Por un
‘Tribunal de Núrenberg para el comunismo’ o cómo vencer el terrorismo
intelectual marxista
ALEXANDRE DEL VALLE
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[Las ideologías revolucionarias son, a todos los
efectos, religiones políticas.]
"La izquierda
y la extrema izquierda han logrado presentarse como el horizonte
insuperable de la resistencia frente a una derecha protopetenista,
necesariamente sospechosa y cuyo ADN natural o larvado sería
nazi-fascista", explica el ensayista Alexandre del Valle, para quien la
"derecha", los liberales e incluso los verdaderos progresistas
demócratas antitotalitarios partidarios del Estado soberano deben
comprometerse en un combate cultural.
La condena a cadena perpetua, el 16 de noviembre de 2018, de los dos
máximos dirigentes comunistas camboyanos, "jemeres rojos", nos
recuerda que el comunismo ha sido el más mortífero de los
totalitarismos del siglo XX. Pero el hecho de que el motivo de la
condena sea el "genocidio" de minorías camboyanas y no la adhesión
al totalitarismo comunista en sí, que golpeó a toda la sociedad
camboyana, dice mucho sobre la persistente impunidad del "fascismo
rojo".
La extrema izquierda marxista, a pesar de los monstruosos crímenes de
Lenin, Stalin, Pol Pot, Mao, Enver Hodja, Ceausescu, Kim Jong Il,
sigue ejerciendo todavía su hegemonía ideológica. Y allí donde no
ejerce el terrorismo físico, continúa practicando el terrorismo
intelectual bajo capa de antifascismo, antiimperialismo o antisionismo.
Esta asombrosa impunidad de una ideología que ha matado, perseguido y
empobrecido en todas partes donde se ha aplicado, no sería posible si
el
comunismo, de una vez por todas, hubiera sido solemnemente condenado
jurídica, política y moralmente por un tribunal universal
como fue el caso del nazismo y el fascismo en Núrenberg.
Desde la Camboya de
los jemeres rojos al Brasil de Bolsonaro: la dificultad persistente
para condenar y combatir el comunismo sin ser sometido a la reductio ad hitlerum
Después de cuarenta años, el régimen de "Kampuchea democrática" ha sido
finalmente calificado como "genocida" por las salas extraordinarias de
los Tribunales de Camboya, de hecho un tribunal ad hoc patrocinado por
Naciones Unidas, para juzgar en nombre del "pueblo camboyano" a los
antiguos dirigentes jemeres rojos, Khieu Samphan y Nuon Chea,
respectivamente, jefe de Estado e ideólogo del régimen jemer rojo.
El veredicto histórico pronunciado el 16 de noviembre de 2018 contra el
régimen comunista totalitario más monstruoso (en proporción) del siglo
XX merece atención, porque contrariamente a lo que piensa mucha gente
que se alegra de esta condena de los sangrientos discípulos jemeres
rojos de Pol Pot, no es el comunismo en cuanto tal lo que se ha
incriminado, ya que el tribunal ad
hoc camboyano, apoyado por Naciones
Unidas, ha condenado el "genocidio" de dos millones de personas (entre
1975 y 1979), pertenecientes a minorías étnicas, pero esto no refleja
más
que una parte del horror.
Ahora bien, la motivación ideológica de este genocidio fue el
comunismo de Pol Pot (formado en el Partido Comunista Francés) y la
voluntad de erradicar a la clase "burgueso-monárquica", vista como
"enemiga del pueblo". No obstante, a pesar de su naturaleza parcial, la
condena es positiva, ya que nos recuerda que los regímenes comunistas
de ayer y de hoy (soviético leninista-estalinista, norcoreano, chino,
cubano, nicaragüense, vietnamita, eritreo, albanés, yugoslavo, etíope,
chavista venezolano, etc.) han resultado ser tan totalitarios como el
nazismo, porque el totalitarismo rojo es responsable de la muerte de
alrededor de cien millones de víctimas... una cifra tristemente sin
parangón.
Los crímenes del
comunismo todavía no han puesto fin al filomarxismo
Recordamos que durante años, en los salones de Saint-Germain-des-Prés,
"era
mejor equivocarse con Sartre que con Raymond Aaron". Es decir,
inclinarse ante el excolaborador pasivo Sartre, convertido en
estalinista, que leer al antiguo hombre de izquierda resistente, Aaron,
convertido en el defensor del liberalismo frente a los totalitarismos.
Y
este maniqueísmo, menos flagrante hoy, pero todavía en vigor, explica
la persistente demonización de la derecha (sometida a la reductio ad hitlerum por la
izquierda), así como la impunidad de la extrema izquierda en general.
Excusada de antemano en nombre de la "lucha antifascista" a favor de
los "oprimidos", la izquierda marxista antioccidental ha sido durante
décadas el movimiento ideológico más impunemente violento, totalitario,
liberticida y promotor de odio, incluso en Europa, donde desde los
"años de plomo", los terroristas de las Brigadas Rojas, la Fracción del
Ejército Rojo, Acción Directa hasta los actuales Bloques Negros, los
alborotadores sindicalistas y otros "zadistas" [análogos a
Podemos], por no mencionar las células trotskistas antifascistas y los
adeptos de Chávez-Maduro, la ultraizquierda siempre hace pasar como
legítimos su violencia y su odio de clase. Al mismo tiempo, quienes
intentan resistir a este "fascismo rojo" son necesariamente "gentuza",
"perros" anticomunistas (Sartre), "enemigos" de los trabajadores, o
"fascistas racistas".
Evidentemente, si la violencia "marxista revolucionaria" y
"anticapitalista" choca siempre menos que una violencia mucho menor
de la extrema derecha; si las masacres y estragos de los totalitarios
rojos se excusan siempre o se presentan como "reacciones" a la "inmunda
bestia fascista" (inexistente incluso), es porque, después de la
Segunda Guerra Mundial, solo la ideología nazi-fascista fue condenada
moralmente y judicialmente (con toda razón) en el Tribunal de
Núrenberg, y esto permitió en muchos países como Francia o Alemania
penalizar su expresión pública.
Mientras tanto, la izquierda y la extrema
izquierda han logrado presentarse como el horizonte insuperable de la
Resistencia frente a una derecha protopetenista necesariamente
sospechosa y cuyo ADN natural o larvado sería nazi-fascista. De ahí la
continua conminación a esta última para que se someta moral y
semánticamente al punto de vista de la izquierda justiciera. Para que
finalmente algún día haya mayor equidad en materia de descalificación
de los totalitarismos,
rojos, pardos o verdes, es
más necesaria que nunca una condena global y definitiva del comunismo.
Esta necesidad es la condición sine
qua non para lograr que la
izquierda marxista-leninista, trotskista o maoísta pierdan su
magisterio
moral inmerecido y, por tanto, su hegemonía intelectual y
mediática, más fuertes que nunca en la educación, los medios y sobre
todo en materia de inmigracionismo y de destrucción de los fundamentos
del Estado-nación soberano.
100 millones de
muertos del comunismo, la más asesina de las ideologías totalitarias de
todos los tiempos
A finales de los años 1990, los autores del célebre El libro
negro del comunismo,
obra colectiva bajo la dirección de Stéphane
Courtois, con prefacio de François Furet, demostraron de manera
magistral
que "la palma de la locura asesina" del comunismo se la llevaban los
jemeres rojos, que eliminaron, de 1975 a 1979, entre 1,3 y 2,3
millones de
personas de 7,5 millones de camboyanos, es decir, a un tercio de la
población.
Sin embargo, la condena de los criminales jemeres rojos ha recibido
principalmente el calificativo de "genocidio" contra las minorías y no
el de
"crimen comunista". La razón es la misma que ya he mencionado: el
marxismo nunca puede ser incriminado en cuanto tal
porque nunca es
responsable de los horrores que sus adeptos "infieles"
producen "por error", de la misma manera que el islam
nunca se juzga como responsable de la yihad y de los regímenes que
practican la charía por
"infidelidad".
El
hecho de que quienes iniciaron los procesos contra el régimen de los
jemeres rojos fueran ellos mismos comunistas (el dirigente comunista
vietnamita Hun Sen se hizo cargo de Camboya en 1985), y por tanto ellos
también responsables de masacres de "burgueses", explica que la
condena de los jemeres rojos se refiera al crimen de "genocidio" de
etnias minoritarias diezmadas entre 1975 y 1979 y no al hecho
de que hubieran masacrado a un tercio de su pueblo, incluidos los no
minoritarios, en nombre del totalitarismo rojo, únicamente porque eran
culpables
de ser anticomunistas.
En general, El libro negro del
comunismo demuestra que los diversos
intentos de construcción del "hombre nuevo", típicos de los diversos
regímenes
comunistas, han causado la muerte de 85 millones de personas en el
mundo,
en el siglo XX, cifra que muchos otros expertos estiman más
bien de 100 millones de víctimas, si incluimos las hambrunas, las
masacres
del Kominterm, que hizo matar a millares de miembros de las Brigadas
Internacionales "desviados" durante la Guerra Civil española, y si
vamos hasta nuestros días.
En efecto, la "contabilidad" de los autores de El libro negro que se
detienen en los años 1980. El totalitarismo marxista ha continuado
desde entonces matando y oprimiendo en Cuba, en Corea del Norte o en la
China posmaoísta o
neomaoísta, sin olvidar la locura del régimen "bolivarista" de
Chávez y Maduro en Venezuela, o los crímenes del movimiento
narcorrevolucionario marxista colombiano de las FARC.
Para volver a la génesis del comunismo soviético, que inspiró a tantas
otras dictaduras rojas ulteriores, uno de los autores de El libro negro
del comunismo,
Nicolas Werth, ha mostrado que, en 1917-1921, el ejercicio del
"terror" (término acuñado por los revolucionarios robespierristas
franceses que exterminaron a los partidarios de La Vendée) fue el "modo
de gobierno" del sovietismo. Igualmente ha recordado que el impulso
criminal fue primero el
de Lenin (nombre propio muy de moda en Cuba o Venezuela, tan queridas
por
los
comunistas franceses) antes de apropiárselo Stalin.
Curiosamente,
este último sigue siendo hoy en día el único dictador
rojo que se puede criticar sin parecer "reaccionario". Sin embargo,
León Trotski, antes de ser asesinado por Stalin, había sido el creador
del terrible Ejército Rojo soviético. Quería extender la revolución al
mundo entero, mientras que Stalin quería concentrarse en la Unión
Soviética. En
cuanto a Lenin, el iniciador del bolchevismo y predecesor de Stalin,
fue el primer gran criminal-dictador rojo responsable del asesinato de
cientos de miles de sacerdotes, nobles, campesinos, y "blancos"
antirrevolucionarios.
En este sentido, el libro de mi difunto amigo y
maestro Vladimir Volkoff, La
trinidad del mal,
ha puesto en evidencia
perfectamente la naturaleza criminal, cínica y terrorífica de estos
tres
revolucionarios marxistas, cuyos adeptos "antifascistas" desvergonzados
continúan matando, oprimiendo y marginando en todas partes del mundo
sin
complejos y con total impunidad, incluso en Occidente. Otro autor de El libro
negro del comunismo, Jean-Louis Margolin ha demostrado por su
parte que las
masacres de la China de Mao -sorprendentemente mucho mejor vistas en
Occidente
que Stalin (los grandes periodistas y filósofos se adhieren a él con
orgullo), causaron 72 millones de muertos, además de millones de
personas "reeducadas" (con el "Gran Salto adelante" y la "Revolución
cultural").
El régimen comunista chino continúa todavía matando (es el primer país
por delante de Irán
y Arabia Saudí en número de crímenes políticos anuales y
de encarcelamientos arbitrarios), lo mismo que Corea del Norte, Cuba y
la Venezuela de Chávez-Maduro, mucho menos señalados con el dedo que
los
"populistas" Orban-Trump-Salvini, que, sin embargo, no matan a nadie.
Pero estos
"fascistas populistas", en realidad "conservadores soberanistas", son
culpables de anticomunismo y de nacionalismo, lo que choca contra el
proyecto de revolución proletaria y ofende a los adeptos de la "Aldea
Global".
Doble rasero
persistente: comunismo bueno, fascismo malo
Stéphane Courtois, el coordinador de El
libro negro del comunismo,
concluye que "los crímenes del comunismo no han sido sometidos a una
evaluación legítima y normal, tanto desde el punto de vista histórico
como desde el punto de vista moral". Como
era de esperar, la voluntad de incorporar los crímenes del comunismo en
la definición de los totalitarismos criminales y genocidas elaborada
por el
tribunal antinazi de Núrenberg nunca ha tenido éxito, y los grupos de
presión
marxistas y políticamente correctos, que no pueden situar el mal más
que en
la categoría única del nazi-fascismo, han afirmado incluso que la idea
de un
"Núrenberg" del comunismo sería una iniciativa de extrema derecha,
especialmente porque el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen la habría
planteado en el
pasado.
Eso
es olvidar que la idea fue defendida principalmente por el mayor
disidente soviético Solyenitsin; que fue asumida por muchos
historiadores antitotalitarios, lectores de Annah Arendt y Raymond
Aaron, y que es
preconizada por los coautores del mencionado El libro negro, casi todos antiguos
militantes marxistas. Finalmente, Stéphane Courtois, poco sospechoso de
"fascismo" e incluso de "derechismo", se indigna ante el rechazo de
muchos intelectuales y políticos occidentales y explica su innoble
postulado: "La muerte del hambre de un niño de kulak ucraniano,
deliberadamente empujado a la hambruna por el régimen
estalinista, no es igual que la muerte de hambre de un niño judío del
gueto de
Varsovia, empujado a la hambruna por el régimen nazi".
El
gran historiador François Furet también apoya plenamente la
iniciativa de Courtois: "La reestructuración de esas dos sociedades
[nazi y soviética] se enfocó de la misma manera, aunque los criterios
de exclusión no
fueran los mismos", y está claro que las masacres soviéticas de ciertos
sectores sociales (incluyendo mujeres y niños) percibidos como clases
"hereditarias", no tienen nada que envidiar a los crímenes nazis. ¿Es
realmente "mejor" ser masacrado debido a la "lucha de clases" más que
en nombre de la "lucha de razas", porque uno es "campesino" en vez de
"extranjero", "cristiano" en vez de "no ario", "burgués" en vez
de "judeomasón", "sionista" en vez de "judío", "occidental" en
lugar de "meteco"?
Además, las grandes masacres étnicas, las deportaciones de
nacionalidades o el genocidio de minorías como los que organizaron
Stalin, los
jemeres rojos o los comunistas chinos hoy (contra las minorías budistas
tibetanas y los musulmanes uigures de Xinjang) muestran que el
comunismo ha sabido revestir la právctica del racismo, el genocidio y
el antisemitismo, bajo el camuflaje de antisionismo y
"antiimperialismo".
François Furet recuerda, además, a propósito del funesto "Che", cómo
este hombre
-del que muchos "antifascistas" lucen la camiseta y cantan consignas-
creó campos de trabajo y pelotones de ejecución, hizo masacrar en
Angola
a miles de negros y en América Latina a tantos amerindios. Lejos de ser
el
héroe romántico y de novela que se presenta con demasiada frecuencia,
ese gran burgués argentino, sin piedad hacia los "enemigos
ideológicos", hizo asesinar a millares de campesinos inocentes, niños
y mujeres salidos de esa maldita clase "reaccionaria" y que tuvieron la
desgracia
de cruzarse en el camino de sus milicias "revolucionarias".
Brasil, la falta
imperdonable del nuevo diablo populista en jefe Bolsonaro: romper con
la dictadura de Cuba y
desterrar el comunismo
Esta disimetría en la indignación antitotalitaria explica por qué,
incluso hoy, un político europeo puede ir a saludar a las
autoridades "revolucionarias" del régimen dictatorial cubano o del
"bolivarismo" venezolano. Puede mostrarse nostálgico del
antisemita leninista Salvador Allende o de los sandinistas
nicaragüenses,
puede presumir de haber sido maoísta, bolchevique-leninista-estalinista
o
trotskista en su juventud. En contraste, un Orban y un Trump son
tratados de fascistas porque rechazan la ideología comunista y el
mundialismo políticamente correcto.
Y
el "populista" latinoamericano Bolsonaro, mucho más demonizado en
Occidente que el militante marxista que lo apuñaló durante su campaña
presidencial, está fascinado con el pretexto de que prefiere
abiertamente,
como Ronald Reagan antes que él o los Contras, ciertos regímenes
militares anticomunistas que no la revolución castrista o
"bolivariana",
adulada por el Partido de los Trabajadores de los expresidentes
brasileños Lula y Roussef, a su vez mimados por Europa a pesar
de su megacorrupción y su apoyo a las dictaduras comunistas, a las que
sostuvieron financieramente con el dinero de los contribuyentes
brasileños.
Últimamente,
el conjunto de la prensa europea condena la "obsesión"
anticomunista de Jair Bolsonaro, como si esto fuera el peor de los
pensamientos. Su anunciada ruptura con el régimen comunista criminal de
Cuba, que mantiene en la pobreza extrema a los cubanos y es para muchos
una verdadera prisión-Estado, la presentan como prueba de "intolerancia
reaccionaria".
Su negativa a proseguir la extraña colaboración con la isla castrista,
que, durante años, explotaba en Brasil a miles de médicos cubanos,
forzados a
trabajar allí por nada, a fin de que remitieran divisas a La Habana, se
presenta como un grave insulto al país de Castro y a los brasileños
pobres, pero se olvida mencionar que él propuso a esos médicos
cubanos que permanecieran en Brasil, donde serían decentemente pagados,
en
lugar de servir como esclavos médicos para la peor dictadura de América
Latina.
El hecho de que las estatuas del "Che" sean desmontadas en varias
ciudades de Brasil se presenta como un "retorno del fascismo
iconoclasta". De manera similar, el referéndum que plantea prohibir el
movimiento Sin Tierra y la ambición de Bolsonaro de
impedir la enseñanza del marxismo y la teoría de género en las
escuelas se consideran como la marca de un "retorno de la dictadura
militar de
extrema derecha", cuando millones de brasileños vinculados a los
valores familiares y cristianos, la propiedad privada y la seguridad,
han votado por un presidente de la derecha conservadora, con el fin de
librar a
Brasil de la corrupción, la inseguridad favorecida por la izquierda
laxista y la influencia ideológica del marxismo, muy apreciado por el
Partido de los Trabajadores (de Lula),
con su proyecto "revolucionario" de crear un "hombre nuevo", a
imitación de la
"revolución bolivariana" de la vecina Venezuela.
Para Bolsonaro y su equipo, compuesto por economistas liberales como
Paulo Guedes y de jueces anticorrupción defensores de la
propiedad privada, como el nuevo Ministro de Justicia Sergio Moro (y,
por tanto, no solo de exmilitares), el rechazo del socialismo
marxista es la consecuencia lógica de una doble constatación: el
comunismo es el segundo gran totalitarismo universalmente
criminal, junto con el nazismo. Y ha sembrado la miseria, la guerra
civil y el
caos en todas partes donde se ha aplicado.
Pues
bien, ¿por qué debe ser condenada y prohibida la propaganda de
extrema derecha y fascista-nazi y no su equivalente rojo de extrema
izquierda, que pretenden asimilar con el Bien? ¿Por qué
la ideología que más inocentes ha matado y continúa haciéndolo
(en Corea del Norte, China, Cuba) en nombre de la "lucha de clases" ha
de beneficiarse de un trato más favorable que aquella que mató (por
fortuna durante menos tiempo) en nombre de la lucha de razas?
La respuesta se encuentra en el hecho de que, desde 1945, el
mundo de la Guerra Fría y posterior a la Guerra Fría se construyó sobre
un peligroso desequilibrio, que consistía en condenar
taxativamente el "fascismo pardo", sin hacer nunca lo mismo
con el "fascismo rojo".
Una lucha cultural por
llevar a cabo
Recordamos la frase terriblemente cínica del
filósofo hegemónico durante mucho
tiempo en el barrio parisino de Saint-Germain-des-Prés, Jean-Paul
Sartre,
quien declaraba que "no hay que
desesperar a Billancourt" y por consiguiente no hacía falta hablar de
los gulags, a fin de preservar "el impulso revolucionario de la clase
obrera en
Francia". A pesar de que los pueblos de Europa oriental y central
vivían bajo el yugo soviético estalinista, el hombre que no veía más
que "cabrones" en la derecha declaraba sin complejos: "Todo
anticomunista es un perro".
Esto es, además, lo que todavía hoy piensa uno de los
filósofos franceses más celebres, Alain Badiou, que se atreve sin
vergüenza a firmar que el
balance del maoísmo (que bate todos los récords en número de muertos)
es "globalmente positivo". El hecho de que el totalitarismo rojo no
haya sido aún condenado moral, jurídica y políticamente, de una
manera definitiva, permite todavía hoy
a los adeptos de Marx, Lenin, Trotski, Stalin, Che Guevara, Castro, Pol
Pot, Ho Chi Minh, Ortega o Chávez-Maduro
seguir dando lecciones de "antifascismo" a todos los anticomunistas.
Es hora de que la "derecha", los liberales e incluso los verdaderos
progresistas demócratas antitotalitarios partidarios del Estado
soberano se comprometan con esta lucha cultural. Una Kulturkampf que la izquierda ha
sabido siempre llevar a cabo mejor que sus "enemigos de clase burguesa"
y
conservadores, continuamente sometidos a la reductio al hitlerum. De ahí
la urgencia de un "Núrenberg del comunismo".
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