La
necesidad urgente de un verdadero diálogo interreligioso entre
cristianos y musulmanes
RAYMOND IBRAHIM
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Se ha clausurado recientemente en Bahrein una
alta conferencia, dedicada a promover el "diálogo interreligioso" y
la "coexistencia". Contó con la presencia de muchas figuras destacadas
cristianas y musulmanas, incluidos el papa Francisco y el jeque Ahmed
Al-Tayeb, gran imán de Al-Azhar. El propósito
de la conferencia era "construir puentes de diálogo entre dirigentes de
religiones, sectas, pensamiento, cultura y medios, en cooperación con
Al- Azhar, la Iglesia Católica, el Consejo Musulmán de Ancianos y otras
instituciones internacionales preocupadas por el diálogo, la
convivencia humana y la tolerancia".
Si bien esto suena espléndidamente sobre el papel, en realidad, a
menudo
equivale a poco y podría afirmarse que empeora las cosas. Dicho de otra
manera, esta y todas las demás conferencias entre cristianos y
musulmanes patrocinadas por canales "oficiales" se suelen dedicar a una
sola cosa: a exonerar al islam de todas las fechorías cometidas
a diario en su nombre.
Por ejemplo, no solo el gran imán (que sonríe, abraza y predica la paz
fraternal al Papa mientras patrocina
el radicalismo e incluso la muerte para los apóstatas cuando habla con
musulmanes) insistió repetidamente en que el islam no tiene nada que
ver con el terrorismo, sino que también lo hizo el papa Francisco,
culpando a "interpretaciones erróneas" del islam por la violencia e
intolerancia cometidas en su nombre.
Sin duda, el papa y el imán se han comprometido desde hace tiempo
a blanquear el islam con sus muchas iniciativas interreligiosas. En
2019, firmaron un documento
que culpaba al terrorismo yihadista de "interpretaciones incorrectas de
textos religiosos [musulmanes] y de políticas vinculadas con el hambre,
la pobreza, la injusticia, la opresión y el orgullo".
Todas estas conferencias e iniciativas no solo ocultan la verdad,
dejando que las complicaciones se infecten y formen metástasis bajo la
superficie. Son grandes oportunidades, pero perdidas. Después de todo,
el
diálogo interreligioso entre cristianos y musulmanes tiene un gran
potencial, pero solamente si es honesto y sincero, si aborda las
diferencias y las fuentes de conflicto, en vez de insistir
continuamente en los puntos en común (superficiales).
Durante un milenio, sí hubo debate.
Por ejemplo, alrededor del año 718, menos de un siglo tras la
muerte del profeta del islam Mahoma, el califa Omar II invitó al
emperador romano oriental León III a abrazar el islam. Esto dio ocasión
a
un franco intercambio de cartas. En vez de elogiar diplomáticamente
al islam y luego rechazarlo cortésmente, León examinó sus afirmaciones
supuestamente reveladas. Entre otras cosas, criticó abiertamente al
islam por circuncidar y tratar a las mujeres como bienes muebles y por
enseñar que el paraíso será poco más que un burdel, donde los varones
musulmanes copulan a perpetuidad con mujeres sobrenaturales.
El emperador León comparó además la paz de Cristo con la yihad de
Mahoma: "Tú llamas 'camino de Dios' a esas incursiones devastadoras que
traen muerte y cautiverio a todos los pueblos. Ahí está vuestra
religión y su recompensa [la muerte y la destrucción]. Ahí está vuestra
gloria, vosotros que pretendéis vivir una vida angélica".
Lejos de ser un don del cielo, el islam está en guerra con el pueblo de
Dios, concluyó el emperador: "Te veo, incluso ahora… ejerciendo tales
crueldades hacia los fieles de Dios [los cristianos], con el propósito
de convertirlos a la apostasía y de llevar a la muerte a todos los que
se resistan a tus designios, de modo que cada día se cumple lo que
predijo nuestro Salvador: 'Llegará la hora en que quien os mate
piense que da culto a Dios'" (Juan 16, 2). [Sword and Scimitar, pp. 63-65,
reproduce el intercambio completo entre el emperador y el califa.]
Mientras tanto, y a pesar de que los cristianos están siendo
perseguidos en todo el mundo islámico, el papa Francisco se niega a
pronunciar una sola palabra al respecto. Incluso en la reciente
conferencia, aunque mencionó de pasada la persecución de los chiíes en las naciones de mayoría suní, no
pronunció una palabra sobre los cristianos, a pesar de que hay millones perseguidos salvajemente en todo el
mundo islámico.
Consideremos a san Francisco de Asís, a quien el papa Francisco
idolatra tanto que adoptó su nombre. San Francisco (n. 1182) se reunió
y
dialogó pacíficamente con el sultán de Egipto, Al-Malik Al-Kamil (como
el Vaticano suele recordarnos en un esfuerzo por presentar al papa
Francisco como seguidor de los pasos del santo "constructor de
puentes"), pero san Francisco no fue menos directo
que el emperador León III. No ignoró la realidad violenta del islam, ni
se disculpó por las verdades cristianas para adaptarse a la
sensibilidad musulmana, como suele hacer el Papa Francisco.
Al contrario, el santo se involucró en un verdadero diálogo (y, si los
ulemas musulmanes con los que debatió se hubieran salido con la suya,
le habría costado la cabeza).
Consideremos también al emperador romano oriental Manuel II (n. 1350),
que
vivió casi 700 años después de León III. Como hombre que pasó toda su
vida defendiéndose frente a los invasores turcos, Manuel estaba bien
familiarizado con el islam. Entendió las tres opciones que la ley
islámica (la saría) impone a los no musulmanes conquistados. En
sus propias palabras, "[1] deben someterse bajo esa ley [es decir,
hacerse musulmanes], o [2] pagar un tributo y, más aún, ser reducidos a
esclavitud [una descripción precisa de la yizia y del estado de
dimmí], o, en caso de negarse, [3] ser pasados
por la espada sin piedad" [Sword and Scimitar, p. 217].
En 1390, Manuel estaba bajo custodia (o mejor, preso como rehén) del
sultán
turco Bayaceto I, a quien los europeos contemporáneos describían como
"perseguidor de los cristianos como ningún otro a su alrededor, y en la
religión de los árabes el más ferviente discípulo de Mahoma".
En la corte de Bayaceto, los ulemas musulmanes acosaban constantemente
a Manuel para que abrazara la "única fe verdadera". Pero él contestaba
con absoluta honestidad: "Mostradme lo que Mahoma ha traído de nuevo, y
encontraréis solamente cosas malas e inhumanas, como su mandato de
difundir por medio de la espada la fe que predicaba". También él tuvo
la suerte de salvar la cabeza, ya que consiguió escapar de vuelta a
Constantinopla.
Curiosamente, en 2006, cuando el papa Benedicto XVI citó de pasada la
afirmación del emperador Manuel respecto a Mahoma, que acabo de
mencionar, los musulmanes del mundo entero, como para demostrar que
Manuel tenía razón en su evaluación, se amotinaron, quemaron iglesias y
atacaron a los cristianos. Una monja italiana que había dedicado su
vida al servicio de los enfermos y necesitados de Somalia fue asesinada
allí.
El sucesor del papa Benedicto, el papa Francisco, obviamente ha
aprendido la lección: el único "diálogo interreligioso" aceptable para
los musulmanes es del tipo que, en lugar de plantear preguntas sinceras
pero difíciles sobre el islam, lo encubre. De ahí que el jeque Ahmed
Al-Tayeb, que había cortado todos los lazos con el Vaticano
después de que el
papa Benedicto citara al emperador Manuel en 2006, haya abrazado ahora
al
papa Francisco como un "hermano".
Lamentablemente, lo creamos o no, hay musulmanes que realmente
necesitan escuchar las críticas y preocupaciones mencionadas más
arriba, para salir de su complacencia y evaluar verdaderamente su
religión. Las polémicas razonables contra el islam, tal como se
expresan en las palabras de León III, san Francisco, el emperador
Manuel y
tantos otros personajes históricos, han llevado a no pocos musulmanes a
lo largo de los siglos a escudriñar sus escrituras con el fin de
responder a los cargos, y algunos han terminado viendo las cosas a la
manera
de los infieles. (De hecho, si hay que creer a los cronistas
cristianos, las palabras francas y sinceras del emperador León III al
califa Omar y las de san Francisco al sultán Al-Malik hicieron que
estos dos insignes musulmanes apostataran del islam, aunque solo en
secreto.)
Sea como fuere, una cosa es cierta: el diálogo sincero a la
larga potencia lo que es verdadero y, por tanto, bueno –incluso si
lleva temporalmente a fricciones–. El diálogo insincero
en el fondo potencia lo que es falso y, por tanto, malo –incluso si
lleva a una cooperación temporal, pero artificial, en el ahora–. Esto
último es lo que ha ocurrido en el vistoso espectáculo ofrecido
recientemente por el papa Francisco y el jeque Ahmed Al-Tayeb en
Bahrein.
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