Cardenal
Sarah: ‘Occidente está en gran peligro’
GABRIELLE CLUZEL
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Con motivo de la publicación de su último libro, Le
soir approche et déjà le jour baisse, el cardenal Robert Sarah
tuvo la amabilidad de conceder una entrevista a
Gabrielle Cluzel, redactora jefe de Boulevard
Voltaire. Sin doble lenguaje, el
prelado aborda las cuestiones de las raíces cristianas de Occidente,
las
migraciones, el diálogo interreligioso, en particular con el islam, la
globalización. El cardenal Sarah es, desde 2014, prefecto de la
Congregación para el Culto Divino.
Usted acaba de
publicar un nuevo libro de entrevistas con Nicolas Diat, titulado La tarde se acerca y ya
cae el día,
en Ediciones Fayard. Lo menos que podemos decir es que usted no utiliza
el doble lenguaje. Si vuelve a tomar la palabra, escribe usted, es que
ya no puede callarse. "Los cristianos están desorientados", ha dicho.
¿Hace alusión al reciente escándalo que afecta a la Iglesia?
No me refiero únicamente a este escándalo.
Estamos viviendo
una gran crisis desde hace varios años. Recuerdo que, en 2005, justo
antes
de su elección a la sede de san Pedro, Benedicto XVI decía que
Occidente
atravesaba una crisis que nunca se ha verificado en la historia del
mundo. ¿Ve usted cómo se destruye la familia? ¿Cómo se concibe el
matrimonio
de una manera diferente de lo que siempre hemos conocido? ¿Cómo la
antropología está en una gran crisis?
Existen, por supuesto, la crisis económica, la
crisis política y la crisis de los responsables, pero se constata a
nivel de la Iglesia una gran
caída en la práctica religiosa. Las iglesias están
vacías. La enseñanza de la Iglesia parece igualmente muy vaga y
confusa.
Mucha gente está desorientada y no saben ya adónde ir. Esta es la
realidad que he descrito. Yo no invento nada. Hago una constatación
lo más precisa y lo más cercana posible a la verdad.
Vemos claramente que lo que describo existe. Hay
una gran confusión y una gran incertidumbre. La gente quiere sobre todo
que se les indique el camino y se les enseñe la fe que siempre hemos
vivido.
La fe y la palabra de Dios no cambian. Dios es el mismo.
Lo que dice este libro es verdaderamente la
realidad.
Se trata de dar esperanza, a pesar de esta crisis, para reencontrar
vida
y confianza. En el plano humano, alguien puede tener una enfermedad
grave, curarse y recuperar la salud. Otra persona también puede pasar
por una
dificultad pasajera, pero con el esfuerzo y la ayuda que
recibe, recupera cierta seguridad.
Hay períodos de desmoralización, pero aún así uno
puede encontrar esperanza. Eso es lo que yo intento decir en este libro.
Su
propósito parece dirigido a despertar a un Occidente perdido. Va a
contrapelo del discurso habitual sobre el tema. En su libro Dios o nada,
rinde homenaje, cito "a los hermosos frutos de la
colonización occidental, a los misioneros de Francia que os aportan el
verdadero Dios". Hoy, en cambio, el misionero es usted y la tierra de
misión es Francia. ¿Diría que Occidente ha olvidado sus raíces y ha
dilapidado su herencia?
Creo que debemos ser sinceros. Yo lo he recibido todo de Occidente. He
recibido mi formación y mi fe. Hoy tenemos la impresión de que
Occidente reniega de sus orígenes, su historia y sus raíces. Me parece
que
vivimos como si no tuviéramos nada que ver con el cristianismo. Esto no
es verdad. Cuando uno abre los ojos, uno ve la arquitectura, la música,
la literatura, y todo es cristiano. No veo por qué haya que negar lo
que es.
Negar lo que es significa mentirse a sí mismo.
Pienso que Occidente está en peligro, si reniega
de sus
raíces cristianas. Es como un gran río, enorme y majestuoso,
si pierde su fuente, ya no se alimenta, se seca al cabo de un tiempo.
Es como un árbol que no tiene raíces, se muere.
Un Occidente sin raíces cristianas es un
Occidente amenazado de muerte y desaparición. Se deja invadir por
otras culturas, que no renuncian a su historia y combaten para mostrar
que tienen una cultura que ofrecer. Otras culturas están invadiendo
Europa, como la cultura musulmana y la budista.
Es importante que tome conciencia de que sus
valores, hermosos, majestuosos y nobles, se están perdiendo.
No pretendo yo ser el misionero. Todos
nosotros, por el
bautismo, somos enviados a dar a conocer a Cristo y el evangelio,
y la nueva realidad que él nos propone. Hoy en día, las escrituras nos
dicen aún "yo hago un mundo nuevo". Este mundo nuevo es creado
por Cristo mismo.
Deseo que este libro pueda despertar la conciencia occidental. Creo
que Occidente tiene una misión especial. Por algo Dios nos ha
comunicado la fe por medio de Occidente. Lo que Dios concede es
permanente, es para
siempre y no por un instante.
Occidente tiene una misión universal, a causa de
su cultura, de su fe, de sus raíces y su vinculación personal con Dios.
Si Occidente perdiera sus raíces, habría un
trastorno enorme y terrible en el mundo. Espero que la lectura del
libro La tarde se
acerca y ya cae el día sea un medio para despertar la
conciencia occidental, pero también nuestra conciencia de cristianos.
Usted está preocupado
por la migración y sus
consecuencias. Escribe que el desarraigo cultural y religioso de
los africanos arrojados a los países occidentales, que atraviesan ellos
mismos una crisis sin precedentes, es un caldo de
cultivo mortífero. ¿Cuál cree usted que es la visión cristiana que hay
que tener sobre la migración?
Creo que cuando llegan a Occidente, se dan cuenta inmediatamente de que
es un Occidente que ha perdido a Dios, que está inmerso en el
materialismo, en la negación de Dios, y que solo ve la técnica y el
bienestar. Esto los desmoraliza.
Conozco África y Asia. Son continentes
profundamente apegados a Dios y a lo trascendente. Al llegar aquí,
encuentran únicamente lo material. Esto puede ser una desorientación
para ellos. Ahora bien, pienso que, si los acogéis, no es solo para
darles
trabajo, un alojamiento y de qué vivir. Debéis proponerles también lo
que hace vuestra
riqueza, sin forzar a nadie. La fe es un acto de amor. Nadie obliga a
alguien a amar. Proponedles vuestra riqueza, vuestra fe cristiana,
dejando a cada uno su libertad de aceptar o rechazar.
Creo que ahí también, Occidente tiene una
misión. Cuando recibes a alguien, les das lo mejor de ti mismo. Lo
mejor de ti es tu corazón. Si alguien llega a tu casa, le das una
habitación y comida. Si esa persona ve que no estás contento, sino
triste o poco feliz de recibirlo, entonces no va a comer lo que tú le
das. Lo mejor de nosotros mismos no es lo que damos materialmente, sino
que es nuestro corazón.
Hace falta que Occidente dé su corazón. Ahora
bien, este
corazón es vuestra fe, vuestra vinculación a Dios, vuestra riqueza
ancestral que os ha
hecho nacer y que os ha moldeado. Es el cristianismo el que os ha
moldeado. Dad a los extranjeros que llegan eso que constituye vuestra
verdadera riqueza.
Usted acaba de
denunciar una visión irenista de las otras religiones,
incluso por parte de los católicos."¿Quién se levantará para anunciar
la verdadera
fe a los musulmanes?'', escribe usted. ¿Hay que ver ahí una mala
interpretación del diálogo interreligioso?
Cuando dos personas hablan, cada una afirma lo que es
profundamente. No hay diálogo si yo me difumino. El verdadero diálogo
es
cuando cada uno dice lo que es, lo que da profundidad a su vida y lo
que alienta su fe. Dialogar no es ofuscar o achantar al otro para que
oculte su fe. Un diálogo verdadero es ir hacia la verdad juntos. Si
somos
verdaderamente sinceros, vamos a alcanzar una verdad. El diálogo es muy
importante para mí, porque es una búsqueda de la verdad. Caminamos
juntos para ver la luz. Una vez que hemos visto la luz, podemos o bien
cerrar
los ojos para no seguir la luz, o bien decir "esta es la luz". Si de
verdad
Jesús es el camino, no podemos no aceptarlo. Si de verdad es la vida,
no
podemos no aceptarla.
El diálogo es marchar juntos en la dirección de
la verdad, encontrarla y aceptarla.
Usted hace un juicio
muy duro sobre la mundialización. Dice que es contraria al proyecto
divino. ¿Nos puede decir un poco más?
Usted
y yo somos diferentes. Esta diferencia es una
gran riqueza. Es como en un jardín, vemos flores amarillas y verdes.
Este
conjunto da una belleza extraordinaria. La globalización quisiera
suprimir todas las diferencias lingüísticas, raciales y fronterizas. No
sé adónde vamos a parar.
Pienso que si no hay discernimiento y sabiduría,
la
globalización constituye un gran peligro para la valoración de cada
cultura y
cada pueblo. Cada uno de nosotros tiene una historia, una cultura y una
riqueza que aporta a los demás. Por lo tanto, nivelar todas las
culturas y todos los pueblos para hacer solamente uno me parece un
empobrecimiento.
La mundialización va en contra del deseo de Dios,
que quiso crearnos diferentes para enriquecernos mutuamente. Hoy, casi
tenemos la impresión de que hay una americanización, una europeización.
Todo el mundo debe ser europeo. La visión del mundo, de la economía y
del
hombre debe ser europea. Es un empobrecimiento. Los asiáticos tienen
una visión hermosa y profunda.
No estoy contra la mundialización. Cuanto
más juntos estamos, más poderosos somos, más podemos hacer cosas
hermosas, sin por ello suprimir la personalidad y la especificidad de
cada
pueblo. Esto es lo que yo denuncio. Que los franceses sean franceses,
que
los polacos sean polacos y que los alemanes sean alemanes, y luego
cooperen juntos.
Entre los males que
afectan a los católicos,
usted evoca el relativismo ambiental, el fracaso de la catequesis y la
ausencia de oración... ¿Es a los clérigos a quienes se dirige?
Atribuyo la responsabilidad por la caída de la fe y la práctica, y una
cierta falta de conocimiento de la religión y la
doctrina, a los sacerdotes. Es su oficio. Ellos son enviados a enseñar.
Cristo dijo: "Id
y enseñad a todas las naciones".
Si ya no enseñamos la doctrina, empobrecemos a
los
cristianos que ya no saben leer. Si el sacerdote dedica todo el tiempo
al activismo,
no tiene tiempo para orar. Otros imitan su manera de actuar.
Nuestra responsabilidad es enorme. Debemos ser los modelos de los
fieles,
modelos de oración y vida moral. No digo que todo dependa del clero,
pero
usted ve que hoy hay acusaciones horribles contra el clero, contra
cardenales y obispos. Quizá no todo sea cierto, pero incluso si
fuera un solo sacerdote el que hace cosas así, podría desalentar a
muchos laicos.
Muchos dirán que la oración no puede ser
esencial. Pero es la actividad esencial. Esto lo que se ve que es
esencial.
Yo tengo tendencia a hablar largamente, pero si
usted solo predica cinco o
diez minutos una vez a la semana, deja a la gente hambrienta. Cada uno
de nosotros
come regularmente para mantener su salud. Si uno da una homilía de diez
minutos cada domingo, hay poco alimento con ella. Por tanto, hay una
responsabilidad que atribuyo a los sacerdotes. Deben tomar en serio
esta misión de enseñar, santificar al pueblo de Dios y gobernarlo.
Gobernar no quiere decir imponer cosas, sino más bien orientar y hacer
avanzar hacia Dios
para un mejor conocimiento de él.
También atribuyo esta responsabilidad a las
familias. Las familias no conocen a Dios, no oran a menudo y no llevan
a los
niños a la iglesia. No saben qué creer, no saben qué es la fe.
Todos nosotros tenemos una responsabilidad en lo
que
vivimos hoy, sea al nivel de la caída de la fe y la práctica, sea en el
compromiso misionero. Todos estamos llamados a enseñar,
a santificar y a orientar a las personas hacia Dios.
Usted habla de
decadencia y evoca la caída del
Imperio romano en ese libro, como si hubiera una analogía. Su título
sugiere que casi es demasiado tarde. ¿Qué les diría a los que podrían
desesperar?
El título del libro es un pasaje del evangelio de san Lucas. La
situación que vivimos es la que vivieron los primeros
cristianos y los primeros discípulos de Jesús. Muerto y
enterrado Jesús, todos estaban desanimados.
Cada uno regresaba a su casa y, de pronto, Jesús
se unió a ellos
preguntándoles por qué están tristes. Ellos le responden: "¿No sabes lo
que ha pasado en Jerusalén? Han matado a Jesús, que era un gran
profeta. Nosotros
esperábamos que fuera el Mesías. Hace tres días que murió y ahora
regresamos a casa".
Detenidamente, él les explicó que era así
como Cristo debía morir por la salvación del mundo. Luego entraron en
una posada, él tomó el pan, lo bendijo, partió el pan, se lo dio a
comer y ellos reconocieron que Jesús estaba allí y vivo.
Nosotros tambien podemos tener esta impresión de que todo está perdido.
Pero si reconocemos a Jesús a través de su palabra y de la eucaristía,
no hay que desesperar. Él nos dijo: "Yo estaré con vosotros hasta el
fin
del mundo".
Como le decía antes, alguien puede estar
gravemente
enfermo y recuperar la salud. Podemos recuperar nuestra salud si vamos
a lo esencial.
¿Qué es lo esencial? Es Dios.
¿Qué es lo esencial? Es Jesucristo.
¿Qué es lo esencial? Son los valores humanos.
Hay razón para la esperanza. No hay que
desanimarse ni
desesperarse. Estamos teniendo un momento difícil, pero este momento
pasará. El amanecer llega. Podemos tener confianza en que llega la luz.
Esta
luz es Jesús. Él nos devolverá la alegría de vivir, la alegría de
querernos y estar juntos como hermanos.
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