Los dilemas del
islam
2.
Penetración
musulmana actual en Europa
PEDRO GÓMEZ
|
1. Los musulmanes hoy en Europa y en
España
2. Los conversos y el izquierdismo
reaccionario
En
una entrevista concedida a la cadena de
televisión Al Yazira, en
2007, el entonces Jefe de Estado de Libia, Muamar el Gadafi presumía:
«Somos 50
millones de musulmanes en Europa y la trasformaremos en un continente
musulmán
en pocos decenios.
Estamos aquí para predecir la victoria de Alá en Europa sin necesidad
de la
espada o el fusil». Y descaradamente lo reiteraba en Roma, el 29 de
agosto de
2010, en visita oficial a Italia, en una puesta en escena junto a
quinientas
jovencitas tocadas con velo, por lo que recibieron cien euros y un
Corán: «El
islam se convertirá en la religión de toda Europa».
La
problemática suscitada en Europa por el
islam la ha abordado Christopher
Caldwell en su reciente obra La revolución europea. Cómo el islam
ha
cambiado el Viejo Continente (2009). Su exposición es muy completa,
basada
en sólidas fuentes de información y en un enfoque crítico encomiable.
Debería
dar que pensar a tantos intelectuales y políticos que miran el asunto
desde
prejuicios bienintencionados, alejados de la realidad y cada día más
insostenibles.
España,
que forma parte de la Europa cultural
y de la Unión Europea,
afronta con matices propios la misma problemática general que afecta a
toda
Europa. Históricamente, la Península Ibérica fue, desde inicios del
siglo VIII,
frontera con el islam, conflictiva como todas las fronteras, en un
juego de
fuerzas militar y religioso sobre el territorio. La toma de Granada por
los
Reyes Católicos (1492), la victoria de Felipe II en la guerra de Las
Alpujarras
y en la batalla de Lepanto en el mismo año (1571), y la malhadada
expulsión de
los moriscos por decreto de Felipe III
(1609), estabilizaron en occidente la línea divisoria entre Europa y el
mundo
islámico. Las fricciones con el Imperio Otomano prosiguieron hasta su
disolución tras la Primera Guerra Mundial. Nada parecía inquietar a la
cristiandad y a su progenie, la modernidad europea. Pero la situación
comenzó a
cambiar desde la década de 1960, con la llegada de inmigrantes
musulmanes, cuya
tasa media de incremento anual no ha cesado de acelerarse, sobre todo
en el
último decenio.
1.
Los
musulmanes hoy
en Europa y en
España
¿Cuántos musulmanes
viven actualmente en
Europa? Es difícil saberlo a ciencia cierta, porque es una cifra que
aumenta
cada año y en parte escapa a las encuestas. Hay datos de un informe de
la ONU,
del año 2000, pero está completamente desfasado. Lo cierto es que, a
mediados
del siglo XX, apenas había musulmanes en Europa occidental. En el año
2010,
aunque las estimaciones varían según la fuente, había alrededor de 20
millones:
5 millones en Francia, 4 millones en Alemania, 2 millones en Gran
Bretaña,
cerca de 2 millones en España (el país donde más han aumentado
recientemente),
1,5 millones en Italia, 1 millón en Holanda y el resto repartido por
todas las
naciones, de Noruega a Grecia y a Portugal. Si incluimos Europa del
este y
Rusia, suman alrededor de 38 millones de musulmanes. No obstante,
debemos tener
presente que no es un todo homogéneo y compacto, sino fragmentado en
muy
diversas nacionalidades, escuelas jurídicas y sectas.
Debido a su alta
tasa de natalidad, la
población musulmana crece y prolifera de día en día. Mientras tanto,
los
estudios sobre integración sociocultural de los inmigrantes musulmanes
en los
países europeos, en general, ponen de relieve más bien la falta de
integración,
que aumenta a veces, paradójicamente, en la segunda y tercera
generación, en
contra de lo que cabría esperar.
En España, el
aumento de la población
musulmana debido a la inmigración ha rondado en torno al 20% al año,
desde
2000. La evolución de las cifras globales de la población musulmana en
España,
siempre oficiosas y muy variables dependiendo de la fuente, se puede
resumir
ponderadamente así: En el año 2000, había 400.000 musulmanes, lo que
equivalía
al 1,02% de la población. En 2004, ascendían a 606.646 (según el
Instituto
Nacional de Estadística) o tal vez a 800.000 (según la Comisión
Islámica), lo
que suponía el 1,50%, o el 2,00% de la población total. En 2010, se
habría
incrementado hasta un millón y medio de musulmanes, lo que supone
superar el 3%
de la población total de España. El número de mezquitas registradas
ha
ido aumentando hasta las 998 (dato de 2011), a lo que hay que añadir
varios
cientos de oratorios, es decir, locales adecentados para el rezo
musulmán.
En consecuencia,
las tradicionales
dramatizaciones de moros y cristianos que, en cientos de localidades
españolas
y remontándose hasta el siglo XVI, solo se representaban con motivo de
las
fiestas patronales o populares, desde hace pocos años están adquiriendo
un
nuevo cariz. Pues, sin duda trasladadas a otro plano, no folclórico o
imaginario, sino real, y en una época discontinua con respecto a
aquella, las
relaciones entre inmigrantes musulmanes y nativos españoles se
encuentran
planteadas en el terreno de la convivencia social, la religión y la
política.
En España, se
estima que los musulmanes con
nacionalidad española representan algo más de 400.000, de los cuales
los
conversos de origen español ascienden a unos treinta o cuarenta mil. Los demás
musulmanes
residentes, del total que seguramente supera el millón y medio,
provienen de la
inmigración extranjera más reciente. El mayor porcentaje procede de
Marruecos.
Se concentran sobre todo en Cataluña, Madrid, Comunidad Valenciana y
Andalucía,
aunque están por doquier. La cifra total ha septuplicado el número de
los
moriscos expulsados hace cuatrocientos años –aunque esto por sí solo no
significa nada–. Las organizaciones musulmanas inscritas en el registro
del
Ministerio de Justicia de España (1.080) están agrupadas en dos grandes
asociaciones, UCIDE (650 comunidades) y FEERI (73 comunidades),
mientras que
357 no están afiliadas por diversos motivos. Ambas asociaciones se
encuadran en
la Comisión Islámica de España (CIE), único órgano representativo e
interlocutor de los musulmanes de España ante el Estado. En el marco
del
Acuerdo de Cooperación del Estado Español con la Comisión Islámica de
España
(1992), se firmó con el Ministerio de Justicia y el de Educación y
Ciencia un Convenio
sobre la designación y régimen económico de las personas encargadas de
la
enseñanza religiosa islámica en los centros de educación (1994).
Así se
abría la puerta al adoctrinamiento islámico en el sistema público de
enseñanza.
La Unión de
Comunidades Islámicas de España
(UCIDE) engloba el 58% de las comunidades registradas. Está presidida
por el
sirio Riay Tatari, director de la mezquita del barrio madrileño de
Estrecho.
Esta organización se presenta como independiente, pero algunos la
consideran
integrista o creen que tiene conexiones con el salafismo. La Federación
Española de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI), abarca un 9% de
comunidades
y está presidida, en 2010, por Mohamed Hamed Alí, ceutí de origen
marroquí. Se
tiene por «moderada» y se dice que es afín al islam de Marruecos. En teoría, las
federaciones
serían las responsables de controlar los centros de culto, pero no se
sabe
hasta qué punto están supervisados los mil quinientos existentes, según
algunos
cálculos, entre mezquitas y oratorios.
Entre las múltiples
entidades musulmanas,
cabe destacar la Junta Islámica de España, fundada en el año 1989, que
se
define como una asociación de ámbito nacional, cuyo objetivo principal
es
articular y organizar el movimiento de los musulmanes en España y
contribuir a
la consecución de sus derechos civiles. El presidente de esta Junta
Islámica
fue Mansur Escudero, recientemente fallecido, quien también fue
secretario
general de la Comisión Islámica de España, desde 1991 a 2006, y había
sido
presidente de la FEERI hasta 2002, cuando los conversos españoles
perdieron el
control sobre ella. De esa Junta Islámica depende el Instituto Halal,
que
expide el «sello de garantía halal» para los alimentos lícitos
desde el
sistema de creencias islámico.
El vicepresidente
actual de la FEERI, el
tangerino Mustafa Bakkach El Aamrani, que obtuvo la nacionalidad
española en
2001, es fundador del Partido Renacimiento y Unión de España (PRUNE),
registrado en 2009. Esta organización política musulmana fue presentada
a la
prensa en Granada, manifestando su ambición de extenderse a toda
España, donde
dicen que residen actualmente 1.300.000 de procedencia marroquí, de los
cuales
758.174 están censados y unos 400.000 de ellos podrían votar en
elecciones
municipales. En Granada capital, donde hay 14.000 marroquíes, al PRUNE
le
bastarían 4.500 votos para obtener un concejal en el ayuntamiento.
Al parecer, no
existen estudios serios,
fiables y suficientemente completos sobre la situación de los
musulmanes en
España). El libro
coordinado por
Agustín Motilla, Los musulmanes en España. Libertad religiosa e
identidad
cultural, adopta un enfoque centrado en «analizar la situación
jurídica de
los musulmanes en España, los problemas y las respuestas dentro de
nuestro
ordenamiento que obtienen las exigencias derivadas de la libre
profesión de su
religión y el respeto a su identidad cultural» (Motilla 2004, pág. 11).
Pero en
la perspectiva exclusivamente jurídica está su fuerza y también su
debilidad.
Por otra parte, las encuestas y los informes que he podido consultar me
parecen
parciales y a veces muy sesgados, hasta el punto de que más bien
contribuyen a
un cierto encubrimiento de la realidad. Tengo conocimiento de que
algunas
investigaciones han sido ocultadas deliberadamente. Sin embargo, hay
informaciones referentes al islam o a musulmanes en nuestro país que
saltan a
la prensa casi a diario. Y si buscamos por Internet, hay una enormidad
de
páginas en español donde se observan las batallas ideológicas, sordas
pero
feroces, que se están librando tanto entre diversos sectores o sectas
de
musulmanes, como en la oposición de ciertos núcleos de la sociedad
española,
que se resisten a la penetración del islam. Pero se encuentra una
confrontación
aún mayor en páginas en lengua inglesa, francesa y alemana. Existe una
impresionante guerra de religión en el ciberespacio, con implicaciones
en la
política nacional e internacional.
En la página
digital del Observatorio
Andalusí, están disponibles los informes anuales correspondientes a
2003, 2004,
2005 y 2006. Ninguno posterior. En 2006, calculaban que en España
vivían
1.080.478 musulmanes, englobados en 381 comunidades. Estos informes
insisten
machaconamente en la denuncia de campañas de islamofobia, el manejo de
la
opinión pública por los medios que difaman a los imanes y desprestigian
a los
musulmanes, la propaganda antiislámica que falsea la historia, el
Corán, etc.
Aportan también datos sobre el desarrollo de la comunidad musulmana en
la
enseñanza, sobre las mezquitas y sobre sus reivindicaciones al Estado.
Pretenden que se persiga lo que llaman «difamación religiosa». Este
peculiar
observatorio está financiado con la ayuda de la Fundación Pluralismo y
Convivencia, del Ministerio de Justicia. Según se define en la portada,
es una
«institución para la observación y seguimiento de la situación del
ciudadano
musulmán y la islamofobia en España». Parecen no reparar en lo impropio
de la
denominación «ciudadano musulmán», porque la inmensa mayoría de los
musulmanes
que hay en España son inmigrantes y carecen de la ciudadanía (condición
que,
por lo demás, no admite adjetivos). En fin, la información de estos
informes
sobre la comunidad musulmana ha quedado obsoleta, pues los musulmanes
casi han
duplicado su número.
El Centro de
Estudios Políticos y
Constitucionales publicó un librito, Islam e inmigración
(2008), con dos
estudios. El primero examina diversos aspectos de los conflictos que
plantea la
inmigración musulmana en Europa y en España. Tiene el mérito de abordar
los
problemas de la religión, el pensamiento y la práctica islámicos en el
mundo
moderno –cosa que otras investigaciones sobre la inmigración rehúyen–.
Ofrece
información interesante, pero el tratamiento dado queda en el marco de
un
academicismo aséptico y carente de visión crítica, aparte la
presuposición
gratuita de que nuestro destino inexorable es la sociedad
multiculturalista (en
el sentido de la teoría que considera que las culturas deben permanecer
yuxtapuestas y sin mezclarse). El segundo examina las polémicas en
torno a las
mezquitas en Cataluña. Con un discurso plagado de eufemismos y
conceptos
especiosos, se deja llevar por esa sensiblería y buenismo que asume
como propio
el punto de vista y las pretensiones de los otros, miméticamente, para
apoyar
el «proceso de asentamiento del islam en Cataluña». Su conclusión es
que tal
proceso se vuelve dificultoso por culpa de la sociedad española «que
reacciona
problemáticamente ante estas nuevas realidades», «por incumplimiento
del
compromiso de una de las partes (la sociedad receptora), que no asume
ni tan
siquiera el derecho de estos colectivos a expresar en libertad su
opción
religiosa» (Planet y Moreras 2008: 76). De modo que no hay problema de
«adaptación del islam», sino que el problema estaría en la falta de
«aceptación» por parte de la sociedad española. ¿Nada que objetar al
islam? ¿De
verdad no hay libertad religiosa en Cataluña? ¿Es correcto considerar
que el
islam es para los musulmanes una «opción religiosa»?
Hay una serie de
informes anuales (a partir
de 2006, hasta 2010) de la encuesta encargada a Metroscopia por el
Ministerio
del Interior, sobre la comunidad musulmana de origen inmigrante en
España. Es
un estudio de opinión, del que se desprende una imagen favorable de los
musulmanes respecto al país de acogida: que se sienten muy o bastante a
gusto
(más del 70%); totalmente o bastante adaptados a la vida y costumbres
españolas
(más del 80%); sin obstáculo para practicar su religión aquí (84%); con
notable
confianza en las ONG, el Rey, el sistema judicial, la policía, etc.;
una
altísima valoración de los países occidentales frente a los países
islámicos.
El 90% repudia la violencia para defender o difundir creencias
religiosas y el
82% asegura que es perfectamente compatible ser buen musulmán y buen
español.
Al amparo del Plan Nacional para la Alianza de Civilizaciones, estos
informes
aportan datos interesantes acerca de las opiniones manifiestas del
colectivo
musulmán. Pero ofrecen ciertas dudas, en el sentido de que es posible
sospechar
que, en parte, el modo de formular las preguntas y el contexto donde se
hacen
haya inducido sutilmente a los encuestados a responder lo que ellos
creen que
los encuestadores desean oír.
La Unión de
Comunidades Islámicas de España
(UCIDE) realizó un Estudio demográfico sobre conciudadanos
musulmanes
(2008), sobre la base del padrón municipal a finales de 2007, los
registros de
la Administración General del Estado y los archivos de las mezquitas
españolas.
Señala que son un total de 1.130.000 los musulmanes residentes en
España; de
manera que de cada mil personas 25 son musulmanas, la mitad procedentes
de
Marruecos, y 33.750 españoles conversos. En su mayoría son suníes y
entre ellos
hay seguidores de las cuatro escuelas jurídicas clásicas. Se cifran en
150.000
los descendientes de musulmanes inmigrantes, hasta de cuarta generación
en
algunos casos. Aporta cifras más detalladas: El 70% del total de
musulmanes
residentes en España se concentra en cuatro comunidades autónomas,
siendo los
principales asentamientos en Cataluña (279.027), Madrid (196.689),
Andalucía
(184.430) y Comunidad Valenciana (130.471). En el resto de comunidades:
Aragón
(30.982), Asturias (2.731), Baleares (25.859), Canarias (54.636),
Cantabria
(2.179), Castilla La Mancha (32.960), Castilla y León (17.366), Ceuta
(30.537),
Extremadura (15.536), Galicia (6.709), La Rioja (10.373), Melilla
(34.397),
Murcia (63.040), Navarra (10.884) y País Vasco (16.608). A pesar de
todo, estos
datos –algo anticuados ya– se atienen exclusivamente a fuentes
«oficiales», por
lo que con seguridad se encuentran muy por debajo de la realidad,
teniendo en
cuenta el número incuantificado de «indocumentados» que han quedado
fuera del
cómputo.
La misma reserva
hay que tener respecto a los
datos del sucinto estudio sobre el censo realizado también por la
UCIDE,
referido a fecha 31 de diciembre de 2009: Estudio demográfico de la
población musulmana (2010). En su portada reaparece la marca
«Observatorio
Andalusí». El recuento da un total de 1.446.939 musulmanes, de ellos
404.940
(28%) con nacionalidad española y 1.041.999 (72%) extranjeros. Estos
últimos
son originarios 718.055 de Marruecos; 56.590, de Senegal; 56.201, de
Argelia;
54.101, de Pakistán; 42.323, de Nigeria; 23.142, de Malí; 21.534, de
Gambia;
11.958, de Guinea Ecuatorial; 11.468, de Mauritania y los restantes
46.627,
procedentes de otros veinte países. Las cuatro comunidades autónomas
con mayor
población musulmana son: Cataluña con 368.090; Madrid con 234.078;
Andalucía
con 230.756; y Valencia con 160.449. Total de mezquitas registradas,
690. El
total de musulmanes escolarizados asciende a 166.192. En fin, lo que
muestran
estos datos es real, pero lo que en ellos no aparece hace verosímil que
la
población musulmana residente se acerque a los dos millones y que el
número de
mezquitas y de oratorios puedan sumar en total –como ya se ha indicado–
alrededor de mil quinientos lugares de rezo y predicación.
Aunque los datos se
quedan rápidamente
obsoletos, cabe destacar un hecho paradójico y sorprendente. Si nos
preguntáramos qué consecuencias ha habido para la inmigración, tras los
atentados contra los trenes de Atocha, perpetrados por islamistas
radicales en
marzo de 2004, constatamos que, desde entonces, durante los años de la
presidencia de Rodríguez Zapatero, la población musulmana en España
aumentó en
900.000 personas. De tal manera que los 600.000 de 2004 llegaron a ser
un
millón y medio en 2011, en parte como consecuencia de la amnistía
masiva de
inmigrantes «sin papeles» (concedida en 2005), pero también por la
aceleración
del flujo migratorio. Nadie sabe a ciencia cierta qué porcentaje ha de
alcanzar
este tipo de inmigración para entrar en el umbral crítico en que
resulta
inasimilable desde el punto de vista de la integración cultural y la
estabilidad social. Pero, sin duda, ese umbral existe. Un observador
imparcial,
no cegado ideológicamente, podría preguntarse en qué condiciones el
asentamiento masivo de extranjeros en un país constituye un fenómeno de
tales
características que corre el riesgo de transformar la inmigración en
una forma
de colonización.
Un informe más
reciente es el publicado, en
2010, por la Liga Española pro Derechos Humanos: El islam. Una
realidad
social en España. Análisis de la situación del islam en la sociedad
española.
Su exposición resulta bastante decepcionante, en razón de la deriva en
la que
cae, y que hoy aqueja a tantas ONG que se lanzan a la defensa
quijotesca de
cualquier causa aparentemente justiciera, sin detenerse a hacer un
análisis
fiable de la realidad –que ya se da por descontado desde la dogmática
en uso–.
Reconociendo que de paso nos ofrece algunos datos de interés, el texto
se
explaya en criticar los «prejuicios» contra los musulmanes, en luchar
contra la
«islamofobia», buscar legitimaciones para un feminismo compatible con
el Corán
y para asentar las tradiciones islámicas en España y recomendar al
Estado cual
debe ser su política en orden a crear un modelo de sociedad sin
«discriminaciones», es decir, multicultural. Ofrece una bibliografía
que es
solo un índice de libros permitidos e islámicamente correctos. En
realidad,
este informe parece más un alegato en pro de la superioridad de la charía
que
una defensa de los derechos humanos.
Por otro lado, un
informe policial del que se
hizo eco un reportaje de TVE, en mayo de 2010, alerta de que fanáticos
religiosos controlan que sus fieles cumplan las normas de la moral
islámica.
Forman una especie de grupo de control de la charía o ley
islámica para
detectar personas que no la cumplen y obligarlas a hacerlo: «De hecho
han
constituido como una especie de policía religiosa, a imagen y semejanza
de lo
que ocurre en Arabia Saudí o Irán, imponiendo por la fuerza el
cumplimiento de
las normas coránicas» (Rtve.es 2010). El mismo informe destaca la
«especial
relevancia de la conflictividad social derivada de la aplicación
rigurosa de la charía o ley islámica» y constata que algunos
salafistas «han hecho un
llamamiento a la desobediencia civil en contra de las normas
occidentales», a
la «instauración de un Califato único», a «detener la agresión del
enemigo,
derrotarlo o dañar seriamente su poder». Fátima Ghailan, mediadora
cultural
musulmana del municipio de Cunit, provincia de Tarragona, ha denunciado
al imán
de la zona y a sus colaboradores por las presiones que ejercen sobre su
marido
para que la obligue a dejar de relacionarse con personas españolas.
Pero el
problema está muy extendido y, en la mayoría de los casos, el miedo de
las
víctimas les impide denunciar. Las asociaciones islámicas aseguran que
se trata
de casos aislados o infundados y que no existe problema; al mismo
tiempo,
declaran que lucharán contra el radicalismo, porque este perjudica a
quienes
quieren integrarse.
En lo que respecta
a Andalucía, se ha
publicado recientemente un libro, ¿Y tú (de) quién eres?
(2010),
producto de la investigación de campo, coordinada por el antropólogo
Rafael
Briones, sobre las religiones minoritarias presentes en Andalucía. El
libro,
que ofrece una panorámica muy completa, contiene un capítulo de Sol
Tarrés y
Óscar Salguero, «Musulmanes en Andalucía» (véase Briones 2010, págs.
289-347),
de orientación socioantropológica, que recopila información sobre las
comunidades musulmanas, sus vicisitudes o la precariedad en que se
encuentran
algunas, dirigidas con frecuencia por imanes venidos de fuera y que ni
siquiera
hablan español, lo que no contribuye a romper el aislamiento y el
desconocimiento de la sociedad española, volviendo más cuesta arriba la
adaptación. Es una pena que no se hayan planteado un análisis más a
fondo de la
naturaleza del fenómeno y de las tendencias doctrinales de los
protagonistas.
Una de las primeras
comunidades musulmanas
andaluzas fundadas en Andalucía, en 1980, derivó de una escisión del
Frente de
Liberación de Andalucía. Lleva el nombre de Yama'a Islámica de Al
Ándalus, Liga
Morisca (YIA-LM). Su objetivo mira a la recuperación y difusión del
islam
perdido, en el que cifran la esencia y la liberación andaluza. En esta
mitificación coinciden otras organizaciones culturales y políticas
musulmanas,
y en ella se produce un punto de sintonía con esos discursos del
islamismo
fundamentalista que claman por la reconquista de Al Ándalus.
La presencia actual
de musulmanes en
Andalucía se eleva, si hemos de hacer caso a lo que publica la página
digital
Webislam (2004): «Medio millón de musulmanes residen en Andalucía y se
agrupan
en unas 50 comunidades», http://www.webislam.com/?idn=5237.
Al parecer, solo en la provincia de Almería, son más de cien mil. Si
los datos
son exactos, los musulmanes suponen hoy cerca del 7% de la población
andaluza.
En ese mismo sitio en Internet, se encuentra un directorio de entidades
musulmanas, incluyendo mezquitas, comunidades, asociaciones,
carnicerías halal
y otros establecimientos, donde se pueden buscar las existentes en
Andalucía: http://www.webislam.com/?sec=directorio
De la mencionada
página, Webislam, fue
director y es asiduo colaborador Abdennur Prado, español converso.
Desde 2005
preside la Junta Islámica Catalana. Es también presidente de la
Asociación
Alimentación y Salud Halal. Constituye una de las figuras que se
esfuerzan por
presentar un islam más «abierto» y dialogante. Sin embargo, su opinión
sobre el
islam en España propende hacia el victimismo:
«Ser
musulmán en la España
actual implica ser miembro de una minoría religiosa en un país con muy
poco
desarrollo de las libertades religiosas, un país democrático pero que
acaba de
salir de casi quinientos años de monolitismo religioso impuesto por la
fuerza,
un largo período durante el cual el islam ha sido brutalmente
perseguido y
presentado oficialmente como enemigo de la patria. Ser musulmán en
España es
ser miembro de una religión compuesta mayoritariamente por inmigrantes
en
situación de exclusión social, y que mantienen fuertes vínculos con sus
países
de origen, algunos de los cuales constituyen regímenes políticos en los
cuales
el islam es religión de Estado. Por último, ser musulmán en España es
ser
miembro de una religión que está siendo constantemente atacada, en el
contexto
de la globalización y de la geopolítica internacional» (en una
conferencia
pronunciada en la Universidad de Alicante, el 17 de julio de 2008).
Este punto de vista
contradice frontalmente
las encuestas de Metroscopia, antes citadas, y destapa lo que quizá
piensen
realmente muchos musulmanes, aun los más «moderados». Su disconformidad
será
permanente y trasluce un fundamento religioso, pues no podrá cesar sino
con el
cumplimiento de la utopía coránica. De ahí la evocación manipulada de
la
historia, las quejas del presente: por culpa de los demás, el musulmán
padece
falta de libertad religiosa, escasez de democracia, exclusión social,
ataques a
su religión... Para Prado el «monolitismo religioso impuesto por la
fuerza» se
relaciona con España y, al parecer, no tiene que ver nada con los
«regímenes
políticos en los cuales el islam es religión de Estado», para los que
no
efectúa el menor reproche.
Un informe aún más
reciente, La
financiación del islamismo en España, de mayo de 2011, remitido por
el
director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) a los ministros de
Asuntos
Exteriores, Interior y Defensa, da cuenta de la utilización del islam
con fines
políticos, favorecida por la financiación y las donaciones procedentes
de
Arabia Saudí, Kuwait, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Libia y Marruecos.
«Las
consecuencias de la financiación derivan en actitudes negativas para la
convivencia, tales como la aparición de guetos y sociedades paralelas,
tribunales y policías islámicas al margen de la legalidad vigente,
desescolarización de niñas, matrimonios forzados, etcétera» (El País,
1
agosto 2011, pág. 8). El informe destaca, en particular, la estrategia
marroquí: «diseñada y desarrollada por el régimen, su objetivo es
extender su
influencia e incrementar el control sobre las colonias marroquíes
utilizando la
excusa de la religión» (El País, 2 agosto 2011, pág. 10). El
gobierno de
Rabat trata de controlarlas para prevenir movimientos de oposición al
régimen,
principalmente a través de la Federación Española de Entidades
Religiosas Islámicas.
La federación distribuye fondos importantes entre las comunidades
musulmanas y
supervisa centenares de mezquitas de rito malikí. Marruecos también
ejerce su
supervisión a través de la embajada, los consulados, el personal afín y
la
Fundación Hassan II.
Los países del
Golfo aportan sus
subvenciones, a veces, a organizaciones islamistas fundamentalistas y a
individuos sin escrúpulos; también hacen circular opúsculos muy
ideologizados.
Kuwait, por medio de la Sociedad para el Renacer de la Herencia
Islámica, ha
costeado en Cataluña las mezquitas de Reus y Torredembarra, donde «se
difunde
una interpretación religiosa contraria a la integración en la sociedad
española, fomentando la separación y el odio hacia los colectivos no
musulmanes» (El País, 1 agosto 2011, pág. 8). Catar apoya a la
UCIDE y
ha hecho donaciones a la Liga Islámica para el Diálogo y la Convivencia
en
España, que –según el informe– controla el Centro Cultural Islámico
Catalán y
está vinculada con la rama siria de los Hermanos Musulmanes. El emir de
Sharjah, de Emiratos Árabes, da preferencia a la asociación de
conversos
españoles Al Morabitun, que poseen la mezquita del Albaicín de Granada.
Mientras que el libio Muamar el Gadafi mostraba su predilección por los
conversos de la Junta Islámica de España y cultivaba una «relación
personal»
con Mansur Escudero. Las donaciones más cuantiosas vienen de Arabia
Saudí, de
la familia real, la embajada y muchas organizaciones benéficas, que
sufragan
multitud de centros islámicos y mezquitas, por ejemplo, el Centro
Cultural
Islámico de Madrid y el Colegio Saudí de Madrid, que «no se
caracterizan por su
elevado nivel de radicalismo», pero sí por la completa sumisión a las
directrices saudíes, de orientación wahabí.
Finalmente, otro
informe secreto de los
ministerios de Interior y Justicia, Los musulmanes y las
comunidades
musulmanas de España (mayo de 2011), filtrado a la prensa, pone de
manifiesto la falta de integración de esos colectivos. Las clases de
lengua y
cultura marroquí (financiadas en más de cien centros escolares públicos
por la
Fundación Hassan II) están obstaculizando de hecho la integración de
los niños
y jóvenes en la sociedad española: «Es una herramienta para enseñar a
los hijos
de sus emigrantes a ser marroquíes» (El País, 2 agosto 2011,
pág. 10),
haciendo que interioricen profundamente la diferencia con los españoles
y se
identifiquen con la cultura oficial del Estado marroquí. Un elemento
clave de
esta influencia radica en «la enseñanza religiosa musulmana», que
–según este
informe– algunas comunidades autónomas han dejado irresponsablemente en
manos
ajenas.
La presencia del
islam fundamentalista en
España, según el informe ministerial, está organizada en torno a cinco
movimientos islamistas. En primer lugar, Justicia y Caridad (denominado
a veces
Justicia y Espiritualidad), fundado por Abdul Salam Yasin. Es un
movimiento y
un partido político islamista, de oposición e ilegal en Marruecos, que
se
expande en España y que «predica un islam estricto y sectario que
favorece la
radicalización de sus miembros y dificulta la integración de los
musulmanes en
la sociedad española» (El País, 2 agosto 2011, pág. 10). Ejerce
su
influencia a través de la Organización Nacional para el Diálogo y la
Participación; controla las mezquitas de Murcia y parte de las
mezquitas de
Andalucía; cuenta con una rama política más selecta, la Alianza para la
Libertad y la Dignidad. En segundo lugar, los Hermanos Musulmanes. Son
una
facción de origen sirio, cuyo objetivo estriba en la islamización de
los países
de acogida y que están implantados en Valencia. Tercero, el Partido de
la
Liberación Islámica (Hizb ut Tahrir al-Islami), movimiento salafista,
con
origen en Asia central, asentado en Cataluña, que insta a los
musulmanes a no
mantener relaciones con el Estado español y cuyo proyecto apunta a un
islam
«puro» y la creación de un califato mundial. Cuarto, Jamaat e-Islami
(Asamblea
Islámica), movimiento de origen indopaquistaní, presente en Barcelona,
con una
ideología radical, que incita al odio contra Occidente y los judíos, y
preconiza también la instauración de un califato universal. Y quinto,
Jamaat
Tabligh (Asociación para la predicación), secta originaria de India,
también
antioccidental y antidemocrática, que pretende reavivar la fe de los
musulmanes
en un sentido extremista y yihadista; se ha extendido en Ceuta.
En conclusión, se
puede afirmar que no existe
un islam propiamente español, puesto que la inmensa mayoría de los
musulmanes
que viven en España son extranjeros y sus orientaciones doctrinales son
refractarias a la integración. Los musulmanes españoles conversos (en
torno al
2,5% del conjunto de los musulmanes) se hallan muy divididos. En parte
dependen
de financiación exterior y algunos colectivos sustentan posiciones
políticamente
antidemocráticas y sueñan con la reconquista islámica del país. Tampoco
hay un
islam nacional en ningún país europeo (véase Caldwell 2009, págs.
159-161), a
pesar de los esfuerzos denodados, pero infructuosos, de organizaciones
como la
Muslim Association of Britain (MAB), el Conseil Français du Culte
Musulman
(CFCM), la Deutsche Islamkonferenz (DIK), la Comisión Islámica de
España (CIE),
etcétera. El islam está en Europa, pero, salvo casos
individuales, no se
observa ningún movimiento que se pueda considerar con propiedad un
islam
europeo, sencillamente porque el islam tradicionalista mayoritario
mantiene
unos valores anquilosados que van frontalmente en contra de los
principios que
organizan y producen la originalidad de Europa en su específica
evolución histórica
moderna. Por su lado, las organizaciones de los musulmanes «moderados»,
aparte
de ser muy minoritarias, no acaban de superar la ambivalencia y las
frecuentes
contradicciones.
2.
Los conversos
y el
izquierdismo
reaccionario
Como acabo de
señalar, los españoles
conversos constituyen un pequeño sector, treinta o cuarenta mil, de los
musulmanes que habitan en España. Esto significa, en principio, una
fehaciente
demostración de la libertad religiosa. Un caso típico son las mujeres
que
contraen matrimonio con musulmanes y luego se adhieren a la religión
del
marido. Pero más llamativos son –aunque falta una sociología del
converso– los
casos de militantes o exmilitantes izquierdistas. A la vista de cómo es
y cómo
está el mundo islámico realmente existente, uno se pregunta a veces qué
atractivo puede representar la sumisión al islam para personas que un
día
fueron críticos con la religión, muchos de ellos marxistas o
contraculturales,
y que, tal vez, siguen considerándose subjetivamente como
«progresistas» o de
«izquierdas».
Aparentemente han
seguido un itinerario un
tanto extraño y hasta contradictorio. Y lo es, sin duda. Pero el giro
hacia el
islam –y hacia un islam que no deja de ser el tradicional fuertemente
idealizado– les ha tenido que resultar gratificante y funcional en
algún
sentido. Al menos esta es una línea de hipótesis verosímil. Antiguos
hippies,
en su caos existencial, percibirían el islam como una opción normativa,
capaz
de contrarrestar la anomía conductual en que se hallaban extraviados.
Como si
la ansiedad generada por la anarquía vivida acabara necesitando
íntimamente
alguna forma de autoritarismo, capaz de aportar seguridad psicológica y
social.
Para antiguos militantes de la ultraizquierda marxista-leninista y para
antiguos etarras, el islam simbolizaría inconscientemente una nueva vía
por la
que canalizar su frustrada ansia de poder, típica de quienes propendían
al
sistema de dominación y supresión de libertades individuales
constitutivo de
todo régimen dictatorial. Todos ellos probablemente habrían descubierto
en la
doctrina islámica una ideología de recambio, con el añadido de
la
sanción sobrenatural, algo que le faltaba a su anterior religión de
salvación
terrena. Para algunos sería como si sustituyeran el Manifiesto
comunista
por el Corán, la clase obrera por la umma (comunidad musulmana)
y la
lucha de clases revolucionaria por la yihad. Una clave que puede
resultar
esclarecedora es que, en el fondo, la teocracia comparte con el
totalitarismo
laicista ciertos esquemas de funcionamiento y sometimiento
estructuralmente
homólogos.
En el caso de
quienes se afilian a grupos
proclives al fundamentalismo, también existe un punto de convergencia
entre
«progres» desilusionados y muslimes «revolucionarios», y está en el
hecho de
que el islamismo se postula como radicalmente opuesto al sistema
capitalista y
al imperialismo occidental. Esa retórica anticapitalista y
antiimperialista los
deslumbra de tal modo y los vuelve tan ciegos a la realidad que son
incapaces
de darse cuenta de que el ideal de los islamistas aboga por un sistema
social
aún más opresivo e inhumano, que añora un imperialismo teocrático
absolutamente
reaccionario.
Un
tipo de ceguera similar debe ser el que extravía a determinados
intelectuales europeos
hacia el diletantismo y el disimulo sistemático de las
incompatibilidades
estructurales de la tradición islámica dominante con los fundamentos de
las
sociedades occidentales. Ahora bien, aun suponiendo la buena intención
de
buscar el entendimiento y la convivencia, resulta muy dudoso que,
mediante una
obsequiosa transigencia y el enmascaramiento de los verdaderos
problemas tras
falsos diagnósticos, se puedan dar pasos adelante. Solo avanzarán hacia
una
alianza necia o perversa, en la que confluyen el progresismo resentido
contra
el sistema y la santurronería arcaica de quienes sueñan con liquidar
cuanto se
ha levantado en nombre del progreso humano. Por esta razón, sobran
adhesiones y
apologías. Hace falta más investigación y mayor conocimiento del islam,
estudiar las propuestas de reforma islámica y, contra el oscurantismo
religioso
imperante, hacer lo posible por difundir con mayor amplitud las
posiciones de
los musulmanes progresistas que promueven la reforma del islam.
Notas
. A pesar de que el papa Paulo V desaprobó la
deportación y aconsejó
continuar evangelizándolos, el rey Felipe III cedió a las presiones del
duque
de Lerma. Según la historiografía más fiable, el total de los moriscos
expulsados de España, entre 1609 y 1614, debió ascender a unos
trescientos mil,
más unos diez mil que perecieron durante el cruel proceso de destierro.
Eran
«cristianos nuevos», es decir, antiguos musulmanes convertidos al
cristianismo,
pero tenidos por poco asimilados y sospechosos de desafección a la
Corona
española, en un contexto de tensiones con el Imperio turco otomano.
Equivalían
al 4% de la población del país, que a la sazón tenía alrededor de ocho
millones
de habitantes. Cuentan las crónicas que muchos de ellos retornaron
clandestinamente, sin que sea posible averiguar su número.
. Parece ser que una parte significativa de esos
conversos proceden
del naufragio de la izquierda revolucionaria (tras la extinción de la
religión
de salvación terrestre que representaba el comunismo) y también del
mundo del
hippismo.
. La tutela marroquí sobre esta asociación y sus
miembros plantea
problemas políticos que preocupan a los ciudadanos por su repercusión
en las
relaciones entre España y Marruecos.
. Hay un artículo dedicado a comentar la bibliografía
relativa a la
comunidad musulmana española que se ha publicado en el período que va
desde
1992 (año de la firma del Acuerdo de Cooperación del Estado Español con
la
Comisión Islámica de España) hasta diciembre de 2007 (véase Herrero
Soto 2008).
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