Los dilemas del
islam
8. Vía de la
reforma
del islam
PEDRO
GÓMEZ
|
1. La reforma modernizadora del islam
2. Los desafíos que deben afrontar los
reformadores
3. La incertidumbre frente al futuro
del islam
Manifiesto de musulmanes por la
laicidad
Afortunadamente,
existen pensadores que
proponen una verdadera reforma del islam. Postulan una
ilustración
islámica, la obliteración o reinterpretación de los componentes
arcaicos y
yihadistas que hay en la charía, las sentencias mahométicas y
el Corán,
así como el abandono del islamismo político para ir hacia un islam
progresista
y democrático, el reconocimiento de los derechos humanos universales,
la
autonomía de la razón humana, la integración en la civilización
planetaria.
Porque «la alternativa al islamismo radical no se encuentra en la
ambigüedad de
las corrientes formal o realmente ‘moderadas’, sino en la nueva
Ilustración que
puede surgir de un islam democrático y progresista» (Antonio Elorza, El
País,
20 de septiembre de 2010, pág. 23). Esta es una apuesta extremadamente
difícil
de afrontar. Se exponen a que, de inmediato, el peso del islam
dominante caiga
sobre ellos, con su inquisición (hisba), encargada de velar por
la
íntegra observancia de las leyes divinas: serán acusados de atentar
contra el
islam. A pesar de todo, han surgido y están ahí para impedir la
expansión del
islamismo fanático:
«Los
reformistas existen y
se hacen oír: los conozco y he conversado con ellos tanto en Irán, como
en
Oriente Próximo y el Magreb. Son a la vez demócratas y musulmanes,
niegan con
su ejemplo el choque de civilizaciones –reivindican
los derechos establecidos por la
Carta Fundacional de Naciones Unidas y promueven asociaciones en las
que las
mujeres desempeñan un papel muy activo–.
Son ellas y ellos los que buscan una
alianza o buen entendimiento con quienes comparten sus valores, sin
desanimarse
por la hostilidad o inercia de sus compatriotas» (Juan Goytisolo, El
País,
8 de enero de 2010, pág. 25).
1.
La reforma
modernizadora del islam
En efecto, se está
librando una descomunal
batalla cultural y teológica por la reforma, en el seno de las
sociedades
islámicas. Grandes intelectuales de la generación mayor y sus
discípulos llevan
adelante una «contraofensiva modernista», según la ha denominado Sami
Naïr. Sus
objetivos son la sociedad democrática y la renovación del islam,
concebido como
un modo de vida actual, pero no como religión del Estado. Plantean
preguntas
molestas, valientes y decisivas, como estas:
«¿Se
habría desarrollado el
integrismo si las sociedades musulmanas hubieran emprendido una reforma
religiosa? ¿No está el sunismo conservador tan profundamente enraizado
en la
cultura espontánea de los creyentes que frena todo avance? ¿Es el
laicismo un
invento superficial de Occidente, o más bien la vía de paso
obligatoria, desde
luego adaptada a las condiciones particulares del mundo musulmán, para
llegar a
la modernidad? ¿Puede la mujer acceder al estatus de sujeto de derecho
en
igualdad con el hombre, cuando sigue atrapada en las redes del derecho
musulmán? ¿Es posible la democracia, cuando siguen existiendo poderes
que
pretenden encarnar la ‘verdadera’ religión prohibiendo, de hecho, un
trato
igualitario hacia los no musulmanes? ¿Es la apostasía un crimen contra
el
islam, como afirma el sunismo conservador mayoritario, o está vinculada
a la
libertad de conciencia y a los derechos humanos?» (Sami Naïr, El
País,
10 de agosto de 2009, pág. 6).
Es imprescindible
hacer una exploración de
los principales exponentes de esta evolución reformadora que se ha
registrado,
desde el siglo XIX, pero sobre todo durante el último medio siglo, no
solo en
el mundo árabe, sino en el mundo islámico en general. Emprendamos,
pues, un
viaje intelectual a través de las diferentes áreas culturales que se
aprecian
en el mundo islámico, del Magreb hasta el sureste asiático. Consignaré
sumariamente un elenco de pensadores significativos, no siempre
reformistas
consecuentes, indicando algunas de sus ideas y sus obras más
destacadas. La
mayoría de estos autores son completamente desconocidos para los
europeos y,
lamentablemente, también lo son casi todos para la inmensa mayoría de
los
musulmanes.
En los países
árabes
En Marruecos, quizá
la personalidad más
representativa sea el filósofo contemporáneo Mohamed Ábed al-Yabri
(1935-2010).
Sus obras Crítica de la razón árabe (1994) y El legado de
la
filosofía árabe (2001) están traducidas al español. En sus libros
más
recientes, Introducción al Corán (2006) y La comprensión
del Corán
(2008) se atreve a abordar los fundamentos espirituales de todo el
sistema
islámico. Yabri lleva a cabo un análisis sistemático y riguroso de la
dogmática
islámica tradicional; se propone una apertura a la Ilustración, el
progreso y
la democracia, en el marco de la modernidad planetaria; recupera el
legado
racionalista del islam clásico (especialmente encarnado por Ibn Rushd,
en Al
Ándalus, que estableció una autonomía metódica de la racionalidad
filosófica
con respecto a la religión), reivindicando un averroísmo moderno para
renovar
el pensamiento árabe musulmán; aplica los métodos histórico-críticos al
Corán,
para alcanzar una inteligibilidad más correcta. En su obra La razón
política
en el islam ayer y hoy (2007), expone la necesidad de buscar en el
propio
patrimonio cultural los cimientos para luego asentar, sobre ellos, e
incorporar
los logros de la modernidad:
«Nuestra
estrategia tiene
dos aspectos complementarios: criticar, reorganizar y reconstruir
nuestro
patrimonio cultural (turath),
mezclando todas las tendencias; y
trabajar
para dar fundamento a los valores de la modernidad en el seno de
nuestra
cultura. Se trata, en primer lugar, de reescribir nuestra historia
cultural con
un espíritu crítico científico. (...)
Debemos
esforzarnos por aclimatar y refundar en nuestra cultura la problemática
de
nuestro tiempo y los valores de la modernidad, buscando raíces que
puedan
cimentarlos en nuestra conciencia religiosa, moral y cultural general»
(Yabri
2007, págs. 9-10).
En consecuencia,
lejos de la nostalgia del
salafismo y el islamismo fundamentalista, que comportan una profunda
regresión,
la única salida constructiva pasa por la separación entre lo espiritual
y lo
temporal y la implantación de la democracia:
«No
existe ningún texto
jurídico, ni en el Corán ni
en la sunna, que legislen
la cuestión
del gobierno, cuestión que evidentemente ha de ser resuelta según los
datos de
cada época. Hoy día, no hay mejor arma que la democracia moderna,
patrimonio
común de toda la humanidad» (Yabri 2007, pág. 15).
A partir de la
herencia religiosa islámica,
considerada desde una perspectiva crítica y progresista, Yabri quiere
propiciar
una modernización de los planteamientos y la mentalidad, que interactúe
con la
producción de los cambios necesarios en todos los niveles del sistema
social:
«El
pensamiento árabe
contemporáneo tiene como misión operar las transformaciones siguientes:
- Transformar el sistema
tribal en un
régimen civil político y social (partidos, sindicatos, asociaciones,
instituciones constitucionales, etc.). Sería necesario, en suma, crear
una
sociedad fundada en la separación neta entre el establishment político
(el Estado y sus organismos) y la sociedad civil (instituciones y
organismos de
carácter social independientes del aparato del Estado).
- Transformar el botín en
una economía
fiscal, de manera que la economía rentista dominante en la mayor parte
de los
países árabes se convierta en una economía productiva, asegurada por la
creación de una comunidad regional árabe.
- Transformar el dogma en
simple
opinión, estableciendo la libertad de pensamiento y el derecho a la
diferencia,
y emancipándose del yugo del pensamiento doctrinal, sectario y de grupo
(religioso, partidista o étnico) y, por lo tanto, dar rienda suelta a
la razón
y al espíritu crítico» (Yabri 2007, pág. 319).
De Argelia,
mencionaré a Mohamed Arkoun
(1928-2010), uno de los más prestigiosos especialistas en estudios
islámicos.
Sus esfuerzos estuvieron dirigidos a promover nuevas investigaciones
con vistas
a una comprensión del hecho religioso, liberada de los
enclaustramientos
dogmáticos heredados. Entre sus obras, cabe destacar Lecturas del
Corán
(1982), Para una crítica de la razón islámica (1984) y Humanismo
e
islam. Combates y propuestas (2005). Su enfoque es muy crítico con
las
deficiencias de la tradición teológica, estancada, ideologizada y
renuente ante
los avances producidos en los saberes humanos de nuestra época: la
lingüística,
la psicología, la sociología, la antropología, la historia y la
filosofía. Por
su parte, aplica a la islamología las herramientas epistemológicas y
metodológicas de esas ciencias. Nos ofrece una visión inédita del
Corán, que lo
entiende como un texto abierto que nunca debe cerrarse definitivamente
en
ninguna interpretación ortodoxa, como ocurrió con las escuelas
musulmanas
clásicas, que no son sino una petrificación de movimientos ideológicos
que
sirvieron de legitimación al poder de determinados grupos sociales
dominantes.
Esta liberación hermenéutica de las fuentes despeja el camino para
fundamentar
la reforma del islam y promover la evolución de los musulmanes hacia un
islam
moderno, ilustrado y humanista.
En Túnez, merece
reconocimiento el
historiador y filósofo Hisham Djait (1935-), que reflexiona sobre los
problemas
del mundo arabomusulmán para acceder a los tiempos modernos. Su
propuesta
estriba en una reforma del islam, tomando lo mejor de la tecnología y
el
pensamiento de la modernidad. Entre sus publicaciones destaca una
biografía, Mahoma
el profeta (2001) y La crisis de la cultura islámica (2004).
Destaca también
Mohammed Talbi (1921-), islamólogo
tunecino, promotor de una lectura crítica del Corán, que sepa discernir
la
intencionalidad del texto y distinguirla de los juicios formulados en
una época
agitada, ya lejana. Entre sus libros: Alegato por un islam moderno
(1998) y Mi religión es la libertad (2011).
En fin, el filósofo
y antropólogo tunecino
Youssef Seddik (1943-), especialista en antropología del Corán, ha
publicado
obras como El Corán. Otra lectura, otra traducción (2002) y Nunca
hemos leído el Corán (2004). Sostiene que todo musulmán está
plenamente
legitimado para releer e interpretar el Corán, desde su propia razón
personal,
con una mirada nueva y libre de los prejuicios tradicionales.
En Egipto, ya en el
siglo XIX, encontramos al
que puede considerarse como fundador del modernismo islámico, Muhammad
Abduh
(1849-1905), que preconiza una especie de neomutazilismo. En su Tratado
sobre la unicidad de Dios (1897), argumenta a favor de la ciencia
moderna,
el libre albedrío, la justicia social y la adaptación de las leyes al
régimen
liberal, que cree plenamente acordes con el islam, cuya tradición debe
reformarse, aunque esto conlleve el enfrentamiento con las rígidas
estructuras
religiosas establecidas e incluso contravenga la liberalidad de los
textos
sagrados. Discípulo suyo es Ali Abdel Raziq (1888-1966), promotor del
reformismo teológico y abanderado del laicismo islámico. Su principal
obra es El
islam y los fundamentos del poder (1925). En ella, defiende la
tesis de que
los musulmanes pueden ponerse de acuerdo libremente sobre el tipo de
gobierno,
con tal de que sirva al interés general y al bienestar de la sociedad.
Argüía,
en un momento en que el califato acababa de ser abolido por Kemal, que
ni el
Corán ni la zuna de Mahoma se pronuncian acerca del gobierno en forma
de
califato, ni de ninguna otra fórmula islamista; que tampoco hubo nunca
un
consenso acerca de la necesidad del califato; y que la experiencia
histórica
demuestra que el califato ha acarreado incontables desastres a la
comunidad
musulmana. De ahí que no haya ni un principio religioso, ni un
argumento
racional, para el restablecimiento del califato, o para impedir otro
tipo de
Estado, posiblemente democrático y basado en la separación de poderes.
La
separación entre el Estado y el islam –según él– debe proteger a los
musulmanes
del abuso político de la religión.
Pero en Egipto
destaca, sobre todo, Nasr
Hamid Abu Zayd (1943-2010), pensador y teólogo progresista, que criticó
valientemente la fosilización del discurso religioso en su obra Crítica
del
discurso islámico (1995), poniendo en entredicho las estructuras
doctrinales y jurídicas establecidas, obcecadas en su versión
literalista y
dogmática del islam. Esta denuncia le costó, ese mismo año, ser
condenado por
apostasía y tener que exiliarse. Entre sus libros más recientes están Repensando
el Corán: Hacia una hermenéutica humanista (2004) y Reforma del
pensamiento islámico: Análisis histórico-crítico (2006). Al español
se ha
traducido El Corán y el futuro del islam (2009). En su proyecto
de una
«hermenéutica humanista» del Corán, emplea lógicamente métodos
histórico-críticos, en particular una crítica textual que concibe el
texto
coránico como un discurso producido en el tiempo histórico. Es
indispensable
entender el texto en su relación dialógica, inicialmente oral, con unos
hechos
e inquietudes particulares, a los que trata de responder. Y en
consecuencia, en
cada época y lugar, los creyentes han de replantearse y renovar su
significación, distinguiendo entre el núcleo del mensaje islámico y los
significados
formulados en situaciones concretas, que son cambiantes y que requieren
un
trabajo de reinterpretación incesante. La contingencia inherente a toda
interpretación humana permite y requiere la actualización continua del
Corán,
si es que este ha de poder desempeñar un papel constructivo en la vida
y la
cultura de los musulmanes.
En Siria, nació
Muhammad Shahrur (1938-),
pensador islámico ilustrado, representante del islam modernizador y
reformista.
Se adscribe a la corriente de los musulmanes partidarios de «solo el
Corán»,
rechazando además la exégesis tradicional como no científica. Ha
publicado El
Libro y el Corán: una lectura contemporánea (1990), Hacia
nuevos
fundamentos de la jurisprudencia islámica: la cuestión de la mujer
(2000), Las
historias del Corán: una lectura contemporánea, I (2010). Su
interpretación
humanista y modernista del Corán parte de un análisis de la lengua
árabe del
siglo VII, en la que se escribió. Cree que es compatible con las
posiciones
democráticas y el pluralismo. En 2004, formó parte de un grupo de
intelectuales
del mundo islámico que llamaron a una reinterpretación radical de los
textos
sagrados, tras un seminario titulado «Islam y reforma», en El Cairo.
Dos
reputados académicos de la Universidad de Al Azhar lo declararon
apóstata.
En África
subsahariana
En Sudán, sobresale
la imponente figura de
Mahmoud Mohamed Taha (1909-1985), teólogo, pacifista y personalidad
política
muy influyente. Sus ideas desarrollaron una comprensión abierta del
significado
del Corán. Su movimiento político luchó por la reforma liberal de la
sociedad
sudanesa, uniendo republicanismo e islam, y oponiéndose insistentemente
a la
implantación de la charía. Tras la guerra de los Seis Días, fue
el
primero en proponer un diálogo directo entre los Estados árabes y el
Estado de
Israel, para una coexistencia pacífica. Cuando, en Sudán, finalmente,
se impuso
la charía en 1983, Taha fue acusado de apostasía, juzgado de
forma
siniestra y ahorcado. Su principal obra teórica es El segundo
mensaje del
islam (1967). Demuestra que, en la predicación de Mahoma, existe
una
diferencia fundamental entre el período de La Meca, en el que formula
las
creencias y los principios éticos, y el período de Medina, que es una
experiencia histórica en un contexto determinado. Y defiende la tesis
de que
los musulmanes deben dar mayor importancia el primer período.
De Sudán procede
Abdullahi Ahmed An‑Na'im,
profesor, especialista en derechos humanos, muy influenciado por el
movimiento
reformador islámico de Mahmoud Taha. Es autor de Hacia una reforma
islámica:
Libertades civiles, derechos humanos y derecho internacional (1990)
y El
islam y el Estado laico: Negociando el futuro de la ‘charía’
(2008). Su
argumentación va en el sentido de superar la dicotomía entre la
religión
islámica y el mundo secular moderno, de modo que se logre una sinergia
positiva
entre derechos humanos, laicidad y religión. A su juicio: «Las
divisiones no
son entre islam y sociedad occidental, la brecha está entre las
personas que
tienen diferentes valores. Debemos promover conexiones entre las
personas que
quieren contribuir a los valores humanos. Las personas que comparten
ese
compromiso pueden colaborar traspasando las divisiones culturales»
(An-Na'im: http://www.law.emory.edu/aannaim/
). En 2008, participó
en una conferencia titulada «Celebración de la herejía: Pensamiento
crítico
para la reforma islámica», en Atlanta, Estados Unidos. Pretendía
promover el
debate y la discrepancia con los puntos de vista establecidos, como
medio para suscitar
un pensamiento crítico e innovador, a fin de avanzar hacia una reforma
real y
efectiva del islam.
En el ámbito
turco
En Turquía, país
musulmán, pero no árabe, no
había una corriente islámica reformista, en contraste con el
secularismo
oficial implantado desde los años veinte del siglo XX, y quizá a
consecuencia
de esto mismo. Solo recientemente, en medio del auge del islamismo
ahora en el
Gobierno, se está desarrollando una escuela para la moderna exégesis
coránica.
Representante suyo es Ömer Özsoy (1963-), profesor de exégesis del
Corán, en la
Facultad de Teología de la Universidad de Ankara, a la vez que
investigador en
cultura y religión islámica en varias universidades alemanas. Ha
publicado El
Corán por temas. Índice sistemático del Corán (1996), Historia
del texto
del Corán. Ensayo introductorio (2003) y Escritos sobre la
historicidad
del Corán (2004).
También turco, Yaşar Nuri Öztürk
(1951-) es un
teólogo, jurista y político que propaga una interpretación del islam de
signo
laico y socialdemócrata. Pionero del movimiento crítico de «retorno al
Corán»,
considerado como la única fuente del verdadero islam, hizo una nueva
traducción
del Corán al turco, en 1993, con múltiples ediciones desde entonces.
Entre sus
obras escritas, sobresale El islam del Corán (1992) y La
distorsión
del Islam. Una crítica de la historia del pensamiento islámico
(2007).
Algunos han hablado de un «islam turco», o de europeización del islam
turco,
delimitando diferentes áreas culturales en el mundo islámico (árabe,
turca,
persa, etc.).
En Asia
central
En India, hallamos
un precursor
importante en Muhammad Iqbal (1877-1938), poeta, filósofo y político,
autor de La
reconstrucción del pensamiento religioso en el islam (1930). Este
título
constituye quizá la obra fundamental del reformismo islámico, en la
primera
mitad del siglo XX. Intenta reflexionar a fondo sobre los desafíos
planteados
por la modernidad, sin abandonar la propia tradición del islam, para lo
que
busca tender puentes y dialogar con los pensadores europeos
contemporáneos.
Concibe la estructura del islam con un enfoque evolutivo y trata de
fundamentar
la necesidad de su permanente apertura, apostando por un compromiso
simultáneo,
tanto con la fe en el mensaje coránico, como con la igualdad, la
libertad y la
solidaridad, valores humanos universalmente válidos y basados en la
razón.
En Pakistán
(separado de India desde 1947),
el pensador musulmán Fazlur Rahman (1919-1982) es autor de El islam
y la
modernidad: Transformación de una tradición intelectual (1982), Los
principales temas del Corán (1994). Se esforzó por abrir el islam
clásico a
una reforma moderna, tanto en el aspecto teórico como en el político.
En el Sureste
asiático
En Indonesia, cabe
citar como figura de signo
reformador a Ahmad Dahlan (1868-1923), inspirado en el egipcio Muhammad
Abduh.
Fue el fundador de la Muhammadiyah, importante organización
sociorreligiosa y
educativa de orientación a la vez islámica y modernizadora (que cuenta
en la
actualidad con más de 20 millones de miembros). Dirigió su pensamiento
y su
actividad a la creación de un islam renovado, más puro y a la altura
del mundo
moderno. Para ello, abogó en defensa de la interpretación individual
del Corán
y la tradición, anteponiendo la autoridad del Corán y los hadices
frente a la charía de las escuelas impuesta por los ulemas.
En el espacio
persa
Si nos preguntamos
por el ámbito del chiismo iraní, allí encontraremos
también propuestas reformadoras, reprimidas férreamente por los
«guardianes de
la revolución». El pensador iraní Abdolkarim Soroush (1945-) plantea
con
libertad y profundidad la tarea de revisión del islam tradicional, en
estrecha
relación con el debate político. De sus publicaciones, cabe destacar Razón,
libertad y democracia en el islam (2000), Tratado sobre la
tolerancia
(2004) y Carta abierta al líder supremo Alí Jamenei (2009).
Frente a la
utopía totalitaria islamista, argumenta que la fe, la razón, la
libertad y la
individualidad son inseparables. La libertad antecede a todo lo demás,
porque
la misma fe es una elección libre del individuo. La religiosidad
impuesta desde
el poder, como ocurre en el Estado islámico, contradice lo que debe ser
el
fundamento del islam como sumisión libre a Dios. No se puede exigir a
todo el
mundo que crea en el mismo Dios y de la misma manera, y que cumpla los
preceptos de ese Dios. La mejor solución es la tolerancia: una esfera
pública
abierta a la coexistencia de personas religiosas y laicistas, aceptando
el
pluralismo, de modo que se superen los antagonismos derivados de la
desigualdad
de derechos y de la imposición de creencias a los demás. Soroush
propone la vía
de una sociedad secular que no postergue la religión. En definitiva,
los
valores sobre los que se funda una constitución democrática pueden
tener un
origen religioso, que se encuentran en el islam (lo mismo que en los
países
occidentales tienen un origen cristiano), a condición de liberarlo de
su corsé
integrista. Esta convergencia no significa, en absoluto, que la
legitimidad de
los derechos humanos y civiles deba extraerse de los textos sagrados.
La
democracia cuenta con su propia justificación, para la que bastan la
razón y la
experiencia histórica. Todo esto requiere una reforma a fondo en el
modo de
entender la religión, una nueva comprensión del islam.
Otro pensador
iraní, Ramin Jahanbegloo
(1956-), filósofo y buen conocedor del pensamiento occidental moderno,
conocido
por sus críticas al fundamentalismo del Gobierno, fue arrestado en
Teherán, en
2006. Liberado gracias a las presiones internacionales, es actualmente
profesor
de ciencias políticas en la Universidad de Toronto. Ha publicado El
choque
de intolerancias (2007). Jahanbegloo propugna una evolución, que
según él
se está dando, hacia un «secularismo musulmán», consistente en que el
islam
avance hacia su propia integración de los derechos humanos y la
democracia. En
este sentido, habla de «posislamismo», refiriéndose a la conciliación
del islam
como credo, no como ideología, con la modernidad. Esto supone
descalificar la
violencia religiosa y el islamismo político de los integristas, pero
también
superar el laicismo secularista y dogmático, que reniega de la religión.
El problema es
«cómo vamos a conciliar el
reconocimiento de la religión como parte integrante del espacio público
con el
mantenimiento del principio universalista de que todos los seres
humanos son
iguales» (Jahanbegloo 2010, pág. 41), es decir, cómo compatibilizar los
valores
de una tradición religiosa particular con los derechos humanos
universales.
Piensa que esta cuestión no afecta a la fe, sino la interpretación de
la
comunidad de creyentes, que a menudo convierten la fe en ideología. La
polarización entre lo religioso y lo laico debe cesar, pues la laicidad
radica
en un «mecanismo institucional que sirve para salvaguardar la libertad
religiosa» y, por otra parte, la religión, a partir de su idea de la
dignidad
humana, puede sintonizar con los valores democráticos, que traducen a
su manera
valores y orientaciones de la tradición espiritual. Una sociedad
completamente
secularizada tiene tan poco sentido como una sociedad teocrática. La
renovación
de la sensibilidad islámica deberá abrirse a la democracia, a partir de
su
propia experiencia:
«El
fenómeno del posislamismo constituye una empresa destinada a
fundir
derechos laicos y creencias
religiosas en algunas partes del mundo islámico. Es cierto que la
aparición del posislamismo no supone necesariamente el fin
del islamismo político,
pero sí el nacimiento de una interpretación islámica del laicismo
político que
adopta los principios de los derechos humanos y el sistema democrático.
Dicho
de otro modo, el mundo musulmán está a punto de abrazar una versión del
secularismo político acorde con su personalidad islámica» (Jahanbegloo
2010,
pág. 42).
Este pensador
indica con claridad la
dirección deseable: crear en el mundo musulmán una sociedad civil que
acierte a
armonizar, de forma pacífica, la espiritualidad del islam con los
valores
seculares de la modernidad. Para él, esto exige salvar los escollos que
impiden
una reconciliación con Occidente. Jahanbegloo intenta mediar para
desmontar el
miedo y el odio, basado en estereotipos e informaciones erróneas, que
enturbia
las relaciones entre musulmanes y occidentales, a causa de una
intolerancia
simétrica. Los primeros deberían prestar más atención al «carácter
heterogéneo
del mundo occidental», que no se reduce a gente inmoral, individualista
y
hedonista; mientras que los segundos deberían entender que la religión
islámica
no es «una cultura totalitaria que comporta una amenaza», ni es un
bloque
monolítico de gente irracional, violenta, amenazadora y reacia al
cambio. Ante
todo, hay que rechazar decididamente los extremismos
de unos y otros, apelando a la concordia y mirando a las actitudes
positivas:
«Muchos musulmanes del mundo han alzado realmente su voz contra la
violencia,
defendiendo igualmente soluciones espirituales y no violentas como el
diálogo y
la paz. Pero no han logrado contener la marea. Son voces que es preciso
escuchar,
amplificar y enseñar, tanto en Occidente como en el mundo musulmán»
(Jahanbegloo 2011, pág. 23).
Más acá de los
países de mayoría musulmana,
es interesante tomar nota de lo que ocurre en Europa, entre los
musulmanes
progresistas de Francia, donde hay una generación joven que urge
reformas. A
ella pertenece Soheib Bencheikh (1961-), investigador en ciencias
religiosas.
Ha publicado Desacralizar el derecho musulmán (1998) y El
islam ante
la laicidad francesa (1999). Aunque se declara laico, trabaja para
que el
islam se sitúe a la altura de nuestro tiempo y abandone los
anacronismos
causados por la sacralización de las antiguas interpretaciones. Opina
que, si
el islam no se pone al día, quedará al margen de la sociedad moderna.
La antropóloga de
la religión Dounia Bouzar
(1964-), está interesada por el estudio de campo y el análisis sobre el
islam
en la sociedad francesa de hoy, con vistas a facilitar la integración
de los
franceses de religión musulmana. En esta línea, ha publicado ¿Qué
educación
ante el radicalismo religioso? (2006) y La República o el
burka: Los
servicios públicos ante el islam manipulado (2010).
Finalmente, destaca
el filósofo de la
religión Abdennour Bidar (1971-), partidario de propiciar las
mutaciones que el
islam contemporáneo necesita para adaptarse a las circunstancias
sociales e
intelectuales de nuestro mundo. Sus libros: Un islam para nuestro
tiempo
(2004), El islam sin sumisión (2008) y El islam ante la
muerte de
Dios (2010). Lleva a cabo un análisis original del Corán,
proponiendo
nuevas interpretaciones teológicas y antropológicas, de manera que se
pueda
conciliar la práctica del islam, entendido ahora como opción personal,
con la
libertad de conciencia. Todo debe ser repensado. El islam de los
fundamentalistas
le parece patológico. Los musulmanes demócratas deben desmarcarse de
los
islamistas y testimoniar la existencia de un islam diferente: un «islam
de
responsabilidad personal», un islam despolitizado. Piensa que solo la
democratización de los musulmanes podrá solucionar el problema del
islamismo. Y
que no hay que esperar, sino comenzar a tener un islam democrático aquí
y
ahora, optando individualmente y educando a los hijos. Bidar no se anda
con
rodeos. Propone un planteamiento global y claro. Hay que revisar
autocríticamente y reformar el islam a la luz de la declaración de los
derechos
del hombre. No tiene sentido hacer una declaración alternativa, sino
reconocer
la universalidad de la declaración de la ONU. Hay que expurgar todo
aquello que
sea incompatible con los derechos humanos, ya proceda del Corán, la
tradición o
la costumbre. De manera que han de declararse nulas todas las aleyas
contrarias
a esos derechos (véase el vídeo Ces musulmans que disent non à
l'islamisme,
2007). Por ejemplo, las aleyas sobre los judíos, los cristianos, los
ateos o
los infieles; las aleyas sobre las mujeres. Se opone a la sacralización
del
Corán y a la cultura de la sumisión, reforzada por la interpretación
arcaica de
los integristas. Su visión mira a un islam ilustrado, tolerante y
moderno, de
espiritualidad interior y afirmación de la individualidad. En el plano
político, es el Estado de derecho el que debe imponerse: el mismo
derecho para
todos, en una sociedad plural. Para esto, los musulmanes demócratas han
de dar
la cara y organizarse a escala nacional e internacional.
La nómina de los
pensadores reformistas puede
ser mucho más amplia,
sin duda, y sus obras merecerían ser estudiadas, traducidas y
difundidas. De
estos reformadores musulmanes, por cierto, no se podría decir que no
aman al
islam, que son «islamófobos», por el hecho de ser críticos. Este
parecer
solamente podría ser el de los fundamentalistas, que, en efecto, los
han
perseguido, tachándolos de apóstatas y denigrando su pensamiento.
2.
Los
desafíos que deben afrontar los reformadores
La panorámica del
reformismo
islámico, que hemos repasado fugazmente, nos ofrece una multiplicidad
de
aportaciones. Cada uno de los pensadores presenta sus propios matices y
grados
de profundidad en la reforma, como es lógico. Pero todos apuntan en la
buena
dirección. Lo malo es que el islam progresista solo está en la cabeza y
los
libros de unos intelectuales, no en las calles, ni en las mezquitas. En
general, cuando hoy surgen movimientos sociales a favor de la
democracia, no
proceden de un islam reformado. Y son, más bien, los islamistas
barbudos
quienes se hacen visibles en las manifestaciones y cuentan con
organizaciones
políticas. En su conjunto, la realidad del mundo islámico aún se
muestra agitada
y dispersa, como observa Marc Ferro: «El problema determinante lo
constituye la
fractura en el interior de los mundos del islam. Entre islamistas
radicales y
moderados, entre islamistas y reformadores, entre reformadores y
laicos; entre
un poder autoritario que oprime y una parte de la población privada de
voz»
(Ferro 2002, pág. 201). Y los desequilibrios globales pueden agravar
más aún la
inestabilidad, no solo en esas sociedades, sino en el mundo entero.
Ahora bien, quedan
dos cuestiones pendientes,
que son decisivas. Primero, la difusión de esas ideas y propuestas
tendentes a
la modernización de la religión islámica, que apenas tienen incidencia
sobre
los musulmanes de a pie. Habría que conseguir que lleguen más allá de
los
reductos académicos y círculos de gente muy culta, porque,
lamentablemente, son
los tradicionalistas, los salafistas o los islamistas radicales quienes
dominan
las instituciones musulmanas y los medios que más inciden en la opinión
pública. Si lo moderno llega a las masas, no es en lo que respecta a la
religión, sino en otras dimensiones de la vida. La segunda cuestión
tiene que
ver con el hecho de que el mundo no lo mueven las ideas, por más que
estas
puedan intervenir en la orientación o desorientación de las dinámicas
sociales
y políticas. Ahora que, en varios países araboislámicos, se han
levantado
revueltas de reivindicación democrática, aún no se percibe por ninguna
parte
una liberación religiosa. De todos modos, si el proceso se consolida,
sería de
esperar que se creen condiciones más favorables para el reconocimiento
de la
libertad religiosa y para potenciar las reinterpretaciones del islam,
de su
tradición y sus fuentes. Quedan por vencer grandes obstáculos y por
realizar
enormes esfuerzos, con la finalidad de hacerlo compatible con la
conciencia
moderna y con la civilización planetaria en ciernes.
Una reforma del
islam, a fondo y sincera, y
no un mero arreglo cosmético de la tradición, será la clave decisiva de
la
modernización y la democratización de los musulmanes:
«Pero
¿qué probabilidad hay
de que en las sociedades islámicas del presente tenga lugar tal
reforma? ¿Puede
el islam instituir semejantes reformas y continuar siendo islam? En mi
opinión,
hay musulmanes liberales equivocados que quieren estar en misa y
repicando. Estos
liberales suelen argüir que el ‘verdadero’ islam es compatible con los
derechos
humanos, que el ‘verdadero’ islam es feminista, que el ‘verdadero’
islam es
igualitario, que el ‘verdadero’ islam tolera otras religiones y
creencias, y
así sucesivamente. A continuación, proceden a reinterpretar
‘libremente’ los
versículos embarazosos, intolerantes, belicosos y misóginos del Corán.
Pero la
honestidad intelectual no permite aceptar tales manipulaciones del
texto
sagrado; pues, si bien este da lugar tal vez a ciertas
reinterpretaciones, no
es infinitamente elástico» (Ibn Warraq 1995, pág. 19).
Desde luego, la
cuestión de la reforma
plantea un reto ingente. Ya en el siglo XIX, el orientalista William
Muir se
preguntaba si aún sería islam una fe reformada por musulmanes,
que
cuestione la autoridad divina de una parte del Corán y de la tradición
y que
utilice la razón a fin de discernir lo que es creíble para una
mentalidad
moderna. Pues bien, hemos enumerado una serie de pensadores musulmanes
del
siglo XX y XXI, altamente cualificados, que han respondido
afirmativamente, han
visto que la reforma del islam constituye una intrínseca necesidad
islámica y
han trabajado con ahínco para ofrecer su aportación.
Modernizar el islam
no es traicionarlo, sino
traducirlo en los términos del paradigma mental y social de nuestro
tiempo.
Aceptar la modernidad no equivale a sustituir un absoluto sagrado por
otro
profano. La modernidad no representa ningún absoluto, ni obliga a
ninguna
claudicación, ni debe sacralizarse. Todo lo contrario. Lejos de la
profanación
propia del secularismo agresivo, lejos de la sacralización propia del
fundamentalismo, no menos agresivo, de lo que se trata es de una
secularización
o laicidad democrática y pluralista, en la que tanto la razón autónoma
como la
fe reformada encuentren su lugar y su funcionalidad constructiva. Todos
necesitamos reconciliarnos con los nuevos tiempos que realmente corren
y buscar
juntos soluciones a los problemas globales que nos afectan como
humanidad. Y asumir
las responsabilidades y las incertidumbres de un futuro que no está
escrito en
ninguna parte.
Ni ulemas ni
ayatolás parecen capaces de
escapar de su jaula de leyes y amenazas, encerrados con esa llave
mental echada
que es la prohibición de toda innovación. Puede colegirse fácilmente,
frente a
las ortodoxias mayoritarias, que todas las propuestas de reforma del
islam
implican una reivindicación fundamental: la «puerta de la
interpretación» no
puede permanecer cerrada por más tiempo; en realidad, ya se ha abierto.
Tal
como señalan los reformistas, las lecturas tradicionales del Corán son
culturalmente conservadoras, tributarias de una época periclitada y
fatalmente
inadaptadas al mundo contemporáneo. No es sostenible ya la pretensión
de
derivar la legalidad desde la charía y desde una lectura
literal del
Corán o de algunas aleyas sueltas. Es imprescindible adoptar una
perspectiva
histórica de conjunto, tener en cuenta el contexto cultural de la
Arabia del
siglo VII, entender cómo se formularon aquellos preceptos y lo que allí
podrían
significar, analizar los cambios a lo largo de la historia, antes de
pronunciarse sobre su posible significado para hoy.
Es un hecho diáfano
que la interpretación del
Corán se fue decantando históricamente, a través de las distintas
escuelas
suníes y chiíes, hacia una interpretación cada vez más rigorista y
rígidamente
jurídica, que además se sacralizó, alejándose de las posibilidades de
una
interpretación racional y de una interpretación alegórica. Entre los
procedimientos para dar marcha atrás de las lecturas rigoristas y
devolver la
mayor importancia a los versículos coránicos que poseen un sesgo
pacífico y
tolerante, sería necesario promover una abrogación de la abrogación,
de
modo que, por ejemplo, la relativización de la aleya de la espada
(Corán 9,5)
libere el centenar de aleyas más dialogantes, supuestamente derogadas
por ella.
Será imperativo, como se ha indicado, flexibilizar o cancelar el
principio de
que toda innovación es una desviación del camino recto.
Es verdad que, en
el mundo islámico, no
existe una autoridad capaz de imponer una reforma, pero tampoco hay una
autoridad capaz de imponer el islam fundamentalista. Entonces, las
reformas
pueden ir abriéndose paso, a condición de que los textos sacralizados
empiecen
a mirarse y entenderse como referencia histórica, no como formulación
intemporal de la verdad absoluta.
Todo lo contrario del punto de vista del integrismo, esa especie de
fetichismo
de la profecía. Para pensar el futuro del islam no sirven ya las
escuelas
tradicionales, definitivamente anacrónicas a la altura de estos
tiempos. Igual
que ocurre en todas las tradiciones religiosas, cada generación –y
hasta cada
persona– tendrá que discernir qué hay de válido en los mensajes
antiguos
transmitidos, qué debe ser desechado o relativizado y qué es preciso
asumir de
los innegables avances científicos, éticos y políticos de la humanidad.
El islam no
constituye una esencia inmutable,
aunque la inmensa mayoría de los musulmanes del mundo así lo crean. No
existe
el islam en sí. El núcleo de la fe nunca se da como una esencia pura.
Se da
como una realidad histórica cambiante, que solo existe en formas
socioculturales, que conforman paradigmas y variantes. Hoy encontramos
las
tendencias tradicional, fundamentalista, acomodaticia y reformadora. Se
desarrollan siempre semejanzas y diferencias: y la razón humana es la
que debe
discernir, a la vista de sus análisis y de la experiencia práctica,
cuales son
preferibles y han de sobrevivir. Porque, de hecho, es la razón la que
decide,
incluso cuando se autoinmola ciegamente.
El mismo texto del
Corán, por muy noble y
sagrado que el creyente lo considere, tiene una génesis histórica. Su
escritura
entraña una relación complicada con un devenir histórico concreto y
datable.
Carece de sentido pretender negar la historia, anular el tiempo y
someter a los
humanos a una horma definitiva, concebida como pronunciamiento de una
voluntad
divina, perfecta, inmutable y absoluta, solamente susceptible de una
sempiterna
repetición. Para los musulmanes que desean adaptarse y salir del
estancamiento
secular del islam, un «retorno al Corán» mal orientado (es decir,
literalista)
podría atraparlos en la contradicción insuperable de pretender usar,
como
remedio a la situación de atraso, aquella actitud que ha sido su causa
fundamental. ¿Será posible admitir el carácter histórico y contingente
de lo
que, hasta ahora, se ha concebido como absoluto e increado? Los
pensadores
musulmanes reformadores enseñan que el Corán no está blindado ante la
reinterpretación racional y que admite la reformulación de sus
preceptos,
adaptándolos a los nuevos contextos sociales concretos.
Es vital abrir la
puerta para evolucionar
hacia una revisión y una reinterpretación de la escritura, que sea
compatible
con la conciencia moderna, con los derechos humanos universales y con
el
pluralismo propio de la sociedad democrática. La razón humana no puede
seguir empleándose
solo al servicio del dogma y de la norma congelados en un momento del
pasado,
como si su cometido fuera defender a ultranza y servilmente al poder,
en vez de
buscar la verdad. Todo ser humano que asiente a lo que repugna a su
razón se
degrada a sí mismo y ofende a quien lo creó con capacidad de razonar. Y
razonar
conlleva en su ejercicio el dudar, preguntar, problematizar,
contextualizar,
autocriticarse, alcanzar verdades; pero nunca apoderándose de la Verdad
última
y absoluta. Lo razonable es no fiarse de ninguna autoridad que pretenda
sustraerse a la verificación de sus argumentos y sus pruebas, porque
solo estos
confieren verdadera autoridad.
Lo que está en
juego es cual ha de ser el
islam del futuro, cómo debe reformularse y adaptarse, cómo se puede
difundir,
de manera que vaya calando en las mentes y los comportamientos
cotidianos de
los musulmanes, en sus instituciones, en su sistema educativo y
religioso.
Esperemos que llegue pronto el amanecer sobre el sombrío horizonte en
el que
los intelectuales y demócratas musulmanes, por el simple hecho de
exponer sus
ideas, arriesgan su libertad y sus vidas.
3.
La
incertidumbre frente al futuro del
islam
En una mirada
retrospectiva y sintetizando al
máximo, lo cierto es, nos guste o no, que el sistema islámico acabó
históricamente constituyendo en su núcleo duro un mecanismo de
dominación
por la fuerza, de propensión imperial y predatoria, junto a una
religión
que ejercía como ideología de legitimación sagrada de dicho
dominio. En
la práctica, ese mecanismo se materializó en una triple estrategia de
combate o yihad, que expuesta descarnadamente se
propone: 1º) el exterminio de los
no creyentes que ofrezcan resistencia, a los que es lícito asesinar y
esclavizar, capturando su patrimonio como botín; 2º) el expolio, según
la ley,
de los semicreyentes, judíos y cristianos (dimma); y 3º) el
sometimiento
absoluto de los musulmanes al poder teocrático (la umma bajo
la charía).
Todo esto lo han defendido tradicionalmente los musulmanes, como algo
instituido en el Corán, por voluntad indiscutible e inapelable de Alá,
y luego
desarrollado y reforzado en las sentencias de Mahoma. Ninguna escuela
de
jurisprudencia islámica lo ha puesto nunca en cuestión. En
contrapartida, hoy
observamos frecuentes maniobras de ocultamiento, mistificación e
idealización
engañosa. Son tan masivas en los medios de difusión musulmanes, por
ejemplo, en
muchos libros publicados y en incontables páginas digitales,
especialmente en
Europa, que solo la asunción del más obtuso irracionalismo parecería
explicarlo. La necesidad de exponer falsedades, o medias verdades,
autojustificatorias parece un rasgo inherente a cierto tipo de
conciencia
musulmana, que tampoco excluye el previo autoengaño, protector de la
buena fe
subjetiva.
La legitimación
suprema de ese dispositivo de
acción tiene como finalidad última y declarada la hegemonía mundial de
la umma o comunidad religioso-política musulmana, o lo
que es lo mismo, la
imposición universal de la religión (din) de Alá, la única
verdadera. Se
trata de un proyecto reemprendido siempre que las condiciones de
debilidad de
los otros le permiten salir de la fase de latencia. Los musulmanes solo
deben
proponer la paz cuando no son los más fuertes (véase Corán 47,35). Ese
proyecto
se ha realizado en formas cambiantes, dentro de los umbrales de las
diferentes
épocas históricas. En los tiempos fundacionales, fue la dominación del
clan de
Mahoma y sus fieles compañeros sobre las tribus árabes. A continuación,
bajo
los primeros califas y durante el califato omeya, fue la dominación de
los
árabes sobre los territorios conquistados y ocupados. Luego, durante el
califato abasí, que otorgó igualdad de derechos a las gentes musulmanas
de
origen no árabe, fue la dominación musulmana sobre la población no
musulmana.
Más tarde, el mismo esquema se reeditó en los tres imperios modernos:
el
otomano de Turquía, el safawí de Persia y el mogol de India, hasta su
respectivo declive. La propensión de los resurgimientos
fundamentalistas va en
el mismo sentido, variando solo la época que idealizan en su
imaginación, como
referente predilecto para su particular utopía islámica.
El problema, en
Europa y en España, no es
tanto el incremento demográfico de los inmigrantes, sino el fracaso de
la
política cultural y educativa de los Estados. Las pautas culturales,
como las
creencias y prácticas religiosas, no se codifican en los genes,
evidentemente,
sino en los cerebros. Por eso, la clave reside en la educación, depende
de la
eficiencia y la orientación del sistema educativo y de la asunción de
responsabilidades por parte de los medios de comunicación social. Las
herencias
culturales tradicionales y antimodernas no deberían recibir
financiación pública,
aunque resultaran inocuas para la convivencia social; pero si resultan
nocivas,
como es de temer, deberían ser desacreditadas en debates abiertos y en
programas informativos y educativos.
Nadie sabe qué
acontecerá. Pero, si la reforma
del islam y la democratización de los musulmanes no llegaran a
producirse, el
tradicionalismo musulmán tiene muy poco que aportar a Europa. Según
Christopher
Caldwell, es previsible que solo sea capaz de aportar el islam. Y este,
en sus
formas tradicional, fundamentalista y acomodaticia, sería una rémora y
un
riesgo. Porque constituiría el caldo de cultivo para aquellas células
que
proyectan la demolición de la cultura occidental y sus instituciones,
desde
dentro. Una deriva en esa línea comportaría, incluso para los que no
quieren
ver, una fuente de incalculables penalidades que, en perspectiva
histórica,
amplificarían lo peor de lo ya acontecido en el pasado. Porque un islam
no
moderno y reformado no puede ser una religión europea en ningún sentido
coherente.
Si alguna vez, en los países europeos, triunfara un islam estancado en
su forma
actualmente mayoritaria, esto supondría, a todos los efectos y
antropológicamente hablando, el fin de Europa como cultura, la
defunción de la
humanidad europea.
El segundo
prologuista de la edición francesa
de Ibn Warraq, Pourquoi je ne sui pas musulman, concluye
lapidariamente:
«Existen musulmanes moderados, pero el islam no es una religión
moderada»
(1995b, pág. 22). Al menos, mientras no sea reformada –podemos añadir–.
En
cualquier caso, si ha de salvarse un mensaje de fe, habrá que estar
alerta
siempre –como alguien dijo– para que la fe viva de los muertos no se
convierta
en la fe muerta de los vivos.
A toda
transformación social le hace falta un relato convincente que
llegue a la conciencia
de las gentes y las
movilice. En este aspecto, los islamistas cuentan con un relato
tradicional,
que ellos potencian predicando una renovación que remite al Corán y la charía.
Cuentan con las mezquitas como red de difusión popular y masiva. Han
organizado
asociaciones de asistencia y partidos políticos. Son los mejor
situados. Por su
parte, los reformistas han articulado un relato moderno y democrático,
que
propone a la vez la revisión crítica del Corán y la tradición, pero
este relato
solo alcanza a una élite de intelectuales, no llega a la gente
corriente o poco
instruida. No influye en las mezquitas. Tampoco están organizados para
ayudar a
las necesidades y, si forman partidos políticos, son minoritarios y
desconectados de las masas. Por último, los aclimatadores ofrecen un
relato
ambiguo, por cuanto resulta parcialmente incoherente con la tradición
islámica
y también parcialmente incoherente con respecto a la modernización
política y
filosófica. Al querer distanciarse de algunos puntos de vista
tradicionales, se
alejan de las mayorías ancladas en el tradicionalismo. Y al no asumir
plenamente la modernidad y la razón crítica, por sus prevenciones
islámicas,
tampoco consiguen integrarse de verdad en el mundo moderno. Nadie sabe
cual de
estos relatos tendrá más futuro.
En balance, a pesar
de la larga historia de
confrontaciones, a pesar de la actual situación de conflictos
innumerables,
también hemos encontrado una pléyade de pensadores que trazan las
directrices
para la evolución y reforma del sistema islámico. En una mirada
prospectiva, no
está excluido que puedan germinar posibilidades de futuro. Como emblema
de
ello, me remitiré al planteamiento, sumamente amplio y constructivo
para la
renovación islámica, que bosqueja Hans Küng, al final de su obra El
islam.
Historia, presente, futuro. Allí, en la perspectiva de un cambio de
paradigma hacia la transmodernidad, al que todos estamos
abocados,
repasa las posibilidades de futuro en el orden jurídico islámico, en el
orden
estatal y político islámicos, en el orden económico islámico y en el
orden
islámico de la vida (véase Küng 2004, págs. 597-711), para concluir con
una
mirada esperanzadora.
MANIFIESTO DE
MUSULMANES POR LA LAICIDAD
El 5 de abril de
2007, en la Cumbre del Islam
Secular, bajo el patrocinio de la Institution for the Secularization of
Islamic
Society, un grupo de musulmanes laicos y personas laicas de sociedades
musulmanas hicieron pública la Declaración de San Petersburgo
(Florida),
cuyo texto sostiene:
«Somos
musulmanes laicos y personas laicas de sociedades musulmanas. Somos
creyentes,
escépticos y no creyentes, unidos por una gran lucha, no entre
Occidente y el
Islam, sino entre libertad y opresión.
Afirmamos
la
libertad inviolable de la conciencia individual. Creemos en la igualdad
de
todos los seres humanos.
Insistimos
en
la separación entre religión y Estado y en el cumplimiento de los
derechos
humanos universales.
Encontramos
tradiciones de libertad, racionalidad y tolerancia en la rica historia
de las
sociedades islámicas y preislámicas. Estos valores no pertenecen a
Occidente ni
a Oriente, son patrimonio moral común de la humanidad.
No
vemos ningún
colonialismo, racismo, o ‘islamofobia’ en someter a crítica o condenar
las
prácticas islámicas cuando violan la razón o los derechos humanos.
Hacemos
un
llamamiento a los gobiernos del mundo para:
–
Rechazar la
ley de la charía, los tribunales de fetuas, el gobierno clerical y la
religión
sancionada por el Estado en todas sus formas.
–
Oponerse a
todas las penas por blasfemia o apostasía, de acuerdo con el artículo
18 de la
Declaración universal de los derechos
humanos.
–
Eliminar
prácticas como la circuncisión femenina, el asesinato por honor, la
imposición
del velo y el matrimonio forzoso, que fomentan la opresión de la mujer.
–
Proteger a
las minorías sexuales y de género frente a la persecución y la
violencia.
–
Reformar la
educación sectaria que inculca la intolerancia y el fanatismo hacia los
no
musulmanes.
– Y
fomentar
una esfera pública abierta, en la que todas las cuestiones puedan
discutirse
sin coerción ni
intimidación.
Exigimos
la
liberación del Islam de su cautiverio bajo las ambiciones totalitarias
de
hombres ansiosos de poder y bajo las rígidas estructuras de la
ortodoxia.
Exhortamos
a
los académicos y a los pensadores de todo el mundo a emprender una
indagación
audaz de los orígenes y fuentes del Islam, y a promulgar los ideales de
la
libre investigación científica y espiritual, a través de traducciones
transculturales, publicaciones y medios de
comunicación.
A
los creyentes
musulmanes les decimos: hay un futuro noble para el Islam como fe
personal, no
como doctrina política.
A
los
cristianos, judíos, budistas, hindúes, bahaíes y a todos los miembros
de
comunidades de fe no musulmanas: convivimos con vosotros como
ciudadanos libres
e iguales.
Y a
los no
creyentes: defendemos vuestra libertad incondicional para cuestionar y
disentir.
Antes
que
miembros de la Umma, del Cuerpo de Cristo o del Pueblo Elegido, somos
todos miembros
de la comunidad de conciencia, personas que deben elegir por sí mismos.»
Firmado
por:
Ayaan Hirsi Ali, Magdi Allam, Mithal Al‑Alusi, Shaker Al‑Nabulsi, Nonie
Darwish, Afshin Ellian, Tawfik Hamid, Shahriar Kabir, Hasan Mahmud,
Wafa
Sultan, Amir Taheri, Ibn Warraq, Manda Zand Ervin, Banafsheh
Zand‑Bonazzi.
Notas
1. En Marruecos,
es igualmente digna de mención la profesora e intelectual Fatima
Mernissi
(1940-), buena conocedora del Corán y de la historia del islam. En sus
obras
defiende denodadamente los derechos de la mujer y la democratización
del mundo
árabe. Ha escrito El harén político: el profeta y las mujeres
(1987) y El
miedo a la modernidad: islam y democracia (1992). Otro intelectual
marroquí
emblemático es el filósofo Abdu Filali-Ansary (1946-), director del
Instituto
para el Estudio de la Civilización Musulmana, en la Aga Khan University
de
Londres. Es autor de El islam ¿es hostil a la laicidad? (1996)
y de ¿Reformar
el islam? (2003). Más allá del callejón sin salida del choque de
civilizaciones, se esfuerza por abrir caminos a la reforma de las
sociedades
musulmanas.
2.
También
argelino, pero radicado en Francia, Malek Chebel (1953-), antropólogo
de la
religión y filósofo, promueve la reforma del islam y de la cultura
musulmana,
mediante la incorporación de los aspectos positivos de la Ilustración y
las
libertades de la modernidad política. Defiende la aplicación de nuevas
metodologías para la interpretación del Corán. Ha escrito Manifiesto
por un
islam de las Luces. 27 propuestas para reformar el islam (2004) y El
islam y la razón, el combate de las ideas (2005).
3. Asimismo, es
obligado mencionar al islamólogo Abdelmajid Charfi, profesor emérito de
civilización árabe y estudios islámicos en la Universidad de Túnez,
cuyo
pensamiento se propone responder al desafío del progreso y la razón.
Entre sus
libros están El islam entre el mensaje y la historia (2004) y El
pensamiento islámico, ruptura y fidelidad (2008). Otro profesor
universitario
y político, Mohamed Charfi (1936-2008), es autor de Mi combate por
las Luces
(2009). Finalmente, citaré al jurista e islamólogo Yadh Ben Achour
(1945-),
autor de En los fundamentos de la ortodoxia suní (2008) y La
segunda
‘fâtiha’. El islam y el pensamiento de los derechos del hombre
(2011). El
vocablo al-fâtiha (inicio, comienzo o apertura) da título al
primer sura
del Corán: la idea de un «segundo comienzo» posee un carácter
elocuentemente
programático.
. Igualmente,
es digno de mención Hassan Hanafi (1935-), profesor de filosofía en la
Universidad de El Cairo y un experto en el islam moderno. Representa a
una
izquierda islámica, que adopta un enfoque socialista y propugna una
interpretación del Corán compatible con una ética universalista,
abierta a la
libertad y el progreso. Sus tomas de posición han sido una pesadilla
para las
autoridades de la Universidad de Al Azhar, que lo acusaron oficialmente
de
herejía y apostasía. Es autor de El islam en el mundo moderno
(1995).
. Él mismo
cuenta un ejemplo: «Una investigación realizada por el Centro para el
Seguimiento del Impacto de la Paz (CMIP, en sus siglas inglesas) con
115 libros
de texto y guías para docentes iraníes de todos los cursos demuestra
que el
sistema educativo iraní prepara a los alumnos para una guerra mundial
contra
Occidente en nombre del islam» (Jahanbegloo 2011, pág. 23).
. Por no ser
demasiado prolijo, me ceñiré a nombrar solamente unos cuantos
intelectuales
más, en general filósofos y teólogos islámicos de talante liberal y
pensamiento
moderno. En Irán, Mahmoud Taleghani (1911‑1979) y Mohsen Kadivar
(1959‑). De
Pakistán, Riffat Hassan (1943-). En India, Asghar Ali Engineer (1939-).
En
Malasia, Chandra Muzaffar. En Indonesia, Abdurrahman Wahid (1940-2009),
Nurcholish Madjid (1939‑2005), Ahmad Syafi'i Maarif (1935-) y Ulil
Abshar
Abdalla (1967-). En Suráfrica, Ebrahim Moosa (1940-), Farid Esack
(1959-) y
Shamima Shaikh (1960‑1998).
. Es
imprescindible escapar de la trampa de la verdad absoluta, usada
siempre como
patrón de medida para descalificar cualquier otra idea. En concreto,
hay que
escapar de la telaraña tejida por la tradición y en la que está
atrapado el
Corán. Los que pretenden deducir de ahí verdades infalibles están
interpretando
y, sin embargo, al que propone interpretar lo acusan de hereje. Estos
acusadores operan desde una interpretación que se niega a reconocerse a
sí
misma como tal; o, en caso de reconocerlo, sostienen que la suya es la
única
interpretación verdadera. Pero, entonces, ya estamos todos en el
terreno de la
discusión.
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