Los dilemas del islam

6. Vía del fundamentalismo islámico

PEDRO GÓMEZ




1. La violencia contra los cristianos en países musulmanes
2. La yihad como beligerancia para islamizar el mundo
3. El islamismo yihadista justifica y practica el terrorismo


En respuesta a las metamorfosis de los tiempos modernos, en el mundo musulmán ha habido un resurgimiento contemporáneo del islam en forma de fundamentalismo y de islamismo militante que, al final, justifica el recurso a la violencia armada y al terrorismo. Los fundamentalistas cuentan con un precedente medieval en el pensamiento rigurosamente ortodoxo del teólogo Ibn Taimiya (1263-1328), que sistematizó una interpretación integrista de la tradición y del Corán. A mediados del siglo XVIII, en Arabia, Muhammad Ibn Abd al-Wahhab (1703-1792) creó otra versión del fundamentalismo islámico, buscando un puritanismo coránico. Ya en el siglo XX, los ecos y la inspiración de Ibn Taimiya están presentes en las elaboraciones del egipcio Hasan al-Banna (1906-1949), fundador de los Hermanos Musulmanes, y su correligionario Sayyid Qutb (1906-1966), influyente ideólogo del yihadismo; el indio Muhammad Ilyas (1885-1944), erudito fundamentalista que fundó el movimiento Jamaat Tabligh; el indopaquistaní Abdul Ala Maududi (1903-1979), teólogo y pensador islamista, fundador del partido Jamaat e-Islami; y, en la estela del chiismo, el ayatolá Ruhollah Jomeini (1902-1989), jefe supremo de la revolución islámica iraní. Al unísono, rechazan la modernización y predican un despertar del islam originario. Para ello, insisten en el adoctrinamiento y la organización en torno a la idea central y cardinal de que Dios manda a todos los musulmanes combatir a los no musulmanes, hasta que la ley de Alá se imponga y el islam conquiste el mundo entero.

 

Yendo a la causación interna de la estela del terror, descubrimos una religión política del odio construida sobre el monoteísmo coránico, con la veta de violencia que lo caracteriza desde sus inicios y en la evolución histórica posterior. Es ahí donde se gesta y se legitima teológicamente la mentalidad discriminatoria y maniquea, la ideología de la violencia y el ataque indiscriminado. Más allá de las coartadas que desvían la atención hacia una causa exterior, conviene darse cuenta de que: «a partir de una lectura del Corán y de las sentencias de Mahoma, perfectamente acotada por los propios yihadistas, resulta posible individualizar las fuentes de su terrorismo, separar islam de islamismo (y yihadismo) y plantear la deseable adecuación entre visión islámica del mundo y democracia» (Antonio Elorza, El País, 25 de agosto de 2011, pág. 25). Sin pasar por este análisis, por un mayor conocimiento del islam y por un fomento de la formación crítica de los musulmanes, no será posible despejar el camino para un islam progresista.



1. La violencia contra los cristianos en países musulmanes


En nuestros días, el brote de agresiones contra cristianos de la misma nación, en países de mayoría musulmana, es un hecho reiterado, del que hay noticia incesante en la prensa. Ante todo, encarna uno de los efectos más lacerantes del fundamentalismo islámico. Pero, por desgracia, no se puede negar que sea también manifestación de la posición explícitamente anticristiana que comporta el islam, desde los suras coránicos hasta los decretos reguladores de la dimmitud (condición inferior de los cristianos bajo regímenes islámicos), pasando por las innumerables incidencias históricas, que prueban su carácter estructural. El grado puede variar, pero la hostilidad es omnipresente.


Cuando se llama solidariamente a la acogida de los inmigrantes musulmanes y a la necesidad de diálogo con el islam, pocas veces se menciona la evidente falta de reciprocidad en los países de origen. Dejo a un lado los problemas políticos, sin duda específicos, que están presentes en cada país. Cuando se habla de «diálogo de civilizaciones», hay que aclarar que ni las civilizaciones ni las religiones son sujetos que puedan dialogar, salvo metafóricamente. Más allá de la metáfora, solo puede tratarse del diálogo entre personas, de alguna manera representativas, quizá capaces de influir en la opinión pública. Los conflictos históricos y actuales hacen imprescindible dialogar, pero no el falso diálogo. Hay que dialogar partiendo de la exigencia de respeto universal a los derechos humanos, sin caer en las ilusiones de un diálogo falseado, en la medida en que esconda las cuestiones espinosas y esquive el análisis de los condicionantes sociales e ideológicos de los conflictos.


Es importante conocer las fuentes, la historia y la manera de pensar del otro, para superar los prejuicios y los tópicos. Sin embargo, esto no es lo mismo que cantar las glorias de un islamismo tolerante, que nunca existió, cosa tal vez comprensible en la obnubilación típica del converso, pero nunca en quien oficia de intelectual. La fascinación de Roger Garaudy por la religión musulmana, o el entusiasmo de Michel Foucault por la revolución islamista de Jomeini en Irán, están tan fuera de lugar como la extemporánea admiración de Nietzsche por las antiguas leyes de Manu, que codificaron el sistema de castas brahmánico. No tiene sentido empatizar con el islam tanto que, en aras de la caridad, se esté escamoteando la verdad (1). Si ha de haberlo, el auténtico diálogo solo cabe entre iguales. Y solo nos puede igualar el reconocimiento mutuo de los derechos humanos y el interés común por buscar la verdad. De los desmanes históricos de una y otra parte se debe levantar acta, con la mayor objetividad e imparcialidad, y sin dar por supuesta su equivalencia. Pero, con la misma objetividad, es necesario consignar, en nuestro tiempo, la opresión, la represión y la persecución ejercida sobre cristianos, en diferentes países de mayoría musulmana. En la mayoría de los casos se trata de minorías cristianas de la propia nación, de comunidades cristianas que se remontan a los tiempos anteriores a la irrupción del islam.


En Internet, se publica información sobre discriminación, opresión y persecución a cristianos en países donde están en minoría, en Barnabas Fund Hope and Aid for the Persecuted Church (http://barnabasfund.org/ ). La situación general de la hostilidad y violencia contra cristianos es analizada por la organización Open Doors International, que ofrece apoyo a los cristianos perseguidos en todo el mundo (http://www.opendoors.org/). En treinta y cinco países de mayoría musulmana, encontramos diferentes niveles de gravedad en las dificultades con las que tropiezan los cristianos. Presentan algunas restricciones o problemas: Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Nigeria, Yibuti, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Catar, Kuwait, Jordania, Siria, Turquía, Tayikistán, Bangladesh e Indonesia. Imponen rígidas limitaciones a los cristianos: Egipto, Sudán (norte), Eritrea, Comoras, Irak, Región de Chechenia, Azerbayán, Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán, Pakistán y Brunéi. Ejercen una opresión permanente: Somalia, Yemen, Maldivas, Arabia Saudí e Irán.


A modo de ilustración y visualización del hostigamiento por parte de extremistas musulmanes, voy a recopilar un breve muestrario de actos de agresión cometidos contra cristianos, por su condición de tales, en nombre del islamismo y «en la senda de Alá». Haré un recorrido de oeste a este, desde África occidental, pasando por Oriente Medio, Asia central e Indonesia, hasta Filipinas, señalando episodios de violencia y represión (2). Como se comprobará, estos hechos no son ya meras disputas teológicas.


En Nigeria, el norte del país es escenario de frecuentes estallidos de violencia entre la mayoría musulmana y la minoría cristiana, con un balance de más de 13.000 personas muertas en los diez últimos años (El País, 26 diciembre 2010, pág. 10). El 6 de junio de 2006, unos musulmanes atacaron a los cristianos en el pueblo de Gani, destruyendo la misión, tiendas y casas, hiriendo a varios residentes y asesinando al maestro de escuela Danyaro Bala, al objeto de intimidar a la población e imponer la sumisión al islam. En enero de 2010, en Jos, en la incursión de una tribu musulmana fulani contra un pueblo cristiano, murieron 326 personas. En marzo de 2010, en otro de los brotes de violencia religioso-social, en el centro del país, centenares de cristianos resultaron muertos a tiros y golpes de machete por atacantes musulmanes. En diciembre del mismo año, también en Jos, durante la celebración de la Navidad, al menos 32 personas murieron y otras 70 resultaron gravemente heridas, al explotar siete artefactos de fabricación casera. Mientras que en Maiduguri, al norte, seis personas perdieron la vida en ataques contra tres iglesias. Las autoridades atribuyeron estos últimos atentados al grupo extremista musulmán Boko Haram.


En Marruecos, desde principios de marzo a principios de julio de 2010, el Gobierno expulsó del país a unos 130 cristianos, acusándolos de proselitismo religioso. La mayoría eran evangélicos anglosajones, pero también había un sacerdote franciscano. Todos llevaban años trabajando en una ONG, o como docentes. El 7 marzo, el Ministerio del Interior dio orden de salida del país a 16 evangélicos, que regentaban un orfanato en Ain Leuch, en la cordillera del Atlas. En Marraquech, la policía entró en la iglesia protestante, durante el culto dominical, para efectuar detenciones. Cinco responsables del colegio americano de Casablanca también fueron conminados a irse. Entre los expulsados, hay cristianos norteamericanos, coreanos, neozelandeses, latinoamericanos, subsaharianos y europeos. El Ministerio del Interior marroquí los acusó de «proselitismo» y de «quebrantar la fe del musulmán», delitos recogidos en el código penal. Los arzobispados de Rabat y Tánger y la nunciatura del Vaticano, así como la representación oficial de las iglesias protestantes, negaron que se hubiera hecho proselitismo. Pero en Marruecos, la opinión pública apoya al Gobierno. En abril de 2010, se hizo público un comunicado, suscrito por 7.000 ulemas, que respaldan las decisiones de expulsión y acusan de «terrorismo religioso» a los evangélicos, por intentar «desviar a los niños marroquíes de su fe». La integridad espiritual de los musulmanes constituye un bien supremo, que el Estado debe defender, y así lo sostiene el Partido de la Justicia y el Desarrollo, la principal organización islamista.


El 25 de junio, viernes, en El Aaiún, una profesora de español, evangélica, recibió la orden de expulsión de parte del gobernador del Sahara, remitida a la Embajada de España en Rabat. Según el texto, la profesora Sara Domene constituía «una grave amenaza para el orden público y su expulsión es una necesidad imperiosa para salvaguardar el orden público». En el fondo, está la acusación de actividad proselitista. Ella lo niega: «Soy evangélica, pero soy filóloga y me he dedicado exclusivamente a dar clases de castellano, con las que recaudábamos dinero para dos centros de discapacitados» (El País, 29 junio 2010, pág. 17). Por la misma fecha, tuvieron que abandonar el país, en el plazo de 48 horas, dos mujeres evangélicas, una libanesa y otra suiza, casadas con marroquíes, convertidos al cristianismo hace años. Lo cierto es que está estrictamente prohibido debatir sobre religión con los marroquíes, y es peligroso. La nueva Constitución, aprobada en referéndum el día uno de julio de 2011, reconoce la libertad de culto, pero no la libertad de conciencia ni la libertad de expresión.


Argelia es el país del Magreb con mayor número de cristianos procedentes del islam. En los últimos años, se estima que unas 20.000 personas se han convertido al cristianismo. La Iglesia católica ha gozado de cierto reconocimiento, pero sus fieles son escasos y casi todos extranjeros. La Iglesia Protestante de Argelia es la que ha conseguido casi todas las conversiones y cuenta con una treintena de templos, la mayor parte en la región de Cabilia. Pero el Gobierno, desarrollando una ley aprobada en marzo de 2006, que prevé penas de hasta cinco años de cárcel y cuantiosas multas por el delito de proselitismo para convertir a un musulmán a otra religión, decretó la prohibición de que los cristianos porten material bíblico y evangelicen a musulmanes. Después de años de acoso, en agosto de 2011, las autoridades han legalizado la organización protestante, que aspira a la derogación de la mencionada ley, aún vigente.


En Etiopía, los musulmanes no son mayoría, pero sí más de un tercio de la población. El 6 de octubre de 2006, un grupo de islamistas trató de impedir la celebración de la fiesta de la Vera Cruz, propia de la Iglesia Ortodoxa Etíope. Los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos causaron varios muertos, en el oeste de Etiopía.


En Somalia, el 17 de septiembre de 2006, un grupo de musulmanes armados asesinaron a una monja italiana, Leonella Sgorbati, perteneciente a las misioneras de la Consolación, de 65 años, que vivía en el país desde 2002, dedicada a la formación de enfermeras en un hospital infantil. El país está asolado por Al Shabaab, organización islamista asociada con Al Qaeda.


Por Oriente Medio (o Próximo), se extiende una amplia región, que abarca los siguientes países: Egipto, Arabia Saudí, Yemen, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Bahréin, Territorios Palestinos, Israel, Jordania, Líbano, Siria, Irak, Kuwait, Irán, Turquía y Chipre. Ocupa una superficie de 7.180.912 km2, donde viven 356.174.000 personas. De ellas 5.707.000 son católicos, lo que constituye el 1,6% de la población. En conjunto, el número de cristianos de todas las confesiones es, aproximadamente, de unos 20 millones de personas, es decir, el 5,62% de la población. Ahí, además de la Iglesia católica de tradición latina, están presentes, desde tiempos remotos, seis Iglesias orientales católicas sui iuris, con Patriarca propio al frente: la Iglesia Copta, la Iglesia Siríaca, la Iglesia Greco‑Melquita, la Iglesia Maronita, la Iglesia Caldea y la Iglesia Armenia (véase Sínodo de los Obispos 2010). Aparte de esas iglesias unidas a Roma, hay otras con sus respectivos patriarcas, destacando la Iglesia Griega Ortodoxa de Constantinopla, la Iglesia Griega, Siríaca y Jacobita de Antioquía, y la Iglesia Copta de Alejandría. Pues bien, millones de cristianos de esos países, cuya ascendencia bimilenaria es anterior al islam, están huyendo hoy de Oriente Medio, ante el acoso de los musulmanes.


Algunos observadores estiman que los cristianos de oriente son ya más numerosos en el extranjero, sobre todo en Europa, Norteamérica y Australia, que en sus países de origen: «Durante los últimos 100 años, su proporción en la región no ha dejado de caer: en total, solo representarían entre un 3% y un 6% de las poblaciones locales, en lugar de entre un 15% y un 20% a comienzos del siglo XX» (Muchnik 2010, pág. 35). En muchos casos, los cristianos orientales están pagando injustamente un alto precio por las erróneas políticas de Occidente en la región, sin que esto sea la causa principal, que hay que atribuir directamente al peligroso ascenso del islamismo político. En efecto: «La relación entre cristianos y musulmanes es, a veces o con frecuencia, difícil porque los musulmanes no distinguen entre religión y política, lo que coloca a los cristianos en la situación delicada de pérdida de derechos ciudadanos» (Sínodo de los Obispos 2010). De manera que, si no se encuentra una nueva fórmula de coexistencia, se cierne sobre los cristianos de Oriente Medio una seria amenaza de desaparición.


En Egipto, los cristianos coptos eran el 10% de la población, estimada en más de 80 millones de habitantes. Y han sido un blanco tradicional del islamismo político, en particular de los fundamentalistas Hermanos Musulmanes y, más recientemente, del desconocido Frente del Egipto Islámico. Según un informe del Gobierno, en el país hay más de 93.000 mezquitas y quedan en pie unas 2.000 iglesias. El 18 de diciembre de 2007, una iglesia y trece negocios pertenecientes a cristianos coptos fueron atacados por musulmanes, impulsados por su ideario islamista. En enero de 2010, ocho coptos resultaron muertos a tiros, en la puerta de la iglesia, al salir de la misa del domingo. En noviembre de 2010, en el barrio cairota de Al Omraniya, centenares de cristianos coptos se manifestaron, junto a una iglesia en obras, reclamando a las autoridades que permitieran proseguir la construcción. La intervención policial produjo la muerte de un joven de 19 años y heridas a otras 67 personas. Según la cadena catarí Al Yazira, en diciembre, el grupo islamista, denominado Estado Islámico de Irak, vinculado a Al Qaeda, amenazó a la comunidad copta de Egipto, exigiéndoles que «liberaran» a dos mujeres convertidas al cristianismo y casadas con sendos sacerdotes coptos.


En la madrugada del 1 de enero de 2011, estalló una bomba junto a la iglesia de los Santos, de Alejandría, cuando cerca de un millar de fieles cristianos salían de la misa de Año Nuevo, causando 24 muertos y 90 heridos, aparte de los daños materiales. Se calcula que, en los últimos 10 años, un millón y medio de coptos han tenido que abandonar Egipto, emigrando principalmente a Estados Unidos y Canadá. Después de la caída del régimen de Mubarak, el 11 de enero de 2011, no han cesado los ataques y los desmanes de musulmanes contra cristianos coptos. Estos últimos están discriminados social y políticamente. El 6 de marzo de 2011, un grupo de musulmanes prendió fuego a una iglesia en el barrio de Helwan, a las afueras de El Cairo, tras un altercado entre familias –por los amores de una musulmana con un cristiano–, que ocasionó dos muertos. Al día siguiente, en protesta por tales hechos, un grupo de coptos organizó una sentada pacífica, bloqueando una autopista del sur de la capital. Entonces, unos doscientos musulmanes les atacaron con piedras, al grito de «¡Alá es grande!». Más tarde, la violencia sectaria se extendió al barranco de Muqattam, un barrio pobre de El Cairo, donde la iglesia copta fue incendiada y se causó la muerte de trece personas, mientras 140 resultaron heridas. El 8 de mayo del mismo año 2011, la iglesia del suburbio de Imbaba, al norte de El Cairo, fue asaltada por unos 500 salafistas, que dejaron tras de sí 12 muertos y 200 heridos. Por otra parte, después de un confuso tiroteo y el incendio de dos iglesias, se produjeron choques sectarios en diferentes barrios de la capital. El Consejo Superior de las Fuerzas Armadas ha emitido un bando en el que afirma que los culpables serán castigados de forma ejemplar. Algunos analistas aseguran que el conflicto está siendo instrumentalizado por extremistas islámicos salafistas, procedentes de Arabia Saudí, o también por matones del antiguo régimen (véase Goytisolo 2011, pág. 16), unos y otros, al parecer, en un intento por hacer abortar la revolución democrática.


En Arabia Saudí, está terminantemente prohibida cualquier expresión religiosa o de culto que no sea islámica. En junio de 2004, la policía religiosa saudí mantenía en prisión, desde hacía medio año, a un cristiano indio, Brian Savio O'Connor, bajo la acusación principal de rezar a Jesucristo. En la cárcel de Riad, fue torturado brutalmente y amenazado de muerte, si no se convertía al islam.


En los Territorios Palestinos, es decir, Cisjordania, Jerusalén Este y la franja de Gaza, los cristianos ascienden a unos 50.000. A principios del siglo XIX, eran cristianos la mayoría de los habitantes de Jerusalén. En la localidad de Belén, fueron mayoría durante siglos, pero hoy solo representan el 30% de la población. La opresión del fundamentalismo contra los cristianos es cada día mayor, sobre todo en Gaza, dominada por la organización islamista Hamás.


En Israel, en cambio, donde no hay ninguna hostilidad hacia los cristianos, el 10% de árabes cristianos, con nacionalidad israelí, más bien se está incrementando con la llegada de otros árabes cristianos, que huyen del territorio palestino en busca de refugio.


En Líbano, los cristianos mantenían, hasta no hace mucho, una hegemonía demográfica, económica y política. No obstante, es uno de los países donde la evolución de los acontecimientos ha resultado más grave, a consecuencia de las guerras civiles, desencadenadas a partir de 1975. En el país aún hay, actualmente, un 30% de cristianos, después de que su éxodo haya reducido la población cristiana a menos de la mitad. Conviene no ocultar el hecho de que, en Líbano, lo mismo que en Irak, los cristianos han sido las principales víctimas de la guerra.


En Irak, la población cristiana –que se remonta a los primeros siglos del cristianismo– se ha visto disminuida en un tercio, desde la guerra entre Irán e Irak, las dos guerras de Estados Unidos contra Sadam Husein y la posguerra. Eran cristianos el 9% de la población, pero, en la actualidad, ya solo representan el 3% (alrededor de medio millón). En 2008, los fundamentalistas asesinaron impunemente al arzobispo caldeo Potros Rahu. En febrero de 2010, en la ciudad de Mosul, al norte del país, se sucedieron agresiones contra los cristianos, con frecuentes asesinatos, de manera que la mayoría están huyendo de la zona: de las 2.000 familias cristianas que había en la ciudad, apenas quedan 500. De febrero a junio de 2010, 4.000 cristianos han tenido que huir, según la agencia de la ONU para los derechos humanos. El arzobispo siríaco-católico de Mosul, Basile Georges Casmoussa, secuestrado y luego liberado en enero de 2005, describe la situación como una catástrofe humana: «Cada día vienen más cristianos a pedirme certificados de matrimonio y otros documentos para utilizarlos en su exilio» (El País, 9 junio 2010, pág. 5). En Basora, algunos comerciantes cristianos se ven obligados a pagar una extorsión a una organización chií, para que no les quemen sus establecimientos.

 

En la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre de 2010, durante la celebración de Todos los Santos, un grupo armado secuestró a los fieles, en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en el centro de Bagdad. Asesinaron a dos sacerdotes que intentaban dialogar. Ante el asalto de las fuerzas de seguridad, algunos de los secuestradores hicieron estallar sus chalecos explosivos, otros dispararon a la policía, otros detonaron un coche bomba a las puertas del templo. Total, 58 muertos y 67 heridos, entre rehenes católicos y policías. En los días siguientes, el grupo insurgente Estado Islámico de Irak, rama iraquí de Al Qaeda, dio un ultimátum a la población cristiana del país, para que lo abandone. El arzobispo siríaco-católico de Bagdad ha denunciado esta sangrienta persecución. El patriarca caldeo de la capital recibió un mensaje firmado por las milicias de Ansar al-Islam, otro grupo ligado a Al Qaeda: «Cristianos infieles, no tenéis ningún lugar entre los musulmanes piadosos en Irak. Nuestras espadas están afiladas sobre vuestros cuellos. Es el último aviso» (El País, 8 noviembre 2010, pág. 10). Dos días más tarde, una oleada de ataques islamistas volvía a sembrar el pánico entre los cristianos iraquíes: una docena de explosiones sincronizadas, de artefactos caseros y proyectiles de mortero, dirigidas contra viviendas de cristianos e iglesias, en varios barrios de Bagdad, dejó un saldo de 3 personas muertas y 37 heridas, según el Ministerio del Interior bagdadí.


En Irán, tras muchos años de intimidación, las agresiones contra la comunidad cristiana están creciendo en intensidad. El Gobierno está endureciendo la política de acoso contra la comunidad cristiana. Durante el año 2010, fue aumentando el nivel de hostigamiento (3). Desde el otoño de 2010, el régimen lanzó una campaña para eliminar del país todos los signos cristianos, junto a una ola de ataques contra los cristianos. La televisión oficial emite discursos incendiarios, acusando a los misioneros cristianos de «ladrones de la fe». Detrás de Corea del Norte, la República Islámica de Irán es el segundo país del mundo donde más grave es la persecución contra la fe cristiana. Por ejemplo, la página cristiana iraní Farsi Christian News Network (http://www.fcnn.com/index.php?Itemid=587/) ha publicado, el 20 de febrero de 2011, que, en medio del creciente caos en el mundo árabe y ante la incertidumbre y la pobreza de amplios sectores de la población iraní, los mulás están dirigiendo el odio y la animadversión hacia los cristianos, y que ha habido últimamente más de 250 detenciones arbitrarias, en 24 ciudades del país, en un clima de amenazas y ataques.


En Turquía, el islamismo fundamentalista parece orientarse, cada vez más, hacia una estrategia anticristiana. Ya habían matado a varios curas. Pero, el 3 de junio de 2010, fue acuchillado y degollado, como si se tratara de un asesinato ritual, el obispo Luigi Padovese, Vicario Apostólico de la Iglesia Católica en Anatolia, notable partidario del diálogo con el islam. Según testigos, el asesino del obispo gritaba: «¡He matado al gran Satán. Alá es grande!». Era la víspera del viaje del papa a Chipre, para presentar en público el documento de trabajo preparatorio del sínodo sobre Oriente Medio.


Más allá de Oriente Medio, en Afganistán, los insurgentes talibanes tienen entre sus objetivos prioritarios a los cooperantes cristianos. El 6 de agosto de 2010, en la región montañosa de Badajshan, al norte del país, asesinaron a balazos a diez miembros de un equipo sanitario, que prestaba atención médica y oftalmológica, pertenecientes a la Misión de Asistencia Internacional, asentada en el país desde hace varios decenios. El portavoz talibán, que reconoció la autoría, los acusó de espionaje y de predicar el cristianismo, ya que llevaban una Biblia en lengua local pastún. La organización médica niega todo proselitismo religioso.


En Pakistán, el 4 de enero de 2010, Salman Tasir, gobernador de Panyab, fue asesinado por su guardaespaldas, quien lo acusó de blasfemo, por apoyar la modificación de la ley que castiga la blasfemia como delito. En marzo de 2010, en Mansehra, distrito al norte de Islamabad, la capital del país, un grupo armado islamista irrumpió en las oficinas de la ONG cristiana de ayuda humanitaria World Vision, asesinó a seis trabajadores e hirió a otros siete. Este tipo de actos de violencia se venía incrementando de forma inquietante, en los últimos meses de 2010. Basándose en la ley sobre la blasfemia, un tribunal condenó a muerte en la horca a Asia Bibi, una mujer cristiana, madre de cinco hijos (El País, 17 de noviembre de 2010, pág. 33). El 2 de marzo de 2011, en Islamabad, fue asesinado Shabaz Bati, ministro de Minorías, el único cristiano que formaba parte del Gobierno. Varios hombres armados acribillaron el coche del ministro y luego huyeron, dejando unos panfletos a favor de la ley de la blasfemia y amenazando a sus oponentes. La organización Tehrik e Taliban, que asumió el crimen, acusaba al ministro de «ser blasfemo», por criticar la ley sobre la blasfemia. La víctima era consciente del peligro: «Soy objetivo número uno de los talibanes por la ley de la blasfemia. Recibo todo tipo de amenazas, pero estoy comprometido con la causa. Sé que pueden matarme. (...) La ley de la blasfemia debe ser cambiada, porque los extremistas la están usando como un arma de victimización» (El País, 3 marzo 2011, pág. 11). Incluso los clérigos, los mulás, habían emitido cinco fetuas en contra del ministro Bati. Pakistán soporta una agresiva islamización, desde la época de la dictadura militar de Muhammad Zia-ul-Haq, hace unos treinta años. La lucha por la tolerancia, el pluralismo y los derechos humanos resulta allí sumamente difícil.


En Indonesia, el 24 de octubre de 2005, tres jóvenes estudiantes indonesias, cristianas, Ida Yarni Sambue, Theresia Morangke y Alfita Poliwo, fueron atacadas por seis islamistas y decapitadas con machete, por negarse a convertirse al islam. El 21 de septiembre de 2006, tres campesinos indonesios, católicos, Fabianus Tibo, Domingus da Silva y Marinus Riwu fueron acusados falsamente de suscitar disturbios y por ello condenados y ejecutados.


Antes de su independencia de Indonesia, los cristianos de Timor Oriental sufrieron graves ataques. Al menos 15 sacerdotes y un número similar de religiosas fueron asesinados en Dili, la capital, y Baucau, segunda ciudad de país, por los paramilitares musulmanes pro indonesios, en una campaña contra la Iglesia católica. El Vaticano denunció un ataque con granadas a una iglesia de la localidad sureña de Suai, que causó un centenar de muertos, entre ellos tres sacerdotes timorenses. También está el caso de seis religiosas de la orden canosiana, que murieron en Baucau, cuando su convento fue incendiado por los paramilitares. Con posterioridad, el 10 de agosto de 2007, militantes del Frente Revolucionario de Timor Oriental, controlado por musulmanes, atacaron el orfanato y el colegio salesiano San Juan Bosco, donde violaron a varias estudiantes.


En Filipinas, aunque es un país mayoritariamente católico, el 22 de agosto de 2002, la guerrilla islámica filipina de Abu Sayyaf, grupo que algunos vinculan con Al Qaeda, decapitó a dos predicadores cristianos que mantenía como rehenes. Las cabezas de Leonel Mantic y Lemuel Montolo, ambos de nacionalidad filipina, fueron halladas envueltas en plástico, en el mercado público de Patikul, en la isla de Joló, a unos mil kilómetros al sur de Manila. Una de las cabezas llevaba adherida una nota, en la que se leía: «Los no creyentes en Alá correrán la misma suerte. Esto forma parte de nuestra yihad».


En fin, esta incompleta crónica sangrienta y sombría representa un panorama desalentador, de violencia sistemática, que no obedece a un cúmulo de coincidencias. Quizá con excepción de Nigeria, donde hay una especie de guerra civil entre unos y otros, el asedio y la persecución contra los cristianos acontece, en todos los países de mayoría islámica, de manera unilateral y por obra de los musulmanes. En algunos de estos países, se hace desde el Gobierno y en virtud de leyes discriminatorias para los no musulmanes. En otros casos, la violencia la ejercen los vecinos, grupos fanatizados u organizaciones terroristas internacionales. La impunidad de que suelen gozar los autores facilita aún más los atropellos. Así, decenas de millones de cristianos viven en una situación de intolerancia, acoso, opresión y persecución islamista, en sus propios países. Y las cosas no han cesado de empeorar en los últimos años, según The Becket Fund for Religious Liberty, 2010 (http://www.becketfund.org/ ). Tenemos que señalar, y que lamentar, la escasa conciencia de este enorme problema en la opinión pública occidental.


Si nos situamos a nivel de los acontecimientos de actualidad, esto es, en la escala de tiempo medido en días y meses, siempre se pueden encontrar circunstancias y causas inmediatas o locales, desde las que describir las agresiones. Pero, si miramos esos mismos acontecimientos inscribiéndolos en otra escala de tiempo más amplia, de años y decenios, entonces observaremos un proceso continuado de hostigamiento, emigración forzada y reducción a veces drástica de la población cristiana (como ha ocurrido en Líbano, Irán, Egipto o Irak). Y todavía cabe interpretar esos lamentables hechos en una escala de siglos, que nos desvela la persistencia de un paradigma de hostilidad contra los cristianos, fundamentado, por desgracia, en los suras del Corán y amplificado históricamente en todas las sociedades islámicas, por mucho que varíen las modulaciones según la época y el contexto.


El fundamentalismo se despliega en el entorno contemporáneo, sin duda, pero tiene un origen endógeno. El motivo coyuntural desencadenante de los ataques y la forma concreta que adoptan (por ejemplo, un régimen despótico que emplee a sus esbirros para encender los ánimos entre musulmanes y cristianos, o un grupo islamista que convoque a la eliminación de todos los infieles), no hacen más que activar un dispositivo mental de odio, articulado a un mecanismo social de agresión. Mientras no se desactive, está ahí prediseñado y consagrado por una antigua tradición. Hasta ahora, ha contado con el respaldo de la interpretación teológica y jurídica dominante en el islam, de la que los fundamentalistas solo extraen consecuencias más radicales. La clave está en que existe un concepto y un esquema cultural que justifica ese tipo de hostilidad y cuyo nombre todo el mundo conoce: yihad.



2. La yihad como beligerancia para islamizar el mundo


La imaginería que, en España, representa al ecuestre Santiago «matamoros» no corresponde a ningún hecho real o histórico de la vida del apóstol Santiago (Jacobo el Mayor), ni al mensaje original de la fe cristiana, contenido en los evangelios. Se diría que, más bien, constituye una mímesis en la cristiandad de cierta imagen del Mahoma matainfieles, esta sí históricamente atestiguada por las fuentes escritas islámicas. La figura del matamoros entraña, a las claras, una degradación absoluta del evangelio de Jesús y de la actuación de la iglesia primitiva; de modo parecido a como las cruzadas pudieran reflejar una mala imitación de la yihad, según algunos estudiosos.


En la doctrina islámica, la yihad personal y colectiva se concibe como esfuerzo interior y exterior, que se expresa como lucha y combate con todos los medios, contra todo poder que se oponga a la expansión de la causa de Alá. La yihad define, por antonomasia, la actitud militante del buen musulmán. Pero ¿cómo hay que entender esto, que todavía es tan controvertido? Opino que, a estas alturas, no es necesario discutir más si la yihad (4) significa ante todo un esfuerzo espiritual del creyente por seguir los mandatos del Corán. Está claro que significa eso, pero, siguiendo siempre el ejemplo de Mahoma, la yihad adquirió, además, el sentido de un esfuerzo corporal, es decir, de combate armado «en la causa de Alá», en la guerra contra los infieles, cuya meta es conseguir la supremacía del islam (5). No encontraremos ni un solo sura del Corán que no implique un planteamiento polémico, de enfrentamiento con alguna clase de enemigo. Y las aleyas coránicas que mencionan expresamente la yihad, en el sentido de guerra por la fe, son más de cien. A esto que hay que añadir que casi la totalidad de las alusiones a la yihad, en los hadices, tiene un significado bélico. Y ese significado está corroborado unánimemente por las disposiciones de las principales escuelas de jurisprudencia, entre el siglo X y el XIV (véase Spencer 2007, págs. 62-64). Pero, además, es que hoy son legión los personajes musulmanes, que, actuando como portavoces del islam ortodoxo, dejan fuera de toda duda ese significado primordial, al tiempo que, sobre todo los fundamentalistas, lo proyectan sobre los escenarios de nuestro mundo actual.


Así pues, el surgimiento contemporáneo de la yihad armada no es una desviación, sino que se legitima evocando el pasado, con la mirada puesta en el presente y el futuro, en plan de continuación de la lucha secular contra Occidente y, ahora, contra la modernidad. El mundo moderno occidental es satanizado y calificado con el concepto coránico de yahiliya (ignorancia), alusiva a la época preislámica o «era de la ignorancia», vista como situación de caos y politeísmo que debe ser combatida por el islam. Los Hermanos Musulmanes de Egipto se fundaron, en 1928, con esa misión. Su máximo teórico, Sayyid Qutb, desarrolló las bases del islamismo fundamentalista de nuestros días y su teología política ha inspirado a la mayoría de los grupos integristas y salafistas. Expone una crítica furibunda, tanto del sistema capitalista como el comunismo soviético, que, para él, están pervertidos por igual y deben ser repudiados y combatidos. Como solución, propugna un «camino árabe», basado en el islam de los antepasados, es decir, el de la generación de Mahoma, sus compañeros y los cuatro primeros califas rectamente guiados (tales son los referentes del salafismo). Qutb sostiene, en su libro Hitos del camino, que el islam no puede admitir ninguna componenda con la sociedad moderna, con ninguna sociedad de infieles sumida en la ignorancia (yahiliya), sino que debe organizarse para hacer la guerra a los impíos y prevalecer sobre ellos:

 

«Por tanto, es necesario que el fundamento teórico del islam –la creencia– se materialice en la forma de un grupo organizado y activo desde el principio. Es necesario que este grupo se separe de la sociedad yahilí, convirtiéndose en independiente y distinto de la sociedad yahilí activa y organizada, que tiene como objetivo bloquear el Islam. El centro de este nuevo grupo debe ser un nuevo liderazgo; el liderazgo que por primera vez se dio en la persona del profeta, y después de él fue delegado en los que se esforzaron por traer a la gente bajo la soberanía de Dios Todopoderoso, su autoridad y sus leyes. Una persona que da testimonio de que no hay ninguna deidad digna de culto más que Alá y que Mahoma es su mensajero debe cortar su relación de lealtad con la sociedad yahilí, que ha abandonado, y con el liderazgo yahilí, ya sea en la forma de sacerdotes, magos o astrólogos, o en la forma de liderazgo político, social o económico, como hizo el profeta en su tiempo con los quraishíes. Él tendrá que dar su completa lealtad al nuevo movimiento islámico y al liderazgo musulmán» (Qutb 1964, pág. 58).



Sayyid Qutb figura como uno de los principales mentores de la lucha global por la instauración de la charía y el Estado islámico. Pero no le va a la zaga otro suní, Abul Ala Maududi, quien escribe en su obra La yihad en el islam:

 

«La verdad es que el islam no es una ‘religión’, ni los musulmanes son una ‘nación’ en el sentido convencional de los términos. En realidad, el islam es una ideología y un programa revolucionarios que pretenden cambiar y revolucionar el orden social del mundo y reconstruirlo de acuerdo con sus propios principios e ideales. Del mismo modo, ‘musulmanes’ es de hecho un partido revolucionario internacional, organizado bajo la ideología del islam para llevar a cabo su programa revolucionario. Yihad es el término que significa la lucha revolucionaria, el máximo empeño del Partido Islámico revolucionario para conseguir la revolución islámica. (...) Cualquier Estado y poder que se oponga a la ideología y programa del islam, dondequiera que sea y quienquiera que pueda ser, el islam está decidido a eliminarlo. El islam se propone la dominación de su propia ideología y programa, sin que importe quién protagoniza su causa ni de quién es el poder que vence en este proceso. El islam exige no una porción de tierra, sino el poder sobre todo el planeta» (Maududi 1939a, págs. 5 y 6).

 

Si, para Maududi, el islamismo fundamentalista revolucionario es la verdad del islam, las palabras del chií Jomeini en Irán tampoco se quedan cortas, en su llamamiento a la guerra y al imperialismo en nombre de la religión:

 

«El islam obliga a todos los adultos varones, con la única excepción de los discapacitados, a prepararse para la conquista de países a fin de que el mandato islámico se obedezca en todos los países del mundo. Quienes estudian la yihad islámica comprenderán por qué el islam quiere conquistar el mundo entero. (¼) Quienes no saben nada del islam creen que el islam es contrario a la guerra. Estos son unos estúpidos. El islam dice: Matad a todos los no creyentes tal como ellos os matarían a todos vosotros. ¿Acaso significa esto que los musulmanes deben cruzarse de brazos hasta que los devoren? El islam dice: Matadlos, pasadlos a cuchillo y dispersadlos. ¿Significa esto que hemos de cruzarnos de brazos hasta que nos derroten? El islam dice: Matad por Alá a todos los que puedan querer mataros. ¿Significa esto que debemos rendirnos al enemigo? El islam dice: Todo lo bueno que existe es gracias a la espada y por la amenaza de la espada. ¡Solo con la espada se puede conseguir la obediencia de la gente! La espada es la llave del Paraíso, que solo los guerreros santos pueden abrir. Hay otros cientos de himnos y hadices que instan a los musulmanes a estimar la guerra y combatir. ¿Significa esto que el islam es una religión que impide que los hombres libren una guerra? Escupo sobre todos los imbéciles que proclaman tal cosa» (citado en Ibn Warraq 1995, prólogo a la edición española de 2003, pág. 16-17).

 

Uno de los discípulos de Sayyid Qutb es nada menos que Aymán al-Zawahiri, mentor de Osama Bin Laden, lugarteniente suyo en la organización terrorista Al Qaeda y su nuevo líder, tras la muerte de Bin Laden. En junio de 2011, a través de un vídeo en páginas yihadistas, al-Zawahiri exhortaba a los musulmanes a continuar en la «senda de la yihad», contra Estados Unidos, contra los «cruzados» y sus colaboradores.


Otro intelectual, vinculado a la organización Hermanos Musulmanes, aunque contrario al extremismo yihadista, es el teólogo islámico egipcio Yusuf al-Qaradawi, presidente del Consejo Mundial de Ulemas y muy influyente en virtud de su programa La charía y la vida, en Al Yazira. Al-Qaradawi, vaticina enfáticamente: «El islam volverá a Europa como conquistador y victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una desde el sur, desde Andalucía, y la segunda desde el este, cuando llamó a las puertas de Atenas. Conquistando Europa el mundo será del islam» (citado, entre otros sitios, en http://foros.laverdad.es/post50865.html ).


De la Hermandad Musulmana derivó Yihad Islámica egipcia, de donde nacería Al Qaeda, así como Yihad Islámica palestina y el partido Hamás. En la Hermandad se han inspirado multitud de grupos yihadistas, en otras latitudes. El gran lema de todos ellos es que: «La civilización islámica es la alternativa» (6). La misión suprema estriba, por tanto, en «establecer el islam mundial». Tal es el objetivo por el que hay que llevar a cabo la yihad: «la gran yihad para eliminar y destruir la civilización occidental desde dentro». Para ello, se trata de «construir centros islámicos, organizaciones islámicas, escuelas islámicas»; «destruir el execrable mundo occidental, a fin de que no exista, y que la religión de Alá se alce con la victoria sobre todas las otras religiones» (Manifiesto de los Hermanos Musulmanes de América del Norte, traducido del vídeo documental The Third Jihad, 2008). Entre la lista de organizaciones con las que cuentan, para contribuir a esta misión, figuran varias que se consideran «moderadas»: Islamic Circle of North America (ISNA), Muslim Students Association (MSA), Islamic Association for Palestina (IAP), etc.

 

El ayatolá iraquí Ahmad Husseini al-Baghdadi se muestra meridianamente claro en su discurso: «La yihad ofensiva significa atacar al mundo a fin de propagar las palabras No hay más dios que Alá y Mahoma es el mensajero de Alá en todo el mundo» (Al Yazira, mayo de 2006).


En Pakistán, la coalición de partidos religiosos extremistas, antioccidentales, inspirados en Maududi, exigen la aplicación de la charía en todo el país. El jefe militar de la Mezquita Roja, en el centro de Islamabad, Abdul Rashid Ghazi, cayó muerto en el asalto a dicha mezquita, en 2007. En una entrevista, había expuesto su determinación: «Si nos atacan, la obligación del musulmán es extender la lucha a todo el mundo. Persona por persona, ojo por ojo, nariz por nariz, oreja por oreja, diente por diente». Y su confianza era ilimitada: «Nosotros tenemos miles de jóvenes dispuestos a morir. Somos más poderosos. Dios está de nuestro lado» (El País, 11 de junio de 2007).


Descubrimos una y otra vez la misma doctrina, por todos los confines, ya se convoque explícitamente, o no, a la violencia. El islamismo, el salafismo, el yihadismo, pero también en general el sunismo y el chiismo, en su forma tradicional y dominante, nutren su cosmovisión de un mismo sistema de creencias. Nos lo reitera el telepredicador islámico Zakir Naik, cuando declara en un canal de televisión de Bombay, en India: «El Corán (3,85) dice que Alá no tolerará jamás otra religión que el islam. Por consiguiente, sabiendo que el islam es la única religión verdadera, nosotros no toleramos la propagación de otras religiones». Del trasfondo de esta intolerancia absoluta, surge la exigencia de combatir por la fe con todos los medios. No son incoherentes los musulmanes fervorosos que suscribirían, sin vacilar, lo que decía el jeque Feiz Mohammad, predicador islámico australiano, director del Global Islamic Youth Centre, en Sidney, de orientación wahabí: «La cumbre, el cénit, la más alta cima del islam, esto es la yihad». Están convencidos de que eso forma parte del núcleo duro del mensaje.


Así pues, está fuera de discusión el hecho de que, en determinados suras del Corán, se dan órdenes de esforzarse para luchar y matar a los infieles (es decir, los no musulmanes), por «la causa de Dios». Esta obligación es constitutiva de la yihad y una dimensión esencial de la fe. Recordemos, varias aleyas, datadas, según los especialistas, en el año primero, segundo, cuarto y noveno de la hégira, con el fin de señalar la persistencia de la idea:

 

«Cuando os enfrentéis a los infieles, asestad los golpes de espada en el cuello hasta derrotarlos. Entonces, atadlos fuertemente» (Corán 47,4).

 

«Matadlos dondequiera que los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado. Pues la opresión es peor que el homicidio. (...) Esa es la retribución de los incrédulos» (Corán 2,191).

 

«Yo infundiré terror en los corazones de los infieles. ¡Cortadles el cuello, amputadles los dedos!» (Corán 8,12).

 

«Los creyentes guerrean por la causa de Dios» (Corán 4,76).

 

«Cuando hayan pasado los meses sagrados, matad a los asociadores dondequiera que los encontréis. ¡Capturadlos! ¡Cercadlos! ¡Tendedles emboscadas en todas partes!» (Corán 9,5).

 

En una de las colecciones de hadices auténticos, la de Muslim, Mahoma indica las opciones que los musulmanes han de presentar a los no musulmanes, a saber: 1) que se conviertan al islam, 2) que se sometan pagando el tributo especial de capitación, 3) o bien que afronten la guerra y la muerte:

 

«Sulaimán ben Buraid relató, transmitido por su padre: Cuando el Mensajero de Alá (la paz sea con él) nombraba a alguien al mando de un ejército o un destacamento, lo exhortaba especialmente a temer a Alá y tratar bien a los musulmanes que estaban con él. Luego decía: Combate en el nombre de Alá y por la causa de Alá. Combate contra aquellos que no creen en Alá. Sal a la guerra y no administres mal el botín. No rompas los pactos. No mutiles los cadáveres y no mates a los niños. Cuando encuentres a tus enemigos los politeístas, invitalos a seguir tres caminos posibles. Si responden a alguno de ellos, acéptalo y retírate sin hacerles daño. [Primero] Invítalos a aceptar el islam; si te responden, acéptalo y desiste de guerrear contra ellos. Luego, invítalos a emigrar de sus tierras a la tierra de los emigrados e infórmalos de que, si lo hacen, tendrán los derechos y obligaciones de los emigrados. Y si se niegan a emigrar, diles que entonces tendrán la condición de musulmanes beduinos, sometidos a la ley de Alá igual que los otros musulmanes (...) Si rechazan aceptar el islam, pídeles que paguen la yizia. Si se avienen a pagar, acéptalo y retírate sin hacerles daño. Pero si se niegan a pagar el tributo, encomiéndate a Alá y guerrea contra ellos» (hadices de Sahih Muslim, libro 19, «Libro de la yihad y de las expediciones militares», nº 4294).

 

Si el planteamiento es así y si, hoy por hoy, observamos actos de violencia terrorista, como puesta en práctica de la yihad en la senda de Alá, nos surge una pregunta crucial: ¿apoya el mundo islámico, en general, la violencia yihadista? La respuesta, por muchas excepciones que haya, es en gran medida afirmativa; y lo es, precisamente, porque cuenta con una sólida legitimación religiosa. En efecto, las fuentes islámicas, comenzando por el Corán, los hadices, la tradición islámica, la teología islámica, el derecho islámico, las escuelas de interpretación coránica a lo largo de la historia y la misma historia musulmana atestiguan, al unísono, que el islam autoriza el uso de la violencia contra los no creyentes, en circunstancias jurídicamente previstas. Solo el Corán contiene más de cien aleyas que llaman a los musulmanes a la guerra contra los no creyentes (judíos y cristianos, sobre todo). Hasta el punto de tachar como «hipócritas» a los musulmanes que se muestran reacios a ir al combate, a los que amenaza con el infierno.


Los propósitos del islam militante fundamentalista suelen ser transparentes, aunque en ocasiones se camuflen habilidosamente, según las conveniencias. Llama la atención que, en Occidente, se pronuncien soflamas tan alucinadas como la de Abdul Alim Musa, imán en Washington, cuando manifiesta: «El islam viene a los Estados Unidos no por la violencia. El islam viene a los Estados Unidos como el cristianismo fue a Roma. (¼) Alá dice que el islam alcanzará el lugar que merece en el mundo, aunque esos politeístas, esos hipócritas, esos criminales, esos opresores, aunque todos esos se junten, el islam dominará, les guste o no» (The Third Jihad, 2008).


Un capellán musulmán del Servicio penitenciario de Nueva York, Warith Deen Umar, aleccionaba así a un grupo de jóvenes presos: «Hermanos, estad preparados para combatir, para morir y matar. Esto forma parte de la religión. No soy yo quien os lo dice, es la historia, el Corán. Nadie lo puede negar. (¼) ¿No estará el terrorismo en el Corán? Se llama irhab. Está escrito en el sura 8,12 del Corán. No es cuestión de la traducción. No es cuestión de quién lo dice. No. Está muy claro: ‘Yo infundiré terror en los corazones de los infieles. ¡Cortadles el cuello, amputadles los dedos!’» (The Third Jihad, 2008).


Por su lado, Abu Mujahid, portavoz de la Islamic Thinkers Society estadounidense, afirma que su meta última es instaurar un Estado islámico mundial, la plena dominación del islam: «Alá dice que el mundo entero estará bajo su dominio. El mundo acabará por obedecer a las leyes divinas». Y Yousef Khattab, otro militante de la misma asociación, declaraba en una manifestación de musulmanes en Nueva York, en 2007: «El islam dominará. Eso es lo que va a ocurrir. (¼) Queremos la charía aquí y la tendremos. La bandera de ‘No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta’ ondeará en la Casa Blanca, si lo queremos. Solo es cuestión de tiempo. (¼) Pero la ley islámica la impondremos. Inch Alá» (The Third Jihad, 2008). Queda patente que estos colectivos musulmanes no están reclamando derechos, sino que aspiran a la dominación. Lo que quieren es reemplazar las leyes democráticas por su propia versión rigorista de la ley islámica.


Abdurahman Alamoudi, fundador del American Muslim Council, recibido en audiencia por los presidentes Clinton y Bush como reputado musulmán «moderado», fue detenido y condenado a prisión por terrorismo, en 2004, y su organización, clausurada por el Gobierno de Estados Unidos. En realidad, nunca se había recatado de propugnar la islamización del país: «Tenemos la oportunidad de llegar a ser la fuerza moral de Norteamérica. La única cuestión es cuándo. Esto ocurrirá un día, loado sea Alá. No tengo ninguna duda. Esto depende de nosotros. Será ahora o dentro de cien años, pero este país se hará musulmán» (The Third Jihad, 2008).

 

El Council on American-IslamicRelations, de Estados Unidos, se presenta también como una asociación moderada, que está a favor de la paz y en contra del terrorismo. Pero, en su página de Internet, aunque condenan a Al Qaeda, nunca critican a organizaciones islamistas fundamentalistas, como la palestina Hamás, o la libanesa Hezbolá. Su presidente fundador, Omar Ahmad, no se avergüenza, sino que se eleva al plano de los principios de la estrategia bélica, diciendo que pertenece a las técnicas de guerra el embaucar y camuflarse, y que la política conlleva la guerra y la doblez.


Nunca han faltado voces, advirtiéndonos de la necesidad de desconfiar de las «organizaciones musulmanas moderadas», porque su trasfondo doctrinal no es distinto, porque no sabemos si la aparente moderación será una de las tácticas básicas de doble lenguaje. Hay que examinar sus verdaderas opciones, atendiendo a lo que hacen y a quién apoyan. Pues, bajo el ropaje de una «religión de paz», se podría esconder un plan de guerra. Y palabras como tolerancia, libertad o verdad podrían significar, en la práctica, todo lo contrario.


El fundador y presidente del American Islamic Forum for Democracy, Zuhdi Jasser, musulmán convencido y experto en teología islámica, es consciente del problema y se ha pronunciado públicamente en contra del islam fundamentalista y el yihadismo. Pone en guardia a los jóvenes norteamericanos musulmanes frente al islam político que, en vez de hablar del amor de Dios, lanza vituperios a Occidente e incita el odio. Denuncia los planes yihadistas: «Hay dos estrategias de yihad. La yihad violenta, en la que los islamistas se sirven de la violencia y el terrorismo para vencer a su enemigo. Y lo que se llama la yihad cultural, en la que los islamistas se sirven, con una gran doblez, de las leyes y los derechos que les otorga nuestra sociedad para intentar subvertirla» (The Third Jihad, 2008).


Si volvemos la mirada hacia Europa, el yihadismo está implantado e intenta tejer sus redes, tanto entre inmigrantes como entre conversos al islam. Sin duda, es minoritario, pero el proyecto de combatir en nombre de Alá, en contra de los increyentes, está ahí. Desde el principio de los años 1990, en Alemania, se produjo no solo una radicalización de los musulmanes residentes, en su mayoría turcos, sino un proceso creciente de conversiones al islam, por parte de ciudadanos alemanes. Se estima que los conversos son alrededor de cien mil, más mujeres que hombres. En 2006 y 2007, la policía detuvo a varias células, que estaban preparando ataques terroristas en suelo alemán, o que captaban combatientes islamistas (muyahidín) para actuar en Irak y Pakistán. En 2008, hubo islamistas alemanes que se hicieron explotar, con cinturón bomba, en Afganistán y en Irak. Y fueron presentados, a sus correligionarios, como modelo para la yihad, que deberá exterminar a los enemigos del islam en Europa.


Son el exponente más activo de un movimiento religioso-político autodenominado Euroislam, que pretende lanzar una islamización mundial a partir de Europa, incorporando en la ideología musulmana ciertos elementos de la cultura occidental: de forma expresa y para espanto de ingenuos, recurren a la filosofía de Martin Heidegger (véase Farías 2010, págs. 234-238). En efecto, el converso Abu Bakr Rieger, director del Islamische Zeitung, órgano oficial islamista, sostiene que Ser y tiempo proporciona fundamentación al «pensamiento de la unidad» típico del islam y que hay «otros dos momentos de la filosofía heideggeriana que constituirían un horizonte común con la crítica islámica a la modernidad ilustrada democrática, las pretendidas críticas a la técnica y al entendimiento racional de la realidad» (Farías 2010, pág. 240). Defienden, así, la relevante función que pueden desempeñar las aportaciones del pensamiento nazifascista, en particular las de Martin Heidegger, Ernst Jünger y Carl Schmitt, para la renovación y profundización del discurso político del islamismo (son los mismos pensadores que cita Ian Dallas, alias Abdalqadir as‑Sufí, 2007). No es de extrañar que esas ideas totalitarias cuenten con entusiastas seguidores en la República Islámica de Irán. Una vez islamizadas, tales ideas refuerzan la justificación de la extrema agresividad del régimen iraní contra la oposición, contra la modernidad y contra Occidente, al mismo tiempo que suministran fundamentos teóricos para la instauración del totalitarismo y la negación de los principios de la sociedad abierta y democrática.


Parece, pues, incontestable que, si el islam está entre nosotros, hay que comprender que no se trata del islam idílico, idealizado o mitificado que los ignaros imaginan, sino el islam realmente existente. Por lo tanto, el proyecto político fundamentalista también está aquí y busca ganar terreno, con el objetivo final, archisabido, de luchar por imponer la ley islámica, como forma y demostración de la supremacía de Alá. El imperativo de esta supremacía es el que exige a todo musulmán comprometerse con la yihad. Por eso mismo, es innegable que la yihad está entre nosotros, ya lo ha probado con crueldad y prosigue su labor de zapa, con su constante apelación al espíritu de combate contra los no musulmanes; combate para el cual capta, recluta y actúa cuanto puede, en todas las vertientes: religiosa, cultural, espiritual, económica, política, militar. Sería un error fatal pensar que eso del yihadismo es una amenaza remota, o sin posibilidades de arraigar en sociedades civilizadas.


Ese mundo siniestro del fundamentalismo, con ser real, no lo es todo y no significa que sea imposible abrir la historia del islam a la modernización y a la convergencia en una ética universal. De igual manera que las demás grandes tradiciones, los musulmanes deberán buscar lo mejor de sí mismos y reformular el mensaje islámico en términos compatibles con una conciencia común de humanidad. Para ello, alguna vez tendrá que prosperar el trabajo, en parte ya hecho, de crítica de las fuentes y de reinterpretación de la yihad, en el sentido de neutralizar la agresión contra los otros y potenciar la colaboración en un esfuerzo humano conjunto. Pero todavía se tropieza con un temor reverencial, que impide acometer el análisis histórico-crítico, no solo de los textos sagrados, sino de la propia vida y predicación de Mahoma, de la evolución entre sus diferentes fases o enfoques, distinguiendo netamente al «mensajero de Dios», que exhorta a la fe y a la paz, y el posterior desarrollo del «profeta armado», cuya validez estaría circunscrita a un contexto particular.



3. El islamismo yihadista justifica y practica el terrorismo


No se trata de una acusación de sus enemigos, sino que es una reivindicación apologética de los actos de violencia, incluso indiscriminada, con la intención de infundir terror. Para los fundamentalistas islámicos, al menos, la práctica del terrorismo se vuelve legítima, cuando está al servicio de la yihad (véase Maududi 1939a, Qutb 1964, Taheri 1987). No les parece un exceso bárbaro, forzado por la desesperación en ciertas circunstancias, pero condenable en sí mismo. Desde su visión maniquea del mundo, las víctimas se lo merecen. Así lo piensan innumerables organizaciones islamistas, ampliamente conocidas y diseminadas, que, o bien ejercen directamente la acción violenta y terrorífica planificada por los yihadistas, o bien, sin ejercerla, defienden sistemáticamente los postulados que la justifican.


Aunque siga siendo controvertido, es posible acotar un concepto de terrorismo suficientemente preciso y matizado, como el que nos da Antonio Elorza:

 

«Entendemos por terrorismo una táctica, preferente, aunque no exclusivamente política, que consiste en la ejecución seriada y sistemática de acciones puntuales de violencia. Para ser considerada terrorismo, la sucesión de actos de violencia ha de alcanzar un alto grado de intensidad. El terrorismo requiere una organización críptica, bien porque el sujeto ejecutante actúa de forma clandestina, bien porque constituye la vertiente oculta de una organización legal, sea esta un grupo privado, un organismo político o el propio Estado. La finalidad del terrorismo consiste, no en vencer por las armas al adversario, sino en socavar su resistencia, creando un estado de inseguridad por efecto de la intimidación generada por la sucesión de actos de violencia» (Elorza 2005).

 

El terrorismo islámico solo añade a esta definición el concebirse y ejecutarse como exigencia de la fe islámica y en aplicación de sus preceptos, es decir, el matar específicamente en nombre de Alá. Como semejante exigencia la interpreta cada organización islamista fundamentalista, en función de quiénes son vistos como enemigos de la fe, infieles o apóstatas, los sujetos pasivos sobre los que recae el terror pueden variar mucho; de manera que no quedan excluidos, de hecho, otros musulmanes, como pudiera creerse en principio. Desde los primeros tiempos, la guerra y la guerra sucia se han librado entre ellos, tanto o más que contra los increyentes. Hoy, la novedad es que el espectro del terror inspirado recorre todos los meridianos del mundo.


El 6 de octubre de 1981, en pleno desfile militar, el presidente de Egipto, Anwar el-Sadat, fue asesinado por miembros de los Hermanos Musulmanes. Durante el posterior juicio, uno de sus dirigentes gritó, ante el tribunal, reivindicando el atentado: «No nos avergonzamos de nuestra religión. Y nos sacrificamos. Estamos preparados a más sacrificios aún, hasta la victoria del islam» (reportaje de Envoyé Special, FR-2).


Tenemos constancia de un primer atentado grave del terrorismo islamista en España, el 12 de abril de 1985, con un bombazo en el restaurante El Descanso, cerca de la base norteamericana de Torrejón de Ardoz: Hubo 18 muertos y 82 heridos. Entre unos y otros, once víctimas eran norteamericanas. Poco después, el atentado fue reivindicado por la Yihad Islámica, mediante una carta, a la que entonces no se le dio mucha importancia. En ella, afirmaba: «El islam está preparado. España e Italia son los primeros objetivos. El atentado de Madrid ha sido el inicio de la guerra santa islámica. Muerte a Estados Unidos. Los apóstoles de la muerte están preparados para reemprender la guerra santa» (reportaje en El País, Domingo, 18 de abril de 2010).


En Argelia, desde 1991 a 2002, durante la guerra civil entre el gobierno y grupos insurgentes islamistas, se calcula que el Grupo Islámico Armado (GIA) llevó a cabo masacres en las que asesinó a unas 150.000 personas, en su mayoría civiles. Y no es la única prueba de que las poblaciones de los países musulmanes son las primeras víctimas del islamismo terrorista.


Pese a la negación de los hechos por parte de algunos apologetas del islamismo, el terrorismo global, como instrumento de la yihad, es una temible realidad. Sus actores son diversos y muchos de ellos constituyen una compleja telaraña de organizaciones. Quizá la más conocida es la que lleva el nombre de Al Qaeda, que, en 1998, perpetró dos explosiones perfectamente sincronizadas en las embajadas de Estados Unidos en Kenia y en Tanzania, causando 258 muertos y más de 5.000 heridos. Solo entre 2001 y 2007, se desarticularon 31 atentados en el interior de Estados Unidos. Todo el mundo tiene grabados en la mente los inconcebibles atentados del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York y Washington; los del 11 de marzo de 2004, en Madrid; los del 7 de julio de 2005, en Londres. En enero de 2008, la policía española consiguió detener a tiempo al grupo de talibanes paquistaníes, de la organización Therik e Taliban Pakistan, asociada con Al Qaeda, que tenía preparado un atentado suicida en el metro de Barcelona. La policía de todas las naciones occidentales está alerta y, de tiempo en tiempo, detiene y lleva ante la justicia a grupos o comandos implicados en actividades terroristas. Pero no siempre pueden prevenirse y desbaratarse los planes de los islamistas violentos o yihadistas.


El 11 de diciembre de 2010, en el centro de Estocolmo, la capital sueca, un islamista de origen iraquí y con nacionalidad sueca, hizo estallar un coche bomba y, poco después, saltó por los aires, al explotarle accidentalmente en la calle las seis bombas que portaba consigo, frustrándose así la masacre masiva que buscaba. En esta ocasión, el terrorista había enviado a la policía, por correo electrónico, un mensaje de audio, que relacionaba su ataque con la participación de Suecia en la guerra de Afganistán y con el silencio gubernamental ante las caricaturas de Mahoma, dibujadas por el artista sueco Lars Vilks. En fin, no es necesario hacer un catálogo completo de los atentados islamistas, para hacernos cargo del problema, pero no se debe omitir el señalar que siempre hay un nexo de todos ellos con la urdimbre internacional (7) del terrorismo yihadista.


Allá donde este ardor islamista triunfa socialmente, el paradigma mental del fanatismo se apodera de las personas, hasta límites insospechados y espeluznantes. En efecto, las acciones terroristas han llegado a un paroxismo inaudito, con la modalidad del atentado suicida: el yihadista ataca autoinmolándose, portando y detonando la carga explosiva adherida a su cuerpo. El mulá Dadullah Akhund, comandante militar talibán, declaraba: «Alá sea loado. Los musulmanes tienen ahora un arma eficaz: el entusiasmo de los jóvenes por las misiones suicidas (...) Sí, los niños deben recibir una formación militar, para combatir contra los invasores y los infieles. Tenemos necesidad de ellos en esta lucha. Queremos utilizar a los niños para decapitar a infieles y espías, a fin de endurecerlos». Una madre palestina, Oumm Nidal, había entregado ya a tres de sus diez hijos para ser suicidas bomba, utilizados efectivamente por Hamás. Y al ser entrevistada por la televisión egipcia, se expresaba así:

 

«– Yo he preparado a todos mis hijos para participar en la yihad, para operaciones armadas y de otra manera.

– ¿Y si otro hijo más encuentra la muerte?

– Es natural, hay muchos jóvenes.

– ¿No está usted llena de pena?

– No. Alá sea loado. Estamos preparados. Yo los sacrificaría a todos. Si el deber me llama a sacrificarlos, yo no me arredraré, aunque hicieran falta cien» (TV Egipcia, febrero de 2005).

 

Los islamistas han llegado a categorizar al terrorista suicida como «mártir». La perversión del ideal de martirio ha alcanzado aquí cotas insuperables. En la tradición coránica está algo confuso el concepto de «mártir» o shahid (según se comprueba, por ejemplo, en las oscuras explicaciones que recoge Webislam: http://www.webislam.com/?idt=3089 ). Mahoma consideraba mártir al que moría en el campo de batalla luchando por la causa del islam. Ahora bien, la actual fórmula del que mata suicidándose, detonando un cinturón de explosivos, supone una innovación que ha incorporado la figura del kamikaze japonés. Esto chocaría con la prohibición coránica del suicidio, pero este aspecto se encubre y justifica, irracionalmente, bajo la idea genérica de «el que muere por la causa de Alá». Algunos jurisconsultos, sin embargo, sostienen que, según el derecho islámico, el terrorista suicida comete varios delitos (véase Munir 2008). Pero no faltan dictámenes sobre la ley islámica que declaran que el ataque suicida es una forma de «legítima defensa». En esto, siguen la doctrina del renombrado teólogo Yusuf al‑Qaradawi, quien justifica como «operaciones de martirio» ese tipo de atentados, aunque haya víctimas civiles:

 

«Estas operaciones son la forma suprema de la yihad por el bien de Alá, y un tipo de terrorismo permitido por la charía -el término ‘operaciones suicidas’ es incorrecto y engañoso, porque estas son operaciones heroicas de martirio, y no tienen nada que ver con el suicidio-. Mientras que quien comete suicidio ha perdido la esperanza para sí y para con el espíritu de Alá, el muyahidín está lleno de esperanza en relación con el espíritu y la misericordia de Alá. Lucha contra su enemigo y contra el enemigo de Alá con esta nueva arma que el destino ha puesto en manos de los débiles para que peleen contra la maldad de los fuertes y los arrogantes» (citado en Munir 2008, pág. 5).

 

Sobre este asunto, sigue existiendo una fuerte controversia entre jeques, grandes imanes, muftíes y ulemas, muchos de los cuales se pierden en la casuística y en distinciones verdaderamente bizantinas. Sin embargo, el análisis de lo que realmente pasa nos conduce a formarnos un juicio taxativo y claro, acerca de lo que se ha entendido históricamente por martirio: un tipo es el que da testimonio de su fe, sin ejercer la violencia, sino sufriendo pacientemente la violencia que otros le infligen, hasta morir (este es el modelo del mártir cristiano); otro tipo diferente es el que combate por la fe y resulta muerto en la batalla (este es considerado mártir por el islam desde tiempos de Mahoma); pero una cosa absolutamente distinta, es el que, en nombre de su fe, toma la iniciativa de atacar con violencia a otros, utilizando como medio el propio suicidio. En realidad, lo que este atacante hace es, en primer término, causarse a sí mismo la muerte, reventando su cuerpo, condición sin la que no habría agresión contra los otros, considerados enemigos. Por tanto, la muerte propia no es ahí en modo alguno un martirio, ni una forma de defensa, pues no se da en combate, ni una consecuencia involuntaria o un daño colateral, sino un acto controlado únicamente por el suicida, que espera causar subsiguientemente efectos de muerte y terror en otros, siempre desprevenidos y a menudo inermes e inocentes. No se puede aceptar ese panegírico que llama «mártir» a quien se comporta como un asesino, y que llama «héroe» a quien actúa como un cobarde: eso es una repugnante distorsión del lenguaje y de la razón.


La mentalidad yihadista aparece transida por el utopismo de una victoria final, que compensará todos los infortunios y en la que se cree ciegamente como una promesa divina. Un erudito musulmán, Yunis al-Astal, miembro de Hamás y del Consejo Legislativo Palestino, lo proclamaba en un discurso televisivo: «Muy pronto, por Alá, Roma será conquistada. Roma se convertirá en un puesto avanzado para las conquistas del islam, que se extenderá en Europa por completo y luego llegará a las Américas, e incluso a Europa del Este» (televisión Al-Aqsa, abril de 2008). En el mismo medio, el jeque Ali al-Faquir, antiguo ministro jordano de asuntos religiosos, declaraba: «España, Al Ándalus, es también tierra del islam. Las tierras islámicas que fueron ocupados por los enemigos una vez más se convertirán en islámicas. Por otra parte, vamos a llegar más allá (...) Nosotros proclamamos que vamos a conquistar Roma, como Constantinopla fue conquistada una vez, y como será conquistada de nuevo. Vamos a dominar el mundo, como lo anunció el profeta Mahoma» (televisión Al-Aqsa, mayo de 2008). Si tantos líderes islamistas dicen, obsesivamente, que nos quieren conquistar, hay que tomarlos en serio y no actuar con ingenuidad o displicencia, como si no pasara nada. Tal vez sus propósitos no sean alcanzables, pero pueden llegar a causar mucho daño.


Es muy elocuente el parecer de un antiguo extremista egipcio, ex miembro de la organización terrorista Yamaa Islamiya. Tawfik Hamid se ha transformado en pensador favorable a la reforma del islam y, hoy se enfrenta activamente al islam fundamentalista. Se ha especializado en la investigación del islamismo y ha publicado varios libros sobre el tema. Hamid nos advierte:

 

«Los dirigentes del islam radical, o la mayor parte de ellos, saben que no pueden batir militarmente a Estados Unidos. Por eso, conspiran para infiltrarse en Norteamérica desde el interior. La verdadera guerra no es una guerra contra un puñado de terroristas, es una guerra entre los valores de la libertad y la democracia y los de la barbarie. Esta es la verdadera guerra que tiene lugar en este momento. El islamismo es como el cáncer: o él o nosotros. El campo de batalla es un campo de ideas y de ideologías. Occidente no ha pisado tierra todavía. Ni siquiera ha comprendido que existe ese campo de batalla y que es necesario librar batalla» (consúltese Hamid en la página: http://www.tawfikhamid.com/ ).

 

Este autor nos exhorta a abrir los ojos a la realidad que nos rodea, a dejar de anestesiar las conciencias y hacer un esfuerzo por sensibilizar a la gente en defensa de las libertades y la civilización.


Una advertencia así está muy lejos de la candidez, o acaso doblez, de quienes se empeñan en negar la realidad del terrorismo islámico. En una conferencia que pude escuchar personalmente, en 2010, a la islamóloga que la pronunció le hicieron una pregunta por los atentados terroristas, como los perpetrados contra los trenes de Madrid, en marzo de 2004. Ella respondió restándoles importancia y calificándolos de «falsa alarma».


Mientras tanto, el Departamento de Estado norteamericano, en su informe anual sobre terrorismo, sitúa a España como un lugar clave del islamismo radical: «La localización geográfica y su importante población de inmigrantes del norte de África y del sur de Asia, así como la facilidad de viaje a otros países europeos, la convierten en una encrucijada estratégica. (...) Sigue siendo un importante punto de tránsito, financiación y apoyo logístico para las organizaciones terroristas que operan en Europa occidental» (El País, 6 de agosto de 2010, pág. 11).


Nada evasivo, sorprendente y del mayor calado, es el diagnóstico que hace Mosab Hassan Yusef, hijo de un jeque líder cisjordano de Hamás, en Palestina, precisamente en uno de los entornos más duros, donde el conflicto está al rojo vivo:

 

«Después de diez años de luchar contra el terrorismo, comprendí que ese no es el problema. Por supuesto que es importante combatir el terrorismo, pero, con perspectiva, la única forma de hacerlo no es luchar contra los terroristas suicidas, sino contra su motivación: es decir, su Dios. Mucha gente cree que la motivación de los terroristas es la ocupación israelí, la corrupción, pero eso no es más que el telón de fondo. No es la raíz del problema. La ocupación es como la lluvia que cae sobre el suelo en el que se ha plantado la semilla, pero no es la semilla propiamente dicha. La raíz del conflicto palestino-israelí no está en la seguridad ni en la política; es una guerra entre dos dioses, dos religiones. Entre el Dios de la Torá y el Dios del Corán. El Corán enseña que esta es una tierra waqf, un regalo sagrado inalienable. La Torá enseña a los judíos que esta es su tierra y no deben cederla. El resultado es que no puede haber paz en Oriente Próximo» (El País, Domingo, 7 de marzo de 2010, pág. 7).

 

Mosab Hassan Yusef cuenta que se hizo cristiano, al sentirse atraído por la lectura del Nuevo testamento y descubrir un Dios padre de todos los seres humanos sin distinción. La máxima de Jesús, «ama a tus enemigos», le hizo pensar y cambió por completo su visión y su compromiso político.


La tremenda rémora del fundamentalismo, reactivado en nuestros días, no es una novedad. Hace más de un siglo que el crítico pensador Ernest Renan opinaba drásticamente así:

 

«Los musulmanes son las primeras víctimas del islam. Cuántas veces he observado, a lo largo de mis viajes por Oriente, que el fanatismo procede de una minoría de hombres peligrosos que, mediante el terror, mantienen a los demás en la práctica de una religión. Liberar al musulmán de su religión es el mayor servicio que le podemos prestar» (Renan, 1823-1892).

 

Pues bien, un siglo después de Renan, no se trata ya de un fanatismo «oriental», sino que, como hemos visto, el problema ha adquirido dimensiones mundiales. Los «hombres peligrosos» pueden encontrarse en cualquier sitio donde una actitud fundamentalista, muy extendida, emprende la deriva que lleva del islam al islamismo, de este al salafismo, luego al yihadismo, hasta desembocar en la acción terrorista. Liberar a los musulmanes seguirá siendo necesario, pero, ahora, no son ellos las únicas víctimas del fanatismo, pues la minoría de hombres peligrosos, agazapados en esa religión, vienen ganando terreno por todo el mundo, en los últimos decenios.


A pesar de todo, sería erróneo creer que las posiciones oscurantistas, retrógradas y extremistas son las únicas o las más extendidas. Hasta hoy, la mayoría de los musulmanes son religiosamente conservadores en su apego a la tradición, y no radicales. Al mismo tiempo, hay muchos musulmanes abiertos sinceramente a la modernidad, que se distancian por igual del conservadurismo y del fundamentalismo. También es verdad que, entre los que se dicen modernizadores, cabe discernir, como ya he mencionado, dos inclinaciones o vías discrepantes: la de quienes se limitan a una aclimatación del islam a la sociedad, sin cuestionar el núcleo religioso, y la de los pensadores que proponen una reforma profunda del islam. Esto no quiere decir que, en las opciones concretas de las personas, no encontremos, con frecuencia, posiciones intermedias, ambiguas y oscilantes entre esas dos tendencias.



Notas

1. El 13 de mayo de 2010, en la Fundación Instituto Euroárabe, en Granada, el teólogo Juan José Tamayo presentó la conferencia «Cristianismo e islam: del anatema al diálogo». En este contexto, el embajador de la República de Túnez en España, Mohamed Ridha Kechrid, sentado a su lado, preguntó al teólogo, a la vista de su manera de pensar y de lo que escribe en su libro Islam. Cultura, religión y política, que si era musulmán o iba a hacerse musulmán próximamente. El libro había recibido, hacía poco, un galardón del gobierno tunecino de Ben Alí, recientemente derrocado.

2. No me parece imprescindible en todos los casos detallar la fuente de información, pero una simple búsqueda en Internet basta para obtener fácilmente la referencia y refrendar la veracidad. Otros incidentes concretos de las pervivencias actuales de prácticas propias de la antigua dimmitud en países como Egipto, Pakistán y Kuwait están reseñados por Robert Spencer (2007, págs. 84-86).

3. Puede leerse un sumario bastante completo de las agresiones islámicas contra los cristianos iraníes, «Summary Report on the Repression and the Persecution of Christian Iranians in 2010», en la página de Farsi Christian News Network:

http://www.fcnn.com/index.php?option=com_content
&view=article&id=2566:summary‑report‑on‑the‑
repression‑and‑the‑persecution‑of‑christian‑iranians‑
in‑2010&catid=127:iranian‑christian&Itemid=593

4. Huelga la opinión del puritanismo arabista de esos eruditos que nos advierten que, en árabe, yihad tiene género masculino. La Real Academia Española ha admitido recientemente el vocablo en el diccionario y le ha asignado el género femenino usual: la yihad.

5. La religión de Mahoma, en comparación con las demás, presenta en su origen la singularidad de introducir, justificar y sacralizar el motivo ideológico-religioso como causa de guerra.

6. Ideas como esta denotan la confusión en que están sumidos. Esgrimen la «civilización islámica», pero esta no puede esencializarse, ya que la historia muestra una sucesión de épocas con paradigmas diferenciados: los cuatro califas bien guiados de Medina (desde 632); el imperio árabe de los califas omeyas de Damasco (desde 661); el imperio del islam como religión universal, del califato abasí de Bagdad (750-1258); y, tras la irrupción de los mongoles (1258), se formaron tres principales imperios: el imperio otomano turco (1281-1923), el imperio safávida persa (1501-1722) y el imperio mogol indio (1526-1857). Pues bien, la época de esplendor de la civilización musulmana coincide precisamente con el califato abasí, que es denostado por los fundamentalistas, mientras ensalzan como edad de oro la de los cuatro primeros califas. Además, entienden la regeneración como una «vuelta al Corán» y nunca como una vuelta a los principios que generaron la civilización musulmana, entre 750 y 1250, incluyendo a sabios racionalistas como al-Farabi (+950), al-Razi (+955), Ibn Miskawayh (+1030), Ibn al-Haytam (+1040) e Ibn Rushd (+1198). Lo cierto es que en tiempos de los califas de Medina no existía aún ninguna civilización musulmana. Por otra parte, cabe observar que la «civilización musulmana» no tuvo nada específicamente árabe, salvo la lengua, que luego, desde mediados del siglo XIII, fue desplazada en buena medida en los imperios turco, persa e indio. Incluso, siguiendo a Ibn Warraq, se podría argumentar que no tuvo nada específicamente islámico salvo el propio islam en cuanto ideología del poder, que más bien acabó coartando y anquilosando la civilización a partir del siglo XIII, cuando el fijismo de las escuelas hizo abortar toda innovación. De modo que algunos autores dudan de que sea exacto hablar de «aportación civilizadora del islam», pues habría tomado los elementos civilizatorios de Bizancio, Persia e India.

7. Están muy bien documentados los análisis de Fernando Reinares, autor de Terrorismo global y de interesantes artículos en El País, investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de ciencia política en la Universidad Rey Juan Carlos.