La
batalla de Covadonga. Este día histórico se plantó en España un ‘grano
de mostaza’ para la liberación cristiana del dominio musulmán
RAYMOND IBRAHIM
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Hace casi mil trescientos años, el 28 de mayo de
722 (o según otros historiadores, en 718), se libró una batalla poco
conocida, pero profundamente importante, que marcó la pauta para los
siguientes ochocientos años de "coexistencia" cristiano-musulmana en
España: la batalla de Covadonga.
Diez años antes, árabes y africanos ("moros", bajo la bandera del
islam) habían "invadido impíamente España para destruirla", según la Crónica de 754.
Una vez en suelo europeo, "arruinaron hermosas ciudades, arrasándolas
con el fuego; crucificaron a los señores y los hombres poderosos; y
masacraron con la espada a jóvenes y niños".
Después de enfrentarse y vencer a los nobles visigodos de España en la
batalla de Guadalete —"nunca hubo en Occidente una batalla más
sangrienta que esta", escribió el cronista musulmán Al-Hakam, "porque
los musulmanes no apartaron sus cimitarras de ellos [los
cristianos] durante tres días"—, los invasores continuaron penetrando
hacia el norte de España, "sin pasar por un lugar que no redujeran, y
tomando posesión de su riqueza, porque Alá Todopoderoso golpeaba
con el terror los corazones de los infieles".
Tal terrorismo era cultivado intencionadamente, conforme manda el Corán
(3,151; 8,12, etc.). Por ejemplo, los invasores sacrificaron, cocinaron
y pretendieron comer cautivos cristianos, mientras liberaban a otros
que, horrorizados, huyeron y "contaron a la gente de Al-Ándalus
[España] que los musulmanes se alimentaban de carne humana", y así
"contribuyeron
en gran medida a incrementar el pánico de los infieles", escribe
Al-Maqqari, un historiador musulmán.
Al contrario de lo que se ha dicho, que España capituló fácilmente, al
ver que el gobierno musulmán no era peor, sino posiblemente preferible
al gobierno visigodo, incluso los cronistas musulmanes anotan cómo "los
cristianos se defendieron con el mayor vigor y resolución, y fue grande
el caos que sembraron en las filas de los creyentes". En Córdoba, por
ejemplo, un grupo de españoles se refugiaron en una iglesia. Aunque
"los sitiados no tenían esperanzas de liberación, fueron tan obstinados
que, cuando se les ofreció salvarse con la condición de abrazar el
islam, o pagar la yizia, se negaron a rendirse, y la iglesia fue
incendiada, y todos perecieron entre las llamas", escribe Al-Maqqari.
Las ruinas de esta iglesia se convirtieron en un lugar de "gran
veneración" para generaciones posteriores de españoles, debido a
"la valentía y la resistencia mostradas en la causa de su religión por
las personas que murieron en ella".
Al final, los nativos españoles tenían dos opciones: resignarse al
dominio musulmán o "huir a las montañas, donde se arriesgaban al hambre
y a diversas formas de muerte". Pelagio, más conocido como Pelayo
(685-737), pariente y "espadero" del rey don Rodrigo, que había
sobrevivido a Guadalete, siguió ambas estrategias. Después de la
batalla, se retiró hacia el norte, donde el dominio musulmán aún era
tenue. Allí accedió temporalmente a convertirse en vasallo de Munuza,
un jefe musulmán local. A través de una "estratagema", Munuza "se
casó" con la hermana de Pelayo, un asunto que el espadero "no consintió
de ninguna
manera". Como expresó su disgusto por la captura de su
hermana, y dejó de pagar la yizia (el tributo), enviaron a
unos musulmanes "para aprehenderlo a traición" y llevarlo de vuelta
"encadenado". Incapaz de luchar contra la multitud que se acercaba
"porque era muy numerosa", Pelayo "escapó a una montaña" y "se llevó
consigo a tanta gente cuanta logró congregar a toda prisa".
Allí, en los recovecos más profundos de las montañas asturianas —el
único lugar que permanecía libre, en el noroeste de España—, los
fugitivos cristianos reunidos proclamaron a Pelayo su nuevo rey; y así
nació el reino de Asturias.
"Al escuchar esto, el rey [el gobernador musulmán de Córdoba],
movido por una furia demencial, ordenó que un ejército enorme de toda
España saliera" y trajera a los rebeldes infieles y los pusiera a
sus pies. Los invasores —180.000 de ellos, si hay que creer a los
cronistas— rodearon la montaña de Pelayo. Enviaron a don Opas, un
obispo y/o noble que se había hecho dimmí,
para tratar de convencerlo, a la entrada de una profunda caverna: "Si
cuando se reunió todo el ejército de los godos, no pudieron contener el
ataque de los ismaelitas [en el Guadalete], ¿cómo vas a poder
defenderte tú en la cima de esta montaña? A mí me parece difícil. Más
bien, escucha mi advertencia y reconsidera tu decisión, y así
conseguirás sacar provecho de muchas cosas buenas y disfrutar de la
alianza con los caldeos [los árabes]."
"No pactaré con los árabes amistosamente, ni me someteré a su
autoridad", respondió Pelayo. Entonces el rebelde hizo una profecía que
se cumpliría en el transcurso de casi ocho siglos: "¿No has leído en
las sagradas escrituras que se compara a la iglesia de Dios con un
grano de mostaza, y que se levantará de nuevo por la misericordia
divina? [Marcos 4,30-21]."
El dimmí afirmó que
efectivamente era así. El fugitivo continuó: "Cristo es nuestra
esperanza de que a partir de esta pequeña montaña, que ves, se
restaurará el bienestar de España y el ejército del pueblo godo...
Ahora, por tanto, confiando en la misericordia de Jesucristo, desdeño a
esa multitud y no le tengo miedo. En cuanto a la batalla con la que nos
amenazas, tenemos a nuestro favor un abogado en presencia del Padre,
que es el Señor Jesucristo, con poder para librarnos de esos pocos".
Así terminó la conversación.
Allí,
en Covadonga, que significa "cueva de la Señora", comenzó la batalla el
28 de mayo de 722. Una lluvia de rocas cayó sobre los
musulmanes en los estrechos desfiladeros, donde su número no contaba
para nada
y solo causaba confusión. Después, Pelayo y su partida de rebeldes
salieron rápidamente de sus cuevas y escondites e hicieron gran
matanza entre ellos. Los que huyeron de la carnicería fueron
perseguidos
y abatidos por otros montañeses, ahora envalentonados. "Se asestó un
golpe decisivo al poder moro... Se detuvo el avance de la marea de la
conquista. Los españoles reunieron corazón y esperanza en su hora más
oscura; y se quebró el sueño de la invencibilidad musulmana".
Después de esto, se lanzaron varias campañas musulmanas, yihads, para
conquistar el reino asturiano, y los "cristianos del norte apenas
conocieron lo que significa el descanso, la seguridad o cualquiera de
las
comodidades de la vida". Aun así, el grano de mostaza no perecería.
"Una chispa de vida seguía alentando", escribió Edward Gibbon. "Algunos
fugitivos invencibles preferían una vida de pobreza y libertad en los
valles asturianos. Los duros montañeses repelían a los esclavos
del califa". Además, "todos los que estaban insatisfechos con el
dominio moro, todos los que se aferraban a la esperanza de un
renacimiento cristiano, todos los que detestaban a Mahoma", se
sintieron atraídos a la vida de pobreza y libertad".
A mediados del siglo VIII, la "chispa de vida" se había extendido para
abarcar todo el noroeste de la Península. Durante los siglos
siguientes, varios reinos, cuya identidad fundamental giraba en torno
al
desafío cristiano al islam —más tarde conocido como Reconquista—, se
desarrollaron a partir de aquel grano de mostaza. "Covadonga se
convirtió en el símbolo de la resistencia cristiana frente al islam y
una
fuente de inspiración para aquellos que, en palabras atribuidas a
Pelayo, alcanzarían la salus Spanie,
la salvación de España".
Tras siglos de guerra brutal, en 1492, fue liberada Granada, el último
territorio
controlado por los musulmanes en España. Y todo
ello fue posible gracias al grano de mostaza asturiano de Pelayo,
plantado
casi ochocientos años antes, en la batalla de Covadonga.
A pesar de la importancia de aquel combate para España —se ha celebrado
con regularidad, con presencia de los monarcas españoles—, sigue siendo
prácticamente
desconocido en Occidente, sacrificado en el altar de la corrección
política y el falaz mito de la "edad de oro" islámica.
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