Los dilemas del
islam
6. Vía del
fundamentalismo islámico
PEDRO
GÓMEZ
|
1. La violencia contra los cristianos
en países musulmanes
2. La yihad como beligerancia para
islamizar el mundo
3. El islamismo yihadista justifica y
practica el terrorismo
En respuesta a
las
metamorfosis de los
tiempos modernos, en el mundo musulmán ha habido un resurgimiento
contemporáneo
del islam en forma de fundamentalismo y de islamismo militante que, al
final,
justifica el recurso a la violencia armada y al terrorismo. Los
fundamentalistas cuentan con un precedente medieval en el pensamiento
rigurosamente ortodoxo del teólogo Ibn Taimiya (1263-1328), que
sistematizó una
interpretación integrista de la tradición y del Corán. A mediados del
siglo
XVIII, en Arabia, Muhammad Ibn Abd al-Wahhab (1703-1792) creó otra
versión del
fundamentalismo islámico, buscando un puritanismo coránico. Ya en el
siglo XX,
los ecos y la inspiración de Ibn Taimiya están presentes en las
elaboraciones
del egipcio Hasan al-Banna (1906-1949), fundador de los Hermanos
Musulmanes, y
su correligionario Sayyid Qutb (1906-1966), influyente ideólogo del
yihadismo;
el indio Muhammad Ilyas (1885-1944), erudito fundamentalista que fundó
el
movimiento Jamaat Tabligh; el indopaquistaní Abdul Ala Maududi
(1903-1979),
teólogo y pensador islamista, fundador del partido Jamaat e-Islami; y,
en la
estela del chiismo, el ayatolá Ruhollah Jomeini (1902-1989), jefe
supremo de la
revolución islámica iraní. Al unísono, rechazan la modernización y
predican un
despertar del islam originario. Para ello, insisten en el
adoctrinamiento y la
organización en torno a la idea central y cardinal de que Dios manda a
todos
los musulmanes combatir a los no musulmanes, hasta que la ley de Alá se
imponga
y el islam conquiste el mundo entero.
Yendo a la
causación interna de la estela del
terror, descubrimos una religión política del odio construida sobre el
monoteísmo coránico, con la veta de violencia que lo caracteriza desde
sus
inicios y en la evolución histórica posterior. Es ahí donde se gesta y
se
legitima teológicamente la mentalidad discriminatoria y maniquea, la
ideología
de la violencia y el ataque indiscriminado. Más allá de las coartadas
que
desvían la atención hacia una causa exterior, conviene darse cuenta de
que: «a
partir de una lectura del Corán y de las sentencias de Mahoma,
perfectamente
acotada por los propios yihadistas, resulta posible individualizar las
fuentes
de su terrorismo, separar islam de islamismo (y yihadismo) y plantear
la
deseable adecuación entre visión islámica del mundo y democracia»
(Antonio
Elorza, El País, 25 de agosto de 2011, pág. 25). Sin pasar por
este
análisis, por un mayor conocimiento del islam y por un fomento de la
formación
crítica de los musulmanes, no será posible despejar el camino para un
islam
progresista.
1.
La violencia
contra los cristianos en
países musulmanes
En nuestros días,
el brote de agresiones
contra cristianos de la misma nación, en países de mayoría musulmana,
es un
hecho reiterado, del que hay noticia incesante en la prensa. Ante todo,
encarna
uno de los efectos más lacerantes del fundamentalismo islámico. Pero,
por
desgracia, no se puede negar que sea también manifestación de la
posición
explícitamente anticristiana que comporta el islam, desde los suras
coránicos
hasta los decretos reguladores de la dimmitud (condición
inferior de los
cristianos bajo regímenes islámicos), pasando por las innumerables
incidencias
históricas, que prueban su carácter estructural. El grado puede variar,
pero la
hostilidad es omnipresente.
Cuando se llama
solidariamente a la acogida
de los inmigrantes musulmanes y a la necesidad de diálogo con el islam,
pocas
veces se menciona la evidente falta de reciprocidad en los países de
origen.
Dejo a un lado los problemas políticos, sin duda específicos, que están
presentes en cada país. Cuando se habla de «diálogo de civilizaciones»,
hay que
aclarar que ni las civilizaciones ni las religiones son sujetos que
puedan
dialogar, salvo metafóricamente. Más allá de la metáfora, solo puede
tratarse
del diálogo entre personas, de alguna manera representativas, quizá
capaces de
influir en la opinión pública. Los conflictos históricos y actuales
hacen
imprescindible dialogar, pero no el falso diálogo. Hay que dialogar
partiendo
de la exigencia de respeto universal a los derechos humanos, sin caer
en las
ilusiones de un diálogo falseado, en la medida en que esconda las
cuestiones
espinosas y esquive el análisis de los condicionantes sociales e
ideológicos de
los conflictos.
Es importante
conocer las fuentes, la
historia y la manera de pensar del otro, para superar los prejuicios y
los
tópicos. Sin embargo, esto no es lo mismo que cantar las glorias de un
islamismo tolerante, que nunca existió, cosa tal vez comprensible en la
obnubilación típica del converso, pero nunca en quien oficia de
intelectual. La
fascinación de Roger Garaudy por la religión musulmana, o el entusiasmo
de
Michel Foucault por la revolución islamista de Jomeini en Irán, están
tan fuera
de lugar como la extemporánea admiración de Nietzsche por las antiguas
leyes de
Manu, que codificaron el sistema de castas brahmánico. No tiene sentido
empatizar con el islam tanto que, en aras de la caridad, se esté
escamoteando
la verdad (1). Si ha de haberlo, el
auténtico diálogo solo cabe entre iguales. Y solo nos puede igualar el
reconocimiento mutuo de los derechos humanos y el interés común por
buscar la
verdad. De los desmanes históricos de una y otra parte se debe levantar
acta,
con la mayor objetividad e imparcialidad, y sin dar por supuesta su
equivalencia. Pero, con la misma objetividad, es necesario consignar,
en
nuestro tiempo, la opresión, la represión y la persecución ejercida
sobre
cristianos, en diferentes países de mayoría musulmana. En la mayoría de
los
casos se trata de minorías cristianas de la propia nación, de
comunidades
cristianas que se remontan a los tiempos anteriores a la irrupción del
islam.
En Internet, se
publica información sobre
discriminación, opresión y persecución a cristianos en países donde
están en
minoría, en Barnabas Fund Hope and Aid for the Persecuted Church (http://barnabasfund.org/
). La situación general de la
hostilidad y violencia contra cristianos es analizada por la
organización Open
Doors International, que ofrece apoyo a los cristianos perseguidos en
todo el
mundo (http://www.opendoors.org/). En treinta y
cinco países de mayoría musulmana, encontramos diferentes niveles de
gravedad
en las dificultades con las que tropiezan los cristianos. Presentan
algunas
restricciones o problemas: Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez,
Libia,
Nigeria, Yibuti, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Catar, Kuwait,
Jordania, Siria, Turquía, Tayikistán, Bangladesh e Indonesia. Imponen
rígidas limitaciones
a los cristianos: Egipto, Sudán (norte), Eritrea, Comoras, Irak, Región
de
Chechenia, Azerbayán, Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán, Pakistán y
Brunéi.
Ejercen una opresión permanente: Somalia, Yemen, Maldivas, Arabia Saudí
e Irán.
A modo de
ilustración y visualización del
hostigamiento por parte de extremistas musulmanes, voy a recopilar un
breve
muestrario de actos de agresión cometidos contra cristianos, por su
condición
de tales, en nombre del islamismo y «en la senda de Alá». Haré un
recorrido de
oeste a este, desde África occidental, pasando por Oriente Medio, Asia
central
e Indonesia, hasta Filipinas, señalando episodios de violencia y
represión (2). Como se comprobará,
estos
hechos no son ya meras disputas teológicas.
En Nigeria, el
norte del país es escenario de
frecuentes estallidos de violencia entre la mayoría musulmana y la
minoría
cristiana, con un balance de más de 13.000 personas muertas en los diez
últimos
años (El País, 26 diciembre 2010, pág. 10). El 6 de junio de
2006, unos
musulmanes atacaron a los cristianos en el pueblo de Gani, destruyendo
la
misión, tiendas y casas, hiriendo a varios residentes y asesinando al
maestro
de escuela Danyaro Bala, al objeto de intimidar a la población e
imponer la sumisión
al islam. En enero de 2010, en Jos, en la incursión de una tribu
musulmana
fulani contra un pueblo cristiano, murieron 326 personas. En marzo de
2010, en
otro de los brotes de violencia religioso-social, en el centro del
país,
centenares de cristianos resultaron muertos a tiros y golpes de machete
por
atacantes musulmanes. En diciembre del mismo año, también en Jos,
durante la
celebración de la Navidad, al menos 32 personas murieron y otras 70
resultaron
gravemente heridas, al explotar siete artefactos de fabricación casera.
Mientras que en Maiduguri, al norte, seis personas perdieron la vida en
ataques
contra tres iglesias. Las autoridades atribuyeron estos últimos
atentados al
grupo extremista musulmán Boko Haram.
En Marruecos, desde
principios de marzo a
principios de julio de 2010, el Gobierno expulsó del país a unos 130
cristianos, acusándolos de proselitismo religioso. La mayoría eran
evangélicos
anglosajones, pero también había un sacerdote franciscano. Todos
llevaban años
trabajando en una ONG, o como docentes. El 7 marzo, el Ministerio del
Interior
dio orden de salida del país a 16 evangélicos, que regentaban un
orfanato en
Ain Leuch, en la cordillera del Atlas. En Marraquech, la policía entró
en la
iglesia protestante, durante el culto dominical, para efectuar
detenciones.
Cinco responsables del colegio americano de Casablanca también fueron
conminados a irse. Entre los expulsados, hay cristianos
norteamericanos,
coreanos, neozelandeses, latinoamericanos, subsaharianos y europeos. El
Ministerio
del Interior marroquí los acusó de «proselitismo» y de «quebrantar la
fe del
musulmán», delitos recogidos en el código penal. Los arzobispados de
Rabat y
Tánger y la nunciatura del Vaticano, así como la representación oficial
de las
iglesias protestantes, negaron que se hubiera hecho proselitismo. Pero
en
Marruecos, la opinión pública apoya al Gobierno. En abril de 2010, se
hizo
público un comunicado, suscrito por 7.000 ulemas, que respaldan las
decisiones
de expulsión y acusan de «terrorismo religioso» a los evangélicos, por
intentar
«desviar a los niños marroquíes de su fe». La integridad espiritual de
los
musulmanes constituye un bien supremo, que el Estado debe defender, y
así lo
sostiene el Partido de la Justicia y el Desarrollo, la principal
organización
islamista.
El 25 de junio,
viernes, en El Aaiún, una
profesora de español, evangélica, recibió la orden de expulsión de
parte del
gobernador del Sahara, remitida a la Embajada de España en Rabat. Según
el
texto, la profesora Sara Domene constituía «una grave amenaza para el
orden
público y su expulsión es una necesidad imperiosa para salvaguardar el
orden
público». En el fondo, está la acusación de actividad proselitista.
Ella lo
niega: «Soy evangélica, pero soy filóloga y me he dedicado
exclusivamente a dar
clases de castellano, con las que recaudábamos dinero para dos centros
de
discapacitados» (El País, 29 junio 2010, pág. 17). Por la misma
fecha,
tuvieron que abandonar el país, en el plazo de 48 horas, dos mujeres
evangélicas, una libanesa y otra suiza, casadas con marroquíes,
convertidos al
cristianismo hace años. Lo cierto es que está estrictamente prohibido
debatir
sobre religión con los marroquíes, y es peligroso. La nueva
Constitución,
aprobada en referéndum el día uno de julio de 2011, reconoce la
libertad de
culto, pero no la libertad de conciencia ni la libertad de expresión.
Argelia es el país
del Magreb con mayor
número de cristianos procedentes del islam. En los últimos años, se
estima que
unas 20.000 personas se han convertido al cristianismo. La Iglesia
católica ha
gozado de cierto reconocimiento, pero sus fieles son escasos y casi
todos
extranjeros. La Iglesia Protestante de Argelia es la que ha conseguido
casi
todas las conversiones y cuenta con una treintena de templos, la mayor
parte en
la región de Cabilia. Pero el Gobierno, desarrollando una ley aprobada
en marzo
de 2006, que prevé penas de hasta cinco años de cárcel y cuantiosas
multas por
el delito de proselitismo para convertir a un musulmán a otra religión,
decretó
la prohibición de que los cristianos porten material bíblico y
evangelicen a
musulmanes. Después de años de acoso, en agosto de 2011, las
autoridades han
legalizado la organización protestante, que aspira a la derogación de
la
mencionada ley, aún vigente.
En Etiopía, los musulmanes
no son mayoría,
pero sí más de un tercio de la población. El 6 de octubre de 2006, un
grupo de
islamistas trató de impedir la celebración de la fiesta de la Vera
Cruz, propia
de la Iglesia Ortodoxa Etíope. Los enfrentamientos entre musulmanes y
cristianos causaron varios muertos, en el oeste de Etiopía.
En Somalia, el 17
de septiembre de 2006, un
grupo de musulmanes armados asesinaron a una monja italiana, Leonella
Sgorbati,
perteneciente a las misioneras de la Consolación, de 65 años, que vivía
en el
país desde 2002, dedicada a la formación de enfermeras en un hospital
infantil.
El país está asolado por Al Shabaab, organización islamista asociada
con Al
Qaeda.
Por Oriente Medio
(o Próximo), se extiende
una amplia región, que abarca los siguientes países: Egipto, Arabia
Saudí,
Yemen, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Bahréin, Territorios
Palestinos,
Israel, Jordania, Líbano, Siria, Irak, Kuwait, Irán, Turquía y Chipre.
Ocupa
una superficie de 7.180.912 km2, donde viven 356.174.000
personas.
De ellas 5.707.000 son católicos, lo que constituye el 1,6% de la
población. En
conjunto, el número de cristianos de todas las confesiones es,
aproximadamente,
de unos 20 millones de personas, es decir, el 5,62% de la población.
Ahí, además
de la Iglesia católica de tradición latina, están presentes, desde
tiempos
remotos, seis Iglesias orientales católicas sui iuris, con
Patriarca
propio al frente: la Iglesia Copta, la Iglesia Siríaca, la Iglesia
Greco‑Melquita,
la Iglesia Maronita, la Iglesia Caldea y la Iglesia Armenia (véase
Sínodo de
los Obispos 2010). Aparte de esas iglesias unidas a Roma, hay otras con
sus
respectivos patriarcas, destacando la Iglesia Griega Ortodoxa de
Constantinopla, la Iglesia Griega, Siríaca y Jacobita de Antioquía, y
la
Iglesia Copta de Alejandría. Pues bien, millones de cristianos de esos
países,
cuya ascendencia bimilenaria es anterior al islam, están huyendo hoy de
Oriente
Medio, ante el acoso de los musulmanes.
Algunos
observadores estiman que los
cristianos de oriente son ya más numerosos en el extranjero, sobre todo
en
Europa, Norteamérica y Australia, que en sus países de origen: «Durante
los
últimos 100 años, su proporción en la región no ha dejado de caer: en
total,
solo representarían entre un 3% y un 6% de las poblaciones locales, en
lugar de
entre un 15% y un 20% a comienzos del siglo XX» (Muchnik 2010, pág.
35). En
muchos casos, los cristianos orientales están pagando injustamente un
alto
precio por las erróneas políticas de Occidente en la región, sin que
esto sea
la causa principal, que hay que atribuir directamente al peligroso
ascenso del
islamismo político. En efecto: «La relación entre cristianos y
musulmanes es, a
veces o con frecuencia, difícil porque los musulmanes no distinguen
entre
religión y política, lo que coloca a los cristianos en la situación
delicada de
pérdida de derechos ciudadanos» (Sínodo de los Obispos 2010). De manera
que, si
no se encuentra una nueva fórmula de coexistencia, se cierne sobre los
cristianos de Oriente Medio una seria amenaza de desaparición.
En Egipto, los
cristianos coptos eran el 10%
de la población, estimada en más de 80 millones de habitantes. Y han
sido un
blanco tradicional del islamismo político, en particular de los
fundamentalistas Hermanos Musulmanes y, más recientemente, del
desconocido
Frente del Egipto Islámico. Según un informe del Gobierno, en el país
hay más
de 93.000 mezquitas y quedan en pie unas 2.000 iglesias. El 18 de
diciembre de
2007, una iglesia y trece negocios pertenecientes a cristianos coptos
fueron
atacados por musulmanes, impulsados por su ideario islamista. En enero
de 2010,
ocho coptos resultaron muertos a tiros, en la puerta de la iglesia, al
salir de
la misa del domingo. En noviembre de 2010, en el barrio cairota de Al
Omraniya,
centenares de cristianos coptos se manifestaron, junto a una iglesia en
obras,
reclamando a las autoridades que permitieran proseguir la construcción.
La
intervención policial produjo la muerte de un joven de 19 años y
heridas a
otras 67 personas. Según la cadena catarí Al Yazira, en diciembre, el
grupo
islamista, denominado Estado Islámico de Irak, vinculado a Al Qaeda,
amenazó a
la comunidad copta de Egipto, exigiéndoles que «liberaran» a dos
mujeres
convertidas al cristianismo y casadas con sendos sacerdotes coptos.
En la madrugada del
1 de enero de 2011,
estalló una bomba junto a la iglesia de los Santos, de Alejandría,
cuando cerca
de un millar de fieles cristianos salían de la misa de Año Nuevo,
causando 24
muertos y 90 heridos, aparte de los daños materiales. Se calcula que,
en los
últimos 10 años, un millón y medio de coptos han tenido que abandonar
Egipto,
emigrando principalmente a Estados Unidos y Canadá. Después de la caída
del
régimen de Mubarak, el 11 de enero de 2011, no han cesado los ataques y
los
desmanes de musulmanes contra cristianos coptos. Estos últimos están
discriminados social y políticamente. El 6 de marzo de 2011, un grupo
de
musulmanes prendió fuego a una iglesia en el barrio de Helwan, a las
afueras de
El Cairo, tras un altercado entre familias –por los amores de una
musulmana con
un cristiano–, que ocasionó dos muertos. Al día siguiente, en protesta
por
tales hechos, un grupo de coptos organizó una sentada pacífica,
bloqueando una
autopista del sur de la capital. Entonces, unos doscientos musulmanes
les
atacaron con piedras, al grito de «¡Alá es grande!». Más tarde, la
violencia
sectaria se extendió al barranco de Muqattam, un barrio pobre de El
Cairo,
donde la iglesia copta fue incendiada y se causó la muerte de trece
personas,
mientras 140 resultaron heridas. El 8 de mayo del mismo año 2011, la
iglesia
del suburbio de Imbaba, al norte de El Cairo, fue asaltada por unos 500
salafistas, que dejaron tras de sí 12 muertos y 200 heridos. Por otra
parte,
después de un confuso tiroteo y el incendio de dos iglesias, se
produjeron
choques sectarios en diferentes barrios de la capital. El Consejo
Superior de
las Fuerzas Armadas ha emitido un bando en el que afirma que los
culpables
serán castigados de forma ejemplar. Algunos analistas aseguran que el
conflicto
está siendo instrumentalizado por extremistas islámicos salafistas,
procedentes
de Arabia Saudí, o también por matones del antiguo régimen (véase
Goytisolo
2011, pág. 16), unos y otros, al parecer, en un intento por hacer
abortar la
revolución democrática.
En Arabia Saudí,
está terminantemente
prohibida cualquier expresión religiosa o de culto que no sea islámica.
En
junio de 2004, la policía religiosa saudí mantenía en prisión, desde
hacía
medio año, a un cristiano indio, Brian Savio O'Connor, bajo la
acusación
principal de rezar a Jesucristo. En la cárcel de Riad, fue torturado
brutalmente y amenazado de muerte, si no se convertía al islam.
En los Territorios
Palestinos, es decir,
Cisjordania, Jerusalén Este y la franja de Gaza, los cristianos
ascienden a
unos 50.000. A principios del siglo XIX, eran cristianos la mayoría de
los
habitantes de Jerusalén. En la localidad de Belén, fueron mayoría
durante
siglos, pero hoy solo representan el 30% de la población. La opresión
del
fundamentalismo contra los cristianos es cada día mayor, sobre todo en
Gaza,
dominada por la organización islamista Hamás.
En Israel, en
cambio, donde no hay ninguna
hostilidad hacia los cristianos, el 10% de árabes cristianos, con
nacionalidad
israelí, más bien se está incrementando con la llegada de otros árabes
cristianos, que huyen del territorio palestino en busca de refugio.
En Líbano, los
cristianos mantenían, hasta no
hace mucho, una hegemonía demográfica, económica y política. No
obstante, es
uno de los países donde la evolución de los acontecimientos ha
resultado más
grave, a consecuencia de las guerras civiles, desencadenadas a partir
de 1975.
En el país aún hay, actualmente, un 30% de cristianos, después de que
su éxodo
haya reducido la población cristiana a menos de la mitad. Conviene no
ocultar
el hecho de que, en Líbano, lo mismo que en Irak, los cristianos han
sido las
principales víctimas de la guerra.
En Irak, la
población cristiana –que se
remonta a los primeros siglos del cristianismo– se ha visto disminuida
en un
tercio, desde la guerra entre Irán e Irak, las dos guerras de Estados
Unidos
contra Sadam Husein y la posguerra. Eran cristianos el 9% de la
población,
pero, en la actualidad, ya solo representan el 3% (alrededor de medio
millón).
En 2008, los fundamentalistas asesinaron impunemente al arzobispo
caldeo Potros
Rahu. En febrero de 2010, en la ciudad de Mosul, al norte del país, se
sucedieron agresiones contra los cristianos, con frecuentes asesinatos,
de
manera que la mayoría están huyendo de la zona: de las 2.000 familias
cristianas que había en la ciudad, apenas quedan 500. De febrero a
junio de
2010, 4.000 cristianos han tenido que huir, según la agencia de la ONU
para los
derechos humanos. El arzobispo siríaco-católico de Mosul, Basile
Georges
Casmoussa, secuestrado y luego liberado en enero de 2005, describe la
situación
como una catástrofe humana: «Cada día vienen más cristianos a pedirme
certificados de matrimonio y otros documentos para utilizarlos en su
exilio» (El
País, 9 junio 2010, pág. 5). En Basora, algunos comerciantes
cristianos se
ven obligados a pagar una extorsión a una organización chií, para que
no les
quemen sus establecimientos.
En la noche del 31
de octubre al 1 de
noviembre de 2010, durante la celebración de Todos los Santos, un grupo
armado
secuestró a los fieles, en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro,
en el centro de Bagdad. Asesinaron a dos sacerdotes que intentaban
dialogar.
Ante el asalto de las fuerzas de seguridad, algunos de los
secuestradores
hicieron estallar sus chalecos explosivos, otros dispararon a la
policía, otros
detonaron un coche bomba a las puertas del templo. Total, 58 muertos y
67
heridos, entre rehenes católicos y policías. En los días siguientes, el
grupo
insurgente Estado Islámico de Irak, rama iraquí de Al Qaeda, dio un
ultimátum a
la población cristiana del país, para que lo abandone. El arzobispo
siríaco-católico de Bagdad ha denunciado esta sangrienta persecución.
El
patriarca caldeo de la capital recibió un mensaje firmado por las
milicias de
Ansar al-Islam, otro grupo ligado a Al Qaeda: «Cristianos infieles, no
tenéis
ningún lugar entre los musulmanes piadosos en Irak. Nuestras espadas
están
afiladas sobre vuestros cuellos. Es el último aviso» (El País, 8
noviembre 2010, pág. 10). Dos días más tarde, una oleada de ataques
islamistas
volvía a sembrar el pánico entre los cristianos iraquíes: una docena de
explosiones sincronizadas, de artefactos caseros y proyectiles de
mortero,
dirigidas contra viviendas de cristianos e iglesias, en varios barrios
de
Bagdad, dejó un saldo de 3 personas muertas y 37 heridas, según el
Ministerio
del Interior bagdadí.
En Irán, tras
muchos años de intimidación,
las agresiones contra la comunidad cristiana están creciendo en
intensidad. El
Gobierno está endureciendo la política de acoso contra la comunidad
cristiana.
Durante el año 2010, fue aumentando el nivel de hostigamiento (3).
Desde el otoño de
2010,
el
régimen lanzó una campaña para eliminar del país todos los signos
cristianos,
junto a una ola de ataques contra los cristianos. La televisión oficial
emite
discursos incendiarios, acusando a los misioneros cristianos de
«ladrones de la
fe». Detrás de Corea del Norte, la República Islámica de Irán es el
segundo
país del mundo donde más grave es la persecución contra la fe
cristiana. Por
ejemplo, la página cristiana iraní Farsi Christian News Network (http://www.fcnn.com/index.php?Itemid=587/)
ha publicado,
el 20 de febrero de 2011, que, en medio del creciente caos en el mundo
árabe y
ante la incertidumbre y la pobreza de amplios sectores de la población
iraní,
los mulás están dirigiendo el odio y la animadversión hacia los
cristianos, y
que ha habido últimamente más de 250 detenciones arbitrarias, en 24
ciudades
del país, en un clima de amenazas y ataques.
En Turquía, el
islamismo fundamentalista
parece orientarse, cada vez más, hacia una estrategia anticristiana. Ya
habían
matado a varios curas. Pero, el 3 de junio de 2010, fue acuchillado y
degollado, como si se tratara de un asesinato ritual, el obispo Luigi
Padovese,
Vicario Apostólico de la Iglesia Católica en Anatolia, notable
partidario del
diálogo con el islam. Según testigos, el asesino del obispo gritaba:
«¡He
matado al gran Satán. Alá es grande!». Era la víspera del viaje del
papa a
Chipre, para presentar en público el documento de trabajo preparatorio
del
sínodo sobre Oriente Medio.
Más allá de Oriente
Medio, en Afganistán, los
insurgentes talibanes tienen entre sus objetivos prioritarios a los
cooperantes
cristianos. El 6 de agosto de 2010, en la región montañosa de
Badajshan, al
norte del país, asesinaron a balazos a diez miembros de un equipo
sanitario,
que prestaba atención médica y oftalmológica, pertenecientes a la
Misión de
Asistencia Internacional, asentada en el país desde hace varios
decenios. El
portavoz talibán, que reconoció la autoría, los acusó de espionaje y de
predicar el cristianismo, ya que llevaban una Biblia en lengua local
pastún. La
organización médica niega todo proselitismo religioso.
En Pakistán, el 4
de enero de 2010, Salman
Tasir, gobernador de Panyab, fue asesinado por su guardaespaldas, quien
lo
acusó de blasfemo, por apoyar la modificación de la ley que castiga la
blasfemia como delito. En marzo de 2010, en Mansehra, distrito al norte
de
Islamabad, la capital del país, un grupo armado islamista irrumpió en
las
oficinas de la ONG cristiana de ayuda humanitaria World Vision, asesinó
a seis
trabajadores e hirió a otros siete. Este tipo de actos de violencia se
venía
incrementando de forma inquietante, en los últimos meses de 2010.
Basándose en
la ley sobre la blasfemia, un tribunal condenó a muerte en la horca a
Asia
Bibi, una mujer cristiana, madre de cinco hijos (El País, 17 de
noviembre de 2010, pág. 33). El 2 de marzo de 2011, en Islamabad, fue
asesinado
Shabaz Bati, ministro de Minorías, el único cristiano que formaba parte
del
Gobierno. Varios hombres armados acribillaron el coche del ministro y
luego
huyeron, dejando unos panfletos a favor de la ley de la blasfemia y
amenazando
a sus oponentes. La organización Tehrik e Taliban, que asumió el
crimen,
acusaba al ministro de «ser blasfemo», por criticar la ley sobre la
blasfemia.
La víctima era consciente del peligro: «Soy objetivo número uno de los
talibanes
por la ley de la blasfemia. Recibo todo tipo de amenazas, pero estoy
comprometido con la causa. Sé que pueden matarme. (...) La ley de la
blasfemia
debe ser cambiada, porque los extremistas la están usando como un arma
de
victimización» (El País, 3 marzo 2011, pág. 11). Incluso los
clérigos,
los mulás, habían emitido cinco fetuas en contra del ministro Bati.
Pakistán
soporta una agresiva islamización, desde la época de la dictadura
militar de
Muhammad Zia-ul-Haq, hace unos treinta años. La lucha por la
tolerancia, el
pluralismo y los derechos humanos resulta allí sumamente difícil.
En Indonesia, el 24
de octubre de 2005, tres
jóvenes estudiantes indonesias, cristianas, Ida Yarni Sambue, Theresia
Morangke
y Alfita Poliwo, fueron atacadas por seis islamistas y decapitadas con
machete,
por negarse a convertirse al islam. El 21 de septiembre de 2006, tres
campesinos indonesios, católicos, Fabianus Tibo, Domingus da Silva y
Marinus
Riwu fueron acusados falsamente de suscitar disturbios y por ello
condenados y ejecutados.
Antes de su
independencia de Indonesia, los
cristianos de Timor Oriental sufrieron graves ataques. Al menos 15
sacerdotes y
un número similar de religiosas fueron asesinados en Dili, la capital,
y
Baucau, segunda ciudad de país, por los paramilitares musulmanes pro
indonesios, en una campaña contra la Iglesia católica. El Vaticano
denunció un
ataque con granadas a una iglesia de la localidad sureña de Suai, que
causó un
centenar de muertos, entre ellos tres sacerdotes timorenses. También
está el caso
de seis religiosas de la orden canosiana, que murieron en Baucau,
cuando su
convento fue incendiado por los paramilitares. Con posterioridad, el 10
de
agosto de 2007, militantes del Frente Revolucionario de Timor Oriental,
controlado por musulmanes, atacaron el orfanato y el colegio salesiano
San Juan
Bosco, donde violaron a varias estudiantes.
En Filipinas,
aunque es un país
mayoritariamente católico, el 22 de agosto de 2002, la guerrilla
islámica
filipina de Abu Sayyaf, grupo que algunos vinculan con Al Qaeda,
decapitó a dos
predicadores cristianos que mantenía como rehenes. Las cabezas de
Leonel Mantic
y Lemuel Montolo, ambos de nacionalidad filipina, fueron halladas
envueltas en
plástico, en el mercado público de Patikul, en la isla de Joló, a unos
mil
kilómetros al sur de Manila. Una de las cabezas llevaba adherida una
nota, en
la que se leía: «Los no creyentes en Alá correrán la misma suerte. Esto
forma
parte de nuestra yihad».
En fin, esta
incompleta crónica sangrienta y
sombría representa un panorama desalentador, de violencia sistemática,
que no
obedece a un cúmulo de coincidencias. Quizá con excepción de Nigeria,
donde hay
una especie de guerra civil entre unos y otros, el asedio y la
persecución
contra los cristianos acontece, en todos los países de mayoría
islámica, de
manera unilateral y por obra de los musulmanes. En algunos de estos
países, se
hace desde el Gobierno y en virtud de leyes discriminatorias para los
no
musulmanes. En otros casos, la violencia la ejercen los vecinos, grupos
fanatizados
u organizaciones terroristas internacionales. La impunidad de que
suelen gozar
los autores facilita aún más los atropellos. Así, decenas de millones
de
cristianos viven en una situación de intolerancia, acoso, opresión y
persecución islamista, en sus propios países. Y las cosas no han cesado
de
empeorar en los últimos años, según The Becket Fund for Religious
Liberty, 2010
(http://www.becketfund.org/ ). Tenemos que
señalar, y que lamentar, la escasa conciencia de este enorme problema
en la
opinión pública occidental.
Si nos situamos a
nivel de los
acontecimientos de actualidad, esto es, en la escala de tiempo medido
en días y
meses, siempre se pueden encontrar circunstancias y causas inmediatas o
locales, desde las que describir las agresiones. Pero, si miramos esos
mismos
acontecimientos inscribiéndolos en otra escala de tiempo más amplia, de
años y
decenios, entonces observaremos un proceso continuado de hostigamiento,
emigración forzada y reducción a veces drástica de la población
cristiana (como
ha ocurrido en Líbano, Irán, Egipto o Irak). Y todavía cabe interpretar
esos
lamentables hechos en una escala de siglos, que nos desvela la
persistencia de
un paradigma de hostilidad contra los cristianos, fundamentado, por
desgracia,
en los suras del Corán y amplificado históricamente en todas las
sociedades
islámicas, por mucho que varíen las modulaciones según la época y el
contexto.
El fundamentalismo
se despliega en el entorno
contemporáneo, sin duda, pero tiene un origen endógeno. El motivo
coyuntural
desencadenante de los ataques y la forma concreta que adoptan (por
ejemplo, un
régimen despótico que emplee a sus esbirros para encender los ánimos
entre
musulmanes y cristianos, o un grupo islamista que convoque a la
eliminación de
todos los infieles), no hacen más que activar un dispositivo mental de
odio,
articulado a un mecanismo social de agresión. Mientras no se desactive,
está
ahí prediseñado y consagrado por una antigua tradición. Hasta ahora, ha
contado
con el respaldo de la interpretación teológica y jurídica dominante en
el
islam, de la que los fundamentalistas solo extraen consecuencias más
radicales.
La clave está en que existe un concepto y un esquema cultural que
justifica ese
tipo de hostilidad y cuyo nombre todo el mundo conoce: yihad.
2.
La yihad como
beligerancia para
islamizar el mundo
La imaginería que,
en España, representa al
ecuestre Santiago «matamoros» no corresponde a ningún hecho real o
histórico de
la vida del apóstol Santiago (Jacobo el Mayor), ni al mensaje original
de la fe
cristiana, contenido en los evangelios. Se diría que, más bien,
constituye una
mímesis en la cristiandad de cierta imagen del Mahoma matainfieles,
esta
sí históricamente atestiguada por las fuentes escritas islámicas. La
figura del
matamoros entraña, a las claras, una degradación absoluta del evangelio
de
Jesús y de la actuación de la iglesia primitiva; de modo parecido a
como las
cruzadas pudieran reflejar una mala imitación de la yihad, según
algunos
estudiosos.
En la doctrina
islámica, la yihad personal y
colectiva se concibe como esfuerzo interior y exterior, que se expresa
como
lucha y combate con todos los medios, contra todo poder que se oponga a
la
expansión de la causa de Alá. La yihad define, por antonomasia, la
actitud
militante del buen musulmán. Pero ¿cómo hay que entender esto, que
todavía es
tan controvertido? Opino que, a estas alturas, no es necesario discutir
más si
la yihad significa ante todo un
esfuerzo espiritual del creyente por seguir los mandatos del Corán.
Está claro
que significa eso, pero, siguiendo siempre el ejemplo de Mahoma, la
yihad
adquirió, además, el sentido de un esfuerzo corporal, es decir, de
combate
armado «en la causa de Alá», en la guerra contra los infieles, cuya
meta es
conseguir la supremacía del islam.
No encontraremos ni un solo sura del Corán que no implique un
planteamiento
polémico, de enfrentamiento con alguna clase de enemigo. Y las aleyas
coránicas
que mencionan expresamente la yihad, en el sentido de guerra por la fe,
son más
de cien. A esto que hay que añadir que casi la totalidad de las
alusiones a la
yihad, en los hadices, tiene un significado bélico. Y ese significado
está
corroborado unánimemente por las disposiciones de las principales
escuelas de
jurisprudencia, entre el siglo X y el XIV (véase Spencer 2007, págs.
62-64).
Pero, además, es que hoy son legión los personajes musulmanes, que,
actuando
como portavoces del islam ortodoxo, dejan fuera de toda duda ese
significado
primordial, al tiempo que, sobre todo los fundamentalistas, lo
proyectan sobre los
escenarios de nuestro mundo actual.
Así pues, el
surgimiento contemporáneo de la
yihad armada no es una desviación, sino que se legitima evocando el
pasado, con
la mirada puesta en el presente y el futuro, en plan de continuación de
la
lucha secular contra Occidente y, ahora, contra la modernidad. El mundo
moderno
occidental es satanizado y calificado con el concepto coránico de yahiliya
(ignorancia), alusiva a la época preislámica o «era de la ignorancia»,
vista
como situación de caos y politeísmo que debe ser combatida por el
islam. Los
Hermanos Musulmanes de Egipto se fundaron, en 1928, con esa misión. Su
máximo
teórico, Sayyid Qutb, desarrolló las bases del islamismo
fundamentalista de
nuestros días y su teología política ha inspirado a la mayoría de los
grupos
integristas y salafistas. Expone una crítica furibunda, tanto del
sistema
capitalista como el comunismo soviético, que, para él, están
pervertidos por
igual y deben ser repudiados y combatidos. Como solución, propugna un
«camino
árabe», basado en el islam de los antepasados, es decir, el de la
generación de
Mahoma, sus compañeros y los cuatro primeros califas rectamente guiados
(tales
son los referentes del salafismo). Qutb sostiene, en su libro Hitos
del
camino, que el islam no puede admitir ninguna componenda con la
sociedad
moderna, con ninguna sociedad de infieles sumida en la ignorancia (yahiliya),
sino que debe organizarse para hacer la guerra a los impíos y
prevalecer sobre
ellos:
«Por tanto, es necesario que
el fundamento teórico del islam –la creencia– se materialice
en la forma de un grupo organizado y activo desde el principio. Es
necesario
que este grupo se separe de la sociedad yahilí, convirtiéndose en
independiente y distinto de la sociedad yahilí activa y organizada, que
tiene como objetivo bloquear el Islam. El centro de este nuevo grupo
debe ser
un nuevo liderazgo; el liderazgo que por primera vez se dio en la
persona del
profeta, y después de él fue delegado en los que se esforzaron por
traer a la
gente bajo la soberanía de Dios Todopoderoso, su autoridad y sus leyes.
Una
persona que da testimonio de que no hay ninguna deidad digna de culto
más que
Alá y que Mahoma es su mensajero debe cortar su relación de lealtad con
la
sociedad yahilí, que ha
abandonado, y con el liderazgo yahilí,
ya
sea en la forma de sacerdotes, magos o astrólogos, o en la forma de
liderazgo
político, social o económico, como hizo el profeta en su tiempo con los
quraishíes. Él tendrá que dar su completa lealtad al nuevo movimiento
islámico
y al liderazgo musulmán» (Qutb 1964, pág. 58).
Sayyid Qutb figura
como uno de los
principales mentores de la lucha global por la instauración de la charía
y el Estado islámico. Pero no le va a la zaga otro suní, Abul Ala
Maududi,
quien escribe en su obra La yihad en el islam:
«La verdad es que el islam
no es una ‘religión’, ni los musulmanes son una ‘nación’ en el sentido
convencional de los términos. En realidad, el islam es una ideología y
un
programa revolucionarios que pretenden cambiar y revolucionar el orden
social
del mundo y reconstruirlo de acuerdo con sus propios principios e
ideales. Del
mismo modo, ‘musulmanes’ es de hecho un partido revolucionario
internacional,
organizado bajo la ideología del islam para llevar a cabo su programa
revolucionario. Yihad es el término que significa la lucha
revolucionaria, el
máximo empeño del Partido Islámico revolucionario para conseguir la
revolución
islámica. (...) Cualquier Estado y poder que se oponga a la ideología y
programa del islam, dondequiera que sea y quienquiera que pueda ser, el
islam
está decidido a eliminarlo. El islam se propone la dominación de su
propia
ideología y programa, sin que importe quién protagoniza su causa ni de
quién es
el poder que vence en este proceso. El islam exige no una porción de
tierra,
sino el poder sobre todo el planeta» (Maududi 1939a, págs. 5 y 6).
Si, para Maududi,
el islamismo
fundamentalista revolucionario es la verdad del islam, las palabras del
chií
Jomeini en Irán tampoco se quedan cortas, en su llamamiento a la guerra
y al
imperialismo en nombre de la religión:
«El islam obliga a todos los
adultos varones, con la única excepción de los discapacitados, a
prepararse
para la conquista de países a fin de que el mandato islámico se
obedezca en
todos los países del mundo. Quienes estudian la yihad islámica
comprenderán por
qué el islam quiere conquistar el mundo entero. (¼) Quienes no saben
nada del
islam creen que el islam es contrario a la guerra. Estos son unos
estúpidos. El
islam dice: Matad a todos los no creyentes tal como ellos os matarían a
todos
vosotros. ¿Acaso significa esto que los musulmanes deben cruzarse de
brazos
hasta que los devoren? El islam dice: Matadlos, pasadlos a cuchillo y
dispersadlos. ¿Significa esto que hemos de cruzarnos de brazos hasta
que nos
derroten? El islam dice: Matad por Alá a todos los que puedan querer
mataros.
¿Significa esto que debemos rendirnos al enemigo? El islam dice: Todo
lo bueno
que existe es gracias a la espada y por la amenaza de la espada. ¡Solo
con la
espada se puede conseguir la obediencia de la gente! La espada es la
llave del
Paraíso, que solo los guerreros santos pueden abrir. Hay otros cientos
de
himnos y hadices que instan a los musulmanes a estimar la guerra y
combatir.
¿Significa esto que el islam es una religión que impide que los hombres
libren
una guerra? Escupo sobre todos los imbéciles que proclaman tal cosa»
(citado en
Ibn Warraq 1995, prólogo a la edición española de 2003, pág. 16-17).
Uno de los
discípulos de Sayyid Qutb es nada
menos que Aymán al-Zawahiri, mentor de Osama Bin Laden, lugarteniente
suyo en
la organización terrorista Al Qaeda y su nuevo líder, tras la muerte de
Bin
Laden. En junio de 2011, a través de un vídeo en páginas yihadistas,
al-Zawahiri exhortaba a los musulmanes a continuar en la «senda de la
yihad»,
contra Estados Unidos, contra los «cruzados» y sus colaboradores.
Otro intelectual,
vinculado a la organización
Hermanos Musulmanes, aunque contrario al extremismo yihadista, es el
teólogo
islámico egipcio Yusuf al-Qaradawi, presidente del Consejo Mundial de
Ulemas y
muy influyente en virtud de su programa La charía y la vida, en
Al
Yazira. Al-Qaradawi, vaticina enfáticamente: «El islam volverá a Europa
como
conquistador y victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una
desde el
sur, desde Andalucía, y la segunda desde el este, cuando llamó a las
puertas de
Atenas. Conquistando Europa el mundo será del islam» (citado, entre
otros
sitios, en http://foros.laverdad.es/post50865.html
).
De la Hermandad
Musulmana derivó Yihad
Islámica egipcia, de donde nacería Al Qaeda, así como Yihad Islámica
palestina
y el partido Hamás. En la Hermandad se han inspirado multitud de grupos
yihadistas, en otras latitudes. El gran lema de todos ellos es que: «La
civilización islámica es la alternativa».
La misión suprema estriba, por tanto, en «establecer el islam mundial».
Tal es
el objetivo por el que hay que llevar a cabo la yihad: «la gran yihad
para
eliminar y destruir la civilización occidental desde dentro». Para
ello, se trata
de «construir centros islámicos, organizaciones islámicas, escuelas
islámicas»;
«destruir el execrable mundo occidental, a fin de que no exista, y que
la
religión de Alá se alce con la victoria sobre todas las otras
religiones»
(Manifiesto de los Hermanos Musulmanes de América del Norte, traducido
del
vídeo documental The Third Jihad, 2008). Entre la lista de
organizaciones con las que cuentan, para contribuir a esta misión,
figuran
varias que se consideran «moderadas»: Islamic Circle of North America
(ISNA),
Muslim Students Association (MSA), Islamic Association for Palestina
(IAP),
etc.
El ayatolá iraquí
Ahmad Husseini al-Baghdadi
se muestra meridianamente claro en su discurso: «La yihad ofensiva
significa
atacar al mundo a fin de propagar las palabras No hay más dios que
Alá y
Mahoma es el mensajero de Alá en todo el mundo» (Al Yazira, mayo de
2006).
En Pakistán, la
coalición de partidos
religiosos extremistas, antioccidentales, inspirados en Maududi, exigen
la
aplicación de la charía en todo el país. El jefe militar de la
Mezquita
Roja, en el centro de Islamabad, Abdul Rashid Ghazi, cayó muerto en el
asalto a
dicha mezquita, en 2007. En una entrevista, había expuesto su
determinación:
«Si nos atacan, la obligación del musulmán es extender la lucha a todo
el
mundo. Persona por persona, ojo por ojo, nariz por nariz, oreja por
oreja,
diente por diente». Y su confianza era ilimitada: «Nosotros tenemos
miles de
jóvenes dispuestos a morir. Somos más poderosos. Dios está de nuestro
lado» (El
País, 11 de junio de 2007).
Descubrimos una y
otra vez la misma doctrina,
por todos los confines, ya se convoque explícitamente, o no, a la
violencia. El
islamismo, el salafismo, el yihadismo, pero también en general el
sunismo y el
chiismo, en su forma tradicional y dominante, nutren su cosmovisión de
un mismo
sistema de creencias. Nos lo reitera el telepredicador islámico Zakir
Naik,
cuando declara en un canal de televisión de Bombay, en India: «El Corán
(3,85)
dice que Alá no tolerará jamás otra religión que el islam. Por
consiguiente,
sabiendo que el islam es la única religión verdadera, nosotros no
toleramos la
propagación de otras religiones». Del trasfondo de esta intolerancia
absoluta,
surge la exigencia de combatir por la fe con todos los medios. No son
incoherentes
los musulmanes fervorosos que suscribirían, sin vacilar, lo que decía
el jeque
Feiz Mohammad, predicador islámico australiano, director del Global
Islamic
Youth Centre, en Sidney, de orientación wahabí: «La cumbre, el cénit,
la más
alta cima del islam, esto es la yihad». Están convencidos de que eso
forma
parte del núcleo duro del mensaje.
Así pues, está
fuera de discusión el hecho de
que, en determinados suras del Corán, se dan órdenes de esforzarse para
luchar
y matar a los infieles (es decir, los no musulmanes), por «la causa de
Dios».
Esta obligación es constitutiva de la yihad y una dimensión esencial de
la fe.
Recordemos, varias aleyas, datadas, según los especialistas, en el año
primero,
segundo, cuarto y noveno de la hégira, con el fin de señalar la
persistencia de
la idea:
«Cuando os enfrentéis a los
infieles, asestad los golpes de espada en el cuello hasta derrotarlos.
Entonces, atadlos fuertemente» (Corán 47,4).
«Matadlos dondequiera que
los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado. Pues la
opresión es
peor que el homicidio. (...) Esa es la retribución de los incrédulos»
(Corán
2,191).
«Yo infundiré terror en los
corazones de los infieles. ¡Cortadles el cuello, amputadles los dedos!»
(Corán
8,12).
«Los creyentes guerrean por
la causa de Dios» (Corán 4,76).
«Cuando hayan pasado los
meses sagrados, matad a los asociadores dondequiera que los encontréis.
¡Capturadlos! ¡Cercadlos! ¡Tendedles emboscadas en todas partes!»
(Corán 9,5).
En una de las
colecciones de hadices
auténticos, la de Muslim, Mahoma indica las opciones que los musulmanes
han de
presentar a los no musulmanes, a saber: 1) que se conviertan al islam,
2) que
se sometan pagando el tributo especial de capitación, 3) o bien que
afronten la
guerra y la muerte:
«Sulaimán ben Buraid relató,
transmitido por su padre: Cuando el Mensajero de Alá (la paz sea con
él)
nombraba a alguien al mando de un ejército o un destacamento, lo
exhortaba
especialmente a temer a Alá y tratar bien a los musulmanes que estaban
con él.
Luego decía: Combate en el nombre de Alá y por la causa de Alá. Combate
contra
aquellos que no creen en Alá. Sal a la guerra y no administres mal el
botín. No
rompas los pactos. No mutiles los cadáveres y no mates a los niños.
Cuando
encuentres a tus enemigos los politeístas, invitalos a seguir tres
caminos
posibles. Si responden a alguno de ellos, acéptalo y retírate sin
hacerles
daño. [Primero] Invítalos a aceptar el islam; si te responden, acéptalo
y
desiste de guerrear contra ellos. Luego, invítalos a emigrar de sus
tierras a
la tierra de los emigrados e infórmalos de que, si lo hacen, tendrán
los
derechos y obligaciones de los emigrados. Y si se niegan a emigrar,
diles que
entonces tendrán la condición de musulmanes beduinos, sometidos a la
ley de Alá
igual que los otros musulmanes (...) Si rechazan aceptar el islam,
pídeles que
paguen la yizia. Si se
avienen a pagar, acéptalo y retírate sin hacerles
daño. Pero si se niegan a pagar el tributo, encomiéndate a Alá y
guerrea contra
ellos» (hadices de Sahih Muslim,
libro 19, «Libro de la yihad y de las
expediciones militares», nº 4294).
Si el planteamiento
es así y si, hoy por hoy,
observamos actos de violencia terrorista, como puesta en práctica de la
yihad
en la senda de Alá, nos surge una pregunta crucial: ¿apoya el mundo
islámico,
en general, la violencia yihadista? La respuesta, por muchas
excepciones que
haya, es en gran medida afirmativa; y lo es, precisamente, porque
cuenta con
una sólida legitimación religiosa. En efecto, las fuentes islámicas,
comenzando
por el Corán, los hadices, la tradición islámica, la teología islámica,
el
derecho islámico, las escuelas de interpretación coránica a lo largo de
la
historia y la misma historia musulmana atestiguan, al unísono, que el
islam
autoriza el uso de la violencia contra los no creyentes, en
circunstancias
jurídicamente previstas. Solo el Corán contiene más de cien aleyas que
llaman a
los musulmanes a la guerra contra los no creyentes (judíos y
cristianos, sobre
todo). Hasta el punto de tachar como «hipócritas» a los musulmanes que
se
muestran reacios a ir al combate, a los que amenaza con el infierno.
Los propósitos del
islam militante
fundamentalista suelen ser transparentes, aunque en ocasiones se
camuflen
habilidosamente, según las conveniencias. Llama la atención que, en
Occidente,
se pronuncien soflamas tan alucinadas como la de Abdul Alim Musa, imán
en
Washington, cuando manifiesta: «El islam viene a los Estados Unidos no
por la
violencia. El islam viene a los Estados Unidos como el cristianismo fue
a Roma.
(¼) Alá dice que el islam
alcanzará el lugar que merece en el mundo, aunque esos politeístas,
esos
hipócritas, esos criminales, esos opresores, aunque todos esos se
junten, el
islam dominará, les guste o no» (The Third Jihad, 2008).
Un capellán
musulmán del Servicio
penitenciario de Nueva York, Warith Deen Umar, aleccionaba así a un
grupo de
jóvenes presos: «Hermanos, estad preparados para combatir, para morir y
matar.
Esto forma parte de la religión. No soy yo quien os lo dice, es la
historia, el
Corán. Nadie lo puede negar. (¼) ¿No estará el terrorismo en el
Corán? Se llama irhab. Está escrito en el sura 8,12 del Corán.
No es
cuestión de la traducción. No es cuestión de quién lo dice. No. Está
muy claro:
‘Yo infundiré terror en los corazones de los infieles. ¡Cortadles el
cuello,
amputadles los dedos!’» (The Third Jihad, 2008).
Por su lado, Abu
Mujahid, portavoz de la
Islamic Thinkers Society estadounidense, afirma que su meta última es
instaurar
un Estado islámico mundial, la plena dominación del islam: «Alá dice
que el
mundo entero estará bajo su dominio. El mundo acabará por obedecer a
las leyes
divinas». Y Yousef Khattab, otro militante de la misma asociación,
declaraba en
una manifestación de musulmanes en Nueva York, en 2007: «El islam
dominará. Eso
es lo que va a ocurrir. (¼) Queremos la charía aquí
y la tendremos. La bandera de ‘No hay más Dios que Alá y Mahoma es su
profeta’
ondeará en la Casa Blanca, si lo queremos. Solo es cuestión de tiempo. (¼) Pero la ley islámica la impondremos. Inch
Alá» (The Third Jihad, 2008). Queda patente que estos
colectivos
musulmanes no están reclamando derechos, sino que aspiran a la
dominación. Lo
que quieren es reemplazar las leyes democráticas por su propia versión
rigorista de la ley islámica.
Abdurahman
Alamoudi, fundador del American
Muslim Council, recibido en audiencia por los presidentes Clinton y
Bush como
reputado musulmán «moderado», fue detenido y condenado a prisión por
terrorismo, en 2004, y su organización, clausurada por el Gobierno de
Estados
Unidos. En realidad, nunca se había recatado de propugnar la
islamización del
país: «Tenemos la oportunidad de llegar a ser la fuerza moral de
Norteamérica.
La única cuestión es cuándo. Esto ocurrirá un día, loado sea Alá. No
tengo ninguna
duda. Esto depende de nosotros. Será ahora o dentro de cien años, pero
este
país se hará musulmán» (The Third Jihad, 2008).
El Council on
American-IslamicRelations, de
Estados Unidos, se presenta también como una asociación moderada, que
está a favor
de la paz y en contra del terrorismo. Pero, en su página de Internet,
aunque
condenan a Al Qaeda, nunca critican a organizaciones islamistas
fundamentalistas, como la palestina Hamás, o la libanesa Hezbolá. Su
presidente
fundador, Omar Ahmad, no se avergüenza, sino que se eleva al plano de
los
principios de la estrategia bélica, diciendo que pertenece a las
técnicas de
guerra el embaucar y camuflarse, y que la política conlleva la guerra y
la
doblez.
Nunca han faltado
voces, advirtiéndonos de la
necesidad de desconfiar de las «organizaciones musulmanas moderadas»,
porque su
trasfondo doctrinal no es distinto, porque no sabemos si la aparente
moderación
será una de las tácticas básicas de doble lenguaje. Hay que examinar
sus
verdaderas opciones, atendiendo a lo que hacen y a quién apoyan. Pues,
bajo el
ropaje de una «religión de paz», se podría esconder un plan de guerra.
Y
palabras como tolerancia, libertad o verdad podrían significar, en la
práctica,
todo lo contrario.
El fundador y
presidente del American Islamic
Forum for Democracy, Zuhdi Jasser, musulmán convencido y experto en
teología
islámica, es consciente del problema y se ha pronunciado públicamente
en contra
del islam fundamentalista y el yihadismo. Pone en guardia a los jóvenes
norteamericanos musulmanes frente al islam político que, en vez de
hablar del
amor de Dios, lanza vituperios a Occidente e incita el odio. Denuncia
los
planes yihadistas: «Hay dos estrategias de yihad. La yihad violenta, en
la que
los islamistas se sirven de la violencia y el terrorismo para vencer a
su
enemigo. Y lo que se llama la yihad cultural, en la que los islamistas
se
sirven, con una gran doblez, de las leyes y los derechos que les otorga
nuestra
sociedad para intentar subvertirla» (The Third Jihad, 2008).
Si volvemos la
mirada hacia Europa, el
yihadismo está implantado e intenta tejer sus redes, tanto entre
inmigrantes
como entre conversos al islam. Sin duda, es minoritario, pero el
proyecto de
combatir en nombre de Alá, en contra de los increyentes, está ahí.
Desde el
principio de los años 1990, en Alemania, se produjo no solo una
radicalización
de los musulmanes residentes, en su mayoría turcos, sino un proceso
creciente
de conversiones al islam, por parte de ciudadanos alemanes. Se estima
que los
conversos son alrededor de cien mil, más mujeres que hombres. En 2006 y
2007,
la policía detuvo a varias células, que estaban preparando ataques
terroristas
en suelo alemán, o que captaban combatientes islamistas (muyahidín)
para
actuar en Irak y Pakistán. En 2008, hubo islamistas alemanes que se
hicieron
explotar, con cinturón bomba, en Afganistán y en Irak. Y fueron
presentados, a
sus correligionarios, como modelo para la yihad, que deberá exterminar
a los
enemigos del islam en Europa.
Son el exponente
más activo de un movimiento
religioso-político autodenominado Euroislam, que pretende lanzar una
islamización mundial a partir de Europa, incorporando en la ideología
musulmana
ciertos elementos de la cultura occidental: de forma expresa y para
espanto de
ingenuos, recurren a la filosofía de Martin Heidegger (véase Farías
2010, págs.
234-238). En efecto, el converso Abu Bakr Rieger, director del Islamische
Zeitung, órgano oficial islamista, sostiene que Ser y tiempo
proporciona fundamentación al «pensamiento de la unidad» típico del
islam y que
hay «otros dos momentos de la filosofía heideggeriana que constituirían
un
horizonte común con la crítica islámica a la modernidad ilustrada
democrática,
las pretendidas críticas a la técnica y al entendimiento racional de la
realidad» (Farías 2010, pág. 240). Defienden, así, la relevante función
que
pueden desempeñar las aportaciones del pensamiento nazifascista, en
particular
las de Martin Heidegger, Ernst Jünger y Carl Schmitt, para la
renovación y
profundización del discurso político del islamismo (son los mismos
pensadores
que cita Ian Dallas, alias Abdalqadir as‑Sufí, 2007). No es de extrañar
que
esas ideas totalitarias cuenten con entusiastas seguidores en la
República
Islámica de Irán. Una vez islamizadas, tales ideas refuerzan la
justificación
de la extrema agresividad del régimen iraní contra la oposición, contra
la
modernidad y contra Occidente, al mismo tiempo que suministran
fundamentos
teóricos para la instauración del totalitarismo y la negación de los
principios
de la sociedad abierta y democrática.
Parece, pues,
incontestable que, si el islam
está entre nosotros, hay que comprender que no se trata del islam
idílico,
idealizado o mitificado que los ignaros imaginan, sino el islam
realmente
existente. Por lo tanto, el proyecto político fundamentalista también
está aquí
y busca ganar terreno, con el objetivo final, archisabido, de luchar
por
imponer la ley islámica, como forma y demostración de la supremacía de
Alá. El
imperativo de esta supremacía es el que exige a todo musulmán
comprometerse con
la yihad. Por eso mismo, es innegable que la yihad está entre nosotros,
ya lo
ha probado con crueldad y prosigue su labor de zapa, con su constante
apelación
al espíritu de combate contra los no musulmanes; combate para el cual
capta,
recluta y actúa cuanto puede, en todas las vertientes: religiosa,
cultural,
espiritual, económica, política, militar. Sería un error fatal pensar
que eso
del yihadismo es una amenaza remota, o sin posibilidades de arraigar en
sociedades civilizadas.
Ese mundo siniestro
del fundamentalismo, con
ser real, no lo es todo y no significa que sea imposible abrir la
historia del
islam a la modernización y a la convergencia en una ética universal. De
igual
manera que las demás grandes tradiciones, los musulmanes deberán buscar
lo
mejor de sí mismos y reformular el mensaje islámico en términos
compatibles con
una conciencia común de humanidad. Para ello, alguna vez tendrá que
prosperar
el trabajo, en parte ya hecho, de crítica de las fuentes y de
reinterpretación
de la yihad, en el sentido de neutralizar la agresión contra los otros
y
potenciar la colaboración en un esfuerzo humano conjunto. Pero todavía
se
tropieza con un temor reverencial, que impide acometer el análisis
histórico-crítico,
no solo de los textos sagrados, sino de la propia vida y predicación de
Mahoma,
de la evolución entre sus diferentes fases o enfoques, distinguiendo
netamente
al «mensajero de Dios», que exhorta a la fe y a la paz, y el posterior
desarrollo
del «profeta armado», cuya validez estaría circunscrita a un contexto
particular.
3.
El islamismo
yihadista justifica y
practica el terrorismo
No se trata de una
acusación de sus enemigos,
sino que es una reivindicación apologética de los actos de violencia,
incluso
indiscriminada, con la intención de infundir terror. Para los
fundamentalistas
islámicos, al menos, la práctica del terrorismo se vuelve legítima,
cuando está
al servicio de la yihad (véase Maududi 1939a, Qutb 1964, Taheri 1987).
No les parece
un exceso bárbaro, forzado por la desesperación en ciertas
circunstancias, pero
condenable en sí mismo. Desde su visión maniquea del mundo, las
víctimas se lo
merecen. Así lo piensan innumerables organizaciones islamistas,
ampliamente
conocidas y diseminadas, que, o bien ejercen directamente la acción
violenta y
terrorífica planificada por los yihadistas, o bien, sin ejercerla,
defienden
sistemáticamente los postulados que la justifican.
Aunque siga siendo
controvertido, es posible
acotar un concepto de terrorismo suficientemente preciso y matizado,
como el
que nos da Antonio Elorza:
«Entendemos por terrorismo
una táctica, preferente, aunque no exclusivamente política, que
consiste en la
ejecución seriada y sistemática de acciones puntuales de violencia.
Para ser
considerada terrorismo, la sucesión de actos de violencia ha de
alcanzar un
alto grado de intensidad. El terrorismo requiere una organización
críptica,
bien porque el sujeto ejecutante actúa de forma clandestina, bien
porque
constituye la vertiente oculta de una organización legal, sea esta un
grupo
privado, un organismo político o el propio Estado. La finalidad del
terrorismo
consiste, no en vencer por las armas al adversario, sino en socavar su
resistencia, creando un estado de inseguridad por efecto de la
intimidación
generada por la sucesión de actos de violencia» (Elorza 2005).
El terrorismo
islámico solo añade a esta
definición el concebirse y ejecutarse como exigencia de la fe islámica
y en
aplicación de sus preceptos, es decir, el matar específicamente en
nombre de
Alá. Como semejante exigencia la interpreta cada organización islamista
fundamentalista, en función de quiénes son vistos como enemigos de la
fe,
infieles o apóstatas, los sujetos pasivos sobre los que recae el terror
pueden variar
mucho; de manera que no quedan excluidos, de hecho, otros musulmanes,
como
pudiera creerse en principio. Desde los primeros tiempos, la guerra y
la guerra
sucia se han librado entre ellos, tanto o más que contra los
increyentes. Hoy,
la novedad es que el espectro del terror inspirado recorre todos los
meridianos
del mundo.
El 6 de octubre de
1981, en pleno desfile
militar, el presidente de Egipto, Anwar el-Sadat, fue asesinado por
miembros de
los Hermanos Musulmanes. Durante el posterior juicio, uno de sus
dirigentes
gritó, ante el tribunal, reivindicando el atentado: «No nos
avergonzamos de
nuestra religión. Y nos sacrificamos. Estamos preparados a más
sacrificios aún,
hasta la victoria del islam» (reportaje de Envoyé Special,
FR-2).
Tenemos constancia
de un primer atentado
grave del terrorismo islamista en España, el 12 de abril de 1985, con
un
bombazo en el restaurante El Descanso, cerca de la base norteamericana
de
Torrejón de Ardoz: Hubo 18 muertos y 82 heridos. Entre unos y otros,
once
víctimas eran norteamericanas. Poco después, el atentado fue
reivindicado por
la Yihad Islámica, mediante una carta, a la que entonces no se le dio
mucha
importancia. En ella, afirmaba: «El islam está preparado. España e
Italia son
los primeros objetivos. El atentado de Madrid ha sido el inicio de la
guerra
santa islámica. Muerte a Estados Unidos. Los apóstoles de la muerte
están
preparados para reemprender la guerra santa» (reportaje en El País,
Domingo,
18 de abril de 2010).
En Argelia, desde
1991 a 2002, durante la
guerra civil entre el gobierno y grupos insurgentes islamistas, se
calcula que
el Grupo Islámico Armado (GIA) llevó a cabo masacres en las que asesinó
a unas
150.000 personas, en su mayoría civiles. Y no es la única prueba de que
las poblaciones
de los países musulmanes son las primeras víctimas del islamismo
terrorista.
Pese a la negación
de los hechos por parte de
algunos apologetas del islamismo, el terrorismo global, como
instrumento de la
yihad, es una temible realidad. Sus actores son diversos y muchos de
ellos
constituyen una compleja telaraña de organizaciones. Quizá la más
conocida es
la que lleva el nombre de Al Qaeda, que, en 1998, perpetró dos
explosiones
perfectamente sincronizadas en las embajadas de Estados Unidos en Kenia
y en
Tanzania, causando 258 muertos y más de 5.000 heridos. Solo entre 2001
y 2007,
se desarticularon 31 atentados en el interior de Estados Unidos. Todo
el mundo
tiene grabados en la mente los inconcebibles atentados del 11 de
septiembre de
2001, en Nueva York y Washington; los del 11 de marzo de 2004, en
Madrid; los
del 7 de julio de 2005, en Londres. En enero de 2008, la policía
española
consiguió detener a tiempo al grupo de talibanes paquistaníes, de la
organización Therik e Taliban Pakistan, asociada con Al Qaeda, que
tenía
preparado un atentado suicida en el metro de Barcelona. La policía de
todas las
naciones occidentales está alerta y, de tiempo en tiempo, detiene y
lleva ante
la justicia a grupos o comandos implicados en actividades terroristas.
Pero no
siempre pueden prevenirse y desbaratarse los planes de los islamistas
violentos
o yihadistas.
El 11 de diciembre
de 2010, en el centro de
Estocolmo, la capital sueca, un islamista de origen iraquí y con
nacionalidad
sueca, hizo estallar un coche bomba y, poco después, saltó por los
aires, al
explotarle accidentalmente en la calle las seis bombas que portaba
consigo,
frustrándose así la masacre masiva que buscaba. En esta ocasión, el
terrorista
había enviado a la policía, por correo electrónico, un mensaje de
audio, que
relacionaba su ataque con la participación de Suecia en la guerra de
Afganistán
y con el silencio gubernamental ante las caricaturas de Mahoma,
dibujadas por
el artista sueco Lars Vilks. En fin, no es necesario hacer un catálogo
completo
de los atentados islamistas, para hacernos cargo del problema, pero no
se debe
omitir el señalar que siempre hay un nexo de todos ellos con la
urdimbre
internacional del
terrorismo yihadista.
Allá donde este
ardor islamista triunfa socialmente,
el paradigma mental del fanatismo se apodera de las personas, hasta
límites
insospechados y espeluznantes. En efecto, las acciones terroristas han
llegado
a un paroxismo inaudito, con la modalidad del atentado suicida: el
yihadista
ataca autoinmolándose, portando y detonando la carga explosiva adherida
a su
cuerpo. El mulá Dadullah Akhund, comandante militar talibán, declaraba:
«Alá
sea loado. Los musulmanes tienen ahora un arma eficaz: el entusiasmo de
los
jóvenes por las misiones suicidas (...) Sí, los niños deben recibir una
formación militar, para combatir contra los invasores y los infieles.
Tenemos
necesidad de ellos en esta lucha. Queremos utilizar a los niños para
decapitar
a infieles y espías, a fin de endurecerlos». Una madre palestina, Oumm
Nidal,
había entregado ya a tres de sus diez hijos para ser suicidas bomba,
utilizados
efectivamente por Hamás. Y al ser entrevistada por la televisión
egipcia, se
expresaba así:
«– Yo he preparado a todos mis hijos para
participar en la yihad, para operaciones armadas y de otra manera.
– ¿Y si otro hijo más encuentra la muerte?
– Es natural, hay muchos jóvenes.
– ¿No está usted llena de pena?
– No. Alá sea loado. Estamos preparados. Yo
los sacrificaría a todos. Si el deber me llama a sacrificarlos, yo no
me
arredraré, aunque hicieran falta cien» (TV Egipcia, febrero de 2005).
Los islamistas han
llegado a categorizar al
terrorista suicida como «mártir». La perversión del ideal de martirio
ha
alcanzado aquí cotas insuperables. En la tradición coránica está algo
confuso
el concepto de «mártir» o shahid (según se comprueba, por
ejemplo, en
las oscuras explicaciones que recoge Webislam: http://www.webislam.com/?idt=3089
). Mahoma consideraba mártir al que moría en el campo de batalla
luchando por
la causa del islam. Ahora bien, la actual fórmula del que mata
suicidándose,
detonando un cinturón de explosivos, supone una innovación que ha
incorporado
la figura del kamikaze japonés. Esto chocaría con la prohibición
coránica del
suicidio, pero este aspecto se encubre y justifica, irracionalmente,
bajo la
idea genérica de «el que muere por la causa de Alá». Algunos
jurisconsultos,
sin embargo, sostienen que, según el derecho islámico, el terrorista
suicida
comete varios delitos (véase Munir 2008). Pero no faltan dictámenes
sobre la
ley islámica que declaran que el ataque suicida es una forma de
«legítima
defensa». En esto, siguen la doctrina del renombrado teólogo Yusuf
al‑Qaradawi,
quien justifica como «operaciones de martirio» ese tipo de atentados,
aunque
haya víctimas civiles:
«Estas operaciones son la
forma suprema de la yihad por el bien de Alá, y un tipo de terrorismo
permitido
por la charía -el término
‘operaciones suicidas’ es incorrecto y engañoso, porque estas son
operaciones
heroicas de martirio, y no tienen nada que ver con el suicidio-.
Mientras que
quien comete suicidio ha perdido la esperanza para sí y para con el
espíritu de
Alá, el muyahidín está lleno de esperanza en relación con el espíritu y
la misericordia de Alá. Lucha contra su enemigo y contra el enemigo de
Alá con
esta nueva arma que el destino ha puesto en manos de los débiles para
que
peleen contra la maldad de los fuertes y los arrogantes» (citado en
Munir 2008,
pág. 5).
Sobre este asunto,
sigue existiendo una
fuerte controversia entre jeques, grandes imanes, muftíes y ulemas,
muchos de
los cuales se pierden en la casuística y en distinciones verdaderamente
bizantinas.
Sin embargo, el análisis de lo que realmente pasa nos conduce a
formarnos un
juicio taxativo y claro, acerca de lo que se ha entendido
históricamente por
martirio: un tipo es el que da testimonio de su fe, sin ejercer la
violencia,
sino sufriendo pacientemente la violencia que otros le infligen, hasta
morir
(este es el modelo del mártir cristiano); otro tipo diferente es el que
combate
por la fe y resulta muerto en la batalla (este es considerado
mártir por
el islam desde tiempos de Mahoma); pero una cosa absolutamente
distinta, es el
que, en nombre de su fe, toma la iniciativa de atacar con violencia
a otros,
utilizando como medio el propio suicidio. En realidad, lo que este
atacante
hace es, en primer término, causarse a sí mismo la muerte, reventando
su
cuerpo, condición sin la que no habría agresión contra los otros,
considerados
enemigos. Por tanto, la muerte propia no es ahí en modo alguno un
martirio, ni
una forma de defensa, pues no se da en combate, ni una consecuencia
involuntaria o un daño colateral, sino un acto controlado únicamente
por el
suicida, que espera causar subsiguientemente efectos de muerte y terror
en
otros, siempre desprevenidos y a menudo inermes e inocentes. No se
puede
aceptar ese panegírico que llama «mártir» a quien se comporta como un
asesino,
y que llama «héroe» a quien actúa como un cobarde: eso es una
repugnante
distorsión del lenguaje y de la razón.
La mentalidad
yihadista aparece transida por
el utopismo de una victoria final, que compensará todos los infortunios
y en la
que se cree ciegamente como una promesa divina. Un erudito musulmán,
Yunis
al-Astal, miembro de Hamás y del Consejo Legislativo Palestino, lo
proclamaba
en un discurso televisivo: «Muy pronto, por Alá, Roma será conquistada.
Roma se
convertirá en un puesto avanzado para las conquistas del islam, que se
extenderá en Europa por completo y luego llegará a las Américas, e
incluso a
Europa del Este» (televisión Al-Aqsa, abril de 2008). En el mismo
medio, el
jeque Ali al-Faquir, antiguo ministro jordano de asuntos religiosos,
declaraba:
«España, Al Ándalus, es también tierra del islam. Las tierras islámicas
que
fueron ocupados por los enemigos una vez más se convertirán en
islámicas. Por
otra parte, vamos a llegar más allá (...) Nosotros proclamamos que
vamos a
conquistar Roma, como Constantinopla fue conquistada una vez, y como
será
conquistada de nuevo. Vamos a dominar el mundo, como lo anunció el
profeta
Mahoma» (televisión Al-Aqsa, mayo de 2008). Si tantos líderes
islamistas dicen,
obsesivamente, que nos quieren conquistar, hay que tomarlos en serio y
no
actuar con ingenuidad o displicencia, como si no pasara nada. Tal vez
sus
propósitos no sean alcanzables, pero pueden llegar a causar mucho daño.
Es muy elocuente el
parecer de un antiguo
extremista egipcio, ex miembro de la organización terrorista Yamaa
Islamiya.
Tawfik Hamid se ha transformado en pensador favorable a la reforma del
islam y,
hoy se enfrenta activamente al islam fundamentalista. Se ha
especializado en la
investigación del islamismo y ha publicado varios libros sobre el tema.
Hamid
nos advierte:
«Los dirigentes del islam
radical, o la mayor parte de ellos, saben que no pueden batir
militarmente a
Estados Unidos. Por eso, conspiran para infiltrarse en Norteamérica
desde el
interior. La verdadera guerra no es una guerra contra un puñado de
terroristas,
es una guerra entre los valores de la libertad y la democracia y los de
la
barbarie. Esta es la verdadera guerra que tiene lugar en este momento.
El
islamismo es como el cáncer: o él o nosotros. El campo de batalla es un
campo
de ideas y de ideologías. Occidente no ha pisado tierra todavía. Ni
siquiera ha
comprendido que existe ese campo de batalla y que es necesario librar
batalla»
(consúltese Hamid en la página: http://www.tawfikhamid.com/
).
Este autor nos
exhorta a abrir los ojos a la
realidad que nos rodea, a dejar de anestesiar las conciencias y hacer
un
esfuerzo por sensibilizar a la gente en defensa de las libertades y la
civilización.
Una advertencia así
está muy lejos de la
candidez, o acaso doblez, de quienes se empeñan en negar la realidad
del
terrorismo islámico. En una conferencia que pude escuchar
personalmente, en
2010, a la islamóloga que la pronunció le hicieron una pregunta por los
atentados terroristas, como los perpetrados contra los trenes de
Madrid, en
marzo de 2004. Ella respondió restándoles importancia y calificándolos
de
«falsa alarma».
Mientras tanto, el
Departamento de Estado
norteamericano, en su informe anual sobre terrorismo, sitúa a España
como un
lugar clave del islamismo radical: «La localización geográfica y su
importante
población de inmigrantes del norte de África y del sur de Asia, así
como la
facilidad de viaje a otros países europeos, la convierten en una
encrucijada
estratégica. (...) Sigue siendo un importante
punto de tránsito, financiación y apoyo logístico para las
organizaciones
terroristas que operan en Europa occidental» (El País, 6 de
agosto de
2010, pág. 11).
Nada evasivo,
sorprendente y del mayor
calado, es el diagnóstico que hace Mosab Hassan Yusef, hijo de un jeque
líder
cisjordano de Hamás, en Palestina, precisamente en uno de los entornos
más
duros, donde el conflicto está al rojo vivo:
«Después de diez años de
luchar contra el terrorismo, comprendí que ese no es el problema. Por
supuesto
que es importante combatir el terrorismo, pero, con perspectiva, la
única forma
de hacerlo no es luchar contra los terroristas suicidas, sino contra su
motivación: es decir, su Dios. Mucha gente cree que la motivación de
los
terroristas es la ocupación israelí, la corrupción, pero eso no es más
que el
telón de fondo. No es la raíz del problema. La ocupación es como la
lluvia que
cae sobre el suelo en el que se ha plantado la semilla, pero no es la
semilla
propiamente dicha. La raíz del conflicto palestino-israelí no está en
la
seguridad ni en la política; es una guerra entre dos dioses, dos
religiones. Entre
el Dios de la Torá y el Dios del Corán. El Corán enseña que esta es una
tierra waqf,
un regalo sagrado inalienable. La Torá enseña a los judíos que esta es
su
tierra y no deben cederla. El resultado es que no puede haber paz en
Oriente
Próximo» (El País, Domingo, 7
de marzo de 2010, pág. 7).
Mosab Hassan Yusef
cuenta que se hizo
cristiano, al sentirse atraído por la lectura del Nuevo testamento
y
descubrir un Dios padre de todos los seres humanos sin distinción. La
máxima de
Jesús, «ama a tus enemigos», le hizo pensar y cambió por completo su
visión y
su compromiso político.
La tremenda rémora
del fundamentalismo,
reactivado en nuestros días, no es una novedad. Hace más de un siglo
que el
crítico pensador Ernest Renan opinaba drásticamente así:
«Los musulmanes son las
primeras víctimas del islam. Cuántas veces he observado, a lo largo de
mis
viajes por Oriente, que el fanatismo procede de una minoría de hombres
peligrosos que, mediante el terror, mantienen a los demás en la
práctica de una
religión. Liberar al musulmán de su religión es el mayor servicio que
le
podemos prestar» (Renan, 1823-1892).
Pues bien, un siglo
después de Renan, no se
trata ya de un fanatismo «oriental», sino que, como hemos visto, el
problema ha
adquirido dimensiones mundiales. Los «hombres peligrosos» pueden
encontrarse en
cualquier sitio donde una actitud fundamentalista, muy extendida,
emprende la
deriva que lleva del islam al islamismo, de este al salafismo, luego al
yihadismo, hasta desembocar en la acción terrorista. Liberar a los
musulmanes
seguirá siendo necesario, pero, ahora, no son ellos las únicas víctimas
del
fanatismo, pues la minoría de hombres peligrosos, agazapados en esa
religión,
vienen ganando terreno por todo el mundo, en los últimos decenios.
A pesar de todo,
sería erróneo creer que las
posiciones oscurantistas, retrógradas y extremistas son las únicas o
las más
extendidas. Hasta hoy, la mayoría de los musulmanes son religiosamente
conservadores en su apego a la tradición, y no radicales. Al mismo
tiempo, hay
muchos musulmanes abiertos sinceramente a la modernidad, que se
distancian por
igual del conservadurismo y del fundamentalismo. También es verdad que,
entre
los que se dicen modernizadores, cabe discernir, como ya he mencionado,
dos
inclinaciones o vías discrepantes: la de quienes se limitan a una
aclimatación
del islam a la sociedad, sin cuestionar el núcleo religioso, y la de
los
pensadores que proponen una reforma profunda del islam. Esto no quiere
decir
que, en las opciones concretas de las personas, no encontremos, con
frecuencia,
posiciones intermedias, ambiguas y oscilantes entre esas dos tendencias.
Notas
. El 13 de mayo
de 2010, en la Fundación Instituto Euroárabe, en Granada, el teólogo
Juan José
Tamayo presentó la conferencia «Cristianismo e islam: del anatema al
diálogo».
En este contexto, el embajador de la República de Túnez en España,
Mohamed
Ridha Kechrid, sentado a su lado, preguntó al teólogo, a la vista de su
manera
de pensar y de lo que escribe en su libro Islam. Cultura, religión
y
política, que si era musulmán o iba a hacerse musulmán
próximamente. El
libro había recibido, hacía poco, un galardón del gobierno tunecino de
Ben Alí,
recientemente derrocado.
. No me parece
imprescindible en todos los casos detallar la fuente de información,
pero una
simple búsqueda en Internet basta para obtener fácilmente la referencia
y
refrendar la veracidad. Otros incidentes concretos de las pervivencias
actuales
de prácticas propias de la antigua dimmitud en países como
Egipto,
Pakistán y Kuwait están reseñados por Robert Spencer (2007, págs.
84-86).
. Puede leerse un sumario bastante completo de las
agresiones
islámicas contra los cristianos iraníes, «Summary Report on the
Repression and
the Persecution of Christian Iranians in 2010», en la página de Farsi
Christian
News Network:
. Huelga la
opinión del puritanismo arabista de esos eruditos que nos advierten
que, en
árabe, yihad tiene género masculino. La Real Academia Española
ha
admitido recientemente el vocablo en el diccionario y le ha asignado el
género
femenino usual: la yihad.
. La religión
de Mahoma, en comparación con las demás, presenta en su origen la
singularidad
de introducir, justificar y sacralizar el motivo ideológico-religioso
como
causa de guerra.
. Ideas como
esta denotan la confusión en que están sumidos. Esgrimen la
«civilización
islámica», pero esta no puede esencializarse, ya que la historia
muestra una
sucesión de épocas con paradigmas diferenciados: los cuatro califas
bien
guiados de Medina (desde 632); el imperio árabe de los califas omeyas
de
Damasco (desde 661); el imperio del islam como religión universal, del
califato
abasí de Bagdad (750-1258); y, tras la irrupción de los mongoles
(1258), se
formaron tres principales imperios: el imperio otomano turco
(1281-1923), el
imperio safávida persa (1501-1722) y el imperio mogol indio
(1526-1857). Pues
bien, la época de esplendor de la civilización musulmana coincide
precisamente
con el califato abasí, que es denostado por los fundamentalistas,
mientras
ensalzan como edad de oro la de los cuatro primeros califas. Además,
entienden
la regeneración como una «vuelta al Corán» y nunca como una vuelta a
los
principios que generaron la civilización musulmana, entre 750 y 1250,
incluyendo a sabios racionalistas como al-Farabi (+950),
al-Razi (+955),
Ibn
Miskawayh (+1030),
Ibn al-Haytam (+1040)
e Ibn
Rushd (+1198).
Lo cierto es que en tiempos de los califas de
Medina no existía aún ninguna civilización musulmana. Por otra parte,
cabe
observar que la «civilización musulmana» no tuvo nada específicamente
árabe,
salvo la lengua, que luego, desde mediados del siglo XIII, fue
desplazada en
buena medida en los imperios turco, persa e indio. Incluso, siguiendo a
Ibn
Warraq, se podría argumentar que no tuvo nada específicamente islámico
salvo el
propio islam en cuanto ideología del poder, que más bien acabó
coartando y
anquilosando la civilización a partir del siglo XIII, cuando el fijismo
de las
escuelas hizo abortar toda innovación. De modo que algunos autores
dudan de que
sea exacto hablar de «aportación civilizadora del islam», pues habría
tomado
los elementos civilizatorios de Bizancio, Persia e India.
. Están muy
bien documentados los análisis de Fernando Reinares, autor de Terrorismo
global y de interesantes artículos en El País, investigador
principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y
catedrático
de ciencia política en la Universidad Rey Juan Carlos.
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