Las razones
de mi
combate
MIREILLE VALLETTE
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Después de una discusión un poco confusa, un
conocido me ha planteado el desafío de explicar en 4000 palabras por
qué me bato contra el islam y sus prosélitos. Aquí está.
La era de las
sociedades seculares está agitada:
es lo que los religiosos musulmanes y sus portavoces han decidido. Sin
preguntarnos nuestra opinión. Introducen en el espacio público y en
nuestras instituciones sus ritos y sus marcadores arcaicos. Estiman que
es natural imponernos el pañuelo y el niqab, símbolos milenarios de
servidumbre de las mujeres en el islam y primera exigencia de todos los
movimientos radicales islámicos. Reclaman capellanes en las prisiones,
centros de asilo y hospitales, dispensas escolares, favores durante el
ramadán en nuestras instituciones. Y algunos rehúsan darse la mano con
el otro sexo.
Ellos reclaman… La lista es infinita. El radicalismo aumenta por todas
partes, sobre todo en una franja de jóvenes. En numerosos países
europeos, controla barrios enteros.
Los militantes del islam han debilitado nuestra democracia y nuestra
libertad de expresión.
Un artista ya no se atreve a realizar obras provocativas. Poner en
evidencia sus presiones, impugnar el contenido de esta religión se
considera como "islamofobia", palabra mágica inventada para protegerlos
de las críticas. Rehusar sus exigencias lo califican de intolerancia, e
incluso de odio.
Solamente esta religión considera su libro de
referencia, el Corán, como increado, perfecto,
válido para la eternidad. Persisten en la convicción de que es una
religión superior a todas las demás y, por tanto, naturalmente
destinada a conquistar el planeta.
Esos textos
sagrados
son invocados hoy para perpetrar masacres, perseguir a las minorías,
defender la persistencia de leyes discriminatorias. En Francia, el
degüello se ha convertido en un modo de agresión corriente.
Sin embargo, los bárbaros han conducido a
nuestras élites a este axioma surrealista: el islam es una bella religión, tolerante
y pacífica.
Occidente promueve, pues, su expansión. Peor: las carnicerías cometidas
en Europa son nuevas ocasiones para recordar cómo el islam es
inofensivo y redoblar los llamamientos a luchar contra la "islamofobia".
No obstante, en Suiza, ninguna asociación islámica
denuncia ni explica las discriminaciones de los países musulmanes
practicadas en nombre del islam y de
su charía.
Sus responsables nos explican aún menos la contradicción existente
entre esas prácticas y su supuesta bella religión. Ninguna mezquita nos
dice lo que enseña de los versículos y los hadices en nombre de los
cuales se cometen los atentados y se perpetúan las discriminaciones.
Los servicios
de integración
se esfuerzan por hacer aceptar esta religión y las reivindicaciones de
sus prosélitos. Principalmente, sus operaciones de celebración del velo
islámico y la lucha contra el sedicente racismo (pero no el de las
minorías, cuyas revueltas "étnicas" no tienen nada que ver). El poderoso Centro Suizo Islam y Sociedad
(CSIS), financiado por los poderes públicos, defiende el pañuelo,
incluido el de las niñas en la escuela, y el derecho a llevar el
abyecto niqab. Y consigue esta actuación única en Europa: formar a nuestras expensas a todo el
personal de las mezquitas
de manera que su enseñanza religiosa sea más eficaz: didáctica de las
lenguas (árabe), pedagogía, cursos de animación (grupos de musulmanes,
de jóvenes), gestión de asociaciones, formación de los imanes en la
enseñanza del islam, etc. Esto bajo pretexto de la prevención del
extremismo (que existe, pues, en este pueblo de las mezquitas).
Los adeptos del
islam se toman por víctimas
y dicen: "Se considera a cada musulmán como un terrorista, se nos
discrimina, se nos estigmatiza, se nos es hostil… Mientras que los
violentos no tienen nada que ver con el islam". La Comisión Federal
contra el Racismo, lo mismo que el CSIS, alimentan esta paranoia. Cultivan así la hostilidad de estos huéspedes hacia su
país de acogida.
Una denostación compartida por buena parte de las fuerzas de izquierda,
pues los "progresistas" están animados por un desprecio de la
civilización occidental y no cesan de rebuscar sus maldades.
Defender nuestra identidad es una visión de
extrema derecha, defender la identidad de nuestros inmigrados una
visión progresista.
Ninguna otra religión plantea estos problemas, y
es un profundo menosprecio y una insondable hipocresía pretender
englobarlas a todas en la prevención del "extremismo religioso", en vez de
estar contra el único en activo, el extremismo islámico.
El
núcleo de esta inquietante ideología no es la
mayoría de los musulmanes, sino la minoría activa en las mezquitas y
sus dirigentes. Son ellos quienes promueven un islam oscurantista, y
son ellos precisamente los interlocutores de nuestras autoridades.
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