Los mártires cristianos del islam a través de los tiempos

RAYMOND IBRAHIM





La catedral de Otranto (Italia) alberga los restos de 800 cristianos decapitados ritualmente por rechazar el islam.

El pasado 15 de febrero de 2023 marcó el octavo aniversario de cuando el Estado Islámico asesinó a 21 cristianos en Libia por negarse a retractarse de su fe. Mientras se sentaban encima y sujetaban los cuerpos de sus víctimas atadas, los miembros del Estado Islámico metían los dedos en las cuencas de los ojos de los cristianos, estiraban la cabeza hacia atrás y los degollaban con cuchillos. Se podía ver a algunos de los cristianos musitando: "Señor nuestro Jesucristo", en los segundos antes de que les cortaran la cabeza.


Si bien los 21 mártires deberían ser recordados y conmemorados, en última instancia son reflejo moderno de un fenómeno antiguo (y continuo) que impregna casi catorce siglos de historia: los musulmanes masacran a los cristianos que se niegan a renunciar a Cristo y abrazar a Mahoma.


De hecho, el 6 de marzo, las iglesias católica y ortodoxa conmemoran a otros 42 cristianos que también fueron decapitados 1.170 años antes de que los recientes 21 cristianos coptos fueran ejecutados en circunstancias muy similares. Conocidos como los 42 Mártires de Amorio, su historia es la siguiente:


En el año 838, el califa Al-Mutásim, al frente de ochenta mil soldados esclavos, irrumpió en Amorio, en Frigia, una de las ciudades más grandes e importantes del Imperio Romano de Oriente. Lo quemaron y arrasaron hasta los cimientos y mataron a innumerables; por todas partes había "cuerpos apilados en montones", escribe un cronista. Los invasores encerraron a los que buscaban refugio dentro de sus iglesias y prendieron fuego a los edificios. Se podía escuchar a los cristianos atrapados gritando kyrie eleison ("¡Señor, ten piedad!" en griego), mientras se abrasaban vivos. Exasperadas, "las mujeres cubrían a sus hijos, como gallinas, como para que no los separara de ellos, ni la espada ni la esclavitud".


Alrededor de la mitad de los setenta mil habitantes de la ciudad fueron masacrados, al resto se los llevaron encadenados. Había tal excedente de botín humano que cuando el califa se cruzó con cuatro mil prisioneros varones ordenó ejecutarlos en el acto. Debido a que "había tantos conventos y monasterios de mujeres" en esta populosa ciudad cristiana, "más de mil vírgenes fueron llevadas en cautiverio, sin contar las que habían sido degolladas. Se las entregaba a los esclavos moros y turcos, para saciar su lujuria", lamenta el cronista.


Cuando el joven emperador, Teófilo (reinó 829-842), se enteró del saqueo de Amorio, su ciudad natal, elegida por el califa por esa misma razón, para que el aguijón doliera aún más, enfermó y murió tres años después, con 28 años de edad, al parecer de tristeza. Por su parte, el poeta musulmán Abu Tammam (805-845) celebró el triunfo del califa, diciendo: "Has incrementado la fortuna de los hijos del islam, y has arruinado la de los politeístas [cristianos] y la tierra del politeísmo". (Para conocer la historia completa de Amorio, se puede consultar el capítulo 4 de Sword and Scimitar).


Entre los muchos cautivos llevados a Irak había cuarenta y dos notables, en su mayoría de las clases militar y clerical (que en el cristianismo antiguo estaban a menudo estrechamente asociadas). Debido a su prestigioso estatus y para convertirlos en trofeos del islam, fueron repetidamente instados a convertirse:


"Durante los siete años de su encarcelamiento, sus captores intentaron en vano persuadirlos para que renunciaran al cristianismo y aceptaran el islam. Los cautivos rechazaron firmemente todas sus seductoras ofertas y resistieron con valentía frente a las terribles amenazas. Después de muchos tormentos que no lograron quebrantar el espíritu de los soldados cristianos, los condenaron a muerte, con la esperanza debilitar la determinación de aquellos santos antes de ejecutarlos. Los mártires permanecieron firmes..."


Es curioso que algunos de los argumentos utilizados por los musulmanes indican que ellos reconocían a Cristo como Príncipe de la Paz y a Mahoma como Señor de la Guerra, y le sacaron partido. A un tal Teodoro, clérigo cristiano que luchó en defensa de Amorio, lo provocaban de esta manera: "Sabemos que abandonaste el oficio sacerdotal, te convertiste en soldado y derramaste sangre [de musulmanes] en la batalla. No puedes tener esperanza en Cristo, a quien abandonaste voluntariamente, así que acepta a Mahoma". Teodoro respondió: "No hablas con verdad cuando dices que abandoné a Cristo. Además, dejé el sacerdocio por mi propia indignidad. Por lo tanto, debo derramar mi sangre en nombre de Cristo, para que él pueda perdonar los pecados que contra él he cometido".


Al final, nadie se retractaría, y así, el 6 de marzo de 845, después de siete años de torturas y tentaciones que no lograron que se sometieran a Mahoma, los 42 cristianos –al igual que sus 21 descendientes espirituales, los mártires coptos– también fueron llevados a la orilla del agua, al río Éufrates, fueron ritualmente decapitados, y sus cuerpos arrojados al río.


Los textos históricos a lo largo de los siglos están llenos de casos similares, incluidos los "60 Mártires de Gaza", soldados cristianos que fueron ejecutados por rechazar el islam durante la invasión islámica de Jerusalén en el siglo VII. Siete siglos más tarde, durante la invasión islámica de Georgia, los cristianos que se negaron a convertirse fueron forzados a entrar en su iglesia y quemados.


Más cerca de casa, en 1480, los turcos invadieron Italia y saquearon la ciudad de Otranto. Más de la mitad de sus 22.000 habitantes fueron masacrados; 5.000 arrastrados en cadenas. Para demostrar su magnanimidad, el sultán Mehmed II ofreció la libertad a 800 cautivos cristianos encadenados, con la condición de que todos ellos abrazaran el islam. En vez de eso, eligieron por unanimidad actuar conforme a las palabras de uno de ellos: "Hermanos míos, hemos combatido para salvar nuestra ciudad, ¡ahora es el momento de luchar por nuestras almas!".


Indignado porque su invitación había sido rechazada, el 14 de agosto, en la cima de una colina (posteriormente llamada "Colina de los Mártires"), el sultán Mehmed ordenó la decapitación ritual de estos 800 desafortunados. Su arzobispo fue aserrado lentamente por la mitad entre burlas y gritos triunfales de "¡Alaú Akbar!". (Los restos óseos de algunos de estos desafiantes cristianos se conservaron y todavía se pueden ver en la catedral de Otranto.)


Quien todavía no vea un mismo patrón en el martirio de cristianos a manos de musulmanes debería pensar en leer el libro Testigos de Cristo, donde se enumeran 200 historias de cristianos asesinados, unos quemados en la hoguera, otros arrojados sobre clavos de hierro, otros desmembrados, apedreados, apuñalados, lanzados, ahogados, golpeados hasta la muerte, empalados y crucificados, por negarse a abrazar el islam durante la era otomana solo.



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