Pensar la
religión
desde la modernidad crítica
14. De la
teocracia islámica al totalitarismo comunista
PEDRO GÓMEZ
|
«Es un
pueblo que vindica la falsedad, autor de matanzas y enemigo de
la
verdad, acerbo perseguidor de nuestra fe.»
Máximo
Confesor, Epistolae,
PG, tomo
91, col. 539.
«Napoleón,
ese Mahoma de Occidente.»
Claude
Lévi-Strauss, Tristes
trópicos,
pág. 409.
La
fe en la violencia
como medio para imponer la utopía
Con
fina
intuición, el
antropólogo Claude Lévi-Strauss escribió: «Napoleón, ese
Mahoma de Occidente» (Tristes
trópicos, 1955: 409). Napoleón es la figura revolucionaria en la
que se
inspiró Lenin, a quien podríamos designar «ese Mahoma del siglo XX». La
analogía permite comprender el carácter religioso de ciertas ideologías
políticas, no en un sentido metafórico, sino en la literalidad de su
configuración.
Los
perfiles de la religión violenta de Mahoma (cfr. Ibn Hisham) y sus
sucesores
están hoy bien investigados. Movilizaron a las tribus árabes para una
guerra
escatológica que debía precipitar la venida del Mesías, que iba a
instaurar el
reino de la justicia, tras la conquista de Jerusalén. Pero, visto que
el Mesías
no apareció, ni llegó el reino de Dios, lanzaron sus ejércitos a la
conquista
de territorios del Imperio sasánida persa y del Imperio romano oriental
o
bizantino. Invadieron hasta el reino visigótico de Hispania en
occidente y el
norte de India en oriente. En lugar de una era de paz y justicia
mesiánica, lo
que llegó fue el imperialismo de los califas, en forma de orden
teocrático
bajo la espada islámica. La idea del
reino milenario fue reemplazada por la del imperio árabe, luego
musulmán, con
la ambición de llegar a ser un califato mundial.
El
texto conocido del Corán se remodeló en conformidad con los intereses
de los
califas, del mismo modo que la vida de Mahoma y los hadices del
profeta, a fin
de que legitimaran la ley islámica, la saría. La yihad, guerra
interminable de incontables batallas para implantarla, atraviesa más de
mil
años de historia de belicosidad entre musulmanes y de agresión a los
países de
Asia, Europa y África. Y hoy siguen atacando con el proyecto de
expandir por
todo el mundo el sistema de la saría, ese orden teocrático,
refractario
a la libertad y la razón.
Un rasgo
típico del sistema islámico estriba
en su incapacidad para distinguir entre religión y política. Tanto la
organización social como la guerra se conciben como el cumplimiento
religioso
de la divina voluntad revelada en el Corán. El
islamismo
funciona indisociablemente como creencia religiosa y como ideología
política,
absorbiendo todas las facetas de la vida de sus adeptos. En la
práctica, todo
se resuelve en la obediencia a Mahoma, en la creencia de que: «El
que
obedece al enviado, ha obedecido a Dios» (Corán 92/4,80). Y el califa
es el
sucesor cuyo deber reside en hacer cumplir lo estatuido por Mahoma.
Ateniéndose a
lo que el
Corán decreta insistentemente, el mahometismo sostiene una visión de la
humanidad que traza una oposición absolutamente radical entre los
«creyentes» (مؤمنون | muminun) y
los
«infieles» (كافرون | kafirun).
Hasta el punto de que solo se concibe
el triunfo de los primeros, que tienen el deber sacrosanto de combatir
a los
segundos hasta que estos sean sometidos o aniquilados.
Tal es la misión que se ordena en el
nombre de Alá. En consecuencia, el precepto fundamental de esta
religión no es
otro que la yihad «en el camino de Dios» (cfr. Aldeeb 2016). Como
religión
política que es, el islamismo elaboró una teología de la guerra, según
la cual
Dios garantiza la victoria, de modo que el buen musulmán siempre
ganará: si
vive, el botín; si muere, el paraíso.
El
significado del término «yihad» remite fundamentalmente a la guerra, a
la
agresión armada. A la yihad se le dedica el 9% del texto del Corán, el
67% del
texto de la vida de Mahoma según Ibn Hisham, y el 21% del texto de los
hadices
de Al-Bujari. De estos hadices sobre la yihad, el 98% tratan de la
yihad como
acción de guerra. Solo el 2% se refiere a un esfuerzo religioso, con el
mismo
fin de expandir las ideas, los intereses y el poder del islam. En tales
condiciones, la yihad, en cuanto lucha por imponer la fe islámica, se
predica
como la forma más excelente de dar culto a Dios.
Sin
embargo, no pensemos que semejante arcaísmo
religioso es
un producto exclusivo de tiempos oscuros o pretéritos. Hay autores que
ponen de
manifiesto hasta qué punto la ideología de la yihad y la teocracia
basada en la saría contienen una prefiguración de la
doctrina marxista-leninista de
la lucha de clases y de la dictadura del proletariado (cfr. Gallez
2005).
De hecho, podemos observar cómo, en ambos casos, se enarbola una
mitología
salvífica, que fundamenta un mesianismo violento y legitima un régimen
totalitario.
En ambos casos, se plantea un proyecto de dominación mundial, basado en
una
religión política, con una teología que sacraliza la destrucción de los
adversarios y la hegemonía militar sobre todas las naciones de la
Tierra. Unos
y otros invocan un conocimiento esotérico, sea de la voluntad revelada
del
Creador, sea de las leyes dialécticas de la Historia.
Los
axiomas fundantes parten del mito hegeliano de la dialéctica y de las
leyes del
materialismo histórico, objeto de fe, desde la que se interpreta la
realidad.
Hay unos profetas de la verdad absoluta: Marx, Lenin, Mao. El
movimiento se
organiza bajo la dirección de un Partido, a modo de iglesia, clero y
milicia.
Para ellos, el pecado original está encarnado por el capitalismo,
mientras que
el papel del demonio se atribuye a la ideología burguesa. Se representa
que
este sistema capitalista oprime a la clase obrera, o proletariado, que
se
convierte en nuevo pueblo elegido. Este es llamado a la emancipación,
dentro de
un plan soteriológico, guiado por el mito dialéctico de la lucha de
clases, que
anuncia la hora escatológica de la lucha final. Sobre los opresores
recaerá el
castigo y el infierno, en una irrupción apocalíptica con manifestación
de
poder: la revolución violenta, la masacre, la tortura, el campo de
concentración, hasta la derrota total del capitalismo y el exterminio o
sometimiento de los no comunistas. Por esta vía se promete el paraíso
comunista
o sociedad sin clases, una era de plenitud administrada por un mesías
totalitario: una transposición del utópico reinado milenarista.
En términos que recuerdan al islamismo, el
dogma
comunista opone metafísicamente a los «revolucionarios» y los
«contrarrevolucionarios», al tiempo que sus adeptos, sin mirarse al
espejo,
llaman «fascistas» a todos los que no se plieguen políticamente al
comunismo.
Parece evidente que se trata de un mesianismo
violento,
destinado a instaurar una dictadura sacralizada, fundada y mantenida
mediante
mecanismos de coerción. Sin embargo, la difusión de su relato utópico
apocalíptico, escatológico y milenarista, con su apariencia de verdad y
sus
promesas libertadoras, seduce a minorías y masas de «progresistas» que
se
entregan con entusiasmo casi místico.
También aquí,
las convicciones y actuaciones del socialismo marxista
exhiben su carácter religioso: una mitología, unos símbolos y unas
normas de
comportamiento sacralizados, a los que se adhieren con una fuerte
vivencia sus seguidores,
inmersos psíquicamente en una religiosidad que modela sus vidas.
En la misma onda que otras ideologías
revolucionarias, el
leninismo, en virtud de su visión maniquea, revestida como análisis
materialista de la historia, practica el ataque sistemático contra
aquellos que
previamente ha categorizado como culpables y enemigos. Exhibe una
sacralización
de la violencia como vía privilegiada para conseguir la reconciliación
y la
paz.
Ahí descubrimos el lado oscuro de las utopías
que se
arrogan todos los derechos: su fantasía letal que cree que la
aniquilación de
los disidentes propiciará el advenimiento de su reino respectivo, la
liberación, la paz, la fraternidad universal. De ahí que el terror
aparezca
inscrito en la esencia de la utopía, dado que esta solo puede
implantarse por
la fuerza, por más que la promesa inherente a tal hecatombe resulte
frustrada
una y otra vez en la realidad histórica. De ahí que siempre se exijan
nuevas
víctimas, sin fin, y que el camino al paraíso se convierta en un
infierno.
La
homología estructural entre teocracia y totalitarismo
Como
corresponde a la
lógica de fondo que los inspira, el estudio comparativo entre la
caracterización del islamismo y la del comunismo pone de manifiesto su
semejanza estructural y funcional constitutiva. Cambiará el lenguaje y
las
formas organizativas particulares, pero un mismo espíritu
«revolucionario», es
decir, aniquilador del pluralismo, del respeto al disidente, de la
libertad
individual, de los derechos humanos viene a legitimar todos los
atropellos en
nombre de una mitología elevada al más sacrosanto absoluto objeto de fe.
Destaquemos
una serie de aspectos o ejes semánticos referidos respectivamente al islamismo
y al comunismo. Hay que prestar atención no solo al tipo de
componentes,
sino a la afinidad y los sesgos observables entre ambos sistemas en
cada eje de
significación.
1.
El fundador ideólogo y personificación mesiánica:
–
El profeta
Mahoma con su interpretación
peculiar de Abrahán, Moisés y Jesús.
–
El político
Lenin con su interpretación
bolchevique del filósofo Karl Marx.
2.
El fundamento último, o postulado sagrado último:
–
El Dios
creador, Alá, señor del mundo, que
impone leyes a la naturaleza y al hombre.
–
La Materia
eterna que impone las leyes
dialécticas de la naturaleza y de la historia. En el discurso político,
el
lugar de Dios lo ocupa la idea de «Pueblo» o la «Historia».
3.
Los libros sagrados:
–
El sagrado
Corán, la biografía de Mahoma y
los hadices del profeta.
–
Las obras de
Marx reeditan un Corán en
clave decimonónica. Y los escritos de Lenin ocupan el lugar de los
hadices.
4.
La cosmovisión dogmática:
–
La
interpretación del mundo como verdad
absoluta desciende como «revelación» divina transmitida por Mahoma.
Este es el
mito fundacional, supuesto conocimiento superior, que justifica todo lo
demás.
–
La
interpretación del mundo como verdad
absoluta tenida por «ciencia» se basa en la dialéctica de Hegel y el
materialismo dialéctico e histórico de Marx. Este mito fundacional
sirve de
legitimación a una estrategia violenta, que se acepta ciegamente.
5.
La división maniquea de la sociedad:
–
Los
«creyentes» se sitúan en contradicción
radical con los «infieles», los musulmanes frente a los no musulmanes.
–
Los
«comunistas» se conciben a sí mismos en
contradicción radical con los «burgueses» o «capitalistas».
6.
La visión maniquea del mundo:
–
La «tierra
del islam»
está confrontada la restante, llamada «tierra de la guerra».
–
Los países
comunistas
se declaran enfrentados radicalmente a los países capitalistas.
7.
La condena del pasado histórico:
–
Descalifican
todo tiempo preislámico como
época de «ignorancia», prohíben las costumbres y destruyen las
peculiaridades y
la autonomía de otros pueblos para someterlos a la única religión
verdadera.
–
Rompen con
las tradiciones y fomentan todo
lo que divide a la sociedad, en la creencia de que la verdadera
humanidad
empieza, y termina, con la llegada del socialismo comunista, bajo su
poder.
8.
La negación de la comunidad humana:
–
Para el
islam, no cabe humanidad común e
iguales derechos para los que no se conviertan al islamismo. Los otros,
según
el Corán, son «infieles», «cerdos» y «monos», que deben ser sometidos o
exterminados.
–
El comunismo
niega toda humanidad común de
los seres humanos. Los otros son «fascistas», «perros», «parásitos»,
«piojos»,
«vampiros», que, según Lenin, deben ser derrotados y exterminados.
9.
La concepción mesiánica de la praxis histórica:
–
Un
mesianismo milenarista y escatológico,
que anuncia la llegada del «último día», al que están convocados los
adeptos de
Mahoma y Omar.
–
Un
mesianismo dialéctico y milenarista, que
preconiza la «lucha final», que deben protagonizar los partidarios de
Marx y
Lenin.
10.
La escatología utópica del mesianismo:
–
El islam
pretende que la sociedad musulmana
futura alcance el mesiánico «reino de Dios» en la tierra y, en último
término,
el jardín de Alá.
–
El
marxismo-leninismo se propone el
socialismo, la futura sociedad comunista, la creación del «hombre
nuevo», el
mítico paraíso en la tierra.
11.
La hábil sugestión sobre las élites y las masas:
–
La utopía
plasmada en un sistema de
mentiras «reveladas» consigue seducir, engañar o coaccionar a las
minorías
privilegiadas y gran parte de la población.
– El
utopía presentada como un teoría supuestamente «científica» logra
seducir y
reclutar a muchos intelectuales, fanatizar a los militantes y engañar a
las
masas.
12.
El sujeto mesiánico mitificado:
–
La Umma,
«pueblo elegido» por Alá
para gobernar el mundo en nombre de Dios, integrado por los creyentes
que
obedecen al profeta y sus sucesores.
–
El Pueblo,
el «proletariado» como
sujeto mítico, que sigue al Partido/vanguardia que dice actuar en su
nombre y
en el de las leyes de la Historia.
13.
Los personajes sagrados objeto de culto:
–
Mahoma y los
califas bien guiados son
exaltados y adorados como modelos que deben ser obedecidos e imitados.
–
Marx, Lenin,
Stalin, Mao, Kim Il-sung,
Castro, o Pol Pot son adorados como omniscientes e infalibles, y deben
ser
obedecidos por todos religiosamente.
14.
La jerarquía de poder sacralizada como clero:
–
La potestad
del califa, el partido
islámico, con los ulemas, muftíes, o ayatolás, intermediadores y
ejecutores de
la ley de Dios.
–
El dirigente
supremo del Partido comunista
como autoridad indiscutible, auxiliado por una organización de
revolucionarios
profesionales, jerarcas, cargos y militantes.
15.
La militarización del mesianismo:
–
La yihad
en el camino de Alá indica
la vía para la toma del poder, mediante el sometimiento por la fuerza a
la
dominación islámica.
–
La lucha
de clases, la revolución y
la guerra traza el camino para la toma del poder y la dominación del
Partido
comunista.
16.
El mecanismo de la violencia:
–
El mito de
la sumisión al islam,
ordenada por la ley de Dios, justifica la fuerza armada, la guerra y
los
castigos como yihad contra los «infieles».
–
El mito de
la revolución comunista,
impuesta por las leyes dialécticas de la historia, justifica la
violencia como lucha
de clases contra la «burguesía», o los «fascistas».
17.
El terror como forma de monopolizar el poder:
–
El uso del
terror islámico contra toda
oposición y la estigmatización de todos los disidentes como «enemigos»,
a fin
de monopolizar el poder.
–
El terror
rojo como política instituida en
la sociedad, e incluso en el aparato del Estado, para asegurar al
Partido el
monopolio del poder.
18.
La santificación del individuo violento:
–
El que muere
matando en la yihad es tenido
por «mártir» (el šahīd)
del islam,
único que
tiene la certeza del acceso al paraíso.
–
El que da su
vida por la revolución o en la
lucha de clases es oficialmente proclamado «héroe» del Pueblo.
19.
El sistema político totalitario:
–
El islamismo
es una religión política que
instaura un Estado teocrático, en forma de «califato» controlado por
una
oligarquía.
–
El comunismo
opera como una religión
política que instituye un Estado totalitario, la «dictadura del
proletariado»,
bajo la dominación del Partido comunista.
20.
La legalidad sin garantías jurídicas:
–
El derecho
islámico inmutable, la saría
entendida como ley de Dios, la jurisprudencia de las varias escuelas.
–
El derecho
comunista dictado por el
Partido, que está por encima de la ley, la burocracia estatal
totalitaria en
nombre del Pueblo, sin división de poderes.
21.
La subordinación del individuo a la colectividad:
–
La
preeminencia
completa sobre el individuo de la familia, la tribu y la umma.
–
La
dependencia total
del individuo respecto al Partido/Estado.
22.
La negación de los derechos humanos:
–
No se
admiten los derechos humanos y las
libertades individuales.
–
No se
reconocen los derechos humanos, ni
las libertades individuales.
23.
La negación de los derechos políticos:
–
Los
oponentes religioso-políticos son
destinados a la muerte, la sumisión o la esclavitud. Se dictan castigos
tremendos y la condena eterna a la gehena o infierno.
–
Los
disidentes políticos son represaliados,
marginados, sufren represiones y castigos penales, y la condena al
infierno del gulag.
24.
La desigualdad ante la ley:
–
El no
musulmán carece de plenos derechos. A
los otros monoteístas se les impone un estatuto de dimmitud.
Para los
politeístas y ateos, las alternativas son la conversión forzosa, la
muerte, o
la esclavitud.
–
El «no
proletario» se ve privado de
derechos. Se aplica un darwinismo social, por el que las clases
sociales
tachadas de enemigas son perseguidas, castigadas, o exterminadas.
25.
La intolerancia religiosa:
–
No hay la
menor libertad de religión, ni de
pensamiento. Toda disidencia debe ser combatida hasta que toda la
religión sea
de Alá.
–
Hay
discriminación por ideología y la
persecución religiosa cae sobre instituciones y personas, porque no se
reconocen más principios que los dictados por el Partido.
26.
La institucionalización de la mentira:
–
La ética del
disimulo y el engaño (la taquiya)
está recomendada a los mahomistas por el propio Corán.
–
La norma es
la manipulación del discurso y
el doble lenguaje, empleando técnicas de agitación y propaganda.
27.
La ocultación de la verdad histórica:
–
La
elaboración califal del Corán y los
hadices, y manipulación de la historia desde los orígenes.
–
La
fabricación de la historia oficial y de
la verdad política oficial que se impone mediante el control de los
medios, la
enseñanza, la cesura y el adoctrinamiento.
28.
La vigilancia represiva:
–
Para velar
por el cumplimiento público y
privado de la saría, el sistema islámico instala un régimen de
supervisión y represión sobre las personas, en forma de policía de la
moralidad
(la hisba).
–
Para
controlar las opiniones y el
comportamiento de la sociedad, el Estado comunista organiza la censura
ideológica y la policía política como cuerpo de espionaje, delación y
amedrentamiento de la población.
29.
La fe en la eficacia de los sacrificios humanos:
–
Conforme al
Corán, los musulmanes creen que
la matanza de los enemigos de Alá constituye una inmolación
sacrificial,
agradable a Dios y necesaria para obtener la salvación y la «sumisión»
propia
de la sociedad islámica.
–
Los
comunistas tienen fe ciega en la
revolución, que implica destrucción y muerte de las clases sociales
tenidas por
«enemigos del Pueblo», como algo necesario para conseguir la «paz»,
para crear
el «hombre nuevo» de la sociedad comunista.
30.
Las consecuencias mortíferas de la implantación de la utopía:
–
Las grandes
masacres históricas producidas
en nombre del islamismo (cfr. Ibn Warraq 1995), cuyo total se estima,
como
mínimo, en 270 millones de víctimas imputables a la yihad.
–
La mortandad
y los asesinatos masivos
desencadenados en la lucha de clases, en la «gran revolución proletaria
mundial» por el advenimiento de la sociedad comunista: son más de cien
millones
de muertos (cfr. Courtois 1997).
La
comparación no debe hacerse, salvo como punto de partida, en el plano
empírico
de las prácticas sociales implicadas, ni en los planteamientos teóricos
o
teológicos particulares de las respectivas mitologías, sino entre las
estructuras de uno y otro sistema, después de su análisis previo. Y es
esta
comparación la que demuestra que, en ambos sistemas, subyace una
homología
estructural y una analogía funcional. El tema merece estudios más a
fondo, pero
ya podemos afirmar concluyentemente cuál es el esquema común de esa
teología
mesiánica, que proclama la gran crisis y la interpreta como un
enfrentamiento
agónico, en el que los verdaderos creyentes deben tomar las armas, en
nombre de
su Dios, con el fin de conquistar el poder e imponer su ley por la
fuerza. Ahí
se articulan los aspectos esenciales de la fe mesiánica: la
soteriología
(llamada a la liberación), la escatología (los últimos tiempos y la
lucha
final), el apocalipticismo (la intervención en la historia de una
fuerza
sobrehumana que triunfará) y el milenarismo (la instauración de un
mundo donde
se imponen la justicia y la paz).
Este
armazón mesiánico puede explicar perfectamente el hecho de que el
izquierdismo
y el islamismo colaboren ambos con el objetivo de la desestabilización
del
orden social existente. Aunque cada parte solo busque lo suyo. Cuando
alcanzan
el poder, inevitablemente, resultan incompatibles. Es lo que ocurrió,
por
ejemplo, en Irán, en 1979. El ayatolá Jomeini destronó al sah de Persia
con la colaboración
de socialistas y comunistas, pero, una vez que consiguió consolidarse,
el poder
islámico mandó perseguir y ajusticiar a los dirigentes y militantes de
los
partidos de izquierdas.
El
marxismo-leninismo constituye una religión política
Desde
su
nacimiento, el
islam confirió a la actividad militar el significado de sacramento de
salvación, al presentar la guerra yihadista sobrecargada de simbolismo
religioso, según el cual los infieles eran considerados ofrendas que
había que
inmolar para agradar a Dios y propiciar la instauración de su ley santa.
«En síntesis, el Corán sustenta
una
interpretación sacrificial de la guerra, de la violencia sobre los
oponentes,
justificada por el supuesto fin sacrosanto de traer la salvación al
mundo. Su
idea es la de un Dios que da órdenes para matar a los «enemigos de
Dios», que
exige sacrificios cruentos» (Gómez García 2021b: 231).
De
acuerdo con los argumentos esbozados en el apartado anterior,
entendemos por
qué, al igual que el islam, el
marxismo-leninismo está concebido y
organizado como una religión política. Porque es un mesianismo en el
que se
funden las dimensiones política y religiosa. No hay que dejarse engañar
por la
profesión doctrinaria de «ateísmo», que, en la práctica, solo significa
el
rechazo a la religión cristiana respecto a la cual la religión marxista
se
declara enemiga y actúa como perseguidora. Del mismo modo, con toda
probabilidad, la invocación de «secularismo» no pasa de ser, de hecho,
un ardid
ideológico para el camuflaje de una praxis esencialmente religiosa,
aunque
simule desconocer la naturaleza de su mesianismo arcaizante.
Parece
necesario señalar la ingenuidad de esos filósofos ilustrados que
describen la
«secularización» como una supuesta transformación de la mentalidad, en
virtud
de la cual la sociedad moderna habría llegado a emanciparse de la
tutela de
toda religión. Pero esto es una generalización netamente falsa (cfr.
Castilla
Hidalgo 2019). En realidad, desde la Revolución francesa, el combate
contra el
poder de la Iglesia y el alejamiento del cristianismo, lo que hizo fue
más bien
saquear buena parte de su legado, mientras trataba de sustituir el
credo
tradicional por el credo revolucionario. Porque, en términos
antropológicos, la
dimensión religiosa –como la lengua hablada y los otros universales
culturales–
puede sustituir su configuración por otra, pero nunca eliminarse del
todo. Lo
sagrado ni se crea ni se destruye, sino que se transforma socialmente.
Y su
presencia queda ostensible siempre y por doquier en los mitos, las
utopías, las
ideologías políticas, las interpretaciones que, ineluctablemente,
presiden la
vida y el comportamiento de los individuos y los colectivos.
De
conformidad con su dogmática, igual que el mahometano ante el califato,
el
comunista debe plegarse y obedecer plenamente a las decisiones del
Partido:
«Este
comportamiento implica las características de una religión. Sobre todo,
el
monismo, es decir, que la doctrina marxista-leninista se concentra en
un solo
fin, una sola enseñanza, una sola autoridad, un solo método; y luego el
totalitarismo, es decir, que esta doctrina lo abarca todo, sin
excepción.
Poseedor de la verdad absoluta, el Partido no puede equivocarse en nada
y nadie
tiene derecho a dudar de él. El Partido lo gobierna todo: ratio
materiae
(política, derecho, nacionalidades, economía, vida intelectual, artes y
ciencias, religión, vida privada del hombre) y ratio personae
(el
Partido aspira a gobernar todos los países sin excepción).
Lenin
dice que, bajo el Partido,
«decenas,
miles y finalmente millones
de hombres» obedecen «como uno solo». Preconiza el vínculo de toda la
cultura
con la política, con la lucha de clases. La concepción marxista del
mundo es
para él «la única expresión correcta de los intereses, los puntos de
vista y la
cultura del proletariado revolucionario». «Nuestra tarea esencial,
dice,
consiste, entre otras cosas, en oponer nuestra verdad e imponerla como
contrapeso a la verdad burguesa»» (Aldeeb 2018: 215).
Es
esclarecedor observar cómo resuena el Corán en estas palabras de Lenin,
hasta
el punto de que bastaría con sustituir a los musulmanes por los
proletarios y a
los infieles por los burgueses, para dar al medieval planteamiento
islámico el
barniz de modernidad que recubre al pensamiento marxista. No es una
casualidad
que ambos prolonguen la estela de un mesianismo anticristiano.
En
todos los países donde los seguidores del marxismo-leninismo han
llegado al
poder, han organizado una forma de tiranía, han sacralizado la figura
de su
dirigente supremo con prerrogativas de emperador y sumo sacerdote, han
impuesto
por la fuerza su ideología como religión del Estado, han perseguido
inquisitorialmente a los que consideran herejes y han practicado a gran
escala
sacrificios humanos de personas inocentes. Para ello, como el islam,
que crea
una policía de buenas costumbres, han formado cuerpos policiales de
censores y
represores, apoyados por redes de delatores y bandas de matones. En
último análisis, el sistema comunista se
manifiesta
también como una religión regresiva, brutal, más emparentada con el
islamismo
que con cualquier otro credo.
Al
partir de la creencia maniquea que proyecta toda la injusticia y la
maldad en
los «enemigos», a los que acusa de ser culpables, como esa clase de
personas
sobre quienes es legítimo descargar la violencia, la destrucción y la
muerte.
La vanguardia, como clero sacrificial, se encarga de sembrar división
en la
sociedad, de suscitar el odio y dirigir las iras de la multitud contra
la parte
infamada de sus semejantes, hasta que se consuma el holocausto.
Sin embargo, con una mirada más profunda,
descubrimos
cómo se trata siempre de víctimas inocentes, utilizadas como chivos
expiatorios
(cfr. Girard 2012), aunque los victimarios no cobren conciencia de ello.
Este comportamiento queda enmascarado, porque,
al mismo
tiempo que acusan, se imaginan a sí mismos, fatuamente, como inocentes
dechados de la bondad verdadera, portadores de la justicia definitiva y
la paz
perpetua. En realidad, proyectan las propias culpas sobre aquellos a
los que
odian sin razón. Solo consiguen una liberación ilusoria y momentánea,
por lo
que la masacre ritual no cesará de repetirse de tiempo en tiempo. La
justificación de esa violencia comporta la mentira política y religiosa
por
antonomasia, la que niega la inocencia de las víctimas.
La
principal conclusión que extraemos pone en evidencia cómo el movimiento
revolucionario leninista significa una regresión en la historia ética y
espiritual de la humanidad. Porque toda implantación coactiva de la
utopía
resulta necesariamente totalitaria (cfr. Courtois 2017). El
totalitarismo se
manifiesta como un avatar de religión arcaica, disfrazada de
progresismo. En su núcleo, la mímesis sacrificial, característica de la
revolución cruenta, procede a atribuir la culpa a aquellos contra
quienes se
dispone a ejercer la violencia. Los ejecutores fantasean con la ilusión
de que,
así, suprimirán la injusticia del mundo, cuando lamentablemente solo
contribuyen a acrecentarla.
Al
contrario de lo que cuentan los mitos de las religiones arcaicas, entre
las que
está el mesianismo revolucionario, la lectura atenta de los relatos
evangélicos
permite ver cómo ponen claramente al descubierto lo injustificado de la
violencia ejercida sobre la víctima, cuya inocencia queda del todo
patente y
proclamada.
«Comprender
que el chivo expiatorio, lejos de ser culpable, es inocente, víctima no
pertinente, es destruir su poder para estructurar, es desmitificar
verdaderamente los mitos o deconstruirlos, si se quiere; es destrozar
lo
religioso arcaico, pero no solo eso. Es revelar lo religioso de forma
totalmente diferente y sin embargo inseparable de su antigua forma»
(Girard
2012: 89-90).
Ahora
podemos juzgar mejor de qué son ateos y en qué creen realmente unos y
otros:
cuál es su religión. Sin duda, también nosotros mismos deberíamos hacer
examen
de conciencia. Porque, hoy como ayer, la desacralización de la
violencia
continúa siendo el gran desafío intelectual y moral, político y
religioso,
lanzado a la civilización en este dramático camino de masacres e
inconmensurable sufrimiento que jalona hasta ahora la historia de la
humanidad.
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