El Corán y
los Evangelios. Estudio comparativo
4. Comparación de temas con sentido mítico
PEDRO GÓMEZ
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Los temas
desarrollados en torno al núcleo de axiomas fundamentales son muy
numerosos. Los
que he seleccionado como más representativos los expondré agrupados en
torno a cada
una de las tres formas expresivas características del sistema y el
lenguaje
religioso: el mito, el rito y el ethos. Constituyen tres modos
de
codificación del mensaje, con su significado específico, que se
interrelacionan
y se refuerzan recíprocamente.
En primer lugar,
la forma expresiva
del mito, característica de todo lenguaje religioso, ha de entenderse
en el
sentido de un gran relato fundamental. El carácter mítico de la
narración está
presente, de hecho, en toda visión del
mundo, de la humanidad y su historia. Por su propia naturaleza,
este tipo
de visión trasciende el conocimiento científico y el saber empírico
ordinario.
Supone siempre una interpretación más o menos sistemática, a la luz de
los
axiomas fundamentales correspondientes, que a su vez se expresan a
través de
ella. En las religiones complejas, la codificación mítica no se da como
pura
mitología desconectada de la historia, sino que mezcla historia y mito
en diversos
grados. De esta manera, se produce una mitificación de la historia y
una
historización del mito. La cosmovisión
mitologizada se
formula y se transmite mediante mensajes codificados en un género
narrativo,
predominantemente en un lenguaje propio de la mitología, pero que puede
ser también
el de la filosofía, o el de la teología; o bien en una combinación de
ellos.
En el fondo, todo
sistema religioso
implica alguna filosofía, más o menos latente, en su visión del mundo,
en su
concepción del tiempo, del orden social y del ser humano. Siempre hay
una cierta
filosofía subyacente al credo, aunque, en este, el pensar filosófico
suele
presentarse con características de dogma.
Entre los
principales temas que
articulan la concepción última de la realidad, narrados en la historia
sagrada
y con rasgos míticos o metafísicos, hemos seleccionado y vamos a
desarrollar: el
tema de la revelación; el tema de Dios; el tema de Abrahán; el tema de
Moisés;
el tema de María; el tema de Jesús; y el tema de Mahoma.
4.1.
El tema de la
revelación
El
concepto de revelación tiene que ver con la idea de que Dios,
trascendente, se comunique con la humanidad, o haga llegar un mensaje
suyo por
medio de algún sabio, místico o profeta. Las religiones organizadas, en
especial las monoteístas, consideran que sus escrituras o libros
sagrados
contienen verdades reveladas. Pero no hay una única manera de entender
cómo
procede en concreto la revelación.
Según el Nuevo
testamento
En el
cristianismo, los escritos neotestamentarios son obra de diferentes
autores con
sus nombres propios. Por consiguiente, el autor de cada escrito es
siempre
humano y el carácter de «revelación» significa solamente que cuenta con
cierta
inspiración divina. Lo cual no impide que a veces puedan ser, en parte,
textos
circunstanciales y que contengan incluso afirmaciones o datos erróneos.
Lo que el
cristiano cree que
constituye la plena revelación de Dios es la persona de Jesús, como
Hijo de
Dios, como Mesías, que puso en marcha el reino de Dios con sus
enseñanzas y sus
hechos, con su muerte y resurrección.
El mensaje de
Jesús presenta una
llamada a la conversión, apelando a la libertad personal, y sus
exigencias
tienden más bien a relativizar los mandatos legalistas, aunque se trate
de la
Ley de Moisés, en función de valores éticos supremos:
«‘Maestro, ¿cuál
es el mandamiento
principal de la Ley?’ Él le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios, con
todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el principal y
el primer
mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a
ti
mismo’» (Mateo 22,36-39).
Para los
cristianos, lo que proviene
de Dios es Jesús en persona, que se acreditó por la excelencia de sus
enseñanzas, por la bondad de sus obras y milagros, por el misterio de
su pasión,
muerte y resurrección, y por la promesa cumplida del Espíritu. Su
legado
fundamental no es ningún código legal sacralizador de un orden social,
sino que
es el Espíritu Santo, el mismo que movía a Jesús, que se comunica al
interior
de cada persona, primero a los apóstoles, luego a todos los discípulos
y,
potencialmente, a todos los humanos. Así lo describen, por ejemplo, los
siguientes pasajes simbólicos:
«[Jesús] salió del
agua y al punto se
abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y
posarse sobre
él» (Mateo 3,16).
«Entonces Jesús
fue conducido por el
Espíritu al desierto» (Mateo 4,1).
«Vieron aparecer
unas lenguas como de
fuego que se repartían posándose sobre cada uno de ellos. Quedaron
todos llenos
del Espíritu Santo y empezaron a hablar» (Hechos 2,3-4).
«Derramaré mi
Espíritu sobre todo
humano. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes
verán
visiones y vuestros ancianos soñarán sueños, y sobre mis siervos y mis
siervas
derramaré mi Espíritu» (Hechos 2,17-18; cita una profecía de Joel).
En consecuencia,
en virtud de la
entrega de Jesús, se realiza la salvación. El Nuevo testamento
desarrolla un
nuevo concepto de la relación con Dios en Cristo y por gracia del
Espíritu
santo, infundido en la conciencia de los creyentes. El Espíritu «os
guiará
hasta la verdad plena» (Juan 16,13), para conseguir la «gloriosa
libertad de
los hijos de Dios» (Romanos 8,21), pues «con esta libertad nos liberó
Cristo»
(Gálatas 5,1). El apóstol Pablo lo explicita en su epístola a los
gálatas:
«Al llegar la
plenitud del tiempo,
Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para
que
rescatara a quienes estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la
filiación
adoptiva. Y como sois hijos, Dios ha infundido en vuestro interior el
Espíritu
de su Hijo que clama ¡Abba, Padre! De modo que no eres esclavo, sino
hijo; y si
hijo, también heredero» (Gálatas 4,4-7).
Según el Corán
Para referirse a
la revelación, el
Corán habla reiteradamente de lo que «desciende» del cielo. Y ¿qué es
lo que
desciende del cielo? Lo que desciende es un libro. La tesis coránica es
que
Dios envía a cada nación un profeta (Corán 43/35,24), y a cada profeta
le
entrega un libro con su ley (Corán 112/5,48). Dios no hace distinción
entre
unos enviados y otros (Corán 87/ 2,285; 89/3,84; 92/4,152). El mensaje
y la ley
revelados son siempre idénticos (Corán 43/35,43; 50/17,77; 90/33,38 y
62;
111/48,23). Así, Dios entregó la Torá a Moisés (Corán 39/7,145;
39/7,154), el
Evangelio a Jesús (Corán 89/3,3; 94/57,27; 112/5,46) y el Corán a
Mahoma (Corán
39/7,2; 112/5,43-50), de manera que cada uno confirma lo que había
antes de él.
El islamismo
sostiene que la autoría
del Corán corresponde a Dios mismo, y que el libro es literalmente un
texto divino,
dictado a través de un ángel. Aduce como prueba la perfección
lingüística del
texto y su inalterabilidad a lo largo del tiempo. Pero el estudio
empírico
desmiente estas dos afirmaciones. En realidad, el Corán presenta
numerosos
errores y variantes; ni siquiera es obra de un solo autor conocido,
sino que en
su redacción intervinieron muchas manos.
Los musulmanes,
sin embargo, consideran que este libro es palabra literal de Dios. Lo
más
característico de su contenido consiste en postular esa literalidad de
lo que
hay que creer y obedecer como ley divina, entendida como una colección
de
preceptos particulares a los que los creyentes han de someterse. El
receptor o
mediador de esas revelaciones habría sido Mahoma, con quien
pretendidamente
concluyó toda profecía, idea que deriva de interpretar en tal sentido
la
expresión «el sello de los profetas» (Corán 90/33,40).
Lo más habitual
del Corán, al referirse a sí mismo como
revelación, es usar la expresión «descender»: se ve como un escrito que
«desciende» del cielo, que Dios hace «descender» sobre el profeta. Las
alusiones
del Corán referidas a sí mismo, no siempre claras, dicen que es:
– un libro que
Dios lo hizo descender (Corán 38/38,29;
39/7,2; 39/7,196; 45/20,2; 50/17,82; 55/6,155-156; 64/44,3; 69/18,1;
70/16,64 y
89; 72/14,1; 85/29,47; 87/2,91 y 231; 89/3,7; 92/4,113; 96/3,36;
112/5,49 y 101
y 104);
– o un libro que
descendió de parte de su Señor (Corán
39/7,3; 51/10,20; 55/6,114; 59/39,55; 87/2,285; 112/5,67-68);
– descendió en el
mes de ramadán (Corán 87/2,185);
– es un Corán
escrito en árabe (45/20,113; 53/12,2);
– contiene las
aleyas o signos de Dios (Corán 49/28,87);
– es un libro que
se puede leer (Corán 50/17,93);
– es un libro con
la verdad (Corán 50/17,105-106; 58/34,6;
59/39,2; 59/39,41; 62/42,17; 70/16,102; 87/2,176 y 213; 92/4,105;
94/57,16;
96/13,1 y 19; 112/5,83);
– es un libro con
el recuerdo (Corán 38/38,8; 54/15,6 y 9;
59/39,23; 70/16,44; 3/21,10 y 50; 85/29,51; 99/65,10);
– un libro que
confirma lo que había antes de él (Corán
55/6,92; 66/46,30; 87/2,41 y 97 y 136; 89/3,3; 92/4,47 y 60 y 136 y
162;
112/5,48 y 59).
Aunque se suele
mencionar como un libro que Dios hace
descender, otras veces se dice que descienden aleyas o versículos
sueltos, o
bien una sura o capítulo, dictados en distintas circunstancias (Corán
50/17,106; 70/16,101; 87/2,99; 94/57,9; 98/76,23; 102/24,1 y 34 y 46;
103/22,16; 105/58,5; 113/9,86 y 124 y 127).
La misma expresión
del «descenso» se usa a propósito de otras comunicaciones atribuidas a
Dios:
hizo descender el libro de Moisés, la Torá (Corán 55/6,91; 112/5,44),
la Torá y
el Evangelio (Corán 89/3,3 y 65 y 84; 112/5,46-47; 112/5,66). Y de
Jesús se
afirma que es Palabra de Dios que él hizo descender sobre María (Corán
92/4,171).
La idea islámica
afirma
que la escritura coránica ha registrado y cerrado para siempre la
revelación divina,
ya definitiva. Por eso, se exige la obediencia
a lo que el «enviado» transmite y estipula, y está escrito. Los que
ostentan el
poder tienen el encargo de hacerlo cumplir. Esta es la única mediación
con
Dios, no hay ninguna otra verdadera, y tampoco queda espacio para una
relación
personal con él.
Lo esencial en la
religión coránica no
radica tanto en profesar una fe interior, sino en asumir un discurso
que incita
a obedecer bajo amenazas. Basta hacer lo que se manda, con un
sometimiento que
se manifiesta, como señal visible y pública, en el rezo colectivo (el
azalá) y
el pago del tributo (el azaque), pero que conlleva además innumerables
prescripciones y prohibiciones de todo orden. Lo que se revela es, en
definitiva, una ley, un código de preceptos que hay que cumplir
y hacer
cumplir, y los creyentes han de invertir en ello sus personas y sus
fortunas (Corán
113/9,88).
La referencia
coránica a la revelación
que se tiene por la más antigua es: «Lo hicimos descender en la noche
del
destino» (Corán 25/97,1), pero, según las
investigaciones, parece ser
que ese verso pertenece a un
antiguo himno de Navidad. Otra referencia clave, en el inicio del
capítulo titulado El viaje nocturno, dice «¡Gloria a quien hizo
viajar a su siervo de
noche, desde el santuario prohibido al santuario lejano, cuyos
alrededores
hemos bendecido, para hacerle ver algunos de nuestros signos!» (Corán
50/17,1),
pero la forma original de ese versículo, conservada en manuscritos muy
antiguos, no alude a Mahoma, sino que narraba la subida de Moisés al
monte
Sinaí.
Resultado de la
comparación
El Corán afirma
que
Dios envía a cada pueblo un profeta, que cada profeta recibe un libro y
que
todos los profetas son equiparables y todos los libros revelados traen
el mismo
mensaje. Esta afirmación no puede ser más gratuita y contrafáctica,
dado que es
desmentida por otros pasajes coránicos y por los hechos históricos.
Para el islam, lo
que se revela es un
libro, el Corán, cuyo autor sería Dios, y en él se establece la ley que
todo el
mundo debe obedecer. El texto de este libro se considera la palabra
literal e
inalterable de su autor. Pero esta última pretensión colisiona
abiertamente con
lo que descubren los estudios histórico-críticos sobre el texto, con
sus
incontables variantes e incorrecciones.
En el
cristianismo, por su parte, Dios
se revela ante todo en una persona, con su vida y su obra, su
crucifixión y
resurrección. Dios se manifiesta en Jesús, y asimismo en el don del
Espíritu
santo que habita en el interior de los creyentes. Los documentos
del Nuevo testamento no son palabra literal de Dios, sino palabras
humanas de distintos
autores que transmiten por escrito la tradición de Jesús, y la
Iglesia los
considera inspirados. Por lo tanto, en el cristianismo, la revelación
precede y
excede a la escritura.
Esta notable
diferencia fundamenta visiones
muy diferentes acerca de la revelación, donde se da una oposición
determinante entre
el espíritu y la letra, entre la fe en la manifestación viva de Dios y
la cosificación
de su palabra en un escrito sacralizado.
4.2.
El tema de Dios
En
todo sistema religioso encontramos la referencia a un postulado sagrado
último.
Sobre todo las religiones que creen en el carácter personal de ese
referente, lo
denominan Dios y lo caracterizan primordialmente como creador del
universo. No
obstante, hay muy distintas maneras de concebir cómo es su esencia, su
carácter
y su relación con los seres humanos.
Según el Nuevo
testamento
En
el conjunto del Nuevo testamento, los principales términos con los que
se
designa a Dios son: «Dios», unas 1.000 veces. «Señor», 650 (pero
referido tanto
a Dios como a Jesús). «Padre», 266 veces (de ellas, «Dios Padre» 15
veces). «Espíritu»
230 veces (de las cuales «Espíritu Santo» 92 veces, y «Espíritu de
Dios» 14
veces). Es característico de Jesús llamar a Dios «Padre», lo que
implica una
imagen benevolente de Dios que ama a todas sus criaturas y cuida de
ellas.
La
promesa de Dios, renovada a toda persona humana, ofrece formar parte de
su reino
y la vida eterna. La voz «Reino» aparece 138 veces. «Vida eterna», 43
veces. «Paraíso»,
3 veces. Aunque también se hace referencia, en pocas ocasiones, a la
amenaza de
punición divina: «Castigo», 6 veces. «Fuego», 20 veces. «Infierno» o
gehena, 11
veces.
En
los Evangelios, se describen muy pocas teofanías, siempre en relatos de
tipo
simbólico:
«Tú
eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Marcos 1,11, en el bautismo de
Jesús).
«Este
es mi Hijo querido, escuchadlo» (Marcos 9,7, en la transfiguración).
Destacan
algunos pasajes donde se significa gráficamente la característica
imagen
cristiana de Dios benevolente hacia todos e indulgente con el
arrepentido:
«Vuestro
Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace
llover
sobre justos e injustos» (Mateo 5,45).
Aún
más expresiva es la conocida parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).
Otros
escritos neotestamentarios expresan elocuentemente la relación paternal
y la
filiación liberadora que Dios ofrece, como resume el apóstol Pablo:
«Cuantos
se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no habéis
recibido un
espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de
hijos que
nos permite clamar Abba» (Romanos
8,14-15).
Según
el Corán
La
creencia monoteísta en la unidad y
unicidad de Dios la adopta el Corán de la tradición judía. En efecto,
hace
constantes referencias al libro de Moisés y a personajes y profetas
bíblicos, y
también múltiples alusiones a pasajes de la literatura judía y
cristiana.
La
teología coránica no solo presenta un Dios uno y único, creador de
cielos y
tierra, sino que insiste en representarlo como amo todopoderoso, que
mira a los
hombres como esclavos y les demanda sumisión absoluta.
«Todos
los que están en el cielo y en
la tierra van ante el clemente como siervos» (Corán 44/19,93).
Aunque
la extensión del texto del Corán es un 28% menor que la del Nuevo
testamento, las
menciones de Dios que contiene son mucho más numerosas y repetitivas.
Si
realizamos búsquedas en el texto, los términos utilizados para
designarlo los
podemos resumir estadísticamente así: «Dios», 3.100 veces. «Señor»,
1.000 veces.
«No hay más dios que Dios», 34 veces. «Espíritu» de Dios, o enviado por
él, 20
veces (de ellas «Espíritu santo», 4 veces). Pero una vez se llama
«espíritu» de
Dios a Jesús (Corán 92/4,171). Nunca se designa a Dios como «Padre»,
pues
rechaza expresamente esa idea.
La
exégesis musulmana pretende que Dios es el sujeto hablante de todos los
versículos del Corán. Pero poner todos los versículos en su boca
resulta
extraño, por ejemplo, cuando el texto habla de Dios en tercera persona.
Esta
anomalía intentaron corregirla, tardíamente, de manera un tanto
forzada,
anteponiendo al versículo la expresión «Di:», sin lograr coherencia en
todos
los casos. En líneas generales, aparte de las narraciones, las
diatribas y los
mandatos, la acción divina suele describirse como implacable. Aunque se
repite a
menudo que Dios es misericordioso y perdonador, también se dice que
solo perdona
estrictamente a quien él quiere, y solo se afirma que ha perdonado en
muy pocos
casos. En el presente y en el futuro, Dios sanciona con premios en la
tierra y
en el paraíso, pero, sobre todo, con castigos tremendos, a su entero
arbitrio. Por
encima de todo, se afirma que Dios hace su santa voluntad en cada
instante, sin
compromiso alguno:
«Dios
hace lo que él desea» (Corán
72/14,27; 89/3,40; 103/22,18).
«Dios
hace lo que él quiere» (Corán
87/2,254; 103/22,14).
«Dios
perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284;
repetido
en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).
«La
gracia está en la mano de Dios y la da a quien él quiere» (Corán
89/3,73).
Encontramos
bastantes alusiones al premio y al castigo. El paraíso aparece con
frecuencia,
pero las amenazantes referencias al castigo son numerosísimas:
–
Dios premia con la victoria y el «botín», 10 veces (todas mediníes);
premia con
el «paraíso», 139 veces.
–
Dios «castiga», 415 veces. De ellas, con un «castigo terrible», 12
veces; con
un «castigo doloroso», 62 veces; con el «infierno» o la gehena, 121
veces; con
el «fuego», 182 veces; de ellas con el «fuego de la gehena», 26 veces.
La
actitud y el comportamiento que se manda a los humanos ante Dios, como
su Señor
y Amo, debe ser con temor y estricta obediencia: el «temor» a Dios se
menciona 350
veces. Porque «Sabed que no hay más dios que yo. Temedme, pues» (Corán
70/16,2).
La
mención de la obediencia o la desobediencia aparece en unas 120
ocasiones. Se
ordena obedecer y no hacerlo se juzga como un delito y un pecado
merecedor de
castigo. En concreto, «obedecer a Dios», 33 veces; «obedecer a Dios y a
su
enviado», 33 veces. Porque «quien obedece al enviado ha obedecido a
Dios» (Corán
92/4,80).
Por
contraste, el tema del amor a Dios brilla por su completa ausencia.
Prácticamente
no existe la expresión «amor a Dios», ni «amar a Dios». Solamente hay
dos ocasiones
en que se habla de «amor» dirigido hacia Dios, en estos versículos:
«Los
que han creído son más fuertes en el amor de Dios» (Corán 87/2,165).
«Di:
Si amáis a Dios, seguidme, Dios os amará y os perdonará vuestras
faltas» (Corán
89/3,31).
En
cuanto al amor procedente de Dios hacia el hombre, las alusiones son
pocas,
pero significativas, siempre vinculadas al cumplimiento de lo mandado:
–
[Dios] «es amante», 2 veces en suras tempranas (Corán 27/85,14 y
52/11,90).
–
«Dios ama»: 17 veces, todas en capítulos posteriores a la hégira. En
concreto: Dios
ama a los que obran bien (5 veces); a los que se arrepienten; a los que
se
purifican; a los que lo temen; a los que aguantan; a los que confían; y
a los
equitativos.
En
conjunto, el tema del amor procedente de Dios o dirigido hacia Dios
resulta más
bien marginal e irrelevante en el Corán. Porque lo que el propio Dios
pide no
es amor, sino obediencia. De las diecisiete incidencias de la frase
«Dios ama»,
en quince se da como una especie de muletilla. En las otras dos, más
bien excepcionales,
el mensaje resulta simple y claro: que Dios ama solo a los que obran
bien; y por
obrar bien se entiende cumplir lo mandado y, más explícitamente,
comprometerse
en la yihad:
«A
quienes han creído y han obrado bien el compasivo los colmará de amor»
(Corán
44/19,96).
«Dios
ama a los que combaten en su camino, en fila, como si fueran un
edificio
compacto» (Corán 109/61,4).
Por
el contrario, la afirmación en forma negativa, es decir, que Dios no ama, se encuentra bastante más
explícita. Dios no ama a quienes no creen, a quienes no lo temen, a
quienes lo
desobedecen. Sirvan de ejemplo las siguientes citas:
«¡Que
perezca el humano! ¡Que es un descreído!» (Corán 24/80,17).
«Dios
no ama a los inmoderados» (Corán 39/7,31; 55/6,141).
«Dios
no ama a los alborozados» (Corán 49/28,76).
«Dios
no ama a los corruptores» (Corán 49/28,77; 112/5,64).
«Dios
no ama a ningún presuntuoso, arrogante» (Corán 57/31,18; 94/57,23).
«Dios
no ama a los engreídos» (Corán 70/16,23).
«Dios
no ama a los transgresores» (Corán 87/2,190; 112/5,87).
«Dios
no ama a ningún descreído, pecador» (Corán 87/2,276; 89/3,32).
«Dios
no ama a los opresores» (Corán 89/3,57).
«Dios
no ama al traidor, pecador» (Corán 92/4,107; 103/22,38).
Uno
de los rasgos más representativos de la imagen islámica de Dios radica
en la
cólera y la repulsa contra aquellos que el Corán acusa de descreídos o
«infieles», los que se niegan a creer y los que dejan de creer, los
mismos que
son merecedores de los más crueles tormentos. Porque:
«Dios
no ama a los infieles» (Corán 84/30,45; 89/3,32).
«Quien
no crea en Dios después de
haber creído (…), el que abre su pecho a la increencia, la ira de Dios
caerá
sobre ellos. Y tendrán un castigo terrible» (Corán 70/16,106).
«No
seáis como esos que, después de
haber recibido las pruebas, se separaron y discreparon. Esos tendrán un
castigo
terrible» (Corán 89/3,105).
Encontramos otro rasgo extraño en
la
imagen coránica de Dios en el hecho de que, al principio de varias
suras,
aparece Dios profiriendo sonoros juramentos por distintos fenómenos de
la
creación, o por elementos sagrados de la tradición judía. En orden
cronológico,
son:
«¡Por la noche cuando cubre! ¡Por el día
cuando se manifiesta! ¡Por lo que ha creado, el macho y la hembra!»
(Corán
9/92,1-3).
«¡Por el tiempo!» (Corán 13/103,1).
«¡Por el astro, cuando declina!» (Corán
23/53,1).
«¡Por el sol y su plenitud! ¡Por la luna
cuando lo sigue! ¡Por el día cuando lo manifiesta! ¡Por la noche cuando
lo
cubre! ¡Por el cielo y quien lo edificó! ¡Por la tierra y quien la
aplanó! ¡Por
el alma y quien la formó!» (Corán 26/91,1-7).
«¡Por las higueras y los olivos!
¡Por el
monte Sinaí! ¡Por esta comarca segura!» (Corán 28/95,1-3).
«¡Por el pacto de los curaisíes!»
(Corán
29/106,1).
«¡Por el monte! ¡Por un Libro
escrito en
pergamino desenrollado! ¡Por el templo visitado! ¡Por la bóveda
elevada! ¡Por
el mar embravecido! El castigo de tu Señor caerá» (Corán 76/52,1-7).
Estos juramentos puestos en boca
de Dios
pertenecen todos a capítulos catalogados como del primer período de La
Meca. Quizá
reflejen invocaciones mágicas o fórmulas de conjuro tomadas de
tradiciones
preislámicas, en cualquier caso poco congruentes con el monoteísmo.
Como
mínimo, parece poco adecuado que Dios jure por su creación,
evidentemente
inferior a él. O acaso no sea Dios el sujeto que habla, en contra de lo
que
sostiene la exégesis musulmana.
Resultado de la
comparación
En el Corán, la
idea prevalente es la de
Dios como Amo, como voluntad absoluta que quedó registrada literalmente
en el
texto. Los Evangelios, en cambio, se singularizan por la idea de Dios
como
Padre, que ama al mundo, quiere salvarlo y se manifiesta en su Hijo.
El Dios islámico
se describe como
creador arbitrario, que lo determina todo conforme a su voluntad en
cada
momento, sin atenerse más que a lo que él quiere. Por el contrario, el
Dios
cristiano aparece como creador racional, cuyo «logos» o sabiduría ha
creado el
mundo y al hombre. Y es fiel a su alianza y su promesa de salvación.
El Corán exige a
los creyentes
musulmanes el temor a Dios, como actitud fundamental. En los
Evangelios, la
actitud primordial de los creyentes ha de ser el amor a Dios, un amor
que echa
fuera el temor, porque confía en la paternidad, la amistad y el perdón
divino al
pecador arrepentido.
Con respecto a los
juramentos que el
Corán pone en boca de Dios, observamos un contraste literal con el
Evangelio
según Mateo, cuando recoge estas enseñanzas de Jesús:
«No
juréis
de ninguna manera: ni por el cielo, porque sea el trono de Dios; ni por
la
tierra, porque sea el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque sea
la
ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza… Que vuestro sí sea
un sí,
y vuestro no un no» (Mateo 5,34-37).
Por más que el
islamismo comparta, en
términos abstractos, la fe monoteísta del judaísmo y el cristianismo,
queda
patente que no ofrece la misma imagen o idea de Dios. Resulta erróneo
afirmar
que es la misma la idea de Dios que comunica Jesús y la que comunica
Mahoma. ¿Cuál
es más verdadera? Es evidente que cae fuera de nuestro alcance humano
verificar
empíricamente la realidad divina en sí misma. Pero tenemos a nuestro
alcance
analizar las distintas concepciones de Dios, tal como las encontramos
formuladas
en los textos canónicos de cada tradición, como expresión de las
respectivas creencias.
Por tanto, la cuestión significativa no es tanto la afirmación de
monoteísmo,
sino discernir cuál es la teología que se expone en cada caso y cuáles
son sus
consecuencias.
Los significados
analizados nos llevan
a concluir que, para el Corán no se trata tanto de creer en
Dios y
confiar en él, sino de temer a Dios en una umma
(sociedad) que
hace sumisamente lo que dice que manda. Esto fundamenta la teología del
Dios
Amo, que reclama servidumbre a la Ley coránica y al poder califal. En
oposición, la teología cristiana del Dios Padre da prioridad a su
Espíritu, que
va guiando a la Iglesia para promover la vida, la verdad, la justicia,
la
libertad, la paz… En el fondo, estas diferencias significan e implican
un enfrentamiento
antagónico entre una filosofía del poder teocrático y una filosofía de
la
libertad.
Con
el
islam, en suma, el monoteísmo se convirtió en mahometismo. La religión
de
Mahoma, aunque heredó el monoteísmo de una tradición judeocristiana, le
confirió como rasgo original la normalización del sometimiento por la
fuerza a
la religión, identificada con el poder político, al tiempo que
normalizó la
sacralización del odio a los no creyentes y la legitimación del expolio
de sus
bienes, sus tierras y su libertad.
4.3.
El tema de Abrahán
La
importancia de la figura de Abrahán se asienta en el libro del Génesis,
donde, al
relatar la historia remota del pueblo hebreo, se remonta hasta este
personaje
(siglo XVIII a. C.), y lo considera su antepasado originario, el gran
patriarca,
el hombre que creyó en Dios. En virtud de su fe, Dios estableció una
alianza
con él, y le otorgó una promesa de bendición para él y su descendencia.
La
Biblia va describiendo la genealogía de Abrahán, Isaac y Jacob (o
Israel), de
cuyos doce hijos descenderían las doce tribus de Israel.
En el
Nuevo testamento, por su parte, la figura de Abrahán es reinterpretada,
sobre
todo por el apóstol Pablo, en un sentido universalista, no como padre
«según la
carne», sino como padre simbólico de todos los creyentes, «según la
fe». Siglos
más tarde, el Corán se aventura en una diferente interpretación de
Abrahán como
antepasado de los árabes, a través de Ismael, el hijo de su esclava, y
así se retrotrae
a una concepción del pueblo elegido según la genealogía de la carne y
la sangre.
Según el Nuevo
testamento
El cristianismo
recibe como propia la
Biblia hebrea y a partir de ella desarrolla su visión universalista de
la
salvación. El Génesis narra la historia de Abrahán. Nos refiere
que Dios
hizo una alianza con él y con su descendencia. Luego, en señal de esta
alianza,
le mandó que en adelante se circuncidaran todos los varones (Génesis
17,10-14).
Y así lo hizo Abrahán, comenzando por sí mismo (Génesis 17,23-24). En
el
capítulo 22, se relata el sacrificio de su hijo Isaac, no consumado, en
un
monte del país de Moria. Entonces, el Señor reafirmó su promesa de
bendición en
favor de su descendencia, una promesa que se ampliaría a todos los
pueblos de
la tierra (cfr. Génesis 22,1-18).
La
figura de Abrahán tiene importancia capital en el Nuevo testamento. Se
habla de
los «hijos de Abrahán» y la «fe de Abrahán», evocando la genealogía del
pueblo
elegido: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros
padres»
(Hechos 3,13).
En
sentido general, ser «hijo de Abrahán» significaba a la vez tanto la
pertenencia al pueblo judío como la verdadera fe en Dios. Pero los
Evangelios
plantearon una crítica a esa concepción tradicional. Ya Juan Bautista
advertía
a la gente que acudía para bautizarse que no bastaba con ser
descendiente de
Abrahán:
«Dad
frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior:
‘Tenemos
por padre a Abrahán’. Porque os digo que Dios puede sacar de estas
piedras
hijos de Abrahán (Lucas 3,8; igual Mateo 3,8-9).
Jesús,
mientras enseñaba en el templo, amonestó a los judíos:
«Ellos
le contestaron: ‘Nuestro padre es Abrahán’. Jesús dijo: ‘Si sois hijos
de
Abrahán, haced las obras de Abrahán’» (Juan 8,39).
En
la carta a los romanos, el apóstol Pablo establece una distinción entre
Abrahán
como «padre según la carne» (Romanos 4,1) y Abrahán en cuanto creyente,
que fue
justificado por la fe, aun antes de estar circuncidado:
«Entonces,
¿esta bienaventuranza vale solo para los circuncisos o también para los
incircuncisos? Hemos dicho, en efecto, que a Abrahán la fe se le imputó
como
justicia. Y ¿cómo le fue imputada? ¿estando él circuncidado o antes de
estarlo?
No estando circuncidado, sino antes; y recibió la señal de la
circuncisión como
sello de la justicia de la fe que tuvo sin estar circuncidado. Así se
constituyó
en padre de todos, los incircuncisos que creen y se les imputa como
justicia, y
también en padre de los circuncidados» (Romanos 4,9-12).
El
cristianismo interpretó el significado de la figura de Abrahán en el
sentido de
que basta la fe en Dios para ser reconocido «hijo de Abrahán», y así la
promesa
divina está abierta a toda la humanidad, para todo el que crea, y no es
solo
para el pueblo judío y los que están bajo la Ley.
La
epístola a los gálatas argumenta recordando que, en la alianza con
Abrahán,
Dios prometió la bendición para los creyentes de todos los pueblos:
«Entended,
pues, que los que viven de la fe, esos son los hijos de Abrahán »
(Gálatas
3,7). De modo que los verdaderos hijos de Abrahán están libres de la
circuncisión y de la Ley, y dan preeminencia de una disposición interna
respecto a Dios.
Según
el Corán
Es significativo
que el apóstol Pablo
nunca sea citado por su nombre en el Corán y, sin embargo, hay una
polémica
soterrada con él en muchos aspectos. Uno de ellos es el que tiene que
ver con
Abrahán.
El Corán relata la
profesión de fe de
Abrahán (Corán 47/26,69-89). Remite a episodios del Abrahán bíblico
(Corán
67/51,24-37 ofrece un resumen de Génesis 18,2-33 y 19,1-29). Pero añade
historias que no están en la Biblia. Y, en particular, trastoca
insidiosamente la
perícopa que cuenta el sacrificio del hijo.
La
interpretación coránica lleva a cabo una arabización e islamización de
Abrahán,
de modo que no solo lo presenta como antepasado de los árabes, por la
línea de
su hijo Ismael, sino que lo califica de musulmán. A través de esta
progenie se
habría conservado la verdadera fe monoteísta, al margen del judaísmo,
que discurre
por el linaje de Isaac, Jacob y Moisés.
Para la
tradición musulmana «la religión de Abrahán» (citada 7 veces) sería
anterior y
superior a la Biblia, y sería la única religión recta, de la que
procede la
religión de Mahoma, propia de los árabes, supuestos descendientes de
Ismael. Sin
embargo, esta pretensión de enlazar directamente con Abrahán y detentar
la
única religión verdadera choca con otros pasajes del propio Corán,
donde se
exalta la Torá y el Evangelio. Además, es sintomático que, en el
conjunto del Corán,
destaque mucho más el personaje de Moisés, cuyo nombre aparece el doble
de
veces que el de Abrahán (Moisés 137 veces; Abrahán 70).
Podemos
recopilar aquí las citas coránicas que aluden a la supuesta religión de
Abrahán, cuya significación trataremos de analizar y entender un poco
más
adelante:
«Mi Señor
me ha dirigido por un camino recto, una religión elevada, la religión
de
Abrahán, el recto. No era de los asociadores» (Corán 55/6,161).
«Luego te
revelamos: ‘Sigue la religión de Abrahán, que era recto. No era de los
asociadores’» (Corán 70/16,123).
«¿Quién
desea algo diferente de la religión de Abrahán, sino el insensato?»
(Corán
87/2,130).
«Dijeron:
‘Sed judíos o nazarenos, y estaréis dirigidosְ’. Di: ‘[Seguimos] más
bien la
religión de Abrahán, un recto’. No era en absoluto de los asociadores»
(Corán
87/2,135).
«Abrahán
no era judío, ni nazareno, sino que era recto, sumiso. No era en
absoluto de
los asociadores. Los que prefieren a Abrahán son los que lo han
seguido, este
profeta y los que han creído» (Corán 89/3,67-68).
«Dios ha
sido verídico. Seguid, pues, la religión de Abrahán, un recto. No era
en
absoluto de los asociadores» (Corán 89/3,95).
«Tenéis un
buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él» (Corán 91/60,4).
«¿Quién
tiene mejor religión que quien somete su faz ante Dios, hace buenas
obras, y
sigue la religión de Abrahán, que fue recto? Y Dios tomó a Abrahán por
amigo»
(Corán 92/4:125).
«Seguid
la religión de vuestro padre Abrahán (…) Elevad el rezo y dad el
tributo»
(Corán 103/22,78).
La
tradición islámica suele considerar a Abrahán como «musulmán», pero lo
hace
sobre la base de una traducción anacrónica de muslim, término
que literalmente
solo significa «sumiso» (lo mismo que en Corán 89/3,67). El significado
de «musulmán»,
entendido como miembro de una religión, no apareció hasta la segunda
mitad del
siglo VIII, y no existe en el Corán, donde se utiliza el calificativo
de «creyentes»
y no el de «musulmanes».
Tampoco
hay ninguna constancia de que Abrahán fundara una religión, ni siquiera
teniendo
en cuenta lo que encontramos escrito en el mismo Corán, porque lo que
en él
aparece es una religión que es anterior a Abrahán y posterior a él, en
una
línea de continuidad en la cual, por cierto, nunca se incluye el nombre
de
Mahoma:
«Él
os ha prescrito como religión lo que había ordenado a Noé, lo que te
hemos
revelado, así como lo que hemos ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús»
(Corán
62/42,13).
«Hemos creído en
Dios, en lo que ha
descendido sobre nosotros, lo que ha descendido sobre Abrahán, Ismael,
Isaac,
Jacob y las Tribus, y lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los
profetas, de
parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre unos y otros»
(Corán
89/3,84).
En
alguno de estos sumarios, se puede observar que se ha interpolado el
nombre de
Ismael, en clara sustitución de Isaac, pues trastoca la línea de
sucesión
correcta, que sería Abrahán, Isaac y Jacob:
«Te hemos
revelado, como hemos
revelado a Noé y a los profetas después de él. Y hemos revelado a
Abrahán,
Ismael, Jacob, las Tribus, Jesús, Job, Jonás, Aarón y Salomón. Y dimos
a David
los salmos» (Corán 92/4,163).
«Él ha hecho
descender sobre ti el
libro con la verdad, que confirma lo que está antes de él. Y él ha
hecho
descender la Torá y el Evangelio» (Corán 89/3,3).
Queda
absolutamente patente que la religión contenida en el Corán es la de la
Biblia,
la de la Torá de Moisés (que se menciona 18 veces) y la del Evangelio
de Jesús
(se menciona 12 veces), por más que la Torá y el Evangelio se miren
desde una
perspectiva adaptada a los destinatarios árabes.
En relación con
las escrituras
sagradas, hay un versículo concreto en el que se entrevé la mano de un
redactor
tardío que añadió «y el Corán»:
«Una verdadera
promesa para él,
contenida en la Torá, el Evangelio y el Corán» (113/9,111).
Otro
dato significativo estriba en la versión coránica del relato bíblico en
el que
Abrahán va a sacrificar a su hijo: el Corán pone a Ismael en lugar de
Isaac.
Así se pretende alterar toda la historia sagrada bíblica, al postular
una
descendencia alternativa a través de Ismael, que suplanta a Isaac y,
por tanto,
margina a Jacob. Aquí, vemos cómo se vuelve a privilegiar la filiación
biológica sobre la espiritual. Y con esta alteración del relato, el
pueblo
hebreo es desplazado por el pueblo árabe en la categoría de pueblo
elegido.
En
efecto, según la Biblia, el hijo al que Abrahán se dispone a sacrificar
es
Isaac (Génesis 22,1-18). En cambio, el Corán cuenta la historia de tal
manera
que da a entender que quien es conducido al sacrificio es Ismael, el
hijo de
Agar (Corán 56/37,101-107), puesto que refiere el episodio del
sacrificio antes
del nacimiento de Isaac, el hijo de Sara (Corán 56/37,112). Asimismo,
en varios
capítulos poshegíricos, como ya he apuntado, se inserta el nombre de
Ismael en
la secuencia de los profetas bíblicos: Abrahán, Ismael,
Isaac, Jacob y las tribus, Moisés y Jesús, Noé, Job, Jonás,
Aarón, Salomón, David (Corán 136 y 140; 89/3,84; 92/4,163-164). Con
toda
probabilidad, se trata de interpolaciones tardías.
Por
lo demás, la llamada «religión de Abrahán» carece de contenido
específico. La
norma religiosa del Corán, teniendo en cuenta su contenido, reafirma
básicamente
lo establecido a partir de Moisés, puesto que el sistema islámico
requiere la
circuncisión (no explícita en el Corán), impone las prohibiciones
alimentarias,
las normas de pureza ritual y, en general, instaura una ley que
representa una
adaptación de la Ley mosaica. La fe monoteísta, el rezo, la limosna, el
ayuno,
la peregrinación y los sacrificios animales son todas instituciones
judías. Más
aún, al primar la estirpe de Abrahán según la carne, por Ismael y su
descendencia, encierra la religión en los moldes particularistas de una
religión étnica de los árabes. Por eso, al principio, únicamente
luchaban por
la conversión al agarenismo (islam) de las tribus árabes. Y de hecho,
solo avanzada
la época abasí, se permitió a la población no árabe hacerse musulmana.
En fin, el Corán
propone a Abrahán como «buen
modelo», pero, si observamos que el mismo versículo lo describe en una
actitud
de tajante intolerancia, comprenderemos la actitud que luego ha servido
de pauta a los musulmanes con respecto a los no
musulmanes:
«Tenéis un
buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él, cuando dijeron a
sus
gentes: ‘Nos desentendemos de vosotros y de lo que adoráis fuera de
Dios.
Renegamos de vosotros. La enemistad y el odio han aparecido entre
nosotros y
vosotros para siempre, hasta que creáis solo en Dios’» (Corán 91/60,4).
Resultado
de la comparación
Los análisis en
torno a la caracterización coránica
de Abrahán y su descendencia nos han llevado a localizar y desenterrar
una
serie de mutaciones que han afectado al texto y su significación,
dentro de un
proceso destinado a consumar la gran sustitución, en la que era
necesario
justificar la pretendida supremacía árabe/musulmana en el dominio
religioso, ya
lograda en el político.
El Corán valora y
reitera, con
variantes, la saga bíblica de los patriarcas y los profetas judíos:
Noé,
Abrahán, Lot, Isaac, Ismael, Jacob, José, Moisés, Aarón, David,
Salomón,
Eliseo, Jonás, Job, Juan Bautista y Jesús. Esto demuestra, a las
claras, que lo
que luego denomina «religión de Abrahán» y de Ismael no es otra que la
religión
de los judíos recuperada, sin que el sesgo mahometano que se le imprime
consiga
ocultarlo.
Además, a
diferencia de la Biblia (Génesis 17,10-14), el Corán evita mencionar la
alianza
de Dios con Abrahán (y la implicación de que Dios no falta a su
alianza, idea
extraña al islam). De este modo, escamotea la promesa divina a Abrahán,
Isaac, Jacob y
al pueblo hebreo, con objeto
de reconvertirla en una concesión a Abrahán e Ismael, este último
pretendido
epónimo de los árabes.
Hay
otra diferencia crucial entre el Abrahán del Corán y el de las cartas
de san
Pablo, pues este, mediante la interpretación de Abrahán como padre
simbólico de
todos los que creen en Dios, defiende la apertura de la fe y la promesa
tanto a
judíos como a gentiles, a todos los hombres sin distinción de origen.
Por el
contrario, la elaboración coránica vuelve a dar la mayor importancia a
la
descendencia «según la carne», reivindicando el privilegio árabe de
pertenecer
a la progenie de Abrahán a través del linaje de Ismael.
Otro
punto discutible es la suposición de que los árabes descienden de
Ismael. Por
mucho que se les haya denominado «ismaelitas», no hay la menor prueba
histórica
de tal descendencia, ni en la Biblia, ni fuera de ella. El libro del
Génesis lo
último que narra acerca de los descendientes de Ismael es que se
asentaron
cerca de Asiria (Génesis 25,12-18), y no da más información sobre ellos.
La figura del
Abrahán coránico se propone como modelo de intolerancia
extrema respecto a todos los que no se plieguen al credo muslímico, de
donde
derivó la legitimación de la violencia contra el infiel.
Al revés del
tópico, el Abrahán que aparece en el Corán no constituye
ningún paradigma de unión entre las «religiones abrahánicas», ni puede
ser
ejemplo de entendimiento o tolerancia, puesto que, precisamente en
referencia a
él, se establece la enemistad y el odio para siempre hacia los judíos y
los
cristianos.
Ese
Abrahán descrito en el Corán, que no era judío, ni nazareno, representa
un factor
permanente de discordia y enfrentamiento. Para los musulmanes es
incuestionable
que «la religión de Abrahán» es exclusivamente la de Mahoma, a quien
consideran
«musulmán». Será necesario desmentir la cantinela de una pretendida
coincidencia interreligiosa, como cuando se habla de «los tres
monoteísmos», «las
tres religiones abrahánicas» o «las tres religiones del libro». Todas
estas
expresiones son engañosas, porque encubren el mensaje de cada religión,
y son dañinas,
porque estorban la posibilidad de un verdadero diálogo.
4.4.
El tema de Moisés
Aunque hay otros
personajes
importantes en la tradición religiosa bíblica, como Adán, Noé, Abrahán,
Isaac,
Jacob, sin embargo, Moisés destaca como el principal en la conformación
de la
religión hebrea, en cuanto liberador de las tribus, organizador del
pueblo
elegido y receptor de la Torá entregada por Dios. El cristianismo
asumió como
propio el legado de la Biblia, si bien Jesús y sus seguidores hicieron
una
nueva interpretación de lo fundamental de la ley mosaica y los
profetas. El
islamismo, por su lado, mantuvo gran parte de la herencia religiosa del
judaísmo, con sus elementos más arcaicos, en una adaptación para los
árabes del
personaje de Moisés y de su ley.
Según
la Biblia hebrea
Los
primeros cinco libros de la Biblia, o Pentateuco, constituyen la Torá,
la Ley.
También se llaman los libros de Moisés. La historia bíblica de Moisés
narra su
nacimiento en la tribu de Leví, exiliada en Egipto. Cuando el niño
nació, su
madre lo puso en una cesta a la orilla del río, para salvarlo de la
muerte, y
allí lo encontró la hija del Faraón (Éxodo 2,1-10).
Cuenta
la Biblia que, en el monte Horeb o Sinaí, se le apareció a Moisés el
ángel del
Señor, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, y lo envió con la misión de
sacar al
pueblo de Israel de Egipto (Éxodo 3,1-12). Dios le otorgó poderes para
hacer
prodigios (Éxodo 4,1-9). Moisés junto con su hermano Aarón se
presentaron ante
el Faraón y le pidieron que dejara salir a su pueblo para ofrecer culto
a
Yahveh, su Dios, sin conseguirlo (Éxodo 5,1-9). Entonces anunciaron el
castigo
de las plagas, que cayeron sobre la sociedad egipcia (Éxodo 6,28 a
12,34),
hasta que finalmente el Faraón cedió (Éxodo 12,31-32). Los israelitas
partieron, «unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los
niños» (Éxodo
12,37). Pero, poco después, los egipcios salieron en su persecución
(Éxodo
14,5-14). Moisés y su pueblo atravesaron el mar Rojo, donde pereció el
Faraón
con todo su ejército (Éxodo 14,15-31).
Durante
la larga marcha por el desierto, sobresalen varios acontecimientos.
Dios les
dio leyes y mandatos, y los puso a prueba (Éxodo 15,25). Dios los
proveyó de codornices
y del maná para comer (Éxodo 16,1-36). Para calmar la sed, Moisés hizo
brotar
agua de una roca, golpeándola con su bastón (Éxodo 17,1-7).
El
primer encuentro armado con enemigos tuvo lugar en la batalla contra
los
amalecitas. Moisés envió a su general en jefe, Josué, al mando de las
tropas, y
mientras él oraba en lo alto del monte, «Josué derrotó a Amalec y a su
gente a
filo de espada» (Éxodo 17,8-16). Por consejo de su suegro Jetró, Moisés
creó la
institución de los jueces para administrar justicia al pueblo (Éxodo
18,13-26).
Cuando
llegaron al desierto de Sinaí, Moisés subió al monte a hablar con
Yahveh (Éxodo
19,3-9). Allí aconteció la teofanía divina (Éxodo 19,10-25). Y Dios le
comunicó
el decálogo (Éxodo 20,1-21). «Cuando acabó de hablar con Moisés en el
monte
Sinaí, le dio las tablas de la alianza: tablas de piedra, escritas por
el dedo
de Dios» (Éxodo 31,18).
En
este punto, se narra el episodio del becerro de oro, fabricado por
Aarón, ante
el que el pueblo se postraba y ofrecía sacrificios, en ausencia de
Moisés
(Éxodo 32,1-14). Al bajar del monte, Moisés se encolerizó, arrojó y
rompió las
tablas de la Ley (Éxodo 32,15-24). El castigo no se hizo esperar: se
desencadenó la violencia sagrada, por la transgresión, y Moisés con los
hijos
de Leví llevó a cabo una depuración despiadada del propio pueblo, por
el
extravío del becerro de oro, en la que «cayeron unos tres mil hombres»
(Éxodo
32,25-28).
Moisés
intercedió por su pueblo y siguieron el camino como pueblo elegido
(Éxodo
33,16-17). Deseó ver la gloria de Dios, pero no pudo ver su rostro
(Éxodo
33,18-23). Dios renovó su alianza, hubo nuevas tablas con el decálogo
(Éxodo
34,1-28). Por haber hablado con Dios, la gloria se reflejaba en el
rostro
radiante de Moisés, que se puso un velo sobre la cara y solo se lo
quitaba para
hablar con Dios (Éxodo 34,33-35).
El
libro de los Números reanuda la historia por el desierto. Acaeció la
rebelión
de Coré, Datán y Abirán, seguida del correspondiente castigo (Números
16,1-35).
Tras muchas peripecias, se dirigieron hacia Transjordania, combatiendo
a los amalecitas, los edomitas,
los amorreos, los
moabitas y los cananeos, hasta
conquistar la tierra a filo de
espada. Se asentaron en las ciudades de los vencidos y se repartieron
su
territorio (Números 21,21-35; capítulos 31 al 34).
Por
último, el Deuteronomio vuelve a contar la historia de Moisés y el
pueblo de
Israel, en alianza con Dios. Presenta un nuevo cuerpo legal de mandatos
y
decretos religioso-políticos. Pero Moisés solo llegó a ver la tierra
prometida
desde lejos, desde el monte Nebo, frente a Jericó. Y allí falleció y lo
enterraron en el valle de Moab (Deuteronomio 34,1-12).
Según el Nuevo
testamento
La figura de
Moisés está muy presente en el Nuevo testamento: su nombre aparece 79
veces (25
veces en los sinópticos; 13, en el Evangelio según Juan; 18, en los
Hechos; 10,
en las cartas de Pablo). Mientras que el nombre de Jesús se repite 794
veces;
el de Pablo, 162; el de Pedro, 156; el de Abrahán, 74; el de Isaac, 21;
el de
Jacob, 27.
En los textos
cristianos, Moisés representa la
religión y la Ley judías, en cuyo seno surgió y se desarrolló el
movimiento de
renovación iniciado por Jesús. El sermón de la montaña, en el Evangelio
según
Mateo (5,1 a 7,29), Jesús manifiesta una toma de postura crítica en
relación
con la Ley de Moisés y los Profetas, aunque insistiendo en lo
fundamental de su
mensaje.
En el mismo
Evangelio de Mateo, que sigue de
cerca a Marcos, Jesús mandó al leproso que quedó limpio que cumpliera
con lo
prescrito por Moisés (Mateo 8,4). En el relato de la transfiguración,
aparecen
Moisés y Elías conversando con Jesús (Mateo 17,3). En la cuestión del
divorcio,
Jesús interpreta restrictivamente la ley de Moisés (Mateo 19,7-9). Los
saduceos
citan a Moisés en un debate acerca de la resurrección (Mateo 22,24).
Jesús
denuncia que en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los
fariseos,
y advierte de que hay que cumplir lo que ellos dicen, pero no hacer lo
que
hacen (Mateo 23,2-3).
El Evangelio según
Lucas, en el relato de la
infancia de Jesús, hace ver que sus padres cumplían la Ley de Moisés,
con
motivo de la presentación del niño en el templo (Lucas 2,22-24).
Reitera eso
mismo en los episodios del leproso curado (Lucas 5,14), la
transfiguración
(Lucas 9,30) y el debate sobre la resurrección (Lucas 20,28 y 37).
Además,
Lucas alude a Moisés en relatos específicamente suyos como el del rico
epulón y
el pobre Lázaro (Lucas 16,29-31), el de los discípulos de Emaús (Lucas
24,27),
y en las palabras que Jesús dirige a sus apóstoles, tras la
resurrección, al
despedirse de ellos: «Es necesario que se cumpla todo lo escrito en la
Ley de
Moisés y en los Profetas y los Salmos acerca de mí» (Lucas 24,44).
Las elaboraciones
del evangelista Juan y de
las cartas del apóstol Pablo son notablemente más complejas, y no
podemos
entrar aquí en su análisis. Me limitaré a subrayar que ambos toman como
referencia la Ley mosaica para señalar la novedad que supone la misión
de Jesús:
«Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad han
llegado a
ser por Jesús Mesías» (Juan 1,17).
Especial
importancia entraña el episodio evangélico
de la mujer adúltera, que, según la Ley de Moisés, debía ser apedreada,
pero
Jesús se opuso e impidió que lo hicieran (Juan 8,3-11).
Por su parte, el
apóstol Pablo cuestiona si la
justicia procede de la Ley o de la fe (Romanos 10,5-6). Su respuesta en
la
carta a los gálatas defiende la liberación respecto a la Ley, una
libertad
aportada por Cristo, que hace hijos adoptivos de Dios a quienes tienen
fe:
«Antes de llegar la fe, estábamos presos bajo la Ley, custodiados hasta
que la
futura fe se revelara. De modo que la Ley fue nuestra preceptora hasta
Cristo,
para que por la fe seamos justos» (Gálatas 3,23-24). Pues, escribe
Pablo, «para
la libertad nos ha liberado Cristo: manteneos firmes y no os sometáis
de nuevo
al yugo de la esclavitud» (Gálatas 5,1).
Así, el movimiento
judío de renovación que dio
origen al cristianismo universalizó le fe de Israel. Relativizó la Ley
mosaica,
humanizó la presencia de Dios y dio la mayor trascendencia a la acción
del
Espíritu.
Según
el Corán
La
figura de Moisés, pese a su gran relevancia en el Corán, ha sido poco
estudiada
por los islamólogos. En la edición de Al-Azhar, el libro consta de
6.236
versículos, cuya temática se reparte de manera desigual. El 25% del
texto está
dedicado a historias y personajes tomados de la Torá judía y de los
Evangelios
cristianos. Los personajes a los que se dedica mayor extensión en el
Corán son todos
bíblicos: sobre Moisés, 502 versículos; sobre Abrahán, 245 versículos;
sobre
Noé, 131 versículos.
Como salta
a la vista, Moisés ocupa el doble de versículos que Abrahán. Ya
indicamos que el
nombre de Moisés se menciona 137 veces en el Corán, en 34 de los
capítulos, también
el doble de menciones que el nombre de Abrahán (70 veces). Parece
evidente que
el islam es ante todo la religión de Moisés, más que la
«religión de
Abrahán».
Sin
embargo, en los capítulos del período de Medina, posteriores a la
hégira, la
figura de Moisés casi desaparece (apenas diez menciones). Esta es la
prueba de
que se estaba llevando a cabo la sustitución
del
profeta Moisés por el profeta sin nombre, que la tradición muslime
identifica
con Mahoma, convertido entonces en protagonista y único profeta en los
capítulos más tardíos del Corán.
Moisés
aparece incluido siempre en los numerosos sumarios coránicos de
«profetas»
hebreos (Corán 44/19,51), entre los que se mienta a Noé (Corán
44/19,58),
Abrahán (Corán 44/19,41), Isaac y Jacob (Corán 44/19,49), Ismael (Corán
44/19,54; 56/37,112) y Aarón el hermano de Moisés (Corán 44/19,53).
Aunque las
historias de Moisés referidas en el Corán están tomadas de la Biblia,
el hecho
es que se narran de manera esquemática y alterando muchos rasgos
concretos.
Cuando hacemos la comparación detallada, encontramos bastantes
discordancias
entre ambas escrituras. Algunos ejemplos:
– Corán
39/7,107: Moisés tiró su bastón. En Éxodo 7,10, es Aarón quien tiró el
bastón
que se convirtió en serpiente.
– Corán 49/28,6: sitúa al dignatario Amán
junto al
faraón. En la Biblia, Amán aparece en el libro de Ester, unos mil años
posterior.
–
Corán 49/28,12: el niño Moisés se negaba a mamar. El relato de Éxodo
2,1-9 no
cuenta nada de eso (procede de una leyenda judía).
–
Corán 49/28,15: Moisés mató a un hombre de otro clan judío. La Biblia
dice que
mató a un egipcio (Éxodo 2,11-15).
– Corán 49/28,38: Faraón mandó construir una
torre
para llegar a Dios. Esto no está en la Biblia: quizá se trate de una
confusión
con la torre de Babel (Génesis 11,1-9).
Estas y otras variantes
en
la narración
no son, sin embargo, lo más importante de la historia de Moisés en el
Corán. Lo
significativo reside en el propósito que persiguen los cambios que se
introdujeron
en el relato coránico, donde
unos temas plenamente judíos, como son la misión del profeta, el pueblo
elegido y el libro revelado, fueron reinterpretados en clave árabe y
mahometana
y, por tanto, manipulados.
En efecto, el
personaje de Moisés es reconvertido en
prototipo de Mahoma. Aparece Moisés como un caudillo que, por orden
divina,
dirige a las tribus israelitas, se enfrenta al imperio egipcio y se
libra de
él, y organiza una especie de Estado naciente (los jueces), bajo un
régimen
teocrático fundado en la Ley y los mandamientos de Dios; guerrea contra
otros
pueblos, con vistas a la conquista militar de la tierra prometida
(Corán
25/20,41; 45/20,13; 112/5,21). Parece claro que, conforme al Corán,
este es el modelo
básico al que se ciñe el comportamiento de Mahoma, de modo que este se
presenta
como enviado y profeta, como revelador, legislador, conductor
político-militar
de las tribus árabes y visionario de la conquista de los imperios
romano y
persa.
Ahora bien, el
patrón profético al que se atiene
Mahoma se aleja no solo del pacifismo evangélico cristiano, sino
también del
profetismo judío del período monárquico, cuando los profetas criticaban
al
poder, para remontarse a las épocas más antiguas de leyendas tribales y
guerras
santas. Sobre todo, Mahoma se identifica con el paradigma beligerante
de
Moisés. El camino hacia la conquista de la tierra prometida es el
modelo para
la yihad en el camino de Dios. Consiste en tachar a los otros pueblos
de
opresores, inculparlos de idolatría, emplazarlos a la rendición o el
exterminio, con el objetivo de la victoria y el reparto del botín en
nombre de
Dios.
Con todo, en las suras
medineses, el personaje de
Moisés fue pasando a segundo plano para encumbrar el profetismo de
Mahoma
(Corán 90/33,40). La actividad militar de la yihad, inicialmente de
carácter
defensivo, se reformuló hasta establecerla como obligación de emprender
la
ofensiva contra todos los que no crean en Dios y en Mahoma (Corán
113/9,29). El
islam naciente desarrolló el culto a la
personalidad de Mahoma, mitificándolo como enviado de Dios y
exaltándolo como
sello de los profetas.
Otro
aspecto en el que evolucionó el texto del Corán remite a la
consideración de
pueblo elegido. Inicialmente, lo identifica con el «pueblo de Moisés»,
con los
«hijos de Israel», con el «pueblo del libro» que es la Torá mosaica
(Corán
65/45,16). Pero, más adelante, llega a descalificar al pueblo judío de
su
tiempo, con graves acusaciones:
«¡Pueblo del
Libro! ¿Por qué no creéis en los signos
de Dios?» (Corán 89/3,98).
«Hicimos un pacto
con los hijos de Israel y les
mandamos enviados. Cada vez que un enviado vino a ellos con algo que no
deseaban, a unos los desmintieron y a otros los mataron» (Corán
112/5,70).
El Corán alega que
Dios los reprueba sin remisión,
por desmentir sus signos (Corán 42/25,36; 103/22,44). De modo que
introduce la
idea de que Dios los despojará de su estatus de pueblo elegido, para
traspasarlo a otro pueblo. Y finalmente, afirma que el pueblo de Moisés
ha sido
sustituido por el pueblo de Mahoma. Así, el Corán enaltece a la nueva umma,
la nación o pueblo de los árabes creyentes que siguen a Mahoma, sumisos
a Dios,
los auténticos descendientes de Abrahán:
«Vosotros sois el
mejor pueblo suscitado entre los humanos. Ordenáis lo
lícito, prohibís lo ilícito, y creéis en Dios. Si el pueblo del Libro
hubiera creído,
hubiera sido mejor para ellos. Hay
creyentes entre ellos, pero la mayoría son perversos» (Corán 89/3,110).
«¿Quién tiene una
religión mejor que quien es sumiso
a Dios, obrando bien, y sigue la religión de Abrahán, siendo recto?»
(Corán
92/4,125).
Por último, del
mismo modo que Moisés es sustituido
por Mahoma y el pueblo judío es reemplazado por el pueblo árabe, la
Biblia es
relevada por el Corán. Durante mucho tiempo, incluso
después de la hégira, la Biblia hebrea (recibida de los judeonazarenos)
constituía la escritura de referencia para la comunidad de Mahoma y su
liturgia.
De ella hablan con reverencia numerosos pasajes del Corán:
«Pues dimos a
Moisés el Libro como culminación por
el bien que había hecho, explicación de todo, dirección y misericordia»
(Corán
55/6,154).
Más
aún, se alude al Corán como una confirmación, en lengua árabe, de lo
que se
había revelado antes en la Torá:
«Antes
de él, el Libro de Moisés era guía y misericordia. Este es un libro que
lo
confirma, en lengua árabe, para advertir a los injustos, y un anuncio
para los
que obran bien» (Corán 66/46,12).
Sin embargo,
posteriormente, el Corán pasa a
acusar a los
judíos de entender a su antojo el libro de
Moisés, y de ocultar
parte de su mensaje:
«¿Quién
hizo descender el libro con el
que vino Moisés como luz y dirección para los humanos? Lo registráis en
hojas
que mostráis, pero ocultáis mucho. Se os enseñó lo que no sabíais, ni
vosotros
ni vuestros padres» (Corán 55/6,91).
El enfrentamiento con los
judíos se enconó
cada vez más, y el Corán posterior a la hégira acusa a los judíos de
alterar el
texto del libro de Moisés (al que antes aludía como digno de ser
recordado y
obedecido).
«¡Ay
de aquéllos que escriben el Libro con sus propias manos y luego dicen:
‘Esto es
de parte de Dios’, a fin de venderlo a bajo precio! ¡Ay de ellos por lo
que sus
manos han escrito! ¡Y ay de ellos por lo que realizan!» (Corán 87/2,79).
«¡Pueblo
del Libro! ¿Por qué disfrazáis la verdad de falsedad, y ocultáis la
verdad que
conocéis?» (Corán 89/3,71).
«Pero,
como rompieron su compromiso, los hemos maldecido y hemos endurecido
sus
corazones. Desplazan las palabras de sus posiciones, y han olvidado una
parte
de lo que se les recordó. Tú no dejarás de ver una traición por su
parte,
excepto unos pocos de ellos» (Corán 112/5,13).
Al
final del proceso, el Libro de Moisés es rechazado y sustituido por el
Corán
como nuevo libro revelado. Sin embargo, en contraste con la
acusación a los judíos de
falsear
sus escrituras, lo que la investigación actual nos descubre es que el
texto
coránico fue manipulado por distintos redactores, de manera que
el Corán que hoy conocemos no finalizó su redacción hasta dos siglos
después de
Mahoma.
La sura 17
lleva por título El viaje nocturno. El primer versículo cuenta
que, una
noche (supuestamente del año 622), el profeta efectuó un viaje
milagroso «desde
el santuario prohibido hasta el santuario lejano», desde La Meca hasta
Jerusalén.
«Exaltado
sea el que hizo viajar a su siervo, de noche, desde el santuario
prohibido al santuario
lejano, cuyos alrededores hemos bendecido, a fin de hacerle ver algunos
de
nuestros signos. Él es el que todo lo oye, el que todo lo ve» (Corán
50/17,1).
La exégesis
musulmana dice que el siervo aludido era Mahoma, llevado hasta el
templo de
Jerusalén, desde donde subió al cielo para hablar con Dios y recibir el
Corán.
Pero en el
texto se detecta un añadido posterior: «del santuario prohibido al
santuario
lejano, cuyos alrededores bendijimos, a fin de hacerle ver
algunos de
nuestros signos. Él es
el que todo lo oye, el que todo lo ve». Si
suprimimos este añadido, entonces se recupera el texto original y se
enlaza lógicamente
con el versículo siguiente, que queda así:
«Gloria a
aquel que hizo viajar una noche a su siervo. […] Dimos a Moisés el
libro, del
que hicimos una dirección para los hijos de Israel» (Corán 50/17,1-2).
En efecto,
así se comprueba en los manuscritos más antiguos. Está claro que el
«siervo»
mencionado en el primer versículo no es otro que Moisés, de quien el
relato
bíblico cuenta que subió al monte Sinaí para recibir las tablas de la
Ley. Está
claro que el versículo se ha manipulado, haciendo que Mahoma ocupe el
lugar de
Moisés.
Resultado de la
comparación
El Corán se
apropia abiertamente de
las historias de los «profetas» bíblicos, de modo que el islam resulta
de una
adaptación de la religión judía. Y el propio Corán muestra que la
consideración
de Mahoma como profeta es tardía y no aparece hasta las suras del
período de
Medina.
El
estudio comparado muestra que los personajes bíblicos, en el Corán,
están muy
esquematizados, su perfil desfigurado, y su significación alterada. El
Corán
lleva a cabo un proceso de apropiación que asimila el judaísmo a los
árabes.
Los profetas, incluso Jesús, aparecen mahometizados con el propósito de
justificar las agresiones y conquistas de los sarracenos. Moisés, que
reunía
las atribuciones de enviado por Dios, transmisor de la Ley, suprema
autoridad
religiosa y política del pueblo hebreo, sirvió de prototipo sobre el
que se
calcó la figura de Mahoma, profeta, revelador y jefe militar y político
de las
tribus árabes.
Como
resultado, el islam instauró una teología de la sustitución,
suplantando a las
grandes figuras de Israel y del cristianismo. Los profetas mencionados
en el
Corán y el mismo Moisés operan como si fueran marionetas movidas por
los hilos
del mahometismo. Es aberrante pretender que Abrahán fuera un profeta
musulmán,
o que la religión islámica existiera antes que el judaísmo y el
cristianismo,
como la única religión originaria y verdadera. El islamismo alteró la
identidad
de todos los profetas de Israel, desde Adán y Eva, Abrahán, Moisés,
David y
Salomón, e incluso Jesús, presentándolos como musulmanes. Y hasta da
pie a los
musulmanes para pensar que la Biblia es un plagio falsificado del
Corán, por
absurdo que esto nos parezca.
La
realidad es bien distinta: que los textos del Corán, atribuidos a
Mahoma,
posteriores en siglos, distorsionan, manipulan y reelaboran a su
conveniencia
elementos de las escrituras judías y cristianas, tanto canónicas como
extracanónicas. Desde el punto de vista histórico, es el relato
coránico el que
falsea los textos originales y lleva a cabo una maniobra de
islamización del
personaje de Moisés y de la figura de Jesús. El objetivo último del
Corán
estriba en desacreditar la Biblia, apropiarse de su prestigio y
suplantarla por
completo, al tiempo que recupera y mitifica a Mahoma.
El islam impulsó un nuevo
profeta, un nuevo
libro revelado, un nuevo pueblo elegido, que se arrogó la misión de
imponer la
nueva Ley de Dios. Mahoma y sus seguidores asumieron como religión un
proyecto
mesiánico milenarista de combate y conquista por la espada, con la
pretensión
de someter a todas las naciones de la tierra e implantar el reino
escatológico.
Este mito es el que justifica, a sus ojos, el odio a los enemigos, la
fe ciega
en la violencia y el ethos de dominación. Aunque, en realidad,
su
práctica culmina en el reparto desigual de las riquezas, de las mujeres
y del
poder, dentro de un sistema teocrático que confunde religión y
política. De ahí
la discordia sin fin que enfrenta al islam con el resto de la humanidad.
4.5.
El tema de
María
María, la madre
de Jesús de Nazaret, ocupa un lugar privilegiado en los Evangelios, en
relación
con la misión de su hijo y en el nacimiento de la Iglesia. También
aparece como
un personaje prominente en el Corán, aunque con un perfil más plegado a
escritos
apócrifos y utilizada sobre todo, como veremos, para desacreditar la
tradición
evangélica y promover una imagen de Jesús típicamente islámica.
Según el Nuevo
testamento
La madre de Jesús,
María, aparece en
los relatos evangélicos, donde se dice que pertenecía genealógicamente
a la
casa y familia del rey David (Mateo 1,1; Lucas 1,27). Estaba desposada
con
José, y se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mateo
1,18-20). El
evangelista Lucas describe el hecho como anunciación del ángel Gabriel
a la
virgen María (Lucas 1,26-38), quien por aquellos días viajó a casa de
su prima
Isabel, la mujer de Zacarías y madre de Juan Bautista (Lucas 1,39-45).
El Evangelio según
Lucas narra que
María dio a luz a su hijo en Belén, la ciudad de David, (Lucas 2,3-7).
Unos
pastores acudieron a ver al salvador que había nacido (Lucas 2,8-18).
Según el Evangelio
según Mateo, unos magos de oriente llegaron y ofrecieron al niño
regalos de
oro, incienso y mirra, viendo en él la esperanza de salvación (Mateo
2,9-11).
José y María tuvieron que huir a Egipto con el niño, porque el rey
Herodes
amenazaba su vida (Mateo 2,13-15).
Conforme a la Ley
de Moisés, sus
padres presentaron a Jesús en el templo de Jerusalén (Lucas 2,22).
Allí, Simeón
el justo los bendijo (Lucas 2,33-34). Y la profetisa Ana enalteció al
niño
(Lucas 2,36-38).
Durante la
infancia, Jesús recibió la
educación de sus padres (Lucas 2,51-52). Todos los años subían a
Jerusalén para
la fiesta de Pascua (Lucas 2,41). Cuando el niño había alcanzado los
doce años,
debatió con los doctores del templo, ante la extrañeza de sus padres
(Lucas
2,46-47).
Cuando Jesús
llevaba a cabo su misión
predicando y curando, en una ocasión su madre y sus hermanos se
presentaron en
el lugar donde estaba hablando a la muchedumbre (Marcos 3,31-32; Mateo
12,46;
Lucas 8,19).
La gente conocía a
José el carpintero
y María como padres de Jesús, e igualmente a sus hermanos y hermanas
(Marcos
6,3; Mateo 13,55-56; Juan 6,42).
En la celebración
de una boda en Caná
de Galilea, a la que estaba invitada María y también Jesús y sus
discípulos,
ella intercedió porque faltaba vino (Juan 2,1-5).
Cuando condenaron
a muerte a Jesús, su
madre María estuvo junto a él, al pie de la cruz (Juan 19,25-27).
María, junto con
otras mujeres y con
los apóstoles, permanecieron unidos después de la ascensión de Jesús
(Hechos
1,14). Y estando reunidos en Jerusalén, el día de Pentecostés,
recibieron el
don del Espíritu Santo (Hechos 2,1-4).
En suma, la
importancia de María no se
limita al hecho de haber sido la madre de Jesús, sino que ella estuvo
presente
a todo lo largo de la vida, la actividad pública y la muerte de su
hijo. Y, en
momentos importantes, intervino de una manera muy significativa,
también durante
los inicios de la Iglesia primitiva.
Según el Corán
El texto coránico
tal como nos ha llegado contiene múltiples menciones de María y narra
ciertos
pasajes sobre ella. Estadísticamente: el nombre de «María» aparece 34
veces
(más que el nombre de Jesús). De ellas: «hijo de María», 23 veces, la
mayoría yuxtapuesto
al nombre de Jesús; y solo «María», 11 menciones, aludiendo a ella
directamente.
Llamativamente,
María es insertada en
una genealogía anacrónica, al designarla como «hermana de Aarón» (Corán
44/19,28) y como «hija de Amrán», el padre de Aarón y Moisés (Corán
107/66,12).
El Corán no
utiliza nunca la expresión
«madre de Jesús» (habitual en los Evangelios); sin embargo, dice con
frecuencia
«Jesús, hijo de María».
El Corán trata de
María en unos
cuarenta versículos, repartidos desigualmente en siete capítulos
distintos,
sobre todo en la sura 19, que lleva el título de «María», y en la sura
3,
titulada «La familia de Amrán».
María en la
sura
19 del Corán, titulada «María»
El capítulo 19
del Corán (en orden cronológico el 44) lleva por título precisamente «María», aunque solo le dedica 15 de
los 98 versículos (en concreto, del 16 al 30). En estos versículos, el
Corán
hace a su modo un relato de la anunciación a María, el embarazo y el
nacimiento
de Jesús, a lo que añade una alocución del niño desde la cuna y el
regreso con
su familia. Dice así:
«Recuerda en el
libro a María, cuando
ella se retiró de su gente a un lugar oriental. Tendió un velo para
ocultarse
de ellos. Entonces le enviamos nuestro espíritu, que se le presentó
como un
humano perfecto.
Dijo ella: ‘Me
refugio junto al
Compasivo contra ti, si es que lo temes’.
Dijo él: ‘Yo soy
un enviado de tu
Señor para darte un niño puro’.
Dijo ella: ‘¿Cómo
voy a tener un niño,
si ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’
Dijo él: ‘¡Así
será! Tu Señor dice:
'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una
misericordia
de nuestra parte'. Es un asunto decidido’.
Quedó embarazada y
se retiró con él a
un lugar lejano.
Luego, los dolores
de parto la
hicieron llegar hasta el tronco de la palmera. Dijo ella: ‘Ojalá
hubiera muerto
antes de esto y fuera totalmente olvidada’.
Entonces, él la
interpeló desde abajo:
‘No te entristezcas. Tu Señor ha puesto debajo de ti un arroyuelo.
Sacude hacia ti el
tronco de la
palmera y hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros. Come, pues, y
bebe, y
que tu vista se alegre. Si ves a algún humano, di: 'He hecho voto de
ayunar al
compasivo y no hablaré hoy a ningún humano'’.
Luego, fue a su
gente llevándolo.
Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu
padre no
era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’.
Entonces ella se
lo señaló. Ellos
dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’
Él dijo: ‘Yo soy
el siervo de Dios. Él
me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,16-30).
Este pasaje está
inspirado en la
historia narrada por dos apócrifos, el Protoevangelio de Santiago
(capítulos 18 y 19) y el Evangelio del Pseudo-Mateo (13,2-3),
pero
expuesta de forma más esquemática y con variantes. Por ejemplo, según
esos
apócrifos, María dio a luz en una gruta cerca de una montaña próxima a
Belén.
El Corán, en cambio, sitúa el alumbramiento en el desierto junto a una
palmera,
una escena que aparece más adelante en el Pseudo-Mateo. No obstante,
encontramos
un versículo coránico en el que parece haber un indicio también de la
gruta en
el monte:
«Hicimos del hijo
de María y de su
madre un signo, y les dimos refugio en una colina con seguridad y una
fuente»
(Corán 74/23,50).
El Corán afirma,
en dos ocasiones, que
María mantuvo su virginidad, pues la designa como «la que preservó su
sexo»
(Corán 73/21,91; 107/66,12). Y hay dos versículos donde le vaticina
que, junto
con su hijo, será un signo para las gentes.
«[Recuerda] la que
había preservado su
sexo. Habíamos infundido en ella nuestro espíritu, e hicimos de ella y
de su
hijo un signo para el mundo» (Corán 73/21,91). La misma idea de
constituir un
signo aparece en el ya citado 74/23,50.
Por otro lado, el
Corán le adjudica
una característica hasta cierto punto excepcional, poniendo en boca de
Dios:
«cuando le haya infundido de mi espíritu». Esta misma expresión se
menciona dos
veces a propósito de la creación del hombre (Corán 38/38,72; 54/15,29).
Y a
propósito de María, se afirma una vez «le enviamos nuestro espíritu»
(Corán
44/19,17) en la anunciación; y dos veces «le infundimos de nuestro
espíritu»
(Corán 73/21,91; 107/66,12). El significado de estos versículos connota
una
intervención singular de Dios, de la que quizá cabría esperar
consecuencias
ulteriores de importancia, aunque no las hay. La alusión al espíritu de
Dios se
hará aún más excepcional con relación a Jesús, de quien se dice, y solo
se dice
de él, que fue fortalecido con el Espíritu santo (Corán 87/2,87;
87/2,253;
112/5,110). En contraste, el Corán nunca formula nada semejante sobre
Mahoma.
María en la
sura 3 del Corán, titulada
«La familia de Amrán»
El capítulo 3 del
Corán (en orden
cronológico el 89) lleva por título «La
familia de Amrán» (en árabe Imrán). Este personaje es el
padre de
Aarón y Moisés. Este capítulo dedica a María once versículos de estilo
legendario o mitológico. Pero el texto designa a María literalmente
«hermana de
Aarón». Según la Biblia, Aarón tenía una hermana llamada María, pero
aquello
era doce siglos antes. El Corán no se inmuta, vincula a María, la madre
de
Jesús, con la familia de Amrán y la presenta como hermana de Aarón y
Moisés,
según lo cual Jesús sería sobrino de Moisés y nieto de Amrán.
«Dios eligió a
Adán, Noé, la familia
de Abrahán, y la familia de Amrán sobre todo el mundo. Son
descendientes unos
de otros (…)
[Recuerda] cuando
la mujer de Amrán
dijo: ‘¡Señor mío! He hecho voto de entregarte lo que está en mi
vientre.
Acéptamelo. Tú eres el oyente, el omnisciente’.
Cuando ella dio a
luz, dijo: ‘¡Señor
mío! He dado a luz una hembra. Bien sabe Dios lo que ella ha dado a
luz, y que
el varón no es como la hembra. Le he puesto de nombre María. La pongo
con su
descendencia bajo tu protección contra el satanás lapidado’.
Su Señor la acogió
favorablemente, la
hizo crecer bien y encargó de ella a Zacarías. Cada vez que Zacarías
entraba a
verla en el santuario, encontraba junto a ella el sustento. Dijo él:
‘¡María!,
¿de dónde obtienes eso?’
Dijo ella: ‘Es de
parte de Dios. Dios
provee sin medida a quien él quiere’» (Corán 89/3,33-37).
Al contar el
nacimiento y la infancia
de María consagrada en el santuario, bajo tutela de Zacarías, este
personaje
también es trasladado anacrónicamente a tiempos mosaicos. Pero lo más
significativo es que el relato inserta a María y su hijo Jesús en el
ciclo de
Moisés. No parece que se trate de un error, de una confusión histórica
entre
María la hermana de Aarón con María la madre de Jesús. Es ciertamente
algo
premeditado, una manera islámica de apropiarse de Jesús como «profeta»,
empezando
por situarlo como uno más en la sucesión de los profetas
(«descendientes unos
de otros»), y eliminando su singularidad, pues se afirma que entre
ellos no hay
«ninguna distinción» (Corán 89/3,84).
Resulta algo
pretendido, porque la
alusión a Amrán, padre de Moisés, no es una sola, sino triple y muy
consistente, dado que se menciona «la familia de Amrán» (Corán 89/3,33)
como
preferida de Dios; luego se cita «la mujer de Amrán» (89/3,35), que
consagró a
Dios el fruto de su vientre; y tercero se llama «hija de Amrán» (Corán
107/66,12) a la virgen María, la única vez en todo el Corán en que se
usa la
expresión «hija de». Tanta coherencia descarta toda interpretación
simbólica de
ese parentesco. Además, queda descalificado todo intento de disimular
traduciendo
Amrán por «Joaquín», por aquello de que ciertos apócrifos cristianos
llaman
Joaquín y Ana a los padres de María.
El pasaje sobre
María prosigue en el
versículo 42, con la historia de la anunciación, repetida en términos
más
breves que en el capítulo 19.
«[Recuerda] cuando
los ángeles
dijeron: ‘¡María! Dios te ha escogido, te ha purificado, y te ha
escogido entre
las mujeres del mundo.
¡María! Dedícate a
tu Señor,
prostérnate y arrodíllate con los que se arrodillan’. (…)
Tú no estabas con
ellos cuando echaron
suertes con sus varas, para ver quién de ellos sería guardián de María,
y no
estabas tampoco con ellos cuando disputaban.
[Recuerda] cuando
los ángeles dijeron:
‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el
Mesías
Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la última vida.
Y será
de los allegados.
Hablará a los
humanos en la cuna como
un adulto. Y será de los virtuosos’.
Dijo ella: ‘¡Señor
mío! ¿Cómo voy a
tener un hijo, cuando ningún hombre me ha tocado?’ Dijo él: ‘Así será.
Dios
crea lo que él quiere. Cuando decide algo, no tiene más que decir: ¡Sé!
y es’»
(Corán 89/3,42-47).
Caigamos en la
cuenta de que aquí son
unos ángeles, en plural, los que intervienen en la anunciación a María,
mientras que, en la versión de la sura 19, era un espíritu con
apariencia
humana (Corán 44/19,16). Y el Evangelio de Lucas habla de un solo ángel
(Lucas
1,26).
Las restantes
referencias a María, en
otras suras, añaden algún matiz, pero, en realidad, el personaje ya no
interviene más y desaparece por completo del texto.
«Y a causa de su
incredulidad, por
haber dicho una gran infamia contra María.
Y porque dijeron:
‘Hemos matado al
Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no
lo
mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Y ellos
ciertamente
no lo mataron» (Corán 92/4,156-157).
«¡Gentes del
libro! No exageréis en
vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías
Jesús,
hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él
emitió a
María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).
«María, hija de
Amrán, que preservó su
sexo. En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las
palabras
de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).
«No creen los que
dicen: ‘Dios es el
Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él
quisiera
destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están
en la
tierra? De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está
entre
ellos’» (Corán 112/5,17).
«¡Jesús, hijo de
María! Recuerda mi
gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu
del
santo» (Corán 112/5,110).
«Cuando Dios dijo:
‘¡Jesús, hijo de
María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre
como dos
dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde
decir algo
a lo que no tengo derecho’» (Corán 112/5,116).
En resumen, los
versículos citados
muestran que Dios protege a María frente a los que la difaman y, de
camino, se
utiliza esto para condenar a los judíos, al tiempo que sirve de apoyo
para
negar la crucifixión de Jesús. El Corán insiste en que el hijo de María
es palabra
y espíritu que Dios le comunicó, pero que es solo un enviado. De ella
dice que es
agraciada, devota, verídica, evidentemente no divina, sino una frágil
criatura
a quien Dios podría exterminar si quisiera. En cualquier caso, todas
estas alusiones
marianas carecen de trascendencia, y ella no vuelve a desempeñar ningún
papel
en el Corán.
Si observamos, la
mayor parte de lo
narrado sobre María se ocupa de su nacimiento y crianza, de la
anunciación, la
concepción de su hijo y el alumbramiento, para lo que se sirve de
descripciones
inspiradas en evangelios apócrifos, y con una ostensible omisión de los
evangelios de la infancia según Mateo y Lucas.
Con el fin de
elucidar mejor la
significación de la figura de María en el texto islámico, en contraste
con su
figura previa en los documentos cristianos, vamos a efectuar un
análisis
comparativo por partes, escogiendo una serie de tópicos. Comprobaremos
cómo las
narraciones del Nuevo testamento (siglo I) y las del Corán (siglos
VII-IX)
ofrecen visiones contrapuestas, incluso excluyentes, como ocurre con
los demás personajes
e historias heredados de las tradiciones judía y cristiana. El Corán
los
remodeló para construir su propio relato sagrado, en lucha dialéctica
con sus
competidores.
Tras el examen,
quedará patente cómo
las creencias coránicas están elaboradas en confrontación con el
cristianismo,
como parte de una guerra teológica, que se agregó a la guerra de
conquista de
los territorios bizantinos y persas. Exponemos a continuación el
estudio
comparativo de los diferentes aspectos.
A. La
anunciación a la virgen María
Si cotejamos la anunciación en casa
de María, en Nazaret, narrada en el
Evangelio según Lucas, con la anunciación en un templo referida por el Corán, podemos comprobar
el contraste entre una y otra.
Dice el
Nuevo testamento:
«A los seis meses envió
Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
joven
prometida con un hombre del linaje de David, de nombre José; la joven
se
llamaba María. (…)
El
ángel le dijo: ‘No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Pues, mira,
vas a
concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús’ (…)
María
dijo al ángel:
‘¿Cómo sucederá eso, si no conozco varón?’
El
ángel le contestó: ‘El
Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con
su
sombra’» (Lucas 1,26-35).
Dice el Corán:
«Entonces le
enviamos nuestro
espíritu, que se le presentó como un humano completo. (…) Dijo: ‘Yo soy
un
enviado de tu Señor para darte un niño puro’.
Ella dijo: ‘¿Cómo
voy a tener un niño,
cuando ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Dijo él:
‘¡Así
será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para
los
humanos y una misericordia de nuestra parte. Es un asunto decidido’»
(Corán
44/19,17-21).
El relato coránico
sobre María, en el que
está consagrada en un templo que no se nombra, ni se ubica, aunque se
sobreentiende
que es en Jerusalén, señala que fue escogida por Dios y recibió el
anuncio por
parte de un espíritu (Corán 44/19,16), o de unos ángeles (Corán 89/3,42
y 45).
Ninguno de los Evangelios canónicos habla de esa supuesta estancia de
María en un
templo, al cuidado de Zacarías. Aquí observamos una sustitución del
contexto,
que borra las huellas del lugar, además de haber alterado la época
donde vivió,
al retrotraerla a los lejanos tiempos de Moisés, cuando evidentemente
ni
siquiera existía el templo de Jerusalén. Por otra parte, la narración
de Lucas
habla de un solo ángel, de nombre Gabriel (Lucas 1,26) y sitúa la
anunciación
en casa de María, en Nazaret de Galilea.
B.
El nacimiento de Jesús
A la narración del nacimiento de
Jesús en Belén, según los Evangelios de Mateo y Lucas, se
contrapone el
relato del Corán, que sitúa el nacimiento de Jesús en un desierto.
Dice el Nuevo
testamento:
«Subió
José desde Galilea (…) a la ciudad de David, que se llama
Belén (…) con María su esposa, que estaba encinta. Estando allí, le
llegó el
tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en
pañales y lo
acostó en un pesebre» (Lucas 2, 4-7).
Dice el Corán:
«Quedó embarazada
y se retiró con él a un lugar lejano. Luego, los dolores de parto la
hicieron
ir al tronco de la palmera» (Corán 44/19,22-23).
El relato coránico
dice que María dio
a luz en un desierto, apoyada en el tronco de una palmera; aunque en
otro
versículo afirma que fue en una colina (Corán 74/23,50); en ambos
casos, lugares
sin nombre. Los evangelistas cuentan que fue en Belén de Judea, en
tiempos del
rey Herodes (Mateo 2,1; Lucas 2,5-6). Observemos cómo el redactor
coránico ha
suprimido toda referencia contextual concreta: silencia o confunde los
tiempos
en que ocurren los hechos y no da el nombre de ningún lugar, como
Nazaret,
Belén, Egipto, Jerusalén; y además borra por completo a José. En todos
los
casos, efectúa una descontextualización espacial y temporal, sin duda
con un
fin. Al borrar las huellas geográficas e históricas, y difuminar el
contexto
judío, la historia se vuelve abstracta, con lo que se altera su
significación
en un sentido acorde con la ideología islámica.
C. La
ascendencia familiar
Los Evangelios
afirman que tanto María como José, por su ascendencia, pertenecían a la
familia
de David. En cambio, el Corán elabora una historia enrevesada, que
emparenta directamente a María con la familia de Amrán, el
padre de
Moisés y Aarón.
Dice el Nuevo
testamento:
«También
José, que era del linaje y familia de David, subió desde la ciudad de
Nazaret,
en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para
empadronarse con su esposa, María, que estaba encinta» (Lucas 2, 4-7).
Dice el Corán:
«Luego, vino a su
gente llevándolo [al
niño]. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de
Aarón! Tu
padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’» (Corán
44/19,27-28).
El Corán afirma
que Amrán y su esposa
son los padres de María, como lo son de Aarón y Moisés. Además, esta
genealogía, que convierte a María en «hermana de Aarón» (Corán
44/19,28;
89/3,33-37), se remacha explicitando que es «hija de Amrán» (Corán
107/66,12).
De esta manera, el Corán consigue el efecto de que Jesús pertenezca al
linaje
de Moisés. Y como Moisés vivió en el siglo XIII antes de nuestra era,
entonces
Jesús queda adscrito a una familia equivocada y en una época totalmente
anacrónica. El significado de esta maniobra parece bastante claro: al
adscribir
a Jesús a la familia de Amrán, se logra desvincularlo de la estirpe
mesiánica
representada por la «familia de David», con la que lo vinculan los
Evangelios
(Mateo 1,1; Lucas 2,4).
D.
La filiación de Jesús
Los
Evangelios dan a Jesús el título de hijo de Dios, mientras que,
en
contraposición, el Corán lo califica repetidamente como hijo de
María.
Esta constituye la discrepancia de mayor trascendencia.
Dice el Nuevo
testamento:
«Por
eso al que va a nacer
lo llamarán santo, Hijo de Dios» (Lucas 1,35).
«Simón Pedro
tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.
Jesús
le respondió:
‘Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás. Porque eso no te lo ha
revelado la
carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo’» (Mateo 16,16-17).
Dice el Corán:
«Los ángeles
dijeron: ‘¡María! Dios te
anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo
de
María’» (Corán 89/3,45).
«El Mesías Jesús,
hijo de María, no es
más que un enviado de Dios y su palabra que él comunicó a María, y un
espíritu
de él» (Corán 92/4,171).
«No creen los que
dicen: ‘Dios es el
Mesías, hijo de María’» (Corán 112/5,17).
El
texto coránico cuenta cómo la maternidad de María estuvo rodeada de
sucesos
extraordinarios: su hijo fue anunciado como Palabra y Espíritu
procedentes de
Dios, y sería un «signo» junto con ella, etc. Pero esta excepcionalidad
inicial,
que de algún modo se acerca al cristianismo, no tiene más repercusión,
ni se
vuelve a mencionar más. Pese a lo extraordinario de su nacimiento, a
Jesús se
lo equipara a un simple profeta, un simple hombre hijo de María. La
clave interpretativa
de esta calificación de Jesús como «hijo de María» está en que, así, se
niega
que sea «hijo de Dios». El mismo sentido de rechazo de la filiación
divina
connota el Corán cuando lo llama «allegado» a Dios (Corán 89/3,45),
otro modo
de decir que no es «hijo». O cuando lo adjetiva como «honorable», una
forma sibilina
de negar que sea «adorable» (Corán 89/3,45).
E. La
misión propia de Jesús
Los
Evangelios, desde el principio, ponen de manifiesto la misión de Jesús como
salvador de la humanidad, mientras que, para el Corán, el cometido
de Jesús
no es más que el de un siervo enviado como profeta que confirma
la Ley
de Moisés.
Dice
el Nuevo testamento:
«El
ángel les dijo: ‘No temáis, mirad que os traigo una buena
noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la
ciudad de
David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías Señor’» (Lucas 2,
10-11).
«Justificados
por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en el
Mesías
Jesús» (Romanos 3,24).
Dice el Corán:
«Dijeron: ‘¿Cómo
vamos a hablar a uno
que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él
me ha
dado el libro y me ha hecho profeta’»
(Corán 44/19,29-30).
«He venido para
confirmar lo que está
antes de mí en la Torá» (Corán 89/3:50).
El relato coránico
utiliza a María
como recurso narrativo para negar el carácter divino de su hijo Jesús:
cuando,
estando en la cuna el niño, ella lo emplaza y el niño pronuncia un
discurso
para declarar que él es «siervo de Dios», al que llama «Señor» en lugar
de
Padre (Corán 44/19,29-36). De este modo, la misión de Jesús como siervo
y
profeta que simplemente confirma lo revelado por las escrituras
anteriores, suplanta
la misión del Mesías como Salvador y redentor. Hay una estrategia del
Corán en
contra de los Evangelios, que persigue descartar a la vez la filiación
divina
de Jesús y la idea cristiana de salvación. Porque, como es sabido, la
teología
islámica rechaza de plano la teología cristiana de la encarnación y la
redención.
F. La
crucifixión de Jesús
En los Evangelios,
es fundamentalísimo
el relato de la pasión y muerte de Jesús, de la que su madre es
testigo, pues María
estuvo al pie de la cruz con Jesús. Por el contrario, según la
interpretación del Corán, Jesús el Mesías no fue crucificado,
sino que
otro ocupó su lugar en la cruz.
Dice el Nuevo
testamento:
«Estaban de pie
junto a la cruz de
Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María
Magdalena»
(Juan 19,25).
Dice el Corán:
«Ahora bien,
ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció»
(Corán
92/4,157).
En el texto
coránico, el desmentido de
la crucifixión y muerte de Jesús está inserto en un contexto de
polémica con
los judíos. El versículo anterior los acusa de haber infamado a María
por su
embarazo. Y a continuación es cuando añade: «[Los judíos] no lo
mataron, ni lo
crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Ellos ciertamente no lo
mataron»
(Corán 92/4,156-157). Por consiguiente, al no admitir el hecho
histórico de la
crucifixión, el Corán desacredita los Evangelios cristianos (por
ejemplo,
Marcos, capítulo 15). Al mismo tiempo, suprime una experiencia capital
de la
vida de María, al pie de la cruz en el Gólgota (Juan 19,25), como
testigo de la
crucifixión. También hay otras omisiones de momentos clave, como María
en las
bodas de Caná (Juan 2,13), o en el día de Pentecostés (Hechos 1,14).
G. El
concepto de Dios
Los Evangelios
contienen los elementos para la teología trinitaria de Dios Padre,
Hijo y
Espíritu Santo (aunque no sea en los términos de la dogmática
posterior).
El Corán defiende la unidad y unicidad de Dios, pero se confunde con la
creencia de los cristianos acusándolos de tener a Jesús y a María como dos
dioses además de Dios; o quizá distorsiona ese punto a propósito.
Dice el Nuevo
testamento:
«Id, pues, y haced
discípulos a todos
los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu
Santo» (Mateo 28,19).
«Yo y el Padre
somos uno» (Juan
10,30).
«El Espíritu
Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo irá enseñando todo» (Juan 14,26).
Dice el Corán:
«Cuando Dios
dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos:
'Tomadme a mí
y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’» (Corán 112/5,116).
La controversia
sobre el concepto de
Dios hace que el Corán ataque a los que llama «asociadores», por poner
otros
dioses junto al único Dios. Al menos en parte, este ataque va dirigido
contra
el cristianismo. Pero malentiende la concepción trinitaria del
monoteísmo
cristiano como si fuera un triteísmo, por no mencionar esa extraña
inclusión de
María formando parte de la Trinidad y tenida por diosa (Corán
112/5,116-118).
De manera muy conveniente para sus fines, el Corán se sirve del
personaje de
Jesús, islamizado, para rechazar semejante disparate y, de paso, le
hace que desmienta
su propia divinidad.
Por otro lado, el
Corán menciona una
veintena de veces al espíritu, en relación con Dios, y tres de esas
veces usa
la expresión «espíritu santo» (Corán 70/16,102; 87/2,87; 87/2,253),
pero evita
toda consideración teológica al respecto. En resumen, la teología
coránica sobre
Dios se caracteriza por omitir toda designación de Dios como Padre, por
desmentir la encarnación del Logos divino, el Hijo, y por desdibujar el
sentido
del Espíritu Santo.
Sin entrar a
debatir el tema, baste
señalar que los textos cristianos ponen en boca de Jesús el llamar a
Dios
«Padre» (Marcos 14,36). Además, el libro de los Hechos cuenta que
cuando
experimentaron la venida del Espíritu Santo, se hallaban reunidos los
apóstoles
junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús (Hechos 1,14 y
2,1-4).
H. La
naturaleza de la revelación
Los Evangelios no
son libros dictados por Dios, ni por un ángel, sino escritos por
autores
cristianos, y lo que revela a Dios es una persona, Jesús, que
luego
comunica el Espíritu santo. Por el contrario, el Corán repite que lo
que se
revela es un libro: Dios hace descender un libro sobre cada
profeta, y
afirma esto mismo en el caso de Jesús.
Dice el Nuevo
testamento:
«Darás a luz un hijo
y le pondrás de nombre Jesús.
Será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el
trono de
David, su antepasado; reinará en la casa de Jacob para siempre y su
reino no
tendrá fin» (Lucas 1,31-33).
«Y
la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su
gloria, la gloria que como Hijo único recibe de su Padre, lleno de
gracia y de
verdad» (Juan 1,14).
«Cuando venga el Espíritu de la verdad, os
guiará hacia la verdad
completa» (Juan 16,13).
Dice el Corán:
«Siendo
un niño en la cuna, dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el
libro y
me ha hecho profeta’» (Corán
44/19,29-30).
«El
mes de ramadán, en el que descendió el Corán como dirección para los
humanos»
(Corán 87/2,185).
«María (…) En ella
infundimos nuestro
espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros.
Y fue
de las devotas» (Corán 107/66,12).
Así pues, conforme
al concepto del
Corán, lo que Dios revela son siempre libros. Lo que desciende de Dios
es en
cada caso un libro, como serían la Torá, el Evangelio y el propio
Corán. Todos los
libros revelados transmitirían el mismo mensaje divino; pero, al final,
el
Corán rechaza los otros dos para investirse él como único verdadero. Le
atribuye a María la función, poco inteligible, de declarar verídicos
los libros
(Corán 107/66,12), como si quisiera dar a entender que ella autentificó
el
Corán. En realidad, parece utilizar la figura de María para reforzar la
idea
islámica de la revelación en forma de libro, idea que también proyecta
sobre el
cristianismo, infundadamente, porque sabemos que Jesús ni recibió, ni
entregó
ningún libro.
En definitiva, en
el Corán, María
aparece reinterpretada islámicamente, de manera que emite significados
disonantes con respecto a los Evangelios. Los escribas del Corán
utilizaron a
la madre como medio para rebajar teológicamente a su hijo, expropiando
a Jesús de
los atributos que le reconoce el Nuevo testamento. Se trata de
desprestigiar al
cristianismo. Esta polémica formaba parte de la lucha de los sarracenos
conquistadores contra la cristiandad bizantina, siria, mesopotámica,
norteafricana y parte de la europea. La controversia teológica del
Corán buscaba
la legitimación religiosa de la yihad desplegada sobre el terreno, en
las
campañas militares que devastaron la civilización cristiana en Oriente
Medio,
el norte de África e Hispania.
Resultado de la
comparación
En relación con
los Evangelios, la figura de María en el Corán nos
resulta extraña y carente de función propia. El relato de su maternidad
es
apócrifo, su inserción en la genealogía de Moisés es disparatada, y los
atributos que la ensalzan, a saber, que preservó su virginidad, recibió
el
espíritu, era un signo para la gente, fue agraciada, devota y verídica,
quedan
en una declaración puramente episódica, pues no tienen ninguna
repercusión
posterior. Solo se la utiliza como
medio para presentar
a su hijo remodelado desde el punto de vista coránico.
De los análisis
precedentes, cabe extraer una serie de conclusiones que recapitulamos
brevemente a continuación:
1. Respecto
a la figura de María, el Corán recoge algunos fragmentos de evangelios
apócrifos y formula una mariología centrada solo en su infancia y su
maternidad. El contexto donde surgió el islam era una sociedad
ampliamente
cristianizada, donde la devoción a María era muy importante y un medio
para comunicar
significados.
2. Las alabanzas
iniciales se dirigen a apropiarse de María, en beneficio
de las ideas islámicas. Pero, después del nacimiento de Jesús y su
interpretación en términos mahometanos, el personaje de María
desaparece por completo:
ni hace ni dice nada más.
3. Pese a
ser «escogida» y «purificada» (Corán 89/3,42), la descripción que se
hace de su
comportamiento no lo muestra tan ejemplar, sino más bien ambiguo, pues
se la
dibuja como desesperada, cuando, ante los dolores del parto, deseaba
haber
muerto (Corán 44/19,23); o cuando estaba dispuesta a mentir para
disimular lo
que le había pasado (Corán 44/19,26).
4. En todo
el relato, María está sola y va sola a dar a luz. Esto es: el Corán ha
borrado
a su esposo José, que, sin embargo, está muy presente en los mismos
apócrifos
utilizados, que son el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio
árabe
de la infancia o el Evangelio del Pseudo-Mateo. Y, por
supuesto, también
en los Evangelios canónicos. Esto no es casual: dado que María «estaba
desposada con un hombre de la casa de David, de nombre José» (Lucas
1,27), el borrarlo
es otro modo de borrar la vinculación con la estirpe mesiánica.
5. En el
mismo sentido, la genealogía de María, como «hermana de Aarón», que la
vincula
con Moisés, y no con David, implica un significado de gran
trascendencia.
David, rey de Israel, era considerado en la tradición judía como el
epónimo del
linaje mesiánico. El Mesías tenía que ser descendiente de David, «hijo
de
David». Por eso, desposeer a Jesús de su vinculación con la casa y
familia de
David constituye una forma subrepticia de invalidar su estatus de
Mesías.
6. Otro
punto de manipulación es cuando el Corán hace que María emplace a su
hijo,
recién nacido, para hablar y declarar que él solo es un sirviente de
Dios y un
profeta como los demás (Corán 44/19,30), con lo cual reniega de su
categoría divina.
7. Calificar
a María como «devota» que se prosterna ante su Señor (Corán
89/3,43; 107/66,12), viene a sugerir indirectamente que ella no es
«objeto de
devoción», una toma de posición en contra del culto mariano, muy
difundido en
las iglesias cristianas de la región donde surgió el mahometismo.
8. El apelativo de
Jesús como «hijo de
María» (repetido 23 veces) se emplea sistemáticamente como fórmula para
negar
la filiación divina de Jesús. Ahí «hijo de María» quiere decir «no hijo
de
Dios». De nuevo, se utiliza a María como soporte para el dogma islámico.
En
definitiva, la figura de María en el Corán sirve a objetivos
anticristianos. Pues
el Corán opera como un antievangelio, en la medida en que se opone a la
divinidad de Cristo y lo reduce a la categoría de profeta musulmán. El
fin pragmático
del texto coránico estriba en busca la legitimación del nuevo sistema
de
dominio militar en expansión, que acabaría dando origen al islamismo y
a la
civilización musulmana.
Se engañan
quienes pretenden un diálogo basado en el común aprecio a la virgen
María. Porque
lo cierto es que María no constituye ninguna referencia que pueda unir
a
cristianos y musulmanes, sino todo lo contrario. Sus respectivas
creencias no
tienen nada en común, y unos no pueden aceptar las creencias de los
otros sin
apostatar. Pues, para los cristianos, María es la madre de Dios
encarnado,
mientras que para los musulmanes tal afirmación es una blasfemia
execrable.
4.6.
El tema de
Jesús
Podría plantearse
una comparación entre la biografía de Jesús y la de Mahoma, en cuanto
personajes
fundadores respectivamente de la religión cristiana y de la religión
islámica,
pero no hay documentación, ni cabe en el propósito de estas páginas. En
el
presente apartado, nos centraremos en Jesús, para contrastar la versión
de su
figura que describimos por un lado en los Evangelios y, por otro, en el
Corán.
Según el Nuevo
testamento
En los textos
cristianos, Jesús es
presentado inequívocamente como el hijo predilecto de Dios, mucho más
que un
mero hombre o profeta. Y sus apóstoles lo proclaman como Maestro,
Cristo/Mesías, Salvador del mundo, Logos de Dios humanado. Recordemos
algunos
pasajes.
«Se
presentó Juan Bautista en el desierto (…) Acudía toda la comarca de
Judea y los
vecinos todos de Jerusalén, y él los bautizaba en el Jordán (…) Vino
Jesús
desde Nazaret de Galilea y fue bautizado (…) Vio el cielo abierto y al
Espíritu
bajar como paloma hasta él; y hubo una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo,
el
amado, en ti me he complacido’» (Marcos 1,4-5 y 9-11).
En los Evangelios,
resalta un rasgo peculiar
de Jesús, y es que llama a Dios «Padre» y anima a sus discípulos a
llamarlo
también así, como comprobamos en la oración del padrenuestro (Mateo
6,9-13).
«Mi Padre me lo ha
entregado todo; al
Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel
a quien
el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,27).
Los
cuatro Evangelios narran numerosos hechos, parábolas y discursos de
Jesús, y
todos los escritos neotestamentarios hacen su aportación a los primeros
desarrollos
de la cristología. Jesús anuncia el evangelio del reino de Dios, como
maestro,
pero además lo encarna en su persona y su misión, haciendo realidad la
salvación prometida desde antiguo. Ahora bien, el reino de Dios que
Jesús
promueve no es de orden político, civil, o penal, ni está basado en la
conquista militar, sino en valores éticos como los de las
bienaventuranzas
(Mateo, cap. 5) y en la acción del Espíritu.
Según
narran los Evangelios, el impacto de sus enseñanzas y acciones produjo
tal
repercusión que inquietó a las autoridades religiosas de Jerusalén, que
decidieron arrestarlo y entregarlo al poder romano:
«Llevan a Jesús al
pretorio (…) Pilato
preguntó (…) Respondió Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo’» (Juan
18,36).
El arresto
terminó en la condena y la crucifixión de Jesús, acontecimiento central
y
fundamental, del que dan testimonio diversas fuentes. El evangelista
Marcos lo
describe así:
«Lo llevaron al
lugar del Gólgota, que
quiere decir Calvario. Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo
tomó. Lo
crucificaron y se repartieron su ropa (…) Era media mañana cuando lo
crucificaron. El letrero con la causa de su condena llevaba esta
inscripción:
El rey de los judíos. (…) A media tarde, gritó Jesús con una gran voz: ‘Eloí,
Eloí, ¿lema sabactaní?’, que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por
qué me
has abandonado?’ (…) Pero Jesús, lanzando una gran voz, expiró» (Marcos
15,22-37).
«Pasado
el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (…) fueron al
sepulcro. (…) No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el
crucificado? Ha
resucitado, no está aquí» (Marcos 16,6).
El hecho es que la
muerte y
resurrección de Jesús adquirió un significado salvífico para sus
seguidores. Los
apóstoles y discípulos que lo habían seguido a Jesús durante su
actividad
pública continuaron creyendo en él, se reorganizaron y prosiguieron su
misión
con el mismo Espíritu:
«Al llegar el día
de Pentecostés,
estaban todos reunidos en el mismo lugar [en Jerusalén]. De repente un
ruido
del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban, y
vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose
encima de
cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
diferentes lenguas» (Hechos de los apóstoles 2,1-4).
«[En Cesarea, en
casa del centurión
Cornelio] Todavía estaba hablando Pedro cuando bajó impetuosamente el
Espíritu
Santo sobre todos los que escuchaban la palabra. (…) quedaron
desconcertados de
que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos»
(Hechos
10,44-45).
Una teología de la
filiación divina desvelaba
el fundamento del mensaje de Jesús, el sentido de sus acciones, su
vida, su
crucifixión y su resurrección. Los primeros cristianos desarrollaron la
idea de
la encarnación del Logos y su misión redentora, en virtud de la
presencia
activa del Espíritu. Así, se significa la comunicación de Dios, que
hace
partícipes de sus dones no solo a Jesús, a los profetas y los
apóstoles, sino a
todos los humanos que confían en él. La cruz no era ya símbolo de
muerte, sino
que se transformó en símbolo de vida.
Para comprender
mejor lo que representa
Jesús y el cristianismo, surgidos
dentro del judaísmo del Segundo Templo, es importante pensar lo que
aportaba su
movimiento de renovación en aquel contexto. Aunque el punto de partida
inicial
era la Ley de Moisés, Jesús y sus seguidores radicalizaron su
interpretación y modificaron
aspectos muy significativos, dando origen a lo característico del
cristianismo:
1. La Torá de
Moisés reclamaba un literalismo de la
Ley revelada (Deuteronomio 27,8-10). Pero Jesús profundizó en el
sentido de los
principales mandamientos y relativizó los preceptos secundarios (Mateo
22,36-40).
2. La Torá
establecía como norma de justicia aplicar
la ley del talión (Éxodo 21,24). Pero Jesús la rechazó totalmente,
exhortando a
devolver bien por mal (Mateo 5,38-39).
3. En el
Pentateuco, estaba prescrita la lapidación
como pena por adulterio (Levítico 20,10; Deuteronomio 22,22-23). Pero
Jesús se
negó a aplicar semejante prescripción a una mujer sorprendida en
adulterio
(Juan 8,4-11).
4. La Torá
consagraba la desigualdad jurídica de la
mujer, por ejemplo en el repudio, que era privilegio del varón
(Deuteronomio
24,1-4). Jesús, en cambio, abogó por la igualdad de derechos de la
mujer y el
marido en el matrimonio (Marcos 10,2-16).
5. El
Pentateuco reiteraba que Israel, los descendientes de Abrahán, Isaac y
Jacob, eran
el pueblo elegido por Dios, separado de los demás pueblos (Deuteronomio
7,6-10). Sin embargo, Jesús y sus apóstoles abrieron la promesa de Dios
a los
paganos, más allá de los límites de Israel (Marcos 7,24-31; Hechos
10,28-35;
Gálatas 3,26-29).
6. El relato de
Abrahán en el Génesis exigía la
circuncisión a todos los varones del pueblo hebreo (Génesis 17,9-14).
Pero los
apóstoles cristianos derogaron su carácter obligatorio (Hechos 15;
Gálatas
5,1-6 y 6,15).
7. La Torá hebrea
dictaba leyes sobre alimentos, con
prohibiciones específicas como el consumo de la carne de cerdo, entre
otras
(Deuteronomio 14,3-20). Pero los apóstoles de Jesús, Pedro y Pablo,
suprimieron
tales obligaciones (Hechos 10,12-16; Romanos 14,14).
8. La Torá imponía
la observancia rigurosa del
descanso del sábado y en otras fiestas, y prohibía todo trabajo esos
días. El
Éxodo decretaba incluso pena de muerte por trabajar en sábado (Éxodo
30,12-16).
No obstante, Jesús y luego sus apóstoles flexibilizaron la rigidez de
ese
descanso (Mateo 12,1-12; Juan 5,16 y 9,16; Colosenses 2,16).
En contraste
con esta libertad cristiana frente al Antiguo testamento, que no
obstante era reconocido, comprobaremos
en seguida las enormes disonancias existentes con
respecto al islam, cuando analicemos los rasgos del personaje de Jesús
que presenta
el Corán. Ciertamente, un personaje en
contradicción con el espíritu y la enseñanza del Jesús de los
Evangelios.
Según
el Corán
En el libro del
Corán,
las menciones de Jesús, a quien dedica alrededor de un centenar de
versículos,
las podemos resumir en los siguientes datos estadísticos, que luego
habremos de
interpretar:
El nombre
de «Jesús» aparece 25 veces. De ellas, «Jesús», 9 veces; «Jesús, hijo
de
María», 16 veces (de las cuales, la expresión «Mesías Jesús, hijo de
María», 3
veces).
El Corán denomina
a Jesús «Mesías» en 11 ocasiones: «Mesías» solamente, 2 veces; «Mesías
hijo de
María», 8 veces; «Mesías hijo de Dios», 1 vez. Pero siempre en
contextos
polémicos.
La expresión más
repetida es «hijo de
María», que aparece 23 veces en total, de ellas 10 veces en la sura 5.
El término
«Evangelio» [de Jesús] lo
encontramos 12 veces (todas menos una en capítulos posteriores a la
hégira).
Los cristianos son calificados como el «pueblo del Evangelio» en una
única ocasión
(Corán 112/5,47).
El
Corán no dedica ningún capítulo específico a Jesús. Los versículos
sobre él
están dispersos por una docena de capítulos. Pero solo cuatro de ellos
(las suras
3, 4, 5 y 19) ofrecen un grupo de versículos que tratan de él. El Corán
designa
a Jesús con el nombre de Isa y no con la voz más común en
árabe, que es Yasû,
como lo llaman los árabes cristianos. Lo más característico es que se
califique
a Jesús como como hijo de María. Por lo general,
el nombre de Jesús se utiliza con connotaciones tendentes a refrendar
ideas
coránicas. Veamos más en detalle la versión acerca de Isa/Jesús que
ofrecen los
cuatro capítulos del Corán aludidos.
Jesús
en la sura 19 del Corán, titulada «María»
El
capítulo 19 del Corán (en orden cronológico, el 44), relata que su
nacimiento
fue extraordinario. Después de haber ensalzado a su madre, María, que
lo
concibió de manera sobrenatural, llama a Jesús «hijo de María»
(expresión que también
se encuentra en Marcos 6,3; Mateo 13,55), y le confiere una categoría
única,
pero recalcando que es un simple humano. De modo que, en el Corán, la
expresión
«hijo de María» se contrapone sistémicamente a «hijo de Dios». Leamos
las
citas, algunas ya reseñadas al tratar del tema de María.
«A ella le
enviamos nuestro espíritu, que se le apareció como un humano perfecto.
(…)
Dijo: ‘He sido enviado por tu Señor para darte un muchacho puro’»
(Corán
44/19,17-19; paralelo en: 73/21,91).
«Ella dijo: ‘¿Cómo
tendré un muchacho,
si ningún humano me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Él dijo:
‘Será así.
Tu Señor ha dicho: Para mí es fácil. Y haremos de él un signo para los
humanos
y una misericordia de nuestra parte. Está decidido’. Ella quedó
embarazada y se
retiró con él a un lugar lejano» (Corán 44/19,20-22).
«Luego
vino ella a su gente llevándolo [a Jesús]. Dijeron: ‘María, has
cometido algo
inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malvado y tu
madre no
fue una ramera’» (Corán 44/19,27-28; también: 89/3,33-36).
«Dijeron:
‘¿Cómo vamos a hablar a alguien que está en la cuna, un niño?’ Él dijo:
‘Yo soy
el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta. Me ha
hecho
bendito allá donde esté y me ha ordenado el azalá y el azaque mientras
viva. Y
bueno con mi madre. No me ha hecho déspota, ni miserable. Paz sobre mí
el día
que nací, el día que muera y el día que sea resucitado vivo’. Este es
Jesús,
hijo de María. Una palabra de verdad, de la que ellos dudan» (Corán
44/19,29-34).
Así, según
el Corán, Jesús nació por una intervención especial de Dios, asumió la
misión
de siervo de Dios, quien le entregó el libro del Evangelio y lo hizo
profeta.
Es identificado como hijo de María, expresamente en oposición a hijo de
Dios.
Con todo, es calificado como palabra de la verdad. Persisten ahí
ciertas
reminiscencias de una cristología previa más completa, de la que se han
ido
recortando prerrogativas, con el fin de moldear al personaje para que
encaje
dentro del punto de vista islámico, por lo que su figura adquiere un
perfil muy
ambiguo.
Subrayemos
la frase que pone en labios de Jesús lo que parece ser una referencia a
su
muerte, como ya hemos visto: «Paz sobre mí el día que nací, el día que
muera y
el día que sea resucitado vivo» (Corán 44/19,33). Si se refiriera a la
crucifixión,
estaría en flagrante contradicción con la negación de su muerte en cruz
que
sustenta el mismo Corán, en otro lugar (Corán 92/4,157-159).
Un tema
coránico recurrente es la polémica contra de la filiación divina
de
Jesús, una creencia esencial de los cristianos, para presentarlo como
profeta al
nivel de los otros profetas, por grande que sea.
«Lo mismo
Zacarías, Juan, Jesús y
Elías. Cada uno de ellos es de los virtuosos» (Corán 55/6,85).
«Os ha prescrito
de religión lo que había
ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, lo mismo que habíamos
ordenado a
Abrahán, a Moisés y a Jesús: ‘Estableced la religión y no os separéis
por causa
de ella’» (Corán 62/42,13).
«Cuando
Jesús vino con las pruebas, dijo: ‘He venido a vosotros con la
sabiduría, y
para manifestaros una parte de aquello en lo que discrepáis. Temed a
Dios y
obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es
un camino
recto’» (Corán 63/43,63-64).
«Dimos a
Jesús, hijo de María, las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu
Santo»
(Corán 87/2,87).
«Hemos creído en
Dios, en lo que ha
descendido hacia nosotros (…) en lo que fue dado a Moisés y a Jesús, y
en lo
que fue dado a los profetas, de su Señor. No hacemos ninguna distinción
entre
ellos» (Corán 87/2,136).
«Esos son los
enviados. Hemos
favorecido a unos por relación a otros. A alguno de ellos Dios le
habló. A
algunos de ellos los ha elevado de grado. Dimos a Jesús, hijo de María,
las
pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,253).
Jesús en la
sura
3 del Corán, titulada «La familia de Amrán»
El capítulo 3 del
Corán (en orden cronológico, el 89) dedica un bloque de versículos a
Jesús
(Corán 89/3,42-55 y 59-64). Vuelve a narrar al modo apócrifo la
anunciación a
María, luego menciona algunos rasgos estereotipados del supuesto
proceder de
Jesús y sus apóstoles, para acabar aludiendo a su elevación al cielo
por parte
de Dios, donde permanece como en estado de suspensión. No cesa una
diatriba
permanente que insiste en que es solo una criatura humana, remachando
una
posición contraria a todo el cristianismo ortodoxo del concilio de
Nicea, que
canonizó en su credo la filiación divina y una teología trinitaria.
«Cuando los
ángeles dijeron: ‘¡María!
Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías
Jesús, hijo
de María, honorable en la vida de acá y en la vida eterna (…) Él
hablará a los
humanos en la cuna como un adulto. Y será de los virtuosos’. Ella dijo:
‘Mi
Señor, ¿cómo voy a tener un hijo, si ningún humano me ha tocado?’ Él
dijo:
‘Será así. Dios crea lo que desea. Cuando decide algo, no tiene más que
decir:
¡Sea!, y eso es’» (Corán 89/3,45-47).
«[Jesús dice:] ‘Yo
he venido a
vosotros con un signo de vuestro Señor. Yo creo para vosotros de la
arcilla una
figura de pájaro, le soplo y se convierte en un pájaro, con la
autorización de
Dios. Yo curo al ciego de nacimiento y al leproso, y hago revivir a los
muertos, con la autorización de Dios. (…) He venido para confirmar lo
que está
antes de mí en la Torá, y para declarar lícito parte de lo que os fue
prohibido. Y he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Temed
a Dios y
obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es
un camino
recto’» (Corán 89/3,49-51).
«Cuando Jesús
percibió su
incredulidad, dijo: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en la vía hacia Dios?'
Los
apóstoles dijeron: 'Nosotros somos los auxiliares de Dios. Creemos en
Dios. Sé
testigo de que somos sumisos. ¡Señor nuestro! Creemos en lo que has
hecho
descender y seguimos al enviado. Inscríbenos, pues, con los testigos’.
Ellos
conspiran y Dios conspira. Dios es el mejor de los conspiradores»
(Corán
89/3,52-54).
«Cuando Dios dijo:
‘¡Jesús! Te
llamaré, te elevaré hacia mí, te purificaré de los que no han creído y
pondré a
los que te siguen por encima de los que no han creído, hasta el día de
la
resurrección. Luego, regresaréis a mí. Y entonces juzgaré entre
vosotros sobre
aquello en lo que discrepabais’» (Corán 89/3,55).
El Corán
le otorga a Jesús un lugar eminente, por cuanto atestiguan las pruebas,
es
decir, sus milagros, aunque a la vez remarca que los hace bajo la
autoridad de
Dios, no por sí mismo. También podemos advertir el eco de las disputas
cristológicas entre unos grupos y otros, ante lo cual se confía al día
del
juicio el que Dios decida quién lleva razón. Pero, por lo pronto, el
islamismo
suscribe una posición enfrentada a todo el cristianismo ortodoxo, que
proclamaba la filiación divina. En efecto, lo considera como simple
criatura
humana, una visión sin duda heredada del nazarenismo:
«Jesús, para Dios,
es semejante a
Adán, a quien creó de tierra, y luego le dijo: ‘¡Sé!’, y fue. Esta es
la verdad
de tu Señor. (…) Al que dispute contigo a este propósito, después de
que te
llegó el conocimiento, di: ‘Venid (…) imploremos y que caiga la
maldición de
Dios sobre los mentirosos’. Esta es la narración verídica. No hay más
dios que
Dios. (…) Di: ‘¡Gente del libro! Convenid en una palabra común entre
nosotros y
vosotros, que no adoremos más que a Dios, no le asociemos nada, y no
tomemos
unos a otros como señores fuera de Dios’» (Corán 89/3,59-64).
«Di: ‘Hemos creído
en Dios y en lo que
descendió sobre nosotros, en lo que descendió sobre Abrahán, Ismael,
Isaac,
Jacob y las tribus, en lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los
profetas de
parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre ellos. Y somos
sumisos a
él’» (Corán 89/3,84).
Tampoco
deja de haber alusiones a cierta noción de pacto, o alianza de Dios,
establecida a través de los profetas y de Jesús, pero en términos muy
confusos,
porque, para el Corán, la omnímoda libertad divina no puede
comprometerse con
nada ni con nadie mediante una alianza. El compromiso sería más bien
por la
parte humana, que contrae una obligación de obediencia a Dios.
«Cuando
concertamos un pacto con los
profetas, contigo, con Noé, Abrahán, Moisés y Jesús, hijo de María. Un
pacto
sincero» (Corán 90/33,7).
Jesús en la
sura
4 del Corán, titulada «Las mujeres»
El capítulo 4 del
Corán (en orden cronológico, el 92) es otro que también dedica una
serie de
versículos a Jesús y, en ellos, un punto
capital de la interpretación coránica, que es el rechazo del hecho
histórico de
la crucifixión y la muerte de Jesús. En su lugar, asume la creencia de
que fue
elevado por Dios junto a sí, donde permanecerá hasta el día de la
resurrección.
Esta visión no era nueva, ya que tenía precedentes desde el docetismo y
el
gnosticismo cristianos del siglo II, tal como está recogido en los
apócrifos Hechos
de Juan y Apocalipsis de Pedro.
«[Los judíos]
dijeron: ‘Hemos matado
al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos
no lo
mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. Los que
discreparon a
propósito de él, están en la duda sobre ello. No tienen ningún
conocimiento,
sino que siguen una presunción. Y ellos ciertamente no lo mataron.
Dios, más
bien, lo elevó hacia sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro
que no
haya creído en él antes de su muerte. Y el día de la resurrección, él
será
testigo contra ellos» (Corán 92/4,157-159).
«Te
hemos revelado como revelamos a Noé y a los profetas que lo siguieron.
Y hemos
revelado a Abrahán, a Ismael, a Isaac, a Jacob, a las tribus, a Jesús,
a Job, a
Jonás, a Aarón y a Salomón. Y hemos dado a David los salmos» (Corán
92/4,163).
Aunque
el Corán reitera la inserción de Jesús en la larga saga de los
profetas, sin
embargo, se nota una oscilación entre considerarlo uno más, o bien
otorgarle un
lugar eminente por encima de ellos, en virtud de lo que atestiguan sus
signos o
milagros. Al parecer, de conformidad con ese versículo (completado con
89/3,84,
ya citado), los musulmanes deben creer por igual en lo revelado a todos
los
profetas, incluido Jesús. Ahora bien, este aserto de la equiparación
entra en
una doble contradicción. Por un lado, choca con lo dicho acerca de que
Jesús
está unos grados por encima (Corán 87/2,253, tal vez una tesis
nazarena); y por
otro lado, es incoherente con el rechazo de las escrituras judías y
cristianas
en otros pasajes, así como con la pretensión de que el profeta árabe,
Mahoma,
supera a todos los demás como «sello de los profetas» (Corán 90/33,40),
que es
la tesis final, específicamente islámica.
A
diferencia de los Evangelios, un rasgo un tanto extraño que se advierte
en los
capítulos coránicos es la ausencia prácticamente total de referencias
geográficas y datos cronológicos: no se sabe ni el lugar, ni el tiempo
en que
ocurre la historia que se cuenta. Más aún, el texto incurre en algún
que otro
equívoco disparatado, como ya hemos analizado, cuando identifica a
María, la
madre de Jesús, como «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28), según lo cual
Jesús sería
anacrónicamente sobrino de Moisés (que vivió doce siglos antes). Y lo
reitera
en tres suras diferentes, donde incluye a Jesús en la familia de Amrán,
pues
afirma que la mujer de este, padre de Aarón y Moisés, es la madre de
María, la
madre de Jesús (Corán 89/3,33-37); y lo vuelve a decir más claro, al
llamar a
María «hija de Amrán» que conservó su virginidad (Corán 107/66,12).
Se
pueden leer otras menciones coránicas que aluden a Jesús y sus
seguidores,
descritos como meros continuadores de la tradición del profetismo
anterior:
«Hicimos
seguir sus huellas a nuestros enviados, e hicimos seguirlas a Jesús,
hijo de
María, y le dimos el Evangelio. Y pusimos en los corazones de quienes
lo
siguieron compasión y misericordia» (Corán 94/57,27).
Notamos la
insistencia en interpretar a Jesús solamente como enviado y profeta,
por
especial que sea, a través de un reiterado pronunciamiento frontal
contra la
teología del cristianismo. A pesar de todo, el Corán reconoce la
singularidad
de Jesús, por ejemplo, cuando lo denomina palabra y espíritu procedente
de
Dios, y cuando dice de él que recibió el Evangelio. En definitiva, no
deja de
sorprender que a Jesús se le atribuyan apelativos y pruebas muy
superiores a
los que se asignan a Mahoma (cuyo nombre, según la crítica textual, ni
siquiera
se menciona una sola vez en el Corán).
La
realidad, no obstante, es que el Corán priva por completo a su figura
de Jesús
de todo contexto histórico. No localiza ninguna de sus acciones. No da
el
nombre de ninguno de sus apóstoles. Así que no queda nada de historia
genuina,
ni tampoco nada de interpretación compatible con el cristianismo.
Además, el
Corán adjudica a Jesús dos intervenciones que resultan sumamente
chocantes e
inverosímiles. Una es que habría anunciado a un enviado futuro que los
comentadores musulmanes identifican con Mahoma. Y la otra, que habría
preguntado a sus apóstoles si estaban dispuestos a ser «auxiliares de
Dios».
«Cuando
Jesús, hijo de María, dijo: ‘¡Hijos de Israel! Yo soy el enviado de
Dios a
vosotros, para confirmar lo que está antes de mí en la Torá, y para
anunciar un
enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre es Ahmad’» (Corán
109/61,6).
«¡Vosotros
que habéis creído! Sed los auxiliares de Dios como Jesús, hijo de
María, dijo a
los apóstoles: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en el camino de Dios?' Los
apóstoles dijeron: 'Nosotros somos los auxiliares de Dios’. Entonces un
grupo
de los hijos de Israel creyó, y otro grupo no creyó. Fortalecimos a los
que
creyeron contra su enemigo, y lo vencieron» (Corán 109/61,14).
Respecto
a lo primero, el versículo 109/61,6 incluye una frase que pretende ser
una cita
del Evangelio según Juan, pero se trata de una frase añadida y
distorsionada,
como un poco más adelante veremos. Y respecto a lo segundo, involucra
una
interpretación yihadista de Jesús y sus apóstoles (lo mismo que Corán
89/3,52),
pues el significado de la expresión «auxiliares de Dios» denota a los
que han
sido reclutados para el combate armado en el camino de Dios. Esto se
puede
comprobar aún más explícitamente en el versículo 113/9,111.
Jesús
en la sura 5 del Corán, titulada «El banquete»
El
capítulo 5 del Corán (en orden cronológico, el 112, el antepenúltimo
según
Al-Azhar) nos proporciona una nueva tanda de referencias a Jesús, con
un
apretado sumario en el versículo 110. Jesús es presentado como enviado
de Dios
para confirmar la Torá hebrea y traer el Evangelio. No obstante, de su
luminoso
mensaje evangélico, en realidad, aparte de la supuesta confirmación de
lo que
ya había antes, no se indica absolutamente nada, mientras que
claramente se
convierte a Jesús en portavoz de tesis islámicas.
«No creen los que
dicen: ‘Dios es el
Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él
quisiera
destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están
en la
tierra?’» (Corán 112/5,17).
«Hicimos seguir
sus huellas a Jesús,
hijo de María, que confirma lo que está antes de él en la Torá. Le
dimos el
Evangelio, donde hay dirección y luz, que confirma lo que está antes de
él en
la Torá, una dirección y una exhortación para los que temen» (Corán
112/5,46).
«No creen los que
dicen: ‘Dios es el
Mesías, hijo de María’. Porque el Mesías dijo: ‘¡Hijos de Israel!
Adorad a
Dios, mi Señor y vuestro Señor. Quien asocie a Dios, Dios le prohíbe el
jardín
y su morada será el fuego. (…) No creen los que dicen: 'Dios es el
tercero de
tres’. Porque no hay más dios que un solo Dios. (…) El Mesías, hijo de
María,
no es más que un enviado, antes del cual pasaron otros enviados» (Corán
112/5,72-75).
«Los que
no creyeron entre los hijos de Israel fueron maldecidos por boca de
David y de
Jesús, hijo de María. Eso porque desobedecieron y transgredieron»
(Corán
112/5,78).
«Cuando
Dios dice: ‘¡Jesús, hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia
tu
madre, cuando te fortalecí con el espíritu del santo, y hablaste a los
humanos
en la cuna como un adulto. Y cuando te enseñé la escritura, la
sabiduría, la
Torá y el Evangelio. Y cuando creaste del barro una figura de pájaro
con mi
autorización, luego le soplaste y se convirtió en un pájaro con mi
autorización. Y cuando curaste al ciego de nacimiento y al leproso con
mi
autorización. Y cuando resucitaste a los muertos con mi autorización’»
(Corán
112/5,110; repite en parte 89/3,49).
«Cuando revelé a
los apóstoles: ‘Creed
en mí y en mi enviado’. Ellos dijeron: ‘Hemos creído, sé testigo de que
somos
sumisos’. Cuando los apóstoles dijeron: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Puedes
pedir a
tu Señor que haga descender del cielo un banquete?’ (…) Jesús, hijo de
María,
dijo: ‘¡Dios, Señor nuestro! Haz descender del cielo un banquete, que
sea una
fiesta para nosotros, para el primero y para el último, y un signo de
tu
parte’. (…) Dios dijo: ‘Lo haré descender sobre vosotros’» (Corán
112/5,111-115).
«Cuando Dios
dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos:
'Tomadme a mí
y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea
exaltado! No me
corresponde decir algo a lo que no tengo derecho.
Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí,
pero yo
no sé lo que hay en ti. (…) No les he dicho más que lo que tú me habías
ordenado: 'Adorad a Dios, mi Señor y vuestro Señor'. (…) Si tú los
castigas,
ellos son tus siervos’» (Corán 112/5,116-118).
Este
capítulo 5, al recopilar el sumario de la actividad portentosa de
Jesús, donde
explicita las «pruebas» de lo que hizo, repite insistentemente que lo
hacía con
la autorización de Dios, o sea, no en nombre propio, con el objetivo de
eludir
la filiación divina. Podemos observar, además, una velada referencia a
la
eucaristía, en ese «banquete» (otros traducen «mesa servida») que
desciende del
cielo. Todo el relato hace caso omiso de las implicaciones
soteriológicas que
el ministerio de Jesús entraña en los Evangelios cristianos. Aquí se
ensalza a
Jesús solo para apropiarse de él y travestirlo como profeta del islam.
De
camino, se refuerza la invectiva contra la concepción cristiana de
Dios,
mediante un planteamiento confuso, que acusa a los cristianos de poner
a María
como persona divina, y mediante una tesis que recalca la subordinación
de Jesús
respecto a Dios: el Jesús coránico rechaza haber afirmado su propia
divinidad y
(en contradicción literal con el Evangelio de Juan) dice no conocer lo
que hay
en Dios.
En fin, en los
últimos versículos
coránicos referentes a Jesús, se anuncia que Dios combatirá a los
cristianos,
tildados de «asociadores» (Corán 113/9,30-31); mientras que promete un
gran
éxito a los que guerrean en el camino de Dios (promesa que,
pretendidamente,
estaría también en el Evangelio).
«Dios ha comprado
las vidas y las
fortunas de los creyentes con [la promesa de] que irán al paraíso.
Ellos
combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Y es una
verdadera
promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién cumple su
compromiso
mejor que Dios? Regocijaos de la lealtad que habéis acordado. Eso es un
gran
éxito» (Corán 113/9,111).
El punto esencial
de discrepancia radica
en que el Corán descalifica a Jesús en cuanto hijo de Dios y
Mesías. En
contraposición a la fe cristiana, que se funda en la creencia en la
filiación
divina de Jesús, el Mesías, el Corán insiste reiteradamente en que Dios
no
tiene ningún hijo, ni ha adoptado un hijo. Esta impugnación se estima
de tanta
trascendencia que la repite en más de veinte ocasiones, la mayoría en
versículos anteriores a la hégira. La concepción teológica del Corán
defiende
un monoteísmo excluyente, que rechaza el monoteísmo modificado por la
fe en un
redentor, propio del cristianismo. El Dios coránico no tiene un hijo,
ni admite
hijos, sino solo siervos. Él es amo, no padre. Leamos, ahora, la
recopilación
en orden cronológico de las afirmaciones coránicas en este sentido
polémico y
anticristiano:
«Nuestro Señor,
¡su majestad sea
exaltada!, no ha tomado ni compañera, ni hijo» (Corán 40/72,3).
«Aquel al que
pertenece el reino de
los cielos y la tierra, que no ha adoptado un hijo, y que no tiene
asociado en
su reino, lo ha creado todo y todo lo ha predeterminado» (Corán
42/25,2).
«No es
propio de Dios adoptar un hijo. ¡Él sea exaltado! Cuando decide algo,
no tiene
más que decir: ¡Sea!, y es» (Corán 44/19,35).
«Dijeron: ‘El
clemente ha adoptado un
hijo’. Habéis cometido algo abominable. Por ello, casi se rasgan los
cielos, se
abre la tierra y se derrumban las montañas, por haber atribuido un hijo
al
clemente. Pero no está bien que el clemente adopte un hijo. Todo el que
esté en
los cielos y en la tierra vendrá al clemente como siervo» (Corán
44/19,88-93).
«Alabanza a Dios,
que no ha adoptado
ningún hijo, que no tiene ningún asociado en el reino y que nunca ha
tenido
aliado frente a la humillación» (Corán 50/17,111).
«Dijeron: ‘Dios ha
adoptado un hijo’.
¡Gloria a Él! Él es quien se basta a sí mismo. Suyo es lo que está en
los
cielos y en la tierra» (Corán 51/10,68).
«Él es el inventor
de los cielos y la
tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo, cuando no tiene compañera? Él lo ha
creado
todo. (…) Este es vuestro Dios, vuestro Señor. No hay más dios que él,
creador
de todo» (Corán 55/6,101-102).
«Pero
dicen, a causa de su perversión: ‘Dios ha engendrado’. Son mentirosos»
(Corán
56/37,151-152).
«Si Dios hubiera
querido adoptar un
hijo, él hubiera escogido al que hubiera deseado entre lo que creó. ¡Él
sea
exaltado! Él es Dios, el único, el dominador» (Corán 59/39,4).
«[Jesús] no es más
que un siervo a
quien hemos agraciado, y lo hemos puesto como ejemplo para los hijos de
Israel»
(Corán 63/43,59).
«Si el clemente
tuviera un hijo,
entonces yo sería el primero de los adoradores. El Señor de los cielos
y la
tierra, el Señor del trono, sea exaltado por encima de lo que le
atribuyen»
(Corán 63/43,81-82).
«[Ha hecho
descender un libro] para
advertir a los que dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. No tienen
ningún
conocimiento, ni ellos ni sus padres. Palabra muy gruesa la que sale de
sus
bocas. No dicen más que mentiras» (Corán 69/18,4-5).
«No hemos enviado,
antes de ti, a
ningún enviado al que no le reveláramos: ‘No hay más dios que yo,
adoradme,
pues’. Dijeron: ‘El clemente ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado!
Son más
bien siervos honrados» (Corán 73/21,25-26).
«Dios no ha
adoptado un hijo, ni hay
otro dios junto con Él» (Corán 74/23,91).
En los capítulos
catalogados como
posteriores a la hégira, se repite el mismo tema, pero se recrudecen
los
ataques, en contra de toda idea de filiación con respecto a Dios:
«Dijeron: ‘Dios ha
adoptado un hijo’.
¡Él sea exaltado! Más bien es suyo cuanto hay en los cielos y la
tierra» (Corán
87/2,116).
«¡Gentes
del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más
que la
verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de
Dios y su
palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él. Creed, pues, en
Dios y en
sus enviados. No digáis ‘Tres’. Absteneos, es mejor para vosotros. Dios
no es
más que un solo Dios. ¡Él sea exaltado! ¿Cómo puede él tener un hijo?»
(Corán
92/4,171).
«El Mesías
nunca lleva a mal ser siervo de Dios» (Corán 92/4,172).
«Los judíos y los
nazarenos dijeron:
‘Somos los hijos de Dios y sus predilectos’. Di: ‘¿Por qué, entonces,
os
castiga por vuestras faltas? Más bien sois humanos entre los que él ha
creado’.
(…) De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está entre
ellos»
(Corán 112/5,18).
«Los judíos
dijeron: ‘Esdras es hijo
de Dios’. Y los nazarenos dijeron: ‘El Mesías es hijo de Dios’. Estas
son las
palabras de sus bocas. Imitan la palabra de los que no creyeron antes.
Que Dios
los combata. ¿Cómo son tan perversos? Han tomado a sus doctores y sus
monjes
como Señores, fuera de Dios, lo mismo que al Mesías, hijo de María,
cuando él
les había ordenado no adorar más que a un solo Dios. No hay más dios
que él.
¡Él sea exaltado sobre lo que le asocian!» (Corán 113/9,30-31).
Como hemos
podido advertir, las once ocasiones en que el Corán denomina «mesías» a
Jesús
ocurren en capítulos posteriores a la hégira. Y, en los diferentes
contextos
donde aparece esa denominación, siempre se utiliza como una forma de
ataque
frontal contra las creencias cristianas (Corán 89/3,45; 92/4,157, 171 y
172;
112/5,17, 72 y 75; 113/9,30 y 31), con el fin de cimentar la tesis de
que es
tan solo un hombre.
En la deriva de
esta contienda
ideológica, el Corán acusa a los judíos y los cristianos de haber
alterado o
falsificado sus respectivas escrituras:
«Ay de aquellos
que escriben el libro
con sus propias manos y luego dicen: ‘Esto es de parte de Dios’, a fin
de
venderlo a bajo precio. Ay de ellos por lo que sus manos han descrito.
Ay de
ellos por lo que cometen» (Corán 87/2,79).
Se ve en la
necesidad de mantener a
ultranza esta acusación, porque, si Dios dio el libro del Evangelio a
Jesús,
como repite el Corán (112/4,46), y los Evangelios afirman que Jesús es
el hijo
de Dios, entonces habría que creer en esto, en abierta contradicción
con la
posición fundamental coránica. Ahora bien, en asunto de
falsificaciones, la realidad
probada por los investigadores, es que los textos de la Biblia se han
transmitido fielmente, sin alteraciones reseñables en su contenido,
mientras
que no cabe afirmar lo mismo respecto al Corán, por lo que sus
acusaciones
quedan en entredicho.
Por lo demás,
habría que clarificar de
qué manera concreta concebían los autores del Corán el ser «hijo» de
Dios, o
ser adoptado como tal, pero lo más probable es que lo entendieran desde
una
interpretación demasiado antropomórfica. De todos modos, la disputa era
mucho
más antigua que el Corán, donde el argumento más repetido parece ser
que, fuera
de Dios mismo, todo es creación mundana sobre la que él domina, como el
amo
sobre sus esclavos. Lo que queda patente es que, en las últimas citas
coránicas
mencionadas, el tono polémico se torna más agresivo, en particular
contra
cristianos y judíos, presagiando la ulterior hostilidad histórica.
Las polémicas
cristológicas desvelan, al
final, un contexto de guerra, en sentido literal y figurado, contra los
cristianos, no solo griegos y siríacos, sino también pertenecientes a
la propia
población árabe.
La
figura de Jesús en el Corán contradice a los Evangelios
Al
comparar la figura de Jesús en los Evangelios y en el Corán, en un
primer
momento, encontramos unos pocos
elementos
coincidentes, como que nació de una virgen, que hizo milagros, que es
Palabra
de Dios, Espíritu procedente de Dios. Pero, en seguida, caemos en la
cuenta de
que ese Jesús del Corán contrasta fuertemente con el de los relatos
evangélicos, donde Cristo constituye una figura singular en la que se
aúnan
rasgos humanos y divinos, y cuyo mensaje soteriológico es absolutamente
distinto.
Los
pasajes coránicos referidos a Jesús ponen de relieve una concepción
típicamente
islámica, enmarcada dentro de la dogmática coránica. Si partimos del
Jesús de
los Evangelios, las afirmaciones del Corán significan una marcada
contradicción,
tal como puede colegirse en el resumen esquemático que enumeramos a
continuación:
– En los
Evangelios, Jesús se dirige a Dios como «Padre» y enseña a sus
discípulos a llamarlo así en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9 y
11,25). El Espíritu Santo
es el que mueve a Jesús en toda su actividad. Pero,
en el Corán, Jesús considera a
Dios como
«Señor», no como Padre (Corán 63/43,63; 89/3,49-51). No
hay más Dios que el único Dios,
omnipotente, al que hay que temer y obedecer, el que premia y castiga a
quien él
quiere. No hay misterio de la Trinidad.
– En los
Evangelios, Jesús es presentado como el Hijo de Dios hecho hombre
(Marcos 1,1;
Mateo 16,16; Juan 20,31). Al ser bautizado por Juan Bautista,
una voz del cielo declara: «Este es mi hijo amado». Por el contrario,
el Jesús coránico desmiente la filiación
divina del
mismo Jesús (Corán 19,88-92;
112/5,116). Asevera que Jesús el
hijo de María no
es hijo de Dios. El Corán, no obstante, lo llama enviado, palabra de
Dios,
espíritu, un signo para los humanos.
– En los
Evangelios, la genealogía de Jesús lo presenta como descendiente de la
casa de
David, la estirpe mesiánica (Lucas, cap. 1). En cambio, para el Corán,
Jesús es
nieto de Amrán, el padre de María, convertida en hermana de Aarón y
Moisés
(Corán 89/3,35-36; 107/66,12), una genealogía anacrónica y absurda.
– El Jesús
de los Evangelios es llamado Hijo de Dios vivo (Mateo 16,13-16) y el
último
Adán (1 Corintios 1,45). Mientras que el Jesús del Corán es solo como
Adán,
nada más que un hombre (Corán 89/3,59).
– Los
Evangelios reconocen a Jesús como el Señor (Marcos 16,19-20; Juan
5,18). Por el
contrario, el Corán califica a Jesús solo como un siervo ante Dios
(Corán
44/19,30; 92/4,172).
– En los
Evangelios, Jesús es el redentor o Salvador de la humanidad (Lucas
2,11;
Romanos 3,24; 1 Corintios 1,30). Sin embargo, en el Corán, Jesús es
reconocido
solo como un enviado y profeta (Corán 44/19,30; 87/2,136), si bien con
un papel
especial de testigo el día del juicio (Corán 92/4,159).
– Según el
Evangelio de Juan, Jesús es personalmente la revelación de Dios hecho
hombre,
que manifiesta la gloria del Padre (Juan 1, 14). Jesús es el Hijo que
anuncia e
inicia el Reino de Dios. En cambio, el Corán dice que Jesús recibió
como
revelación de Dios el libro del Evangelio, simple confirmación de lo
que ya
había antes en la Torá (Corán 112/5,46).
– En los
Evangelios, Jesús realiza curaciones y milagros y expulsa a los
demonios con su
propia autoridad, como signo de la presencia del Reino de Dios. Pero el
Corán,
que admite que Jesús hizo milagros, subraya que lo hizo con
autorización de
Dios (Corán 89/3,49-51; 112/5,110); en algunos pasajes, le atribuye
mayor
categoría que a los demás profetas (Corán 87/2,253).
– El Jesús
de los Evangelios, guiado por el Espíritu, antepone el bien del hombre
al
cumplimiento formal de ciertas normas. Y envió el Espíritu Santo a sus
discípulos. En contraste, el Corán presenta a Jesús como alguien que
rezaba el
azalá y pagaba el azaque (Corán 44/19,29-34), como buen musulmán
cumpliendo lo
mandado.
– El Jesús
de los Evangelios enseña a sus discípulos que renuncien a la violencia
(Mateo
5,9 y 26,51-52; Lucas 9,54-55). Y en las
bienaventuranzas sostiene la prioridad del amor a Dios y al prójimo,
incluso el
amor al enemigo. Su Reino no es de este mundo. En las antípodas, el
Jesús
coránico exhorta a sus apóstoles
a combatir en el
camino de Dios (Corán 89/3,52; 109/61,14), como si avalara la yihad,
que
justifica ejercer la violencia en nombre de la religión (Corán
113/9,111).
– En los
Evangelios, Jesús celebra con sus apóstoles la última cena, donde
instituye la eucaristía
en víspera de su pasión y muerte (Marcos 14,14-20). Pero el Corán, que
presenta
a los apóstoles de Jesús rogándole que pida a Dios que haga descender
del cielo
un banquete para ellos (Corán 112/5,112-115), ignora u olvidando la
institución
eucarística.
– Los
Evangelios narran con detalle la pasión y muerte de Jesús en la cruz
(Marcos,
cap. 15). Condenado por Poncio
Pilato, padece, muere en
la cruz y es sepultado. Por el contrario, el Corán niega la muerte de
Jesús y asegura
que no fue crucificado (Corán
92/4,157-159), sino que otro
murió en su lugar.
– En los
Evangelios, es fundamental la resurrección de Jesús, que presupone su
muerte (Marcos,
cap. 16). Los discípulos se
presentan como testigos de que
su crucifixión y de que ha resucitado para salvación de la humanidad.
En
completa discrepancia, el Corán
afirma que más bien Dios elevó hacia sí a Jesús (Corán 92/4,158) y allí
aguarda
hasta el último día. No cabe hablar de resurrección, dado que no murió.
– Según los
Evangelios, Jesús es un Mesías pacífico y el reino de Dios va creciendo
en la
historia hasta su consumación (Lucas 17,20-21). En contradicción, el
Corán, y
sobre todo los hadices de Mahoma, describen el comportamiento de Jesús
como un
mesías guerrero, que retornará para ser testigo (Corán 89/3,55;
92/4,158-159) y
aniquilará a los enemigos del islam, en particular a los cristianos.
Todas estas
diferencias en la presentación de la figura de Jesús afectan a la
esencia misma
del personaje. No se puede decir que sea el mismo en los dos textos y,
ciertamente, al cotejar ambas figuras, resultan antagónicas en su
significación. No hay que recurrir a los primeros concilios de la
Iglesia para
evidenciar que hay un conflicto teológico y cristológico. Basta tener
en mente
el Nuevo testamento cuando leemos el Corán. Si no renunciamos a la
lógica,
concluiremos que carece de sentido cualquier concordismo. Mientras los
textos
sean los que son, será vano todo intento de conciliar ambos retratos
contradictorios de Jesús.
La
doctrina del Corán contradice la enseñanza de Jesús
Paro las
discrepancias no afectan solo al personaje, sino también a su
enseñanza, al
mensaje que transmite. En
efecto, en el plano doctrinal, hay
aspectos fundamentales del magisterio de Jesús reseñado en los
Evangelios con
los que colisionan los valores y normas establecidos en el Corán.
Veamos, en
resumen, algunos casos:
– Jesús no
diviniza ningún texto escrito, sino que él es la palabra de Dios que se
comunica y que envía el Espíritu a cuantos creen en él (Juan 14,16-17;
Hechos
1,1-4). En cambio, el Corán se concibe como un libro hecho descender
por Dios, que
contendría su palabra literal, eterna e inmutable (Corán 39/7,2).
– Jesús
reconoce, en varios momentos, la legitimidad autónoma del poder
político y sus
leyes (Marcos 12,14-17). Por el contrario, el Corán sacraliza un modelo
de
organización social y política, caracterizada por la sumisión estricta
a una Ley
atribuida a Dios y su enviado (Corán
90/33,36).
– Jesús
rehúsa intervenir como juez en el reparto de una herencia (Lucas
12,13-14). En
sentido opuesto, el Corán fija normas para la herencia y otros asuntos
civiles
(Corán 92/4,11-12).
– Jesús, en
el sermón del monte, critica y rechaza la ley del talión (Mateo
5,38-42). Por
el contrario, el Corán adopta y aplica el principio del talión (Corán
87/2,178-179, 194).
– Jesús no
condena a la mujer sorprendida en adulterio, sino que la libra del
castigo por
lapidación establecido por la ley de Moisés (Juan 8,1-11). Muy al
contrario, el
Corán manda flagelar con cien azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2);
pero, según
atestiguaba Omar, y corroboran los hadices, había un versículo,
perdido, que
mandaba la lapidación.
– Jesús
enseña a devolver bien por mal y amar a los enemigos (Mateo 5,43-45).
En las
antípodas, el Corán ordena amedrentar a los enemigos, combatir contra
ellos por
todos los medios, subyugarlos o matarlos (Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89).
– Jesús muestra
que Dios perdona al extraviado, como se ve en la parábola del hijo
pródigo
(Lucas 15,11-32). Sin embargo, el Corán afirma que no hay que
interceder por
los que no creen, porque Dios no los perdonará jamás (Corán
104/63,6; 113/9,80).
– Jesús
defiende la igualdad de derechos de la mujer en el matrimonio y el
divorcio
(Marcos 10,2-16). En cambio, el Corán estipula la supremacía masculina,
así
como el derecho del marido a pegar a su mujer, y a repudiarla (Corán
63/43,18;
92/4,34).
– Jesús
apoya la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5,31-32).
Por el
contrario, el Corán legaliza la poligamia para los varones, hasta
cuatro
esposas (Corán 92/4,3).
– Jesús
disculpa a sus discípulos cuando no observan la tradición de
purificarse (Mateo
15,1-3). Luego, la práctica de la circuncisión fue suprimida por sus
apóstoles.
En cambio, el Corán establece causas de pureza e impureza, y los ritos
para
purificarse (Corán 92/4,43; 112/5,6). La pureza exige la mutilación
genital
masculina y femenina.
– Jesús
declara puros todos los alimentos (Marcos 7,14-19). En sentido
contrario, el
Corán establece prohibiciones alimentarias (Corán
87/2,172-173).
– Jesús
aprecia el vino y lo convierte en símbolo eucarístico para su comunidad
en la
última cena (Mateo 26,27-29). En cambio, el Corán prohíbe el vino por
considerarlo
obra del demonio (Corán 112/5,90).
– Jesús
aconseja ayunar en privado (Mateo 6,16-18) y exime a sus discípulos de
la
obligación de ayunar (Mateo 9,14-15). Por el contrario, el Corán
prescribe y
reglamenta como obligatorio el ayuno durante el mes de ramadán (Corán
87/2,183-185).
– Jesús
afirma que no hay un templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan
4,20-23). Pero el Corán manda rezar mirando al santuario sagrado [de La
Meca]
(Corán 87/2,144).
– Jesús
predica el reino de Dios, cura a los enfermos y pide renunciar a la
violencia. Manda
actuar así a sus discípulos (Mateo 4,23; 28,19-20). Al contrario, el
Corán
manda utilizar la fuerza armada contra los descreídos para someterlos,
hasta
que toda la religión sea de Dios (Corán 88/8,39; 113/9,5).
Si somos
coherentes, concluiremos que la figura y la enseñanza de Jesús según
los
Evangelios y según el Corán son tan divergentes que ponen en evidencia
la
incompatibilidad existente entre ambos. La historia muestra, además, el
antagonismo entre las civilizaciones que se inspiraron respectivamente
en Jesús
y en Mahoma. En realidad, no es posible acercarse al islam sin alejarse
del
cristianismo. Es necesario conocer esta verdad, para no caer en las
redes del
engaño apologético o irenista. Porque la imagen de
Jesús mahometizada por el Corán contradice completa e irremisiblemente
al Jesús
de los Evangelios. El Corán es un libro declaradamente anticristiano.
Y, como
colofón, el Jesús de la tradición islámica es un mesías que vendrá al
final de
los tiempos, al frente de sus ejércitos, para destruir las cruces y
aniquilar a
los cristianos (según los hadices de Al-Bujari y Muslim).
Resultado
de la comparación
Como ya
mostramos más arriba, todas las veces que el Corán denomina «mesías» a
Jesús lo
hace en polémica contra el cristianismo. No es para postular, sino para
neutralizar cualquier atribución a Jesús de un estatus superior al de
simple
hombre y profeta.
Podemos
trazar un sumario retrospectivo de la cadena de olvidos y alteraciones
semánticas que se advierten en el corpus coránico al tratar de Jesús,
en
contraste con los Evangelios. El Corán carece de todo fundamento para
hablar de
Jesús como lo hace. No tiene base cuando altera los relatos de la
infancia,
cuando oculta sus enseñanzas a los apóstoles y el mensaje del Reino de
Dios,
cuando calla las bienaventuranzas, las parábolas y el padrenuestro,
cuando
distorsiona el sentido de los milagros, cuando rechaza la filiación
divina y la
encarnación, cuando niega el hecho de la crucifixión y muerte, cuando
soslaya
el valor salvífico de su resurrección, cuando escamotea la redención de
los
pecados y la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes, cuando
omite el
bautismo y la eucaristía, y menosprecia a la Iglesia.
¿Qué queda
entonces en el Corán? Solo un Jesús mahometizado, una caricatura de
profeta
muslímico, que como tal manda obedecer a ese trasunto de ley mosaica
que es la
ley islámica, la cual preceptúa las reglas de pureza, las prohibiciones
alimentarias, las prescripciones indumentarias, la discriminación de la
mujer,
la promoción de la esclavitud, el principio del talión y un régimen de
castigos
brutales. Todo esto codificado no solo como deber religioso, sino como
norma
jurídica de la sociedad, con pretensión de ser perfecta y tener derecho
a
imponerse al mundo entero sin desdeñar la fuerza. En el polo
diametralmente
opuesto al amor al prójimo, incluso a los enemigos, encontramos ahí un
mandamiento de odio a los no creyentes y de combate contra ellos (la
yihad)
hasta someterlos a todos a la Ley islámica.
La
conclusión clara es que el Jesús del Corán no es el Jesús de
los
Evangelios, sino su negación. Sus rasgos proceden en parte de escritos
apócrifos y, sobre todo, de la secta de los nazarenos, judíos étnicos
que
habían formado una amalgama de judaísmo rabínico y cristianismo, sin
pertenecer
al uno ni al otro. Luego el Corán de los califas borró las huellas del
nazarenismo, travistiendo a Jesús de musulmán, alguien que cumple con
el azalá
y el azaque, cuyo mensaje se limita a la doctrina de un Dios despótico
y
amenazador, cuya mesianidad equivale a promover la yihad, y que está en
pie de
guerra contra los judíos, los cristianos y todos los no creyentes, a
los que se
propone exterminar, en lugar de salvarlos.
Si
reflexionamos en las implicaciones filosóficas y políticas, lo que se
deduce
del estudio comparativo es que los significados desplegados en el
retrato
coránico de Jesús, a través de lo discursivo y lo imaginario, imponen
el esquema lógico de una oposición
radicalmente insalvable en sí misma, que condiciona el modo de pensar:
oposición entre Dios y el hombre (del tipo amo y esclavo), entre el
profeta y
sus seguidores (aquel manda, estos obedecen), entre los creyentes
musulmanes y
los no musulmanes (unos destinados a dominar, otros sin ningún derecho).
En tal
concepción no se contempla la igualdad, ni el respeto al otro, sino
solo la
lucha por la dominación: Dios omnipotente castiga a quien él quiere. El
profeta
manda castigar y matar, y lo mismo su califa, siempre en nombre de
Dios. La
comunidad musulmana debe llevar a cabo la guerra (yihad) hasta derrotar
a todos
los no musulmanes, categorizados en esencia como enemigos de Dios y de
Mahoma.
El mismo
esquema jerárquico prevalece en las relaciones sociales del sistema
islámico
divinamente legislado: los maridos dominan sobre sus mujeres; los
dueños
compran y venden esclavos y tienen derecho a abusar de ellos, sobre
todo de las
esclavas; el poder político es despótico sobre los súbditos; los infieles
vencidos forman parte del botín y los varones pueden ser asesinados;
los dimmíes
sometidos tienen un estatuto inferior y son extorsionados para el
aprovisionamiento de la comunidad musulmana.
El
musulmán en cuanto creyente no tiene que pensar mucho, sino someterse a
la
fatalidad de un orden teonómico, y por ende teocrático, y entregarse a
la
fatalidad de la lucha final para hacerlo triunfar en el mundo entero.
La
elaboración de las narraciones cristianas, por el contrario, desarrolla
significados donde entra en juego el esquema
de una mediación lógica que salva la distancia infinita entre Dios
y Jesús,
estableciendo una comunicación abierta entre Dios y el hombre (relación
Padre-hijo), entre el Mesías y sus seguidores (el mismo Espíritu los
mueve a
ambos), entre los cristianos y los no cristianos (todos son hijos de
Dios y están
llamados a recibir su Espíritu).
En esta
última concepción, opera un mecanismo de pensamiento que permite mediar
o
superar las diferencias, que nunca son definitivamente antagónicas,
pues se
postula el respeto al otro: Dios quiere que todos se salven. El Mesías
vino a
servir y hasta dio la vida por la salvación de la humanidad. Los
cristianos
deben predicar el evangelio, pero persuasivamente y apelando a la
libertad.
El mismo
esquema de comunicación y pretensión de igualdad se traduce en las
relaciones
sociales preconizadas: la igualdad de derechos entre el hombre y la
mujer; la
abolición de la esclavitud; la autonomía del poder político, que debe
respetar
lo que hoy llamamos libertades civiles; todos, sean cristianos o no,
tienen los
mismos derechos como personas y ciudadanos; no hay discriminación
jurídica en
función de la religión.
En fin, en
última decantación, parece justificado expresar así la quintaesencia de
cada
uno de estos dos sistemas, con su lógica respectiva, donde comprobamos
cómo la
distinta concepción sobre Jesús repercute en el plano teológico:
El Jesús
del Corán refuerza una teología islámica basada en un modelo de
relación servil
con un Dios Amo, que conmina a someter la propia razón y obedecer a una
Ley de
Dios escrita de una vez para siempre como régimen definitivo de la
sociedad. Y,
por si fuera poco, impone el deber de emprender la guerra para extender
esa
teocracia, que opera a modo de utopía totalitaria.
El Jesús
neotestamentario propone los fundamentos de lo que luego será la
teología cristiana,
basada en un modelo de relación filial con un Dios Padre, que invita a
actuar
como hijos de Dios, en una comunidad de personas libres y responsables,
en
busca siempre de la inspiración del Espíritu para guiarse en medio de
las
vicisitudes de la vida y la historia.
Ojalá todo
esto pueda aclarar las ideas a quienes con buena voluntad dedican sus
esfuerzos
a un «diálogo islamo-cristiano» que resulta siempre falseado, porque se
empeñan
ingenuamente en un concordismo que no podrá ser más que una componenda,
una
quimera y una trampa: una ocultación de las creencias antagónicas de
unos y
otros.
4.7.
El tema de Mahoma
El personaje al
que se llamó Mahoma suele
ser considerado transmisor de las suras coránicas y fundador del
sistema
islámico. Se da por supuesto que él es el «enviado» y el «profeta» del
que
habla el Corán, aunque, en realidad, su nombre no está en el libro (si
es
cierto que las menciones que aparecen son añadidos tardíos). Su figura
resulta
capital para calibrar las diferencias con los Evangelios.
Según el Nuevo
testamento
No
hace falta demostrar que los escritos neotestamentarios,
del siglo I, no pueden decir absolutamente nada sobre Mahoma, personaje
del
siglo VII. No obstante, puesto que existe una
presunción musulmana de que, según el
Corán, Jesús habría predicho la futura llegada
del profeta Mahoma, deberemos examinar y refutar esa pretensión.
En efecto, la tradición musulmana
sostiene que el
advenimiento de
Mahoma había
sido anunciado por las escrituras, en la Torá judía (Jeremías 1,5) y en
el
Evangelio cristiano (Juan 16,7). Aunque el Corán acaba luego
descalificando las
escrituras judías y cristianas (Corán 112/5,48), vemos que, cuando le
conviene,
recurre a ellas en busca de apoyo. Así, la tradición islámica
interpreta como
prenuncio de la futura llegada de Mahoma un dicho que el Corán pone en
boca de
Jesús: «Yo soy el enviado de Dios a vosotros, para confirmar lo que
está antes
de mí en la Torá, y para anunciar un enviado que vendrá después de mí,
cuyo
nombre es Ahmad» (Corán 109/61,6). Y los comentaristas musulmanes
interpretan
que esta última frase remite al Evangelio según Juan.
Si
tomamos el versículo coránico tal como
ahora se lee, la crítica textual ha demostrado que la frase anunciadora
en
cuestión constituye una interpolación en el texto, y de hecho no
aparece en
cuatro manuscritos muy antiguos del Corán datados en el siglo VIII. Por
otra
parte, la argumentación de Juan Damasceno (m. 749) en sus controversias
contra
el profetismo de Mahoma no conoce dicha frase, de donde se infiere que
no
estaba en el Corán, pues, de haber existido, no es verosímil que no
hubiera
intentado rebatirla. Además, si analizamos lo que supuestamente dice,
tampoco
está claro a quien designa el término «Ahmad». La etimología de la
palabra
parece proceder del sobrenombre hebreo dado en la Biblia al profeta
Daniel, que
significa «predilecto» (Daniel 9,23 y 10,11). Véase
un
análisis del tema:
Si entendemos
debidamente los
versículos del Evangelio de Juan (16,7-15) donde Jesús anuncia a sus
discípulos
que enviará un «paráclito», la suposición de que se trate de una
referencia a
Mahoma no puede ser más arbitraria. Frente a esta ficción
islámica de que Jesús anunció a Mahoma, toda la exégesis científica es
unánime
en que la promesa de Jesús se refiere al Espíritu Santo, que en
efecto llegó
el día de Pentecostés.
«Yo
le rogaré al Padre y os dará otro
Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad»
(Juan
14,16-17; también 15,26-27 y 16,7-14).
«El
paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo
y os
recordará todo lo que os he dicho» (Juan 14,26).
«Cuando
llegue él, el
Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa» (Juan 16,13). Y
este
mismo Espíritu es el que reciben los discípulos, según el relato del
evangelista (Juan 20,22-23), y también el pasaje paralelo de los Hechos
de los
apóstoles (Hechos 2,1-4).
Por
lo demás, carece de toda lógica pensar que Jesús hiciera
ese tipo de predicción concreta sobre tal personaje futuro; es absurdo
que, en su misión a los judíos, anunciara
la venida de un profeta árabe para los árabes. Resulta
irrisorio asignarle la función de precursor o heraldo de Mahoma. La
realidad es
que, en todo el Nuevo testamento, ni existe ni cabe ningún anuncio de
un
profeta futuro, puesto que lo que se remarca es que no hay que esperar
ya a
ningún otro.
Desde
el punto de vista cristiano, puestos a rastrear posibles predicciones
sobre
Mahoma en los Evangelios, en clave de interpretación simbólica, se
podrían
seleccionar unos cuantos dichos, cuyo significado, a la vista de lo
ocurrido en
la historia posterior, parece justificado aplicárselos, al menos
metafóricamente. Por ejemplo, estas citas que ponen en guardia contra
los
falsos profetas:
«Entonces, si
alguien os dice que el Mesías está aquí o allí,
no le hagáis caso. Pues surgirán falsos mesías y falsos profetas, que
harán prodigios
y portentos, hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los
elegidos»
(Marcos 13,21-22).
«Surgirán
muchos falsos profetas y engañarán a muchos» (Mateo 24,11; también
Marcos 13,6
y Lucas 21,8).
«Cuidado con los
profetas falsos, esos que se os acercan con
piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces» (Mateo 7,15).
«Amigos míos, no
deis fe a cualquier inspiración; sometedlas
a prueba para ver si vienen de Dios, pues ya han salido en el mundo
muchos
falsos profetas» (1 Juan 4,1).
Según el Corán
Para creer lo que
el islam dice que Mahoma transmite como enviado de Dios es necesaria
previamente tener fe en Mahoma, pues esta constituye el presupuesto
para todo
lo demás. Sin asumir esta fe por anticipado, queda sin fundamento todo
el sistema
islámico: el Corán, los hadices del profeta, la ley de la saría,
la
yihad y la jurisprudencia.
En el Corán, el
nombre Mahoma (Muhammad), que da título a la sura 47,
aparece de forma expresa solo cuatro veces, todas en capítulos
posteriores a la
hégira. Pero, según el análisis histórico-crítico, en realidad, la
palabra no
es un nombre propio que designe al personaje supuesto, en ninguna de
las cuatro
ocasiones. Veamos las citas:
«Mahoma no
es más que un
enviado. Otros enviados han pasado antes que él» (Corán 89/3,144). Aquí
no es
un nombre propio, sino un calificativo que significa «hombre de
predilección»,
«bienamado» (una expresión del libro de Daniel 9,23).
«Mahoma no
ha sido el padre de
ninguno de vuestros hombres. Pero es el enviado de Dios y el sello de
los
profetas» (Corán 90/33,40). Se trata verosímilmente de una
transposición de algo
que se había dicho sobre Mani, el fundador del maniqueísmo.
«Los que creyeron,
hicieron las buenas
obras y creyeron en lo que descendió sobre Mahoma, y es la
verdad de su
Señor, él les borró sus pecados» (Corán 95/47,2). El término aquí es un
calificativo, igual que en Corán 89/3,144. Su significado sería:
«creyeron en
lo que reveló al predilecto», cuyo nombre se omite.
«Mahoma es
el enviado de Dios.
Los que están con él son duros con los descreídos, y misericordiosos
entre
ellos» (Corán 111/48,29). Como en casos anteriores, el significado es
un
calificativo. Algo así como «bienamado es el enviado de Dios».
El balance de la
crítica filológica concluye
que a Mahoma no se lo nombra ni una sola vez en el Corán. Las veces en
que
aparece ese nombre, lo más probable es que se trate de interpolaciones
tardías.
Con todo, si
concediéramos que las menciones
coránicas indicadas se refieren al personaje Mahoma, los datos sobre él
dicen
lo siguiente: es solo un «amonestador», 144 veces (de ellas 130 en La
Meca);
«enviado», más de 160 veces, todas en suras de Medina; «enviado de
Dios», 15
veces, de ellas 13 en suras de Medina; «profeta», 34 veces, todas en
suras de
Medina; «transmite» los mensajes de Dios, 14 veces (9 en La Meca, 5 en
Medina).
Por otro lado, la asociación de Dios y su «enviado» aparece más de 90
veces,
todas ellas posteriores a la hégira, en Medina. Y la orden de
obediencia a Dios
y su enviado, 26 veces, todas también en Medina.
El
hecho de
que, en el Corán, el término «profeta» se asigne 34 veces,
supuestamente a
Mahoma, y que todas las veces sea en capítulos posteriores a la hégira,
nunca
antes, connota claramente que su significado es el de «profeta armado»,
de
manera que posee un sentido político y militar, con un sesgo teocrático.
En
el Corán en
orden cronológico, se da una creciente asociación de «Dios» y su
«enviado», un
vínculo que se limita significativamente solo a los capítulos de
Medina, donde
aparece más de noventa veces (Corán 87/2,279; 89/3,101; etc.). Tanta
insistencia muestra cómo semejante asociación, desconocida en los
capítulos clasificados
como de La Meca, se vuelve un punto esencial y sistémico para el islam.
De
tal
manera aparece el enviado asociado a Dios y tan completamente
identificado con
él que llega a resultar difícil distinguirlos. Se repite una y otra vez
que
obedecer a Dios consiste, tal cual, en obedecer a su profeta,
presumiblemente
Mahoma. Repito que las afirmaciones de que no solo hay que obedecer a
Dios,
sino también a su enviado, son, sin excepción, de la época posterior a
la
hégira.
«Cuando
Dios
y su enviado han decidido sobre un asunto, ni el creyente ni la
creyente tienen
opción en ese asunto. Quien desobedece a Dios y a su enviado está
extraviado
con un extravío manifiesto» (Corán 90/33,36).
«Obedeced a Dios y
a su enviado»
(Corán 88/8,1; 88/8,20; 88/8,46; 89/3,32; 89/3,132; 90/33,33).
«Temed a Dios y
obedecedme a mí»
(Corán 89/3,50).
«Obedeced a Dios,
obedeced al enviado
y a aquellos entre vosotros que tienen el poder» (Corán 92/4,59).
«Quien
obedece al enviado, obedece a Dios» (Corán 92/4,80).
«Obedeced a Dios y
obedeced al
enviado» (Corán 95/47,33; 102/24,54; 108/64,12; 112/5,92).
«Haced el azalá,
pagad el azaque y
obedeced al enviado» (Corán 102/24,56).
«Haced el azalá,
pagad el azaque y
obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 105/58,13).
Según
estas
aleyas, la obediencia a Dios, lejano, se cumple en la obediencia al
enviado. Como
si este equivaliera a aquel, o como si, en cierto modo, el enviado
hubiera sustituido
a Dios. Y es que no solo ocupa el lugar de Moisés, y el de Jesús, sino
que, en
la práctica, Mahoma ha sido elevado a la esfera divina, puesto que Dios
y su
enviado, a la par, proclaman su palabra (Corán 113/9,3), prohíben
(Corán 113/9,29),
dan su favor (Corán 113/9,59), juzgan las obras (Corán 113/9,94) y
castigan.
Resultado de la
comparación
Históricamente,
Mahoma es un personaje oscuro del que se sabe
muy poco con seguridad. Lo que cuentan de él la biografía de Ibn Hisham
y las
colecciones de hechos y dichos (hadices) carece de fiabilidad
histórica, según
los especialistas. Así que resulta muy problemático juzgarlo por los
méritos
que la tradición musulmana le atribuye, aunque a veces no quede otro
remedio.
Acerca del
presunto anuncio de la venida de Mahoma, ya
analizado, la conclusión es que no existe en la Biblia nada en absoluto
en ese
sentido. Es evidente que lo que Jesús anunció y prometió a sus
discípulos fue
la venida del Espíritu Santo sobre ellos. El Espíritu que actúa como
una
inspiración interior, lejos de dictar una ley heterónoma.
Respecto
a
lo que cabe decir, dado el carácter inverificable del hecho de la
revelación y
de su veracidad, al final solo queda a nuestro alcance intentar
objetivar algunos
aspectos significativos de los documentos relativos a Jesús y a Mahoma,
vistos como
personajes históricos y fundadores religiosos.
Llama
poderosamente la atención que el propio Corán ponga
de manifiesto que Jesús es superior a Mahoma. En efecto, el
Jesús descrito en el Corán posee características y atributos, algunos
exclusivos, de los que Mahoma se halla absolutamente desprovisto en el
mismo
texto. Más aún, al parecer, la predicación inicial de Mahoma, de signo
escatológico, lo que anunciaba era la venida inminente de Jesús como
Mesías.
La exaltación
póstuma de Mahoma, su mitificación y las sutilezas para situarlo a la
altura o
por encima de Moisés y de Jesús, purgando y reescribiendo el texto, no
borraron
del todo el carácter tan excepcional que el Corán original concedía a
Jesús.
Veamos la comparación de varios rasgos significativos de Jesús,
descritos en el
Corán, frente a los rasgos que se suponen referidos a Mahoma en el
mismo libro:
–
Jesús fue concebido como un «niño puro», sin pecado (Corán 44/19,19).
Mahoma
debía pedir perdón por sus pecados (Corán 60/40,55; 95/47,19; 111/48,2).
–
Jesús nació de una virgen escogida por Dios (Corán 89/3,45; 107/66,12).
El
Corán no dice nada en absoluto sobre el nacimiento de Mahoma.
–
Jesús fue anunciado desde su nacimiento como palabra de parte de Dios
(Corán
89/3,45). Mahoma fue enviado solo como anunciador y advertidor (Corán
39/7,188;
61/41,4; 90/33,45).
–
Jesús fue fortalecido de modo único con el Espíritu santo (Corán
87/2,87; 87/2,253; 112/5,110). De Mahoma no hay equivalente: de él
solo se
dice que el espíritu (el ángel) le bajó el libro (Corán 47/26,193;
70/16,102).
–
Jesús descendía de la familia de Amrán, escogida por Dios (Corán
89/3,33).
Mahoma no procedía de ninguna progenie profética.
–
Jesús es designado como el Mesías (Corán 89/3,45; 92/4,171-172). Mahoma
es
llamado sello de los profetas (Corán 90/33,40).
–
Jesús hizo milagros (Corán 89/3,49-51; 112/5,110). Mahoma no realizó
ningún
milagro (Corán 50/17,90-93).
–Jesús
no murió, sino que fue elevado hacia sí por Dios (Corán 89/3,55;
92/4,158).
Mahoma murió y fue enterrado en Medina.
–
Jesús retornará y tendrá un papel en el juicio del último día (Corán
92/4,159). No se alude a ningún papel de
Mahoma
en el juicio final.
Según
algunos exegetas modernos, los escribas califales se emplearon a fondo
para
borrar del Corán todo indicio de la singularidad cristológica propia de
Jesús, aunque
todavía se pueden hallar numerosos vestigios. Aparte de llamar a Jesús
enviado
y profeta, el Corán le otorga títulos como «el Mesías», «la Palabra de
Dios» y
«el Espíritu de él» (Corán 92/4,171), calificativos que no se aplican
allí a
Mahoma, ni a ningún otro.
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