Solidaridad musulmana frente a la apatía occidental

RAYMOND IBRAHIM






Desde el brutal ataque de Hamás contra Israel –repleto de masacres, decapitaciones y atrocidades de todo tipo–, los musulmanes de todo el mundo han estado de celebración: en Grecia, los migrantes blandieron cuchillos y pisotearon la bandera israelí en Atenas; en Australia, grandes multitudes musulmanas corearon el grito de guerra yihadista "Alahú akbar" y "gas a los judíos" en Sidney; y en Alemania, después de celebrarlo, musulmanes triunfantes atacaron a la policía en Berlín.


Estos son solo los musulmanes dispuestos a manifestar abiertamente sus emociones. Otros musulmanes más prudentes –sin duda millones– lo celebran en silencio, por razones obvias.


¿Por qué los musulmanes de todo el mundo –que proceden de naciones diferentes, hablan idiomas diferentes y tienen culturas diferentes– están tan conmovidos por un acontecimiento lejano y bastante atroz que presumiblemente no les afecta ni los implica? Sencillo: porque son musulmanes; o mejor dicho, porque el islam es tan intrínsecamente tribal que sus seguidores, por muy diferentes o alejados que estén, mantienen un sentimiento de solidaridad, que se regocija especialmente cuando el islam "se anota una victoria" contra los infieles, sobre todo los que se considera que maltratan a los musulmanes (como cuando los musulmanes celebraron el 11-S).


En relación con esto, uno de los aspectos más atractivos del islam para los musulmanes es que predica el poder, la supremacía y hasta el honor, incluso a través de la violencia (yihad), como en el conocido hadiz (narrado por Abu Dawud, narrado por Ibn Omar):


"Oí decir al enviado de Alá: 'Si entráis en transacciones comerciales agarrándoos a las colas de las vacas, os contentáis con la agricultura y abandonáis la yihad, Alá permitirá que la humillación os alcance y no la refrenará hasta que volváis a vuestra religión'."


Este pensamiento de supervivencia del más fuerte no sólo es instintivamente atractivo, sino que contrasta con las virtudes cristianas, como la humildad, que requieren un cultivo.


En este sentido, cuando un grupo de musulmanes consigue una victoria en nombre del islam, incluso mediante el derramamiento de sangre y las masacres, los musulmanes de todo el mundo se alegran, porque eso les eleva, debido, una vez más, a la naturaleza tribal del islam.


Por otra parte, Occidente no comprende la solidaridad musulmana –que peligrosamente va más allá de "vitorear"– precisamente porque no tiene ningún sentido de solidaridad.


Por ejemplo, a los occidentales se les enseña a renegar de su propia herencia e historia mientras celebran las culturas y costumbres de los demás, algo que a ningún musulmán, de hecho, a ningún pueblo sin ingeniería social se le ocurriría jamás, y mucho menos estructurar realmente su sociedad en torno a principios tan artificiales.


Dado que se refiere específicamente al tema que nos ocupa –la solidaridad religiosa–, un ejemplo aún más adecuado es el de la absoluta indiferencia de la inmensa mayoría de los cristianos occidentales ante la persecución mundial de sus correligionarios.


Si los musulmanes de todo el mundo se sienten solidarios con los palestinos, a millones de cristianos occidentales les importa un bledo que muchos millones de cristianos no occidentales sufran una persecución que hace que la suerte de los palestinos parezca envidiable.


En los meses y años anteriores al ataque de Hamás a Israel, la nación musulmana de Azerbaiyán había estado cometiendo y sigue cometiendo un genocidio de armenios cristianos y, en última instancia, por la misma razón por la que Hamás atacó a Israel: porque los musulmanes nunca pueden estar en paz con sus vecinos (infieles). Recordemos las acertadas palabras de Samuel Huntington: "Las fronteras del islam son sangrientas... Dondequiera que uno mire a lo largo del perímetro del islam, los musulmanes tienen problemas para vivir en paz con sus vecinos".


Entre otras cosas, Azerbaiyán cometió y sigue cometiendo atrocidades contra los armenios que se encuentran bajo su autoridad en Artsaj, como hacerlos pasar hambre durante muchos meses y, más recientemente, expulsarlos militarmente de sus tierras ancestrales. Eso por no hablar de otros rasgos distintivos del odio yihadista, como la destrucción sistemática de iglesias armenias y otros lugares del patrimonio cristiano.


También podemos fijarnos en Nigeria, donde desde hace más de una década se está produciendo un genocidio de cristianos aún más dramático. Allí, los musulmanes han masacrado a decenas de miles de cristianos –"cada dos horas, de media, un cristiano es asesinado por su fe" en Nigeria– y han destruido aproximadamente 20.000 iglesias y escuelas cristianas.


Las atrocidades cometidas contra cristianos armenios o nigerianos son, por cierto, solo la punta del iceberg. Según la World Watch List 2023, hay 360 millones de cristianos de todo el mundo que sufren persecución.


La inmensa mayoría de los cristianos occidentales no sólo no han mostrado ningún interés por el sufrimiento de tantos hermanos cristianos, sino que las propias políticas de sus países, entre ellos Estados Unidos, son directamente responsables de exacerbar, si no de crear –como en Irak, Siria, Libia, Egipto y Yemen– la persecución de los cristianos. Lejos de reconocer el genocidio de cristianos en Nigeria, el gobierno de Biden ha llegado incluso a eliminar a Nigeria de su lista de naciones que deben ser vigiladas por promover o permitir abusos contra los derechos humanos.


Esta cuestión de la solidaridad, o de la falta de ella, es una de las diferencias más importantes, pero que pasan desapercibidas, no solo entre Occidente y el mundo musulmán, sino entre Occidente y el resto del mundo. Mientras que millones, si no miles de millones, de personas de todas las civilizaciones del mundo siguen movilizándose y sintiendo solidaridad en torno a su identidad colectiva, ya sea religiosa (islam) o nacional (china, hindú, etc.), el demográficamente menguante "Occidente" –cuyo propio nombre no significa más que una dirección geográfica– sigue presionando en favor de la "diversidad". Y a esto lo llaman "nuestra fuerza".


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