El Corán y los Evangelios. Estudio comparativo
7. Conclusiones de la comparación

PEDRO GÓMEZ





7.1. Un sumario de las diferencias

7.2. La incompatibilidad entre los dos mensajes



El movimiento mesiánico originalmente sarraceno que daría lugar a la formación de la religión islámica surgió, en el siglo VII, a partir de la conversión de algunas tribus árabes a la secta de los «nazarenos», una corriente judeocristiana desviante, que se remontaba hasta los primeros siglos del cristianismo. Sus creencias eran una amalgama de tradición judaica y heterodoxia cristiana. De esos orígenes provenían las reconocibles coincidencias argumentales del Corán con las escrituras anteriores judías y cristianas, si bien la interpretación coránica del significado de tales contenidos resulta, la mayoría de las veces, no solo distinta, sino manifiestamente antitética.

 

Ese parentesco genético entre el islamismo y el cristianismo, que sin duda explica las semejanzas y diferencias encontradas en entre sendas religiones, es también uno de los factores que nos ha facilitado plantear la comparación entre el Corán y el Nuevo testamento. El análisis comparativo, que intentamos acreditar metodológicamente, se centró primero en los respectivos axiomas fundamentales, ese núcleo duro de postulados sagrados últimos que instaura, soporta e identifica cada sistema. Después, fuimos abordando uno a uno el estudio de veintiún temas significativos, seleccionados y expuestos conforme a las dos interpretaciones contrastadas, inherentes respectivamente a los Evangelios y al Corán, agrupados en tres bloques, de sentido mítico, ritual y ético.

 

Una vez recorrido el camino del análisis, procederemos a presentar un conciso sumario de los hallazgos de la comparación, al tiempo que intentaremos decantar qué conclusión se desprende en lo que concierne a la compatibilidad entre ambos mensajes. No será de extrañar una conclusión negativa, a la vista no solo de los resultados obtenidos de la comparación, sino al verificar históricamente que el islam estructuró todo su sistema de creencias y prácticas expresamente en confrontación con el cristianismo, a modo de artefacto ideológico concebido y acerado para su destrucción y sustitución.




7.1. Un sumario de las diferencias

 

Reconocemos la inmensa complejidad de la labor comparativa, siempre incompleta y perfectible, que fuerza a grandes simplificaciones, pero no impone renunciar al diagnóstico de los significados esenciales. A fin de cuentas, resulta que los mitos, rituales y prácticas específicos del Corán se alejan tanto de los característicos del Nuevo testamento, que nos vemos obligados a concluir que, incuestionablemente, se trata de dos sistemas doctrinales conceptualmente irreductibles, incompatibles y antagónicos. En este apartado, sintetizamos un repertorio de diferencias destacables que se infieren de la comparación de los temas analizados. Intentamos no solo mostrar los fuertes contrastes, sino proporcionar elementos de juicio que puedan servir como piedra de toque para que cada cual dilucide su valor.

 

– En el cristianismo, la revelación de Dios acontece por antonomasia en la persona de Jesús, quien anuncia la buena noticia del reino de Dios y comunica el don del Espíritu a sus discípulos. El Nuevo testamento no considera divino como tal ningún texto; los escritos canónicos son obra de autores humanos inspirados. En cambio, para el islam, lo que se revela es un libro, el Corán, cuya autoría atribuye al mismo Dios. Los islámicos afirman que contiene literalmente la palabra divina, eterna e inmutable, incluyendo una ley divinizada a la que han de someterse los creyentes.

 

– En los Evangelios, Dios creador es «Padre» para todos los humanos. La relación entre Dios y los hombres es paternofilial. Dios es fiel a la alianza con su pueblo y a su promesa de salvación para todos los pueblos. Dios es amor. Sin embargo, en el Corán, Dios es «Señor» de la creación y «Amo» de voluntad imprevisible, que exige que todos los hombres lo teman y obedezcan sus órdenes. La relación con Dios es una relación de servidumbre amo-esclavo. Dios es poder.

 

– Jesús enseña que la actitud más propia de Dios es su disposición a perdonar al pecador, como se ejemplifica en la parábola del hijo pródigo. En cambio, para el profeta del Corán, Dios, aunque indulgente, es inflexible con los pecadores y los infieles; incluso afirma que no hay que interceder por los que no creen, porque Dios no los perdonará jamás.

 

– En la Biblia, el patriarca Abrahán se inserta en la historia de las sucesivas alianzas de Dios con su pueblo, desde Noé hasta Jesús. Con los Evangelios, la pertenencia al pueblo de Dios se abre a toda la humanidad, no en virtud de la descendencia carnal, sino de la fe, simbolizada por Abrahán. Por su parte, el Corán reitera la saga de los mismos personajes bíblicos: Noé, Abrahán, Lot, Isaac, Ismael, Jacob, José, Moisés, Aarón, David, Salomón, Eliseo, Jonás, Job, Juan Bautista y Jesús. Pero evita hablar de la alianza, que comprometería a Dios. Finalmente, inventa una «religión de Abrahán» inexistente y privilegia la descendencia biológica del linaje de Ismael.

 

– Moisés es la figura más sobresaliente de la Biblia veterotestamentaria, a quien se tenía por autor de los primeros cinco libros. Fue el guía de la liberación de Egipto, recibió las tablas de la Ley. No obstante, Jesús, que vivió bajo la Ley mosaica, la relativizó, para resaltar su núcleo, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. En el Corán, Moisés es el personaje más veces mencionado. Es, además, el prototipo de Mahoma como mediador de la revelación y la Ley; y como caudillo militar que guía a la conquista de la tierra prometida. Pero, al final, el Corán rechaza la Biblia y sustituye a Moisés por el profeta árabe que trae un nuevo libro revelado y una Ley que trata de imponer.

 

– En los Evangelios, María es descendiente de la casa y linaje mesiánico de David. Es la madre de Jesús, que acepta el misterio de la encarnación del Salvador. Está presente e interviene en momentos decisivos de la vida y la misión de su hijo, y está con él junto a la cruz. Permanece con los apóstoles en el momento de la venida del Espíritu Santo.

Sin embargo, aunque el Corán se refiere a María en episodios relacionados con el nacimiento de Jesús, inspirados en apócrifos, y aunque María es la única mujer de la que se da el nombre en todo el Corán, las menciones a ella se usan para recalcar que Jesús es «hijo de María», y rechazar que sea hijo de Dios. También se la separa de la genealogía davídica, seguramente para negar el linaje mesiánico a Jesús.

 

– Los Evangelios escenifican una infancia de Jesús en la que ya se anuncia su misión como hijo de Dios y Salvador. Nos transmiten la tradición de su actividad, su mensaje del Reino, las bienaventuranzas, las parábolas y el padrenuestro, sus milagros, su promesa del Espíritu. Por su lado, el Corán altera los relatos de la infancia de Jesús, omite del todo sus enseñanza a los apóstoles, distorsiona el sentido de los milagros, y falsea la promesa del Espíritu paráclito.

 

– Los Evangelios, unánimemente, presentan a Jesús como hijo unigénito de Dios encarnado, como reformador de la Ley de Moisés, que actúa con autoridad propia, que cura y perdona los pecados. En cambio, el Corán desmiente al evangelio: repetidas veces designa a Jesús «hijo de María» como un modo de rechazar que sea «hijo de Dios». Lo presenta como un siervo de Dios y un profeta metamorfoseado en términos islámicos.

 

– En los Evangelios, ocupa un lugar central la pasión y crucifixión de Jesús, a la que se asigna un sentido salvífico, manifestado en la resurrección y prometido a quienes creen en él. Contrariamente, el Corán niega el hecho de la crucifixión y muerte de Jesús, soslaya el valor salvífico de su resurrección y falsea el anuncio de la venida del Espíritu Santo.

 

– Los Evangelios, como es evidente, no dicen ni pueden decir nada acerca de Mahoma. Más bien, Jesús previene, en varias ocasiones, frente a los falsos profetas que surgirán y lograrán engañar a muchos. En cuanto al Corán, vemos que aquel al que llama enviado y más tarde profeta se caracteriza por ser caudillo militar, por la dureza de su religión política, por el reclamo de obediencia a él tanto como a Dios. Sin embargo, al menos una decena de versículos coránicos dejan claro que Jesús fue muy superior a Mahoma en sus títulos y acciones, aunque esto se disimuló después mediante reescritura del texto e inserciones.

 

– En los Evangelios, Jesús anima a realizar la oración, la limosna y el ayuno en privado y sin ser vistos y, claro está, no establece ninguna peregrinación obligatoria. Por el contrario, en el Corán, el rezo, el tributo, el ayuno y la peregrinación son actuaciones rituales prescritas obligatoriamente y con carácter público.

 

– En los Evangelios, Jesús dispensa a sus discípulos de la obligación de ayunar y les aconseja que, si ayunan, lo hagan en privado. Por el contrario, el Corán prescribe como preceptivo y reglamenta la forma de hacer el ayuno en el mes de rama­dán.

 

– En los Evangelios, Jesús enseña que los auténticos creyentes adoran a Dios en espíritu y verdad, no en el monte Garizín, ni en Jerusalén, lo que significa que no hay un templo más santo que otro. Por su parte, el Corán preceptúa que hay que rezar volviendo la cara hacia el santuario sagrado, sin aclarar cuál es, si bien la tradición musulmana lo identifica con la caaba de La Meca.

 

– En los Evangelios, Jesús defendió a sus discípulos cuando no observaron las purificaciones rituales. Más tarde, como se ve en Hechos y en las cartas de Pablo, sus apóstoles suprimieron la necesidad de circuncisión. En las antípodas, el Corán establece una extensa normativa de pureza e impureza. Regula ritos y abluciones para purificarse. Con el mismo motivo, impone la circuncisión, o sea, una mutilación genital tanto masculina como femenina.

 

– En el Nuevo testamento, Jesús y los apóstoles declaran puros todos los alimentos. En dirección opuesta, el Corán decreta numerosas prohibiciones alimentarias y reglamentos acerca de la comida halal.

 

– En los Evangelios Jesús no solo aprecia el vino, sino que lo bendijo como parte de la celebración eucarística en su comunidad. Sin embargo, el Corán, que primero toleró el vino en una aleya, finalmente prohibió el vino por considerarlo obra del demonio.

 

– El Nuevo testamento no carga a las mujeres con ninguna servidumbre indumentaria, como ir vestidas de cierta forma o cubiertas con un velo en público. En cambio, el Corán da pie para imponer a las mujeres determinada vestimenta y la obligación de llevar el velo islámico fuera de casa, en señal de subordinación y segregación social.

 

– En el Nuevo testamento, desaparecieron totalmente los sacrificios de animales, así como la creencia de que sirvan para expiar pecados, o que sean agradables a Dios. Todo lo contrario, el Corán manda ofrendar sacrificios cruentos en determinadas ocasiones. Más aún, en los llamamientos a la yihad, presenta la matanza de infieles como si fuera un sacrificio ritual exigido por Dios.

 

– Los Evangelios reconocen la legi­ti­midad y la autonomía propia de las autoridades del Estado, que deben estar ordenadas al bien común. Por su parte, el Corán consagra un modelo de organización social que es a la vez política y religiosa, de modo que el gobierno está obligado a basarse en la saría, es decir, la Ley de Dios y su enviado, con lo que promueve un régimen teocrático.

 

– Los Evangelios insisten más en principios éticos que en normas particulares. Jesús rehusó intervenir como juez en el re­parto de una herencia. Por el contrario, el Corán dictamina normas sociales de todo tipo, en la herencia, el matrimonio, el reparto del botín, etc.; además, resulta que todas son discriminatorias para la mujer.

 

– En el sermón del monte, Jesús expone una crítica a la ley del talión, la rechaza y propone alternativas tendentes a devolver bien por mal. En oposición, el Corán conserva en el derecho islámico el principio del talión, ojo por ojo y diente por diente, que, aunque pretenda evitar el exceso, autoriza la venganza.

 

– En los Evangelios, por lo que respecta al matrimonio, Jesús se muestra partidario de la monogamia y la indisolubilidad. Mientras que el Corán, en nombre de Dios, legaliza la poligamia para los varones, que pueden estar casados hasta con cuatro esposas.

 

– En los Evangelios, Jesús argumenta en favor de la igualdad de derechos del varón y la mujer en el matrimonio y el divorcio. Al contrario, el Corán da por sentada la inferioridad de la mujer y la supremacía masculina, también en el matrimonio. El marido tiene derecho a pegarle a su mujer y a repudiarla.

 

– En el Evangelio según Juan, Jesús no condena a la mujer adúltera, sino que la libra de la pena de lapidación y le concede su perdón. En contradicción, el Corán regula la acusación de adulterio y manda flagelar a los adúlteros con cien latigazos. Algunas tradiciones atribuidas a Mahoma dictaminan la lapidación.

 

– En el Nuevo testamento, la presencia, importancia y actividad de las mujeres aparece en primer plano, con frecuencia, y se conoce el nombre de decenas de ellas. Pero, en las normas del Corán, las mujeres están discriminadas como inferiores al varón en los planos teológico, biológico, social, jurídico, político. Hasta en el paraíso, la mujer está en función del hombre.

 

– Según los Evangelios, Dios hace salir el sol y llover sobre justos e injustos. Con relación a los que no creen y a los que obran mal, Jesús exhorta a ser tolerantes, como en la parábola del trigo y la cizaña. Por el contrario, según el Corán, Dios y Mahoma se muestran inflexibles con los malos musulmanes, con los infieles, con los judíos y los cristianos: manda combatir contra ellos y anuncia castigos terribles en esta vida y en la otra.

 

– En los Evangelios, Jesús anuncia el reino de Dios por medio de su palabra, sus curaciones y su entrega. Y manda a sus apóstoles hacer lo mismo, predicando a todas las gentes. En total oposición, la doctrina del Corán convoca a la yihad, un llamamiento que incluye expandir la religión empleando todo tipo de violencia contra los no creyentes.

 

– En los Evangelios, Jesús manda estar dispuestos a perdonar, e incluso amar a los enemigos. El propio Jesús imploró el perdón para quienes lo crucificaban. Muy al contrario, en el Corán, Dios ordena amedrentar a los enemigos y combatir contra ellos por todos los medios. Y si no se someten al islam, asediarlos, matarlos sin piedad, y reducir a las mujeres y los niños a esclavitud.

 

Toda esta panoplia de contrastes en los textos sagrados mantiene su plena vigencia hasta nuestros días. Es cierto que tanto las doctrinas de Jesús y como las de Mahoma se remontaban a fuentes lejanas, en las antiguas historias del mesianismo judío. Pero la tradición mesiánica evolucionó y se bifurcó con el paso del tiempo. En especial, con la aparición del islamismo, la oposición se vuelve radical, como hemos constatado en las numerosas diferencias teológicas, sociopolíticas y de toda índole analizadas.

 

La paz de cristo y la paz de Mahoma ponen de relieve una diferencia radical en el núcleo estructural de un sistema y otro. Los Evangelios buscan la paz como obra de la justicia, proclaman el reino de Dios por la vía de un mesianismo desmilitarizado, y aportan fundamentos para concebir y aceptar la autonomía respectiva de la religión y la política. El Corán, por el contrario, concibe la paz como resultado de la dominación, hace un persistente llamamiento a imponer el reino de Dios por la fuerza, articulando una militarización del mesianismo, que funde y confunde la política y la religión. Queda patente el hecho de que, desde sus orígenes, el sistema islámico se configuró como un mesianismo belicoso, que adoctrina para conquistar las naciones con la espada, someter a la fe mediante la violencia armada. Además, el reino escatológico prometido a los inicios se reorientó al logro de una recompensa muy tangible: la captura del botín en este mundo y los placeres del paraíso en el otro. Algo totalmente desemejante de la búsqueda de la justicia, el amor fraterno, la salvación eterna y la visión beatifica.

 

Ahí hemos desvelado la diferencia más sustancial y crítica entre el Corán y los Evangelios, que tiene que ver con el modo de propagar la fe: el primero justifica odiar, atacar y someter militarmente (Corán 88/8,60), mientras que los segundos llaman a amar, enseñar y hacer discípulos pacíficamente (Mateo 28,19-20). Por lo demás, este dilema conlleva repercusiones en todos los órdenes de la vida y en la concepción del hombre y de la realidad: está en juego la autonomía de la razón y el reconocimiento de la racionalidad del mundo; está en juego la libertad y las libertades políticas; está en juego la bondad y la benevolencia hacia toda la humanidad.

 

 

7.2. La incompatibilidad entre los dos mensajes

 

Por muy cierto que sea que el Corán se originó a partir de fuentes anteriores judías y cristianas, su texto adopta una posición heterodoxa y polémica frente a esas fuentes. El antagonismo es tal que debemos desmentir apodícticamente todo intento irenista de afirmar que hay una unidad de fe en el mismo Dios. Es más adecuado hablar de teomaquia, de lucha frontal entre una teología y otra.

 

La ruptura de continuidad entre el mensaje bíblico y el coránico es completa. El Corán, en su versión definitiva, terminó convertido en un manual de guerra contra el cristianismo. Esta lucha constituye a todas luces su propósito, desde el principio, y nunca ha desistido de él.

 

Desde el siglo VII, el islamismo no se expandió pacíficamente, sino mediante la conquista y la destrucción de la cristiandad en Oriente Medio, el norte de África y la Península Ibérica. Después de catorce siglos, prosigue en el mismo empeño, como lo demuestra la existencia de numerosas organizaciones islámicas que sustentan y financian los planes estratégicos para la islamización y consiguiente destrucción de Europa.

 

El «diálogo islamo-cristiano», tal como se realiza, no es más que un espejismo ilusorio e ingenuo por parte cristiana y un disimulo coránico por parte musulmana. Una actitud acomplejada y buenista lleva a muchos eclesiásticos a engañarse sobre lo que verdaderamente dice el Corán y a ocultar la propia verdad cristiana. Mal camino.

 

No siempre fue así. En relación con los islámicos, que conocía bien, Juan Damasceno (hacia 740) planteaba el debate en sus controversias entre un cristiano y un sarraceno, donde denunciaba y refutaba las creencias mahometanas, lejos del falso «diálogo» que busca homologar las doctrinas del otro superficialmente:

https://religion.antropo.es/estudios/
JuanDamasceno.Controversias-
entre-sarraceno-y-cristiano.html

 

Tiempo después, durante la quinta cruzada, Francisco de Asís, con un compañero fraile, desembarcó en Egipto, en 1219, decidido a hablar con el sultán Al-Malik Al-Kamil. Pero Francisco no iba a «dialogar», sino a evangelizar al sultán. Lo que hizo fue comunicarle una grave advertencia: que, si no abandonaba la ley de Mahoma y reconocía a Cristo, no podría alcanzar la salvación:

https://www.aciprensa.com/recursos/
misionero-ante-el-sultan-3379

 

Al siglo siguiente, cuando el sultán turco otomano Bayaceto I guerreaba contra Bizancio, cayó prisionero Manuel II Paleólogo, más tarde emperador bizantino. Estando como rehén en Ankara, en 1391, tuvo unas controversias con sabios musulmanes, en las que analizaba la diferencia entre la ley cristiana y la musulmana. En particular, criticó que difundieran la fe por medio de la violencia armada, algo opuesto a la razón y que no puede proceder de Dios:

http://www.quenotelacuenten.org/
apologetica/website/index6930.html
?id=4959

 

En 2006, el papa Benedicto XVI pronunció un discurso en la Universidad de Ratisbona, en el que citó una de las controversias de Manuel II Paleólogo, el párrafo donde cuestiona el uso de la violencia en el islam: «Muéstrame qué ha instituido Mahoma que sea nuevo: no encontrarás nada que no sea malvado e inhumano, como su decreto de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». Siendo así que «no actuar razonablemente es algo ajeno a Dios»:

https://religion.antropo.es/estudios/
documentos/2006.Discurso-del-
papa-en-Ratisbona.pdf

 

Sin embargo, encontramos una orientación completamente distinta en el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, suscrito en Abu Dabi, en 2019, por el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, Ahmed Al-Tayeb. Este texto envuelve en un disimulo retórico al mensaje del Corán, en un afán por hacer pasar al islam por lo que no es. Quizá desconozcamos el motivo, pero, cualquiera que sea, desde luego no es el amor por la verdad:

https://religion.antropo.es/estudios/
documentos/Papa-GranIman.Documento
-sobre-fraternidad.html

 

Ese documento osa decir: «declaramos –firmemente– que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado». Pues bien, tal afirmación es literalmente falsa, al menos en lo que concierne al islam. Porque el Corán manda «matar» en decenas de ocasiones. Ya desde la primera sura y en muchas otras, incita al odio contra los judíos, contra los cristianos y hacia todos los no creyentes sin excepción. Durante siglos, la exégesis musulmana ha explicado que la yihad significa acción armada para la conquista del mundo en nombre de Dios. Y así lo han practicado los muslimes. Si acaso el gran imán de Al-Azhar está en desacuerdo con el Corán y con la tradición islámica, que lo diga abiertamente. No es el caso.

 

Según los comentaristas clásicos, los llamados versículos de la espada han derogado todos los versículos más benignos revelados con anterioridad: «Una vez que transcurran los meses prohibidos, matad a los asociadores allá donde los encontréis, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por todas partes. Solo si se arrepienten, cumplen el rezo y pagan el tributo los dejaréis en paz» (Corán 113/9,5). Hay algunos autores modernos que quieren impugnar esta doctrina coránica consolidada, pero son pocos y marginales.

 

El documento tampoco resulta convincente cuando dice: «El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos». Esta postura, tan posmoderna, que presupone homologar todos los sistemas religiosos como «expresión de una sabia voluntad divina», solo sirve para cohonestar al islam. Además, este punto de vista está en contra de la doctrina defendida por las iglesias cristianas durante siglos.

 

Lo cierto es que el mensaje del Corán se planteó y consolidó en contradicción con el mensaje de los Evangelios. Uno y otros divergen completamente en el plano del significado y, con toda coherencia, han estado enfrentados teológica y políticamente a lo largo de los catorce siglos transcurridos.

 

Los cristianos de buena voluntad que se sienten atraídos por el «diálogo islamo-cristiano» deberían conocer más a fondo los textos fundamentales de sus interlocutores del otro bando. De lo contrario, se dejarán engañar por falsedades y medias verdades, y no formularán más que concordismos superficiales y estupefacientes.

 

No se debe a la casualidad el atraso que observamos en los mundos del islam. La idea de Dios en el Corán, concebido como omnímoda voluntad, como alguien que hace lo que él quiere a cada instante sin restricción (Corán 87/2,54; 89/3,42-47), determinó en el islam la imposibilidad de desarrollo de la ciencia moderna. Aunque considere a Dios como creador, la teología coránica no puede admitir que haya leyes en la naturaleza, porque cree que estas leyes impondrían límites a la omnipotencia divina. Por el mismo motivo el califato, desde mediados del siglo IX, reprimió la filosofía, que entonces incluía los saberes científicos. El rechazo completo de la razón triunfó definitivamente, a partir del siglo XI, con Al-Ghazali, quien afirmaba que Dios es la única causa de todo cuanto ocurre en el mundo. Este mismo dogma trasladado a la ética niega cualquier margen a la conciencia y la autonomía humana, cuyo ejercicio supondría enfrentarse a lo que Dios manda. Aplicado a la política, introduce el principio de que solo Dios tiene derechos y, por consiguiente, ninguna asamblea humana posee autoridad para emitir leyes, sino tan solo para hacer cumplir la Ley islámica. Por lo mismo, los países islámicos no han suscrito la declaración universal de los derechos humanos.