El Corán y los Evangelios. Estudio comparativo
8. Claves de interpretación del islamismo

PEDRO GÓMEZ





8.1. La doctrina de la abrogación

8.2. La teología de la sustitución

8.3. El islam como proyecto político imperialista

8.4. La falta de libertad para salir del islam



Los eruditos musulmanes distinguieron en el Corán capítulos anteriores y posteriores a la hégira: los 76 capítulos pertenecientes al período de La Meca (610-622) y los 28 pertenecientes al período de Medina (622-632). Aunque todas las propuestas de orden cronológico son hipótesis que están por demostrar, permiten entrever que hubo una evolución en el mensaje y en la práctica, una evolución completamente oscurecida en el orden aleatorio normal que mezcla los capítulos.

 

Antonio Elorza, uno de los mejores conocedores del islamismo en España, expuso ese cambio en el contenido del Corán en su libro Los dos mensajes del islam (2008). La evolución afecta al sistema religioso islámico en numerosos aspectos, algunos fundamentales. El Dios de paz y tolerancia se muda en Dios beligerante contra los infieles. El comportamiento de los seguidores del profeta gira hacia la guerra, en busca de la victoria y el reparto del botín. El premio y el castigo se anticipan a esta vida. El enviado que amonestaba mediante la predicación se transforma en el profeta armado lanzado a la conquista. Se advierten numerosos cambios en esa misma dirección:

 

– Mahoma, monógamo con Jadiya, se hizo polígamo en los años de Medina.

– El guía de caravanas se convirtió en predicador escatológico.

– La llamada a la paciencia se transmutó en llamamiento al combate (yihad).

– La paz y la misericordia de Dios se restringió solo a los musulmanes (Corán 7,156).

– La tolerancia religiosa inicial fue sustituida por la persecución declarada a toda otra religión.

– Mahoma y su clan se hicieron inmensamente ricos y poderosos.

 

Al final, el surgimiento y el desarrollo de la religión islámica a partir de Mahoma se singularizó por pasar de la predicación escatológica y milenarista, en una primera época, a proclamar la expansión de la fe por medio de la espada, como atestigua fehacientemente el Corán. Los problemas que se plantearon en ese proceso de formación condujeron, por un lado, a elaborar la doctrina de la abrogación para superar los conflictos que aparecían dentro del texto coránico. Al mismo tiempo, se reescribió la historia sagrada hasta culminar en una teología de la sustitución favorable a los árabes como nuevo pueblo elegido. En último término, el islam como religión política acabó reformulando el mesianismo en forma de un proyecto de dominación imperialista. Con este fin, se clausuró en un sistema hermético y elevado a categoría divina, hasta el punto de anatematizar toda libertad para discrepar de él.

 

 

8.1. La doctrina de la abrogación

 

Los comentaristas del Corán cayeron en la cuenta pronto de que, en las suras, había apreciaciones y prescripciones que entraban en conflicto unas con otras. Para resolver esas discordancias y contrasentidos idearon la doctrina de la abrogación, que podía tener cierta base en el propio Corán. Más allá de la creencia dogmática en la inmutabilidad del texto revelado, se puede demostrar fácilmente que en el libro se produjeron modificaciones desde la época de Mahoma, en la fase del protoislam y hasta la canonización definitiva del sistema. Estos cambios dejaron su huella en los estratos redaccionales del texto.

 

Es conocido el cambio de parecer con respecto al vino: primero se dice que es «un buen sustento» (Corán 70/16,67), luego que «hay pecado y provecho» (Corán 87/2,219) y, por último, que se prohíbe por ser «abominación y obra del demonio» (Corán 112/5,90).

 

Otro ejemplo es la orientación de la alquibla en el rezo: un versículo afirma que «de Dios es el oriente y el occidente. Dondequiera que os volváis, allí está el rostro de Dios» (Corán 87/2,115), pero, por lo que parece, al principio se rezaba mirando hacia Jerusalén, y más tarde otro versículo manda volver la cara en dirección al santuario prohibido (Corán 87/2,144 y 149-150), que los comentaristas musulmanes identifican con la caaba de La Meca.

 

Otra evolución de mayores consecuencias tiene que ver con la legitimación de la guerra. En un primer momento, se recomienda ser tolerantes: «Ten paciencia con lo que dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán 3/73,10). Más tarde, se justifica en caso de ser atacados: «Si combaten contra vosotros, entonces matadlos» (Corán 87/2,191). Y finalmente, se manda tomar la iniciativa bélica: «Matad a los asociadores allá donde los encontréis, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por todas partes» (Corán 113/9,5).

 

Así pues, en el corpus coránico, se advierten múltiples discrepancias entre unos versículos y otros. Esto ocasionó históricamente numerosas dudas sobre lo que realmente manda el Corán. La doctrina de la abrogación se elaboró, entonces, con la finalidad de determinar la validez de un precepto, cuando entra en conflicto con otro. Este asunto se arbitra en términos jurídicos.

 

La noción de abrogación se entiende como la anulación total o parcial de la aplicación de una prescripción coránica, a la vista de una prescripción posterior que dictamina algo diferente. Pero esta cuestión siempre fue polémica. Y no hay unanimidad acerca de cuáles son los versículos abrogados, que, según autores, podrían ascender a unos 300, diseminados por 71 capítulos.

 

Aunque el tema es complejo, el criterio general establece que el versículo revelado con posterioridad modifica o anula a los anteriores. Los preceptos más recientes prevalecen, son abrogantes, mientras que los más antiguos quedan abrogados. En algunos casos, la abrogación conlleva importantes consecuencias. Así, uno solo de los llamados «versículos de la espada», que manda combatir contra los no musulmanes (Corán 113/9,5), habría abrogado entre 120 y 140 versículos tolerantes. Por consiguiente, solo los mandatos que llaman a la yihad armada habrían quedado legalmente en vigor.

 

Para fundamentar la doctrina de la abrogación, los eruditos musulmanes suelen citar aleyas coránicas que aluden a la omnipotencia divina:

 

«Cuando sustituimos una aleya por otra, y Dios es quien mejor sabe lo que hace descender, dicen: ‘No eres más que un fabulador’. Pero la mayoría de ellos no saben» (Corán 70/16,101).

 

«Por toda aleya que abrogamos o hacemos olvidar, aportamos una mejor que ella, o semejante a ella. ¿No sabes que Dios es todopoderoso?» (Corán 87/2,106).

 

«Dios borra o confirma lo que él quiere. La madre del libro está junto a él» (Corán 96/13,39).

 

Otros exegetas mencionan otros versículos que suelen usar en apoyo de la abrogación, aunque su sentido no está tan claro:

 

«Te haremos leer y no olvidarás, salvo lo que Dios quiera. Él sabe lo que se manifiesta y lo que se oculta» (Corán 8/87,6-7).

 

«Si quisiéramos, haríamos desaparecer lo que te hemos revelado. Y no encontrarías ningún protector contra nosotros» (Corán 50/17,86).

 

«Hoy os he completado para vosotros vuestra religión, he cumplido mi gracia hacia vosotros y he aceptado el islam como religión para vosotros» (Corán 112/5,3).

 

También hay musulmanes, sin duda poco informados, que niegan la existencia de esta doctrina de la abrogación. Pero es obvio que la fijación histórica de la Ley islámica supuso necesariamente una aplicación de la abrogación, mediante la que se fue decidiendo cuáles eran los preceptos vigentes y cuáles no.

 

Este es uno de los motivos por los que es tan importante averiguar el orden cronológico de la revelación de los capítulos, para saber cuál es el más reciente y prevalente. Se supone, en general, que los preceptos abrogantes son los que se hallan codificados en el derecho islámico, que evidentemente ha realizado una elección. Resulta un tanto curioso que la Ley islámica, producto de no pocas interpretaciones y abrogaciones, se considere luego como un sistema inalterable e imprescriptible, es decir, no abrogable. De ahí se deriva el enigmático contrasentido de que la Ley islámica se considere más inmutable que el propio Corán.

 

 

8.2. La teología de la sustitución

 

Dentro de su propia lógica, el Corán desarrolla una teología de la dominación, sustentada sobre unos cimientos que combinan la representación mítica con el simbolismo ritual y la organización práctica del proyecto islámico, envuelto en una mística de combate por la implantación del reino escatológico. Pero las desventuras sobrevenidas activaron el mecanismo de cargar los propios males y conflictos sobre otros. Por esta vía, la comunidad sarracena, luego musulmana, convirtió a los «infieles» en víctimas, en chivos expiatorios, y desencadenó una fuerza formidable para someterlos o destruirlos. Así, la yihad constituye, como vimos, el sacrificio de agresión por antonomasia, que el Dios coránico manda reiterar hasta que toda otra religión y civilización sea derrotada y sustituida por el islam.

 

En el marco de esta visión polticorreligiosa del mundo, elaboraron una teología de sustitución, que el Corán va desplegando en sus relatos adaptados sobre Abrahán, Moisés, María y Jesús. El enfrentamiento en los planos mitológico, ritual y militar con los otros tiene como fin no solo subyugarlos, no solo apoderarse de sus bienes materiales, sino apropiarse de su herencia espiritual. Mahoma y sus primeros adeptos buscaban conquistar la ciudad santa de Jerusalén, reconstruir su templo, beneficiarse de la venida del Mesías transmutado en profeta muslim. Más tarde, durante siglos, acosaron a Constantinopla, hasta tomarla. Y nunca han renunciado a hacerse con Europa.

 

Mientras que las primeras iglesias cristianas se concebían a sí mismas en continuidad con el pueblo de Dios bíblico, lo que descubrimos en el Corán, con toda claridad, es la puesta en funcionamiento de un mecanismo de ruptura y sustitución. Lo que se pretende es la eliminación sistemática de las demás religiones, para que solo triunfe la religión de Alá (Corán 88/8,39). Se trata de reemplazarlas por la mítica «religión de Abrahán», bajo cuya etiqueta se instaura un nuevo culto, un nuevo templo, una nueva ciudad santa, un nuevo libro sagrado, una nueva lengua sagrada, un nuevo pueblo elegido, un nuevo profeta. El sistema islámico va desplazando a los demás y ocupando su lugar. Así, se van sucediendo múltiples sustituciones ya reseñadas en el Corán:

 

– La sustitución de la genealogía de Abrahán, Isaac y Jacob por el linaje procedente de Ismael, llevado al sacrificio en lugar de Isaac (Corán 56/37,101-107).

 

– La sustitución de Jerusalén por La Meca, como nueva ciudad santa y nueva orientación de la alquibla en el culto (Corán 87/2,144,149 y 150), en el empeño por fingir una religión vinculada a Abrahán, un islam desvinculado de sus verdaderos orígenes judíos y cristianos.

 

– La sustitución del templo de Jerusalén y su sanctasantórum por el santuario y la caaba de La Meca (¿Corán 89/3,96?), ciudad que, en realidad, no se nombra en el Corán, como si allí estuviera la casa o lugar de Abrahán (Corán 87/2,127; 89/3,96-97).

 

– La sustitución del pueblo elegido, que eran los «hijos de Israel», acusados de infidelidad, por los «hijos de Ismael», es decir, por la umma árabe como nuevo pueblo elegido, los verdaderos creyentes, la mejor nación (Corán 87/2,143; 89/3,110; 113/9,39).

 

– La sustitución del libro sagrado, que pasa a ser el Corán, donde aparecen arteramente adaptados al islam relatos de la Biblia hebrea y de los Evangelios canónicos y extracanónicos (Corán 45/20,2; 45/20,113; 53/12,2; 98/76,23; 112/5,15-16; 113/9,111). Los profetas bíblicos son presentados como si fueran musulmanes, y no transmiten más que el mensaje de Mahoma (Corán 112/5,15-16). Al final de esta deriva, se rechazan las escrituras judías y cristianas acusándolas, en falso, de haber sido manipuladas.

 

– La sustitución de la lengua sagrada, que era el hebreo, el arameo y el griego, por la lengua árabe, pretendidamente clara, perfecta y divina (Corán 53/12,2; 61/41,3; 62/42,7; 63/43,3; 70/16,103).

 

– La sustitución de la Ley de Moisés, la Torá judía, por una adaptación en árabe, que el derecho islámico codificará, junto con otros elementos, como nueva Ley de Dios (Corán 65/45,18).

 

– La sustitución de Moisés, en la sura 17, por Mahoma como nuevo profeta, que, en última instancia, acaba reemplazando a todos los demás (Corán 90/33,40).

 

– La sustitución del Jesús «hijo de Dios» por un «hijo de María» travestido como profeta islámico (Corán 63/43,59; 112/5,17), al que despoja de su mensaje evangélico, a la vez que niega su sacrificio redentor (Corán 92/4,157). Al parecer, el nombre de Jesús fue suplantado muchas veces en el texto coránico, de manera semejante a como fue cambiado por el de Mahoma, más tarde, en las inscripciones del Domo de la Roca.

 

– La sustitución de una idea de revelación, entendida como inspiración del profeta o el autor de un texto sagrado, por el dogma islámico de un dictado literal de Dios (85/29,47; 87/2,91 y 231; 89/3,7; 92/4,113; 96/3,36; 112/5,49 y 101 y 104).

 

– La sustitución de todos los profetas anteriores por la profecía de Mahoma «el sello de los profetas» (Corán 90/33,40), aunque, en realidad, su nombre no consta en el Corán.

 

– La sustitución, en la vivencia y en la práctica, de la fe personal en Dios por la obediencia a su enviado Mahoma y a los dictados recogidos en el Corán (Corán 92/4,80).

 

Esta teología de la sustitución impulsa y replica el mismo mecanismo en todos los terrenos: se sustituirá el emperador por el califa, la basílica por la mezquita, el calendario solar por el lunar, la cruz por la media luna…

 

El Corán induce a los musulmanes a creer que ellos son los únicos herederos legítimos del legado judío y cristiano. Como tales, imaginan que han recibido la última revelación, que son el nuevo pueblo de Dios, la mejor comunidad de creyentes, convocados como auxiliares de Dios a combatir «en el camino de Dios», para imponer su Ley al mundo entero, que, para ello, ha de ser sometido a su religión.

 

En una visión menos idealizada, la realidad de los hechos es que lo que se lleva a cabo sobre el terreno es la agresión contra los otros, convertidos en víctimas. Una vez derrotados, la expropiación no afecta solo a sus tierras, sus riquezas materiales y sus personas, sino que culmina en un saqueo cultural metódico. De tal manera que se consuma una especie de canibalismo cultural, a la vez religioso, al fagocitar la tradición bíblica, y político, al someter a todos bajo las instituciones del poder islámico (Corán 113/9,29). Durante el proceso, se perpetra también una sustitución demográfica, por arabización e islamización de los países conquistados, o bien por medio de migraciones que alteran la cohesión de las naciones que aspiran a someter un día.

 

La cosmovisión coránica concibe la vida desde la necesidad estructural de buscar chivos expiatorios. Esto impide al islamismo y sus adeptos integrarse en igualdad con las demás sociedades, puesto que las tienen categorizadas teológica y mentalmente como objetivos de la yihad. No importa que lo pretendan por la fuerza, o por una sumisión voluntaria al orden islámico. En ambos casos el resultado es el mismo: la inmolación de los no musulmanes como víctimas propiciatorias, exigidas por su Dios en el Corán. Esta intolerante violencia de la yihad, disfrazada con un aura de sacralidad, encubre la gran mentira sobre la justificación de los sacrificios y la sangre como algo grato a Dios. Tal barbarie, por sí sola, debería bastar para impugnar la pretendida santidad del libro.

 

 

8.3. El islam como proyecto político imperialista

 

Ya hemos visto cómo, en contraste con el cristianismo y con otras grandes religiones, el sistema islámico no constituye únicamente una religión, sino también un orden político sacralizado. No debemos olvidarlo en ningún momento.

 

En estos tiempos oscuros, la ignorancia reforzada por las instituciones educativas y por los medios de manejo de la opinión hace que se difunda una falaz idealización del islam. Hay, incluso, una política de des­in­formación masiva, sin duda culpable. Por eso, a contracorriente, tenemos necesidad de desvelar y difundir cuál es verdaderamente el mensaje del Corán, la esencia del islamismo, conforme nos lo da a conocer una pléyade ingente de los mejores investigadores.

 

El sistema islámico, islam o islamismo constituye una religión, pero no es solo eso. Sería erróneo proyectar sobre él el concepto europeo de religión. Porque la religión atribuida a Mahoma es, simultánea e indisociablemente, una ideología política, de signo teocrático. Pero no solo eso, el islam se concibe a sí mismo como un orden social sacra­lizado, una ley que hay que cumplir: una regla­men­tación supuestamente revelada que controla la vida entera, pública y privada. Por último, como religión política universalista, el islam comporta intrínsecamente un proyecto imperialista mundial, que convoca a la lucha por la expansión hegemónica global.

 

A. El islam es una religión. Sus textos fundacionales presentan la imagen de un Dios que (a diferencia del Dios Padre de los cristianos) actúa arbi­tra­riamente como un sátrapa oriental, despótico con sus criaturas, que priva a los humanos de toda autonomía y les exige que renieguen de la razón y la libertad con que fueron creados. Según el Corán, Dios es clemente y misericordioso tan solo con quienes obedecen ciegamente a su enviado.

 

B. El islam es a la vez una ideología política de tipo totalitario. Rechaza como contrarios a Dios los derechos humanos y la democracia. En el islam no se distingue entre sociedad y Estado, entre política y religión. La distinción básica es entre los creyentes y los infieles, o no musulmanes, que despoja a estos úl­timos de toda igualdad de derechos. El poder político somete la sociedad a un sistema halal/haram, con prohibiciones y prescripciones en todos los ámbitos de la vida, sin dejar nada a la decisión personal.

 

C. El islam es a la vez un orden social sacralizado y teocrático. La dominación se ejerce mediante la imposición de una Ley de derecho divino: un sistema legal medieval, que pretende ser inmutable, que consagra la desigualdad jurídica entre musulmanes y no musul­manes, la inferioridad de las mujeres, la dimmitud y la esclavitud. Condena como apos­tasía la libertad de religión y de conciencia. Todo apoyado en un régimen de castigos brutales: flage­lación, ampu­ta­ciones, degüello, crucifixión, lapidación, destierro, etc.

 

D. El islam es a la vez un proyecto imperialista mundial. La comunidad islámica tiene la misión religiosa y política de con­quistar todos los países de la Tierra. Se arroga el derecho de hostigar y destruir todos los demás sistemas culturales y religiosos, a fin de que prevalezca en todas las naciones la religión islámica, y sean sometidas a un califato mundial.

 

Que nadie se llame a engaño. Este es el núcleo de la doctrina islámica, la que profesan todas las escuelas, tanto suníes como chiíes. Está fundamentado en el Corán, en la vida del profeta y en los hadices de Mahoma. Está decretado en los códigos medievales de jurisprudencia que articulan la Ley islámica. La yihad no es sino el conjunto de acciones subversivas de todo tipo, encaminadas a hacer avanzar este proyecto islámico de dominación.

 

Esta presentación en síntesis, no esencializa en absoluto el islam, sino que resume lo que dicen sus textos canónicos y demuestra su historia. Nadie podrá negar que tales son los axiomas y los temas fundamentales e inmutables revelados en el sagrado Corán, los mismos que han estructurado los poderes musulmanes a lo largo de los siglos. No será posible negar la realidad, por mucho que se camufle, por mucho que se empeñe toda esa gente que reniega del pensamiento crítico y miente arteramente sobre la historia.

 

 

8.4. La falta de libertad para salir del islam

 

El sistema islámico cimentado en el Corán encierra a sus creyentes en una comunidad de la que no hay opción de salida, pues en su ortodoxia esto significa apostasía y uno se arriesga a la pena de muerte. Por ende, el mundo del islam semeja un gran presidio gobernado por la Ley (saría), que no admite la menor libertad religiosa. Así lo advierte ya el Corán, en tono amenazante, tanto antes como después de la hégira:

 

«Quien ha descreído en Dios después de haber creído, a no ser que haya sido coaccionado, mientras su corazón se reafirma en la fe… Ese que abre su pecho a la descreencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un gran castigo» (Corán 70/16,106).

 

«Ninguna coacción en la religión. La buena dirección se distingue del extravío. El que no cree en los ídolos y cree en Dios se agarra al asidero más seguro, que es irrompible» (Corán 87/2,256).

 

La primera frase de esta última aleya, «no hay coacción en la religión», se cita a menudo para hacer creer que el Corán respeta la libertad religiosa. Nada más lejos de la verdad. La exégesis demuestra que la «religión» a la que ahí se refiere es el islam, y en la frase siguiente aclara que es la que posee la «buena dirección», mientras las demás andan extraviadas. La interpretación correcta es que no se consiente que nadie sea coaccionado para abandonar el islam. Concluyentemente, el Corán estipula que no se admitirá que nadie presione a un musulmán para que cambie de religión, algo perfectamente compatible con la obligación manifiesta de coaccionar al no musulmán para que se convierta: a los paganos, una vez vencidos, atenazándolos con castigos que pueden conllevar la pérdida de la vida o la esclavitud; a los judíos y cristianos, derrotándolos por la fuerza y manteniéndolos forzados bajo el régimen legal de la dimma (Corán 113/9,29). Asimismo, el derecho islámico exige que todo cónyuge no musulmán tenga que hacerse musulmán, que el hijo de cristiana y musulmán deba ser obligatoriamente musulmán, bajo amenaza de pena capital.

 

Una interpretación similar hay que hacer de todos los versículos con apariencia tolerante. Por ejemplo: «Vosotros tenéis vuestra religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/109,6). Significa todo lo contrario de lo que puede parecer a primera vista, que Mahoma tiene la suya y no hay más que hablar. Pero, si queda alguna duda, el mensaje coránico definitivo proclama la prevalencia de la religión islámica sobre toda otra (Corán 92/4,141; 109/61,9; 111/48,28; 113/9,33). Cuando encontremos unos versículos que dicen algo distinto, con toda seguridad están abrogados.

 

Lo cierto es que ningún musulmán es libre para abandonar su religión, ni para adoptar otra. Porque el Corán considera un crimen volver la espalda a la «verdad» de la religión refrendada por Dios. A partir de ahí, se estatuye un principio de intolerancia absoluta:

 

«La religión, para Dios, es el islam» (Corán 89/3,19).

 

«No creáis sino al que sigue vuestra religión. Di: ‘La dirección es la dirección de Dios’» (Corán 89/3,73).

 

«Quien busque una religión diferente del islam, no se le consentirá, y en la otra vida será de los perdedores» (Corán 89/3,85).

 

«Los que han descreído después de haber creído (…) Esos, su retribución es que caerá sobre ellos la maldición de Dios, de los ángeles y de los humanos a la vez» (Corán 89/3,87).

 

En coherencia, la Ley islámica institucionalizó un sistema de vigilancia para el cumplimiento público de las normas: una policía política de la moralidad encargada de reprimir los comportamientos inadecuados. El fundamento coránico estriba en la prescripción de cumplir y hacer cumplir lo que está mandado:

 

«Que seáis entre vosotros una nación que llama al bien, ordena lo correcto y prohíbe lo reprobable. Esos son los que triunfan» (Corán 89/3,104).

 

«Los creyentes y las creyentes son aliados unos de otros. Ordenan lo correcto, prohíben lo reprobable, elevan el rezo, pagan el tributo, y obedecen a Dios y a su enviado» (Corán 113/9,71).

 

En el ámbito del islam, ser musulmán no es una decisión libre y, en cualquier caso, dejar de serlo concita la amenaza de graves penas. Una vez que uno forma parte de la comunidad musulmana, carece de libertad para abandonarla. Ni siquiera está permitido estudiar la propia religión con perspectiva crítica.

 

Desde una mirada distante, observamos que los cambios históricos que trajo consigo la aparición del islam, encriptados en su libro sagrado, supusieron una involución a concepciones religiosas y políticas marcadamente arcaizantes. La involución a una idea rudimentaria de Dios como déspota irrestricto, amo en busca de siervos que lo adoren, lo sirvan y maten por él. La involución a unos rituales comunitarios que alimentan sentimientos de odio hacia los de fuera, en los que en ocasiones se ofrendan sacrificios cruentos como chivos expiatorios. La involución a una conducta ética y política que incurre en el legalismo teocrático, supresor de derechos y libertades, que legitima la opresión sobre las mujeres y los disidentes, y que ordena ejercer la violencia contra los infieles, en nombre de Dios.

 

La doctrina del Corán, en efecto, supone la regresión a un sistema religioso irracionalista, ritualista, legalista y teocrático que troquela las estructuras mentales de sus seguidores y las estructuras sociales de muchos países con funestas consecuencias. En conjunto, su visión del mundo presume poseer ya la absoluta perfección, revelada, por lo que repudia como negativa cualquier evolución: produce una desvalorización del tiempo y sus innovaciones, pues su pretensión es implantar lo eterno; rechaza toda autonomía de la historia humana y toda libertad personal, pues su ideal es el sometimiento a un orden social sagrado, inmutable, divinizado.

 

La configuración mítica, ritual y ética contenida en el Corán entraña interpretaciones y tomas de posición que repercuten en numerosos problemas y, en última instancia, conllevan implicaciones filosóficas que mantienen toda su vigencia hoy. De ahí que nos sintamos emplazados a plantear unas cuestiones de fondo sobre las que habría que meditar:

 

– Si el mundo es inteligible, o no, en función de la concepción de Dios como pura voluntad. En este último caso, un Dios que hace lo que quiere a cada instante, que muda su promesa y su elección, está en contradicción con el Dios fiel a su promesa, cuyo logos sustenta la realidad y da confianza.

 

– Si la convivencia humana ha de fundarse en los vínculos tribales, o bien en derechos de todos los humanos y en las libertades individuales. El privilegio de la vinculación tribal con la estirpe biológica abrahánica, implanta un etnicismo que torpedea la construcción de proyectos abiertos de convivencia humana.

 

– Si deben superarse, o no, las diferencias basadas en el racismo, el nacionalismo, el indigenismo y tantos otros particularismos. La idea de una fe o cultura que, metafóricamente, impone una especie de circuncisión para ser «hijos de Abrahán», choca con la irrelevancia de todas esas identidades argumentada por el apóstol Pablo.

 

– Si deben superarse, o no, las desigualdades sociales y legales. El simple traspaso de la bendición de los hijos de Israel a los hijos de Ismael, de unos privilegiados a otros, no promueve ningún esquema de igualdad, sino más bien la sustitución de un sistema de injusticia por otro.

 

– Si hay que reconocer, o no, el derecho a la libertad religiosa. El modelo del Abrahán coránico, que condena a su propio padre porque tiene otros dioses, no hace más que reforzar el principio de intolerancia hacia toda religión distinta del islam. En cambio, el relato del Abrahán bíblico sugiere todo lo contrario, cuando dice que respetó a su padre y él siguió su camino.

 

A estas alturas, llegados al final de este estudio comparativo en torno a aspectos significativos, es hora de recordar algo en lo que ya insistimos desde el principio: que todos los análisis, las comprobaciones, los resultados y las conclusiones que se han ido desarrollando se refieren exclusivamente a los textos canónicos de las dos religiones consideradas, en cuanto sistemas. La comparación se limita a los axiomas fundamentales y a una serie de temas homólogos que forman parte de un sistema y del otro.

 

Si lo estudiado y confrontado son los sistemas de ideas en su formulación canónica, sería una equivocación interpretar que se está enjuiciando a individuos o grupos, o que se prejuzga la superioridad moral de unas personas respecto a otras. No obstante, una vez disipada esta posible confusión, reivindicamos que los sistemas en cuanto tales no son propiedad exclusiva de nadie; están ahí en sus textos y todo el mundo está autorizado a intervenir en el debate, a aportar datos y argumentar según su saber y entender. La única condición exigible será el uso de la razón y el compromiso de buscar honestamente la verdad.

 

Para bien y para mal, los sistemas permanecen aherrojados a sus textos fundacionales y los intentos de reformar su interpretación chocan con los límites de una textualidad irreformable y, en el islam, con las intimidaciones de un poder amenazante. Esto puede ser desolador para algunos en ciertas encrucijadas vitales. Pero quizá quede una posibilidad de otra índole. La corriente judeonazarena de la que se originó históricamente el primer islam se había separado un día lejano del cristianismo mayoritario, y aquellos árabes que se unieron a lo que luego se llamó islamismo no eran politeístas, sino cristianos. Entonces, aunque la evolución histórica sea virtualmente irreversible para los sistemas, no tiene por qué serlo para las personas. El camino de regreso permanece siempre abierto para quien, en un momento, juzgue convincente recorrerlo y reencontrarse con la fe de sus antepasados.