No hay "derecha" o "izquierda", solo bien o mal

RAYMOND IBRAHIM






Una de las palabras más engañosas y peligrosas con la que toda persona sensata debe tener cuidado, o tal vez eliminarla por completo, es la palabra "izquierda".


¿Por qué? Porque confiere legitimidad a la locura y a cosas peores.


En la manera de hablar actual, izquierda y derecha se consideran como polos opuestos en un continuo de opiniones políticas. Imaginemos una línea horizontal: cuanto más a la derecha, más conservador, religioso y tradicional; cuanto más a la izquierda, más liberal, secular y progresista.


Mientras tanto, y aquí está seguramente el aspecto más engañoso de ese paradigma, el punto intermedio de la línea –la posición "centrista"– se convierte en el "justo medio" por defecto, la zona donde reside la gente supuestamente objetiva y sin carga ideológica.


En gran medida, ese paradigma es un puro disparate y sirve únicamente para legitimar la falsedad y la corrupción. Se basa en la suposición de que no hay verdades, o que, si las hay, se encuentran en algún punto medio. En la medida en que uno se desvía a la derecha o a la izquierda, se convierte en un "extremista".


Como ejemplo, consideremos el auge de la confusión de género, si es que no la histeria, en la que "identificarse" con uno de los géneros –o con géneros imaginarios– convierte automáticamente a una persona en alguien de ese género, y ¡pobre de quien se oponga! Cualquiera que califique este desarrollo como "de izquierdas" lo legitima sin darse cuenta. Al fin y al cabo, como se ve en el modelo actual, la izquierda forma parte de un espectro legítimo de puntos de vista políticos, lo mismo que la derecha.


Según este modelo, las personas de la "derecha", que creen firmemente que hay dos, y sólo dos, géneros, no son más que el polo opuesto de quienes creen en una cantidad infinita de géneros. Por lo tanto, ambos merecen igual respeto, igual legitimidad dentro de las opiniones admitidas y respetables, desde el punto de vista supuestamente "objetivo" del "medio".


Pero, en realidad, sólo hay dos géneros; así que al diablo la contraposición "izquierda/derecha". Afirmar el hecho científico no es una posición "derechista". Es una posición fáctica. Todo lo que difiera de ella, poco o mucho, es erróneo, indigno de consideración o debate, y no merece ninguna legitimidad. En este caso concreto, la derecha tiene razón, pura y simplemente; y todo lo que se aleje de eso es erróneo. Esto incluye a la derecha blandengue y, desde luego, al centro, por no hablar de la izquierda, donde reina la locura sin adulterar.


Para las personas de fe, especialmente los monoteístas, entender lo que está pasando, y saber qué palabras utilizar, debería ser especialmente simple. Al fin y al cabo, las religiones presuponen verdades; y esta es su razón de ser: ofrecer una visión del mundo basada en verdades obvias.


Esa obviedad puede ser que Dios creó a Adán y Eva, o que la homosexualidad de cualquier tipo –incluso la ya banal de hombre con hombre– es pecado, literalmente, una pérdida de la marca, un error. Cualquiera que sea la verdad religiosa, el ir contra ella no deben verlo los fieles como una posición "alternativa", que se sitúa en una línea imaginaria entre la derecha y la izquierda, donde cada extremo tiene su propia "lógica".


Por el contrario, cualquier cosa que se aleje, por poco que sea, de la verdad debería verse como lo que es: una falsedad, una mentira, un error. En este contexto más preciso, a los que vociferan y propalan majaderías acerca del género los podemos ver, por fin, como lo que verdaderamente son: no "izquierdistas extremos", sino pobres almas que padecen locura o posesión. Estos calificativos pueden parecer muy ofensivos –aunque no más que las posturas que califican–, pero al menos definen con mayor precisión a qué nos estamos enfrentando en realidad.


¿Y qué pasa con los ateos y los agnósticos? Hubo un tiempo en que, a pesar de sus creencias personales (o la falta de ellas), su visión del mundo seguía impregnada de una herencia de pensamiento racional y lógico –una palabra, no por casualidad, derivada de Logos–, de modo que podían negar a Dios, pero también negar la locura propia de la época. Sin embargo, a medida que el tiempo "progresa" y su conexión con el Logos se debilita cada vez más, también pierden la capacidad de aceptar verdades obvias absolutas, y el espíritu típico de esta época –"haz lo que te apetezca"– se convierte en su posición predeterminada.


Las palabras importan. Y la guerra de las palabras no se limita a manipular el significado de hombre o mujer, sino que buscan manipular a las personas –incluidos los cristianos y los ultraconservadores– para que vean la política a través del consabido prisma "derecha/izquierda".


Mientras sigamos calificando como "de izquierda" a la locura y cosas peores, seguiremos legitimándolas y dándoles soporte. Hace falta ser más precisos con las palabras. Para las personas de fe que aceptan verdades absolutas en el ámbito de la moral, o para las personas de razón que aceptan hechos absolutos en el ámbito de la ciencia, no debería ser tan difícil encontrar palabras más precisas.


Nos encontramos cada vez más con un número mayor de temas en los que no se trata de la derecha o la izquierda; solo se trata de lo que está bien y lo que está mal. Cuanto antes  reconozcamos esto, antes habrá oportunidad de hacer prevalecer la cordura.



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