El Corán y
los Evangelios. Estudio comparativo
5. Comparación de temas con sentido ritual
PEDRO GÓMEZ
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Pasamos ahora a
otro dominio de la comparación, referente a la forma expresiva del
rito. Este
abarca las numerosas actuaciones de índole simbólica, gestos junto con
palabras
que rememoran y dramatizan los relatos históricos o mitológicos.
Cumplen en el
culto la función de representar de manera figurada la visión del mundo
compartida y hacen participar emocionalmente a la comunidad de
creyentes.
Entre los temas de
tipo ritual están
incluidos los llamados tópicamente «pilares del islam», que son
condiciones de
ingreso y pertenencia: la profesión de fe; el rezo o azalá con
prosternación; la
limosna o azaque, que es un tributo obligatorio; el ayuno en el mes de
ramadán;
y la peregrinación a la caaba de La Meca. Estos «pilares» ya existían
antes del
islamismo, que los adaptó. Pero hay otras muchas obligaciones rituales
(orientación de la alquibla, calendario de días festivos, ayuno,
sacrificio del
cordero, normas de pureza e impureza, alimentos, indumentarias,
juramentos,
etc.).
En este capítulo,
seleccionamos para
el análisis algunos de los principales componentes de significación
ritual: el
tema del rezo; el tema del tributo; el tema de la peregrinación; el
tema de la
circuncisión; el tema de lo puro y lo impuro; el tema del velo
femenino; y el
tema de los sacrificios cruentos.
Como puerta de
entrada a la religión
islámica, está el rito de la profesión de fe que se le exige a todo
musulmán
para formar parte de la comunidad religioso-política: «No hay más dios
que
Dios, y Mahoma es el enviado de Dios». Esta fórmula como tal no se
encuentra en
el Corán, donde solamente se menciona el primer miembro (Corán
38/38,65;
56/37,35; 89/3,62). El segundo miembro, que expresa la fe en Mahoma
como
enviado, asociándolo con Dios, se añadió probablemente a finales del
siglo VII.
Esta profesión de fe se entiende también como una declaración
monoteísta
anticristiana, antitrinitaria.
Los rituales
islámicos funcionan como
una liturgia consistente en su testimonio público, sin que propiamente
requiera
convicción interior. Lo que obliga al creyente no es tanto expresar una
fe
personal, sino, ante todo, cumplir sumisa y públicamente lo que está
mandado. La
dinámica de los rituales va enfocada a acrecentar el temor a Dios, con
el fin
de reforzar la obediencia a él y a Mahoma, en la creencia de que «quien
obedece
al enviado ha obedecido a Dios» (Corán 92/4,80). En este sentido, el
mahometismo manifiesta una fuerte tendencia totalista, en la medida en
que
ritualiza el control de la vida entera, tanto pública como privada. Al
mismo
tiempo, instaura barreras normativas de toda índole, destinadas a
separar
radicalmente la colectividad musulmana de los no musulmanes.
En
tal contexto, en la sociedad muslímica no hay margen para la libertad
de culto,
ni para la manifestación pública de ninguna otra creencia religiosa o
ideológica. Quien abandona la religión islámica se arriesga a penas de
cárcel e
incluso a una sentencia de muerte. Por la misma razón, las propuestas
de
reforma aperturista del islam desde dentro siempre han costado la vida
a los
reformadores.
El
espíritu de las prácticas rituales islámicas, marcado por el Corán,
difiere en
gran medida del espíritu de los ritos o sacramentos cristianos, por más
que en
algunos casos tengan orígenes comunes. Lo comprobaremos a continuación,
al
efectuar análisis de varios temas significativos coránicos y
compararlos con
pasajes del Nuevo testamento referidos a un tipo de ritual análogo.
5.1.
El tema del
rezo
Los
comportamientos en la plegaria representan
el modo de entender la relación con Dios, interpretada conforme al
sesgo
dogmático de cada sistema religioso. De ahí que observemos en el rezo
actitudes
muy distintivas, en las que contrasta la doctrina del cristianismo y la
del
islamismo.
Según el Nuevo
testamento
Para ver más de
cerca las diferencias entre los
Evangelios y el Corán, en este tema hacemos la comparación en cada uno
de
varios aspectos seleccionados, como son: la actitud del que reza, el
estado de
pureza requerido para la plegaria, la postura de prosternación, el uso
de las
palabras en el rezo, la relación de la oración con los enemigos y con
la
justificación de la violencia.
A.
La actitud del que ora
En el Evangelio
según Mateo, Jesús anima a la oración en privado y
exhorta tener confianza en Dios Padre al orar. Para
los musulmanes, el rezo es
público y obligatorio, y en él se recomienda sobre
todo el temor al Señor, que está
vinculado a obedecer a Mahoma.
Dice
el Nuevo testamento:
«Cuando
oréis, no hagáis como los hipócritas, que les gusta rezar de pie en las
sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. En verdad os
digo que ya
han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra
en tu
cuarto, cierra la puerta, y rézale a tu Padre, que está en lo secreto;
y tu
Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,5-6).
Dice
el Corán:
«Elevad el
rezo y temedlo» (Corán 55/6,72).
«Sabed
que no hay más Dios que yo. Temedme, pues» (Corán 70/16,2)
«Temedlo y
elevad el rezo» (Corán 84/30,31).
«Elevad el
rezo, pagad el tributo y obedeced a Dios y a su enviado» (Corán
90/33,33;
105/58,13).
«Elevad el
rezo, pagad el tributo y obedeced al enviado» (Corán 102/24,56).
«Cuando se
llame al rezo el viernes, apresuraos a acordaros de Dios» (Corán
110/62,9).
Como
ya hemos indicado, el rezo de los musulmanes tiene carácter obligatorio
y
público, es un acto social. Deben hacerlo cinco veces al día, y los
viernes en
la mezquita. Y lleva consigo compromisos políticos. Por parte
cristiana, en el Evangelio
de Mateo, Jesús critica la ostentación pública en el rezo, e insiste
más bien
en un tipo de oración personal y en privado; aunque los cristianos
también practican
la oración en comunidad. En un caso se destaca el temor del siervo ante
el
Señor omnipotente, en el otro se acentúa la confianza en Dios como
Padre.
B. El
estado de impureza y la purificación
Para hacer
la oración, los Evangelios no requieren abluciones, ni estado de
pureza, sino
que uno se reconcilie antes con su hermano. El islam exige
requisitos de
pureza ritual y legal, en particular hacer las abluciones antes del
rezo para
purificar el cuerpo y el estado legal irregular del creyente.
Dice el
Nuevo testamento:
«Si
mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene
algo
contra ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a
reconciliarte con tu
hermano y después ve a llevar tu ofrenda» (Mateo 5,24).
Dice el Corán:
«Cuando os
levantéis para el rezo, lavaos la cara y las manos hasta los codos.
Pasad las
manos por la cabeza y [lavaos] los pies hasta los tobillos. Si estáis
impuros,
entonces purificaos. Si estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros
viene
del lugar excusado, o si habéis tocado a las mujeres, y no encontráis
agua,
buscad tierra buena y frotaos la cara y las manos» (Corán 112/5,6).
En
la normativa coránica, hay acciones por las que uno incurre en estado
de
impureza legal y, por eso, necesita purificación, con las abluciones
prescritas, antes del rezo. El cristianismo es ajeno a esas nociones de
pureza/impureza y no impone ningún requisito de ese tipo para orar. La
única
condición es de orden moral: estar reconciliado con el prójimo.
C. La
postura de prosternación
A los
cristianos no se les prescribe ninguna postura especial en la oración.
Los
musulmanes deben realizar durante el rezo una serie de gestos,
reverencias y
posturas, entre las que destaca la prosternación, dando con la
frente en
el suelo.
En
el Nuevo testamento:
No
encontramos en los Evangelios ningún mandato específico que prescriba
unas
posturas rituales durante la oración.
En
el Corán:
«¡Vosotros
que habéis creído! Arrodillaos, prosternaos, adorad a vuestro Señor y
haced el
bien» (Corán 103/22,77).
El
capítulo 32 del Corán se titula precisamente «La prosternación». Y de
prosternación se habla más de sesenta veces en el libro, en varios
sentidos,
pero, en los momentos del rezo, se trata de una postura taxativamente
obligatoria.
El simbolismo de prosternarse evoca el sometimiento del esclavo al amo,
el modo
de saludo servil a los sátrapas orientales. Ante Dios, escenifica la
actitud de
temor y sumisión total para hacer lo que está mandado, pues solo así se
establece el bien.
D. El
uso de la palabra
En
el Evangelio según Mateo, Jesús recomienda evitar la palabrería
al orar,
porque Dios ya conoce las necesidades que tenemos. El Corán multiplica
los
nombres con los que designa a Dios y lo que le preocupa parece ser el
tono
de voz adecuado al rezar.
Dice
el Nuevo testamento:
«Cuando
recéis, no seáis charlatanes como los paganos, que se figuran que por
su
palabrería serán escuchados. No seáis como ellos, pues vuestro Padre
sabe lo
que necesitáis antes de que se lo pidáis» (Mateo 6,7-8).
Dice el Corán:
«Invocad a Dios, o
invocad al
compasivo. Comoquiera que invoquéis, él posee los mejores nombres. En
el rezo
no grites ni susurres, sino busca un término medio» (Corán 50/17,110).
La
oración vocal se expresa, claro está, con palabras, que se recitan,
leen,
salmodian o cantan. En el islamismo, la fórmula más utilizada y
prescrita en el
rezo es la sura número uno; pero se fomentan otras formas de invocación
como
los noventa y nueve nombres divinos. El Corán pondera sobre todo que se
tenga
cuidado con el tono de voz al rezar. Los Evangelios, por su lado,
advierte de
que no se caiga en la palabrería, da importancia a la relación filial
con Dios y
propone como modelo de oración el padrenuestro.
E. La
oración y los enemigos
En
los Evangelios, Jesús considera a todos como hijos de Dios, como
prójimo, y, en
el sermón de la montaña, manda orar por
los enemigos. El rezo diario
de los musulmanes repite, con la primera sura, la incriminación contra
los
enemigos, que son los judíos y los cristianos.
Dice
el Nuevo testamento:
«Vosotros
rezad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre,
venga tu reino» (Mateo 6,9-10).
«Pero
yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian;
bendecid a
los que os maldicen, rezad por los que os injurian» (Lucas 6,27-28).
Dice el Corán:
«Dirígenos
por el camino recto, el camino de quienes tú has agraciado, no el de
quienes
incurren en tu cólera, ni el de los extraviados» (Corán 5/1,6-7).
Este
último versículo, que forma parte de la principal plegaria musulmana,
acusa de
ir por el mal camino a los judíos y a los cristianos. Pues, según la
exégesis
islámica, los que «incurren en la cólera de Dios» son los judíos, y los
que andan
«descarriados» son los cristianos. Así, la repetición constante de
estas ideas
(diecisiete veces al día) opera como una especie de pedagogía del odio.
Esto lo
confirman los alrededor de doscientos versículos contra los judíos y
alrededor
de cien contra los cristianos que contiene el Corán. Y es sabido que,
cuando el
Corán señala a los que no van por el «camino recto», está legitimando
el
«combate en el camino de Dios», es decir, la yihad contra ellos. En
fuerte contraste,
los Evangelios, como muestran las bienaventuranzas, exhortan a amar a
los
enemigos, porque Dios es Padre de todos, que hace llover sobre justos e
injustos, y ofrece a todos su salvación.
F.
La oración y la justificación de la guerra
Los
Evangelios y las epístolas neotestamentarias sustentan el planteamiento
de que
debemos vencer al
mal con el bien. El Corán
proclama
que los que se prosternan y adoran son los mismos que se entregan a la
violencia con fines sagrados, haciendo aparecer al islam como una religión para la guerra, que se expande
por la espada.
Dice
el Nuevo testamento:
«Pues
yo os digo que no opongáis resistencia al malvado» (Mateo 5,39).
«No
devolváis a nadie mal por mal, proponeos haced el bien ante todos los
hombres»
(Romanos 12,17).
«No
te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien»
(Romanos
12,21).
Dice
el Corán:
«Dios
ha intercambiado las vidas y las fortunas de los creyentes [por la
promesa de]
que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se
hacen
matar. Una verdadera promesa suya (…) Estos son los que se arrepienten,
adoran,
alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito y
prohíben lo
ilícito, y observan las normas de Dios» (Corán 113/9,111-112).
En
el Corán, descubrimos una íntima conexión
entre el rezo y la guerra. Aparece claramente plasmada en el
capítulo 9,
el penúltimo en orden cronológico, lo que quiere decir que cualquier
disposición anterior que diga otra cosa está abrogada. Allí se afirma
que Dios
ha hecho un contrato con los que luchan en la yihad armada: sus vidas a
cambio
del paraíso. Por eso, están decididos a matar y morir. Y precisamente
estos que
combaten en la yihad encarnan la realización del musulmán perfecto: son
los que
de verdad adoran, ayunan, se prosternan, imponen el bien y persiguen el
mal,
como Dios y Mahoma mandan. Por eso, en el islam, se llama «mártir» al
que muere
matando. El ejercicio de la violencia armada y el terror constituyen
una acción
tan meritoria y excelente que equivale al cumplimiento perfecto de
todos los
deberes sagrados de la religión islámica. Aquellos que combaten, están
adorando; de modo que no hay mejor oración que la guerra contra los no
musulmanes, categorizados como enemigos de Dios.
Según el Corán
Aunque
acabamos de exponer diferentes aspectos de las recomendaciones
coránicas con
referencia al rezo, podemos perfilar un poco más sus preceptos. El
Corán manda
elevar el rezo dos veces al día solamente (Corán 52/11,114). Pero la
tradición
estableció luego rezar el azalá cinco veces al día. La forma islámica
de rezar
sigue unas reglas estrictas: abluciones para purificarse, gestos
corporales, prosternaciones,
plegarias predeterminadas (que incluyen siempre la primera sura
coránica), etc.
El cumplimiento de la adoración a Dios es de naturaleza pública, como
hemos
dicho, y su significación es acorde con el conjunto del sistema
religioso y
político.
El
texto coránico confiere la máxima importancia a hacer el azalá, el rezo
público,
pues lo ordena insistentemente, hasta en 75 ocasiones.
«Yo soy Dios. No
hay más dios que yo. Adórame, pues, y eleva el rezo para que te
acuerdes de mí»
(Corán 45/20,14).
El
cambio de la orientación adonde se mira durante el rezo no aparece en
los
manuscritos más antiguos del Corán. Por tanto, los versículos
87/2,143-145 y
111/48,24 tuvieron que ser añadidos en la época abasí. Con seguridad,
al
principio, al hacer el rezo, Mahoma y el preislam nazareno dirigían la
mirada
hacia Jerusalén. De hecho, el mihrab de las mezquitas construidas
durante el
primer siglo, en época del islam embrionario, no apuntaba hacia La
Meca, sino
hacia Petra. Y solamente más tarde, a mitad del siglo VIII, con los
califas abasíes,
se generalizó la alquibla orientada a La Meca.
La forma de hacer
el rezo está estrictamente reglamentada, tanto las purificaciones
previas como
los gestos y posturas que deben adoptarse, en particular la
prosternación:
«¡Vosotros que
habéis creído! Cuando os levantéis para el rezo, lavaos la cara y las
manos
hasta los codos. Pasad las manos por la cabeza y [lavaos] los pies
hasta los
tobillos. Si estáis impuros, entonces purificaos» (Corán 112/5,6).
«¡Vosotros que habéis
creído! Arrodillaos,
prosternaos, adorad a vuestro Señor y haced el bien. Quizá tendréis
éxito»
(Corán 103/22,77).
Con
la prosternación, la liturgia del rezo hace suyo y reitera
simbólicamente un
gesto tomado del sometimiento servil ante el poder político. En
contraste, los
cristianos de la época del islam naciente oraban de pie.
Como
ya quedó dicho, durante la ceremonia del rezo se repite la primera sura
del
Corán, cuyo versículo 7 incluye acusaciones incriminatorias contra los
judíos y
los cristianos, a quienes culpa por haberse alejado del camino recto.
Por último, cabe
señalar que la adoración de Dios en
el culto islámico cuenta, en ciertas circunstancias, con sacrificios
cruentos
de animales. Por ejemplo, el
sacrificio del cordero en la fiesta
conmemorativa de Abrahán. Pero hay otras formas y ocasiones, como más
adelante
se verá.
Resultado de la
comparación
Hemos
ido presentado resumidamente una serie de contrastes entre los
Evangelios y el
Corán, con respecto a la oración, subrayando su distinto significado.
No es
necesario repetirlo ahora. En síntesis, todo el armazón de deberes
rituales
islámicos promueve en sus adeptos una visión del mundo, una trama de
emociones
y unas pautas de comportamiento práctico que justifican la difusión de
la fe
por medio de la espada, y que, en cuanto sistema, resultan
incompatibles con
los fundamentos del cristianismo y de la civilización occidental.
Porque, en
este y otros aspectos, las doctrinas del Corán entran esencialmente en
colisión
con las de los Evangelios. Basta que examinemos, como hemos hecho más
arriba,
las enseñanzas cristianas: la imagen
paternal de Dios, la relación personal con él, la filiación divina de
Jesús, el
valor salvífico de su muerte y resurrección. Las consecuencias
implicadas en la
aceptación de la fe cristiana significan lisa y llanamente la repulsa
total de
la dogmática islámica.
El
planteamiento de fondo del cristianismo tiende a contener y
deslegitimar la
violencia, al concentrar simbólicamente toda la violencia en Cristo
crucificado, y al afirmar que su sacrificio basta para la salvación de
la
humanidad: ya no tienen justificación más muertes. Hay que buscar otros
caminos
para la reconciliación de todos los hombres.
5.2.
El tema del
tributo
La práctica
religiosa de los miembros de una comunidad suele incluir alguna clase
de
aportación económica, que puede ser en forma de limosna o ayuda dada
libremente
por cada cual, según su devoción y generosidad, o bien consistir en una
contribución requerida y estipulada de manera obligatoria por la
autoridad.
Según el Nuevo
testamento
Los Evangelios no
establecen norma
general en el asunto de las aportaciones económicas. El libro de los
Hechos
narra que, en la primera comunidad de Jerusalén, ponían bienes en común
voluntariamente, pero tal práctica no llegó a consolidarse y se
abandonó pronto.
Lo que Jesús enseñó es que se busque la justicia y que, cuando se dé
limosna,
se haga sin ostentación y sin buscar recompensa:
«Cuidad de no
practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no
tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. (...) Cuando hagas
limosna, que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna
quedará en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mateo
6,1-4).
Según el Corán
El
Corán alude al tributo, o azaque, en 30 ocasiones. Constituye una
exigencia
fundamental para los seguidores del profeta, como muestra de adhesión.
Los
mejores musulmanes son aquellos que invierten su propia fortuna en el
«camino
de Dios», que es la yihad (cfr. Corán 87/2,261-262; 113/9,88).
«Los
que han creído, han hecho buenas obras, han elevado el rezo y han dado
el
tributo tendrán su recompensa junto a su Señor» (Corán 87/2,277).
«Los
tributos son para los pobres, los indigentes, los que trabajan con
ellos,
aquellos cuya voluntad hay que captar, los cautivos, los sobrecargados
de
deudas, el camino de Dios [la yihad] y el viajero. Es una imposición de
parte
de Dios» (Corán 113/9,60).
«Pero el enviado,
y los que han creído con él, luchan con sus fortunas y sus personas.
Ellos
tendrán los beneficios. Ellos son los que tendrán éxito» (Corán
113/9,88).
Para todo musulmán
es obligatorio
pagar el azaque, un impuesto con doble significado, ritual a la vez que
político y económico. Más que una limosna, se trata de un tributo
reglamentado
en función de la renta para la financiación del Estado. De él está
mandado que
se dedique un porcentaje prefijado para la yihad, es decir, para la
guerra
contra los infieles.
En
cuanto a los judíos y los cristianos que viven bajo el poder islámico,
los
llamados dimmíes, cargan con un tributo especial de capitación,
la yizia. Y tienen que entregarlo
públicamente de manera humillante. Así lo ordena en uno de los
«versículos de
la espada»:
«Combatid
contra aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni
en el
último día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y
no
profesan la religión de la verdad, hasta que paguen el tributo en mano,
y en
estado de humillación» (Corán 113/9,29).
Resultado de la
comparación
La exhortación a
buscar la justicia,
en el cristianismo, no impone mecanismos concretos de recaudación
sacralizados,
como en el islam. El Corán establece el impuesto del azaque a todos los
musulmanes. Y además, discrimina socialmente en función de las
diferencias
religiosas, con los tributos específicos del régimen de dimmitud al que
son
sometidos judíos, cristianos y zoroástricos, en el cual los otros
creyentes
monoteístas son objeto de opresión, explotación económica y humillación
pública. Esta versión de la justicia islámica es susceptible, sin duda,
de
cuestionamiento. Otro aspecto del tributo que revela la naturaleza
violenta del
Corán, lo encontramos en sus afirmaciones de que el mayor mérito ante
Dios lo
alcanzan, eminentemente, aquellos que financian con sus propias
fortunas la
guerra contra los no musulmanes.
5.3.
El tema de la peregrinación
En
todas las religiones existen lugares santos, santuarios y templos, pero
esto no
implica que se conciban del mismo modo. El Corán resalta la sacralidad del espacio de culto, en especial
la dirección adonde hay que mirar durante el rezo, la alquibla, y
además
instituye el precepto de ir en peregrinación a un santuario
privilegiado por su
mayor santidad. En el Evangelio de Juan, Jesús argumenta a favor de la
adoración en espíritu y en verdad, sin que importe más un templo que
otro. Si
algunos cristianos viajan como peregrinos, no es por ningún mandato,
sino solo
como una devoción privada.
Según el Nuevo
testamento
Tanto el Evangelio
de Juan como las
cartas de Pablo desmitifican los lugares sagrados. Trasladan la
presencia de
Dios a la interioridad humana y cifran el culto verdadero en actitudes
de orden
espiritual.
«La
mujer le dice: ‘Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres
daban culto en este monte; vosotros, en cambio, decís que es en
Jerusalén donde
hay que dar culto’.
Jesús
le dice: ‘Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este
monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. (…) Pero llega la hora,
ya ha
llegado, en que los que dan culto verdadero darán culto al Padre en
espíritu y
en verdad’» (Juan 4,19-23).
«¿No
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de
Dios y
reside en vosotros?» (1 Corintios 6,19).
Según el Corán
Por una parte, el
Corán afirma que
Dios está en todas partes, pero en seguida señala que hay lugares de
culto superiores,
como el «santuario prohibido», hacia donde hay que mirar en el rezo, o
adonde
hay que ir en peregrinación.
«De
Dios es el oriente y el occidente. Dondequiera que os volváis, allí
está el
rostro de Dios» (Corán 87/2,115).
«Vuelve tu cara
hacia el lado del santuario prohibido [pretendidamente el de La Meca].
Dondequiera
que estéis, volved vuestras caras a ese lado» (Corán 87/2,144).
«No acudas nunca
allí. Un santuario fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es
más
digno de que tú reces en él» (Corán 113/9,108).
La
peregrinación da título a la sura 22 (el capítulo 103 en orden
cronológico). La
palabra «peregrinación» se menciona once veces en el Corán, siempre
después de
la hégira, ocho de ellas en el capítulo 78. En su forma actual, la
peregrinación islámica es un rito que consiste en participar en unas
ceremonias
en torno a la gran mezquita de La Meca. Cada individuo musulmán, si no
tiene
impedimento, debe hacer esta peregrinación al menos una vez en la vida.
Las
acciones rituales incluyen la llamada peregrinación mayor, que es la
circunvalación alrededor del edificio cúbico de la caaba, en cuyo
interior se
venera una piedra negra. Este tipo de piedras, o betilos, procedían de
meteoritos o de rocas volcánicas, representaban a alguna deidad y eran
objeto
de culto. El Corán no menciona la piedra negra en ningún momento. Más
bien
condena las piedras erectas, o cipos, que eran objeto de veneración
como ídolos
(Corán 112/5,3 y 90). Sin embargo, en el culto musulmán pervive la
piedra negra
de la caaba.
Luego,
la peregrinación menor consiste en recorrer siete veces el camino entre
el
montículo Safa y el Marwa, separados unos cuatrocientos metros. Estos
ritos se
justifican evocando unas leyendas sobre Abrahán, su esclava Agar y su
hijo
Ismael (Corán 87/2,125), pero coinciden con rituales preislámicos.
Además, se
realizan ritos complementarios, como la lapidación del diablo,
simbolizado por
tres pilares erigidos en el valle de Mina, en el camino al monte
Arafat. Finalmente,
se suele ofrecer un sacrificio cruento, degollando ritualmente una
cabeza de
ganado, en conmemoración del sacrificio de
Abrahán.
En
cualquier caso, la peregrinación no es un acto de devoción particular,
sino que
constituye un precepto de obligado cumplimiento recogido en el Corán:
«El Safa y el Marwa están
entre los rituales
de Dios. Quienquiera que hace una peregrinación a la Casa, o una
visita, no hay
inconveniente en que dé vueltas entre los dos» (Corán 87/2,158).
«Cumplid la
peregrinación y la visita por Dios. Si estáis impedidos, ofreced una
víctima
que os sea asequible» (Corán 87/2,196).
«Hay
signos claros, la morada de Abrahán. Quienquiera que entre ahí estará
seguro.
Es un deber hacia Dios para los humanos hacer la peregrinación a la
Casa, para
todo el que pueda viajar» (Corán 89/3,97).
El
Corán, sin embargo, no menciona cuál es el lugar adonde se va en
peregrinación.
No dice que sea La Meca, que nunca se nombra en el texto, pues las dos
citas
que se aducen (Corán 89/3,96 y 111/48,24) no son concluyentes. Es
probable que,
al principio, el lugar de peregrinación fuera el templo de Jerusalén.
El
destino de La Meca se habría establecido en época abasí, en la segunda
mitad
del siglo VIII.
En la
peregrinación, hay un significado latente, que remite a la escatología
del mesianismo
judío, según la cual gentes de todas las naciones subirían a Jerusalén
para
adorar al único Dios en el templo donde habita. Pero este origen se ha
oscurecido.
En cuanto
a la vivencia religiosa, se induce que quienes participan en los ritos
de la
peregrinación quedan consagrados para entregarse de lleno al proyecto
del
islam, en particular la yihad, y tienen esta misión cuando regresen a
sus
países de origen.
Resultado
de la comparación
Aunque
hay un versículo del Corán que afirma que Dios está en todas partes,
este
versículo está abrogado por otro del mismo capítulo, que manda volver
la cara
hacia el «santuario prohibido» (Corán 87/2,144), pues el Corán
considera más
sagrados a unos santuarios o mezquitas que a otros. Los musulmanes
interpretan
que el santuario prohibido se refiere a la caaba de La Meca.
Por
otro lado, es cierto que los Evangelios narran que Jesús acudía al
templo de Jerusalén
para las celebraciones, y allí enseñaba y curaba. También hizo un gesto
polémico
con la expulsión de los mercaderes del templo, para purificarlo (Marcos
11,15-17). Pero quizá lo más relevante es que Jesús relativizó la
significación
del templo, e incluso profetizó su destrucción. Más aún, en la
conversación con
la samaritana, sostuvo la tesis de que el culto no tiene un lugar
preferente,
ni en el monte Garizín de Samaría, ni en el monte Sión de Jerusalén.
Porque los
verdaderos adoradores adoran a Dios en espíritu y verdad. Estas
palabras restan
importancia a las mediaciones rituales, pues, como señala el apóstol
Pablo, el
Espíritu divino habita en cada persona. Los lugares de peregrinación
son
completamente secundarios.
5.4.
El tema de la
circuncisión
Las acciones
simbólicas implican ciertos gestos o actuaciones corporales, ya sea en
el rezo,
el tributo, la peregrinación, las normas alimentarias, las
prescripciones
indumentarias u otros ritos. Pero algunas de tales acciones se
inscriben directamente
en el cuerpo de forma permanente, como ocurre con la circuncisión,
señal
indeleble de sumisión a Dios y al sistema islámico.
Según el Nuevo
testamento
La primera
generación de cristianos
había abolido la circuncisión, con el fin de hacer accesible a todos
los
pueblos la salvación de Dios.
El
apóstol Pablo, en la epístola a los gálatas, desarrolla la idea de que,
en
Abrahán, a quien la fe le valió la justificación, Dios prometió la
bendición
para todas las naciones: «Sabed de una vez que hijos de Abrahán son
únicamente
quienes viven de la fe» (Gálatas 3,7). Porque, gracias a Jesús el
Mesías, la
bendición de Abrahán llega hasta los paganos, que también reciben el
Espíritu
prometido (Gálatas 3,14). Estos son los verdaderos hijos de Abrahán,
libres de
la circuncisión y libres de la Ley, que por la recepción del Espíritu
han
llegado a ser hijos de Dios (Gálatas 4,6; Romanos 8,9 y 14).
Pablo
hace una interpretación alegórica de la descendencia de Abrahán, en la
que alude
precisamente al hijo de la esclava (Ismael, hijo de Agar) como figura
representativa de la antigua alianza, de los judíos que se negaban a
aceptar la
libertad del evangelio (Gálatas 4,22-25).
En el sentido
cristiano, Pablo
argumenta que la verdadera circuncisión es la «circuncisión del
corazón»
(Romanos 2, 25-29), que da a todos los creyentes la posibilidad de ser
hijos de
Abrahán y herederos de la promesa. En la primitiva Iglesia cristiana,
la circuncisión
fue sustituida por el bautismo como rito de incorporación.
Según el Corán
La circuncisión,
tanto masculina como
femenina, constituyen una incisión corporal que marca y separa al
pueblo
elegido, sea el hebreo, sea el árabe. Aunque el Corán no lo manda
expresamente,
no obstante propone a Abrahán como «buen modelo»:
«Tenéis
un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él…» (Corán 91/60,4;
repetido en 91/60,6).
Por
eso, la tradición musulmana arguye que Abrahán se circuncidó por
mandato
divino y que, por tanto, debe ser imitado en eso (Corán 70/16,123;
87/2,124 y 128). Por otra parte, los hadices refieren que Mahoma
era
circunciso y que mandó circuncidarse obligatoriamente a los hombres, y
también
a las mujeres, aunque para estas como un acto meritorio y no
obligatorio; así
que se trata de una exigencia del profeta.
La
realidad es que el mundo islámico da una importancia capital a la
circuncisión,
tanto masculina como femenina. Los ulemas defienden unánimemente que
constituye
un mandato divino. Pero esta intervención sobre el cuerpo también
manifiesta un
trato desigual según el sexo.
La
circuncisión de los niños varones está implantada en todas las
sociedades
musulmanas, como un rito que se practica públicamente y es objeto de
celebración familiar.
La circuncisión de
las muchachas
musulmanas, por el contrario, tiende
a realizarse en secreto y varía según los países. Siempre resulta traumática y está más extendida de lo
que se admite. Anualmente, se circuncida a más de trece millones de
niños
musulmanes, pero también alrededor de dos millones de niñas sufren
algún tipo
de mutilación genital o ablación, en muchos casos con consecuencias
lamentables. Existen investigaciones muy bien documentadas, como un
libro de Sami
Aldeeb.
La
marca de la circuncisión está vinculada necesariamente a la profesión
de fe
islámica, mediante la cual se ratifica la pertenencia al pueblo
elegido, una fe
que algunos pasajes coránicos tardíos postulan como «religión de
Abrahán»,
heredada a través de Ismael por los árabes. Recuérdese lo que se expuso
en el
apartado sobre Abrahán.
Resultado de la
comparación
El apóstol Pablo
nunca es mencionado
por su nombre en el Corán. Sin embargo, hay una polémica soterrada con
la
argumentación paulina en múltiples aspectos. Uno fundamental tiene que
ver
precisamente con Abrahán y la circuncisión. Pablo defiende que la
filiación
según la carne ha sido abolida y sustituida por la fe, en virtud de la
cual la
promesa de salvación está abierta a también los incircuncisos. Para
incorporarse a la comunidad, en lugar de una mutilación genital, de
carácter
sangriento, como era la circuncisión propia del judaísmo, los primeros
cristianos establecieron el ritual del bautismo.
El
Corán, en cambio, siglos después, consagró una regresión a la ideología
de la
descendencia carnal, por medio de Ismael, con la pretensión de formar
un nuevo
pueblo elegido de carácter étnico, cuya marca es la circuncisión
obligatoria. Solo
más tarde, el poder califal abasí permitió la conversión de gentes de
otros
pueblos, si bien imponiéndoles las señas de la identidad árabe: la
circuncisión, la ley, la religión y la lengua.
5.5.
El tema de
lo puro y lo impuro
El concepto de
pureza es complejo y genera en los musulmanes una
necesidad obsesiva de purificarse. No es una cuestión de higiene. La
pureza o
impureza alude, sobre todo, a un estado legal, con implicaciones
rituales y
morales. La impureza supone como una mancha que afecta a las personas,
pero
también a cosas, como alimentos y bebidas, costumbres y comportamientos
de todo
tipo. Mediante la marca de puro/impuro (halal/haram) se
controla
lo permitido y lo prohibido, lo lícito y lo ilícito, lo legal y lo
ilegal. La
razón de fondo de lo que está prohibido no es pragmática (sanitaria,
económica,
etc.), sino que lo haram se justifica porque así lo manda el
Corán o la
jurisprudencia islámica, tenidos por expresión de la voluntad divina.
Lo haram o prohibido
significa,
en el islamismo, una barrera impuesta por Dios al hombre, y este nunca
debe
traspasarla.
El régimen
de lo puro/impuro lo abarca todo, de modo que regula no solo lo
convencionalmente «religioso», sino cuanto se hace en público y en la
intimidad.
No obstante, donde quizá posee mayor importancia social y económica sea
en lo
que atañe a las prohibiciones y prescripciones alimentarias.
Según el Nuevo
testamento
La primitiva
Iglesia, al extender el mensaje
cristiano a los gentiles, los dispensó de las normas alimentarias (kosher) vigentes en el judaísmo del Segundo Templo.
En los Evangelios,
se nos narra cómo Jesús levanta la carga de ciertas prescripciones
propias de
la tradición de los antepasados, de las que afirma que solo son
«preceptos de
hombres» (Marcos 7,7).
«Llamando
de nuevo a la gente, les decía: ‘Escuchad todos y atended: No hay nada
fuera
del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro. Lo que sale del
hombre
es lo que hace impuro al hombre’. (…) Cuando se apartó de la gente y
entró en
casa, sus discípulos le preguntaron por la comparación. Él les dijo:
‘¿Conque
también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que lo que
entra en
el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro, porque no entra en su
corazón,
sino en el vientre y va a parar al excusado?’ Con esto declaraba puros
todos
los alimentos» (Marcos 7,14-19).
La misma idea se
escenifica simbólicamente
en el libro de los Hechos de los apóstoles, en la visión que tuvo Pedro
en casa
del centurión Cornelio:
«Y oyó una voz:
‘Levántate, Pedro,
mata y come’. Pedro respondió: ‘De ningún modo, Señor; nunca he probado
un
alimento profano o impuro’. Por segunda vez sonó la voz: ‘Lo que Dios
declara
puro tú no lo tengas por impuro’» (Hechos 10,13-15).
Con respecto al
ayuno, no hay nada concreto
mandado, pero, si alguien desea ayunar, es clara la recomendación de
Jesús en
el Evangelio según Mateo:
«Cuando ayunes,
perfuma tu cabeza y
lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino
por tu
Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto,
te
recompensará» (Mateo 6,17-18).
Según
el Corán
Las prohibiciones
y prescripciones relativas
a la comida y la bebida aparecen tratadas en varios pasajes dispersos
por doce
capítulos del Corán. Son normas a veces complicadas, que afectan, sobre
todo, a
la carne corrompida, la carne de cerdo, la sangre, lo ofrecido a otros
dioses,
el animal ahogado, apaleado, despeñado, corneado, devorado por una
fiera o
inmolado a los ídolos.
«En
lo que se me ha revelado, no encuentro prohibido, para que lo coma el
que come,
sino la carroña, la sangre derramada, la carne de cerdo, porque es una
abominación, o lo que, por perversidad, se ha ofrecido a otro que no
sea Dios»
(Corán 55/6,145; también 70/16,114-115 y 87/2,172-173).
«Os
está prohibido [comer] la carroña, la sangre, la carne de cerdo, la que
se ha
ofrecido a otro que no sea Dios, la de animal ahogado, apaleado,
despeñado,
corneado, devorado por una fiera, salvo la que vosotros inmoléis, y la
que ha
sido inmolada sobre piedras erectas» (Corán 112/5,3).
Aparte
de la prohibición de determinadas comidas, también está prohibido el
vino y las
bebidas embriagantes. Respecto a esto último, llama la atención que los
versículos coránicos acerca del vino se contradigan entre sí. Primero,
las
bebidas alcohólicas se ven como dones de Dios. Luego, se miran con
desconfianza. Y finalmente se prohíben de manera tajante.
«De
los frutos de las palmeras y de las vides obtenéis una bebida
embriagadora y un
buen sustento. Ahí hay un signo para gentes que razonan» (Corán
70/16,67).
«Te
preguntan sobre el vino y el juego de azar. Di: ‘En los dos hay un gran
pecado
y algunos beneficios para los humanos, pero su pecado es mayor que su
beneficio’» (Corán 87/2,219).
«¡Vosotros
que habéis creído! El vino, el juego de azar, las piedras erectas y las
flechas
adivinatorias son abominación y obra de satanás. ¡Apartaos de eso! (…)
Satanás
solo quiere suscitar entre vosotros enemistad y odio, por el vino y el
juego de
azar, y desalentaros del recuerdo de Dios y del rezo. ¿No vais a
absteneros de
ello?» (Corán 112/5,90-91).
Los
alimentos y bebidas prohibidos se consideran haram, y los
permitidos, halal, como ya he dicho. Pero esta
categoría de lo lícito/ilícito, puro/impuro y legal/ilegal se aplica no
solo al
alimento en sí sino también a los modales en el consumo, a las formas
de
preparación culinaria y a otros comportamientos implicados. Por
ejemplo, los
animales permitidos deben estar sacrificados conforme al ritual de
extracción
de la sangre y mirando en dirección a La Meca. Finalmente, entre las
prohibiciones que regulan la alimentación, habría que catalogar también
la obligación
del ayuno durante el día en el mes de ramadán (Corán 87/2,183-187).
Resultado de la
comparación
El régimen que el
Corán establece en
cuanto a las prohibiciones de
consumir ciertos
alimentos está básicamente tomado y adaptado de las normas de pureza
alimentaria del judaísmo, que, en su momento, habían sido
abolidas en los Evangelios,
por los apóstoles y por la Iglesia.
No solo se prohíbe
saborear
determinadas comidas y bebidas, sino que están vetadas ciertas
expresiones de
la sensibilidad en el arte. Está prohibida la representación de la
figura
humana, perseguida en la escultura y la pintura (lo que condenaría los
museos
de bellas artes). Está proscrita la música sacra, rechazados Victoria,
Bach,
Mozart y todos los demás. Mediante toda clase de prohibiciones y
prescripciones, plasmadas en estrictas reglas de «pureza», el Corán y
sus
intérpretes levantan infranqueables barreras entre los musulmanes y los
no
musulmanes, reforzando así un sistema cerrado de innumerables normas
particularistas que controlan todos los ámbitos de la vida.
El resultado es
que no queda espacio para la autonomía humana, que es
vista como impureza, descreimiento y resistencia a la sumisión debida a
Alá.
Hay todo un sistema indisociablemente religioso y político de preceptos
que
demarcan el mundo islámico. El
código halal/haram,
puro/impuro, instaura fronteras simbólicas, sociales y legales,
destinadas a
construir y preservar una identidad islámica inconfundible, con la que
creen
poseer la superioridad sobre los demás, sobre los no musulmanes, o
infieles, categorizados
como esencialmente impuros y profanos.
Por el contrario,
las palabras de
Jesús en los Evangelios, lo mismo que la visión del apóstol Pedro y la
predicación del apóstol Pablo, relativizan o suprimen normas
tradicionales del
particularismo étnico y cultural, lo que significa claramente que
salvación de
Dios está abierta a todos, por encima de las barreras creadas por
hombres.
5.6.
El tema del
velo femenino
La obligación de
que las mujeres lleven velo o pañuelo cubriéndoles la cabeza, y a veces
incluso
la cara, ocupa un lugar destacable dentro del régimen de prohibiciones
y prescripciones
indumentarias típicamente islámico. Está entre los simbolismos rituales
que
marcan más visiblemente la segregación y el sometimiento femenino.
Según el Nuevo
testamento
No hay, en el
cristianismo, ninguna obligación establecida de que las mujeres tengan
que
llevar velo en público, aunque en algún momento se mandó que la mujer
se cubriera
la cabeza cuando intervenía en la liturgia (1 Corintios 11,5-6).
En un contexto
netamente diferente, en la tradición hebrea, existía otro
simbolismo ritual del «velo», muy antiguo, como signo indicador de la
trascendencia divina. Me refiero al velo que, en el templo de
Jerusalén,
separaba el sanctasantórum, es decir, el santuario interior donde
habitaba la
presencia de Dios, adonde nadie podía acceder, salvo el sumo sacerdote
en solemnes
ocasiones.
Los evangelios
sinópticos retoman ese significado de trascendencia y nos
refieren que, cuando Jesús expiraba en la cruz, el velo del templo se
rasgó de
arriba abajo (Marcos 15,38 y paralelos). Con ello querían simbolizar
que había terminado
la separación radical entre el hombre y Dios, y se inauguraba una era
de
comunicación abierta con la divinidad. En coherencia con esta
simbólica, el
cristianismo postulará también la superación de las divisiones en otros
ámbitos
fundamentales de la vida: entre judío y gentil, entre amo y esclavo,
entre
hombre y mujer.
Según el Corán
Este
tema del velo femenino tiene que ver con la percepción de la mujer como
un
peligro moral y social, debido a su inherente sensualidad, que debe
conjurarse
mediante normas de pudor en el vestir. Sin embargo, el Corán no fija
una pauta
clara. Solo hay unos versículos que se citan en apoyo del velo,
referidos a las
mujeres de Mahoma, que son poco concluyentes:
«¡Mujeres
del profeta! (…) Quedaos en vuestras casas, y no os exhibáis como se
exhibían
en la época de la antigua ignorancia. (…) ¡Gente de la casa! Dios solo
quiere
alejaros del vicio y purificaros plenamente» (Corán 90/33,32-33).
«¡Vosotros
que habéis creído! No entréis en las mansiones del profeta, a menos que
se os
autorice para la comida (…) Cuando les pidáis [a sus mujeres] alguna
cosa
pedídselo desde detrás de un velo. Esto es más puro para vuestros
corazones y
para sus corazones» (Corán 90/33,53).
La
norma es que las mujeres se pueden quitar el velo dentro de su hogar,
delante
de sus familiares, allegados y esclavos (Corán 90/33,55; 102/24,31).
Pero, al
salir de casa, las mujeres deben cubrirse con un manto. Alguna vez se
da como
motivo que puedan ser reconocidas como musulmanas y así no se las
moleste.
«¡Profeta!
Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se
envuelvan
con sus mantos. Esto es lo mejor para que se las reconozca, y así no
sufrirán
molestias» (Corán 90/33,59).
Por lo que
respecta a los hombres, el
Corán apenas indica unas pautas de modestia en dos o tres versículos
(Corán
102/24,33; 102/24,58-59). No obstante, la tradición musulmana
desarrolló posteriormente
reglas indumentarias más estrictas para los hombres y para las mujeres,
tanto para
los fieles como para los infieles centro de la sociedad musulmana. Por
ejemplo,
la costumbre masculina de dejarse barba y bigote, a imitación de Mahoma
(Corán
90/33,21), propuesto como modelo.
La
imposición del velo femenino es compatible con muy diferentes estilos,
que se
pueden catalogar de menos a más restrictivo: shayla, hiyab, al-amira, jimar,
chador, niqab, burka, en general distribuidos en función del país. Pero
lo que no
cambia es que el velo femenino marca siempre, simbólicamente, la
frontera
sexual entre hombres y mujeres, la frontera social entre la mujer libre
y la
esclava, la frontera confesional entre los musulmanes y los no
musulmanes. Todo
el sistema indumentario está construido con el propósito de significar
bien
visiblemente la desigualdad y la exclusión, un afán tan característico
de todo
el Corán.
En
realidad, la razón del velo no es, como algunos dicen, por devoción
personal,
ni para protección de las mujeres. Bajo apariencia piadosa,
constituye un instrumento
para el control del sexo femenino, e indirectamente de toda la
comunidad, también
de manera especial en países no islámicos. El hecho de llevar el velo
islámico
no está motivado solo por al machismo. Forma parte de la instauración
de un
sistema de demarcación social, religiosa y política, que incluye la
inferioridad femenina, así como la exterioridad insuperable de los
infieles.
Resultado de la
comparación
En la religión del
Corán observamos cómo reaparecieron y se restauraron
los velos arcaicos. La función del velo en el islam se traduce en dos
oposiciones que no acaban de encajar. Por un lado, el velo puede
representar la
separación entre lo sagrado y lo profano. Por otro lado, marca la
disyunción
entre lo permitido y lo prohibido (halal/haram). De modo
que la
misma palabra haram sirve para denotar dos aspectos: lo
«sagrado» y lo «prohibido»,
sin duda con una vinculación profunda. Así, por ejemplo, la principal
mezquita
de La Meca la llaman másyid al-haram, el «santuario prohibido»,
donde
prohibido significa sagrado. Y en la explanada interior de la mezquita,
se
encuentra el edificio en forma de el cubo de la caaba, denominada «casa
de Alá»
a imitación del sanctasantórum judío, que se halla siempre cubierto
exteriormente
con un velo formado por grandes cortinas.
Pero el
significado práctico del calificativo haram connota siempre
un veto, ya se refiera al alimento prohibido, a la mujer preservada o a
cualquier
comportamiento transgresor de la norma establecida por la ley islámica.
La obligación del
velo femenino
islámico, en todas sus variantes de cubrimiento, suele presentarse como
justificada
por razones teológicas, porque Dios lo manda, o por razones
antropológicas,
según una concepción en la que todo el cuerpo de la mujer es tentación.
Sea
cual sea el motivo invocado, el hecho es que implica una falta de
libertad, y sus
efectos pragmáticos negativos resultan incuestionables en la actualidad:
– Marca a
las mujeres musulmanas, en los espacios públicos, mediante un signo
ostensible
que las diferencia y distancia de las demás mujeres, y las mantiene
alejadas de
los hombres.
– Recalca
socialmente la barrera entre musulmán y no musulmán, en un contexto
donde,
siguiendo el Corán, se sobreentiende que todo no musulmán es enemigo de
Dios,
carece de derechos y debe ser sometido al islam.
– Proclama
que a las mujeres musulmanas se les impide la relación y el matrimonio
con
hombres no musulmanes (salvo que se conviertan al islam). En los países
no
islámicos, al interrumpir drásticamente los intercambios matrimoniales
espontáneos, se crea una sociedad autosegregada en el interior de la
sociedad
general.
– Niega la
igualdad de derechos propia del concepto de ciudadanía, pues se
restringen los
derechos por el hecho de ser mujer, lo cual atenta contra los
fundamentos de
toda organización social democrática. Las mujeres están excluidas de la
presencia pública, del acceso al trabajo y de la dirección política.
– Asocia
el significado del velo con otras reivindicaciones comunitaristas,
fuera de los
países musulmanes, apoyando exigencias como un menú halal en
los
comedores escolares, un lugar destinado al rezo en las empresas, un
horario y
un espacio reservado para mujeres en las piscinas públicas, etc.
– Aspira a
crear zonas residenciales y legales específicas para los musulmanes, es
decir,
ámbitos no regidos por las leyes del Estado, sino por la Ley islámica.
Son
tentativas de conquista, de apariencia pacífica, al servicio de un
proyecto anunciado:
primero, forzar la creación de espacios propios de la comunidad
musulmana y,
como objetivo, debilitar el poder democrático para ir islamizando la
sociedad.
En una
palabra, el comportamiento simbólico y práctico del uso del velo se
encuadra en
la estrategia global de la yihad. Es un error fatal entenderlo como una
cuestión de libertad religiosa. Porque es un problema de defensa de los
derechos humanos y las libertades cívicas frente a la infiltración,
subrepticia
o insolente, del sistema islámico.
5.7.
El tema de los
sacrificios cruentos
No
existe una teoría antropológica ni teológica acerca del sacrifico que
sea aceptada
mayoritariamente. Sea cual sea la interpretación que adoptemos, el
sacrificio
se encuentra presente de una u otra manera en todo sistema religioso.
Esto no
significa que todos los tipos sacrificiales sean equivalentes. En lo
que
coinciden es en la función genérica que se le puede atribuir: el
mejorar las
oportunidades de la vida, a través unas formas fundamentales que cabe
clasificar en tres modalidades sacrificiales: ritos de oblación,
ritos
de comunión y ritos de agresión. De ellos se espera
siempre un
incremento de poder, ya sea por medio del ritual de entrega a alguien
más
fuerte (sacrificio de oblación); o por medio del ritual de
identificación con
otros reconocidos como igualmente fuertes (sacrificio de comunión); o
por medio
del ritual que descarga el peso de la culpa sobre una víctima vicaria
más débil
(sacrificio de agresión). Además de su función simbólica, estas
prácticas
rituales suministran a los participantes modelos de comportamiento
aplicables a
diversas situaciones reales de la vida.
Las
acciones sacrificiales pueden llevar consigo significaciones
contrapuestas, es
decir, tendentes a rechazar o conseguir, alejar o acercar, negar o
afirmar.
Así, vemos unos sacrificios que se orientan sobre todo a la liberación
del
mal, de todo lo negativo: expían el pecado, alejan la enfermedad y
la
muerte, expulsan a los demonios, envían lejos el chivo expiatorio,
matan al
diablo, hacen penitencia, imponen castigos, o asesinan a los enemigos
(yihad).
En cambio, otros rituales miran al aumento del bien, propician
el favor
y el auxilio: entregan la ofrenda y el don para recibir la gracia u
obtener la
recompensa, ponen en común los bienes en favor de todos, se unen para
ser más
fuertes en la conquista y para el reparto del botín.
Los diversos
mecanismos implicados en el sacrificio aparecen como esquemas formales,
cuyo
significado dependerá del contenido particular que le asigne la
ideología o
teología de cada sistema religioso concreto.
Según
el Nuevo testamento
Es sabido que el
cristianismo suprimió del todo la práctica de los
sacrificios de animales, si bien, paradójicamente, dotó de importancia
salvífica fundamental a la muerte de Jesús en la cruz, entendida
teológicamente
como sacrificio expiatorio.
«La
sangre de toros y cabras no puede perdonar pecados. (…) Hemos quedado
consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del cuerpo de
Jesucristo. (…)
Este,
después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la
derecha de
Dios» (Hebreos 10,3 y 10-12).
Los
Evangelios no establecen ningún sacrificio animal como ofrenda a Dios.
La
epístola a los Hebreos declara abolidos tales sacrificios por su
ineficacia y,
en su lugar, afirma que la santificación se ha alcanzado
definitivamente por el
sacrificio único de Cristo. En los cuatro Evangelios, la secuencia de
la
pasión, muerte y resurrección de Jesús constituye el núcleo central del
mensaje
cristiano. Y este «sacrificio» es recordado, de forma incruenta, en el
sacramento de la eucaristía como ágape compartido en memoria suya
(Lucas
22,19-20).
Según
el Corán
En el islam,
existe la práctica ritual de
sacrificios cruentos de animales en fechas señaladas, por ejemplo, en
el culto
asociado a la peregrinación. El Corán los
denomina
«rituales de Dios» y, aunque hay un versículo donde critica los
sacrificios de
carne y sangre (cfr. Corán 103/22,36-37), también deja constancia de la
práctica de los sacrificios animales, una práctica habitual entre
hebreos y
beduinos: vacas, camellos y ovejas. La tradición sacrificial más
conocida del
islam es
la inmolación de un cordero en la fiesta conmemorativa del sacrificio
de
Abrahán, que habría ofrecido a Ismael como víctima (Corán 56/37,102).
Pero, en
el mismo Corán, hay otras indicaciones sobre la realización del
sacrificio de
animales ofrendado a Dios.
«Reza
a tu Señor y ofrece sacrificios»
(Corán 15/108,2).
«Cumplid la
peregrinación y la visita por Dios. Si estáis impedidos, ofreced una
víctima
que os sea asequible. No os rapéis la cabeza hasta que la ofrenda
llegue al
lugar [de inmolación]» (Corán 87/2,196).
«¡Vosotros
que habéis creído! No matéis al animal de caza mientras estéis en
estado de
consagración. Cualquiera de vosotros que lo mate deliberadamente, su
pago es
uno de su rebaño semejante al que ha matado, según el juicio de dos
justos de
entre vosotros, una ofrenda que hará llegar a la caaba» (Corán
112/5,95).
Los
sacrificios de animales están estrictamente regulados, y en ellos hay
que
atenerse a las formas prescritas, evitando todo aquello que está
prohibido
(Corán 112/5,2). Los hadices de Muslim contienen un Libro de los
sacrificios,
donde estos se regulan con toda minuciosidad (Muslim Ibn al-Hayyay,
2006:
583-589). En consecuencia, los sacrificios cruentos forman parte
integrante de
los rituales del sistema islámico.
Pero esto
no es todo, porque, por extraño que parezca, también se estipula la
ofrenda de sacrificios
humanos. Aunque esto no se realice directamente en el mismo contexto de
la
liturgia. Por un lado, se condenan los sacrificios de niños (Corán
55/6,137). Pero,
a la vez, hay ciertas formas de muerte infligida a humanos a las que se
asigna
un claro sentido religioso. En efecto, se da un significado
manifiestamente
cultual y ritual a los castigos de pena capital regulados por la Ley
islámica,
y de manera eminente a las masacres encomendadas por el Corán, y por
los
hadices, a la espada de la yihad. Se lleva a la muerte, por motivos
religiosos,
a los transgresores de la Ley islámica, los apóstatas, las adúlteras,
los
idólatras, los cautivos que no se convierten. Y la ejecución adopta el
protocolo de un ritual cruento.
La
yihad guerrera se considera una acción sagrada que el Corán manda
llevar a cabo,
en nombre de Dios, contra todo el que se resista al dominio musulmán.
Los
combatientes y los terroristas islámicos que atacan al grito de «¡Alá
es
grande!», creen que sus matanzas de humanos forman parte de su deber
religioso.
La yihad tiene carácter sacrificial en un doble sentido: por un lado,
el
sacrificio de la propia vida del yihadista que muere por la causa de
Dios; por
otro lado, la matanza de enemigos en aras de esa misma causa.
El
Corán describe la entrega del musulmán a la yihad como parte de un
contrato que
Dios hace con los que luchan dispuestos a dar su vida. Es como un
sacrificio de
oblación. De modo que los que combaten en el camino de Dios, los que
matan y se
hacen matar, son los mejores musulmanes:
«Que
combatan, pues, en el camino de Dios quienes cambian la vida de aquí
por la
vida venidera. Quien combata en el camino de Dios, ya sea muerto o ya
venza, le
daremos una gran recompensa» (Corán 92/4,74).
«Dios
ha intercambiado las vidas y las fortunas de los creyentes [por la
promesa de]
que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se
hacen
matar. Una verdadera promesa suya… Estos son los que se arrepienten,
adoran,
alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito y
prohíben lo
ilícito, y observan las normas de Dios» (Corán 113/9,111-112).
Pero, por otro
lado, la yihad opera también como sacrificio de agresión y
es descrita como forma eminente de dar culto a Dios y luchar por la
expansión
del islam. Al ser una religión
política, la acción militar se convierte en sacramento religioso, por
la
sobrecarga simbólica que conlleva. Los no musulmanes son categorizados
como «enemigos»
de Dios y, por ello, deben ser inmolados como ofrendas, según manda
Dios y su
profeta:
«Combatid
en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros (…)
Matadlos allí
donde los enfrentéis, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La
subversión
es peor que matar. (…) Combatid contra ellos hasta que no haya más
subversión y
la religión pertenezca a Dios» (Corán 87/2,190-193).
«Malditos.
Donde se los encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán
90/33,61).
«Capturadlos
y matadlos allá donde los encontréis. Os hemos dado plena autoridad
sobre
ellos» (Corán 92/4,91).
Este tipo
de mandatos coránicos son indisociablemente órdenes de batalla y reglas
rituales. El islam ritualiza la guerra. La convierte en un campo de
sacrificios
cruentos que tienen como fin propiciar, mediante la acción violenta, la
implantación en el mundo de la ley divina. Por eso, la yihad es guerra
santa,
literalmente. Los enemigos matados no
son simples muertos, son vistos como víctimas propiciatorias,
verdadera ofrenda de sacrificios humanos conforme a lo
que Dios manda en el Corán.
El yihadista es el
oficiante perfecto,
que mata y se hace matar en palabras del Corán (113/9,111) y así Dios
lo perdona y lo hace entrar al
paraíso
(Corán 95/47,4-6). Porque el Dios coránico ama a los que
combaten y matan por su
causa (Corán 109/61,4) y está con ellos (Corán 113/9,123), y hasta mata
por
mano de ellos (Corán 88/8,17). No cabe negar esto sin
mentir.
Resultado de la
comparación
El budismo había
dado un paso hacia la desacralización de la violencia,
al suspender los sacrificios tradicionales instaurados por los Vedas.
En la
religión del antiguo Israel, varios profetas proclamaron que Dios
quiere
justicia y no sacrificios; y, finalmente, el judaísmo rabínico o
sinagogal
abandonó por completo la práctica de los sacrificios cruentos. El
islamismo, en
cambio, no solo mantuvo la inmolación ritual de animales, sino que
sacralizó el
sacrificio de personas humanas incluyéndolo en su concepto de yihad.
El Corán supone,
pues, una
persistencia en la creencia de que los sacrificios de animales agradan
a Dios,
como el judaísmo anterior a la destrucción del templo jerosolimitano;
peor aún,
supone una fuerte regresión en la historia de las religiones, a un tipo
de
religión arcaica y brutal, que promueve la fe en la eficacia de los
sacrificios
humanos, hasta el extremo de elevarlos al rango de mandato divino y
método de
liberación.
Así, el islam
sacraliza la violencia religiosa
y política en un grado sumo, mientras que, en realidad, esa
sacralización no
hace más que encubrir crímenes interminables pretendidamente en aras de
la
justicia y la paz. Desde esta posición sacrificial, resulta coherente
que la teología
coránica se vea en la necesidad de negar la crucifixión de Cristo, así
como el
sentido salvífico de su muerte. En esta, quedó en evidencia y
desmitificada la
lógica perversa de todo sacrificio de humanos, incluso en nombre de lo
más alto,
por cuanto hace ver que la víctima de la violencia es inocente.
En la concepción
cristiana, Dios Padre
quiere que todos los hombres se salven y está siempre dispuesto al
perdón. No
solo no reclama sacrificios, sino que en Jesús es Dios quien se
«sacrifica» por
la humanidad. La entrega de Jesús y su renuncia a ejercer la violencia
revelan
un Mesías atípico, víctima inocente, que deja al descubierto el
mecanismo y la
lógica inhumana de la violencia. Es lo que expresa la carta a los
Hebreos: el
sacrificio único de Cristo abrió a los humanos toda la plenitud de
Dios,
demostró la ineficacia e inutilidad de todos los demás sacrificios
(Hebreos
10,3 y 10-12), y reprobó la maldad de la violencia sagrada, que
indefectiblemente recae sobre víctimas inocentes. Es un nuevo tipo de
sacrificio, que desenmascara el mecanismo del chivo expiatorio, que
quita a la
violencia todo carácter sagrado y que deslegitima los rituales
sangrientos de
la religión. En consecuencia, postula también la abolición de la
violencia en
la vida social y política.
El cristianismo
primitivo dio una interpretación sacrificial a la entrega
de Jesús, con un sentido soteriológico, que transita de la muerte a la
resurrección, que no promueve la salvación matando, sino mediante la
superación
de la muerte. Esta teología
cristiana de la redención carece
totalmente de sentido para el Corán, que se opone a ella hasta el punto
de
negar el hecho mismo de la crucifixión de Jesús.
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