Someter a terroristas migrantes (supuestos ‘no musulmanes’) a la prueba del pato
RAYMOND IBRAHIM
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«Si parece un pato, camina como un pato y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato».
Este es un sabio refrán siempre que los medios de comunicación y los
«expertos» insisten en que no creas lo que ven tus ojos mentirosos.
Tomemos como ejemplo este asunto en el que hombres que encajan
perfectamente en el perfil de «musulmanes radicales» cometen los actos
habituales de terrorismo islámico, y en seguida las «autoridades» nos
dicen que no nos precipitemos ni saquemos conclusiones precipitadas.
¿Recuerdan, por ejemplo, a Muganwa Rudakubana, el hijo africano de
inmigrantes que apuñaló hasta la muerte a tres niñas (de seis, siete y
nueve años) en Southport, Inglaterra, el verano pasado? Aunque el
apuñalamiento de personas al azar, especialmente niños, ha sido durante
mucho tiempo una de las principales señas de identidad del terrorismo
islámico –patrocinado abiertamente nada menos que por el Estado
Islámico–, los medios de comunicación y los políticos británicos se
apresuraron a avergonzar a cualquiera que se atreviera a sugerir que el
asesino era musulmán. En su lugar, insistieron en que era cristiano, y
que su familia estaba «muy involucrada con la iglesia local».
Unos meses más tarde, resultó que este supuesto «cristiano» leía
literatura yihadista, incluido un documento titulado «Estudios
militares en la yihad contra los tiranos», e incluso había producido la
toxina biológica ricina en un esfuerzo por matar a más infieles aún.
Luego estaba el solicitante de asilo sirio en Francia que, un año
antes, en el verano de 2023, también protagonizó una salvaje matanza a
puñaladas en un parque infantil, apuñalando repetidamente a un niño
pequeño y acuchillando a un total de cuatro niños de tres años. De
nuevo, aunque se trataba de un comportamiento yihadista muy típico, los
medios de comunicación nos dijeron que no tan rápido: era obviamente
cristiano, ya que su nombre sonaba muy cristiano (Abdulmasih, «siervo
de Cristo») y, en lugar de lanzar el habitual grito de guerra musulmán
que acompaña a tales ataques («Alahú akbar»), al parecer había
gritado «¡en nombre de Jesucristo!» antes de iniciar su embestida.
Sin embargo, uno o dos días después, emigrantes cristianos de Siria
dieron un paso al frente diciendo que reconocían al apuñalador como uno
de los terroristas islámicos que habían operado en Siria, «a quienes
conocemos demasiado bien, y que han arruinado completamente nuestras
vidas». Uno de estos inmigrantes cristianos dijo:
«Hoy pido a todas las personas que tengan alguna
conexión con las agencias de inteligencia y seguridad de Europa, que si
escuchan este vídeo, lo traduzcan y entreguen su información a estas
agencias. El nombre de este hombre es Silwan Majid, de entre los
grupos takfiri que operaban en Siria en la ciudad de Hasaka... Este criminal, y miles como él, están ahora en
Europa, en medio de vuestras sociedades, familias y niños.»
Más recientemente, Henri d'Anselme, un joven francés que había
intervenido y ayudado a detener el apuñalamiento en el parque infantil
francés, también reveló en una entrevista que un magistrado le había
confirmado que el apuñalador no era cristiano, sino un miembro del Estado Islámico
que se hacía pasar por cristiano.
Por supuesto, para los que saben, «revelaciones» como estas –que los
dos inmigrantes que apuñalaron a niños en Inglaterra y Francia eran
musulmanes, después de todo– son más bien superfluas. Tenemos y
confiamos en algo llamado sentido común: «Si parece un pato, camina
como un pato y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato».
De hecho, antes de ambas revelaciones, cuando los medios insistían en
que estos dos terroristas eran cristianos, yo ofrecí numerosas razones
de por qué ambos eran casi con toda seguridad musulmanes llevando a cabo su
yihad (caso inglés aquí, caso francés aquí).
La conclusión es la siguiente: el islam permite, y en algunos casos
defiende, que los musulmanes engañen a los no musulmanes, incluso
haciéndose pasar por cristianos. Por eso estoy convencido de que todos
esos otros terroristas, que los medios de comunicación siguen
presentando como «cristianos» –como Taleb Al-Abdulmohsen, un saudí que
mató a seis personas e hirió a otras 300 en un mercado navideño en
Alemania, 2024, y Emad Al-Swealmeen, que puso una bomba en un hospital
de Liverpool en 2021– son terroristas musulmanes con piel de cordero.
No sólo el engaño a los no musulmanes es un aspecto férreo de la ley islámica, siendo la taquiya una de las doctrinas más notorias, sino que tanto
el pasado como el presente ofrecen innumerables casos.
Por ejemplo, en 1492, los cristianos de España reconquistaron Granada,
el último bastión musulmán en España que había aterrorizado a los
cristianos durante mucho tiempo. Poco después, y debido a que los
habitantes de Granada seguían promoviendo levantamientos y subversiones
yihadistas, a todos los musulmanes se les ofrecieron dos opciones:
convertirse al cristianismo –y por tanto abandonar su
animadversión yihadista hacia los cristianos– y permanecer en España; o
seguir siendo musulmanes pero abandonar la península y regresar al
norte de África.
Toda la población de Granada, cientos de miles de musulmanes, respondió
abrazando públicamente el cristianismo, pero permaneciendo
criptomusulmanes. En público iban a la iglesia y bautizaban a sus
hijos; en casa recitaban el Corán, predicaban el odio eterno al infiel
y su obligación de volver a someter España al islam. Y todo este
engaño estaba legitimado por las fetuas de los principales clérigos
islámicos.
Un historiador explica hasta qué punto llegaron estos «moriscos», es
decir, musulmanes convertidos al cristianismo que seguían siendo
musulmanes clandestinos, para engañar a los cristianos:
«Para que un morisco se hiciera pasar por un buen
cristiano hacía falta algo más que una simple declaración en ese
sentido. Requería una actuación sostenida que implicaba cientos de
declaraciones particulares y acciones de diferentes tipos, muchas de
las cuales podían tener poco que ver con expresiones de creencia o
rituales de por sí. El disimulo [taquiya] era una práctica
institucionalizada en las comunidades moriscas, lo que implicaba pautas
regulares de comportamiento transmitidas de una generación a la
siguiente.»
A pesar de esta ingeniosa mascarada, los cristianos se dieron cuenta
cada vez más: «Con el permiso y licencia que su maldita secta [el
islam] les concedía –comentaba un español frustrado en el siglo XVII–,
podían fingir cualquier religión exteriormente y sin pecar, siempre
que mantuvieran sus corazones devotos a su falso profeta impostor.
Vimos a muchos de ellos que murieron mientras adoraban la Cruz y
hablaban bien de nuestra religión católica y que, sin embargo, en su
interior eran acérrimos musulmanes».
Así, generación tras generación de musulmanes fingieron ser cristianos modelo y vivieron
como tales –aun cuando no sentían más que odio por el
cristianismo y los cristianos– y todo para permanecer en España y finalmente
reconquistarla para el islam.
Lo mismo continúa en la era moderna. Por ejemplo, en 2013 se destapó un
complot de asesinato contra un pastor cristiano en Turquía; 14
sospechosos musulmanes, entre ellos al menos tres mujeres, fueron
detenidos. Según el pastor en cuestión, Emre Karaali: «Dos de
ellas asistieron a nuestra iglesia durante más de un año y eran como de
la familia». Uno incluso fue bautizado. En realidad, «estas
personas se habían infiltrado en nuestra iglesia y recopilado
información sobre mí, mi familia y la iglesia, y estaban preparando un
ataque contra nosotros».
En otras palabras, los musulmanes se convirtieron al cristianismo,
asistieron devotamente a la iglesia y se comportaron como «familia» con
el pastor y otros cristianos, todo para poder acercarse lo bastante
como para matarlos.
¿La gran lección? Aprendamos a confiar en nuestro instinto. Una vez más: «Si
parece un pato, camina como un pato y grazna como un pato,
probablemente sea un pato».
La prueba del pato es especialmente importante ahora, cuando los
supuestos «guardianes» del conocimiento y difusores de «noticias» (o
más bien falsas noticias) han sido tan absolutamente desacreditados
como mentirosos que sustentan obvias agendas promusulmanas, es decir,
anticristianas.
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