El Corán y los Evangelios. Estudio comparativo
4. Comparación de temas con sentido mítico

PEDRO GÓMEZ





4.1. El tema de la revelación

4.2. El tema de Dios

4.3. El tema de Abrahán

4.4. El tema de Moisés

4.5. El tema de María

4.6. El tema de Jesús

4.7. El tema de Mahoma



Los temas desarrollados en torno al núcleo de axiomas fundamentales son muy numerosos. Los que he seleccionado como más representativos los expondré agrupados en torno a cada una de las tres formas expresivas características del sistema y el lenguaje religioso: el mito, el rito y el ethos. Constituyen tres modos de codificación del mensaje, con su significado específico, que se interrelacionan y se refuerzan recíprocamente.

 

En primer lugar, la forma expresiva del mito, característica de todo lenguaje religioso, ha de entenderse en el sentido de un gran relato fundamental. El carácter mítico de la narración está presente, de hecho, en toda visión del mundo, de la humanidad y su historia. Por su propia naturaleza, este tipo de visión trasciende el conocimiento científico y el saber empírico ordinario. Supone siempre una interpretación más o menos sistemática, a la luz de los axiomas fundamentales correspondientes, que a su vez se expresan a través de ella. En las religiones complejas, la codificación mítica no se da como pura mitología desconectada de la historia, sino que mezcla historia y mito en diversos grados. De esta manera, se produce una mitificación de la historia y una historización del mito. La cosmovisión mitologizada se formula y se transmite mediante mensajes codificados en un género narrativo, predominantemente en un lenguaje propio de la mitología, pero que puede ser también el de la filosofía, o el de la teología; o bien en una combinación de ellos.

 

En el fondo, todo sistema religioso implica alguna filosofía, más o menos latente, en su visión del mundo, en su concepción del tiempo, del orden social y del ser humano. Siempre hay una cierta filosofía subyacente al credo, aunque, en este, el pensar filosófico suele presentarse con características de dogma.

 

Entre los principales temas que articulan la concepción última de la realidad, narrados en la historia sagrada y con rasgos míticos o metafísicos, hemos seleccionado y vamos a desarrollar: el tema de la revelación; el tema de Dios; el tema de Abrahán; el tema de Moisés; el tema de María; el tema de Jesús; y el tema de Mahoma.

 

 

4.1. El tema de la revelación

 

El concepto de revelación tiene que ver con la idea de que Dios, trascendente, se comunique con la humanidad, o haga llegar un mensaje suyo por medio de algún sabio, místico o profeta. Las religiones organizadas, en especial las monoteístas, consideran que sus escrituras o libros sagrados contienen verdades reveladas. Pero no hay una única manera de entender cómo procede en concreto la revelación.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

En el cristianismo, los escritos neotestamentarios son obra de diferentes autores con sus nombres propios. Por consiguiente, el autor de cada escrito es siempre humano y el carácter de «revelación» significa solamente que cuenta con cierta inspiración divina. Lo cual no impide que a veces puedan ser, en parte, textos circunstanciales y que contengan incluso afirmaciones o datos erróneos.

 

Lo que el cristiano cree que constituye la plena revelación de Dios es la persona de Jesús, como Hijo de Dios, como Mesías, que puso en marcha el reino de Dios con sus enseñanzas y sus hechos, con su muerte y resurrección.

 

El mensaje de Jesús presenta una llamada a la conversión, apelando a la libertad personal, y sus exigencias tienden más bien a relativizar los mandatos legalistas, aunque se trate de la Ley de Moisés, en función de valores éticos supremos:

 

«‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?’ Él le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el principal y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’» (Mateo 22,36-39).

 

Para los cristianos, lo que proviene de Dios es Jesús en persona, que se acreditó por la excelencia de sus enseñanzas, por la bondad de sus obras y milagros, por el misterio de su pasión, muerte y resurrección, y por la promesa cumplida del Espíritu. Su legado fundamental no es ningún código legal sacralizador de un orden social, sino que es el Espíritu Santo, el mismo que movía a Jesús, que se comunica al interior de cada persona, primero a los apóstoles, luego a todos los discípulos y, potencialmente, a todos los humanos. Así lo describen, por ejemplo, los siguientes pasajes simbólicos:

 

«[Jesús] salió del agua y al punto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y posarse sobre él» (Mateo 3,16).

 

«Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto» (Mateo 4,1).

 

«Vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar» (Hechos 2,3-4).

 

«Derramaré mi Espíritu sobre todo humano. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños, y sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu» (Hechos 2,17-18; cita una profecía de Joel).

 

En consecuencia, en virtud de la entrega de Jesús, se realiza la salvación. El Nuevo testamento desarrolla un nuevo concepto de la relación con Dios en Cristo y por gracia del Espíritu santo, infundido en la conciencia de los creyentes. El Espíritu «os guiará hasta la verdad plena» (Juan 16,13), para conseguir la «gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,21), pues «con esta libertad nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1). El apóstol Pablo lo explicita en su epístola a los gálatas:

 

«Al llegar la plenitud del tiempo, Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para que rescatara a quienes estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva. Y como sois hijos, Dios ha infundido en vuestro interior el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba, Padre! De modo que no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero» (Gálatas 4,4-7).

 

 

Según el Corán

 

Para referirse a la revelación, el Corán habla reiteradamente de lo que «desciende» del cielo. Y ¿qué es lo que desciende del cielo? Lo que desciende es un libro. La tesis coránica es que Dios envía a cada nación un profeta (Corán 43/35,24), y a cada profeta le entrega un libro con su ley (Corán 112/5,48). Dios no hace distinción entre unos enviados y otros (Corán 87/ 2,285; 89/3,84; 92/4,152). El mensaje y la ley revelados son siempre idénticos (Corán 43/35,43; 50/17,77; 90/33,38 y 62; 111/48,23). Así, Dios entregó la Torá a Moisés (Corán 39/7,145; 39/7,154), el Evangelio a Jesús (Corán 89/3,3; 94/57,27; 112/5,46) y el Corán a Mahoma (Corán 39/7,2; 112/5,43-50), de manera que cada uno confirma lo que había antes de él.

 

El islamismo sostiene que la autoría del Corán corresponde a Dios mismo, y que el libro es literalmente un texto divino, dictado a través de un ángel. Aduce como prueba la perfección lingüística del texto y su inalterabilidad a lo largo del tiempo. Pero el estudio empírico desmiente estas dos afirmaciones. En realidad, el Corán presenta numerosos errores y variantes; ni siquiera es obra de un solo autor conocido, sino que en su redacción intervinieron muchas manos.

 

Los musulmanes, sin embargo, consideran que este libro es palabra literal de Dios. Lo más característico de su contenido consiste en postular esa literalidad de lo que hay que creer y obedecer como ley divina, entendida como una colección de preceptos particulares a los que los creyentes han de someterse. El receptor o mediador de esas revelaciones habría sido Mahoma, con quien pretendidamente concluyó toda profecía, idea que deriva de interpretar en tal sentido la expresión «el sello de los profetas» (Corán 90/33,40).

 

Lo más habitual del Corán, al referirse a sí mismo como revelación, es usar la expresión «descender»: se ve como un escrito que «desciende» del cielo, que Dios hace «descender» sobre el profeta. Las alusiones del Corán referidas a sí mismo, no siempre claras, dicen que es:

– un libro que Dios lo hizo descender (Corán 38/38,29; 39/7,2; 39/7,196; 45/20,2; 50/17,82; 55/6,155-156; 64/44,3; 69/18,1; 70/16,64 y 89; 72/14,1; 85/29,47; 87/2,91 y 231; 89/3,7; 92/4,113; 96/3,36; 112/5,49 y 101 y 104);

– o un libro que descendió de parte de su Señor (Corán 39/7,3; 51/10,20; 55/6,114; 59/39,55; 87/2,285; 112/5,67-68);

– descendió en el mes de ramadán (Corán 87/2,185);

– es un Corán escrito en árabe (45/20,113; 53/12,2);

– contiene las aleyas o signos de Dios (Corán 49/28,87);

– es un libro que se puede leer (Corán 50/17,93);

– es un libro con la verdad (Corán 50/17,105-106; 58/34,6; 59/39,2; 59/39,41; 62/42,17; 70/16,102; 87/2,176 y 213; 92/4,105; 94/57,16; 96/13,1 y 19; 112/5,83);

– es un libro con el recuerdo (Corán 38/38,8; 54/15,6 y 9; 59/39,23; 70/16,44; 3/21,10 y 50; 85/29,51; 99/65,10);

– un libro que confirma lo que había antes de él (Corán 55/6,92; 66/46,30; 87/2,41 y 97 y 136; 89/3,3; 92/4,47 y 60 y 136 y 162; 112/5,48 y 59).

 

Aunque se suele mencionar como un libro que Dios hace descender, otras veces se dice que descienden aleyas o versículos sueltos, o bien una sura o capítulo, dictados en distintas circuns­tancias (Corán 50/17,106; 70/16,101; 87/2,99; 94/57,9; 98/76,23; 102/24,1 y 34 y 46; 103/22,16; 105/58,5; 113/9,86 y 124 y 127).

 

La misma expresión del «descenso» se usa a propósito de otras comu­nicaciones atribuidas a Dios: hizo descender el libro de Moisés, la Torá (Corán 55/6,91; 112/5,44), la Torá y el Evangelio (Corán 89/3,3 y 65 y 84; 112/5,46-47; 112/5,66). Y de Jesús se afirma que es Palabra de Dios que él hizo descender sobre María (Corán 92/4,171).

 

La idea islámica afirma que la escritura coránica ha registrado y cerrado para siempre la revelación divina, ya definitiva. Por eso, se exige la obediencia a lo que el «enviado» transmite y estipula, y está escrito. Los que ostentan el poder tienen el encargo de hacerlo cumplir. Esta es la única mediación con Dios, no hay ninguna otra verdadera, y tampoco queda espacio para una relación personal con él.

 

Lo esencial en la religión coránica no radica tanto en profesar una fe interior, sino en asumir un discurso que incita a obedecer bajo amenazas. Basta hacer lo que se manda, con un sometimiento que se manifiesta, como señal visible y pública, en el rezo colectivo (el azalá) y el pago del tributo (el azaque), pero que conlleva además innumerables prescripciones y prohibiciones de todo orden. Lo que se revela es, en definitiva, una ley, un código de preceptos que hay que cumplir y hacer cumplir, y los creyentes han de invertir en ello sus personas y sus fortunas (Corán 113/9,88).

 

La referencia coránica a la revelación que se tiene por la más antigua es: «Lo hicimos descender en la noche del destino» (Corán 25/97,1), pero, según las investigaciones,  parece ser que ese verso pertenece a un antiguo himno de Navidad. Otra referencia clave, en el inicio del capítulo titulado El viaje nocturno, dice «¡Gloria a quien hizo viajar a su siervo de noche, desde el santuario prohibido al santuario lejano, cuyos alrededores hemos bendecido, para hacerle ver algunos de nuestros signos!» (Corán 50/17,1), pero la forma original de ese versículo, conservada en manuscritos muy antiguos, no alude a Mahoma, sino que narraba la subida de Moisés al monte Sinaí.

 

 

Resultado de la comparación

 

El Corán afirma que Dios envía a cada pueblo un profeta, que cada profeta recibe un libro y que todos los profetas son equiparables y todos los libros revelados traen el mismo mensaje. Esta afirmación no puede ser más gratuita y contrafáctica, dado que es desmentida por otros pasajes coránicos y por los hechos históricos.

 

Para el islam, lo que se revela es un libro, el Corán, cuyo autor sería Dios, y en él se establece la ley que todo el mundo debe obedecer. El texto de este libro se considera la palabra literal e inalterable de su autor. Pero esta última pretensión colisiona abiertamente con lo que descubren los estudios histórico-críticos sobre el texto, con sus incontables variantes e incorrecciones.

 

En el cristianismo, por su parte, Dios se revela ante todo en una persona, con su vida y su obra, su crucifixión y resurrección. Dios se manifiesta en Jesús, y asimismo en el don del Espíritu santo que habita en el interior de los creyentes. Los documentos del Nuevo testamento no son palabra literal de Dios, sino palabras humanas de distintos autores que transmiten por escrito la tradición de Jesús, y la Iglesia los considera inspirados. Por lo tanto, en el cristianismo, la revelación precede y excede a la escritura.

 

Esta notable diferencia fundamenta visiones muy diferentes acerca de la revelación, donde se da una oposición determinante entre el espíritu y la letra, entre la fe en la manifestación viva de Dios y la cosificación de su palabra en un escrito sacralizado.

 

 

4.2. El tema de Dios

 

En todo sistema religioso encontramos la referencia a un postulado sagrado último. Sobre todo las religiones que creen en el carácter personal de ese referente, lo denominan Dios y lo caracterizan primordialmente como creador del universo. No obstante, hay muy distintas maneras de concebir cómo es su esencia, su carácter y su relación con los seres humanos.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

En el conjunto del Nuevo testamento, los principales términos con los que se designa a Dios son: «Dios», unas 1.000 veces. «Señor», 650 (pero referido tanto a Dios como a Jesús). «Padre», 266 veces (de ellas, «Dios Padre» 15 veces). «Espíritu» 230 veces (de las cuales «Espíritu Santo» 92 veces, y «Espíritu de Dios» 14 veces). Es característico de Jesús llamar a Dios «Padre», lo que implica una imagen benevolente de Dios que ama a todas sus criaturas y cuida de ellas.

 

La promesa de Dios, renovada a toda persona humana, ofrece formar parte de su reino y la vida eterna. La voz «Reino» aparece 138 veces. «Vida eterna», 43 veces. «Paraíso», 3 veces. Aunque también se hace referencia, en pocas ocasiones, a la amenaza de punición divina: «Castigo», 6 veces. «Fuego», 20 veces. «Infierno» o gehena, 11 veces.

En los Evangelios, se describen muy pocas teofanías, siempre en relatos de tipo simbólico:

«Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Marcos 1,11, en el bautismo de Jesús).

«Este es mi Hijo querido, escuchadlo» (Marcos 9,7, en la transfiguración).

 

Destacan algunos pasajes donde se significa gráficamente la característica imagen cristiana de Dios benevolente hacia todos e indulgente con el arrepentido:

«Vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos» (Mateo 5,45).

Aún más expresiva es la conocida parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).

 

Otros escritos neotestamentarios expresan elocuentemente la relación paternal y la filiación liberadora que Dios ofrece, como resume el apóstol Pablo:

 

«Cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite clamar Abba» (Romanos 8,14-15).

 

 

Según el Corán

 

La creencia monoteísta en la unidad y unicidad de Dios la adopta el Corán de la tradición judía. En efecto, hace constantes referencias al libro de Moisés y a personajes y profetas bíblicos, y también múltiples alusiones a pasajes de la literatura judía y cristiana.

 

La teología coránica no solo presenta un Dios uno y único, creador de cielos y tierra, sino que insiste en representarlo como amo todopoderoso, que mira a los hombres como esclavos y les demanda sumisión absoluta.

 

«Todos los que están en el cielo y en la tierra van ante el clemente como siervos» (Corán 44/19,93).

 

Aunque la extensión del texto del Corán es un 28% menor que la del Nuevo testamento, las menciones de Dios que contiene son mucho más numerosas y repetitivas. Si realizamos búsquedas en el texto, los términos utilizados para designarlo los podemos resumir estadísticamente así: «Dios», 3.100 veces. «Señor», 1.000 veces. «No hay más dios que Dios», 34 veces. «Espíritu» de Dios, o enviado por él, 20 veces (de ellas «Espíritu santo», 4 veces). Pero una vez se llama «espíritu» de Dios a Jesús (Corán 92/4,171). Nunca se designa a Dios como «Padre», pues rechaza expresamente esa idea.

 

La exégesis musulmana pretende que Dios es el sujeto hablante de todos los versículos del Corán. Pero poner todos los versículos en su boca resulta extraño, por ejemplo, cuando el texto habla de Dios en tercera persona. Esta anomalía intentaron corregirla, tardíamente, de manera un tanto forzada, anteponiendo al versículo la expresión «Di:», sin lograr coherencia en todos los casos. En líneas generales, aparte de las narraciones, las diatribas y los mandatos, la acción divina suele describirse como implacable. Aunque se repite a menudo que Dios es misericordioso y perdonador, también se dice que solo perdona estrictamente a quien él quiere, y solo se afirma que ha perdonado en muy pocos casos. En el presente y en el futuro, Dios sanciona con premios en la tierra y en el paraíso, pero, sobre todo, con castigos tremendos, a su entero arbitrio. Por encima de todo, se afirma que Dios hace su santa voluntad en cada instante, sin compromiso alguno:

 

«Dios hace lo que él desea» (Corán 72/14,27; 89/3,40; 103/22,18).

«Dios hace lo que él quiere» (Corán 87/2,254; 103/22,14).

«Dios perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284; repetido en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).

«La gracia está en la mano de Dios y la da a quien él quiere» (Corán 89/3,73).

 

Encontramos bastantes alusiones al premio y al castigo. El paraíso aparece con frecuencia, pero las amenazantes referencias al castigo son numerosísimas:

– Dios premia con la victoria y el «botín», 10 veces (todas mediníes); premia con el «paraíso», 139 veces.

– Dios «castiga», 415 veces. De ellas, con un «castigo terrible», 12 veces; con un «castigo doloroso», 62 veces; con el «infierno» o la gehena, 121 veces; con el «fuego», 182 veces; de ellas con el «fuego de la gehena», 26 veces.

 

La actitud y el comportamiento que se manda a los humanos ante Dios, como su Señor y Amo, debe ser con temor y estricta obediencia: el «temor» a Dios se menciona 350 veces. Porque «Sabed que no hay más dios que yo. Temedme, pues» (Corán 70/16,2).

 

La mención de la obediencia o la desobediencia aparece en unas 120 ocasiones. Se ordena obedecer y no hacerlo se juzga como un delito y un pecado merecedor de castigo. En concreto, «obedecer a Dios», 33 veces; «obedecer a Dios y a su enviado», 33 veces. Porque «quien obedece al enviado ha obedecido a Dios» (Corán 92/4,80).

 

Por contraste, el tema del amor a Dios brilla por su completa ausencia. Prácticamente no existe la expresión «amor a Dios», ni «amar a Dios». Solamente hay dos ocasiones en que se habla de «amor» dirigido hacia Dios, en estos versículos:

 

«Los que han creído son más fuertes en el amor de Dios» (Corán 87/2,165).

«Di: Si amáis a Dios, seguidme, Dios os amará y os perdonará vuestras faltas» (Corán 89/3,31).

 

En cuanto al amor procedente de Dios hacia el hombre, las alusiones son pocas, pero significativas, siempre vinculadas al cumplimiento de lo mandado:

– [Dios] «es amante», 2 veces en suras tempranas (Corán 27/85,14 y 52/11,90).

– «Dios ama»: 17 veces, todas en capítulos posteriores a la hégira. En concreto: Dios ama a los que obran bien (5 veces); a los que se arrepienten; a los que se purifican; a los que lo temen; a los que aguantan; a los que confían; y a los equitativos.

 

En conjunto, el tema del amor procedente de Dios o dirigido hacia Dios resulta más bien marginal e irrelevante en el Corán. Porque lo que el propio Dios pide no es amor, sino obediencia. De las diecisiete incidencias de la frase «Dios ama», en quince se da como una especie de muletilla. En las otras dos, más bien excepcionales, el mensaje resulta simple y claro: que Dios ama solo a los que obran bien; y por obrar bien se entiende cumplir lo mandado y, más explícitamente, comprometerse en la yihad:

 

«A quienes han creído y han obrado bien el compasivo los colmará de amor» (Corán 44/19,96).

«Dios ama a los que combaten en su camino, en fila, como si fueran un edificio compacto» (Corán 109/61,4).

 

Por el contrario, la afirmación en forma negativa, es decir, que Dios no ama, se encuentra bastante más explícita. Dios no ama a quienes no creen, a quienes no lo temen, a quienes lo desobedecen. Sirvan de ejemplo las siguientes citas:

 

«¡Que perezca el humano! ¡Que es un descreído!» (Corán 24/80,17).

«Dios no ama a los inmoderados» (Corán 39/7,31; 55/6,141).

«Dios no ama a los alborozados» (Corán 49/28,76).

«Dios no ama a los corruptores» (Corán 49/28,77; 112/5,64).

«Dios no ama a ningún presuntuoso, arrogante» (Corán 57/31,18; 94/57,23).

«Dios no ama a los engreídos» (Corán 70/16,23).

«Dios no ama a los transgresores» (Corán 87/2,190; 112/5,87).

«Dios no ama a ningún descreído, pecador» (Corán 87/2,276; 89/3,32).

«Dios no ama a los opresores» (Corán 89/3,57).

«Dios no ama al traidor, pecador» (Corán 92/4,107; 103/22,38).

 

Uno de los rasgos más representativos de la imagen islámica de Dios radica en la cólera y la repulsa contra aquellos que el Corán acusa de descreídos o «infieles», los que se niegan a creer y los que dejan de creer, los mismos que son merecedores de los más crueles tormentos. Porque:

 

«Dios no ama a los infieles» (Corán 84/30,45; 89/3,32).

 

«Quien no crea en Dios después de haber creído (…), el que abre su pecho a la increencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un castigo terrible» (Corán 70/16,106).

 

«No seáis como esos que, después de haber recibido las pruebas, se separaron y discreparon. Esos tendrán un castigo terrible» (Corán 89/3,105).

 

Encontramos otro rasgo extraño en la imagen coránica de Dios en el hecho de que, al principio de varias suras, aparece Dios profiriendo sonoros juramentos por distintos fenómenos de la creación, o por elementos sagrados de la tradición judía. En orden cronológico, son:

 

«¡Por la noche cuando cubre! ¡Por el día cuando se manifiesta! ¡Por lo que ha creado, el macho y la hembra!» (Corán 9/92,1-3).

«¡Por el tiempo!» (Corán 13/103,1).

«¡Por el astro, cuando declina!» (Corán 23/53,1).

«¡Por el sol y su plenitud! ¡Por la luna cuando lo sigue! ¡Por el día cuando lo manifiesta! ¡Por la noche cuando lo cubre! ¡Por el cielo y quien lo edificó! ¡Por la tierra y quien la aplanó! ¡Por el alma y quien la formó!» (Corán 26/91,1-7).

«¡Por las higueras y los olivos! ¡Por el monte Sinaí! ¡Por esta comarca segura!» (Corán 28/95,1-3).

«¡Por el pacto de los curaisíes!» (Corán 29/106,1).

«¡Por el monte! ¡Por un Libro escrito en pergamino desenrollado! ¡Por el templo visitado! ¡Por la bóveda elevada! ¡Por el mar embravecido! El castigo de tu Señor caerá» (Corán 76/52,1-7).

 

Estos juramentos puestos en boca de Dios pertenecen todos a capítulos catalogados como del primer período de La Meca. Quizá reflejen invocaciones mágicas o fórmulas de conjuro tomadas de tradiciones preislámicas, en cualquier caso poco congruentes con el monoteísmo. Como mínimo, parece poco adecuado que Dios jure por su creación, evidentemente inferior a él. O acaso no sea Dios el sujeto que habla, en contra de lo que sostiene la exégesis musulmana.

 

 

Resultado de la comparación

 

En el Corán, la idea prevalente es la de Dios como Amo, como voluntad absoluta que quedó registrada literalmente en el texto. Los Evangelios, en cambio, se singularizan por la idea de Dios como Padre, que ama al mundo, quiere salvarlo y se manifiesta en su Hijo.

 

El Dios islámico se describe como creador arbitrario, que lo determina todo conforme a su voluntad en cada momento, sin atenerse más que a lo que él quiere. Por el contrario, el Dios cristiano aparece como creador racional, cuyo «logos» o sabiduría ha creado el mundo y al hombre. Y es fiel a su alianza y su promesa de salvación.

 

El Corán exige a los creyentes musulmanes el temor a Dios, como actitud fundamental. En los Evangelios, la actitud primordial de los creyentes ha de ser el amor a Dios, un amor que echa fuera el temor, porque confía en la paternidad, la amistad y el perdón divino al pecador arrepentido.

 

Con respecto a los juramentos que el Corán pone en boca de Dios, observamos un contraste literal con el Evangelio según Mateo, cuando recoge estas enseñanzas de Jesús:


«No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque sea el trono de Dios; ni por la tierra, porque sea el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque sea la ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza… Que vuestro sí sea un sí, y vuestro no un no» (Mateo 5,34-37).

 

Por más que el islamismo comparta, en términos abstractos, la fe monoteísta del judaísmo y el cristianismo, queda patente que no ofrece la misma imagen o idea de Dios. Resulta erróneo afirmar que es la misma la idea de Dios que comunica Jesús y la que comunica Mahoma. ¿Cuál es más verdadera? Es evidente que cae fuera de nuestro alcance humano verificar empíricamente la realidad divina en sí misma. Pero tenemos a nuestro alcance analizar las distintas concepciones de Dios, tal como las encontramos formuladas en los textos canónicos de cada tradición, como expresión de las respectivas creencias. Por tanto, la cuestión significativa no es tanto la afirmación de monoteísmo, sino discernir cuál es la teología que se expone en cada caso y cuáles son sus consecuencias.

 

Los significados analizados nos llevan a concluir que, para el Corán no se trata tanto de creer en Dios y confiar en él, sino de temer a Dios en una umma (sociedad) que hace sumisamente lo que dice que manda. Esto fundamenta la teología del Dios Amo, que reclama servidumbre a la Ley coránica y al poder califal. En oposición, la teología cristiana del Dios Padre da prioridad a su Espíritu, que va guiando a la Iglesia para promover la vida, la verdad, la justicia, la libertad, la paz… En el fondo, estas diferencias significan e implican un enfrentamiento antagónico entre una filosofía del poder teocrático y una filosofía de la libertad.

 

Con el islam, en suma, el monoteísmo se convirtió en mahometismo. La religión de Mahoma, aunque heredó el monoteísmo de una tradición judeocristiana, le confirió como rasgo original la normalización del sometimiento por la fuerza a la religión, identificada con el poder político, al tiempo que normalizó la sacralización del odio a los no creyentes y la legitimación del expolio de sus bienes, sus tierras y su libertad.

 

 

4.3. El tema de Abrahán

 

La importancia de la figura de Abrahán se asienta en el libro del Génesis, donde, al relatar la historia remota del pueblo hebreo, se remonta hasta este personaje (siglo XVIII a. C.), y lo considera su antepasado originario, el gran patriarca, el hombre que creyó en Dios. En virtud de su fe, Dios estableció una alianza con él, y le otorgó una promesa de bendición para él y su descendencia. La Biblia va describiendo la genealogía de Abrahán, Isaac y Jacob (o Israel), de cuyos doce hijos descenderían las doce tribus de Israel.

 

En el Nuevo testamento, por su parte, la figura de Abrahán es reinterpretada, sobre todo por el apóstol Pablo, en un sentido universalista, no como padre «según la carne», sino como padre simbólico de todos los creyentes, «según la fe». Siglos más tarde, el Corán se aventura en una diferente interpretación de Abrahán como antepasado de los árabes, a través de Ismael, el hijo de su esclava, y así se retrotrae a una concepción del pueblo elegido según la genealogía de la carne y la sangre.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

El cristianismo recibe como propia la Biblia hebrea y a partir de ella desarrolla su visión universalista de la salvación. El Génesis narra la historia de Abrahán. Nos refiere que Dios hizo una alianza con él y con su descendencia. Luego, en señal de esta alianza, le mandó que en adelante se circuncidaran todos los varones (Génesis 17,10-14). Y así lo hizo Abrahán, comenzando por sí mismo (Génesis 17,23-24). En el capítulo 22, se relata el sacrificio de su hijo Isaac, no consumado, en un monte del país de Moria. Entonces, el Señor reafirmó su promesa de bendición en favor de su descendencia, una promesa que se ampliaría a todos los pueblos de la tierra (cfr. Génesis 22,1-18).

 

La figura de Abrahán tiene importancia capital en el Nuevo testamento. Se habla de los «hijos de Abrahán» y la «fe de Abrahán», evocando la genealogía del pueblo elegido: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres» (Hechos 3,13).

 

En sentido general, ser «hijo de Abrahán» significaba a la vez tanto la pertenencia al pueblo judío como la verdadera fe en Dios. Pero los Evangelios plantearon una crítica a esa concepción tradicional. Ya Juan Bautista advertía a la gente que acudía para bautizarse que no bastaba con ser descendiente de Abrahán:

 

«Dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abrahán’. Porque os digo que Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abrahán (Lucas 3,8; igual Mateo 3,8-9).

 

Jesús, mientras enseñaba en el templo, amonestó a los judíos:

 

«Ellos le contestaron: ‘Nuestro padre es Abrahán’. Jesús dijo: ‘Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán’» (Juan 8,39).

 

En la carta a los romanos, el apóstol Pablo establece una distinción entre Abrahán como «padre según la carne» (Romanos 4,1) y Abrahán en cuanto creyente, que fue justificado por la fe, aun antes de estar circuncidado:

 

«Entonces, ¿esta bienaventuranza vale solo para los circuncisos o también para los incircuncisos? Hemos dicho, en efecto, que a Abrahán la fe se le imputó como justicia. Y ¿cómo le fue imputada? ¿estando él circuncidado o antes de estarlo? No estando circuncidado, sino antes; y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tuvo sin estar circuncidado. Así se constituyó en padre de todos, los incircuncisos que creen y se les imputa como justicia, y también en padre de los circuncidados» (Romanos 4,9-12).

 

El cristianismo interpretó el significado de la figura de Abrahán en el sentido de que basta la fe en Dios para ser reconocido «hijo de Abrahán», y así la promesa divina está abierta a toda la humanidad, para todo el que crea, y no es solo para el pueblo judío y los que están bajo la Ley.

 

La epístola a los gálatas argumenta recordando que, en la alianza con Abrahán, Dios prometió la bendición para los creyentes de todos los pueblos: «Entended, pues, que los que viven de la fe, esos son los hijos de Abrahán » (Gálatas 3,7). De modo que los verdaderos hijos de Abrahán están libres de la circuncisión y de la Ley, y dan preeminencia de una disposición interna respecto a Dios.

 

 

Según el Corán

 

Es significativo que el apóstol Pablo nunca sea citado por su nombre en el Corán y, sin embargo, hay una polémica soterrada con él en muchos aspectos. Uno de ellos es el que tiene que ver con Abrahán.

 

El Corán relata la profesión de fe de Abrahán (Corán 47/26,69-89). Remite a episodios del Abrahán bíblico (Corán 67/51,24-37 ofrece un resumen de Génesis 18,2-33 y 19,1-29). Pero añade historias que no están en la Biblia. Y, en particular, trastoca insidiosamente la perícopa que cuenta el sacrificio del hijo.

 

La interpretación coránica lleva a cabo una arabización e islamización de Abrahán, de modo que no solo lo presenta como antepasado de los árabes, por la línea de su hijo Ismael, sino que lo califica de musulmán. A través de esta progenie se habría conservado la verdadera fe monoteísta, al margen del judaísmo, que discurre por el linaje de Isaac, Jacob y Moisés.

 

Para la tradición musulmana «la religión de Abrahán» (citada 7 veces) sería anterior y superior a la Biblia, y sería la única religión recta, de la que procede la religión de Mahoma, propia de los árabes, supuestos descendientes de Ismael. Sin embargo, esta pretensión de enlazar directamente con Abrahán y detentar la única religión verdadera choca con otros pasajes del propio Corán, donde se exalta la Torá y el Evangelio. Además, es sintomático que, en el conjunto del Corán, destaque mucho más el personaje de Moisés, cuyo nombre aparece el doble de veces que el de Abrahán (Moisés 137 veces; Abrahán 70).

 

Podemos recopilar aquí las citas coránicas que aluden a la supuesta religión de Abrahán, cuya significación trataremos de analizar y entender un poco más adelante:

 

«Mi Señor me ha dirigido por un camino recto, una religión elevada, la religión de Abrahán, el recto. No era de los asociadores» (Corán 55/6,161).

 

«Luego te revelamos: ‘Sigue la religión de Abrahán, que era recto. No era de los asociadores’» (Corán 70/16,123).

 

«¿Quién desea algo diferente de la religión de Abrahán, sino el insensato?» (Corán 87/2,130).

 

«Dijeron: ‘Sed judíos o nazarenos, y estaréis dirigidosְ’. Di: ‘[Seguimos] más bien la religión de Abrahán, un recto’. No era en absoluto de los asociadores» (Corán 87/2,135).

 

«Abrahán no era judío, ni nazareno, sino que era recto, sumiso. No era en absoluto de los asociadores. Los que prefieren a Abrahán son los que lo han seguido, este profeta y los que han creído» (Corán 89/3,67-68).

 

«Dios ha sido verídico. Seguid, pues, la religión de Abrahán, un recto. No era en absoluto de los asociadores» (Corán 89/3,95).

 

«Tenéis un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él» (Corán 91/60,4).

 

«¿Quién tiene mejor religión que quien somete su faz ante Dios, hace buenas obras, y sigue la religión de Abrahán, que fue recto? Y Dios tomó a Abrahán por amigo» (Corán 92/4:125).

 

«Seguid la religión de vuestro padre Abrahán (…) Elevad el rezo y dad el tributo» (Corán 103/22,78).

 

La tradición islámica suele considerar a Abrahán como «musulmán», pero lo hace sobre la base de una traducción anacrónica de muslim, término que literalmente solo significa «sumiso» (lo mismo que en Corán 89/3,67). El significado de «musulmán», entendido como miembro de una religión, no apareció hasta la segunda mitad del siglo VIII, y no existe en el Corán, donde se utiliza el calificativo de «creyentes» y no el de «musulmanes».

 

Tampoco hay ninguna constancia de que Abrahán fundara una religión, ni siquiera teniendo en cuenta lo que encontramos escrito en el mismo Corán, porque lo que en él aparece es una religión que es anterior a Abrahán y posterior a él, en una línea de continuidad en la cual, por cierto, nunca se incluye el nombre de Mahoma:

 

«Él os ha prescrito como religión lo que había ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, así como lo que hemos ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús» (Corán 62/42,13).

 

«Hemos creído en Dios, en lo que ha descendido sobre nosotros, lo que ha descendido sobre Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las Tribus, y lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los profetas, de parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre unos y otros» (Corán 89/3,84).

 

En alguno de estos sumarios, se puede observar que se ha interpolado el nombre de Ismael, en clara sustitución de Isaac, pues trastoca la línea de sucesión correcta, que sería Abrahán, Isaac y Jacob:

«Te hemos revelado, como hemos revelado a Noé y a los profetas después de él. Y hemos revelado a Abrahán, Ismael, Jacob, las Tribus, Jesús, Job, Jonás, Aarón y Salomón. Y dimos a David los salmos» (Corán 92/4,163).

 

«Él ha hecho descender sobre ti el libro con la verdad, que confirma lo que está antes de él. Y él ha hecho descender la Torá y el Evangelio» (Corán 89/3,3).

 

Queda absolutamente patente que la religión contenida en el Corán es la de la Biblia, la de la Torá de Moisés (que se menciona 18 veces) y la del Evangelio de Jesús (se menciona 12 veces), por más que la Torá y el Evangelio se miren desde una perspectiva adaptada a los destinatarios árabes.

 

En relación con las escrituras sagradas, hay un versículo concreto en el que se entrevé la mano de un redactor tardío que añadió «y el Corán»:

«Una verdadera promesa para él, contenida en la Torá, el Evangelio y el Corán» (113/9,111).

 

Otro dato significativo estriba en la versión coránica del relato bíblico en el que Abrahán va a sacrificar a su hijo: el Corán pone a Ismael en lugar de Isaac. Así se pretende alterar toda la historia sagrada bíblica, al postular una descendencia alternativa a través de Ismael, que suplanta a Isaac y, por tanto, margina a Jacob. Aquí, vemos cómo se vuelve a privilegiar la filiación biológica sobre la espiritual. Y con esta alteración del relato, el pueblo hebreo es desplazado por el pueblo árabe en la categoría de pueblo elegido.

 

En efecto, según la Biblia, el hijo al que Abrahán se dispone a sacrificar es Isaac (Génesis 22,1-18). En cambio, el Corán cuenta la historia de tal manera que da a entender que quien es conducido al sacrificio es Ismael, el hijo de Agar (Corán 56/37,101-107), puesto que refiere el episodio del sacrificio antes del nacimiento de Isaac, el hijo de Sara (Corán 56/37,112). Asimismo, en varios capítulos poshegíricos, como ya he apuntado, se inserta el nombre de Ismael en la secuencia de los profetas bíblicos: Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, Moisés y Jesús, Noé, Job, Jonás, Aarón, Salomón, David (Corán 136 y 140; 89/3,84; 92/4,163-164). Con toda probabilidad, se trata de interpolaciones tardías.

 

Por lo demás, la llamada «religión de Abrahán» carece de contenido específico. La norma religiosa del Corán, teniendo en cuenta su contenido, reafirma básicamente lo establecido a partir de Moisés, puesto que el sistema islámico requiere la circuncisión (no explícita en el Corán), impone las prohibiciones alimentarias, las normas de pureza ritual y, en general, instaura una ley que representa una adaptación de la Ley mosaica. La fe monoteísta, el rezo, la limosna, el ayuno, la peregrinación y los sacrificios animales son todas instituciones judías. Más aún, al primar la estirpe de Abrahán según la carne, por Ismael y su descendencia, encierra la religión en los moldes particularistas de una religión étnica de los árabes. Por eso, al principio, únicamente luchaban por la conversión al agarenismo (islam) de las tribus árabes. Y de hecho, solo avanzada la época abasí, se permitió a la población no árabe hacerse musulmana.

 

En fin, el Corán propone a Abrahán como «buen modelo», pero, si observamos que el mismo versículo lo describe en una actitud de tajante intolerancia, comprenderemos la actitud que luego ha servido de pauta a los musulmanes con respecto a los no musulmanes:

 

«Tenéis un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él, cuando dijeron a sus gentes: ‘Nos desentendemos de vosotros y de lo que adoráis fuera de Dios. Renegamos de vosotros. La enemistad y el odio han aparecido entre nosotros y vosotros para siempre, hasta que creáis solo en Dios’» (Corán 91/60,4).

 

 

Resultado de la comparación

 

Los análisis en torno a la caracterización coránica de Abrahán y su descendencia nos han llevado a localizar y desenterrar una serie de mutaciones que han afectado al texto y su significación, dentro de un proceso destinado a consumar la gran sustitución, en la que era necesario justificar la pretendida supremacía árabe/musulmana en el dominio religioso, ya lograda en el político.

 

El Corán valora y reitera, con variantes, la saga bíblica de los patriarcas y los profetas judíos: Noé, Abrahán, Lot, Isaac, Ismael, Jacob, José, Moisés, Aarón, David, Salomón, Eliseo, Jonás, Job, Juan Bautista y Jesús. Esto demuestra, a las claras, que lo que luego denomina «religión de Abrahán» y de Ismael no es otra que la religión de los judíos recuperada, sin que el sesgo mahometano que se le imprime consiga ocultarlo.

 

Además, a diferencia de la Biblia (Génesis 17,10-14), el Corán evita mencionar la alianza de Dios con Abrahán (y la implicación de que Dios no falta a su alianza, idea extraña al islam). De este modo, escamotea la promesa divina a Abrahán, Isaac, Jacob y al pueblo hebreo, con objeto de reconvertirla en una concesión a Abrahán e Ismael, este último pretendido epónimo de los árabes.

 

Hay otra diferencia crucial entre el Abrahán del Corán y el de las cartas de san Pablo, pues este, mediante la interpretación de Abrahán como padre simbólico de todos los que creen en Dios, defiende la apertura de la fe y la promesa tanto a judíos como a gentiles, a todos los hombres sin distinción de origen. Por el contrario, la elaboración coránica vuelve a dar la mayor importancia a la descendencia «según la carne», reivindicando el privilegio árabe de pertenecer a la progenie de Abrahán a través del linaje de Ismael.

 

Otro punto discutible es la suposición de que los árabes descienden de Ismael. Por mucho que se les haya denominado «ismaelitas», no hay la menor prueba histórica de tal descendencia, ni en la Biblia, ni fuera de ella. El libro del Génesis lo último que narra acerca de los descendientes de Ismael es que se asentaron cerca de Asiria (Génesis 25,12-18), y no da más información sobre ellos.

 

La figura del Abrahán coránico se propone como modelo de intolerancia extrema respecto a todos los que no se plieguen al credo muslímico, de donde derivó la legitimación de la violencia contra el infiel.

 

Al revés del tópico, el Abrahán que aparece en el Corán no constituye ningún paradigma de unión entre las «religiones abrahánicas», ni puede ser ejemplo de entendimiento o tolerancia, puesto que, precisamente en referencia a él, se establece la enemistad y el odio para siempre hacia los judíos y los cristianos.

 

Ese Abrahán descrito en el Corán, que no era judío, ni nazareno, representa un factor permanente de discordia y enfrentamiento. Para los musulmanes es incuestionable que «la religión de Abrahán» es exclusivamente la de Mahoma, a quien consideran «musulmán». Será necesario desmentir la cantinela de una pretendida coincidencia interreligiosa, como cuando se habla de «los tres monoteísmos», «las tres religiones abrahánicas» o «las tres religiones del libro». Todas estas expresiones son engañosas, porque encubren el mensaje de cada religión, y son dañinas, porque estorban la posibilidad de un verdadero diálogo.

 

 

4.4. El tema de Moisés

 

Aunque hay otros personajes importantes en la tradición religiosa bíblica, como Adán, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, sin embargo, Moisés destaca como el principal en la conformación de la religión hebrea, en cuanto liberador de las tribus, organizador del pueblo elegido y receptor de la Torá entregada por Dios. El cristianismo asumió como propio el legado de la Biblia, si bien Jesús y sus seguidores hicieron una nueva interpretación de lo fundamental de la ley mosaica y los profetas. El islamismo, por su lado, mantuvo gran parte de la herencia religiosa del judaísmo, con sus elementos más arcaicos, en una adaptación para los árabes del personaje de Moisés y de su ley.

 

 

Según la Biblia hebrea

 

Los primeros cinco libros de la Biblia, o Pentateuco, constituyen la Torá, la Ley. También se llaman los libros de Moisés. La historia bíblica de Moisés narra su nacimiento en la tribu de Leví, exiliada en Egipto. Cuando el niño nació, su madre lo puso en una cesta a la orilla del río, para salvarlo de la muerte, y allí lo encontró la hija del Faraón (Éxodo 2,1-10).

 

Cuenta la Biblia que, en el monte Horeb o Sinaí, se le apareció a Moisés el ángel del Señor, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, y lo envió con la misión de sacar al pueblo de Israel de Egipto (Éxodo 3,1-12). Dios le otorgó poderes para hacer prodigios (Éxodo 4,1-9). Moisés junto con su hermano Aarón se presentaron ante el Faraón y le pidieron que dejara salir a su pueblo para ofrecer culto a Yahveh, su Dios, sin conseguirlo (Éxodo 5,1-9). Entonces anunciaron el castigo de las plagas, que cayeron sobre la sociedad egipcia (Éxodo 6,28 a 12,34), hasta que finalmente el Faraón cedió (Éxodo 12,31-32). Los israelitas partieron, «unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños» (Éxodo 12,37). Pero, poco después, los egipcios salieron en su persecución (Éxodo 14,5-14). Moisés y su pueblo atravesaron el mar Rojo, donde pereció el Faraón con todo su ejército (Éxodo 14,15-31).

 

Durante la larga marcha por el desierto, sobresalen varios acontecimientos. Dios les dio leyes y mandatos, y los puso a prueba (Éxodo 15,25). Dios los proveyó de codornices y del maná para comer (Éxodo 16,1-36). Para calmar la sed, Moisés hizo brotar agua de una roca, golpeándola con su bastón (Éxodo 17,1-7).

 

El primer encuentro armado con enemigos tuvo lugar en la batalla contra los amalecitas. Moisés envió a su general en jefe, Josué, al mando de las tropas, y mientras él oraba en lo alto del monte, «Josué derrotó a Amalec y a su gente a filo de espada» (Éxodo 17,8-16). Por consejo de su suegro Jetró, Moisés creó la institución de los jueces para administrar justicia al pueblo (Éxodo 18,13-26).

 

Cuando llegaron al desierto de Sinaí, Moisés subió al monte a hablar con Yahveh (Éxodo 19,3-9). Allí aconteció la teofanía divina (Éxodo 19,10-25). Y Dios le comunicó el decálogo (Éxodo 20,1-21). «Cuando acabó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las tablas de la alianza: tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Éxodo 31,18).

 

En este punto, se narra el episodio del becerro de oro, fabricado por Aarón, ante el que el pueblo se postraba y ofrecía sacrificios, en ausencia de Moisés (Éxodo 32,1-14). Al bajar del monte, Moisés se encolerizó, arrojó y rompió las tablas de la Ley (Éxodo 32,15-24). El castigo no se hizo esperar: se desencadenó la violencia sagrada, por la transgresión, y Moisés con los hijos de Leví llevó a cabo una depuración despiadada del propio pueblo, por el extravío del becerro de oro, en la que «cayeron unos tres mil hombres» (Éxodo 32,25-28).

 

Moisés intercedió por su pueblo y siguieron el camino como pueblo elegido (Éxodo 33,16-17). Deseó ver la gloria de Dios, pero no pudo ver su rostro (Éxodo 33,18-23). Dios renovó su alianza, hubo nuevas tablas con el decálogo (Éxodo 34,1-28). Por haber hablado con Dios, la gloria se reflejaba en el rostro radiante de Moisés, que se puso un velo sobre la cara y solo se lo quitaba para hablar con Dios (Éxodo 34,33-35).

 

El libro de los Números reanuda la historia por el desierto. Acaeció la rebelión de Coré, Datán y Abirán, seguida del correspondiente castigo (Números 16,1-35). Tras muchas peripecias, se dirigieron hacia Transjordania, combatiendo a los amalecitas, los edomitas, los amorreos, los moabitas y los cananeos, hasta conquistar la tierra a filo de espada. Se asentaron en las ciudades de los vencidos y se repartieron su territorio (Números 21,21-35; capítulos 31 al 34).

 

Por último, el Deuteronomio vuelve a contar la historia de Moisés y el pueblo de Israel, en alianza con Dios. Presenta un nuevo cuerpo legal de mandatos y decretos religioso-políticos. Pero Moisés solo llegó a ver la tierra prometida desde lejos, desde el monte Nebo, frente a Jericó. Y allí falleció y lo enterraron en el valle de Moab (Deuteronomio 34,1-12).

 

 

Según el Nuevo testamento

 

La figura de Moisés está muy presente en el Nuevo testamento: su nombre aparece 79 veces (25 veces en los sinópticos; 13, en el Evangelio según Juan; 18, en los Hechos; 10, en las cartas de Pablo). Mientras que el nombre de Jesús se repite 794 veces; el de Pablo, 162; el de Pedro, 156; el de Abrahán, 74; el de Isaac, 21; el de Jacob, 27.

 

En los textos cristianos, Moisés representa la religión y la Ley judías, en cuyo seno surgió y se desarrolló el movimiento de renovación iniciado por Jesús. El sermón de la montaña, en el Evangelio según Mateo (5,1 a 7,29), Jesús manifiesta una toma de postura crítica en relación con la Ley de Moisés y los Profetas, aunque insistiendo en lo fundamental de su mensaje.

 

En el mismo Evangelio de Mateo, que sigue de cerca a Marcos, Jesús mandó al leproso que quedó limpio que cumpliera con lo prescrito por Moisés (Mateo 8,4). En el relato de la transfiguración, aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús (Mateo 17,3). En la cuestión del divorcio, Jesús interpreta restrictivamente la ley de Moisés (Mateo 19,7-9). Los saduceos citan a Moisés en un debate acerca de la resurrección (Mateo 22,24). Jesús denuncia que en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos, y advierte de que hay que cumplir lo que ellos dicen, pero no hacer lo que hacen (Mateo 23,2-3).

 

El Evangelio según Lucas, en el relato de la infancia de Jesús, hace ver que sus padres cumplían la Ley de Moisés, con motivo de la presentación del niño en el templo (Lucas 2,22-24). Reitera eso mismo en los episodios del leproso curado (Lucas 5,14), la transfiguración (Lucas 9,30) y el debate sobre la resurrección (Lucas 20,28 y 37). Además, Lucas alude a Moisés en relatos específicamente suyos como el del rico epulón y el pobre Lázaro (Lucas 16,29-31), el de los discípulos de Emaús (Lucas 24,27), y en las palabras que Jesús dirige a sus apóstoles, tras la resurrección, al despedirse de ellos: «Es necesario que se cumpla todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y los Salmos acerca de mí» (Lucas 24,44).

 

Las elaboraciones del evangelista Juan y de las cartas del apóstol Pablo son notablemente más complejas, y no podemos entrar aquí en su análisis. Me limitaré a subrayar que ambos toman como referencia la Ley mosaica para señalar la novedad que supone la misión de Jesús: «Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad han llegado a ser por Jesús Mesías» (Juan 1,17).

 

Especial importancia entraña el episodio evangélico de la mujer adúltera, que, según la Ley de Moisés, debía ser apedreada, pero Jesús se opuso e impidió que lo hicieran (Juan 8,3-11).

 

Por su parte, el apóstol Pablo cuestiona si la justicia procede de la Ley o de la fe (Romanos 10,5-6). Su respuesta en la carta a los gálatas defiende la liberación respecto a la Ley, una libertad aportada por Cristo, que hace hijos adoptivos de Dios a quienes tienen fe: «Antes de llegar la fe, estábamos presos bajo la Ley, custodiados hasta que la futura fe se revelara. De modo que la Ley fue nuestra preceptora hasta Cristo, para que por la fe seamos justos» (Gálatas 3,23-24). Pues, escribe Pablo, «para la libertad nos ha liberado Cristo: manteneos firmes y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud» (Gálatas 5,1).

 

Así, el movimiento judío de renovación que dio origen al cristianismo universalizó le fe de Israel. Relativizó la Ley mosaica, humanizó la presencia de Dios y dio la mayor trascendencia a la acción del Espíritu.

 

 

Según el Corán

 

La figura de Moisés, pese a su gran relevancia en el Corán, ha sido poco estudiada por los islamólogos. En la edición de Al-Azhar, el libro consta de 6.236 versículos, cuya temática se reparte de manera desigual. El 25% del texto está dedicado a historias y personajes tomados de la Torá judía y de los Evangelios cristianos. Los personajes a los que se dedica mayor extensión en el Corán son todos bíblicos: sobre Moisés, 502 versículos; sobre Abrahán, 245 versículos; sobre Noé, 131 versículos.

 

Como salta a la vista, Moisés ocupa el doble de versículos que Abrahán. Ya indicamos que el nombre de Moisés se menciona 137 veces en el Corán, en 34 de los capítulos, también el doble de menciones que el nombre de Abrahán (70 veces). Parece evidente que el islam es ante todo la religión de Moisés, más que la «religión de Abrahán».

 

Sin embargo, en los capítulos del período de Medina, posteriores a la hégira, la figura de Moisés casi desaparece (apenas diez menciones). Esta es la prueba de que se estaba llevando a cabo la sustitución del profeta Moisés por el profeta sin nombre, que la tradición muslime identifica con Mahoma, convertido entonces en protagonista y único profeta en los capítulos más tardíos del Corán.

 

Moisés aparece incluido siempre en los numerosos sumarios coránicos de «profetas» hebreos (Corán 44/19,51), entre los que se mienta a Noé (Corán 44/19,58), Abrahán (Corán 44/19,41), Isaac y Jacob (Corán 44/19,49), Ismael (Corán 44/19,54; 56/37,112) y Aarón el hermano de Moisés (Corán 44/19,53).

 

Aunque las historias de Moisés referidas en el Corán están tomadas de la Biblia, el hecho es que se narran de manera esquemática y alterando muchos rasgos concretos. Cuando hacemos la comparación detallada, encontramos bastantes discordancias entre ambas escrituras. Algunos ejemplos:

 

– Corán 39/7,107: Moisés tiró su bastón. En Éxodo 7,10, es Aarón quien tiró el bastón que se convirtió en serpiente.

 

– Corán 49/28,6: sitúa al dignatario Amán junto al faraón. En la Biblia, Amán aparece en el libro de Ester, unos mil años posterior.

 

– Corán 49/28,12: el niño Moisés se negaba a mamar. El relato de Éxodo 2,1-9 no cuenta nada de eso (procede de una leyenda judía).

 

– Corán 49/28,15: Moisés mató a un hombre de otro clan judío. La Biblia dice que mató a un egipcio (Éxodo 2,11-15).

 

– Corán 49/28,38: Faraón mandó construir una torre para llegar a Dios. Esto no está en la Biblia: quizá se trate de una confusión con la torre de Babel (Génesis 11,1-9).

 

Estas y otras variantes en la narración no son, sin embargo, lo más importante de la historia de Moisés en el Corán. Lo significativo reside en el propósito que persiguen los cambios que se introdujeron en el relato coránico, donde unos temas plenamente judíos, como son la misión del profeta, el pueblo elegido y el libro revelado, fueron reinterpretados en clave árabe y mahometana y, por tanto, manipulados.

 

En efecto, el personaje de Moisés es reconvertido en prototipo de Mahoma. Aparece Moisés como un caudillo que, por orden divina, dirige a las tribus israelitas, se enfrenta al imperio egipcio y se libra de él, y organiza una especie de Estado naciente (los jueces), bajo un régimen teocrático fundado en la Ley y los mandamientos de Dios; guerrea contra otros pueblos, con vistas a la conquista militar de la tierra prometida (Corán 25/20,41; 45/20,13; 112/5,21). Parece claro que, conforme al Corán, este es el modelo básico al que se ciñe el comportamiento de Mahoma, de modo que este se presenta como enviado y profeta, como revelador, legislador, conductor político-militar de las tribus árabes y visionario de la conquista de los imperios romano y persa.

 

Ahora bien, el patrón profético al que se atiene Mahoma se aleja no solo del pacifismo evangélico cristiano, sino también del profetismo judío del período monárquico, cuando los profetas criticaban al poder, para remontarse a las épocas más antiguas de leyendas tribales y guerras santas. Sobre todo, Mahoma se identifica con el paradigma beligerante de Moisés. El camino hacia la conquista de la tierra prometida es el modelo para la yihad en el camino de Dios. Consiste en tachar a los otros pueblos de opresores, inculparlos de idolatría, emplazarlos a la rendición o el exterminio, con el objetivo de la victoria y el reparto del botín en nombre de Dios.

 

Con todo, en las suras medineses, el personaje de Moisés fue pasando a segundo plano para encumbrar el profetismo de Mahoma (Corán 90/33,40). La actividad militar de la yihad, inicialmente de carácter defensivo, se reformuló hasta establecerla como obligación de emprender la ofensiva contra todos los que no crean en Dios y en Mahoma (Corán 113/9,29). El islam naciente desarrolló el culto a la personalidad de Mahoma, mitificándolo como enviado de Dios y exaltándolo como sello de los profetas.

 

Otro aspecto en el que evolucionó el texto del Corán remite a la consideración de pueblo elegido. Inicialmente, lo identifica con el «pueblo de Moisés», con los «hijos de Israel», con el «pueblo del libro» que es la Torá mosaica (Corán 65/45,16). Pero, más adelante, llega a descalificar al pueblo judío de su tiempo, con graves acusaciones:

 

«¡Pueblo del Libro! ¿Por qué no creéis en los signos de Dios?» (Corán 89/3,98).

 

«Hicimos un pacto con los hijos de Israel y les mandamos enviados. Cada vez que un enviado vino a ellos con algo que no deseaban, a unos los desmintieron y a otros los mataron» (Corán 112/5,70).

 

El Corán alega que Dios los reprueba sin remisión, por desmentir sus signos (Corán 42/25,36; 103/22,44). De modo que introduce la idea de que Dios los despojará de su estatus de pueblo elegido, para traspasarlo a otro pueblo. Y finalmente, afirma que el pueblo de Moisés ha sido sustituido por el pueblo de Mahoma. Así, el Corán enaltece a la nueva umma, la nación o pueblo de los árabes creyentes que siguen a Mahoma, sumisos a Dios, los auténticos descendientes de Abrahán:

 

«Vosotros sois el mejor pueblo suscitado entre los humanos. Ordenáis lo lícito, prohibís lo ilícito, y creéis en Dios. Si el pueblo del Libro hubiera creído, hubiera sido mejor para ellos. Hay creyentes entre ellos, pero la mayoría son perversos» (Corán 89/3,110).

 

«¿Quién tiene una religión mejor que quien es sumiso a Dios, obrando bien, y sigue la religión de Abrahán, siendo recto?» (Corán 92/4,125).

 

Por último, del mismo modo que Moisés es sustituido por Mahoma y el pueblo judío es reemplazado por el pueblo árabe, la Biblia es relevada por el Corán. Durante mucho tiempo, incluso después de la hégira, la Biblia hebrea (recibida de los judeonazarenos) constituía la escritura de referencia para la comunidad de Mahoma y su liturgia. De ella hablan con reverencia numerosos pasajes del Corán:

 

«Pues dimos a Moisés el Libro como culminación por el bien que había hecho, explicación de todo, dirección y misericordia» (Corán 55/6,154).

 

Más aún, se alude al Corán como una confirmación, en lengua árabe, de lo que se había revelado antes en la Torá:

 

«Antes de él, el Libro de Moisés era guía y misericordia. Este es un libro que lo confirma, en lengua árabe, para advertir a los injustos, y un anuncio para los que obran bien» (Corán 66/46,12).

 

Sin embargo, posteriormente, el Corán pasa a acusar a los judíos de entender a su antojo el libro de Moisés, y de ocultar parte de su mensaje:

 

«¿Quién hizo descender el libro con el que vino Moisés como luz y dirección para los humanos? Lo registráis en hojas que mostráis, pero ocultáis mucho. Se os enseñó lo que no sabíais, ni vosotros ni vuestros padres» (Corán 55/6,91).

 

El enfrentamiento con los judíos se enconó cada vez más, y el Corán posterior a la hégira acusa a los judíos de alterar el texto del libro de Moisés (al que antes aludía como digno de ser recordado y obedecido).

 

«¡Ay de aquéllos que escriben el Libro con sus propias manos y luego dicen: ‘Esto es de parte de Dios’, a fin de venderlo a bajo precio! ¡Ay de ellos por lo que sus manos han escrito! ¡Y ay de ellos por lo que realizan!» (Corán 87/2,79).

 

«¡Pueblo del Libro! ¿Por qué disfrazáis la verdad de falsedad, y ocultáis la verdad que conocéis?» (Corán 89/3,71).

 

«Pero, como rompieron su compromiso, los hemos maldecido y hemos endurecido sus corazones. Desplazan las palabras de sus posiciones, y han olvidado una parte de lo que se les recordó. Tú no dejarás de ver una traición por su parte, excepto unos pocos de ellos» (Corán 112/5,13).

 

Al final del proceso, el Libro de Moisés es rechazado y sustituido por el Corán como nuevo libro revelado. Sin embargo, en contraste con la acusación a los judíos de falsear sus escrituras, lo que la investigación actual nos descubre es que el texto coránico fue manipulado por distintos redactores, de manera que el Corán que hoy conocemos no finalizó su redacción hasta dos siglos después de Mahoma.

 

La sura 17 lleva por título El viaje nocturno. El primer versículo cuenta que, una noche (supuestamente del año 622), el profeta efectuó un viaje milagroso «desde el santuario prohibido hasta el santuario lejano», desde La Meca hasta Jerusalén.

 

«Exaltado sea el que hizo viajar a su siervo, de noche, desde el santuario prohibido al santuario lejano, cuyos alrededores hemos bendecido, a fin de hacerle ver algunos de nuestros signos. Él es el que todo lo oye, el que todo lo ve» (Corán 50/17,1).

 

La exégesis musulmana dice que el siervo aludido era Mahoma, llevado hasta el templo de Jerusalén, desde donde subió al cielo para hablar con Dios y recibir el Corán.

 

Pero en el texto se detecta un añadido posterior: «del santuario prohibido al santuario lejano, cuyos alrededores bendijimos, a fin de hacerle ver algunos de nuestros signos. Él es el que todo lo oye, el que todo lo ve». Si suprimimos este añadido, entonces se recupera el texto original y se enlaza lógicamente con el versículo siguiente, que queda así:

 

«Gloria a aquel que hizo viajar una noche a su siervo. […] Dimos a Moisés el libro, del que hicimos una dirección para los hijos de Israel» (Corán 50/17,1-2).

 

En efecto, así se comprueba en los manuscritos más antiguos. Está claro que el «siervo» mencionado en el primer versículo no es otro que Moisés, de quien el relato bíblico cuenta que subió al monte Sinaí para recibir las tablas de la Ley. Está claro que el versículo se ha manipulado, haciendo que Mahoma ocupe el lugar de Moisés.

 

 

Resultado de la comparación

 

El Corán se apropia abiertamente de las historias de los «profetas» bíblicos, de modo que el islam resulta de una adaptación de la religión judía. Y el propio Corán muestra que la consideración de Mahoma como profeta es tardía y no aparece hasta las suras del período de Medina.

 

El estudio comparado muestra que los personajes bíblicos, en el Corán, están muy esquematizados, su perfil desfigurado, y su significación alterada. El Corán lleva a cabo un proceso de apropiación que asimila el judaísmo a los árabes. Los profetas, incluso Jesús, aparecen mahometizados con el propósito de justificar las agresiones y conquistas de los sarracenos. Moisés, que reunía las atribuciones de enviado por Dios, transmisor de la Ley, suprema autoridad religiosa y política del pueblo hebreo, sirvió de prototipo sobre el que se calcó la figura de Mahoma, profeta, revelador y jefe militar y político de las tribus árabes.

 

Como resultado, el islam instauró una teología de la sustitución, suplantando a las grandes figuras de Israel y del cristianismo. Los profetas mencionados en el Corán y el mismo Moisés operan como si fueran marionetas movidas por los hilos del mahometismo. Es aberrante pretender que Abrahán fuera un profeta musulmán, o que la religión islámica existiera antes que el judaísmo y el cristianismo, como la única religión originaria y verdadera. El islamismo alteró la identidad de todos los profetas de Israel, desde Adán y Eva, Abrahán, Moisés, David y Salomón, e incluso Jesús, presentándolos como musulmanes. Y hasta da pie a los musulmanes para pensar que la Biblia es un plagio falsificado del Corán, por absurdo que esto nos parezca.

 

La realidad es bien distinta: que los textos del Corán, atribuidos a Mahoma, posteriores en siglos, distorsionan, manipulan y reelaboran a su conveniencia elementos de las escrituras judías y cristianas, tanto canónicas como extracanónicas. Desde el punto de vista histórico, es el relato coránico el que falsea los textos originales y lleva a cabo una maniobra de islamización del personaje de Moisés y de la figura de Jesús. El objetivo último del Corán estriba en desacreditar la Biblia, apropiarse de su prestigio y suplantarla por completo, al tiempo que recupera y mitifica a Mahoma.

 

El islam impulsó un nuevo profeta, un nuevo libro revelado, un nuevo pueblo elegido, que se arrogó la misión de imponer la nueva Ley de Dios. Mahoma y sus seguidores asumieron como religión un proyecto mesiánico milenarista de combate y conquista por la espada, con la pretensión de someter a todas las naciones de la tierra e implantar el reino escatológico. Este mito es el que justifica, a sus ojos, el odio a los enemigos, la fe ciega en la violencia y el ethos de dominación. Aunque, en realidad, su práctica culmina en el reparto desigual de las riquezas, de las mujeres y del poder, dentro de un sistema teocrático que confunde religión y política. De ahí la discordia sin fin que enfrenta al islam con el resto de la humanidad.

 

 

4.5. El tema de María

 

María, la madre de Jesús de Nazaret, ocupa un lugar privilegiado en los Evangelios, en relación con la misión de su hijo y en el nacimiento de la Iglesia. También aparece como un personaje prominente en el Corán, aunque con un perfil más plegado a escritos apócrifos y utilizada sobre todo, como veremos, para desacreditar la tradición evangélica y promover una imagen de Jesús típicamente islámica.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

La madre de Jesús, María, aparece en los relatos evangélicos, donde se dice que pertenecía genealógicamente a la casa y familia del rey David (Mateo 1,1; Lucas 1,27). Estaba desposada con José, y se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mateo 1,18-20). El evangelista Lucas describe el hecho como anunciación del ángel Gabriel a la virgen María (Lucas 1,26-38), quien por aquellos días viajó a casa de su prima Isabel, la mujer de Zacarías y madre de Juan Bautista (Lucas 1,39-45).

 

El Evangelio según Lucas narra que María dio a luz a su hijo en Belén, la ciudad de David, (Lucas 2,3-7). Unos pastores acudieron a ver al salvador que había nacido (Lucas 2,8-18). Según el Evangelio según Mateo, unos magos de oriente llegaron y ofrecieron al niño regalos de oro, incienso y mirra, viendo en él la esperanza de salvación (Mateo 2,9-11). José y María tuvieron que huir a Egipto con el niño, porque el rey Herodes amenazaba su vida (Mateo 2,13-15).

 

Conforme a la Ley de Moisés, sus padres presentaron a Jesús en el templo de Jerusalén (Lucas 2,22). Allí, Simeón el justo los bendijo (Lucas 2,33-34). Y la profetisa Ana enalteció al niño (Lucas 2,36-38).

 

Durante la infancia, Jesús recibió la educación de sus padres (Lucas 2,51-52). Todos los años subían a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Lucas 2,41). Cuando el niño había alcanzado los doce años, debatió con los doctores del templo, ante la extrañeza de sus padres (Lucas 2,46-47).

 

Cuando Jesús llevaba a cabo su misión predicando y curando, en una ocasión su madre y sus hermanos se presentaron en el lugar donde estaba hablando a la muchedumbre (Marcos 3,31-32; Mateo 12,46; Lucas 8,19).

 

La gente conocía a José el carpintero y María como padres de Jesús, e igualmente a sus hermanos y hermanas (Marcos 6,3; Mateo 13,55-56; Juan 6,42).

 

En la celebración de una boda en Caná de Galilea, a la que estaba invitada María y también Jesús y sus discípulos, ella intercedió porque faltaba vino (Juan 2,1-5).

 

Cuando condenaron a muerte a Jesús, su madre María estuvo junto a él, al pie de la cruz (Juan 19,25-27).

 

María, junto con otras mujeres y con los apóstoles, permanecieron unidos después de la ascensión de Jesús (Hechos 1,14). Y estando reunidos en Jerusalén, el día de Pentecostés, recibieron el don del Espíritu Santo (Hechos 2,1-4).

 

En suma, la importancia de María no se limita al hecho de haber sido la madre de Jesús, sino que ella estuvo presente a todo lo largo de la vida, la actividad pública y la muerte de su hijo. Y, en momentos importantes, intervino de una manera muy significativa, también durante los inicios de la Iglesia primitiva.

 

 

Según el Corán

 

El texto coránico tal como nos ha llegado contiene múltiples menciones de María y narra ciertos pasajes sobre ella. Estadísticamente: el nombre de «María» aparece 34 veces (más que el nombre de Jesús). De ellas: «hijo de María», 23 veces, la mayoría yuxtapuesto al nombre de Jesús; y solo «María», 11 menciones, aludiendo a ella directamente.

 

Llamativamente, María es insertada en una genealogía anacrónica, al designarla como «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28) y como «hija de Amrán», el padre de Aarón y Moisés (Corán 107/66,12).

 

El Corán no utiliza nunca la expresión «madre de Jesús» (habitual en los Evangelios); sin embargo, dice con frecuencia «Jesús, hijo de María».

 

El Corán trata de María en unos cuarenta versículos, repartidos desigualmente en siete capítulos distintos, sobre todo en la sura 19, que lleva el título de «María», y en la sura 3, titulada «La familia de Amrán».

 

 

María en la sura 19 del Corán, titulada «María»

 

El capítulo 19 del Corán (en orden cronológico el 44) lleva por título precisamente «María», aunque solo le dedica 15 de los 98 versículos (en concreto, del 16 al 30). En estos versículos, el Corán hace a su modo un relato de la anunciación a María, el embarazo y el nacimiento de Jesús, a lo que añade una alocución del niño desde la cuna y el regreso con su familia. Dice así:

 

«Recuerda en el libro a María, cuando ella se retiró de su gente a un lugar oriental. Tendió un velo para ocultarse de ellos. Entonces le enviamos nuestro espíritu, que se le presentó como un humano perfecto.

Dijo ella: ‘Me refugio junto al Compasivo contra ti, si es que lo temes’.

Dijo él: ‘Yo soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’.

Dijo ella: ‘¿Cómo voy a tener un niño, si ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’

Dijo él: ‘¡Así será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un asunto decidido’.

Quedó embarazada y se retiró con él a un lugar lejano.

Luego, los dolores de parto la hicieron llegar hasta el tronco de la palmera. Dijo ella: ‘Ojalá hubiera muerto antes de esto y fuera totalmente olvidada’.

Entonces, él la interpeló desde abajo: ‘No te entristezcas. Tu Señor ha puesto debajo de ti un arroyuelo.

Sacude hacia ti el tronco de la palmera y hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros. Come, pues, y bebe, y que tu vista se alegre. Si ves a algún humano, di: 'He hecho voto de ayunar al compasivo y no hablaré hoy a ningún humano'’.

Luego, fue a su gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’.

Entonces ella se lo señaló. Ellos dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’

Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,16-30).

 

Este pasaje está inspirado en la historia narrada por dos apócrifos, el Protoevangelio de Santiago (capítulos 18 y 19) y el Evangelio del Pseudo-Mateo (13,2-3), pero expuesta de forma más esquemática y con variantes. Por ejemplo, según esos apócrifos, María dio a luz en una gruta cerca de una montaña próxima a Belén. El Corán, en cambio, sitúa el alumbramiento en el desierto junto a una palmera, una escena que aparece más adelante en el Pseudo-Mateo. No obstante, encontramos un versículo coránico en el que parece haber un indicio también de la gruta en el monte:

 

«Hicimos del hijo de María y de su madre un signo, y les dimos refugio en una colina con seguridad y una fuente» (Corán 74/23,50).

 

El Corán afirma, en dos ocasiones, que María mantuvo su virginidad, pues la designa como «la que preservó su sexo» (Corán 73/21,91; 107/66,12). Y hay dos versículos donde le vaticina que, junto con su hijo, será un signo para las gentes.

 

«[Recuerda] la que había preservado su sexo. Habíamos infundido en ella nuestro espíritu, e hicimos de ella y de su hijo un signo para el mundo» (Corán 73/21,91). La misma idea de constituir un signo aparece en el ya citado 74/23,50.

 

Por otro lado, el Corán le adjudica una característica hasta cierto punto excepcional, poniendo en boca de Dios: «cuando le haya infundido de mi espíritu». Esta misma expresión se menciona dos veces a propósito de la creación del hombre (Corán 38/38,72; 54/15,29). Y a propósito de María, se afirma una vez «le enviamos nuestro espíritu» (Corán 44/19,17) en la anunciación; y dos veces «le infundimos de nuestro espíritu» (Corán 73/21,91; 107/66,12). El significado de estos versículos connota una intervención singular de Dios, de la que quizá cabría esperar consecuencias ulteriores de importancia, aunque no las hay. La alusión al espíritu de Dios se hará aún más excepcional con relación a Jesús, de quien se dice, y solo se dice de él, que fue fortalecido con el Espíritu santo (Corán 87/2,87; 87/2,253; 112/5,110). En contraste, el Corán nunca formula nada semejante sobre Mahoma.

 

 

María en la sura 3 del Corán, titulada «La familia de Amrán»

 

El capítulo 3 del Corán (en orden cronológico el 89) lleva por título «La familia de Amrán» (en árabe Imrán). Este personaje es el padre de Aarón y Moisés. Este capítulo dedica a María once versículos de estilo legendario o mitológico. Pero el texto designa a María literalmente «hermana de Aarón». Según la Biblia, Aarón tenía una hermana llamada María, pero aquello era doce siglos antes. El Corán no se inmuta, vincula a María, la madre de Jesús, con la familia de Amrán y la presenta como hermana de Aarón y Moisés, según lo cual Jesús sería sobrino de Moisés y nieto de Amrán.

 

«Dios eligió a Adán, Noé, la familia de Abrahán, y la familia de Amrán sobre todo el mundo. Son descendientes unos de otros (…)

[Recuerda] cuando la mujer de Amrán dijo: ‘¡Señor mío! He hecho voto de entregarte lo que está en mi vientre. Acéptamelo. Tú eres el oyente, el omnisciente’.

Cuando ella dio a luz, dijo: ‘¡Señor mío! He dado a luz una hembra. Bien sabe Dios lo que ella ha dado a luz, y que el varón no es como la hembra. Le he puesto de nombre María. La pongo con su descendencia bajo tu protección contra el satanás lapidado’.

Su Señor la acogió favorablemente, la hizo crecer bien y encargó de ella a Zacarías. Cada vez que Zacarías entraba a verla en el santuario, encontraba junto a ella el sustento. Dijo él: ‘¡María!, ¿de dónde obtienes eso?’

Dijo ella: ‘Es de parte de Dios. Dios provee sin medida a quien él quiere’» (Corán 89/3,33-37).

 

Al contar el nacimiento y la infancia de María consagrada en el santuario, bajo tutela de Zacarías, este personaje también es trasladado anacrónicamente a tiempos mosaicos. Pero lo más significativo es que el relato inserta a María y su hijo Jesús en el ciclo de Moisés. No parece que se trate de un error, de una confusión histórica entre María la hermana de Aarón con María la madre de Jesús. Es ciertamente algo premeditado, una manera islámica de apropiarse de Jesús como «profeta», empezando por situarlo como uno más en la sucesión de los profetas («descendientes unos de otros»), y eliminando su singularidad, pues se afirma que entre ellos no hay «ninguna distinción» (Corán 89/3,84).

 

Resulta algo pretendido, porque la alusión a Amrán, padre de Moisés, no es una sola, sino triple y muy consistente, dado que se menciona «la familia de Amrán» (Corán 89/3,33) como preferida de Dios; luego se cita «la mujer de Amrán» (89/3,35), que consagró a Dios el fruto de su vientre; y tercero se llama «hija de Amrán» (Corán 107/66,12) a la virgen María, la única vez en todo el Corán en que se usa la expresión «hija de». Tanta coherencia descarta toda interpretación simbólica de ese parentesco. Además, queda descalificado todo intento de disimular traduciendo Amrán por «Joaquín», por aquello de que ciertos apócrifos cristianos llaman Joaquín y Ana a los padres de María.

 

El pasaje sobre María prosigue en el versículo 42, con la historia de la anunciación, repetida en términos más breves que en el capítulo 19.

 

«[Recuerda] cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te ha escogido, te ha purificado, y te ha escogido entre las mujeres del mundo.

¡María! Dedícate a tu Señor, prostérnate y arrodíllate con los que se arrodillan’. (…)

Tú no estabas con ellos cuando echaron suertes con sus varas, para ver quién de ellos sería guardián de María, y no estabas tampoco con ellos cuando disputaban.

[Recuerda] cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la última vida. Y será de los allegados.

Hablará a los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los virtuosos’.

Dijo ella: ‘¡Señor mío! ¿Cómo voy a tener un hijo, cuando ningún hombre me ha tocado?’ Dijo él: ‘Así será. Dios crea lo que él quiere. Cuando decide algo, no tiene más que decir: ¡Sé! y es’» (Corán 89/3,42-47).

 

Caigamos en la cuenta de que aquí son unos ángeles, en plural, los que intervienen en la anunciación a María, mientras que, en la versión de la sura 19, era un espíritu con apariencia humana (Corán 44/19,16). Y el Evangelio de Lucas habla de un solo ángel (Lucas 1,26).

 

Las restantes referencias a María, en otras suras, añaden algún matiz, pero, en realidad, el personaje ya no interviene más y desaparece por completo del texto.

 

«Y a causa de su incredulidad, por haber dicho una gran infamia contra María.

Y porque dijeron: ‘Hemos matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Y ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157).

 

«¡Gentes del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).

 

«María, hija de Amrán, que preservó su sexo. En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).

 

«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él quisiera destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están en la tierra? De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está entre ellos’» (Corán 112/5,17).

 

«¡Jesús, hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu del santo» (Corán 112/5,110).

 

«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho’» (Corán 112/5,116).

 

En resumen, los versículos citados muestran que Dios protege a María frente a los que la difaman y, de camino, se utiliza esto para condenar a los judíos, al tiempo que sirve de apoyo para negar la crucifixión de Jesús. El Corán insiste en que el hijo de María es palabra y espíritu que Dios le comunicó, pero que es solo un enviado. De ella dice que es agraciada, devota, verídica, evidentemente no divina, sino una frágil criatura a quien Dios podría exterminar si quisiera. En cualquier caso, todas estas alusiones marianas carecen de trascendencia, y ella no vuelve a desempeñar ningún papel en el Corán.

 

Si observamos, la mayor parte de lo narrado sobre María se ocupa de su nacimiento y crianza, de la anunciación, la concepción de su hijo y el alumbramiento, para lo que se sirve de descripciones inspiradas en evangelios apócrifos, y con una ostensible omisión de los evangelios de la infancia según Mateo y Lucas.

 

Con el fin de elucidar mejor la significación de la figura de María en el texto islámico, en contraste con su figura previa en los documentos cristianos, vamos a efectuar un análisis comparativo por partes, escogiendo una serie de tópicos. Comprobaremos cómo las narraciones del Nuevo testamento (siglo I) y las del Corán (siglos VII-IX) ofrecen visiones contrapuestas, incluso excluyentes, como ocurre con los demás personajes e historias heredados de las tradiciones judía y cristiana. El Corán los remodeló para construir su propio relato sagrado, en lucha dialéctica con sus competidores.

 

Tras el examen, quedará patente cómo las creencias coránicas están elaboradas en confrontación con el cristianismo, como parte de una guerra teológica, que se agregó a la guerra de conquista de los territorios bizantinos y persas. Exponemos a continuación el estudio comparativo de los diferentes aspectos.

 

 

A. La anunciación a la virgen María

 

Si cotejamos la anunciación en casa de María, en Nazaret, narrada en el Evangelio según Lucas, con la anunciación en un templo referida por el Corán, podemos comprobar el contraste entre una y otra.

 

Dice el Nuevo testamento:

«A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven prometida con un hombre del linaje de David, de nombre José; la joven se llamaba María. (…)

El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús’ (…)

María dijo al ángel: ‘¿Cómo sucederá eso, si no conozco varón?’

El ángel le contestó: ‘El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’» (Lucas 1,26-35).

 

Dice el Corán:

«Entonces le enviamos nuestro espíritu, que se le presentó como un humano completo. (…) Dijo: ‘Yo soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’.

Ella dijo: ‘¿Cómo voy a tener un niño, cuando ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Dijo él: ‘¡Así será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte. Es un asunto decidido’» (Corán 44/19,17-21).

 

El relato coránico sobre María, en el que está consagrada en un templo que no se nombra, ni se ubica, aunque se sobreentiende que es en Jerusalén, señala que fue escogida por Dios y recibió el anuncio por parte de un espíritu (Corán 44/19,16), o de unos ángeles (Corán 89/3,42 y 45). Ninguno de los Evangelios canónicos habla de esa supuesta estancia de María en un templo, al cuidado de Zacarías. Aquí observamos una sustitución del contexto, que borra las huellas del lugar, además de haber alterado la época donde vivió, al retrotraerla a los lejanos tiempos de Moisés, cuando evidentemente ni siquiera existía el templo de Jerusalén. Por otra parte, la narración de Lucas habla de un solo ángel, de nombre Gabriel (Lucas 1,26) y sitúa la anunciación en casa de María, en Nazaret de Galilea.

 

 

B. El nacimiento de Jesús

 

A la narración del nacimiento de Jesús en Belén, según los Evangelios de Mateo y Lucas, se contrapone el relato del Corán, que sitúa el nacimiento de Jesús en un desierto.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Subió José desde Galilea (…) a la ciudad de David, que se llama Belén (…) con María su esposa, que estaba encinta. Estando allí, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lucas 2, 4-7).

 

Dice el Corán:

«Quedó embarazada y se retiró con él a un lugar lejano. Luego, los dolores de parto la hicieron ir al tronco de la palmera» (Corán 44/19,22-23).

 

El relato coránico dice que María dio a luz en un desierto, apoyada en el tronco de una palmera; aunque en otro versículo afirma que fue en una colina (Corán 74/23,50); en ambos casos, lugares sin nombre. Los evangelistas cuentan que fue en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes (Mateo 2,1; Lucas 2,5-6). Observemos cómo el redactor coránico ha suprimido toda referencia contextual concreta: silencia o confunde los tiempos en que ocurren los hechos y no da el nombre de ningún lugar, como Nazaret, Belén, Egipto, Jerusalén; y además borra por completo a José. En todos los casos, efectúa una descontextualización espacial y temporal, sin duda con un fin. Al borrar las huellas geográficas e históricas, y difuminar el contexto judío, la historia se vuelve abstracta, con lo que se altera su significación en un sentido acorde con la ideología islámica.

 

 

C. La ascendencia familiar

 

Los Evangelios afirman que tanto María como José, por su ascendencia, pertenecían a la familia de David. En cambio, el Corán elabora una historia enrevesada, que emparenta directamente a María con la familia de Amrán, el padre de Moisés y Aarón.

 

Dice el Nuevo testamento:

«También José, que era del linaje y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa, María, que estaba encinta» (Lucas 2, 4-7).

 

Dice el Corán:

«Luego, vino a su gente llevándolo [al niño]. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’» (Corán 44/19,27-28).

 

El Corán afirma que Amrán y su esposa son los padres de María, como lo son de Aarón y Moisés. Además, esta genealogía, que convierte a María en «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28; 89/3,33-37), se remacha explicitando que es «hija de Amrán» (Corán 107/66,12). De esta manera, el Corán consigue el efecto de que Jesús pertenezca al linaje de Moisés. Y como Moisés vivió en el siglo XIII antes de nuestra era, entonces Jesús queda adscrito a una familia equivocada y en una época totalmente anacrónica. El significado de esta maniobra parece bastante claro: al adscribir a Jesús a la familia de Amrán, se logra desvincularlo de la estirpe mesiánica representada por la «familia de David», con la que lo vinculan los Evangelios (Mateo 1,1; Lucas 2,4).

 

 

D. La filiación de Jesús

 

Los Evangelios dan a Jesús el título de hijo de Dios, mientras que, en contraposición, el Corán lo califica repetidamente como hijo de María. Esta constituye la discrepancia de mayor trascendencia.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Por eso al que va a nacer lo llamarán santo, Hijo de Dios» (Lucas 1,35).

«Simón Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.

Jesús le respondió: ‘Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás. Porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo’» (Mateo 16,16-17).

 

Dice el Corán:

«Los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María’» (Corán 89/3,45).

«El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra que él comunicó a María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).

«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’» (Corán 112/5,17).

 

El texto coránico cuenta cómo la maternidad de María estuvo rodeada de sucesos extraordinarios: su hijo fue anunciado como Palabra y Espíritu procedentes de Dios, y sería un «signo» junto con ella, etc. Pero esta excepcionalidad inicial, que de algún modo se acerca al cristianismo, no tiene más repercusión, ni se vuelve a mencionar más. Pese a lo extraordinario de su nacimiento, a Jesús se lo equipara a un simple profeta, un simple hombre hijo de María. La clave interpretativa de esta calificación de Jesús como «hijo de María» está en que, así, se niega que sea «hijo de Dios». El mismo sentido de rechazo de la filiación divina connota el Corán cuando lo llama «allegado» a Dios (Corán 89/3,45), otro modo de decir que no es «hijo». O cuando lo adjetiva como «honorable», una forma sibilina de negar que sea «adorable» (Corán 89/3,45).

 

 

E. La misión propia de Jesús

 

Los Evangelios, desde el principio, ponen de manifiesto la misión de Jesús como salvador de la humanidad, mientras que, para el Corán, el cometido de Jesús no es más que el de un siervo enviado como profeta que confirma la Ley de Moisés.

 

Dice el Nuevo testamento:

«El ángel les dijo: ‘No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías Señor’» (Lucas 2, 10-11).

«Justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en el Mesías Jesús» (Romanos 3,24).

 

Dice el Corán:

«Dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,29-30).

«He venido para confirmar lo que está antes de mí en la Torá» (Corán 89/3:50).

 

El relato coránico utiliza a María como recurso narrativo para negar el carácter divino de su hijo Jesús: cuando, estando en la cuna el niño, ella lo emplaza y el niño pronuncia un discurso para declarar que él es «siervo de Dios», al que llama «Señor» en lugar de Padre (Corán 44/19,29-36). De este modo, la misión de Jesús como siervo y profeta que simplemente confirma lo revelado por las escrituras anteriores, suplanta la misión del Mesías como Salvador y redentor. Hay una estrategia del Corán en contra de los Evangelios, que persigue descartar a la vez la filiación divina de Jesús y la idea cristiana de salvación. Porque, como es sabido, la teología islámica rechaza de plano la teología cristiana de la encarnación y la redención.

 

 

F. La crucifixión de Jesús

 

En los Evangelios, es fundamentalísimo el relato de la pasión y muerte de Jesús, de la que su madre es testigo, pues María estuvo al pie de la cruz con Jesús. Por el contrario, según la interpretación del Corán, Jesús el Mesías no fue crucificado, sino que otro ocupó su lugar en la cruz.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Estaban de pie junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19,25).

 

Dice el Corán:

«Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció» (Corán 92/4,157).

 

En el texto coránico, el desmentido de la crucifixión y muerte de Jesús está inserto en un contexto de polémica con los judíos. El versículo anterior los acusa de haber infamado a María por su embarazo. Y a continuación es cuando añade: «[Los judíos] no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157). Por consiguiente, al no admitir el hecho histórico de la crucifixión, el Corán desacredita los Evangelios cristianos (por ejemplo, Marcos, capítulo 15). Al mismo tiempo, suprime una experiencia capital de la vida de María, al pie de la cruz en el Gólgota (Juan 19,25), como testigo de la crucifixión. También hay otras omisiones de momentos clave, como María en las bodas de Caná (Juan 2,13), o en el día de Pentecostés (Hechos 1,14).

 

 

G. El concepto de Dios

 

Los Evangelios contienen los elementos para la teología trinitaria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (aunque no sea en los términos de la dogmática posterior). El Corán defiende la unidad y unicidad de Dios, pero se confunde con la creencia de los cristianos acusándolos de tener a Jesús y a María como dos dioses además de Dios; o quizá distorsiona ese punto a propósito.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19).

«Yo y el Padre somos uno» (Juan 10,30).

«El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo irá enseñando todo» (Juan 14,26).

 

Dice el Corán:

«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’» (Corán 112/5,116).

 

La controversia sobre el concepto de Dios hace que el Corán ataque a los que llama «asociadores», por poner otros dioses junto al único Dios. Al menos en parte, este ataque va dirigido contra el cristianismo. Pero malentiende la concepción trinitaria del monoteísmo cristiano como si fuera un triteísmo, por no mencionar esa extraña inclusión de María formando parte de la Trinidad y tenida por diosa (Corán 112/5,116-118). De manera muy conveniente para sus fines, el Corán se sirve del personaje de Jesús, islamizado, para rechazar semejante disparate y, de paso, le hace que desmienta su propia divinidad.

 

Por otro lado, el Corán menciona una veintena de veces al espíritu, en relación con Dios, y tres de esas veces usa la expresión «espíritu santo» (Corán 70/16,102; 87/2,87; 87/2,253), pero evita toda consideración teológica al respecto. En resumen, la teología coránica sobre Dios se caracteriza por omitir toda designación de Dios como Padre, por desmentir la encarnación del Logos divino, el Hijo, y por desdibujar el sentido del Espíritu Santo.

 

Sin entrar a debatir el tema, baste señalar que los textos cristianos ponen en boca de Jesús el llamar a Dios «Padre» (Marcos 14,36). Además, el libro de los Hechos cuenta que cuando experimentaron la venida del Espíritu Santo, se hallaban reunidos los apóstoles junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús (Hechos 1,14 y 2,1-4).

 

 

H. La naturaleza de la revelación

 

Los Evangelios no son libros dictados por Dios, ni por un ángel, sino escritos por autores cristianos, y lo que revela a Dios es una persona, Jesús, que luego comunica el Espíritu santo. Por el contrario, el Corán repite que lo que se revela es un libro: Dios hace descender un libro sobre cada profeta, y afirma esto mismo en el caso de Jesús.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lucas 1,31-33).

«Y la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, la gloria que como Hijo único recibe de su Padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1,14).

«Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad completa» (Juan 16,13).

 

Dice el Corán:

«Siendo un niño en la cuna, dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,29-30).

«El mes de ramadán, en el que descendió el Corán como dirección para los humanos» (Corán 87/2,185).

«María (…) En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).

 

Así pues, conforme al concepto del Corán, lo que Dios revela son siempre libros. Lo que desciende de Dios es en cada caso un libro, como serían la Torá, el Evangelio y el propio Corán. Todos los libros revelados transmitirían el mismo mensaje divino; pero, al final, el Corán rechaza los otros dos para investirse él como único verdadero. Le atribuye a María la función, poco inteligible, de declarar verídicos los libros (Corán 107/66,12), como si quisiera dar a entender que ella autentificó el Corán. En realidad, parece utilizar la figura de María para reforzar la idea islámica de la revelación en forma de libro, idea que también proyecta sobre el cristianismo, infundadamente, porque sabemos que Jesús ni recibió, ni entregó ningún libro.

 

En definitiva, en el Corán, María aparece reinterpretada islámicamente, de manera que emite significados disonantes con respecto a los Evangelios. Los escribas del Corán utilizaron a la madre como medio para rebajar teológicamente a su hijo, expropiando a Jesús de los atributos que le reconoce el Nuevo testamento. Se trata de desprestigiar al cristianismo. Esta polémica formaba parte de la lucha de los sarracenos conquistadores contra la cristiandad bizantina, siria, mesopotámica, norteafricana y parte de la europea. La controversia teológica del Corán buscaba la legitimación religiosa de la yihad desplegada sobre el terreno, en las campañas militares que devastaron la civilización cristiana en Oriente Medio, el norte de África e Hispania.

 

 

Resultado de la comparación

 

En relación con los Evangelios, la figura de María en el Corán nos resulta extraña y carente de función propia. El relato de su maternidad es apócrifo, su inserción en la genealogía de Moisés es disparatada, y los atributos que la ensalzan, a saber, que preservó su virginidad, recibió el espíritu, era un signo para la gente, fue agraciada, devota y verídica, quedan en una declaración puramente episódica, pues no tienen ninguna repercusión posterior. Solo se la utiliza como medio para presentar a su hijo remodelado desde el punto de vista coránico.

 

De los análisis precedentes, cabe extraer una serie de conclusiones que recapitulamos brevemente a continuación:

 

1. Respecto a la figura de María, el Corán recoge algunos fragmentos de evangelios apócrifos y formula una mariología centrada solo en su infancia y su maternidad. El contexto donde surgió el islam era una sociedad ampliamente cristianizada, donde la devoción a María era muy importante y un medio para comunicar significados.

 

2. Las alabanzas iniciales se dirigen a apropiarse de María, en beneficio de las ideas islámicas. Pero, después del nacimiento de Jesús y su interpretación en términos mahometanos, el personaje de María desaparece por completo: ni hace ni dice nada más.

 

3. Pese a ser «escogida» y «purificada» (Corán 89/3,42), la descripción que se hace de su comportamiento no lo muestra tan ejemplar, sino más bien ambiguo, pues se la dibuja como desesperada, cuando, ante los dolores del parto, deseaba haber muerto (Corán 44/19,23); o cuando estaba dispuesta a mentir para disimular lo que le había pasado (Corán 44/19,26).

 

4. En todo el relato, María está sola y va sola a dar a luz. Esto es: el Corán ha borrado a su esposo José, que, sin embargo, está muy presente en los mismos apócrifos utilizados, que son el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio árabe de la infancia o el Evangelio del Pseudo-Mateo. Y, por supuesto, también en los Evangelios canónicos. Esto no es casual: dado que María «estaba desposada con un hombre de la casa de David, de nombre José» (Lucas 1,27), el borrarlo es otro modo de borrar la vinculación con la estirpe mesiánica.

 

5. En el mismo sentido, la genealogía de María, como «hermana de Aarón», que la vincula con Moisés, y no con David, implica un significado de gran trascendencia. David, rey de Israel, era considerado en la tradición judía como el epónimo del linaje mesiánico. El Mesías tenía que ser descendiente de David, «hijo de David». Por eso, desposeer a Jesús de su vinculación con la casa y familia de David constituye una forma subrepticia de invalidar su estatus de Mesías.

 

6. Otro punto de manipulación es cuando el Corán hace que María emplace a su hijo, recién nacido, para hablar y declarar que él solo es un sirviente de Dios y un profeta como los demás (Corán 44/19,30), con lo cual reniega de su categoría divina.

 

7. Calificar a María como «devota» que se prosterna ante su Señor (Corán 89/3,43; 107/66,12), viene a sugerir indirectamente que ella no es «objeto de devoción», una toma de posición en contra del culto mariano, muy difundido en las iglesias cristianas de la región donde surgió el mahometismo.

 

8. El apelativo de Jesús como «hijo de María» (repetido 23 veces) se emplea sistemáticamente como fórmula para negar la filiación divina de Jesús. Ahí «hijo de María» quiere decir «no hijo de Dios». De nuevo, se utiliza a María como soporte para el dogma islámico.

 

En definitiva, la figura de María en el Corán sirve a objetivos anticristianos. Pues el Corán opera como un antievangelio, en la medida en que se opone a la divinidad de Cristo y lo reduce a la categoría de profeta musulmán. El fin pragmático del texto coránico estriba en busca la legitimación del nuevo sistema de dominio militar en expansión, que acabaría dando origen al islamismo y a la civilización musulmana.

 

Se engañan quienes pretenden un diálogo basado en el común aprecio a la virgen María. Porque lo cierto es que María no constituye ninguna referencia que pueda unir a cristianos y musulmanes, sino todo lo contrario. Sus respectivas creencias no tienen nada en común, y unos no pueden aceptar las creencias de los otros sin apostatar. Pues, para los cristianos, María es la madre de Dios encarnado, mientras que para los musulmanes tal afirmación es una blasfemia execrable.

 

 

4.6. El tema de Jesús

 

Podría plantearse una comparación entre la biografía de Jesús y la de Mahoma, en cuanto personajes fundadores respectivamente de la religión cristiana y de la religión islámica, pero no hay documentación, ni cabe en el propósito de estas páginas. En el presente apartado, nos centraremos en Jesús, para contrastar la versión de su figura que describimos por un lado en los Evangelios y, por otro, en el Corán.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

En los textos cristianos, Jesús es presentado inequívocamente como el hijo predilecto de Dios, mucho más que un mero hombre o profeta. Y sus apóstoles lo proclaman como Maestro, Cristo/Mesías, Salvador del mundo, Logos de Dios humanado. Recordemos algunos pasajes.

 

«Se presentó Juan Bautista en el desierto (…) Acudía toda la comarca de Judea y los vecinos todos de Jerusalén, y él los bautizaba en el Jordán (…) Vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado (…) Vio el cielo abierto y al Espíritu bajar como paloma hasta él; y hubo una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido’» (Marcos 1,4-5 y 9-11).

 

En los Evangelios, resalta un rasgo peculiar de Jesús, y es que llama a Dios «Padre» y anima a sus discípulos a llamarlo también así, como comprobamos en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9-13).

 

«Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,27).

 

Los cuatro Evangelios narran numerosos hechos, parábolas y discursos de Jesús, y todos los escritos neotestamentarios hacen su aportación a los primeros desarrollos de la cristología. Jesús anuncia el evangelio del reino de Dios, como maestro, pero además lo encarna en su persona y su misión, haciendo realidad la salvación prometida desde antiguo. Ahora bien, el reino de Dios que Jesús promueve no es de orden político, civil, o penal, ni está basado en la conquista militar, sino en valores éticos como los de las bienaventuranzas (Mateo, cap. 5) y en la acción del Espíritu.

 

Según narran los Evangelios, el impacto de sus enseñanzas y acciones produjo tal repercusión que inquietó a las autoridades religiosas de Jerusalén, que decidieron arrestarlo y entregarlo al poder romano:

 

«Llevan a Jesús al pretorio (…) Pilato preguntó (…) Respondió Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo’» (Juan 18,36).

 

El arresto terminó en la condena y la crucifixión de Jesús, acontecimiento central y fundamental, del que dan testimonio diversas fuentes. El evangelista Marcos lo describe así:

 

«Lo llevaron al lugar del Gólgota, que quiere decir Calvario. Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repartieron su ropa (…) Era media mañana cuando lo crucificaron. El letrero con la causa de su condena llevaba esta inscripción: El rey de los judíos. (…) A media tarde, gritó Jesús con una gran voz: ‘Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?’, que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?’ (…) Pero Jesús, lanzando una gran voz, expiró» (Marcos 15,22-37).

 

«Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (…) fueron al sepulcro. (…) No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí» (Marcos 16,6).

 

El hecho es que la muerte y resurrección de Jesús adquirió un significado salvífico para sus seguidores. Los apóstoles y discípulos que lo habían seguido a Jesús durante su actividad pública continuaron creyendo en él, se reorganizaron y prosiguieron su misión con el mismo Espíritu:

 

«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar [en Jerusalén]. De repente un ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas» (Hechos de los apóstoles 2,1-4).

 

«[En Cesarea, en casa del centurión Cornelio] Todavía estaba hablando Pedro cuando bajó impetuosamente el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra. (…) quedaron desconcertados de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos» (Hechos 10,44-45).

 

Una teología de la filiación divina desvelaba el fundamento del mensaje de Jesús, el sentido de sus acciones, su vida, su crucifixión y su resurrección. Los primeros cristianos desarrollaron la idea de la encarnación del Logos y su misión redentora, en virtud de la presencia activa del Espíritu. Así, se significa la comunicación de Dios, que hace partícipes de sus dones no solo a Jesús, a los profetas y los apóstoles, sino a todos los humanos que confían en él. La cruz no era ya símbolo de muerte, sino que se transformó en símbolo de vida.

 

Para comprender mejor lo que representa Jesús y el cristianismo, surgidos dentro del judaísmo del Segundo Templo, es importante pensar lo que aportaba su movimiento de renovación en aquel contexto. Aunque el punto de partida inicial era la Ley de Moisés, Jesús y sus seguidores radicalizaron su interpretación y modificaron aspectos muy significativos, dando origen a lo característico del cristianismo:

 

1. La Torá de Moisés reclamaba un literalismo de la Ley revelada (Deuteronomio 27,8-10). Pero Jesús profundizó en el sentido de los principales mandamientos y relativizó los preceptos secundarios (Mateo 22,36-40).

 

2. La Torá establecía como norma de justicia aplicar la ley del talión (Éxodo 21,24). Pero Jesús la rechazó totalmente, exhortando a devolver bien por mal (Mateo 5,38-39).

 

3. En el Pentateuco, estaba prescrita la lapidación como pena por adulterio (Levítico 20,10; Deuteronomio 22,22-23). Pero Jesús se negó a aplicar semejante prescripción a una mujer sorprendida en adulterio (Juan 8,4-11).

 

4. La Torá consagraba la desigualdad jurídica de la mujer, por ejemplo en el repudio, que era privilegio del varón (Deuteronomio 24,1-4). Jesús, en cambio, abogó por la igualdad de derechos de la mujer y el marido en el matrimonio (Marcos 10,2-16).

 

5. El Pentateuco reiteraba que Israel, los descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob, eran el pueblo elegido por Dios, separado de los demás pueblos (Deuteronomio 7,6-10). Sin embargo, Jesús y sus apóstoles abrieron la promesa de Dios a los paganos, más allá de los límites de Israel (Marcos 7,24-31; Hechos 10,28-35; Gálatas 3,26-29).

 

6. El relato de Abrahán en el Génesis exigía la circuncisión a todos los varones del pueblo hebreo (Génesis 17,9-14). Pero los apóstoles cristianos derogaron su carácter obligatorio (Hechos 15; Gálatas 5,1-6 y 6,15).

 

7. La Torá hebrea dictaba leyes sobre alimentos, con prohibiciones específicas como el consumo de la carne de cerdo, entre otras (Deuteronomio 14,3-20). Pero los apóstoles de Jesús, Pedro y Pablo, suprimieron tales obligaciones (Hechos 10,12-16; Romanos 14,14).

 

8. La Torá imponía la observancia rigurosa del descanso del sábado y en otras fiestas, y prohibía todo trabajo esos días. El Éxodo decretaba incluso pena de muerte por trabajar en sábado (Éxodo 30,12-16). No obstante, Jesús y luego sus apóstoles flexibilizaron la rigidez de ese descanso (Mateo 12,1-12; Juan 5,16 y 9,16; Colosenses 2,16).

 

En contraste con esta libertad cristiana frente al Antiguo testamento, que no obstante era reconocido, comprobaremos en seguida las enormes disonancias existentes con respecto al islam, cuando analicemos los rasgos del personaje de Jesús que presenta el Corán. Ciertamente, un personaje en contradicción con el espíritu y la enseñanza del Jesús de los Evangelios.

 

 

Según el Corán

 

En el libro del Corán, las menciones de Jesús, a quien dedica alrededor de un centenar de versículos, las podemos resumir en los siguientes datos estadísticos, que luego habremos de interpretar:

 

El nombre de «Jesús» aparece 25 veces. De ellas, «Jesús», 9 veces; «Jesús, hijo de María», 16 veces (de las cuales, la expresión «Mesías Jesús, hijo de María», 3 veces).

 

El Corán denomina a Jesús «Mesías» en 11 ocasiones: «Mesías» solamente, 2 veces; «Mesías hijo de María», 8 veces; «Mesías hijo de Dios», 1 vez. Pero siempre en contextos polémicos.

 

La expresión más repetida es «hijo de María», que aparece 23 veces en total, de ellas 10 veces en la sura 5.

 

El término «Evangelio» [de Jesús] lo encontramos 12 veces (todas menos una en capítulos posteriores a la hégira). Los cristianos son calificados como el «pueblo del Evangelio» en una única ocasión (Corán 112/5,47).

 

El Corán no dedica ningún capítulo específico a Jesús. Los versículos sobre él están dispersos por una docena de capítulos. Pero solo cuatro de ellos (las suras 3, 4, 5 y 19) ofrecen un grupo de versículos que tratan de él. El Corán designa a Jesús con el nombre de Isa y no con la voz más común en árabe, que es Yasû, como lo llaman los árabes cristianos. Lo más característico es que se califique a Jesús como como hijo de María. Por lo general, el nombre de Jesús se utiliza con connotaciones tendentes a refrendar ideas coránicas. Veamos más en detalle la versión acerca de Isa/Jesús que ofrecen los cuatro capítulos del Corán aludidos.

 

 

Jesús en la sura 19 del Corán, titulada «María»

 

El capítulo 19 del Corán (en orden cronológico, el 44), relata que su nacimiento fue extraordinario. Después de haber ensalzado a su madre, María, que lo concibió de manera sobrenatural, llama a Jesús «hijo de María» (expresión que también se encuentra en Marcos 6,3; Mateo 13,55), y le confiere una categoría única, pero recalcando que es un simple humano. De modo que, en el Corán, la expresión «hijo de María» se contrapone sistémicamente a «hijo de Dios». Leamos las citas, algunas ya reseñadas al tratar del tema de María.

 

«A ella le enviamos nuestro espíritu, que se le apareció como un humano perfecto. (…) Dijo: ‘He sido enviado por tu Señor para darte un muchacho puro’» (Corán 44/19,17-19; paralelo en: 73/21,91).

 

«Ella dijo: ‘¿Cómo tendré un muchacho, si ningún humano me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Él dijo: ‘Será así. Tu Señor ha dicho: Para mí es fácil. Y haremos de él un signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte. Está decidido’. Ella quedó embarazada y se retiró con él a un lugar lejano» (Corán 44/19,20-22).

 

«Luego vino ella a su gente llevándolo [a Jesús]. Dijeron: ‘María, has cometido algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malvado y tu madre no fue una ramera’» (Corán 44/19,27-28; también: 89/3,33-36).

 

«Dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a alguien que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta. Me ha hecho bendito allá donde esté y me ha ordenado el azalá y el azaque mientras viva. Y bueno con mi madre. No me ha hecho déspota, ni miserable. Paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado vivo’. Este es Jesús, hijo de María. Una palabra de verdad, de la que ellos dudan» (Corán 44/19,29-34).

 

Así, según el Corán, Jesús nació por una intervención especial de Dios, asumió la misión de siervo de Dios, quien le entregó el libro del Evangelio y lo hizo profeta. Es identificado como hijo de María, expresamente en oposición a hijo de Dios. Con todo, es calificado como palabra de la verdad. Persisten ahí ciertas reminiscencias de una cristología previa más completa, de la que se han ido recortando prerrogativas, con el fin de moldear al personaje para que encaje dentro del punto de vista islámico, por lo que su figura adquiere un perfil muy ambiguo.

 

Subrayemos la frase que pone en labios de Jesús lo que parece ser una referencia a su muerte, como ya hemos visto: «Paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado vivo» (Corán 44/19,33). Si se refiriera a la crucifixión, estaría en flagrante contradicción con la negación de su muerte en cruz que sustenta el mismo Corán, en otro lugar (Corán 92/4,157-159).

 

Un tema coránico recurrente es la polémica contra de la filiación divina de Jesús, una creencia esencial de los cristianos, para presentarlo como profeta al nivel de los otros profetas, por grande que sea.

 

«Lo mismo Zacarías, Juan, Jesús y Elías. Cada uno de ellos es de los virtuosos» (Corán 55/6,85).

 

«Os ha prescrito de religión lo que había ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, lo mismo que habíamos ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús: ‘Estableced la religión y no os separéis por causa de ella’» (Corán 62/42,13).

 

«Cuando Jesús vino con las pruebas, dijo: ‘He venido a vosotros con la sabiduría, y para manifestaros una parte de aquello en lo que discrepáis. Temed a Dios y obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es un camino recto’» (Corán 63/43,63-64).

 

«Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,87).

 

«Hemos creído en Dios, en lo que ha descendido hacia nosotros (…) en lo que fue dado a Moisés y a Jesús, y en lo que fue dado a los profetas, de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre ellos» (Corán 87/2,136).

 

«Esos son los enviados. Hemos favorecido a unos por relación a otros. A alguno de ellos Dios le habló. A algunos de ellos los ha elevado de grado. Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,253).

 

 

Jesús en la sura 3 del Corán, titulada «La familia de Amrán»

 

El capítulo 3 del Corán (en orden cronológico, el 89) dedica un bloque de versículos a Jesús (Corán 89/3,42-55 y 59-64). Vuelve a narrar al modo apócrifo la anunciación a María, luego menciona algunos rasgos estereotipados del supuesto proceder de Jesús y sus apóstoles, para acabar aludiendo a su elevación al cielo por parte de Dios, donde permanece como en estado de suspensión. No cesa una diatriba permanente que insiste en que es solo una criatura humana, remachando una posición contraria a todo el cristianismo ortodoxo del concilio de Nicea, que canonizó en su credo la filiación divina y una teología trinitaria.

 

«Cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la vida eterna (…) Él hablará a los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los virtuosos’. Ella dijo: ‘Mi Señor, ¿cómo voy a tener un hijo, si ningún humano me ha tocado?’ Él dijo: ‘Será así. Dios crea lo que desea. Cuando decide algo, no tiene más que decir: ¡Sea!, y eso es’» (Corán 89/3,45-47).

 

«[Jesús dice:] ‘Yo he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Yo creo para vosotros de la arcilla una figura de pájaro, le soplo y se convierte en un pájaro, con la autorización de Dios. Yo curo al ciego de nacimiento y al leproso, y hago revivir a los muertos, con la autorización de Dios. (…) He venido para confirmar lo que está antes de mí en la Torá, y para declarar lícito parte de lo que os fue prohibido. Y he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Temed a Dios y obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es un camino recto’» (Corán 89/3,49-51).

 

«Cuando Jesús percibió su incredulidad, dijo: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en la vía hacia Dios?' Los apóstoles dijeron: 'Nosotros somos los auxiliares de Dios. Creemos en Dios. Sé testigo de que somos sumisos. ¡Señor nuestro! Creemos en lo que has hecho descender y seguimos al enviado. Inscríbenos, pues, con los testigos’. Ellos conspiran y Dios conspira. Dios es el mejor de los conspiradores» (Corán 89/3,52-54).

 

«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús! Te llamaré, te elevaré hacia mí, te purificaré de los que no han creído y pondré a los que te siguen por encima de los que no han creído, hasta el día de la resurrección. Luego, regresaréis a mí. Y entonces juzgaré entre vosotros sobre aquello en lo que discrepabais’» (Corán 89/3,55).

 

El Corán le otorga a Jesús un lugar eminente, por cuanto atestiguan las pruebas, es decir, sus milagros, aunque a la vez remarca que los hace bajo la autoridad de Dios, no por sí mismo. También podemos advertir el eco de las disputas cristológicas entre unos grupos y otros, ante lo cual se confía al día del juicio el que Dios decida quién lleva razón. Pero, por lo pronto, el islamismo suscribe una posición enfrentada a todo el cristianismo ortodoxo, que proclamaba la filiación divina. En efecto, lo considera como simple criatura humana, una visión sin duda heredada del nazarenismo:

 

«Jesús, para Dios, es semejante a Adán, a quien creó de tierra, y luego le dijo: ‘¡Sé!’, y fue. Esta es la verdad de tu Señor. (…) Al que dispute contigo a este propósito, después de que te llegó el conocimiento, di: ‘Venid (…) imploremos y que caiga la maldición de Dios sobre los mentirosos’. Esta es la narración verídica. No hay más dios que Dios. (…) Di: ‘¡Gente del libro! Convenid en una palabra común entre nosotros y vosotros, que no adoremos más que a Dios, no le asociemos nada, y no tomemos unos a otros como señores fuera de Dios’» (Corán 89/3,59-64).

 

«Di: ‘Hemos creído en Dios y en lo que descendió sobre nosotros, en lo que descendió sobre Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, en lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los profetas de parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre ellos. Y somos sumisos a él’» (Corán 89/3,84).

 

Tampoco deja de haber alusiones a cierta noción de pacto, o alianza de Dios, establecida a través de los profetas y de Jesús, pero en términos muy confusos, porque, para el Corán, la omnímoda libertad divina no puede comprometerse con nada ni con nadie mediante una alianza. El compromiso sería más bien por la parte humana, que contrae una obligación de obediencia a Dios.

 

«Cuando concertamos un pacto con los profetas, contigo, con Noé, Abrahán, Moisés y Jesús, hijo de María. Un pacto sincero» (Corán 90/33,7).

 

 

Jesús en la sura 4 del Corán, titulada «Las mujeres»

 

El capítulo 4 del Corán (en orden cronológico, el 92) es otro que también dedica una serie de versículos a Jesús y, en ellos,  un punto capital de la interpretación coránica, que es el rechazo del hecho histórico de la crucifixión y la muerte de Jesús. En su lugar, asume la creencia de que fue elevado por Dios junto a sí, donde permanecerá hasta el día de la resurrección. Esta visión no era nueva, ya que tenía precedentes desde el docetismo y el gnosticismo cristianos del siglo II, tal como está recogido en los apócrifos Hechos de Juan y Apocalipsis de Pedro.

 

«[Los judíos] dijeron: ‘Hemos matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. Los que discreparon a propósito de él, están en la duda sobre ello. No tienen ningún conocimiento, sino que siguen una presunción. Y ellos ciertamente no lo mataron. Dios, más bien, lo elevó hacia sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en él antes de su muerte. Y el día de la resurrección, él será testigo contra ellos» (Corán 92/4,157-159).

 

«Te hemos revelado como revelamos a Noé y a los profetas que lo siguieron. Y hemos revelado a Abrahán, a Ismael, a Isaac, a Jacob, a las tribus, a Jesús, a Job, a Jonás, a Aarón y a Salomón. Y hemos dado a David los salmos» (Corán 92/4,163).

 

Aunque el Corán reitera la inserción de Jesús en la larga saga de los profetas, sin embargo, se nota una oscilación entre considerarlo uno más, o bien otorgarle un lugar eminente por encima de ellos, en virtud de lo que atestiguan sus signos o milagros. Al parecer, de conformidad con ese versículo (completado con 89/3,84, ya citado), los musulmanes deben creer por igual en lo revelado a todos los profetas, incluido Jesús. Ahora bien, este aserto de la equiparación entra en una doble contradicción. Por un lado, choca con lo dicho acerca de que Jesús está unos grados por encima (Corán 87/2,253, tal vez una tesis nazarena); y por otro lado, es incoherente con el rechazo de las escrituras judías y cristianas en otros pasajes, así como con la pretensión de que el profeta árabe, Mahoma, supera a todos los demás como «sello de los profetas» (Corán 90/33,40), que es la tesis final, específicamente islámica.

 

A diferencia de los Evangelios, un rasgo un tanto extraño que se advierte en los capítulos coránicos es la ausencia prácticamente total de referencias geográficas y datos cronológicos: no se sabe ni el lugar, ni el tiempo en que ocurre la historia que se cuenta. Más aún, el texto incurre en algún que otro equívoco disparatado, como ya hemos analizado, cuando identifica a María, la madre de Jesús, como «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28), según lo cual Jesús sería anacrónicamente sobrino de Moisés (que vivió doce siglos antes). Y lo reitera en tres suras diferentes, donde incluye a Jesús en la familia de Amrán, pues afirma que la mujer de este, padre de Aarón y Moisés, es la madre de María, la madre de Jesús (Corán 89/3,33-37); y lo vuelve a decir más claro, al llamar a María «hija de Amrán» que conservó su virginidad (Corán 107/66,12).

 

Se pueden leer otras menciones coránicas que aluden a Jesús y sus seguidores, descritos como meros continuadores de la tradición del profetismo anterior:

 

«Hicimos seguir sus huellas a nuestros enviados, e hicimos seguirlas a Jesús, hijo de María, y le dimos el Evangelio. Y pusimos en los corazones de quienes lo siguieron compasión y misericordia» (Corán 94/57,27).

 

Notamos la insistencia en interpretar a Jesús solamente como enviado y profeta, por especial que sea, a través de un reiterado pronunciamiento frontal contra la teología del cristianismo. A pesar de todo, el Corán reconoce la singularidad de Jesús, por ejemplo, cuando lo denomina palabra y espíritu procedente de Dios, y cuando dice de él que recibió el Evangelio. En definitiva, no deja de sorprender que a Jesús se le atribuyan apelativos y pruebas muy superiores a los que se asignan a Mahoma (cuyo nombre, según la crítica textual, ni siquiera se menciona una sola vez en el Corán).

 

La realidad, no obstante, es que el Corán priva por completo a su figura de Jesús de todo contexto histórico. No localiza ninguna de sus acciones. No da el nombre de ninguno de sus apóstoles. Así que no queda nada de historia genuina, ni tampoco nada de interpretación compatible con el cristianismo.

 

Además, el Corán adjudica a Jesús dos intervenciones que resultan sumamente chocantes e inverosímiles. Una es que habría anunciado a un enviado futuro que los comentadores musulmanes identifican con Mahoma. Y la otra, que habría preguntado a sus apóstoles si estaban dispuestos a ser «auxiliares de Dios».

 

«Cuando Jesús, hijo de María, dijo: ‘¡Hijos de Israel! Yo soy el enviado de Dios a vosotros, para confirmar lo que está antes de mí en la Torá, y para anunciar un enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre es Ahmad’» (Corán 109/61,6).

 

«¡Vosotros que habéis creído! Sed los auxiliares de Dios como Jesús, hijo de María, dijo a los apóstoles: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en el camino de Dios?' Los apóstoles dijeron: 'Nosotros somos los auxiliares de Dios’. Entonces un grupo de los hijos de Israel creyó, y otro grupo no creyó. Fortalecimos a los que creyeron contra su enemigo, y lo vencieron» (Corán 109/61,14).

 

Respecto a lo primero, el versículo 109/61,6 incluye una frase que pretende ser una cita del Evangelio según Juan, pero se trata de una frase añadida y distorsionada, como un poco más adelante veremos. Y respecto a lo segundo, involucra una interpretación yihadista de Jesús y sus apóstoles (lo mismo que Corán 89/3,52), pues el significado de la expresión «auxiliares de Dios» denota a los que han sido reclutados para el combate armado en el camino de Dios. Esto se puede comprobar aún más explícitamente en el versículo 113/9,111.

 

 

Jesús en la sura 5 del Corán, titulada «El banquete»

 

El capítulo 5 del Corán (en orden cronológico, el 112, el antepenúltimo según Al-Azhar) nos proporciona una nueva tanda de referencias a Jesús, con un apretado sumario en el versículo 110. Jesús es presentado como enviado de Dios para confirmar la Torá hebrea y traer el Evangelio. No obstante, de su luminoso mensaje evangélico, en realidad, aparte de la supuesta confirmación de lo que ya había antes, no se indica absolutamente nada, mientras que claramente se convierte a Jesús en portavoz de tesis islámicas.

 

«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él quisiera destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están en la tierra?’» (Corán 112/5,17).

 

«Hicimos seguir sus huellas a Jesús, hijo de María, que confirma lo que está antes de él en la Torá. Le dimos el Evangelio, donde hay dirección y luz, que confirma lo que está antes de él en la Torá, una dirección y una exhortación para los que temen» (Corán 112/5,46).

 

«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Porque el Mesías dijo: ‘¡Hijos de Israel! Adorad a Dios, mi Señor y vuestro Señor. Quien asocie a Dios, Dios le prohíbe el jardín y su morada será el fuego. (…) No creen los que dicen: 'Dios es el tercero de tres’. Porque no hay más dios que un solo Dios. (…) El Mesías, hijo de María, no es más que un enviado, antes del cual pasaron otros enviados» (Corán 112/5,72-75).

 

«Los que no creyeron entre los hijos de Israel fueron maldecidos por boca de David y de Jesús, hijo de María. Eso porque desobedecieron y transgredieron» (Corán 112/5,78).

 

«Cuando Dios dice: ‘¡Jesús, hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu del santo, y hablaste a los humanos en la cuna como un adulto. Y cuando te enseñé la escritura, la sabiduría, la Torá y el Evangelio. Y cuando creaste del barro una figura de pájaro con mi autorización, luego le soplaste y se convirtió en un pájaro con mi autorización. Y cuando curaste al ciego de nacimiento y al leproso con mi autorización. Y cuando resucitaste a los muertos con mi autorización’» (Corán 112/5,110; repite en parte 89/3,49).

 

«Cuando revelé a los apóstoles: ‘Creed en mí y en mi enviado’. Ellos dijeron: ‘Hemos creído, sé testigo de que somos sumisos’. Cuando los apóstoles dijeron: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Puedes pedir a tu Señor que haga descender del cielo un banquete?’ (…) Jesús, hijo de María, dijo: ‘¡Dios, Señor nuestro! Haz descender del cielo un banquete, que sea una fiesta para nosotros, para el primero y para el último, y un signo de tu parte’. (…) Dios dijo: ‘Lo haré descender sobre vosotros’» (Corán 112/5,111-115).

 

«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho. Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en ti. (…) No les he dicho más que lo que tú me habías ordenado: 'Adorad a Dios, mi Señor y vuestro Señor'. (…) Si tú los castigas, ellos son tus siervos’» (Corán 112/5,116-118).

 

Este capítulo 5, al recopilar el sumario de la actividad portentosa de Jesús, donde explicita las «pruebas» de lo que hizo, repite insistentemente que lo hacía con la autorización de Dios, o sea, no en nombre propio, con el objetivo de eludir la filiación divina. Podemos observar, además, una velada referencia a la eucaristía, en ese «banquete» (otros traducen «mesa servida») que desciende del cielo. Todo el relato hace caso omiso de las implicaciones soteriológicas que el ministerio de Jesús entraña en los Evangelios cristianos. Aquí se ensalza a Jesús solo para apropiarse de él y travestirlo como profeta del islam. De camino, se refuerza la invectiva contra la concepción cristiana de Dios, mediante un planteamiento confuso, que acusa a los cristianos de poner a María como persona divina, y mediante una tesis que recalca la subordinación de Jesús respecto a Dios: el Jesús coránico rechaza haber afirmado su propia divinidad y (en contradicción literal con el Evangelio de Juan) dice no conocer lo que hay en Dios.

 

En fin, en los últimos versículos coránicos referentes a Jesús, se anuncia que Dios combatirá a los cristianos, tildados de «asociadores» (Corán 113/9,30-31); mientras que promete un gran éxito a los que guerrean en el camino de Dios (promesa que, pretendidamente, estaría también en el Evangelio).

 

«Dios ha comprado las vidas y las fortunas de los creyentes con [la promesa de] que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Y es una verdadera promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién cumple su compromiso mejor que Dios? Regocijaos de la lealtad que habéis acordado. Eso es un gran éxito» (Corán 113/9,111).

 

El punto esencial de discrepancia radica en que el Corán descalifica a Jesús en cuanto hijo de Dios y Mesías. En contraposición a la fe cristiana, que se funda en la creencia en la filiación divina de Jesús, el Mesías, el Corán insiste reiteradamente en que Dios no tiene ningún hijo, ni ha adoptado un hijo. Esta impugnación se estima de tanta trascendencia que la repite en más de veinte ocasiones, la mayoría en versículos anteriores a la hégira. La concepción teológica del Corán defiende un monoteísmo excluyente, que rechaza el monoteísmo modificado por la fe en un redentor, propio del cristianismo. El Dios coránico no tiene un hijo, ni admite hijos, sino solo siervos. Él es amo, no padre. Leamos, ahora, la recopilación en orden cronológico de las afirmaciones coránicas en este sentido polémico y anticristiano:

 

«Nuestro Señor, ¡su majestad sea exaltada!, no ha tomado ni compañera, ni hijo» (Corán 40/72,3).

 

«Aquel al que pertenece el reino de los cielos y la tierra, que no ha adoptado un hijo, y que no tiene asociado en su reino, lo ha creado todo y todo lo ha predeterminado» (Corán 42/25,2).

 

«No es propio de Dios adoptar un hijo. ¡Él sea exaltado! Cuando decide algo, no tiene más que decir: ¡Sea!, y es» (Corán 44/19,35).

 

«Dijeron: ‘El clemente ha adoptado un hijo’. Habéis cometido algo abominable. Por ello, casi se rasgan los cielos, se abre la tierra y se derrumban las montañas, por haber atribuido un hijo al clemente. Pero no está bien que el clemente adopte un hijo. Todo el que esté en los cielos y en la tierra vendrá al clemente como siervo» (Corán 44/19,88-93).

 

«Alabanza a Dios, que no ha adoptado ningún hijo, que no tiene ningún asociado en el reino y que nunca ha tenido aliado frente a la humillación» (Corán 50/17,111).

 

«Dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. ¡Gloria a Él! Él es quien se basta a sí mismo. Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra» (Corán 51/10,68).

 

«Él es el inventor de los cielos y la tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo, cuando no tiene compañera? Él lo ha creado todo. (…) Este es vuestro Dios, vuestro Señor. No hay más dios que él, creador de todo» (Corán 55/6,101-102).

 

«Pero dicen, a causa de su perversión: ‘Dios ha engendrado’. Son mentirosos» (Corán 56/37,151-152).

 

«Si Dios hubiera querido adoptar un hijo, él hubiera escogido al que hubiera deseado entre lo que creó. ¡Él sea exaltado! Él es Dios, el único, el dominador» (Corán 59/39,4).

 

«[Jesús] no es más que un siervo a quien hemos agraciado, y lo hemos puesto como ejemplo para los hijos de Israel» (Corán 63/43,59).

 

«Si el clemente tuviera un hijo, entonces yo sería el primero de los adoradores. El Señor de los cielos y la tierra, el Señor del trono, sea exaltado por encima de lo que le atribuyen» (Corán 63/43,81-82).

 

«[Ha hecho descender un libro] para advertir a los que dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. No tienen ningún conocimiento, ni ellos ni sus padres. Palabra muy gruesa la que sale de sus bocas. No dicen más que mentiras» (Corán 69/18,4-5).

 

«No hemos enviado, antes de ti, a ningún enviado al que no le reveláramos: ‘No hay más dios que yo, adoradme, pues’. Dijeron: ‘El clemente ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado! Son más bien siervos honrados» (Corán 73/21,25-26).

 

«Dios no ha adoptado un hijo, ni hay otro dios junto con Él» (Corán 74/23,91).

 

En los capítulos catalogados como posteriores a la hégira, se repite el mismo tema, pero se recrudecen los ataques, en contra de toda idea de filiación con respecto a Dios:

 

«Dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado! Más bien es suyo cuanto hay en los cielos y la tierra» (Corán 87/2,116).

 

«¡Gentes del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él. Creed, pues, en Dios y en sus enviados. No digáis ‘Tres’. Absteneos, es mejor para vosotros. Dios no es más que un solo Dios. ¡Él sea exaltado! ¿Cómo puede él tener un hijo?» (Corán 92/4,171).

 

«El Mesías nunca lleva a mal ser siervo de Dios» (Corán 92/4,172).

 

«Los judíos y los nazarenos dijeron: ‘Somos los hijos de Dios y sus predilectos’. Di: ‘¿Por qué, entonces, os castiga por vuestras faltas? Más bien sois humanos entre los que él ha creado’. (…) De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está entre ellos» (Corán 112/5,18).

 

«Los judíos dijeron: ‘Esdras es hijo de Dios’. Y los nazarenos dijeron: ‘El Mesías es hijo de Dios’. Estas son las palabras de sus bocas. Imitan la palabra de los que no creyeron antes. Que Dios los combata. ¿Cómo son tan perversos? Han tomado a sus doctores y sus monjes como Señores, fuera de Dios, lo mismo que al Mesías, hijo de María, cuando él les había ordenado no adorar más que a un solo Dios. No hay más dios que él. ¡Él sea exaltado sobre lo que le asocian!» (Corán 113/9,30-31).

 

Como hemos podido advertir, las once ocasiones en que el Corán denomina «mesías» a Jesús ocurren en capítulos posteriores a la hégira. Y, en los diferentes contextos donde aparece esa denominación, siempre se utiliza como una forma de ataque frontal contra las creencias cristianas (Corán 89/3,45; 92/4,157, 171 y 172; 112/5,17, 72 y 75; 113/9,30 y 31), con el fin de cimentar la tesis de que es tan solo un hombre.

 

En la deriva de esta contienda ideológica, el Corán acusa a los judíos y los cristianos de haber alterado o falsificado sus respectivas escrituras:

 

«Ay de aquellos que escriben el libro con sus propias manos y luego dicen: ‘Esto es de parte de Dios’, a fin de venderlo a bajo precio. Ay de ellos por lo que sus manos han descrito. Ay de ellos por lo que cometen» (Corán 87/2,79).

 

Se ve en la necesidad de mantener a ultranza esta acusación, porque, si Dios dio el libro del Evangelio a Jesús, como repite el Corán (112/4,46), y los Evangelios afirman que Jesús es el hijo de Dios, entonces habría que creer en esto, en abierta contradicción con la posición fundamental coránica. Ahora bien, en asunto de falsificaciones, la realidad probada por los investigadores, es que los textos de la Biblia se han transmitido fielmente, sin alteraciones reseñables en su contenido, mientras que no cabe afirmar lo mismo respecto al Corán, por lo que sus acusaciones quedan en entredicho.

 

Por lo demás, habría que clarificar de qué manera concreta concebían los autores del Corán el ser «hijo» de Dios, o ser adoptado como tal, pero lo más probable es que lo entendieran desde una interpretación demasiado antropomórfica. De todos modos, la disputa era mucho más antigua que el Corán, donde el argumento más repetido parece ser que, fuera de Dios mismo, todo es creación mundana sobre la que él domina, como el amo sobre sus esclavos. Lo que queda patente es que, en las últimas citas coránicas mencionadas, el tono polémico se torna más agresivo, en particular contra cristianos y judíos, presagiando la ulterior hostilidad histórica.

 

Las polémicas cristológicas desvelan, al final, un contexto de guerra, en sentido literal y figurado, contra los cristianos, no solo griegos y siríacos, sino también pertenecientes a la propia población árabe.

 

 

La figura de Jesús en el Corán contradice a los Evangelios

 

Al comparar la figura de Jesús en los Evangelios y en el Corán, en un primer momento, encontramos unos pocos elementos coincidentes, como que nació de una virgen, que hizo milagros, que es Palabra de Dios, Espíritu procedente de Dios. Pero, en seguida, caemos en la cuenta de que ese Jesús del Corán contrasta fuertemente con el de los relatos evangélicos, donde Cristo constituye una figura singular en la que se aúnan rasgos humanos y divinos, y cuyo mensaje soteriológico es absolutamente distinto.

 

Los pasajes coránicos referidos a Jesús ponen de relieve una concepción típicamente islámica, enmarcada dentro de la dogmática coránica. Si partimos del Jesús de los Evangelios, las afirmaciones del Corán significan una marcada contradicción, tal como puede colegirse en el resumen esquemático que enumeramos a continuación:

 

– En los Evangelios, Jesús se dirige a Dios como «Padre» y enseña a sus discípulos a llamarlo así en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9 y 11,25). El Espíritu Santo es el que mueve a Jesús en toda su actividad. Pero, en el Corán, Jesús considera a Dios como «Señor», no como Padre (Corán 63/43,63; 89/3,49-51). No hay más Dios que el único Dios, omnipotente, al que hay que temer y obedecer, el que premia y castiga a quien él quiere. No hay misterio de la Trinidad.

 

– En los Evangelios, Jesús es presentado como el Hijo de Dios hecho hombre (Marcos 1,1; Mateo 16,16; Juan 20,31). Al ser bautizado por Juan Bautista, una voz del cielo declara: «Este es mi hijo amado». Por el contrario, el Jesús coránico desmiente la filiación divina del mismo Jesús (Corán 19,88-92; 112/5,116). Asevera que Jesús el hijo de María no es hijo de Dios. El Corán, no obstante, lo llama enviado, palabra de Dios, espíritu, un signo para los humanos.

 

– En los Evangelios, la genealogía de Jesús lo presenta como descendiente de la casa de David, la estirpe mesiánica (Lucas, cap. 1). En cambio, para el Corán, Jesús es nieto de Amrán, el padre de María, convertida en hermana de Aarón y Moisés (Corán 89/3,35-36; 107/66,12), una genealogía anacrónica y absurda.

 

– El Jesús de los Evangelios es llamado Hijo de Dios vivo (Mateo 16,13-16) y el último Adán (1 Corintios 1,45). Mientras que el Jesús del Corán es solo como Adán, nada más que un hombre (Corán 89/3,59).

 

– Los Evangelios reconocen a Jesús como el Señor (Marcos 16,19-20; Juan 5,18). Por el contrario, el Corán califica a Jesús solo como un siervo ante Dios (Corán 44/19,30; 92/4,172).

 

– En los Evangelios, Jesús es el redentor o Salvador de la humanidad (Lucas 2,11; Romanos 3,24; 1 Corintios 1,30). Sin embargo, en el Corán, Jesús es reconocido solo como un enviado y profeta (Corán 44/19,30; 87/2,136), si bien con un papel especial de testigo el día del juicio (Corán 92/4,159).

 

– Según el Evangelio de Juan, Jesús es personalmente la revelación de Dios hecho hombre, que manifiesta la gloria del Padre (Juan 1, 14). Jesús es el Hijo que anuncia e inicia el Reino de Dios. En cambio, el Corán dice que Jesús recibió como revelación de Dios el libro del Evangelio, simple confirmación de lo que ya había antes en la Torá (Corán 112/5,46).

 

– En los Evangelios, Jesús realiza curaciones y milagros y expulsa a los demonios con su propia autoridad, como signo de la presencia del Reino de Dios. Pero el Corán, que admite que Jesús hizo milagros, subraya que lo hizo con autorización de Dios (Corán 89/3,49-51; 112/5,110); en algunos pasajes, le atribuye mayor categoría que a los demás profetas (Corán 87/2,253).

 

– El Jesús de los Evangelios, guiado por el Espíritu, antepone el bien del hombre al cumplimiento formal de ciertas normas. Y envió el Espíritu Santo a sus discípulos. En contraste, el Corán presenta a Jesús como alguien que rezaba el azalá y pagaba el azaque (Corán 44/19,29-34), como buen musulmán cumpliendo lo mandado.

 

– El Jesús de los Evangelios enseña a sus discípulos que renuncien a la violencia (Mateo 5,9 y 26,51-52; Lucas 9,54-55). Y en las bienaventuranzas sostiene la prioridad del amor a Dios y al prójimo, incluso el amor al enemigo. Su Reino no es de este mundo. En las antípodas, el Jesús coránico exhorta a sus apóstoles a combatir en el camino de Dios (Corán 89/3,52; 109/61,14), como si avalara la yihad, que justifica ejercer la violencia en nombre de la religión (Corán 113/9,111).

 

– En los Evangelios, Jesús celebra con sus apóstoles la última cena, donde instituye la eucaristía en víspera de su pasión y muerte (Marcos 14,14-20). Pero el Corán, que presenta a los apóstoles de Jesús rogándole que pida a Dios que haga descender del cielo un banquete para ellos (Corán 112/5,112-115), ignora u olvidando la institución eucarística.

 

– Los Evangelios narran con detalle la pasión y muerte de Jesús en la cruz (Marcos, cap. 15). Condenado por Poncio Pilato, padece, muere en la cruz y es sepultado. Por el contrario, el Corán niega la muerte de Jesús y asegura que no fue crucificado (Corán 92/4,157-159), sino que otro murió en su lugar.

 

– En los Evangelios, es fundamental la resurrección de Jesús, que presupone su muerte (Marcos, cap. 16). Los discípulos se presentan como testigos de que su crucifixión y de que ha resucitado para salvación de la humanidad. En completa discrepancia, el Corán afirma que más bien Dios elevó hacia sí a Jesús (Corán 92/4,158) y allí aguarda hasta el último día. No cabe hablar de resurrección, dado que no murió.

 

– Según los Evangelios, Jesús es un Mesías pacífico y el reino de Dios va creciendo en la historia hasta su consumación (Lucas 17,20-21). En contradicción, el Corán, y sobre todo los hadices de Mahoma, describen el comportamiento de Jesús como un mesías guerrero, que retornará para ser testigo (Corán 89/3,55; 92/4,158-159) y aniquilará a los enemigos del islam, en particular a los cristianos.

 

Todas estas diferencias en la presentación de la figura de Jesús afectan a la esencia misma del personaje. No se puede decir que sea el mismo en los dos textos y, ciertamente, al cotejar ambas figuras, resultan antagónicas en su significación. No hay que recurrir a los primeros concilios de la Iglesia para evidenciar que hay un conflicto teológico y cristológico. Basta tener en mente el Nuevo testamento cuando leemos el Corán. Si no renunciamos a la lógica, concluiremos que carece de sentido cualquier concordismo. Mientras los textos sean los que son, será vano todo intento de conciliar ambos retratos contradictorios de Jesús.

 

 

La doctrina del Corán contradice la enseñanza de Jesús

 

Paro las discrepancias no afectan solo al personaje, sino también a su enseñanza, al mensaje que transmite. En efecto, en el plano doctrinal, hay aspectos fundamentales del magisterio de Jesús reseñado en los Evangelios con los que colisionan los valores y normas establecidos en el Corán. Veamos, en resumen, algunos casos:

 

– Jesús no diviniza ningún texto escrito, sino que él es la palabra de Dios que se comunica y que envía el Espíritu a cuantos creen en él (Juan 14,16-17; Hechos 1,1-4). En cambio, el Corán se concibe como un libro hecho descender por Dios, que contendría su palabra literal, eterna e inmutable (Corán 39/7,2).

 

– Jesús reconoce, en varios momentos, la legitimidad autónoma del poder político y sus leyes (Marcos 12,14-17). Por el contrario, el Corán sacraliza un modelo de organización social y política, caracterizada por la sumisión estricta a una Ley atribuida a Dios y su enviado (Corán 90/33,36).

 

– Jesús rehúsa intervenir como juez en el reparto de una herencia (Lucas 12,13-14). En sentido opuesto, el Corán fija normas para la herencia y otros asuntos civiles (Corán 92/4,11-12).

 

– Jesús, en el sermón del monte, critica y rechaza la ley del talión (Mateo 5,38-42). Por el contrario, el Corán adopta y aplica el principio del talión (Corán 87/2,178-179, 194).

 

– Jesús no condena a la mujer sorprendida en adulterio, sino que la libra del castigo por lapidación establecido por la ley de Moisés (Juan 8,1-11). Muy al contrario, el Corán manda flagelar con cien azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2); pero, según atestiguaba Omar, y corroboran los hadices, había un versículo, perdido, que mandaba la lapidación.

 

– Jesús enseña a devolver bien por mal y amar a los enemigos (Mateo 5,43-45). En las antípodas, el Corán ordena amedrentar a los enemigos, combatir contra ellos por todos los medios, subyugarlos o matarlos (Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89).

 

– Jesús muestra que Dios perdona al extraviado, como se ve en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32). Sin embargo, el Corán afirma que no hay que interceder por los que no creen, porque Dios no los perdonará jamás (Corán 104/63,6; 113/9,80).

 

– Jesús defiende la igualdad de derechos de la mujer en el matrimonio y el divorcio (Marcos 10,2-16). En cambio, el Corán estipula la supremacía masculina, así como el derecho del marido a pegar a su mujer, y a repudiarla (Corán 63/43,18; 92/4,34).

 

– Jesús apoya la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5,31-32). Por el contrario, el Corán legaliza la poligamia para los varones, hasta cuatro esposas (Corán 92/4,3).

 

– Jesús disculpa a sus discípulos cuando no observan la tradición de purificarse (Mateo 15,1-3). Luego, la práctica de la circuncisión fue suprimida por sus apóstoles. En cambio, el Corán establece causas de pureza e impureza, y los ritos para purificarse (Corán 92/4,43; 112/5,6). La pureza exige la mutilación genital masculina y femenina.

 

– Jesús declara puros todos los alimentos (Marcos 7,14-19). En sentido contrario, el Corán establece prohibiciones alimentarias (Corán 87/2,172-173).

 

– Jesús aprecia el vino y lo convierte en símbolo eucarístico para su comunidad en la última cena (Mateo 26,27-29). En cambio, el Corán prohíbe el vino por considerarlo obra del demonio (Corán 112/5,90).

 

– Jesús aconseja ayunar en privado (Mateo 6,16-18) y exime a sus discípulos de la obligación de ayunar (Mateo 9,14-15). Por el contrario, el Corán prescribe y reglamenta como obligatorio el ayuno durante el mes de ramadán (Corán 87/2,183-185).

 

– Jesús afirma que no hay un templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan 4,20-23). Pero el Corán manda rezar mirando al santuario sagrado [de La Meca] (Corán 87/2,144).

 

– Jesús predica el reino de Dios, cura a los enfermos y pide renunciar a la violencia. Manda actuar así a sus discípulos (Mateo 4,23; 28,19-20). Al contrario, el Corán manda utilizar la fuerza armada contra los descreídos para someterlos, hasta que toda la religión sea de Dios (Corán 88/8,39; 113/9,5).

 

Si somos coherentes, concluiremos que la figura y la enseñanza de Jesús según los Evangelios y según el Corán son tan divergentes que ponen en evidencia la incompatibilidad existente entre ambos. La historia muestra, además, el antagonismo entre las civilizaciones que se inspiraron respectivamente en Jesús y en Mahoma. En realidad, no es posible acercarse al islam sin alejarse del cristianismo. Es necesario conocer esta verdad, para no caer en las redes del engaño apologético o irenista. Porque la imagen de Jesús mahometizada por el Corán contradice completa e irremisiblemente al Jesús de los Evangelios. El Corán es un libro declaradamente anticristiano. Y, como colofón, el Jesús de la tradición islámica es un mesías que vendrá al final de los tiempos, al frente de sus ejércitos, para destruir las cruces y aniquilar a los cristianos (según los hadices de Al-Bujari y Muslim).

 

 

Resultado de la comparación

 

Como ya mostramos más arriba, todas las veces que el Corán denomina «mesías» a Jesús lo hace en polémica contra el cristianismo. No es para postular, sino para neutralizar cualquier atribución a Jesús de un estatus superior al de simple hombre y profeta.

 

Podemos trazar un sumario retrospectivo de la cadena de olvidos y alteraciones semánticas que se advierten en el corpus coránico al tratar de Jesús, en contraste con los Evangelios. El Corán carece de todo fundamento para hablar de Jesús como lo hace. No tiene base cuando altera los relatos de la infancia, cuando oculta sus enseñanzas a los apóstoles y el mensaje del Reino de Dios, cuando calla las bienaventuranzas, las parábolas y el padrenuestro, cuando distorsiona el sentido de los milagros, cuando rechaza la filiación divina y la encarnación, cuando niega el hecho de la crucifixión y muerte, cuando soslaya el valor salvífico de su resurrección, cuando escamotea la redención de los pecados y la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes, cuando omite el bautismo y la eucaristía, y menosprecia a la Iglesia.

 

¿Qué queda entonces en el Corán? Solo un Jesús mahometizado, una caricatura de profeta muslímico, que como tal manda obedecer a ese trasunto de ley mosaica que es la ley islámica, la cual preceptúa las reglas de pureza, las prohibiciones alimentarias, las prescripciones indumentarias, la discriminación de la mujer, la promoción de la esclavitud, el principio del talión y un régimen de castigos brutales. Todo esto codificado no solo como deber religioso, sino como norma jurídica de la sociedad, con pretensión de ser perfecta y tener derecho a imponerse al mundo entero sin desdeñar la fuerza. En el polo diametralmente opuesto al amor al prójimo, incluso a los enemigos, encontramos ahí un mandamiento de odio a los no creyentes y de combate contra ellos (la yihad) hasta someterlos a todos a la Ley islámica.

 

La conclusión clara es que el Jesús del Corán no es el Jesús de los Evangelios, sino su negación. Sus rasgos proceden en parte de escritos apócrifos y, sobre todo, de la secta de los nazarenos, judíos étnicos que habían formado una amalgama de judaísmo rabínico y cristianismo, sin pertenecer al uno ni al otro. Luego el Corán de los califas borró las huellas del nazarenismo, travistiendo a Jesús de musulmán, alguien que cumple con el azalá y el azaque, cuyo mensaje se limita a la doctrina de un Dios despótico y amenazador, cuya mesianidad equivale a promover la yihad, y que está en pie de guerra contra los judíos, los cristianos y todos los no creyentes, a los que se propone exterminar, en lugar de salvarlos.

 

Si reflexionamos en las implicaciones filosóficas y políticas, lo que se deduce del estudio comparativo es que los significados desplegados en el retrato coránico de Jesús, a través de lo discursivo y lo imaginario, imponen el esquema lógico de una oposición radicalmente insalvable en sí misma, que condiciona el modo de pensar: oposición entre Dios y el hombre (del tipo amo y esclavo), entre el profeta y sus seguidores (aquel manda, estos obedecen), entre los creyentes musulmanes y los no musulmanes (unos destinados a dominar, otros sin ningún derecho).

 

En tal concepción no se contempla la igualdad, ni el respeto al otro, sino solo la lucha por la dominación: Dios omnipotente castiga a quien él quiere. El profeta manda castigar y matar, y lo mismo su califa, siempre en nombre de Dios. La comunidad musulmana debe llevar a cabo la guerra (yihad) hasta derrotar a todos los no musulmanes, categorizados en esencia como enemigos de Dios y de Mahoma.

 

El mismo esquema jerárquico prevalece en las relaciones sociales del sistema islámico divinamente legislado: los maridos dominan sobre sus mujeres; los dueños compran y venden esclavos y tienen derecho a abusar de ellos, sobre todo de las esclavas; el poder político es despótico sobre los súbditos; los infieles vencidos forman parte del botín y los varones pueden ser asesinados; los dimmíes sometidos tienen un estatuto inferior y son extorsionados para el aprovisionamiento de la comunidad musulmana.

 

El musulmán en cuanto creyente no tiene que pensar mucho, sino someterse a la fatalidad de un orden teonómico, y por ende teocrático, y entregarse a la fatalidad de la lucha final para hacerlo triunfar en el mundo entero.

 

La elaboración de las narraciones cristianas, por el contrario, desarrolla significados donde entra en juego el esquema de una mediación lógica que salva la distancia infinita entre Dios y Jesús, estableciendo una comunicación abierta entre Dios y el hombre (relación Padre-hijo), entre el Mesías y sus seguidores (el mismo Espíritu los mueve a ambos), entre los cristianos y los no cristianos (todos son hijos de Dios y están llamados a recibir su Espíritu).

 

En esta última concepción, opera un mecanismo de pensamiento que permite mediar o superar las diferencias, que nunca son definitivamente antagónicas, pues se postula el respeto al otro: Dios quiere que todos se salven. El Mesías vino a servir y hasta dio la vida por la salvación de la humanidad. Los cristianos deben predicar el evangelio, pero persuasivamente y apelando a la libertad.

 

El mismo esquema de comunicación y pretensión de igualdad se traduce en las relaciones sociales preconizadas: la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer; la abolición de la esclavitud; la autonomía del poder político, que debe respetar lo que hoy llamamos libertades civiles; todos, sean cristianos o no, tienen los mismos derechos como personas y ciudadanos; no hay discriminación jurídica en función de la religión.

 

En fin, en última decantación, parece justificado expresar así la quintaesencia de cada uno de estos dos sistemas, con su lógica respectiva, donde comprobamos cómo la distinta concepción sobre Jesús repercute en el plano teológico:

 

El Jesús del Corán refuerza una teología islámica basada en un modelo de relación servil con un Dios Amo, que conmina a someter la propia razón y obedecer a una Ley de Dios escrita de una vez para siempre como régimen definitivo de la sociedad. Y, por si fuera poco, impone el deber de emprender la guerra para extender esa teocracia, que opera a modo de utopía totalitaria.

 

El Jesús neotestamentario propone los fundamentos de lo que luego será la teología cristiana, basada en un modelo de relación filial con un Dios Padre, que invita a actuar como hijos de Dios, en una comunidad de personas libres y responsables, en busca siempre de la inspiración del Espíritu para guiarse en medio de las vicisitudes de la vida y la historia.

 

Ojalá todo esto pueda aclarar las ideas a quienes con buena voluntad dedican sus esfuerzos a un «diálogo islamo-cristiano» que resulta siempre falseado, porque se empeñan ingenuamente en un concordismo que no podrá ser más que una componenda, una quimera y una trampa: una ocultación de las creencias antagónicas de unos y otros.

 

 

4.7. El tema de Mahoma

 

El personaje al que se llamó Mahoma suele ser considerado transmisor de las suras coránicas y fundador del sistema islámico. Se da por supuesto que él es el «enviado» y el «profeta» del que habla el Corán, aunque, en realidad, su nombre no está en el libro (si es cierto que las menciones que aparecen son añadidos tardíos). Su figura resulta capital para calibrar las diferencias con los Evangelios.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

No hace falta demostrar que los escritos neotestamentarios, del siglo I, no pueden decir absolutamente nada sobre Mahoma, personaje del siglo VII. No obstante, puesto que existe una presunción musulmana de que, según el Corán, Jesús habría predicho la futura llegada del profeta Mahoma, deberemos examinar y refutar esa pretensión.

 

En efecto, la tradición musulmana sostiene que el advenimiento de Mahoma había sido anunciado por las escrituras, en la Torá judía (Jeremías 1,5) y en el Evangelio cristiano (Juan 16,7). Aunque el Corán acaba luego descalificando las escrituras judías y cristianas (Corán 112/5,48), vemos que, cuando le conviene, recurre a ellas en busca de apoyo. Así, la tradición islámica interpreta como prenuncio de la futura llegada de Mahoma un dicho que el Corán pone en boca de Jesús: «Yo soy el enviado de Dios a vosotros, para confirmar lo que está antes de mí en la Torá, y para anunciar un enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre es Ahmad» (Corán 109/61,6). Y los comentaristas musulmanes interpretan que esta última frase remite al Evangelio según Juan.

 

Si tomamos el versículo coránico tal como ahora se lee, la crítica textual ha demostrado que la frase anunciadora en cuestión constituye una interpolación en el texto, y de hecho no aparece en cuatro manuscritos muy antiguos del Corán datados en el siglo VIII. Por otra parte, la argumentación de Juan Damasceno (m. 749) en sus controversias contra el profetismo de Mahoma no conoce dicha frase, de donde se infiere que no estaba en el Corán, pues, de haber existido, no es verosímil que no hubiera intentado rebatirla. Además, si analizamos lo que supuestamente dice, tampoco está claro a quien designa el término «Ahmad». La etimología de la palabra parece proceder del sobrenombre hebreo dado en la Biblia al profeta Daniel, que significa «predilecto» (Daniel 9,23 y 10,11). Véase un análisis del tema:

http://www.lemessieetsonprophete.com

/annexes/s.61%2C6_ahmad.html

 

Si entendemos debidamente los versículos del Evangelio de Juan (16,7-15) donde Jesús anuncia a sus discípulos que enviará un «paráclito», la suposición de que se trate de una referencia a Mahoma no puede ser más arbitraria. Frente a esta ficción islámica de que Jesús anunció a Mahoma, toda la exégesis científica es unánime en que la pro­­mesa de Jesús se refiere al Espíritu Santo, que en efecto llegó el día de Pen­tecostés.

 

«Yo le rogaré al Padre y os dará otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Juan 14,16-17; también 15,26-27 y 16,7-14).

 

«El paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho» (Juan 14,26).

 

«Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad com­pleta» (Juan 16,13). Y este mismo Espíritu es el que reciben los dis­cípulos, según el relato del evangelista (Juan 20,22-23), y también el pasaje paralelo de los Hechos de los apóstoles (Hechos 2,1-4).

 

Por lo demás, carece de toda lógica pensar que Jesús hiciera ese tipo de predicción concreta sobre tal personaje futuro; es absurdo que, en su misión a los judíos, anunciara la venida de un profeta árabe para los árabes. Resulta irrisorio asignarle la función de precursor o heraldo de Mahoma. La realidad es que, en todo el Nuevo testamento, ni existe ni cabe ningún anuncio de un profeta futuro, puesto que lo que se remarca es que no hay que esperar ya a ningún otro.

 

Desde el punto de vista cristiano, puestos a rastrear posibles predicciones sobre Mahoma en los Evangelios, en clave de interpretación simbólica, se podrían seleccionar unos cuantos dichos, cuyo significado, a la vista de lo ocurrido en la historia posterior, parece jus­tificado aplicárselos, al menos metafóricamente. Por ejemplo, estas citas que ponen en guardia contra los falsos profetas:

 

«Entonces, si alguien os dice que el Mesías está aquí o allí, no le hagáis caso. Pues surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán pro­digios y portentos, hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos» (Marcos 13,21-22).

 

«Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos» (Mateo 24,11; también Marcos 13,6 y Lucas 21,8).

 

«Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces» (Mateo 7,15).

 

«Amigos míos, no deis fe a cualquier inspiración; sometedlas a prue­ba para ver si vienen de Dios, pues ya han salido en el mundo muchos falsos profetas» (1 Juan 4,1).

 

 

Según el Corán

 

Para creer lo que el islam dice que Mahoma transmite como enviado de Dios es necesaria previamente tener fe en Mahoma, pues esta constituye el presupuesto para todo lo demás. Sin asumir esta fe por anticipado, queda sin fundamento todo el sistema islámico: el Corán, los hadices del profeta, la ley de la saría, la yihad y la jurisprudencia.

 

En el Corán, el nombre Mahoma (Muhammad), que da título a la sura 47, aparece de forma expresa solo cuatro veces, todas en capítulos posteriores a la hégira. Pero, según el análisis histórico-crítico, en realidad, la palabra no es un nombre propio que designe al personaje supuesto, en ninguna de las cuatro ocasiones. Veamos las citas:

 

«Mahoma no es más que un enviado. Otros enviados han pasado antes que él» (Corán 89/3,144). Aquí no es un nombre propio, sino un calificativo que significa «hombre de predilección», «bienamado» (una expresión del libro de Daniel 9,23).

 

«Mahoma no ha sido el padre de ninguno de vuestros hombres. Pero es el enviado de Dios y el sello de los profetas» (Corán 90/33,40). Se trata verosímilmente de una transposición de algo que se había dicho sobre Mani, el fundador del maniqueísmo.

 

«Los que creyeron, hicieron las buenas obras y creyeron en lo que descendió sobre Mahoma, y es la verdad de su Señor, él les borró sus pecados» (Corán 95/47,2). El término aquí es un calificativo, igual que en Corán 89/3,144. Su significado sería: «creyeron en lo que reveló al predilecto», cuyo nombre se omite.

 

«Mahoma es el enviado de Dios. Los que están con él son duros con los descreídos, y misericordiosos entre ellos» (Corán 111/48,29). Como en casos anteriores, el significado es un calificativo. Algo así como «bienamado es el enviado de Dios».

 

El balance de la crítica filológica concluye que a Mahoma no se lo nombra ni una sola vez en el Corán. Las veces en que aparece ese nombre, lo más probable es que se trate de interpolaciones tardías.

 

Con todo, si concediéramos que las menciones coránicas indicadas se refieren al personaje Mahoma, los datos sobre él dicen lo siguiente: es solo un «amonestador», 144 veces (de ellas 130 en La Meca); «enviado», más de 160 veces, todas en suras de Medina; «enviado de Dios», 15 veces, de ellas 13 en suras de Medina; «profeta», 34 veces, todas en suras de Medina; «transmite» los mensajes de Dios, 14 veces (9 en La Meca, 5 en Medina). Por otro lado, la asociación de Dios y su «enviado» aparece más de 90 veces, todas ellas posteriores a la hégira, en Medina. Y la orden de obediencia a Dios y su enviado, 26 veces, todas también en Medina.

 

El hecho de que, en el Corán, el término «profeta» se asigne 34 veces, supuestamente a Mahoma, y que todas las veces sea en capítulos posteriores a la hégira, nunca antes, connota claramente que su significado es el de «profeta armado», de manera que posee un sentido político y militar, con un sesgo teocrático.

 

En el Corán en orden cronológico, se da una creciente asociación de «Dios» y su «enviado», un vínculo que se limita significativamente solo a los capítulos de Medina, donde aparece más de noventa veces (Corán 87/2,279; 89/3,101; etc.). Tanta insistencia muestra cómo semejante asociación, desconocida en los capítulos clasificados como de La Meca, se vuelve un punto esencial y sistémico para el islam.

 

De tal manera aparece el enviado asociado a Dios y tan completamente identificado con él que llega a resultar difícil distinguirlos. Se repite una y otra vez que obedecer a Dios consiste, tal cual, en obedecer a su profeta, presumiblemente Mahoma. Repito que las afirmaciones de que no solo hay que obedecer a Dios, sino también a su enviado, son, sin excepción, de la época posterior a la hégira.

 

«Cuando Dios y su enviado han decidido sobre un asunto, ni el creyente ni la creyente tienen opción en ese asunto. Quien desobedece a Dios y a su enviado está extraviado con un extravío manifiesto» (Corán 90/33,36).

 

«Obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 88/8,1; 88/8,20; 88/8,46; 89/3,32; 89/3,132; 90/33,33).

«Temed a Dios y obedecedme a mí» (Corán 89/3,50).

«Obedeced a Dios, obedeced al enviado y a aquellos entre vosotros que tienen el poder» (Corán 92/4,59).

«Quien obedece al enviado, obedece a Dios» (Corán 92/4,80).

«Obedeced a Dios y obedeced al enviado» (Corán 95/47,33; 102/24,54; 108/64,12; 112/5,92).

«Haced el azalá, pagad el azaque y obedeced al enviado» (Corán 102/24,56).

«Haced el azalá, pagad el azaque y obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 105/58,13).

 

Según estas aleyas, la obediencia a Dios, lejano, se cumple en la obediencia al enviado. Como si este equivaliera a aquel, o como si, en cierto modo, el enviado hubiera sustituido a Dios. Y es que no solo ocupa el lugar de Moisés, y el de Jesús, sino que, en la práctica, Mahoma ha sido elevado a la esfera divina, puesto que Dios y su enviado, a la par, proclaman su palabra (Corán 113/9,3), prohíben (Corán 113/9,29), dan su favor (Corán 113/9,59), juzgan las obras (Corán 113/9,94) y castigan.

 

 

Resultado de la comparación

 

Históricamente, Mahoma es un personaje oscuro del que se sabe muy poco con seguridad. Lo que cuentan de él la biografía de Ibn Hisham y las colecciones de hechos y dichos (hadices) carece de fiabilidad histórica, según los especialistas. Así que resulta muy problemático juzgarlo por los méritos que la tradición musulmana le atribuye, aunque a veces no quede otro remedio.

 

Acerca del presunto anuncio de la venida de Mahoma, ya analizado, la conclusión es que no existe en la Biblia nada en absoluto en ese sentido. Es evidente que lo que Jesús anunció y prometió a sus discípulos fue la venida del Espíritu Santo sobre ellos. El Espíritu que actúa como una inspiración interior, lejos de dictar una ley heterónoma.

 

Respecto a lo que cabe decir, dado el carácter inverificable del hecho de la revelación y de su veracidad, al final solo queda a nuestro alcance intentar objetivar algunos aspectos significativos de los documentos relativos a Jesús y a Mahoma, vistos como personajes históricos y fundadores religiosos.

 

Llama poderosamente la atención que el propio Corán ponga de manifiesto que Jesús es superior a Mahoma. En efecto, el Jesús descrito en el Corán posee características y atributos, algunos exclusivos, de los que Mahoma se halla absolutamente desprovisto en el mismo texto. Más aún, al parecer, la predicación inicial de Mahoma, de signo escatológico, lo que anunciaba era la venida inminente de Jesús como Mesías.

 

La exaltación póstuma de Mahoma, su mitificación y las sutilezas para situarlo a la altura o por encima de Moisés y de Jesús, purgando y reescribiendo el texto, no borraron del todo el carácter tan excepcional que el Corán original concedía a Jesús. Veamos la comparación de varios rasgos significativos de Jesús, descritos en el Corán, frente a los rasgos que se suponen referidos a Mahoma en el mismo libro:

 

– Jesús fue concebido como un «niño puro», sin pecado (Corán 44/19,19). Mahoma debía pedir perdón por sus pecados (Corán 60/40,55; 95/47,19; 111/48,2).

 

– Jesús nació de una virgen escogida por Dios (Corán 89/3,45; 107/66,12). El Corán no dice nada en absoluto sobre el nacimiento de Mahoma.

 

– Jesús fue anunciado desde su nacimiento como palabra de parte de Dios (Corán 89/3,45). Mahoma fue enviado solo como anunciador y advertidor (Corán 39/7,188; 61/41,4; 90/33,45).

 

– Jesús fue fortalecido de modo único con el Espíritu santo (Corán 87/2,87; 87/2,253; 112/5,110). De Mahoma no hay equivalente: de él solo se dice que el espíritu (el ángel) le bajó el libro (Corán 47/26,193; 70/16,102).

 

– Jesús descendía de la familia de Amrán, escogida por Dios (Corán 89/3,33). Mahoma no procedía de ninguna progenie profética.

 

– Jesús es designado como el Mesías (Corán 89/3,45; 92/4,171-172). Mahoma es llamado sello de los profetas (Corán 90/33,40).

 

– Jesús hizo milagros (Corán 89/3,49-51; 112/5,110). Mahoma no realizó ningún milagro (Corán 50/17,90-93).

 

–Jesús no murió, sino que fue elevado hacia sí por Dios (Corán 89/3,55; 92/4,158). Mahoma murió y fue enterrado en Medina.

 

– Jesús retornará y tendrá un papel en el juicio del último día (Corán 92/4,159). No se alude a ningún papel de Mahoma en el juicio final.

 

Según algunos exegetas modernos, los escribas califales se emplearon a fondo para borrar del Corán todo indicio de la singularidad cristológica propia de Jesús, aunque todavía se pueden hallar numerosos vestigios. Aparte de llamar a Jesús enviado y profeta, el Corán le otorga títulos como «el Mesías», «la Palabra de Dios» y «el Espíritu de él» (Corán 92/4,171), calificativos que no se aplican allí a Mahoma, ni a ningún otro.