Destrucción de la biblioteca de Turín.
– 980
Destrucción de la biblioteca califal de Córdoba, incendiada por
Almanzor.
– 1174
Destrucción de la biblioteca fatimí de El Cairo, por Saladino.
– 1199
Destrucción de la inmensa biblioteca del monasterio budista de Nalanda,
en la
invasión de India.
– 1453
Destrucción y desaparición física de la biblioteca imperial de
Constantinopla.
– 2014
Destrucción parcial de la biblioteca Ahmed-Baba, en Tombuctú, Mali.
El falaz argumento de la
‘religión de la
verdad’
Con anterioridad
a la hégira, las suras coránicas nunca usan la expresión «religión
verdadera»,
sino que hablan de «religión elevada» o recta, que correspondía a un
monoteísmo
básicamente bíblico y más bien genérico, que se identificaba con la
religión de
los antepasados que fueron rectos ante Dios: Abrahán, Isaac y Jacob
(Corán
53/12,40; 55/6,161; 84/30,30; 84/30,43). Se repite una sola vez tras la
hégira:
«Pero no se les
ha ordenado más que adorar a Dios, dedicándole la religión, siendo
rectos,
cumplir el rezo y dar el tributo. Esa es la religión elevada» (Corán
100/98,5).
Es en el período
de Medina, tras la hégira, cuando se introduce el concepto de «religión
de la
verdad» (4 veces), utilizada en exclusiva para caracterizar la presunta
preeminencia del movimiento de Mahoma:
«Es él quien ha
enviado a su enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin
de que
la haga prevalecer sobre toda otra religión. Aunque repugne a los
asociadores» (Corán
109/61,9).
«Es él quien ha
enviado a su enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin
de que
la haga prevalecer sobre todas las religiones. Dios basta como testigo»
(Corán
111/48,28).
El Corán presenta
el islam como la única «religión verdadera», que habría sido dada a la
humanidad desde sus orígenes (Corán 84/30,30). Fue la misma que profesó
Abrahán. Luego, pretendidamente, habría sido alterada por judíos y
cristianos,
hasta que, por fin, advino Mahoma para repristinarla. El corolario de
esta
historia mítica es que el islam constituiría el único sistema que tiene
derechos, por ser la religión verdadera, la religión de Abrahán (Corán
70/16,123), la religión de Dios (Corán 89/3,19; 89/3,83; 114/110,2), la
religión perfecta (Corán 112/5,3). En consecuencia, la tolerancia hacia
las
demás religiones monoteístas, que parece desprenderse de algunas aleyas
(Corán
18/109,6; 112/5,82), resulta ambigua y paulatinamente se va decantando
hacia la
condena y hasta la persecución frontal. La presunta «religión de
Abrahán»
(Corán 87/2,135), un Abrahán musulmanizado, se contrapone a la de los
judíos,
que han incurrido en la ira de Dios, y a la de los cristianos, que
andan
descarriados (Corán 5/1,7).
Para justificar
la guerra desatada, había ahí un argumento ideológico formidable:
puesto que la
de Mahoma es la religión de la verdad, la verdad tiene derecho a
imponerse, aun
por la fuerza, máxime cuando lo manda el mismo Dios. En realidad, el
contenido
de esa verdad no se basa más que en la palabra de Mahoma, y su
demostración no
se apoya en la razón, ni en la revelación, sino en el filo de las
espadas de la
yihad.
El islam
naciente, al considerarse como única religión verdadera, confirió a los
sarracenos la misión mesiánica de conquistar el mundo entero. Mahoma y
sus
seguidores obraron con el convencimiento de que para ellos era legítimo
acosar
y asesinar a los descreídos, acusados de ser enemigos de Dios por
resistir al
profeta de Alá. Desde entonces, los musulmanes están convencidos de que
ese
tipo de agresiones constituye para ellos un deber moral. No se trata de
ningún
radicalismo yihadista. Es la doctrina coránica y tradicional, que ve en
la
yihad el ápice de la perfección ética y política. Así lo han sostenido
todas
las escuelas musulmanas, desde la edad media hasta hoy.
Desde esta
perspectiva, no es de extrañar que la dogmática islámica prohíba a los
musulmanes la integración en cualquier sociedad no musulmana, por
principio
considerada inferior y depravada; lo mismo que impide la integración
del no
musulmán en la sociedad islámica, manteniéndolo siempre en situación
jurídica y
moral de humillación (la dimmitud). Porque ya está escrito:
«Dios no
permitirá que los descreídos prevalezcan sobre los creyentes» (Corán
92/4,141).
Ese estatus imaginario de superioridad se apoya en esta aleya coránica:
«Hoy he
perfeccionado para vosotros vuestra religión, he completado mi gracia
para con
vosotros, y he aprobado el islam como religión para vosotros» (Corán
112/5,3).
La tradición
musulmana más clásica recoge esa creencia, esa autoconciencia. Y así
fue
defendida sin fisura, por ejemplo, por el filósofo cordobés Averroes,
defensor
de la yihad, quien, en un sermón en la mezquita mayor de Córdoba,
llamaba a la
guerra santa contra los reinos cristianos del norte (cfr. Delcambre
2010).
La misma idea la
encontramos en el gran intelectual Ibn Jaldún (1332-1406), en su Introducción
a la historia universal:
«En el islamismo,
la guerra santa es de derecho divino, porque su llamada se dirige a
todos los
hombres y debe hacer que todos abracen el credo islámico de grado o por
la
fuerza. Se ha unificado el poder espiritual y el poder temporal, a fin
de que
la fuerza de ambos se dirija a su consecución. Las otras religiones no
tienen
esa misión universal; y para ellas la guerra santa no es un precepto
religioso,
sino que solo deben hacer la guerra en propia defensa» (Ibn Jaldún
2008: 405).
De esa misma
tradición toma el relevo, entre tantos otros ideólogos del islamismo
contemporáneo, Hasan Al-Banna (1906-1949), el fundador de los Hermanos
Musulmanes, quien alardea de esa creencia diciendo que «está en la
naturaleza
del islam dominar, no ser dominado; imponer su ley sobre todas las
naciones y
extender su poder al planeta entero». No solo los radicales salafistas
e
islamistas de cualquier tendencia preconizan esta idea, sino que todo
musulmán
ha sido adoctrinado, desde la tierna infancia, para creérsela como una
evidencia. Las organizaciones islámicas internacionales no ocultan en
sus
estatutos que pretenden la mundialización del islamismo, la
islamización del
mundo bajo la égida de su ley.
El sistema
islámico, por tanto, imbuido de su presunta elección divina, se
atribuye a sí
mismo el derecho de conquista, y lo justifica en el plano mítico
teológico.
Como Dios les ha prometido el reino por ser la comunidad que le es
fiel, sumisa
y obediente, la conquista no hace sino restituir la tierra a sus
legítimos
dueños, los musulmanes, autorizados a arrebatársela a quienes habrían
perdido
todo derecho a poseerla, por haber negado el reconocimiento a la
religión
verdadera y al único Dios. Esto puede parecernos un delirio, pero es lo
que
piensan.
El
especioso argumento de
ser la «religión de la verdad» y, por ello,
tener derecho a la dominación, incluso por la fuerza, no pasa de ser
una
argucia, un sofisma, porque tal afirmación es gratuita, porque nadie
posee la
verdad absoluta, y porque, aun en esa hipótesis, en ningún caso se
deduce de
ella una licencia para atropellar los derechos de los demás. La
presunción de
detentar la verdad, la presunción que se arroga el derecho y el deber
de
imponerla, y la presunción de que es lícito recurrir a la fuerza suman
tres
presunciones intelectualmente irracionales, psicológicamente
patológicas y
éticamente perversas.
La
tolerancia, definida en pocas palabras, es reconocer a los demás, pese
a sus
diferencias, como sujetos con los mismos derechos que nosotros, en un
plano de
respeto e igualdad. El hecho es que este tipo de tolerancia no ha
existido
nunca en la sociedad musulmana. La palabra «tolerancia» ni siquiera
aparece en
el Corán y resulta radicalmente contraria al derecho islámico. En la
doctrina
coránica, una vez que se anotan los versículos que están abrogados,
solo queda
una radical intolerancia hacia todas las otras religiones.
El islam no solo
no es una religión de paz y tolerancia, sino que prohíbe expresamente
tales
actitudes con los no musulmanes. A la comunidad de los creyentes se le
prescribe, como voluntad de Dios, hacer la guerra a los países de los
infieles,
hasta dominarlos y conseguir que solo quede la religión de Alá. La
tregua será
siempre táctica, y no deberá durar más de diez años, según la ley
islámica.
Sobre los vencidos, si no se convierten, a lo sumo se los confina en un
estatuto de «guerra congelada»: explotación, tributos onerosos,
humillaciones
públicas, inferioridad social, inseguridad jurídica. La guerra caliente
puede y
debe activarse cada vez que el poder musulmán juzgue que se dan
condiciones
favorables. El Corán obliga.
El
esquema de
ese pensamiento es bien simple: cuando los otros son descreídos (es
decir, no
se someten), la relación con ellos debe excluir por completo la
tolerancia, la
paz, el respeto y el derecho. De acuerdo con esta perspectiva, solo
puede haber
paz y tolerancia para quienes hayan consentido hacerse musulmanes. Pero
es inaceptable que se destruyan o
avasallen otras culturas, y a eso lo llamen paz;
que se amenacen y persigan otras religiones, y a eso lo llamen
tolerancia.
Las aleyas de
presunta tolerancia que invocan algunos musulmanes están leídas desde
interpretaciones erróneas, en contradicción con el mensaje central del
Corán y
con la exégesis tradicional. Por ejemplo, hay una sura que Régis
Blachère,
traductor del Corán al francés, sitúa en el primer período de La Meca:
«Vosotros
tenéis vuestra religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/109,6).
Según
Blachère, se refiere al rechazo por parte de Mahoma de una negociación
con los
idólatras mequíes. Lo que así se afirma no es el respeto al otro, sino
que él,
Mahoma, no ha tenido ni tendrá nada en común con la religión de los
infieles.
Lo que marca es una ruptura, que constituye un primer paso para, más
adelante,
dictaminar la prevalencia absoluta del islam y la necesidad de
aniquilar la
idolatría.
Hay otra cita
socorrida, cuando se desea simular que el islamismo acepta una
pluralidad
religiosa, pues Dios habría mandado a cada pueblo su correspondiente
enviado
con su mensaje: «No hay una nación por la que no haya pasado un
advertidor»
(Corán 43/35,24). Sin embargo, esa interpretación pluralista se
desmorona tan
pronto como atendemos al texto completo y su contexto histórico:
«Tú no eres más
que un advertidor. Te hemos enviado con la verdad, como anunciador y
advertidor. No hay una nación por la que no haya pasado un advertidor»
(Corán
43/35,23-24). Para aclararnos, debemos tener en cuenta que, ahí, Mahoma
se
encuentra al principio de su actividad en La Meca, por lo que el
mensaje que
anuncia y del que advierte remitía a las escrituras de la Torá y al
Evangelio.
No había aún Corán. Con posterioridad la posición del predicador árabe
con
respecto a esas escrituras cambió, hasta rechazarlas diciendo que
habían sido
tergiversadas y falsificadas. Así, en la época previa a la hégira,
predicaba
sobre los profetas bíblicos, y se consideraba a sí mismo solo un
recordador.
Las suras de esa época nunca lo califican de profeta. Por el contrario,
años
más tarde, en el período posterior a la hégira, descalificó a todos los
otros
profetas, o se los apropió, mientras afirmaba que únicamente el islam
es la
religión verdadera.
El resultado
final es que no quedó el menor resquicio para la tolerancia hacia las
demás
religiones, en el sentido de respeto en condiciones de igualdad. Una
vez que la
revelación coránica se considera completa, se manda que las tradiciones
religiosas no monoteístas deben ser aniquiladas. Y los monoteístas
judíos y
cristianos tendrán que someterse, quedando marginados en el interior de
la
sociedad musulmana: solo sobrevivirán explotados y en estado de
humillación
social.
Tampoco hay que
dejarse embaucar por el alegato de pacifismo que supuestamente
entrañaría la
siguiente cita: «Quien mate a una persona que no ha matado a nadie, ni
ha
corrompido en la tierra, es como si matara a toda la humanidad» (Corán
112/5,32). Es necesario leer bien lo que dice el versículo: Dios se
está
dirigiendo a los antiguos israelitas. Dice el texto: «Por eso hemos
prescrito
para los hijos de Israel que quien mate a una persona…». No es un
mandato
dirigido a Mahoma y sus seguidores. Y, aunque lo fuera, bastaría con
lanzar
sobre alguien una acusación de sembrar corrupción en la tierra y así
obtener
licencia para matar. Nadie opuesto al islam podrá estar libre de
amenaza, según
lo que dicta Mahoma: la retribución de los que se oponen a Dios y su
enviado será
la tortura, la muerte o el destierro (Corán 112/5,33).
En el Corán, la
palabra «paz» aparece 46 veces. De ellas, 37 en los capítulos
antehegíricos,
pero allí casi todas como fórmula de saludo. En los capítulos
poshegíricos, se
usa en 9 ocasiones, en relación con un contexto de guerra. En cuatro de
ellas,
se refiere a los enemigos que, en la batalla, «lanzan la paz», esto es,
solicitan la paz. Y Mahoma sentencia que, si los creyentes están en
situación
de superioridad, no deben aceptarla, salvo que sea en plan de rendición
(Corán
92/4,90). Esto refuerza la idea de que la paz solamente es posible para
los que
se someten bajo el sistema del islam. En los hechos, la «paz islámica»
no pasa
de ser una ficción vacía. Más allá del disimulo, el lenguaje semiótico
del
libro es el de una religión de odio, una mitología de guerra.
Desde la hégira,
la predicación del islam (dawa) ha sido siempre,
simultáneamente, un
discurso que moviliza para la guerra, una fusión de sermón y arenga,
con el
propósito de reclutar combatientes bajo la autoridad de Mahoma y sus
sucesores.
Los textos de la
tradición de Mahoma, investidos con una autoridad poco menor que el
Corán y que
son considerados normativos por los musulmanes, recogen numerosos
dichos que
exaltan la guerra para imponer el islam. La yihad no se limita a una
lucha
metafórica o espiritual. En Al-Bujari, el 97% de las menciones de la
yihad se
refieren a la guerra, y solo el 3% a lo que podría ser una lucha
interior. Por
tanto, el significado fundamental la yihad es guerra; y el
sentido de
esfuerzo moral resulta completamente marginal. Como ejemplo, veamos
unas citas,
varias de ellas extraídas del libro 56, titulado Libro de la yihad:
«Narrado por Anas Ibn Malik. El
enviado de Dios dijo: ‘Se me ha ordenado combatir a la gente hasta que
digan: La
ilaha illallah (nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá’»
(Al-Bujari
1997, libro 8, capítulo 28, hadiz 392).
«Narrado por Ibn
Abbas. El enviado de Dios dijo: ‘No hay emigración después de la
conquista,
pero la yihad y el proyecto permanecen. Si te llaman a la yihad, acude
inmediatamente’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1, hadiz 2783).
«Narrado por
Abdullah Ibn Abu Aufa. El enviado de Dios dijo: ‘Sabed que el paraíso
está bajo
las sombras de las espadas’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 22,
hadiz
2818).
«Narrado por Abdullah Ibn Omar. El
enviado de Dios dijo: ‘Vosotros (musulmanes) lucharéis contra los
judíos hasta
que algunos de ellos se escondan detrás de las piedras. Las piedras
(los
traicionarán y) dirán: '¡Siervo de Dios! Hay un judío escondido detrás
de mí;
así que mátalo'’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 94, hadiz 2925)
«Narrado por Abu Huraira. El enviado
de Dios dijo: (…) ‘He salido victorioso con el terror (infundido en el
corazón
de los enemigos); y mientras dormía, me trajeron las llaves de los
tesoros del
mundo y las pusieron en mi mano’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capitulo
122,
hadiz 2977).
«Narrado por Al-Sab Ibn Jattama. Al
profeta (…) se le preguntó si estaba permitido atacar a los guerreros
infieles
de noche, con la probabilidad de exponer al peligro a sus mujeres y
niños. El
profeta respondió: ‘Ellos (las mujeres y los niños) son de los suyos
(de los
infieles)’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 146, hadiz 3012).
No faltan hadices que desarrollan la
justificación para los atentados terroristas, aleccionados por Alá, que
ordena
infundir el terror en el corazón de los enemigos (Corán 88/8,12;
89/3,151).
Son incontables los pasajes donde
Mahoma incita a la guerra contra todos los no musulmanes y emite
órdenes de
matar, no solo en los hadices de Al-Bujari, sino también en los de
Muslim y los
de Abu Dawud, lo mismo que en la biografía de Ibn Hisham y en el
comentario al
Corán de Al-Tabari. Este último hace gala de ello: «Matar infieles es
un tema
menor para nosotros».
La
fe islámica encierra a sus creyentes en una umma hermética, en
un sistema
del que está prohibido salir bajo pena de muerte. La religión de
Mahoma es una
cárcel y la yihad vigila las murallas. Pese a las medias verdades de
algunos
apologetas, no cabe esperar el menor reconocimiento de la libertad
religiosa o
de la libertad de conciencia en las páginas del Corán, que advierte, ya
desde
la época antehegírica:
«Quien ha
descreído en Dios después de haber creído, a no ser que haya sido
coaccionado,
mientras su corazón se reafirma en la fe… Ese que abre su pecho a la
descreencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un gran
castigo»
(Corán 70/16,106).
«Ninguna coacción
en la religión. La buena dirección se distingue del extravío. El que no
cree en
los ídolos y cree en Dios se agarra al asidero más seguro, que es
irrompible»
(Corán 87/2,256).
La primera frase
de esta última aleya, «no hay coacción en la religión», se cita
frecuentemente
para hacer creer que el Corán está a favor de la libertad religiosa,
incluso
respecto a los no musulmanes, que no serían molestados. Nada más lejos
de la
realidad (cfr. Aldeeb 2015b).
Mediante la crítica interna y por el contexto, la «religión» a la que
se hace
referencia ahí es el islam, de la que se aclara en el mismo renglón que
posee
la buena dirección y que, además, es reputada como la religión (din) por antonomasia. La interpretación
más correcta, por tanto, es que no se consiente que nadie sea
presionado para
abandonar el islamismo. Sería absurdo imaginar que ese versículo
defiende la
libertad la religión, pues, máxime en una sura posterior a la hégira,
está
mandado que al infiel no monoteísta se le conmine a convertirse el
islam bajo
pena de muerte.
Con esa misma
lógica, el derecho islámico exige que todo hijo de cristiana y musulmán
sea
obligatoriamente musulmán, también bajo amenaza de pena capital. Así
que lo que
el Corán estipula es que no se admitirá que nadie presione a un muslime
para
que cambie de religión, algo perfectamente compatible con la obligación
manifiesta de coaccionar al no musulmán para que se convierta: a los
paganos,
una vez vencidos, atenazándolos con castigos que pueden conllevar la
pérdida de
la vida o la esclavitud; a los judíos y cristianos, derrotándolos por
la fuerza
y manteniéndolos forzados bajo el régimen islámico de la dimma
(Corán 113/9,29).
Si alguien arguye
otra cosa, téngase en cuenta que el islam autoriza el disimulo y el
engaño a
los no musulmanes (Corán 89/3,28-29), conforme a la teoría de la
disimulación (cfr. Aldeeb 2015a). Pero, incluso si esa manida frase
significara respeto hacia otras religiones, no estaría en vigor, porque
estaría
abrogada por el versículo de la espada, según la opinión común de los
ulemas
musulmanes.
Algo análogo es
necesario decir de todos los versículos que enuncian alguna forma de
tolerancia, como aquel que ya he citado más arriba: «Vosotros tenéis
vuestra
religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/109,6). Significa lo
contrario de
lo que parece a primera vista. Y, en cualquier caso, el Corán postula,
finalmente, la prevalencia de la religión coránica sobre toda otra
religión
(Corán 92/4,141; 109/61,9; 111/48,28; 113/9,33, como ya hemos visto).
Todo
versículo que diga lo contrario de lo estatuido por las últimas suras
ha
quedado abrogado, abolido.
En el capítulo 12
de este libro, sobre la política islámica como régimen de teocracia,
hemos analizado
el verdadero significado de «ninguna coacción en la religión» (Corán
87/2,256),
que rechaza cualquier presión sobre un musulmán para que abandone el
islamismo.
En realidad, el musulmán no es en absoluto libre ni para abandonar su
religión,
ni para adoptar otra. Porque sería un crimen volver la espalda a la
«verdad» de
la religión refrendada por Dios. No cabe ocultar que el Corán establece
un
principio de absoluta intolerancia.
«La religión,
para Dios, es el islam» (Corán 89/3,19).
«No creáis sino
al que sigue vuestra religión. Di: ‘La dirección es la dirección de
Dios’»
(Corán 89/3,73).
«Quien busque una
religión diferente del islam, no se le consentirá, y en la otra vida
será de
los perdedores» (Corán 89/3,85).
«Los que han
descreído después de haber creído (…) Esos,
su retribución es que caerá sobre ellos
la maldición de Dios, de
los ángeles y de los humanos a la vez» (Corán 89/3,87).
Para velar por el
cumplimiento público de las normas del Corán, la tradición del profeta
y la ley
sagrada, el sistema islámico promueve la vigilancia: un régimen de
censura
sobre los comportamientos, encomendado a una policía política de la
moralidad
(la hisba). Esta represión cuenta con
un fundamento coránico, reiterado (en nueve ocasiones), en la
prescripción de
que no solo hay que cumplir los mandatos, sino hay que hacerlos cumplir:
«Que seáis entre
vosotros una nación que llama al bien, ordena lo correcto y prohíbe lo
reprobable. Esos son los que triunfan» (Corán 89/3,104).
«Los creyentes y
las creyentes son aliados unos de otros. Ordenan lo correcto, prohíben
lo
reprobable, elevan el rezo, pagan el tributo, y obedecen a Dios y a su
enviado»
(Corán 113/9,71).
Así, pues, en el
islam, ser creyente no es una decisión libre, sino una sumisión
coercitiva,
bajo la amenaza de graves penas. Ya las suras anteriores a la hégira
condenaban
a los apóstatas. Sobre aquel que abandone la fe caerá la acusación de
apostasía
y, conforme al derecho islámico, merece la pena de muerte. No se tolera
semejante pecado capital. Una vez que uno ha entrado a formar parte de
la
comunidad musulmana, ha perdido la libertad para abandonarla. Los
creyentes no
solo están vigilados socialmente, sino que muchos de ellos viven
también, quizá
sin saberlo, confinados en una cárcel mental, que les hurta la
capacidad de
pensar críticamente su propia religión.
Es
cierto que las
indagaciones que realizamos aquí muestran un
espíritu crítico con el sistema islámico. Pero defendemos que el
análisis
crítico es perfectamente legítimo, y el valor dependerá solo de los
hechos y
los argumentos aducidos. Sin embargo, a esto lo acusan de
«islamofobia».
Sabemos que esa etiqueta se diseñó, hace tiempo, para descalificar
insidiosamente cualquier opinión desfavorable al Corán, a la tradición,
a la
historia o a la política islámica.
Ahora
bien, el
planteamiento más claro sería el siguiente: el
fundamento del islam es el Corán, un libro que consideran sagrado,
perfecto e
intocable. Si este libro estipula normas contrarias a los principios
más
universales de la racionalidad, la justicia y los derechos humanos,
entonces es
innegable que ejercer el pensamiento crítico frente a tales
estipulaciones y
normas resulta una exigencia lógica para toda persona razonable. Por
tanto, si
es a la crítica razonada a lo que llaman «islamofobia», responderemos
que esa
supuesta islamofobia constituye una necesidad intelectual y una
obligación
moral.
Estas
páginas reflejan el
esfuerzo por promover un mejor
conocimiento del islam y sus fundamentos. Parece improcedente e injusto
que se
califique como «islamofobia» la información veraz y la investigación
científica
sobre las fuentes, la tradición y la historia del sistema islámico.
La
realidad histórica es
que el islam se constituyó, desde el año
629, antes de que existiera el libro del Corán, como una maquinaria de
guerra
político-religiosa, movida por un programa de confrontación con el
cristianismo
y con toda civilización no musulmana, cuya meta declarada es la
conquista, el
sometimiento o el exterminio. Durante catorce siglos no ha dejado de
operar
así.
Si
estas consideraciones
son básicamente verdad, nadie puede mirar
hacia otro lado, ni contribuir al camuflaje, sin convertirse en cómplice o colaboracionista (con el riesgo añadido de
acabar
siendo también víctima) de la yihad. Puede leerse, en Internet, el
interesante artículo La palabra islamofobia es el kalashnikov de
los
islamistas (Al-Husseini
2019).
La tradición
cristiana narra sucesivas alianzas de Dios: con Adán, Noé, Abrahán,
Moisés y
Jesús. El Corán alude a las alianzas con Adán, Noé, Abrahán y la
familia de
Amrán (Corán 89/3,33 y 103), incluyendo en esta última a Moisés y a
Jesús. Pero
el islam se hace a sí mismo único y excluyente heredero del legado
judío y
cristiano. En un sumario muy esquemático, y en su peculiar versión, el
islam se
presenta como la última alianza (mithaq) con el nuevo «pueblo de
Dios» (umma),
como comunidad de los creyentes (mumin), que obedecen como
«auxiliares
de Dios» (ansar) en el «combate en el camino de Dios» (yihad),
para
la imposición de su «ley» (saría) en el mundo y la implantación
definitiva de su «reino» de sumisión (islam).
Hemos
de
perder la ingenuidad ante tantos tópicos como circulan, ante las fatuas
idealizaciones de un esplendor de la civilización islámica hace siglos
extinguido, precisamente por el triunfo final del Corán y la derrota de
la
razón. Destacaré tan solo unas pocas tesis:
–
Lo que la
yihad implanta no es en absoluto el reino de Dios anunciado por el
mesianismo,
sino el régimen totalitario de una ley que niega y atropella los
derechos del
hombre y su dignidad.
–
Lo que la
yihad práctica no son guerras justas en el camino de Dios, sino
agresiones que
violan el derecho internacional y encaminan más bien hacia la barbarie.
–
Los que
combaten en la yihad y mueren atacando no son mártires, ni héroes, sino
terroristas, pobres diablos deshumanizados a causa de una ideología que
los
fanatiza.
–
La yihad
cultural y todos los discursos que la prestigian no buscan la verdad,
sino que
levantan una colosal pirámide de mentiras sobre mentiras.
Antropológicamente
hablando, la violencia no es innata en el ser humano, sino aprendida. Y
lamentablemente, el Corán enseña, justifica y santifica la violencia
como
sagrada y conforme a la voluntad de Dios, algo distintivamente islámico.
Según el estudio
codicológico del Corán, allí el mandato de obedecer a los profetas
aparece 76
veces; la obligación de temer a Dios, 150 veces; las amenazas contra
los que no
aceptan a Mahoma, 849 veces, con amenazas de castigos terribles,
dolorosos y
humillantes. En cambio, nunca se encuentran palabras como amor o
ternura en el
sentido que estamos acostumbrados (cfr. Walter 2014).
No
es posible negar que el
islam resulta
la religión más propensa a la violencia. La investigadora danesa
Tina Magaard y su equipo, en la
Universidad de Aarhus, ha analizado minuciosamente los textos de las
diez
mayores religiones del mundo, en busca de su posible vinculación con la
violencia. La conclusión obtenida está clara:
«Los
textos religiosos del
islam piden a sus seguidores cometer
actos de violencia y combatir en un grado mucho más elevado que
cualquier otra
religión. Los textos del islam son netamente distintos de los textos de
otras
religiones, en la medida en que hacen un llamamiento mucho más
importante a la
violencia y la agresión contra los adeptos de otras religiones. Hay
además
incitaciones directas al terror. Esto ha sido durante mucho tiempo un
tabú en
la investigación sobre el islam, pero es un hecho que tenemos que
reconocer»
(citado en Sennels 2015).
En
el curso de sus
investigaciones, Tina Magaard y su equipo han
comprobado en el Corán centenares de llamamientos a la lucha contra los
adeptos
de otras religiones.
«Si
es verdad que muchos
musulmanes consideran el Corán como las
palabras de Dios que no pueden ni reformularse ni interpretarse,
entonces
tenemos un problema» (citado en Sennels 2015).
En
Alemania, las
investigaciones del Centro de Ciencias Sociales
de Berlín (WZB) confirma la misma preocupación: el 75 por ciento de los
musulmanes en Europa creen que el Corán debe seguirse al pie de la
letra. La
creciente cantidad de mezquitas y de imanes que predican esos textos
que
consagran la yihad ¿no tendrá algo que ver con el aumento del
terrorismo
islámico?
Lo
cierto es que el islam
es la única religión en la que, cuanto
más devotos se hacen los fieles, más se inclinan por la violencia.
Aunque pueda
haber otros factores sociales que tener en cuenta, la investigación
muestra que
existe una correlación innegable entre religiosidad y voluntad de
emplear la
violencia. Las situaciones no determinan por sí solas la manera de
reaccionar ante
ellas. Los terroristas islámicos llegan a su convencimiento radical,
principalmente en virtud de las exigencias de su religión y siguiendo
el
ejemplo de Mahoma. Puede verse, en Internet, un artículo sobre la
verdadera
causa del terrorismo islámico (Sennels 2017).
La
supremacía del
islamismo, cuando la ha conseguido, se ha
sustentado siempre en la dominación militar sobre otras sociedades y en
la
férrea opresión de las mayorías y las minorías dentro de la propia
sociedad.
Es
un hecho
que la barbarie yihadí ha incrementado su presencia en nuestro mundo
actual, en
forma de amenaza global: basta ver los controles de seguridad
instalados en
todos los aeropuertos del mundo.
Al
final,
después de recorrer prolijas lecturas, indagaciones y análisis acerca
de los
textos y las prácticas desarrolladas por los musulmanes a través de la
historia, se va iluminando el campo del conocimiento y varía la óptica
con la
que observamos muchos acontecimientos. Hasta se vislumbra, en el
horizonte, una
visión más justa de las Cruzadas, como legítima defensa frente a los
recurrentes
embates de la yihad, soportados durante siglos.
El filósofo chino Sun Tzu, en su obra El
arte de la guerra, dejó escrito: «Conoce a tu enemigo». Quienes no
lo
conocen, se arriesgan a ser aniquilados.
Del
análisis del significado de la yihad se desprende, de modo concluyente,
que el
recurso a la violencia multiforme está codificado en el Corán y en la
tradición
de Mahoma. Hay una legitimación teológica y jurídica de la acción
violenta,
incluso una instigación para ejercerla, aplicando la estratagema, la
coacción,
el castigo, el homicidio y la guerra, todo ello en nombre de Dios. Así
lo
regula el derecho islámico y lo refrenda tanto la «palabra divina» como
el
comportamiento ejemplar y modélico del profeta del islam.
El Corán y la ley
islámica sancionan positivamente el exterminio o la esclavización de
los
descreídos vencidos que se resistan a hacerse musulmanes. Establecen la
subordinación y humillación para los otros monoteístas, sometidos al
estatuto
de dimmíes, bajo pesados tributos (la yizia)
y severas restricciones.
El Corán y la ley
islámica diseñan y mandan imponer en todo el mundo el predominio de la umma,
una sociedad teocrática, un sistema fuertemente jerarquizado, cuyo
prototipo de
igualdad se supedita al rango tribal y da por bueno el reparto
asimétrico del
botín, a ejemplo de Mahoma en Medina, donde queda sacralizada la
desigualdad
radical de las mujeres y los esclavos, y se da por bueno el uso de la
violencia
en pro de la religión.
Una vez más, el
contraste con las fuentes cristianas primitivas resulta muy marcado. La
visión
cristiana del mundo abre el mensaje de salvación a los gentiles, a
todos los
pueblos, como una misión que no se expande por la fuerza. Algunos han
aducido
en contra un versículo del evangelio de Mateo, que dice: «No penséis
que he
venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada»
(Mateo
10,34). Pero no se entiende bien, si no se capta el sentido metafórico
que
tiene, muy claro en el mismo texto. Lo que significa es que el
cristiano debe
estar dispuesto personalmente a romper con los lazos familiares
jerárquicos y
renunciar a sus propios intereses egoístas, cuando estos resultan un
obstáculo
para el seguimiento de Cristo. Los evangelios apelan a la conciencia y
la
libertad de cada persona y la difusión del evangelio se lleva a cabo
por medio
de la predicación y de un modo de vida que persuada y suscite la fe:
«Esta buena
noticia del reino se proclamará en el mundo entero, para dar testimonio
a todas
las naciones» (Mateo 24,14).
«Id, pues, y
haced discípulos a todas las naciones…» (Mateo 28,19).
No hay lugar para
ninguna imposición violenta. Por el contrario, Jesús exhorta al amor a
los
enemigos (Mateo 5,44; Lucas 6,27 y 35); dice que se deje crecer el
trigo y la
cizaña (Mateo 13,25-30); manda que se envaine la espada (Mateo 26,52);
enseña
que no hay que pedir que baje fuego del cielo contra los que no creen
(Lucas
9,54). La sanción está solamente en manos de Dios y se remite al día
del juicio.
Esto significa una ética de renuncia a la violencia por parte del
hombre.
Bibliografía
citada
Al-Bujari,
Muhammad Ibn
Ismail
1997
Sahih
Al-Bukhari. Arabic-English. Vol
1-9. Riad, Darussalam.
Aldeeb,
Sami
2015a
Alliance, désaveu
et dissimulation. Interprétation des versets coraniques 3:28-29 à
travers les
siècles. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulman, 2017.
2015b Nulle
contrainte dans la religion.
Interprétation du verset coranique 2:256 à travers les siècles.
Saint-Sulpice,
Centre de Droit Arabe et Musulman.
2016a Le
jihad dans l'islam. Interprétation des
versets coraniques relatifs au jihad à travers les siècles.
Saint-Sulpice,
Centre de Droit Arabe et Musulman.
2016b «Liste
chronologique des exégètes et exégèses présentés dans Le jihad dans
l'islam».
http://religion.antropo.es/estudios/
seminario/materiales/Aldeeb.Sami_2016_
Le-jihad-dans-lislam-Tableau-auteurs.pdf
Al-Husseini,
Waleed
2019 ‘La palabra islamofobia
es el
kalashnikov de los islamistas’.
http://religion.antropo.es/articulos/
Waleed-Al-Husseini.Islamofobia.html
Castellanos,
Rafael (Ahmed Abboud)
1952 El
sagrado Corán. Buenos Aires, Editorial Arábigo.
Center
for the Study of Political Islam.
https://www.cspii.org/blog/
Delcambre,
Anne-Marie
2010 Averroès
et l'Occident: un mensonge persistant.
http://l-philosophie.over-blog.fr/
article-averroes-et-l-occident-un-mensonge
-persistant-51774517.html
Esparza,
José Javier
2015 Historia
de la yihad. Catorce siglos de
sangre en nombre de Alá. Madrid, La Esfera de los Libros.
Fletcher,
Richard A.
2002 La
cruz y la media luna. Las dramáticas
relaciones entre el cristianismo y el islam desde Mahoma hasta Isabel
la
Católica. Barcelona, Ediciones Península.
Ibn
Hisham
2015
La
vida de Muhammad. Sīrat Rasūl Allāh de Muhammad ibn Ishaq. Beirut,
Dar Al-Kotob
Al-Ilmiyah.
Ibn
Jaldún
2018 Al-Muqadimah.
Discurso sobre
la historia universal. Extraído de Introducción a la historia
universal.
México, FCE, 1977. Edición digital.
Lagartempe,
Laurent
2007 L'islam
démasqué. Éditions de Paris.
2009 Origines de
l'islam. Éditions de Paris.
Lammens,
Henri
1910 Qui
était Mahomet? París, Éditions du
Trident, 2014.
Martínez-Gros,
Gabriel
2019 L'Empire
islamique. VIIe-XIe
siècle. París, Passés
Composés.
Muslim
Ibn al-Hayyay, Abu Al-Nusain
2007 Sahih Muslim. Vol. 1-7.
Traducción inglesa. Riad, Makbata
Dar-us-Salam.
Sánchez
Saus, Rafael
2016 Al-Ándalus
y la cruz. La invasión
musulmana de Hispania. Barcelona, Stella Maris.
Sennels,
Nicolai
2015 Research:
Islam really is the world’s most violent
religion, 27 nov.
https://www.jihadwatch.org/2015/11/
research-islam-really-is-the-worlds-most
-violent-religion
2017 La véritable
cause du terrorisme islamique. Les
scientifiques épouvantés par
ce qu'ils découvrent.
http://resistancerepublicaine.eu/2017/
06/16/la-veritable-cause-du-terrorisme
-islamique/
Simonet,
Francisco Javier
1903 Historia
de los mozárabes de España.
Madrid, Viuda e Hijos de M. Tello.
Tahir
Ahmad, Hadhrat Mirza
1988 El
sagrado Corán. Texto árabe y traducción de la Comunidad Ahmadía del
Islam,
Pedro Abad. Islam International Publications Limited, 2003.
Walter,
Jean-Jacques
2014 Le Coran
révélé par la théorie des codes.
París, Éditions de Paris.
|