El
terrorismo musulmán es una cuestión religiosa
IÑAKI ELLACURÍA
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Lo acontecido tras el mortal ataque de
Algeciras solo confirma lo sabido: el miedo a aceptar una realidad
inquietante y a ser acusados de islamófobos.
La acobardada prudencia con la que Europa trata
toda cuestión relacionada con el islam, tan diferente a la libre
despreocupación con la que se habla, ¡como Dios manda!, de otras
religiones más cercanas, creencias, mitos y supersticiones varias,
queda expuesta de forma impúdica tras cada atentado yihadista, en el
que se buscan mil explicaciones para eludir el origen del problema:
la interpretación integrista del Corán que, a través del wahabismo y el
salafismo, se ha convertido en el verso dominante.
Lo acontecido tras el mortal ataque de Algeciras solo confirma lo
sabido: el miedo a aceptar una realidad inquietante y a ser
acusados de islamófobos,
que es como el totalitarismo islamista y sus colaboradores de extrema
izquierda coartan el libre debate, cuando no acusan a Occidente de
«provocar» estas reacciones violentas. Tal como sostuvo el Papa
Francisco, ¡esa cruz!, tras el atentado contra Charlie Hebdo.
Solo desde este tembloroso complejo se explica que Sánchez y Feijóo
reaccionaran al asesinato de Algeciras hablando del sacristán como un
«fallecido»
y que la Policía y la prensa recurrieran al lugar común de la
enfermedad mental para explicarse, aliviados, que un tipo sobre el que
pesaba una orden de expulsión acabara asesinando al grito de
«muerte a los cristianos».
La misma milonga después de cada atentado: señalar los problemas en
la azotea del autor como una suerte de explicación/eximente,
cuando esta no debería modificar nuestro juicio por ser una obviedad:
todo aquel capaz de asesinar por la identidad, más si está convencido
de que le esperan en el cielo unas vírgenes para agradecerle su
martirio por Alá, es un trastornado. Pero sobre todo, un asesino.
Esta preocupación por la salud mental del buen
islamista nunca existió con los asesinos de ETA,
a los que se les tachaba de fanáticos, sanguinarios, desalmados,
incluso de patriotas, pero nunca de ser un producto de sus
desequilibrios. Con el islam, en cambio, insistimos en esquivar
suicidamente los hechos para seguir bajo el burka de la corrección
política.
Porque si la violencia etarra se gestaba en el nacionalismo vasco o la
de las Brigadas Rojas, en el comunismo, la violencia yihadista es una
cuestión puramente religiosa. De un fundamentalismo que fomenta el
racismo occidental, la misoginia, el odio al LGTBI... Y que
considera a la sociedad libre como la casa del infiel que hay que
eliminar.
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