‘¡Muerte
a los blasfemos!’ La antigua guerra del islam contra quienes critican a
Mahoma
RAYMOND IBRAHIM
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El viernes 12 de agosto de 2022, un musulmán se
abalanzó contra Salman Rushdie y lo apuñaló repetidamente, cuando se
disponía a pronunciar un discurso ante un auditorio de Nueva York. Los
fiscales dijeron que el autor recibió diez puñaladas, sufrió una herida
en el cuello, daño hepático, un nervio amputado en el brazo y podría
perder un ojo. Afortunadamente, las informaciones del domingo por la mañana
indicaban que Rushdie no tenía ya ventilación asistida y podía hablar.
Rushdie se volvió conocido internacionalmente en 1988, después de la
publicación de su novela The Satanic Verses
[Los versículos satánicos]. Debido a que retrató al profeta del islam
de manera irreverente, el libro provocó la ira de todo el mundo
musulmán, lo que culminó con una fetua de 1989 por parte del entonces
líder supremo de Irán, el ayatolá
Jomeini, que pedía su ejecución
como blasfemo.
En otras palabras, el intento de asesinato contra Rushdie estuvo
amenazando casi 35 años y no debería sorprender a nadie.
Y, sin embargo, los que tienen más responsabilidad de explicarnos los
acontecimientos a los demás, los tenidos por "principales medios de
comunicación", todavía buscan, como de costumbre, un "motivo" –sobre todo porque informar de la
verdad completa
puede hacer que el islam quede en mal lugar–.
Volviendo
al mundo real, los ataques de los musulmanes a quienes ellos perciben
que "blasfeman" contra el profeta del islam tienen una historia
larga e invariable que se remonta directamente al propio Mahoma. Sí, el
profeta del islam fue el primero en pedir y, por lo tanto,
legitimar el asesinato de quienes se burlaban de él, diciendo que tal
venganza era "obra de Dios".
En consecuencia, cuando Ka'b ibn Ashraf, un anciano dirigente judío, se burló
de Mahoma, el profeta exclamó: "¿Quién matará a ese hombre que ha
ofendido a Alá y a su enviado?" Un joven musulmán llamado Ibn
Maslama se ofreció voluntario con la condición de que se le
permitiera engañar a Ka'b para ganarse su confianza a fin de acercarse
lo suficiente y matarlo. Mahoma estuvo de acuerdo, y el resto es historia: Ibn
Maslama trajo arrastrando la cabeza del judío hasta Mahoma con gritos
triunfantes de "¡Alahú akbar!".
En otro ejemplo, cuando Mahoma se enteró de que Asma bint
Marwan, una poetisa árabe, estaba escribiendo versos que lo retrataban
nada menos que como un bandido asesino, pidió su eliminación exclamando
"¿Nadie me librará de esa mujer?". Aquella misma noche, Umayr, un
ferviente musulmán, se coló en la casa de Asma mientras ella dormía
rodeada de sus hijos pequeños. Después de apartar de su pecho a uno de
sus bebés
lactantes, Umayr le hincó su espada a la poetisa. A la mañana
siguiente en la mezquita, Mahoma, que estaba al tanto del asesinato,
dijo: "Has ayudado a Alá y a su enviado". Al parecer, Umayr, sintiendo
cierto remordimiento, respondió: "Ella tenía cinco hijos; ¿debería
sentirme culpable? "No", respondió el profeta. "Matarla fue tan
insignificante como dos cabras chocando sus cabezas" (tomado de la
biografía más
antigua de Mahoma, Sirat Rasul Allah, p. 676).
A partir de aquí –excepto, por supuesto, para los medios
de información que se han vuelto hipócritas y doctrinarios–,
queda claro por qué, en el pasado y en el presente, los
musulmanes han atacado y masacrado a innumerables personas acusadas de
hablar (o escribir) contra Mahoma. Validar esta afirmación es casi
inútil, ya que las historias relacionadas con la blasfemia surgen con
extrema regularidad (ejemplos muy recientes provienen de naciones tan
distintas como Grecia, India, Afganistán y Malasia). En mi serie mensual La persecución musulmana contra los cristianos,
de la cual hay unos 130 informes desde 2011, prácticamente todos los
meses se presentan varios
casos de musulmanes que atacan a cristianos, a veces asesinándolos, por
la mera acusación de blasfemia.
Como ejemplo reciente, una multitud de musulmanes lapidaron y quemaron
viva a Deborah Emmanuel, una estudiante universitaria
cristiana de
Nigeria, por el rumor sin fundamento de que había ofendido a Mahoma. En
apoyo de este asesinato, un clérigo musulmán declaró con entusiasmo: "Cuando tocas al
profeta, nos volvemos locos… A cualquiera que toque al
profeta, no lo castigues, ¡simplemente mátalo!".
En otro ejemplo especialmente tortuoso de principios de este año,
una mujer musulmana y sus dos sobrinas asesinaron a una mujer cristiana
en Pakistán, después de que un pariente de las tres asesinas
simplemente soñara que la cristiana había blasfemado contra Mahoma.
En Pakistán, solo entre 1990 y 2012, por no hablar de la última
década, "cincuenta y
dos personas fueron asesinadas extrajudicialmente acusadas de
blasfemia".
Este
asunto tampoco se limita a los musulmanes "justicieros" o demasiado
fervientes. Varias naciones islámicas criminalizan cualquier crítica a
Mahoma. De acuerdo con la Sección 295-C del código penal de Pakistán,
por ejemplo:
"Quienquiera que con palabras, ya sea habladas o
escritas, o por representación visible, o por cualquier imputación,
alusión o insinuación, directa o indirectamente, deshonre el sagrado
nombre del santo Profeta Mahoma (la paz sea con él) será castigado
con la muerte, o con prisión perpetua, y también será objeto de multa."
¿Cómo explicar este fenómeno? ¿Por qué los seguidores de otras
religiones
no responden de manera similar a los que "blasfeman"? La respuesta es
que pocas religiones modernas son tan frágiles como el islam.
Construido sobre un castillo de naipes inestable y a punto de hundirse,
el silenciar cualquier crítica contra su fundador, cuyos dichos y
hechos se prestan tan fácilmente a constante crítica, siempre ha
sido y sigue siendo fundamental para la supervivencia del islam.
Discutiendo el versículo 5,33 del Corán, que exige la crucifixión y/o
la mutilación
de "aquellos que hacen la guerra contra Alá y su enviado, y se
emplean a corromper en la tierra", el muy reverenciado Ibn Taimiya
(1263-1328), llamado el "Jeque del Islam", dejó escrito:
"Hay dos modos de hacer la guerra (muharaba): el físico y el
verbal. Hacer la
guerra verbalmente contra el islam puede ser peor que hacer la guerra
físicamente. Por lo tanto, el Profeta (la paz y las bendiciones de
Alá desciendan sobre él) solía matar a quienes hacían la
guerra verbalmente contra el islam, mientras dejaba en paz a algunos de
los que
hacían la guerra físicamente contra el islam. Esta regla debe aplicarse
de
manera más estricta después de la muerte del Profeta (la paz y las
bendiciones de Alá sean con él). Se puede causar daño por la
acción física o por las palabras, pero el daño causado por las palabras
es muchas veces mayor que el causado por la acción física; y la bondad
lograda por las palabras para reformar puede ser muchas veces mayor que
la lograda por la acción física. Está comprobado que hacer la guerra
verbalmente contra Alá y su enviado (que la paz y las bendiciones de
Alá sean
con él) es peor, y que los esfuerzos en la tierra para
socavar la religión por medios verbales son más efectivos" (Crucified
Again, p. 100).
No
se trata simplemente una interpretación medieval o propia de los
"musulmanes radicales". De hecho, volviendo al reciente apuñalamiento
de Rushdie, el Dr. Mohammad Jafar Mahallati, profesor de estudios
islámicos que enseña en Oberlin College, Ohio, ha respaldado la fetua de
1989, porque "todas las naciones y países islámicos están de acuerdo
con Irán en que cualquier declaración blasfema contra figuras sagradas
debe ser condenada".
Y este Dr. Mahallati es conocido popularmente en el
campus de Oberlin como "el profesor de la paz"... Considerar esto
debería disipar
cualquier duda acerca de lo férreo que es el castigo para aquellos que
critican a Mahoma, en lo cual están de acuerdo incluso los musulmanes
aparentemente
"moderados".
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