El Corán y los Evangelios. Estudio comparativo
5. Comparación de temas con sentido ritual

PEDRO GÓMEZ





5.1. El tema del rezo

5.2. El tema del tributo

5.3. El tema de la peregrinación

5.4. El tema de la circuncisión

5.5. El tema de lo puro y lo impuro

5.6. El tema del velo femenino

5.7. El tema de los sacrificios cruentos



Pasamos ahora a otro dominio de la comparación, referente a la forma expresiva del rito. Este abarca las numerosas actuaciones de índole simbólica, gestos junto con palabras que rememoran y dramatizan los relatos históricos o mitológicos. Cumplen en el culto la función de representar de manera figurada la visión del mundo compartida y hacen participar emocionalmente a la comunidad de creyentes.

 

Entre los temas de tipo ritual están incluidos los llamados tópicamente «pilares del islam», que son condiciones de ingreso y pertenencia: la profesión de fe; el rezo o azalá con prosternación; la limosna o azaque, que es un tributo obligatorio; el ayuno en el mes de ramadán; y la peregrinación a la caaba de La Meca. Estos «pilares» ya existían antes del islamismo, que los adaptó. Pero hay otras muchas obligaciones rituales (orientación de la alquibla, calendario de días festivos, ayuno, sacrificio del cordero, normas de pureza e impureza, alimentos, indumentarias, juramentos, etc.).

 

En este capítulo, seleccionamos para el análisis algunos de los principales componentes de significación ritual: el tema del rezo; el tema del tributo; el tema de la peregrinación; el tema de la circuncisión; el tema de lo puro y lo impuro; el tema del velo femenino; y el tema de los sacrificios cruentos.

 

Como puerta de entrada a la religión islámica, está el rito de la profesión de fe que se le exige a todo musulmán para formar parte de la comunidad religioso-política: «No hay más dios que Dios, y Mahoma es el enviado de Dios». Esta fórmula como tal no se encuentra en el Corán, donde solamente se menciona el primer miembro (Corán 38/38,65; 56/37,35; 89/3,62). El segundo miembro, que expresa la fe en Mahoma como enviado, asociándolo con Dios, se añadió probablemente a finales del siglo VII. Esta profesión de fe se entiende también como una declaración monoteísta anticristiana, antitrinitaria.

 

Los rituales islámicos funcionan como una liturgia consistente en su testimonio público, sin que propiamente requiera convicción interior. Lo que obliga al creyente no es tanto expresar una fe personal, sino, ante todo, cumplir sumisa y públicamente lo que está mandado. La dinámica de los rituales va enfocada a acrecentar el temor a Dios, con el fin de reforzar la obediencia a él y a Mahoma, en la creencia de que «quien obedece al enviado ha obedecido a Dios» (Corán 92/4,80). En este sentido, el mahometismo manifiesta una fuerte tendencia totalista, en la medida en que ritualiza el control de la vida entera, tanto pública como privada. Al mismo tiempo, instaura barreras normativas de toda índole, destinadas a separar radicalmente la colectividad musulmana de los no musulmanes.

 

En tal contexto, en la sociedad muslímica no hay margen para la libertad de culto, ni para la manifestación pública de ninguna otra creencia religiosa o ideológica. Quien abandona la religión islámica se arriesga a penas de cárcel e incluso a una sentencia de muerte. Por la misma razón, las propuestas de reforma aperturista del islam desde dentro siempre han costado la vida a los reformadores.

 

El espíritu de las prácticas rituales islámicas, marcado por el Corán, difiere en gran medida del espíritu de los ritos o sacramentos cristianos, por más que en algunos casos tengan orígenes comunes. Lo comprobaremos a continuación, al efectuar análisis de varios temas significativos coránicos y compararlos con pasajes del Nuevo testamento referidos a un tipo de ritual análogo.

 

 

5.1. El tema del rezo

 

Los comportamientos en la plegaria representan el modo de entender la relación con Dios, interpretada conforme al sesgo dogmático de cada sistema religioso. De ahí que observemos en el rezo actitudes muy distintivas, en las que contrasta la doctrina del cristianismo y la del islamismo.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

Para ver más de cerca las diferencias entre los Evangelios y el Corán, en este tema hacemos la comparación en cada uno de varios aspectos seleccionados, como son: la actitud del que reza, el estado de pureza requerido para la plegaria, la postura de prosternación, el uso de las palabras en el rezo, la relación de la oración con los enemigos y con la justificación de la violencia.

 

 

A. La actitud del que ora

 

En el Evangelio según Mateo, Jesús anima a la oración en privado y exhorta tener confianza en Dios Padre al orar. Para los musulmanes, el rezo es público y obligatorio, y en él se recomienda sobre todo el temor al Señor, que está vinculado a obedecer a Mahoma.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y rézale a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,5-6).

 

Dice el Corán:

«Elevad el rezo y temedlo» (Corán 55/6,72).

«Sabed que no hay más Dios que yo. Temedme, pues» (Corán 70/16,2)

«Temedlo y elevad el rezo» (Corán 84/30,31).

«Elevad el rezo, pagad el tributo y obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 90/33,33; 105/58,13).

«Elevad el rezo, pagad el tributo y obedeced al enviado» (Corán 102/24,56).

«Cuando se llame al rezo el viernes, apresuraos a acordaros de Dios» (Corán 110/62,9).

 

Como ya hemos indicado, el rezo de los musulmanes tiene carácter obligatorio y público, es un acto social. Deben hacerlo cinco veces al día, y los viernes en la mezquita. Y lleva consigo compromisos políticos. Por parte cristiana, en el Evangelio de Mateo, Jesús critica la ostentación pública en el rezo, e insiste más bien en un tipo de oración personal y en privado; aunque los cristianos también practican la oración en comunidad. En un caso se destaca el temor del siervo ante el Señor omnipotente, en el otro se acentúa la confianza en Dios como Padre.

 

 

B. El estado de impureza y la purificación

 

Para hacer la oración, los Evangelios no requieren abluciones, ni estado de pureza, sino que uno se reconcilie antes con su hermano. El islam exige requisitos de pureza ritual y legal, en particular hacer las abluciones antes del rezo para purificar el cuerpo y el estado legal irregular del creyente.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a llevar tu ofrenda» (Mateo 5,24).

 

Dice el Corán:

«Cuando os levantéis para el rezo, lavaos la cara y las manos hasta los codos. Pasad las manos por la cabeza y [lavaos] los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, entonces purificaos. Si estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros viene del lugar excusado, o si habéis tocado a las mujeres, y no encontráis agua, buscad tierra buena y frotaos la cara y las manos» (Corán 112/5,6).

 

En la normativa coránica, hay acciones por las que uno incurre en estado de impureza legal y, por eso, necesita purificación, con las abluciones prescritas, antes del rezo. El cristianismo es ajeno a esas nociones de pureza/impureza y no impone ningún requisito de ese tipo para orar. La única condición es de orden moral: estar reconciliado con el prójimo.

 

 

C. La postura de prosternación

 

A los cristianos no se les prescribe ninguna postura especial en la oración. Los musulmanes deben realizar durante el rezo una serie de gestos, reverencias y posturas, entre las que destaca la prosternación, dando con la frente en el suelo.

 

En el Nuevo testamento:

No encontramos en los Evangelios ningún mandato específico que prescriba unas posturas rituales durante la oración.

En el Corán:

«¡Vosotros que habéis creído! Arrodillaos, prosternaos, adorad a vuestro Señor y haced el bien» (Corán 103/22,77).

 

El capítulo 32 del Corán se titula precisamente «La prosternación». Y de prosternación se habla más de sesenta veces en el libro, en varios sentidos, pero, en los momentos del rezo, se trata de una postura taxativamente obligatoria. El simbolismo de prosternarse evoca el sometimiento del esclavo al amo, el modo de saludo servil a los sátrapas orientales. Ante Dios, escenifica la actitud de temor y sumisión total para hacer lo que está mandado, pues solo así se establece el bien.

 

 

D. El uso de la palabra

 

En el Evangelio según Mateo, Jesús recomienda evitar la palabrería al orar, porque Dios ya conoce las necesidades que tenemos. El Corán multiplica los nombres con los que designa a Dios y lo que le preocupa parece ser el tono de voz adecuado al rezar.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Cuando recéis, no seáis charlatanes como los paganos, que se figuran que por su palabrería serán escuchados. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis» (Mateo 6,7-8).

 

Dice el Corán:

«Invocad a Dios, o invocad al compasivo. Comoquiera que invoquéis, él posee los mejores nombres. En el rezo no grites ni susurres, sino busca un término medio» (Corán 50/17,110).

 

La oración vocal se expresa, claro está, con palabras, que se recitan, leen, salmodian o cantan. En el islamismo, la fórmula más utilizada y prescrita en el rezo es la sura número uno; pero se fomentan otras formas de invocación como los noventa y nueve nombres divinos. El Corán pondera sobre todo que se tenga cuidado con el tono de voz al rezar. Los Evangelios, por su lado, advierte de que no se caiga en la palabrería, da importancia a la relación filial con Dios y propone como modelo de oración el padrenuestro.

 

 

E. La oración y los enemigos

 

En los Evangelios, Jesús considera a todos como hijos de Dios, como prójimo, y, en el sermón de la montaña, manda orar por los enemigos. El rezo diario de los musulmanes repite, con la primera sura, la incriminación contra los enemigos, que son los judíos y los cristianos.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Vosotros rezad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino» (Mateo 6,9-10).

«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian» (Lucas 6,27-28).

 

Dice el Corán:

«Dirígenos por el camino recto, el camino de quienes tú has agraciado, no el de quienes incurren en tu cólera, ni el de los extraviados» (Corán 5/1,6-7).

 

Este último versículo, que forma parte de la principal plegaria musulmana, acusa de ir por el mal camino a los judíos y a los cristianos. Pues, según la exégesis islámica, los que «incurren en la cólera de Dios» son los judíos, y los que andan «descarriados» son los cristianos. Así, la repetición constante de estas ideas (diecisiete veces al día) opera como una especie de pedagogía del odio. Esto lo confirman los alrededor de doscientos versículos contra los judíos y alrededor de cien contra los cristianos que contiene el Corán. Y es sabido que, cuando el Corán señala a los que no van por el «camino recto», está legitimando el «combate en el camino de Dios», es decir, la yihad contra ellos. En fuerte contraste, los Evangelios, como muestran las bienaventuranzas, exhortan a amar a los enemigos, porque Dios es Padre de todos, que hace llover sobre justos e injustos, y ofrece a todos su salvación.

 

 

F. La oración y la justificación de la guerra

 

Los Evangelios y las epístolas neotestamentarias sustentan el planteamiento de que debemos vencer al mal con el bien. El Corán proclama que los que se prosternan y adoran son los mismos que se entregan a la violencia con fines sagrados, haciendo aparecer al islam como una religión para la guerra, que se expande por la espada.

 

Dice el Nuevo testamento:

«Pues yo os digo que no opongáis resistencia al malvado» (Mateo 5,39).

«No devolváis a nadie mal por mal, proponeos haced el bien ante todos los hombres» (Romanos 12,17).

«No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Romanos 12,21).

 

Dice el Corán:

«Dios ha intercambiado las vidas y las fortunas de los creyentes [por la promesa de] que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Una verdadera promesa suya (…) Estos son los que se arrepienten, adoran, alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito y prohíben lo ilícito, y observan las normas de Dios» (Corán 113/9,111-112).

 

En el Corán, descubrimos una íntima conexión entre el rezo y la guerra. Aparece claramente plasmada en el capítulo 9, el penúltimo en orden cronológico, lo que quiere decir que cualquier disposición anterior que diga otra cosa está abrogada. Allí se afirma que Dios ha hecho un contrato con los que luchan en la yihad armada: sus vidas a cambio del paraíso. Por eso, están decididos a matar y morir. Y precisamente estos que combaten en la yihad encarnan la realización del musulmán perfecto: son los que de verdad adoran, ayunan, se prosternan, imponen el bien y persiguen el mal, como Dios y Mahoma mandan. Por eso, en el islam, se llama «mártir» al que muere matando. El ejercicio de la violencia armada y el terror constituyen una acción tan meritoria y excelente que equivale al cumplimiento perfecto de todos los deberes sagrados de la religión islámica. Aquellos que combaten, están adorando; de modo que no hay mejor oración que la guerra contra los no musulmanes, categorizados como enemigos de Dios.

 

 

Según el Corán

 

Aunque acabamos de exponer diferentes aspectos de las recomendaciones coránicas con referencia al rezo, podemos perfilar un poco más sus preceptos. El Corán manda elevar el rezo dos veces al día solamente (Corán 52/11,114). Pero la tradición estableció luego rezar el azalá cinco veces al día. La forma islámica de rezar sigue unas reglas estrictas: abluciones para purificarse, gestos corporales, prosternaciones, plegarias predeterminadas (que incluyen siempre la primera sura coránica), etc. El cumplimiento de la adoración a Dios es de naturaleza pública, como hemos dicho, y su significación es acorde con el conjunto del sistema religioso y político.

 

El texto coránico confiere la máxima importancia a hacer el azalá, el rezo público, pues lo ordena insistentemente, hasta en 75 ocasiones.

 

«Yo soy Dios. No hay más dios que yo. Adórame, pues, y eleva el rezo para que te acuerdes de mí» (Corán 45/20,14).

 

El cambio de la orientación adonde se mira durante el rezo no aparece en los manuscritos más antiguos del Corán. Por tanto, los versículos 87/2,143-145 y 111/48,24 tuvieron que ser añadidos en la época abasí. Con seguridad, al principio, al hacer el rezo, Mahoma y el preislam nazareno dirigían la mirada hacia Jerusalén. De hecho, el mihrab de las mezquitas construidas durante el primer siglo, en época del islam embrionario, no apuntaba hacia La Meca, sino hacia Petra. Y solamente más tarde, a mitad del siglo VIII, con los califas abasíes, se generalizó la alquibla orientada a La Meca.

 

La forma de hacer el rezo está estrictamente reglamentada, tanto las purificaciones previas como los gestos y posturas que deben adoptarse, en particular la prosternación:

 

«¡Vosotros que habéis creído! Cuando os levantéis para el rezo, lavaos la cara y las manos hasta los codos. Pasad las manos por la cabeza y [lavaos] los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, entonces purificaos» (Corán 112/5,6).

 

«¡Vosotros que habéis creído! Arrodillaos, prosternaos, adorad a vuestro Señor y haced el bien. Quizá tendréis éxito» (Corán 103/22,77).

 

Con la prosternación, la liturgia del rezo hace suyo y reitera simbólicamente un gesto tomado del sometimiento servil ante el poder político. En contraste, los cristianos de la época del islam naciente oraban de pie.

 

Como ya quedó dicho, durante la ceremonia del rezo se repite la primera sura del Corán, cuyo versículo 7 incluye acusaciones incriminatorias contra los judíos y los cristianos, a quienes culpa por haberse alejado del camino recto.

 

Por último, cabe señalar que la adoración de Dios en el culto islámico cuenta, en ciertas circunstancias, con sacrificios cruentos de animales. Por ejemplo, el sacrificio del cordero en la fiesta conmemorativa de Abrahán. Pero hay otras formas y ocasiones, como más adelante se verá.

 

 

Resultado de la comparación

 

Hemos ido presentado resumidamente una serie de contrastes entre los Evangelios y el Corán, con respecto a la oración, subrayando su distinto significado. No es necesario repetirlo ahora. En síntesis, todo el armazón de deberes rituales islámicos promueve en sus adeptos una visión del mundo, una trama de emociones y unas pautas de comportamiento práctico que justifican la difusión de la fe por medio de la espada, y que, en cuanto sistema, resultan incompatibles con los fundamentos del cristianismo y de la civilización occidental. Porque, en este y otros aspectos, las doctrinas del Corán entran esencialmente en colisión con las de los Evangelios. Basta que examinemos, como hemos hecho más arriba, las enseñanzas cristianas: la imagen paternal de Dios, la relación personal con él, la filiación divina de Jesús, el valor salvífico de su muerte y resurrección. Las consecuencias implicadas en la aceptación de la fe cristiana significan lisa y llanamente la repulsa total de la dogmática islámica.

 

El planteamiento de fondo del cristianismo tiende a contener y deslegitimar la violencia, al concentrar simbólicamente toda la violencia en Cristo crucificado, y al afirmar que su sacrificio basta para la salvación de la humanidad: ya no tienen justificación más muertes. Hay que buscar otros caminos para la reconciliación de todos los hombres.

 

 

5.2. El tema del tributo

 

La práctica religiosa de los miembros de una comunidad suele incluir alguna clase de aportación económica, que puede ser en forma de limosna o ayuda dada libremente por cada cual, según su devoción y generosidad, o bien consistir en una contribución requerida y estipulada de manera obligatoria por la autoridad.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

Los Evangelios no establecen norma general en el asunto de las aportaciones económicas. El libro de los Hechos narra que, en la primera comunidad de Jerusalén, ponían bienes en común voluntariamente, pero tal práctica no llegó a consolidarse y se abandonó pronto. Lo que Jesús enseñó es que se busque la justicia y que, cuando se dé limosna, se haga sin ostentación y sin buscar recompensa:

 

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. (...) Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mateo 6,1-4).

 

 

Según el Corán

 

El Corán alude al tributo, o azaque, en 30 ocasiones. Constituye una exigencia fundamental para los seguidores del profeta, como muestra de adhesión. Los mejores musulmanes son aquellos que invierten su propia fortuna en el «camino de Dios», que es la yihad (cfr. Corán 87/2,261-262; 113/9,88).

 

«Los que han creído, han hecho buenas obras, han elevado el rezo y han dado el tributo tendrán su recompensa junto a su Señor» (Corán 87/2,277).

 

«Los tributos son para los pobres, los indigentes, los que trabajan con ellos, aquellos cuya voluntad hay que captar, los cautivos, los sobrecargados de deudas, el camino de Dios [la yihad] y el viajero. Es una imposición de parte de Dios» (Corán 113/9,60).

 

«Pero el enviado, y los que han creído con él, luchan con sus fortunas y sus personas. Ellos tendrán los beneficios. Ellos son los que tendrán éxito» (Corán 113/9,88).

 

Para todo musulmán es obligatorio pagar el azaque, un impuesto con doble significado, ritual a la vez que político y económico. Más que una limosna, se trata de un tributo reglamentado en función de la renta para la financiación del Estado. De él está mandado que se dedique un porcentaje prefijado para la yihad, es decir, para la guerra contra los infieles.

 

En cuanto a los judíos y los cristianos que viven bajo el poder islámico, los llamados dimmíes, cargan con un tributo especial de capitación, la yizia. Y tienen que entregarlo públicamente de manera humillante. Así lo ordena en uno de los «versículos de la espada»:

 

«Combatid contra aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el último día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la religión de la verdad, hasta que paguen el tributo en mano, y en estado de humillación» (Corán 113/9,29).

 

 

Resultado de la comparación

 

La exhortación a buscar la justicia, en el cristianismo, no impone mecanismos concretos de recaudación sacralizados, como en el islam. El Corán establece el impuesto del azaque a todos los musulmanes. Y además, discrimina socialmente en función de las diferencias religiosas, con los tributos específicos del régimen de dimmitud al que son sometidos judíos, cristianos y zoroástricos, en el cual los otros creyentes monoteístas son objeto de opresión, explotación económica y humillación pública. Esta versión de la justicia islámica es susceptible, sin duda, de cuestionamiento. Otro aspecto del tributo que revela la naturaleza violenta del Corán, lo encontramos en sus afirmaciones de que el mayor mérito ante Dios lo alcanzan, eminentemente, aquellos que financian con sus propias fortunas la guerra contra los no musulmanes.

 

 

5.3. El tema de la peregrinación

 

En todas las religiones existen lugares santos, santuarios y templos, pero esto no implica que se conciban del mismo modo. El Corán resalta la sacralidad del espacio de culto, en especial la dirección adonde hay que mirar durante el rezo, la alquibla, y además instituye el precepto de ir en peregrinación a un santuario privilegiado por su mayor santidad. En el Evangelio de Juan, Jesús argumenta a favor de la adoración en espíritu y en verdad, sin que importe más un templo que otro. Si algunos cristianos viajan como peregrinos, no es por ningún mandato, sino solo como una devoción privada.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

Tanto el Evangelio de Juan como las cartas de Pablo desmitifican los lugares sagrados. Trasladan la presencia de Dios a la interioridad humana y cifran el culto verdadero en actitudes de orden espiritual.

 

«La mujer le dice: ‘Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres daban culto en este monte; vosotros, en cambio, decís que es en Jerusalén donde hay que dar culto’.

Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. (…) Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto verdadero darán culto al Padre en espíritu y en verdad’» (Juan 4,19-23).

 

«¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside en vosotros?» (1 Corintios 6,19).

 

 

Según el Corán

 

Por una parte, el Corán afirma que Dios está en todas partes, pero en seguida señala que hay lugares de culto superiores, como el «santuario prohibido», hacia donde hay que mirar en el rezo, o adonde hay que ir en peregrinación.

 

«De Dios es el oriente y el occidente. Dondequiera que os volváis, allí está el rostro de Dios» (Corán 87/2,115).

 

«Vuelve tu cara hacia el lado del santuario prohibido [pretendidamente el de La Meca]. Dondequiera que estéis, volved vuestras caras a ese lado» (Corán 87/2,144).

 

«No acudas nunca allí. Un santuario fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es más digno de que tú reces en él» (Corán 113/9,108).

 

La peregrinación da título a la sura 22 (el capítulo 103 en orden cronológico). La palabra «peregrinación» se menciona once veces en el Corán, siempre después de la hégira, ocho de ellas en el capítulo 78. En su forma actual, la peregrinación islámica es un rito que consiste en participar en unas ceremonias en torno a la gran mezquita de La Meca. Cada individuo musulmán, si no tiene impedimento, debe hacer esta peregrinación al menos una vez en la vida.

 

Las acciones rituales incluyen la llamada peregrinación mayor, que es la circunvalación alrededor del edificio cúbico de la caaba, en cuyo interior se venera una piedra negra. Este tipo de piedras, o betilos, procedían de meteoritos o de rocas volcánicas, representaban a alguna deidad y eran objeto de culto. El Corán no menciona la piedra negra en ningún momento. Más bien condena las piedras erectas, o cipos, que eran objeto de veneración como ídolos (Corán 112/5,3 y 90). Sin embargo, en el culto musulmán pervive la piedra negra de la caaba.

 

Luego, la peregrinación menor consiste en recorrer siete veces el camino entre el montículo Safa y el Marwa, separados unos cuatrocientos metros. Estos ritos se justifican evocando unas leyendas sobre Abrahán, su esclava Agar y su hijo Ismael (Corán 87/2,125), pero coinciden con rituales preislámicos. Además, se realizan ritos complementarios, como la lapidación del diablo, simbolizado por tres pilares erigidos en el valle de Mina, en el camino al monte Arafat. Finalmente, se suele ofrecer un sacrificio cruento, degollando ritualmente una cabeza de ganado, en conmemoración del sacrificio de Abrahán.

 

En cualquier caso, la peregrinación no es un acto de devoción particular, sino que constituye un precepto de obligado cumplimiento recogido en el Corán:

 

«El Safa y el Marwa están entre los rituales de Dios. Quienquiera que hace una peregrinación a la Casa, o una visita, no hay inconveniente en que dé vueltas entre los dos» (Corán 87/2,158).

 

«Cumplid la peregrinación y la visita por Dios. Si estáis impedidos, ofreced una víctima que os sea asequible» (Corán 87/2,196).

 

«Hay signos claros, la morada de Abrahán. Quienquiera que entre ahí estará seguro. Es un deber hacia Dios para los humanos hacer la peregrinación a la Casa, para todo el que pueda viajar» (Corán 89/3,97).

 

El Corán, sin embargo, no menciona cuál es el lugar adonde se va en peregrinación. No dice que sea La Meca, que nunca se nombra en el texto, pues las dos citas que se aducen (Corán 89/3,96 y 111/48,24) no son concluyentes. Es probable que, al principio, el lugar de peregrinación fuera el templo de Jerusalén. El destino de La Meca se habría establecido en época abasí, en la segunda mitad del siglo VIII.

 

En la peregrinación, hay un significado latente, que remite a la escatología del mesianismo judío, según la cual gentes de todas las naciones subirían a Jerusalén para adorar al único Dios en el templo donde habita. Pero este origen se ha oscurecido.

 

En cuanto a la vivencia religiosa, se induce que quienes participan en los ritos de la peregrinación quedan consagrados para entregarse de lleno al proyecto del islam, en particular la yihad, y tienen esta misión cuando regresen a sus países de origen.

 

 

Resultado de la comparación

 

Aunque hay un versículo del Corán que afirma que Dios está en todas partes, este versículo está abrogado por otro del mismo capítulo, que manda volver la cara hacia el «santuario prohibido» (Corán 87/2,144), pues el Corán considera más sagrados a unos santuarios o mezquitas que a otros. Los musulmanes interpretan que el santuario prohibido se refiere a la caaba de La Meca.

 

Por otro lado, es cierto que los Evangelios narran que Jesús acudía al templo de Jerusalén para las celebraciones, y allí enseñaba y curaba. También hizo un gesto polémico con la expulsión de los mercaderes del templo, para purificarlo (Marcos 11,15-17). Pero quizá lo más relevante es que Jesús relativizó la significación del templo, e incluso profetizó su destrucción. Más aún, en la conversación con la samaritana, sostuvo la tesis de que el culto no tiene un lugar preferente, ni en el monte Garizín de Samaría, ni en el monte Sión de Jerusalén. Porque los verdaderos adoradores adoran a Dios en espíritu y verdad. Estas palabras restan importancia a las mediaciones rituales, pues, como señala el apóstol Pablo, el Espíritu divino habita en cada persona. Los lugares de peregrinación son completamente secundarios.

 

 

5.4. El tema de la circuncisión

 

Las acciones simbólicas implican ciertos gestos o actuaciones corporales, ya sea en el rezo, el tributo, la peregrinación, las normas alimentarias, las prescripciones indumentarias u otros ritos. Pero algunas de tales acciones se inscriben directamente en el cuerpo de forma permanente, como ocurre con la circuncisión, señal indeleble de sumisión a Dios y al sistema islámico.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

La primera generación de cristianos había abolido la circuncisión, con el fin de hacer accesible a todos los pueblos la salvación de Dios.

 

El apóstol Pablo, en la epístola a los gálatas, desarrolla la idea de que, en Abrahán, a quien la fe le valió la justificación, Dios prometió la bendición para todas las naciones: «Sabed de una vez que hijos de Abrahán son únicamente quienes viven de la fe» (Gálatas 3,7). Porque, gracias a Jesús el Mesías, la bendición de Abrahán llega hasta los paganos, que también reciben el Espíritu prometido (Gálatas 3,14). Estos son los verdaderos hijos de Abrahán, libres de la circuncisión y libres de la Ley, que por la recepción del Espíritu han llegado a ser hijos de Dios (Gálatas 4,6; Romanos 8,9 y 14).

 

Pablo hace una interpretación alegórica de la descendencia de Abrahán, en la que alude precisamente al hijo de la esclava (Ismael, hijo de Agar) como figura representativa de la antigua alianza, de los judíos que se negaban a aceptar la libertad del evangelio (Gálatas 4,22-25).

 

En el sentido cristiano, Pablo argumenta que la verdadera circuncisión es la «circuncisión del corazón» (Romanos 2, 25-29), que da a todos los creyentes la posibilidad de ser hijos de Abrahán y herederos de la promesa. En la primitiva Iglesia cristiana, la circuncisión fue sustituida por el bautismo como rito de incorporación.

 

 

Según el Corán

 

La circuncisión, tanto masculina como femenina, constituyen una incisión corporal que marca y separa al pueblo elegido, sea el hebreo, sea el árabe. Aunque el Corán no lo manda expresamente, no obstante propone a Abrahán como «buen modelo»:

 

«Tenéis un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él…» (Corán 91/60,4; repetido en 91/60,6).

 

Por eso, la tradición mu­sulmana arguye que Abrahán se circuncidó por mandato divino y que, por tanto, debe ser imitado en eso (Corán 70/16,123; 87/2,124 y 128). Por otra parte, los hadices refieren que Mahoma era circunciso y que mandó circuncidarse obligatoriamente a los hombres, y también a las mujeres, aunque para estas como un acto meritorio y no obligatorio; así que se trata de una exigencia del profeta.

 

La realidad es que el mundo islámico da una importancia capital a la circuncisión, tanto masculina como femenina. Los ulemas defienden unánimemente que constituye un mandato divino. Pero esta intervención sobre el cuerpo también manifiesta un trato desigual según el sexo.

 

La circuncisión de los niños varones está implantada en todas las sociedades musulmanas, como un rito que se practica públicamente y es objeto de celebración familiar.

 

La circuncisión de las muchachas musulmanas, por el contrario, tiende a realizarse en secreto y varía según los países. Siempre resulta traumática y está más extendida de lo que se admite. Anualmente, se circuncida a más de trece millones de niños musulmanes, pero también alrededor de dos millones de niñas sufren algún tipo de mutilación genital o ablación, en muchos casos con consecuencias lamentables. Existen investigaciones muy bien documentadas, como un libro de Sami Aldeeb.

 

La marca de la circuncisión está vinculada necesariamente a la profesión de fe islámica, mediante la cual se ratifica la pertenencia al pueblo elegido, una fe que algunos pasajes coránicos tardíos postulan como «religión de Abrahán», heredada a través de Ismael por los árabes. Recuérdese lo que se expuso en el apartado sobre Abrahán.

 

 

Resultado de la comparación

 

El apóstol Pablo nunca es mencionado por su nombre en el Corán. Sin embargo, hay una polémica soterrada con la argumentación paulina en múltiples aspectos. Uno fundamental tiene que ver precisamente con Abrahán y la circuncisión. Pablo defiende que la filiación según la carne ha sido abolida y sustituida por la fe, en virtud de la cual la promesa de salvación está abierta a también los incircuncisos. Para incorporarse a la comunidad, en lugar de una mutilación genital, de carácter sangriento, como era la circuncisión propia del judaísmo, los primeros cristianos establecieron el ritual del bautismo.

 

El Corán, en cambio, siglos después, consagró una regresión a la ideología de la descendencia carnal, por medio de Ismael, con la pretensión de formar un nuevo pueblo elegido de carácter étnico, cuya marca es la circuncisión obligatoria. Solo más tarde, el poder califal abasí permitió la conversión de gentes de otros pueblos, si bien imponiéndoles las señas de la identidad árabe: la circuncisión, la ley, la religión y la lengua.

 

 

5.5. El tema de lo puro y lo impuro

 

El concepto de pureza es complejo y genera en los musulmanes una necesidad obsesiva de purificarse. No es una cuestión de higiene. La pureza o impureza alude, sobre todo, a un estado legal, con implicaciones rituales y morales. La impureza supone como una mancha que afecta a las personas, pero también a cosas, como alimentos y bebidas, costumbres y comportamientos de todo tipo. Mediante la marca de puro/impuro (halal/haram) se controla lo permitido y lo prohibido, lo lícito y lo ilícito, lo legal y lo ilegal. La razón de fondo de lo que está prohibido no es pragmática (sanitaria, económica, etc.), sino que lo haram se justifica porque así lo manda el Corán o la jurisprudencia islámica, tenidos por expresión de la voluntad divina. Lo haram o prohibido significa, en el islamismo, una barrera impuesta por Dios al hombre, y este nunca debe traspasarla.

 

El régimen de lo puro/impuro lo abarca todo, de modo que regula no solo lo convencionalmente «religioso», sino cuanto se hace en público y en la intimidad. No obstante, donde quizá posee mayor importancia social y económica sea en lo que atañe a las prohibiciones y prescripciones alimentarias.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

La primitiva Iglesia, al extender el mensaje cristiano a los gentiles, los dispensó de las normas alimentarias (kosher) vigentes en el judaísmo del Segundo Templo. En los Evangelios, se nos narra cómo Jesús levanta la carga de ciertas prescripciones propias de la tradición de los antepasados, de las que afirma que solo son «preceptos de hombres» (Marcos 7,7).

 

«Llamando de nuevo a la gente, les decía: ‘Escuchad todos y atended: No hay nada fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro. Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre’. (…) Cuando se apartó de la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por la comparación. Él les dijo: ‘¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?’ Con esto declaraba puros todos los alimentos» (Marcos 7,14-19).

 

La misma idea se escenifica simbólicamente en el libro de los Hechos de los apóstoles, en la visión que tuvo Pedro en casa del centurión Cornelio:

 

«Y oyó una voz: ‘Levántate, Pedro, mata y come’. Pedro respondió: ‘De ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro’. Por segunda vez sonó la voz: ‘Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro’» (Hechos 10,13-15).

 

Con respecto al ayuno, no hay nada concreto mandado, pero, si alguien desea ayunar, es clara la recomendación de Jesús en el Evangelio según Mateo:

 

«Cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,17-18).

 

 

Según el Corán

 

Las prohibiciones y prescripciones relativas a la comida y la bebida aparecen tratadas en varios pasajes dispersos por doce capítulos del Corán. Son normas a veces complicadas, que afectan, sobre todo, a la carne corrompida, la carne de cerdo, la sangre, lo ofrecido a otros dioses, el animal ahogado, apaleado, despeñado, corneado, devorado por una fiera o inmolado a los ídolos.

 

«En lo que se me ha revelado, no encuentro prohibido, para que lo coma el que come, sino la carroña, la sangre derramada, la carne de cerdo, porque es una abominación, o lo que, por perversidad, se ha ofrecido a otro que no sea Dios» (Corán 55/6,145; también 70/16,114-115 y 87/2,172-173).

 

«Os está prohibido [comer] la carroña, la sangre, la carne de cerdo, la que se ha ofrecido a otro que no sea Dios, la de animal ahogado, apaleado, despeñado, corneado, devorado por una fiera, salvo la que vosotros inmoléis, y la que ha sido inmolada sobre piedras erectas» (Corán 112/5,3).

 

Aparte de la prohibición de determinadas comidas, también está prohibido el vino y las bebidas embriagantes. Respecto a esto último, llama la atención que los versículos coránicos acerca del vino se contradigan entre sí. Primero, las bebidas alcohólicas se ven como dones de Dios. Luego, se miran con desconfianza. Y finalmente se prohíben de manera tajante.

 

«De los frutos de las palmeras y de las vides obtenéis una bebida embriagadora y un buen sustento. Ahí hay un signo para gentes que razonan» (Corán 70/16,67).

 

«Te preguntan sobre el vino y el juego de azar. Di: ‘En los dos hay un gran pecado y algunos beneficios para los humanos, pero su pecado es mayor que su beneficio’» (Corán 87/2,219).

 

«¡Vosotros que habéis creído! El vino, el juego de azar, las piedras erectas y las flechas adivinatorias son abominación y obra de satanás. ¡Apartaos de eso! (…) Satanás solo quiere suscitar entre vosotros enemistad y odio, por el vino y el juego de azar, y desalentaros del recuerdo de Dios y del rezo. ¿No vais a absteneros de ello?» (Corán 112/5,90-91).

 

Los alimentos y bebidas prohibidos se consideran haram, y los permitidos, halal, como ya he dicho. Pero esta categoría de lo lícito/ilícito, puro/impuro y legal/ilegal se aplica no solo al alimento en sí sino también a los modales en el consumo, a las formas de preparación culinaria y a otros comportamientos implicados. Por ejemplo, los animales permitidos deben estar sacrificados conforme al ritual de extracción de la sangre y mirando en dirección a La Meca. Finalmente, entre las prohibiciones que regulan la alimentación, habría que catalogar también la obligación del ayuno durante el día en el mes de ramadán (Corán 87/2,183-187).

 

 

Resultado de la comparación

 

El régimen que el Corán establece en cuanto a las prohibiciones de consumir ciertos alimentos está básicamente tomado y adaptado de las normas de pureza alimentaria del judaísmo, que, en su momento, habían sido abolidas en los Evangelios, por los apóstoles y por la Iglesia.

 

No solo se prohíbe saborear determinadas comidas y bebidas, sino que están vetadas ciertas expresiones de la sensibilidad en el arte. Está prohibida la representación de la figura humana, perseguida en la escultura y la pintura (lo que condenaría los museos de bellas artes). Está proscrita la música sacra, rechazados Victoria, Bach, Mozart y todos los demás. Mediante toda clase de prohibiciones y prescripciones, plasmadas en estrictas reglas de «pureza», el Corán y sus intérpretes levantan infranqueables barreras entre los musulmanes y los no musulmanes, reforzando así un sistema cerrado de innumerables normas particularistas que controlan todos los ámbitos de la vida.

 

El resultado es que no queda espacio para la autonomía humana, que es vista como impureza, descreimiento y resistencia a la sumisión debida a Alá. Hay todo un sistema indisociablemente religioso y político de preceptos que demarcan el mundo islámico. El código halal/haram, puro/impuro, instaura fronteras simbólicas, sociales y legales, destinadas a construir y preservar una identidad islámica inconfundible, con la que creen poseer la superioridad sobre los demás, sobre los no musulmanes, o infieles, categorizados como esencialmente impuros y profanos.

 

Por el contrario, las palabras de Jesús en los Evangelios, lo mismo que la visión del apóstol Pedro y la predicación del apóstol Pablo, relativizan o suprimen normas tradicionales del particularismo étnico y cultural, lo que significa claramente que salvación de Dios está abierta a todos, por encima de las barreras creadas por hombres.

 

 

5.6. El tema del velo femenino

 

La obligación de que las mujeres lleven velo o pañuelo cubriéndoles la cabeza, y a veces incluso la cara, ocupa un lugar destacable dentro del régimen de prohibiciones y prescripciones indumentarias típicamente islámico. Está entre los simbolismos rituales que marcan más visiblemente la segregación y el sometimiento femenino.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

No hay, en el cristianismo, ninguna obligación establecida de que las mujeres tengan que llevar velo en público, aunque en algún momento se mandó que la mujer se cubriera la cabeza cuando intervenía en la liturgia (1 Corintios 11,5-6).

 

En un contexto netamente diferente, en la tradición hebrea, existía otro simbolismo ritual del «velo», muy antiguo, como signo indicador de la trascendencia divina. Me refiero al velo que, en el templo de Jerusalén, separaba el sanctasantórum, es decir, el santuario interior donde habitaba la presencia de Dios, adonde nadie podía acceder, salvo el sumo sacerdote en solemnes ocasiones.

 

Los evangelios sinópticos retoman ese significado de trascendencia y nos refieren que, cuando Jesús expiraba en la cruz, el velo del templo se rasgó de arriba abajo (Marcos 15,38 y paralelos). Con ello querían simbolizar que había terminado la separación radical entre el hombre y Dios, y se inauguraba una era de comunicación abierta con la divinidad. En coherencia con esta simbólica, el cristianismo postulará también la superación de las divisiones en otros ámbitos fundamentales de la vida: entre judío y gentil, entre amo y esclavo, entre hombre y mujer.

 

 

Según el Corán

 

Este tema del velo femenino tiene que ver con la percepción de la mujer como un peligro moral y social, debido a su inherente sensualidad, que debe conjurarse mediante normas de pudor en el vestir. Sin embargo, el Corán no fija una pauta clara. Solo hay unos versículos que se citan en apoyo del velo, referidos a las mujeres de Mahoma, que son poco concluyentes:

 

«¡Mujeres del profeta! (…) Quedaos en vuestras casas, y no os exhibáis como se exhibían en la época de la antigua ignorancia. (…) ¡Gente de la casa! Dios solo quiere alejaros del vicio y purificaros plenamente» (Corán 90/33,32-33).

 

«¡Vosotros que habéis creído! No entréis en las mansiones del profeta, a menos que se os autorice para la comida (…) Cuando les pidáis [a sus mujeres] alguna cosa pedídselo desde detrás de un velo. Esto es más puro para vuestros corazones y para sus corazones» (Corán 90/33,53).

 

La norma es que las mujeres se pueden quitar el velo dentro de su hogar, delante de sus familiares, allegados y esclavos (Corán 90/33,55; 102/24,31). Pero, al salir de casa, las mujeres deben cubrirse con un manto. Alguna vez se da como motivo que puedan ser reconocidas como musulmanas y así no se las moleste.

 

«¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se envuelvan con sus mantos. Esto es lo mejor para que se las reconozca, y así no sufrirán molestias» (Corán 90/33,59).

 

Por lo que respecta a los hombres, el Corán apenas indica unas pautas de modestia en dos o tres versículos (Corán 102/24,33; 102/24,58-59). No obstante, la tradición musulmana desarrolló posteriormente reglas indumentarias más estrictas para los hombres y para las mujeres, tanto para los fieles como para los infieles centro de la sociedad musulmana. Por ejemplo, la costumbre masculina de dejarse barba y bigote, a imitación de Mahoma (Corán 90/33,21), propuesto como modelo.

 

La imposición del velo femenino es compatible con muy diferentes estilos, que se pueden catalogar de menos a más restrictivo: shayla, hiyab, al-amira, jimar, chador, niqab, burka, en general distribuidos en función del país. Pero lo que no cambia es que el velo femenino marca siempre, simbólicamente, la frontera sexual entre hombres y mujeres, la frontera social entre la mujer libre y la esclava, la frontera confesional entre los musulmanes y los no musulmanes. Todo el sistema indumentario está construido con el propósito de significar bien visiblemente la desigualdad y la exclusión, un afán tan característico de todo el Corán.

 

En realidad, la razón del velo no es, como algunos dicen, por devoción personal, ni para protección de las mu­jeres. Bajo apariencia pia­do­sa, constituye un instrumento para el control del sexo femenino, e indirectamente de toda la comunidad, también de manera especial en países no islámicos. El hecho de llevar el velo islámico no está motivado solo por al machismo. Forma parte de la instauración de un sistema de demarcación social, religiosa y política, que incluye la inferioridad femenina, así como la exterioridad insuperable de los infieles.

 

 

Resultado de la comparación

 

En la religión del Corán observamos cómo reaparecieron y se restauraron los velos arcaicos. La función del velo en el islam se traduce en dos oposiciones que no acaban de encajar. Por un lado, el velo puede representar la separación entre lo sagrado y lo profano. Por otro lado, marca la disyunción entre lo permitido y lo prohibido (halal/haram). De modo que la misma palabra haram sirve para denotar dos aspectos: lo «sagrado» y lo «prohibido», sin duda con una vinculación profunda. Así, por ejemplo, la principal mezquita de La Meca la llaman másyid al-haram, el «santuario prohibido», donde prohibido significa sagrado. Y en la explanada interior de la mezquita, se encuentra el edificio en forma de el cubo de la caaba, denominada «casa de Alá» a imitación del sanctasantórum judío, que se halla siempre cubierto exteriormente con un velo formado por grandes cortinas.

 

Pero el significado práctico del calificativo haram connota siempre un veto, ya se refiera al alimento prohibido, a la mujer preservada o a cualquier comportamiento transgresor de la norma establecida por la ley islámica.

 

La obligación del velo femenino islámico, en todas sus variantes de cubrimiento, suele presentarse como justificada por razones teológicas, porque Dios lo manda, o por razones antropológicas, según una concepción en la que todo el cuerpo de la mujer es tentación. Sea cual sea el motivo invocado, el hecho es que implica una falta de libertad, y sus efectos pragmáticos negativos resultan incuestionables en la actualidad:

 

– Marca a las mujeres musulmanas, en los espacios públicos, mediante un signo ostensible que las diferencia y distancia de las demás mujeres, y las mantiene alejadas de los hombres.

 

– Recalca socialmente la barrera entre musulmán y no musulmán, en un contexto donde, siguiendo el Corán, se sobreentiende que todo no musulmán es enemigo de Dios, carece de derechos y debe ser sometido al islam.

 

– Proclama que a las mujeres musulmanas se les impide la relación y el matrimonio con hombres no musulmanes (salvo que se conviertan al islam). En los países no islámicos, al interrumpir drásticamente los intercambios matrimoniales espontáneos, se crea una sociedad autosegregada en el interior de la sociedad general.

 

– Niega la igualdad de derechos propia del concepto de ciudadanía, pues se restringen los derechos por el hecho de ser mujer, lo cual atenta contra los fundamentos de toda organización social democrática. Las mujeres están excluidas de la presencia pública, del acceso al trabajo y de la dirección política.

 

– Asocia el significado del velo con otras reivindicaciones comunitaristas, fuera de los países musulmanes, apoyando exigencias como un menú halal en los comedores escolares, un lugar destinado al rezo en las empresas, un horario y un espacio reservado para mujeres en las piscinas públicas, etc.

 

– Aspira a crear zonas residenciales y legales específicas para los musulmanes, es decir, ámbitos no regidos por las leyes del Estado, sino por la Ley islámica. Son tentativas de conquista, de apariencia pacífica, al servicio de un proyecto anunciado: primero, forzar la creación de espacios propios de la comunidad musulmana y, como objetivo, debilitar el poder democrático para ir islamizando la sociedad.

 

En una palabra, el comportamiento simbólico y práctico del uso del velo se encuadra en la estrategia global de la yihad. Es un error fatal entenderlo como una cuestión de libertad religiosa. Porque es un problema de defensa de los derechos humanos y las libertades cívicas frente a la infiltración, subrepticia o insolente, del sistema islámico.

 

 

5.7. El tema de los sacrificios cruentos

 

No existe una teoría antropológica ni teológica acerca del sacrifico que sea aceptada mayoritariamente. Sea cual sea la interpretación que adoptemos, el sacrificio se encuentra presente de una u otra manera en todo sistema religioso. Esto no significa que todos los tipos sacrificiales sean equivalentes. En lo que coinciden es en la función genérica que se le puede atribuir: el mejorar las oportunidades de la vida, a través unas formas fundamentales que cabe clasificar en tres modalidades sacrificiales: ritos de oblación, ritos de comunión y ritos de agresión. De ellos se espera siempre un incremento de poder, ya sea por medio del ritual de entrega a alguien más fuerte (sacrificio de oblación); o por medio del ritual de identificación con otros reconocidos como igualmente fuertes (sacrificio de comunión); o por medio del ritual que descarga el peso de la culpa sobre una víctima vicaria más débil (sacrificio de agresión). Además de su función simbólica, estas prácticas rituales suministran a los participantes modelos de comportamiento aplicables a diversas situaciones reales de la vida.

 

Las acciones sacrificiales pueden llevar consigo significaciones contrapuestas, es decir, tendentes a rechazar o conseguir, alejar o acercar, negar o afirmar. Así, vemos unos sacrificios que se orientan sobre todo a la liberación del mal, de todo lo negativo: expían el pecado, alejan la enfermedad y la muerte, expulsan a los demonios, envían lejos el chivo expiatorio, matan al diablo, hacen penitencia, imponen castigos, o asesinan a los enemigos (yihad). En cambio, otros rituales miran al aumento del bien, propician el favor y el auxilio: entregan la ofrenda y el don para recibir la gracia u obtener la recompensa, ponen en común los bienes en favor de todos, se unen para ser más fuertes en la conquista y para el reparto del botín.

 

Los diversos mecanismos implicados en el sacrificio aparecen como esquemas formales, cuyo significado dependerá del contenido particular que le asigne la ideología o teología de cada sistema religioso concreto.

 

 

Según el Nuevo testamento

 

Es sabido que el cristianismo suprimió del todo la práctica de los sacrificios de animales, si bien, paradójicamente, dotó de importancia salvífica fundamental a la muerte de Jesús en la cruz, entendida teológicamente como sacrificio expiatorio.

 

«La sangre de toros y cabras no puede perdonar pecados. (…) Hemos quedado consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo. (…)

Este, después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios» (Hebreos 10,3 y 10-12).

 

Los Evangelios no establecen ningún sacrificio animal como ofrenda a Dios. La epístola a los Hebreos declara abolidos tales sacrificios por su ineficacia y, en su lugar, afirma que la santificación se ha alcanzado definitivamente por el sacrificio único de Cristo. En los cuatro Evangelios, la secuencia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús constituye el núcleo central del mensaje cristiano. Y este «sacrificio» es recordado, de forma incruenta, en el sacramento de la eucaristía como ágape compartido en memoria suya (Lucas 22,19-20).

 

 

Según el Corán

 

En el islam, existe la práctica ritual de sacrificios cruentos de animales en fechas señaladas, por ejemplo, en el culto asociado a la peregrinación. El Corán los denomina «rituales de Dios» y, aunque hay un versículo donde critica los sacrificios de carne y sangre (cfr. Corán 103/22,36-37), también deja constancia de la práctica de los sacrificios animales, una práctica habitual entre hebreos y beduinos: vacas, camellos y ovejas. La tradición sacrificial más conocida del islam es la inmolación de un cordero en la fiesta conmemorativa del sacrificio de Abrahán, que habría ofrecido a Ismael como víctima (Corán 56/37,102). Pero, en el mismo Corán, hay otras indicaciones sobre la realización del sacrificio de animales ofrendado a Dios.

 

«Reza a tu Señor y ofrece sacrificios» (Corán 15/108,2).

 

«Cumplid la peregrinación y la visita por Dios. Si estáis impedidos, ofreced una víctima que os sea asequible. No os rapéis la cabeza hasta que la ofrenda llegue al lugar [de inmolación]» (Corán 87/2,196).

 

«¡Vosotros que habéis creído! No matéis al animal de caza mientras estéis en estado de consagración. Cualquiera de vosotros que lo mate deliberadamente, su pago es uno de su rebaño semejante al que ha matado, según el juicio de dos justos de entre vosotros, una ofrenda que hará llegar a la caaba» (Corán 112/5,95).

 

Los sacrificios de animales están estrictamente regulados, y en ellos hay que atenerse a las formas prescritas, evitando todo aquello que está prohibido (Corán 112/5,2). Los hadices de Muslim contienen un Libro de los sacrificios, donde estos se regulan con toda minuciosidad (Muslim Ibn al-Hayyay, 2006: 583-589). En consecuencia, los sacrificios cruentos forman parte integrante de los rituales del sistema islámico.

 

Pero esto no es todo, porque, por extraño que parezca, también se estipula la ofrenda de sacrificios humanos. Aunque esto no se realice directamente en el mismo contexto de la liturgia. Por un lado, se condenan los sacrificios de niños (Corán 55/6,137). Pero, a la vez, hay ciertas formas de muerte infligida a humanos a las que se asigna un claro sentido religioso. En efecto, se da un significado manifiestamente cultual y ritual a los castigos de pena capital regulados por la Ley islámica, y de manera eminente a las masacres encomendadas por el Corán, y por los hadices, a la espada de la yihad. Se lleva a la muerte, por motivos religiosos, a los transgresores de la Ley islámica, los apóstatas, las adúlteras, los idólatras, los cautivos que no se convierten. Y la ejecución adopta el protocolo de un ritual cruento.

 

La yihad guerrera se considera una acción sagrada que el Corán manda llevar a cabo, en nombre de Dios, contra todo el que se resista al dominio musulmán. Los combatientes y los terroristas islámicos que atacan al grito de «¡Alá es grande!», creen que sus matanzas de humanos forman parte de su deber religioso. La yihad tiene carácter sacrificial en un doble sentido: por un lado, el sacrificio de la propia vida del yihadista que muere por la causa de Dios; por otro lado, la matanza de enemigos en aras de esa misma causa.

 

El Corán describe la entrega del musulmán a la yihad como parte de un contrato que Dios hace con los que luchan dispuestos a dar su vida. Es como un sacrificio de oblación. De modo que los que combaten en el camino de Dios, los que matan y se hacen matar, son los mejores musulmanes:

 

«Que combatan, pues, en el camino de Dios quienes cambian la vida de aquí por la vida venidera. Quien combata en el camino de Dios, ya sea muerto o ya venza, le daremos una gran recompensa» (Corán 92/4,74).

 

«Dios ha intercambiado las vidas y las fortunas de los creyentes [por la promesa de] que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Una verdadera promesa suya… Estos son los que se arrepienten, adoran, alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito y prohíben lo ilícito, y observan las normas de Dios» (Corán 113/9,111-112).

 

Pero, por otro lado, la yihad opera también como sacrificio de agresión y es descrita como forma eminente de dar culto a Dios y luchar por la expansión del islam. Al ser una religión política, la acción militar se convierte en sacramento religioso, por la sobrecarga simbólica que conlleva. Los no musulmanes son categorizados como «enemigos» de Dios y, por ello, deben ser inmolados como ofrendas, según manda Dios y su profeta:

 

«Combatid en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros (…) Matadlos allí donde los enfrentéis, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La subversión es peor que matar. (…) Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión y la religión pertenezca a Dios» (Corán 87/2,190-193).

 

«Malditos. Donde se los encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán 90/33,61).

 

«Capturadlos y matadlos allá donde los encontréis. Os hemos dado plena autoridad sobre ellos» (Corán 92/4,91).

 

Este tipo de mandatos coránicos son indisociablemente órdenes de batalla y reglas rituales. El islam ritualiza la guerra. La convierte en un campo de sacrificios cruentos que tienen como fin propiciar, mediante la acción violenta, la implantación en el mundo de la ley divina. Por eso, la yihad es guerra santa, literalmente. Los enemigos matados no son simples muertos, son vistos como víctimas propiciatorias, verdadera ofrenda de sacrificios humanos conforme a lo que Dios manda en el Corán.

 

El yihadista es el oficiante perfecto, que mata y se hace matar en palabras del Corán (113/9,111) y así Dios lo perdona y lo hace entrar al paraíso (Corán 95/47,4-6). Porque el Dios coránico ama a los que combaten y matan por su causa (Corán 109/61,4) y está con ellos (Corán 113/9,123), y hasta mata por mano de ellos (Corán 88/8,17). No cabe negar esto sin mentir.

 

 

Resultado de la comparación

 

El budismo había dado un paso hacia la desacralización de la violencia, al suspender los sacrificios tradicionales instaurados por los Vedas. En la religión del antiguo Israel, varios profetas proclamaron que Dios quiere justicia y no sacrificios; y, finalmente, el judaísmo rabínico o sinagogal abandonó por completo la práctica de los sacrificios cruentos. El islamismo, en cambio, no solo mantuvo la inmolación ritual de animales, sino que sacralizó el sacrificio de personas humanas incluyéndolo en su concepto de yihad.

 

El Corán supone, pues, una persistencia en la creencia de que los sacrificios de animales agradan a Dios, como el judaísmo anterior a la destrucción del templo jerosolimitano; peor aún, supone una fuerte regresión en la historia de las religiones, a un tipo de religión arcaica y brutal, que promueve la fe en la eficacia de los sacrificios humanos, hasta el extremo de elevarlos al rango de mandato divino y método de liberación.

 

Así, el islam sacraliza la violencia religiosa y política en un grado sumo, mientras que, en realidad, esa sacralización no hace más que encubrir crímenes interminables pretendidamente en aras de la justicia y la paz. Desde esta posición sacrificial, resulta coherente que la teología coránica se vea en la necesidad de negar la crucifixión de Cristo, así como el sentido salvífico de su muerte. En esta, quedó en evidencia y desmitificada la lógica perversa de todo sacrificio de humanos, incluso en nombre de lo más alto, por cuanto hace ver que la víctima de la violencia es inocente.

 

En la concepción cristiana, Dios Padre quiere que todos los hombres se salven y está siempre dispuesto al perdón. No solo no reclama sacrificios, sino que en Jesús es Dios quien se «sacrifica» por la humanidad. La entrega de Jesús y su renuncia a ejercer la violencia revelan un Mesías atípico, víctima inocente, que deja al descubierto el mecanismo y la lógica inhumana de la violencia. Es lo que expresa la carta a los Hebreos: el sacrificio único de Cristo abrió a los humanos toda la plenitud de Dios, demostró la ineficacia e inutilidad de todos los demás sacrificios (Hebreos 10,3 y 10-12), y reprobó la maldad de la violencia sagrada, que indefectiblemente recae sobre víctimas inocentes. Es un nuevo tipo de sacrificio, que desenmascara el mecanismo del chivo expiatorio, que quita a la violencia todo carácter sagrado y que deslegitima los rituales sangrientos de la religión. En consecuencia, postula también la abolición de la violencia en la vida social y política.

 

El cristianismo primitivo dio una interpretación sacrificial a la entrega de Jesús, con un sentido soteriológico, que transita de la muerte a la resurrección, que no promueve la salvación matando, sino mediante la superación de la muerte. Esta teología cristiana de la redención carece totalmente de sentido para el Corán, que se opone a ella hasta el punto de negar el hecho mismo de la crucifixión de Jesús.