El
paradigma de Saladino: encontrar lo "bueno" en los terroristas islámicos
RAYMOND IBRAHIM
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El imán Irfan Chishti, asesor del gobierno de
Reino Unido sobre "contraterrorismo"
Un clérigo musulmán "moderado" y asesor
antiterrorista del gobierno de Reino Unido fue sorprendido
recientemente en un vídeo donde se refiere a Israel como "Estado
terrorista" y donde alaba a los "mártires" –la categoría yihadista que
designa a
los terroristas suicidas–.
Durante su discurso, el imán Irfan Chishti dijo a la multitud que "si
querían convertirse en 'muyahidines', guerreros santos, deberían emular
al caudillo musulmán Saladino, que expulsó a los cruzados de Palestina
en 1187". Luego se lamentó: "¿Dónde está el Saladino de hoy día?"
La mención de Saladino resulta interesante porque en muchos aspectos
es emblemático del terrorismo palestino: se lo suele ver, especialmente
en Occidente, como luchador por la libertad y libertador, aunque ese
sultán
era de hecho un terrorista al modo del Estado Islámico.
Consideremos brevemente algunos hechos sobre esta figura histórica que,
por lo demás, es ensalzada tanto en el mundo musulmán como en el
occidental. Según su biógrafo, Baha al-Din, a Saladino le encantaba
escuchar la recitación del Corán, rezaba puntualmente y "odiaba a los
filósofos, herejes y materialistas, y a todos los que se oponían a la saría"
(una descripción adecuada de todos esos apologistas occidentales que
ahora lo elogian) .
Después de derrotar a los cruzados en la batalla de Hattin,
en 1187, en lugar de pedir un rescate o esclavizarlos, como era común
entonces, Saladino hizo que los monjes guerreros de las órdenes
militares del Temple y del Hospital fueran masacrados ante él, en una
escena que durante mucho tiempo ha servido de modelo al Estado Islámico
para sus vídeos propagandísticos de ejecuciones [*]. Luego se incautó
de la Vera Cruz, la reliquia más preciosa de la cristiandad, e hizo que
desfilara arrastrándola sobre tierra y estiércol, entre las burlas y
escupitajos de los musulmanes.
Naturalmente, a los apologistas occidentales de Saladino les importan
poco estos incidentes; suponen que, después de todo, los cruzados "se
lo
tenían merecido". Además, todas las guerras, incluida la guerra de
"liberación" de Saladino, se complican.
Entonces, ¿qué se puede pensar del hecho de que persiguiera severamente
a
los cristianos nativos de Egipto, los coptos, incluso crucificando o
ahorcando a muchos miles de ellos, rompiendo sistemáticamente las
cruces y destrozando sus iglesias, a pesar de que los coptos (que se
refieren a Saladino como "el Opresor de los Adoradores de la Cruz") no
tuvieron nada que ver con los francos o las cruzadas? (Véase Una espada sobre el Nilo, págs. 127,
131, 141 y 142.)
De hecho, Saladino tenía un odio virulento hacia el cristianismo, del
tipo manifestado por el Estado Islámico y otros islamistas, más allá de
su
conflicto con los cruzados. Además, el deseo más ferviente de Saladino
era,
según su biógrafo musulmán, invadir y llevar la yihad a la Europa
cristiana, "hasta que no quede sobre la faz de la tierra ni un
incrédulo
en Alá, o moriré en el intento".
Nada de esto ha impedido que los historiadores occidentales consideren
a Saladino como un modelo de virtud, uno del que Occidente puede
aprender. Así, una reconocida historiadora estadounidense, Dana
Carleton Munro, escribe:
"Si contrastamos con esto [la conquista cruzada de Jerusalén en
1099] la conducta de Saladino cuando capturó Jerusalén a los cristianos
en 1187, tenemos una sorprendente ilustración de la diferencia entre
las dos civilizaciones y nos damos cuenta de lo que los cristianos
podrían aprender del contacto con los sarracenos [musulmanes] en Tierra
Santa."
Caigamos en la cuenta de que usa el tiempo presente: "podrían
aprender". Saladino
–un héroe para el Estado Islámico y los terroristas militantes en todo
el mundo– debe ser presentado en Occidente como un ejemplo del que los
"intolerantes" cristianos de hoy necesitan aprender.
En realidad, lo que sucedió tras la conquista de Jerusalén por parte de
Saladino en 1187 parece, de nuevo, algo sacado directamente del manual
de estrategia del Estado Islámico. Aunque permitió que muchos
cristianos fueran rescatados, Saladino también ordenó que unos quince
mil cristianos fueran vendidos como esclavos. "Las mujeres y los niños
juntos llegaban a 8.000 y se dividieron rápidamente entre nosotros,
suscitando sonrisas en los rostros musulmanes por sus lamentos",
escribió Muhammad al-Isfahani, uno de los confidentes de Saladino, que
estuvo presente en la capitulación de Jerusalén, antes de lanzarse a
una diatriba sadomasoquista ensalzando la degradación sexual de las
mujeres europeas en manos de los hombres musulmanes:
"¡Cuántas mujeres respetables fueron profanadas, ... y mujeres
miserables forzadas a rendirse, y mujeres que habían estado recluidas
[las monjas] despojadas de su modestia ... y mujeres libres ocupadas
[es decir "penetradas"], las valiosas usadas para el duro trabajo, y
las preciosidades puestas a prueba, las vírgenes deshonradas y las
orgullosas desfloradas… y las felices obligadas a llorar! Cuántos
nobles [musulmanes] las tomaron como concubinas, cuántos hombres
ardientes se abrasaron por una de ellas, y los solteros fueron por
ellas
satisfechos, y los sedientos saciados por ellas, y los
hombres turbulentos pudieron dar rienda suelta a su pasión."
Así es el verdadero Saladino de la historia. Sin embargo, como se ve,
ninguno de estos aspectos similares a los del Estado Islámico interesa
a
muchos historiadores occidentales, dedicados a blanquear el islam
premoderno. En cambio, centran el foco en el único aspecto de su
carrera que aparenta ser positivo: que "liberó"
Jerusalén de los "ocupantes" cruzados, que él fue un defensor
musulmán contra los ofensores cristianos.
Curiosamente, este es el patrón exacto que repiten tantos
comentaristas occidentales dedicados a blanquear el islam moderno. Por
eso, aunque los grupos terroristas islámicos como Hamas y Hezbolá
comparten la cosmovisión del Estado Islámico,
sus apologistas occidentales centran el foco en el único aspecto de sus
acciones que aparentemente sería positivo: que están librando
una guerra de "liberación" contra los "ocupantes sionistas", que ellos
son los defensores musulmanes contra los ofensores
judíos.
De todos modos, desde aquí uno puede entender por qué todo lo que el
imán Irfan Chishti tuvo que hacer fue "pedir disculpas" para ser
reintegrado a su bien remunerado trabajo como experto "antiterrorista"
en Reino Unido. Solo dijo: "Algunas de mis palabras reflejan un claro
error de
juicio, en el calor del momento, y no reflejan mis sentimientos
o los sentimientos de la audiencia. Ahora reconozco que mis palabras
mal escogidas pueden haber ofendido y herido a la comunidad judía y
ofrezco
mis más sinceras disculpas".
Por supuesto, de todas sus "palabras mal escogidas", seguramente las
referentes a Saladino no están entre aquellas de las que se
arrepentía; porque pocos en Occidente saben quién fue el verdadero
Saladino, o cuál es el "paradigma de Saladino": la inclinación
occidental por encontrar, extrapolar y obsesionarse con un aspecto
noble de los musulmanes que, en realidad, son terroristas islámicos.
Un paradigma vivo y coleando hoy por hoy.
[*] Después de jactarse, diciendo "Purificaré la
tierra de estas dos razas impuras [los templarios y los
hospitalarios]", Saladino "ordenó que fueran decapitados, eligiendo
tenerlos muertos en vez de en prisión", escribe el testigo Baha
al-Din: "Con él estaba todo un cortejo de eruditos y sufíes y cierto
número de devotos y ascetas; cada uno suplicaba que se le permitiera
matar a uno de ellos, mientras desenvainaba su cimitarra y se
arremangaba. Saladino, con rostro alegre, estaba sentado en su estrado;
los infieles mostraban una negra desesperación, las tropas estaban
formadas en sus filas, los emires firmes en doble fila. Hubo algunos
que de un tajo cortaron limpiamente, y se les dio la enhorabuena por
ello".
Después de decir que algunos de aquellos pretendidos ejecutores no
tuvieron estómago para continuar con la matanza ritual, Baha al-Din
enaltecía a uno que "mató la incredulidad para dar vida al islam": "Vi
allí al hombre que reía con desprecio y mataba, que hablaba y actuaba;
cuántas promesas cumplió, cuántos elogios ganó, las recompensas eternas
que obtuvo con la sangre que derramaba, las obras piadosas sumadas a su
cuenta con cada cuello que cortaba"(Gabrieli, 138-139).
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