Los disturbios de Dublín, ¿un presagio de lo que está por venir?

RAYMOND IBRAHIM






La reciente revuelta de Dublín no debería olvidarse tan rápidamente, ya que pone en evidencia la situación actual en Occidente y a todos sus protagonistas.


Contexto. El 23 de noviembre de 2023, un musulmán de origen argelino, con antecedentes penales conocidos, acuchilló a un grupo de niños en edad preescolar que asistían a Saint Mary's, una escuela católica de Dublín. En la agresión fueron apuñalados tres niños –dos niñas y un niño de entre 5 y 6 años– y un cuidador que intentó defenderlos. Acuchillada cerca del corazón, una niña de 5 años resultó gravemente herida y, según el último parte de diciembre, sigue hospitalizada en estado crítico.


La noche del apuñalamiento, los ciudadanos irlandeses, al parecer hartos de acoger a inmigrantes musulmanes que muestran su agradecimiento apuñalando aleatoriamente a niños irlandeses y cometiendo otros delitos, salieron a la calle para protestar contra las políticas de inmigración de su país. Al poco tiempo estallaron los peores disturbios de la historia moderna de Dublín.


Este incidente marca algo nuevo: un grupo demográfico occidental formado por hombres y mujeres corrientes se rebeló –no solo con palabras o mensajes de Internet, sino con hechos– contra la narrativa dominante sobre los inmigrantes que llegan a Europa.


Hasta ahora, las cosas funcionaban así: las autoridades occidentales, las "élites", abrían las puertas de sus naciones a millones de migrantes musulmanes. Lo hacían explotando el sentido de la decencia de sus ciudadanos, haciéndoles sentir que es su "deber" proporcionar a todos esos migrantes una buena vida.


Mientras tanto, muchos de estos emigrantes muestran la hostilidad natural del islam hacia todas las cosas y personas no islámicas. Dondequiera que haya una presencia significativa de inmigrantes, se disparan los delitos, las violaciones y la inseguridad general. Era de esperar, pues la educación islámica de los inmigrantes –que se nutre regularmente de mezquitas europeas subvencionadas– es intrínsecamente tribal y no ve en el "otro" más que una presa andante.


Por último, los "guardianes" de lo que a los occidentales les está permitido saber y hablar –los medios de comunicación, los políticos, los "expertos" y las élites que los poseen y controlan– han hecho todo lo posible por ocultar estos hechos: los nombres y las identidades de los delincuentes y violadores suelen suprimirse; el aumento de los delitos se achaca a cualquier cosa, desde la falta de "equidad" hasta el "racismo" europeo, menos a lo evidente.


Sin embargo, como el peso del engaño ha aumentado tanto, el edificio de las mentiras se está derrumbando. Cada vez son más los occidentales que ven la realidad tal y como es: sus dirigentes, sus representantes "electos", están aplicando políticas –en este caso, la inmigración musulmana masiva– que perjudican y privan de poder a las mismas personas a las que se supone que representan. Hasta ahora, la respuesta de la gente se ha limitado en gran medida a la crítica, a las palabras.


Esto es lo que hace que los disturbios de Dublín sean únicos. No solo se trata de un raro caso de protesta masiva y violenta contra las autoridades, sino que también ha empujado a las autoridades a redoblar su posición, poniendo de manifiesto aún más con quién están sus lealtades (es decir, no con la gente).


Así, Leo Varadkar, primer ministro irlandés, respondió acusando de racistas "llenos de odio" a quienes protestaban contra su política de puertas abiertas, que ha elevado drásticamente la tasa de criminalidad –la última vez, con el apuñalamiento de tres niños–:


"No hicieron lo que hicieron porque quisieran proteger a los irlandeses. No lo hicieron por ningún sentimiento de patriotismo, por retorcido que fuera. Lo hicieron porque están llenos de odio. Les encanta la violencia. Les encanta el caos y les encanta causar dolor a los demás."


Varadkar prometió además utilizar "todos los recursos de la ley" para castigar a los manifestantes y endurecer la legislación relativa al "discurso del odio" y la "incitación".


Dicho de otro modo y de cara al futuro, cualquier ciudadano irlandés que se atreva a decir la verdad sobre la inmigración musulmana en Irlanda –y cualquier temerario que intente tomarse la justicia por su mano cuando los musulmanes cometan crímenes atroces– será señalado como "odiador" y rápidamente amordazado.


Aunque el incidente de Dublín ocupó titulares dramáticos en todo el mundo, no es el único que refleja esta creciente división entre las poblaciones occidentales y sus dirigentes. De hecho, un incidente casi idéntico se había producido unos días antes en Francia.


El 18 de noviembre, en la pequeña localidad rural de Crépol, una banda de musulmanes (también de origen argelino) armados con machetes y cuchillos irrumpió en una fiesta del pueblo, donde asesinaron a un joven de 16 años e hirieron de gravedad a otros 20.  Numerosos testigos presenciales oyeron a los atacantes gritar insultos racistas contra los blancos, entre ellos: "Vamos a matar a los blancos".


"No fue solo una pelea como estamos acostumbrados, en la que se pegan puñetazos unos a otros", dijo un testigo presencial francés. "Vimos llegar a entre 15 y 20 individuos. No los conocíamos, sacaron los cuchillos; estaban allí para matar."


Ante el asesinato de uno de los suyos, las autoridades francesas respondieron igual que sus homólogas irlandesas. Según un reportaje de la BBC titulado "Francia se compromete a hacer frente a la ultraderecha tras el asesinato de un adolescente que desató protestas".


"El Ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, dice que va a proponer la prohibición de los grupos de ultraderecha, en respuesta a una serie de violentas protestas por el asesinato de un escolar en el baile de un pueblo... Añadió que las milicias extremistas "buscan atacar a los árabes, a gente con diferente color de piel, hablan con nostalgia por el Tercer Reich."


Además de estos dos ataques musulmanes en Irlanda y Francia se han producido otros innumerables en toda Europa Occidental. Como ejemplo apropiado para estas fechas de Navidad, hace unos días un grupo de adolescentes musulmanes abordó en Alemania a un hombre de 54 años vestido de Papá Noel. Lo llamaron "gordo" e "hijo de puta", antes de ordenarle que se quitara el disfraz. ¿Su razonamiento? "Somos musulmanes y esto [Alemania] es nuestro país". Cuando se negó, le dieron una paliza.


Este es el estado actual de las cosas: la gente se da cuenta cada vez más de la mentira, hasta el punto de sublevarse con violencia, y las autoridades se reafirman en la mentira, hasta el punto de arrebatar a la gente a la que representan sus libertades, incluida la más elemental, la libertad de expresión.


Como una bomba de relojería, esta situación es un presagio de lo que está por venir. Lo peor de del caso es que todo esto es previsible y está completamente planificado.



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