Lo que más teme la izquierda: la Iglesia militante

RAYMOND IBRAHIM






Una de las cosas que teme la izquierda, tanto como para ser suficientemente prudente y aludir a ello solo rara vez, a fin de no exponer su propia debilidad, es que los pueblos occidentales algún día puedan recuperar su herencia cristiana, su verdadera herencia cristiana, no el "cristianismo felpudo", variedad que ha sido fabricada, alimentada y dirigida por elementos subversivos de izquierda, lobos con piel de cordero, que buscan socavar el ethos judeocristiano de Occidente.


Consideremos el ataque anticristiano a propósito del rosario que apareció recientemente en The Atlantic. Muchos lo han condenado con razón como una calumnia patética contra los católicos. Aun así, los temores expresados ​​en él, si bien exagerados, apuntan a cierta verdad: aunque la izquierda y todos sus depravados elementos tienen poco que temer de cristianos que libren una "guerra santa" física contra ellos, sí deben temer la resurrección de la "iglesia militante", definida como "la iglesia cristiana en la tierra que se encuentra comprometida en una guerra constante contra sus enemigos, los poderes del mal".


Esto salta a la vista cuando The Atlantic se queja de las "páginas de las redes sociales... saturadas con imágenes de rosarios colocados sobre armas de fuego, guerreros en oración, lemas cruzados como Deus Vult ('Dios lo quiere') y exhortaciones a los hombres para que se levanten y se conviertan en Iglesia militante".


La izquierda teme a esas imágenes precisamente porque invocan algo innatamente atractivo. Por ejemplo, los ocho hombres cuya semblanza trazo en mi nuevo libro, Defensores de Occidente. Los héroes cristianos que se opusieron al islam, no solo llevaron el rosario a la guerra, sino que la mayoría de ellos sacrificaron sus vidas –aunque eran emperadores, reyes y señores que tenían mucho por lo que vivir– luchando en defensa de la fe.


Entre ellos estaban: Godofredo de Bouillon, un rico duque que abandonó sus muchas posesiones en Europa para tomar la cruz y luchar por la causa de la cristiandad durante la Primera Cruzada. El Cid Campeador, que casi sin ayuda detuvo e incluso cambió el rumbo de la infiltración yihadista en España. Ricardo Corazón de León, un rey que casi lo perdió todo –y se quejó ante Dios igual que Job– en su intento de liberar Tierra Santa. Fernando III el Santo, el monarca castellano que encabezó la Reconquista y liberó a España de la tiranía islámica. Luis IX, el rey francés y héroe trágico que, sin quejarse ni una sola vez, sacrificó todo lo que le era querido por la causa de Cristo. Juan Hunyadi, el adalid de Hungría que luchó contra los yihadistas y sus colaboradores occidentales elitistas. Jorge Castriota, conocido como Skanderbeg, el valiente albanés que abandonó una vida de riquezas y honores para luchar y morir junto a sus compatriotas en nombre de la libertad. Y también Vlad el Empalador, "conde Drácula", el vampiro de Hollywood, que defendió su reino contra las invasiones islámicas, incluso combatiendo fuego con fuego (es decir, el empalamiento con el empalamiento).


La imagen contagiosamente inspiradora evocada por estos hombres que con audacia y sin pedir disculpas lo sacrificaron todo para defender su fe es precisamente lo que la izquierda no quiere que los cristianos de hoy, de cualquier denominación, recuerden como parte de su herencia, algo que podrían llegar a emular en tiempos de crisis.


Por cierto, uno no necesita ser católico –no lo soy– para inspirarse en esos hombres que he mencionado y vincularse con ellos y su abnegado compromiso: numerosos cristianos ortodoxos y protestantes también sacrificaron mucho para defender su fe.


En cualquier caso, desde aquí, uno se da cuenta de por qué, durante décadas, todas las instancias al servicio de la izquierda, desde el sistema de escuelas públicas hasta Hollywood, han hecho todo lo posible para 1) castrar a los hombres y 2) presentar como cristianismo "bueno" y "verdadero" el que no es nada más que un felpudo de bienvenida (la antítesis de la iglesia militante).


Por eso, los poderes fácticos han idolatrado al afeminado y han ensalzado al homosexual; han retratado a las mujeres que blanden espadas como la verdadera y única encarnación del coraje, el heroísmo y el sacrificio personal; han demonizado la verdadera masculinidad –sin la cual perece la civilización– como "tóxica"; y, de manera más insidiosa, han descrito a cualquier cristiano que desee hacer algo que no sea "poner la otra mejilla" como hipócrita, cobarde, codicioso, egoísta, opresor, etc.


Uno puede seguir considerando cómo la izquierda lo ha hecho todo, de manera sutil y cada vez menos sutil, para neutralizar a los hombres, pero el punto clave debe quedar claro: el primer y principal enemigo de algo, en este caso, la izquierda, son los hombres. De ahí que enseñar a los hombres a no ser hombres haya sido una de las principales estrategias para derrotar a los hombres. No es de extrañar que la agenda LGBT-etc. se haya propuesto infiltrarse y adoctrinar las mentes de los niños, ya sea a través de escuelas y bibliotecas, o programas de televisión y libros infantiles. Aunque esta agenda es oscura en varios frentes, uno de sus objetivos fundamentales es despojar a los muchachos de su masculinidad latente, mientras aún son jóvenes y moldeables –cortándolos en el "tallo", por decirlo así, de modo que se vuelvan obedientes en la edad adulta–.


Antes de terminar y para que conste, aquí no estoy glorificando ninguna militancia física, ni convocando a ella. Después de todo, y a diferencia de los mencionados Defensores de Occidente, que no tuvieron más opción que luchar, los cristianos de hoy no necesitan tomar las armas de manera física.


Más bien, si los hombres de hoy simplemente recuperaran su virilidad y comenzaran a comportarse como hombres –y, lo que es más importante, a creer en una Causa más grande que ellos mismos–, todos los males malsanos que aquejan a la sociedad occidental se disiparían como vapor.



FUENTE
The Stream