El
papa Benedicto XVI dijo la cruda verdad sobre el islam
RAYMOND IBRAHIM
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"Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de
nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su
disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba."
En ciertos aspectos, esta es la frase por la que el papa Benedicto XVI
será más recordado. Y aunque quienes la citan lo hacen para
menospreciar y deshonrar su memoria, para retratarlo como "islamófobo",
esta notoria afirmación tiene un significado profundo, y en más de un
sentido.
El papa Benedicto leyó la afirmación anterior el 12 de septiembre de
2006, durante su discurso en Ratisbona
sobre la fe y la razón. Estaba citando al emperador romano oriental (o
"bizantino") Manuel II Paleólogo (1350-1425). Hombre erudito y piadoso,
Manuel sabía mucho acerca del islam, tanto de manera teórica como por
experiencia.
En 1390, el padre de Manuel, Juan V, se sometió como vasallo al sultán
otomano Bayaceto I (1360-1403) y tuvo que enviarle a su hijo Manuel
como rehén. Un cronista contemporáneo, Ducas, describía así al sultán:
"Un hombre temido, provocador en hechos de guerra, perseguidor de
cristianos como ningún otro a su alrededor, y en la religión de los
árabes [el islam] discípulo el más ardiente de Mahoma, cuyos ilegales
mandamientos observaba al máximo, apenas dormía, pasaba sus noches
tramando intrigas y maquinaciones contra la razonable iglesia de
Cristo... Su propósito era aumentar la nación del Profeta y disminuir
la de los romanos. Añadió muchas ciudades y provincias al dominio de
los musulmanes."
Como era de esperar, el sultán nunca perdía la oportunidad de humillar
al evidente heredero al trono de Constantinopla. Bayaceto incluso
obligó sádicamente a Manuel a ir con los turcos y presenciar la
destrucción final de Filadelfia, el último bastión cristiano en Asia
Menor. La "visión de ciudades cristianas destruidas" produjo un
"sufrimiento tan intenso" que hizo "enfermar" al príncipe, escribe un
historiador.
Un año después, en 1391, murió el emperador Juan V y su hijo, Manuel,
se convirtió en emperador, tras escapar de la corte del sultán y llegar
a Constantinopla. No pasó mucho tiempo antes de que Bayaceto declarara
una nueva yihad, pusiera sitio a Constantinopla (1394-1402) y una vez
más comenzara a masacrar cristianos.
Durante su estancia entre los turcos, Manuel había debatido
regularmente sobre religión con los musulmanes. Fue entonces cuando le
dijo a un erudito musulmán: "Muéstrame también lo que Mahoma ha traído
de nuevo, y encontrarás
solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por
medio de la espada la fe que predicaba".
Por incendiaria que pueda resultar esta frase para la sensibilidad
moderna, y pese a todas las críticas que Benedicto recibió por citarla,
es difícil desmentirla. La yihad promulgada por el profeta del islam ha
llevado a la matanza de millones de personas y a la brutal conquista de
gran parte de la superficie terrestre, incluyendo tres cuartas partes
de lo que había sido el mundo cristiano. Oriente Medio y el norte de
África –como Constantinopla, ahora Estambul– eran más cristianos que
Europa hasta que la espada de la yihad los islamizó.
De hecho, casi como para confirmar el aserto de que Mahoma solo enseñó
cosas "malas e inhumanas", cuando Benedicto citó esa frase, estallaron
disturbios anticristianos por todo el mundo musulmán, se incendiaron
iglesias y una monja italiana que había dedicado su vida para servir a
los enfermos y necesitados de Somalia fue asesinada allí.
Sea como fuere. No es este el lugar para documentar la veracidad de la
afirmación de Manuel (ya he escrito dos libros
que cumplen ese propósito), sino para llegar a la cuestión planteada
por el emperador, que era teológica: Dios es racional –como el Logos,
verdadera encarnación del racionalismo–, mientras que las enseñanzas de
Mahoma no lo son. Esto queda claro en las propias palabras de Manuel
que aluden a las tres opciones que el islam ofrece a los no musulmanes:
"[1] deben someterse a esta ley [la saría, que significa
hacerse
musulmanes], o [2] pagar un tributo y, además, ser reducidos a
esclavitud [una descripción precisa de la yizia y del estatuto
de dimmíes], o, si no se avienen, [3] ser eliminados con la
espada sin piedad."
Manuel argumentaba que estas tres opciones son "extremadamente
absurdas", irracionales y, por lo tanto, impropias de la Deidad
Suprema. Por ejemplo, si ser no musulmán es tan malo, ¿por qué
permitiría Dios que el dinero, la yizia, "compre la oportunidad
de llevar una vida impía"?, preguntó al emperador. Claramente, esas son
reglas muy egoístas y hechas por hombres, diseñadas para fortalecer a
un grupo (en este caso, los musulmanes) en contra de otro. Manuel
continuó diciendo:
"Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón [σὺν λόγω]
es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del
cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita
la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a
la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no
hay que recurrir al propio brazo, ni a instrumentos contundentes, ni a
ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona."
Benedicto había citado todo esto no tanto para difamar al islam, sino
más bien para defender la importancia de la razón y su compatibilidad
con la fe, pues ambas se encuentran hoy más atacadas que nunca (como
cuando una sociedad no puede ver la diferencia entre hombres y mujeres).
En cuanto al islam –que es inherentemente irracional– Benedicto concluyó
su discurso con estas palabras:
"No actuar razonablemente, no actuar con el logos, es contrario a la
naturaleza de Dios", decía Manuel II, de acuerdo con su comprensión
cristiana de Dios, en respuesta a su interlocutor persa. "En el diálogo
de las culturas, invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos,
a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros
mismos es la gran tarea de la universidad."
Aquí, no podemos dejar de señalar lo totalmente diferentes que son el
papa Benedicto y su sucesor, el papa Francisco,
en sus respectivos enfoques sobre el islam. Mientras que Benedicto
sabía que sin un acuerdo sobre una primera premisa –a saber, la
naturaleza (racional) de Dios–, el "diálogo" con los musulmanes no
lograría nada, Francisco se ha convertido en campeón del diálogo, y así
aparece ante el mundo entero. ¡Al diablo el racionalismo y la realidad!
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