El Corán y los Evangelios. Estudio comparativo
1. Introducción al método comparativo

PEDRO GÓMEZ





Europa pronto se vendrá abajo a causa de su previo liberalismo, que ha demostrado ser infantil y suicida. Europa produjo a Hit­ler, y después de Hitler el continente se ha quedado ahí sin argu­mentos: las puertas están de par en par abiertas para el islam, ya no se atreve a hablar de raza y religión, mientras que el islam solo conoce el lenguaje del odio contra las razas y religiones ajenas.

        Debería decir unas palabras sobre la política también... Enton­ces hablaría de cómo los musulmanes están inundando, ocupan­do y, dicho con claridad, destruyendo Europa, y cómo Europa se presta a esto con el liberalismo suicida y la democracia estúpi­da... El final es siempre de la misma manera: la civilización alcan­za cierta etapa de maduración donde no solo no es capaz de de­fenderse, sino que, por lo que se ve, yace en una adoración in­comprensible de su propio enemigo.

                          Imre Kertész

                          Premio Nobel de Literatura 2002



1.1. La legitimidad de la comparación

1.2. Una teoría científica de la religión



Lo primero que tenemos que discernir es qué vamos a comparar. No las historias de dos civilizaciones, ni dos sociedades, ni los comportamientos de los individuos que las integran. Este ensayo propone una comparación entre dos textos que son fundamentales respectivamente para dos religiones, que son el sistema religioso islámico y el sistema religioso cristiano. Ambos están insertos históricamente entre las tradiciones surgidas en Oriente Próximo, junto con el judaísmo y el zoroastrismo. A veces se las llama, quizá impropiamente, religiones proféticas. El análisis comparativo se centrará en una serie de tópicos, con el fin de poner al descubierto las semejanzas y diferencias más significativas.

 

Una comparación de esta índole, que resultará polémica para algunos, se puede discutir, pero no se debe impedir. Es una tarea arriesgada, sin duda, por lo que requiere del investigador ascetismo intelectual y método: espíritu crítico, actitud ecuánime y razonamiento objetivado.

 

En el plano personal, cada uno tiene derecho a sustentar las opiniones, convicciones y creencias que mejor le parezcan. Pero, al llevar a cabo el estudio, es obligado dejarlas aparte, con el fin de atenerse a los datos, que aquí yacen en los textos, en cuanto referentes empíricos y semánticos, y presentar las hipótesis apoyadas en los argumentos mejor fundados.

 

Quien tenga prejuicios negativos o positivos con respecto a la religión, debería saber que eso es irrelevante para el análisis, a condición de que se esté dispuesto a respetar el método y las conclusiones. Esto no equivale a validar cualquier fenómeno religioso, puesto que no se niega en absoluto que pueda haber mala religión, como hay mala filosofía, o mala política, o malas artes. Mala religión será la que difunde mitos falaces y mentiras, hasta el fanatismo, la que promueve rituales de división, que siembran odio, la que pone en práctica acciones violentas contra los disidentes. Pero nada de esto es intrínseco al concepto de religión.

 

De manera similar, quienes aseguran rutinariamente que «todas las religiones son iguales», que «se explican por el miedo a la muerte», que «son el opio del pueblo» y simplezas por el estilo deberían estar dispuestos a ir un poco más allá de las posiciones dogmáticas decimonónicas y ampliar sus lecturas.

 

En cualquier caso, al abordar este estudio, es necesario tener en cuenta, en todo momento, varias advertencias importantes sobre el objeto y el método:

 

Aquí no se trata de personas, no se habla de individuos, ni de comunidades. Vamos a tratar de ideas y sistemas de ideas, no de personas. Por ejemplo, hablamos del islam, no de los musulmanes.

 

Tampoco se trata de hacer política, no se pretende apoyar ninguna opción, y menos aún tomar partido ante problemas políticos o económicos concretos. Lo que presentamos es una indagación del sistema religioso específicamente tal, sin negar sus implicaciones políticas, utilizando instrumentos científicos normalizados, como el método histórico-crítico, o el análisis estructural, y añadiendo a veces reflexiones de orden teórico o filosófico.

 

El trabajo es con textos y con significados. Las referencias al contexto de los hechos históricos serán en función del mejor entendimiento del texto. Al tratarse de ideas y sistemas de índole religiosa, lo importante son los significados codificados en los textos canónicos, y no tanto las prácticas que hayan podido inspirarse en ellos.

 

También hay que prevenir la creencia de quienes presuponen que, por el hecho de analizar críticamente un sistema de ideas de un signo, uno está defendiendo el sistema de signo contrario. En absoluto: simplemente se analiza lo que se está analizando.

 

La meta que persigue el análisis ha de ser, por encima de todo, la búsqueda de la verdad, en el sentido de avance hacia una mejor inteligibilidad, como progreso en el conocimiento. El valor de una teoría depende de los datos y los argumentos que aporte en su nivel epistemológico pertinente. Más allá del conocimiento propio de las ciencias naturales, las ciencias sociales y humanas también poseen cierto ámbito para la contrastación empírica; pero el pensamiento humano todavía cuenta con la posibilidad de la argumentación filosófica, y la expresión de la mitología o la poesía.

 

A fin de cuentas, en cualquier tipo de conocimiento, es necesario tener conciencia clara de los límites, de aquellas incertidumbres que nunca se disipan del todo. Y en nuestra tarea, esto comienza por la incertidumbre en la traducción de los textos y la interpretación correcta de su significado.

 

Toda esta labor exige, además, un esfuerzo permanente por ir superando los obstáculos ideo­lógicos de todo tipo, que impiden pensar con libertad, en particular, en nuestro caso, el miedo a abordar de frente el estudio del islam, por no mencionar los turbios intereses para no hacerlo.

 

 

1.1. La legitimidad de la comparación

 

Un punto capital estriba en responder a la pregunta sobre la legitimidad de la comparación y el modo de abordarla. La respuesta dependerá del planteamiento, pues ponerse a comparar cualquier cosa y de cualquier manera puede ser un enorme disparate. Por eso, es necesario establecer el marco de las condiciones que han de darse para que la comparación sea legítima, bien fundamentada y aceptable.

 

Hay que tener muy claro, desde el principio, que lo que se compara no es el islamismo y el cristianismo en bloque, ni los respectivos desarrollos históricos en conjunto, porque eso es inabordable. Dada su complejidad, comparar un sistema con otro como un todo con otro todo carece de sentido metodológico. Lo que cabe analizar son tan solo aspectos significativos determinados de los textos fundamentales, temas o subtemas equiparables del Nuevo testamento y del Corán. La condición es que, de un lado y de otro, haya correspondencia en el campo semántico aludido.

 

Cuando afirmamos la posibilidad y la legitimidad de la comparación, nos apoyamos en un fundamento teórico que se puede explicitar. En primer lugar, en la teoría antropológica sobre la universalidad del espíritu humano, es decir, que todos los miembros de la especie estamos dotados de la misma naturaleza y la misma razón básica. Y en segundo lugar, en la tesis bien argumentada de la existencia de valores universales, tanto en el orden cognitivo (lo verdadero) como en el orden ético (lo bueno, lo justo), por muy discutibles que sean los contenidos adscritos.

 

Para encaminar bien y llevar adelante la comparación, hemos de tener en cuenta unos criterios de comparabilidad que podemos especificar y que deben cumplirse:

 

1. No es correcto comparar cualesquiera elementos sueltos de un sistema y de otro, sean escogidos al azar o por las apariencias, porque el significado del elemento resulta de relaciones más complejas y hay que establecer su correspondencia recíproca.

 

2. Tampoco es posible comparar un sistema con otro tomados cada uno como un todo, porque no se puede hablar de todo a la vez, ni de golpe, y porque el sentido del todo depende de las partes. Sobre el sistema como tal caben consideraciones filosóficas, o valoraciones, pero solo después de los análisis particulares.

 

3. La comparación induce a engaño si se plantea directamente en el plano empírico; en el caso de un texto, en el sentido literal. Es preciso, primero, el análisis filológico, semántico, temático, etc. La generalización debe preceder a la comparación: lo que se compara son estructuras y significados.

 

4. Para empezar, el asunto objeto de análisis comparativo debe ser el mismo, o equivalente, en cada lado de la comparación. Por ejemplo, la idea de Dios, los principios éticos, el estatus de la mujer, la relación entre religión y política, etc.

 

5. Debe utilizarse el mismo criterio de selección del material textual o las citas, el mismo método de descripción y análisis, la misma lógica de argumentación, de manera que se traten con igual objetividad los términos comparados.

 

6. Finalmente, para un trabajo sobre temas religiosos, es imprescindible disponer de una teoría capaz de dar cuenta de todos los sistemas susceptibles de estudio. Es decir, hay que contar con una teoría de la religión suficientemente bien fundada y aplicable a toda la diversidad.

 

 

1.2. Una teoría científica de la religión

 

Desde el comienzo, pues, nos es imprescindible establecer el marco de referencia de una teoría científica sobre la religión, que se pueda objetivar, para escapar al aluvión de interpretaciones indiscernibles, subjetivas o dogmáticas, abocadas a hundirse en las arenas movedizas de una logomaquia sin fin.

 

En efecto, las explicaciones propuestas acerca de qué se entiende por religión son innumerables y controvertidas. A mi entender, será preferible el enfoque teórico más objetivo, el que se atiene al análisis histórico, sistemático y crítico. Por esta razón tomaré como punto de partida la teoría de la religión que propone el exegeta alemán Gerd Theissen. ¿Qué entender por religión? Concisamente: «Religión es un sistema cultural de signos que promete una mejora de la vida en consonancia con una realidad última» (Theissen 2000: 15). En este sentido, todo sistema religioso, como sistema objetivo de signos, ofrece una interpretación del mundo y favorece la transformación del mundo. Aunque no modifica la realidad natural de la manera como lo hace la intervención técnica, sí la modifica indirectamente mediante la producción de relaciones semióticas que guían o inspiran el comportamiento:

 

«Tales signos y sistemas de signos no modifican la realidad designada, sino nuestra conducta cognitiva, emocional y pragmática con ella: dirigen la atención, organizan las impresiones en contextos y ayudan a las acciones. Solo podemos vivir y respirar en el mundo así interpretado» (Theissen 2000: 16).

 

Lo específico de la religión, en cuanto sistema semiótico, radica en la combinación de tres «formas expresivas», en palabras de Theissen, que son el mito, el rito y la ética. El mito proporciona una visión del mundo y de la vida en forma de narración. Equivale a lo «pensado», que aporta una conceptualización del mundo, del hombre y de lo divino. El rito representa en forma simbólica esquemas de conducta que están cargados de sentido, a los que el creyente se adhiere emocionalmente. Se trata de lo «vivido», que induce una experiencia subjetiva de lo narrado en el mito. Y el ethos compendia valores morales y normas prácticas que rigen la actuación personal y social. Es lo «actuado», que plasma en los hechos la modelización pensada y vivida. También se podría decir que, en cierta manera, el mito, el rito y el ethos corresponden respectivamente a los planos de lo imaginario, lo simbólico y lo empírico.

 

Conforme a esta propuesta de Theissen, la religión como lenguaje de signos no solo posee un carácter semiótico, sino también sistemático. Cuenta con una serie de elementos significativos específicos (léxico) y unas reglas de organización, de conexión positiva o negativa (sintaxis, gramática). Así, cada sistema religioso, sistema de significación, está estructurado con un núcleo duro, que consta de unos axiomas fundamentales, y luego, como en órbita, numerosos temas principales, íntimamente vinculados con tales axiomas y, más en la periferia, otros temas secundarios.