La
encíclica del papa Francisco que entrega Europa y el mundo a los
musulmanes
SOPHIE DURAND
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Afortunadamente, la mayoría de las personas no
escuchan al papa Francisco, aunque se nos informe regularmente de las
desconcertantes salidas de este papa globalista, islamocompatible,
islamófilo, abiertamente marxista, cada vez más distante de los
católicos, a quienes él debería proteger.
En octubre de 2020 publicaba una nueva y deplorable encíclica: Fratelli
tutti,
todos hermanos, de 270 páginas. Pero su lectura es altamente
desaconsejable para quienes teman una úlcera de estómago o tengan
problemas cardíacos.
Francisco reconoce haberse inspirado en un imán de El Cairo, Ahmad
Al-Tayeb, a quien cita varias veces en el texto, una primicia en la
Iglesia católica. Pero ciertamente no es lo último de este papa que
multiplica los signos de lealtad al islamismo.
En esta encíclica, vuelve a atacar varios conceptos, por ejemplo el de frontera:
para Francisco, los "límites y fronteras de los Estados no pueden
oponerse a la llegada de un migrante porque este no es un 'usurpador'".
¿No es usurpador quien se aprovecha sin legitimidad de las
prestaciones, la vivienda, la atención sanitaria y el empleo?
Así "nadie puede ser excluido, sin que importe donde haya nacido" ya
que "cada país es también el del extranjero". La misma formulación lo
traiciona: ¡no debería utilizar la palabra "extranjero"! Debería decir
"cada país es el país de todos", así quedaría aún más claro.
Pero entonces, ¿hay que abolir las fronteras? Lo cierto es que siempre
se establecieron para nombrar, para identificar, para saber quién es
quién, qué ley se debe seguir. Pero tal vez Francisco quiera la
abolición de todas las leyes. ¿Para poner qué en su lugar?… ¿La saría,
la ley islámica?
Y añade: "es importante aplicar a los migrantes que han llegado hace
algún tiempo y se han integrado en la sociedad el concepto de
ciudadanía". Ahí estamos. Habrá que explicarle al papa que Roma comenzó
a hundirse el día en que demasiadas gentes pudieron hacerse ciudadanos
romanos. La ciudadanía se gana, implica derechos pero sobre todo
deberes. Francisco solo menciona los derechos, por supuesto.
Dice que hay que "renunciar al uso discriminatorio del término
'minorías'". De hecho, "los migrantes, si los ayudamos a integrarse,
son una bendición, una riqueza, un don que invita a una sociedad a
crecer".
¿Una bendición?… Salvo que estos migrantes se nieguen desde su llegada
a integrarse y, peor aún, se involucren en cantidad de abusos
indescriptibles y en delitos. El papa debería leer los periódicos.
¿Ha leído la historia de Pamela Mastropietro, una hermosa muchacha de
18 años violada, asesinada, cortada en pedazos y escondida en una
maleta por un migrante clandestino nigeriano de 29 años, Innocent
Oseghale, en Italia, en 2018?
¿Ha escuchado a Éric Zemmour explicar cómo los menores no acompañados,
que no son ni menores, ni no acompañados, son, no siempre pero con
demasiada frecuencia, delincuentes en potencia?
¿Sabe que, solamente en Francia, todos los días hay iglesias que sufren
pintadas, que son vandalizadas o incendiadas? Será por cristianos
rubios de ojos azules, claro… Una bendición, ¿en serio?
Luego habla de propiedad privada, y pide la "subordinación de toda
propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y,
por consiguiente, el derecho de todos a su uso". ¡El derecho de todos a
su uso! ... Así da un paso más: todo es de todos.
Esto es contrario a la Biblia, donde el Decálogo manda: "no robarás… no
codiciarás los bienes ajenos". Parece que Francisco lee la Biblia tan
poco como los periódicos.
¿Legitima, entonces, a los migrantes que, por ejemplo en Calais, se
instalan en los jardines, y cortan los árboles? ¿Está al corriente de
la desesperación de aquella habitante de Lampedusa a la que los
migrantes
se lo han quitado todo, convirtiendo su pequeña granja en un desierto?
En cuanto a la propiedad, Francisco innova, porque hasta hoy, según la
doctrina de la Iglesia desde Tomás de Aquino en el siglo XIII, en la Summa
theologica (siguiendo en esto a Aristóteles), la propiedad privada
se consideraba legítima e incluso indispensable.
Porque prestamos más cuidado del que nos corresponde propiamente. La
sociedad está mejor ordenada cuando cada uno se ocupa de sus propios
asuntos y no de los del vecino, y la paz está mejor garantizada cuando
cada uno sabe lo que le pertenece. Por supuesto, debemos tener un buen
administrador que lo haga fructíficar y que acepte compartir con los
desfavorecidos.
León XIII fue muy claro a este respecto en la encíclica Rerum
novarum (1891) y Juan Pablo II en la Laborem exercens
(1981). Por citarlos solo a ellos.
Hobbes incluso hacía remontar el nacimiento del Estado y sus poderes a
la atribución de una propiedad privada a cada uno, a fin de que el
hombre
deje de ser un lobo para el hombre. Pero es la misma noción de
Estado lo que Francisco zarandea.
Y, por supuesto, hay que abolir las guerras y eliminar todas las armas,
de inmediato. Para empezar, hay que anular los presupuestos de
armamento y todas las armas nucleares. Hay que abolir la pena de muerte
en todas partes. Pero no habla de Arabia Saudí, de Irán, del Estado
Islámico, que lo utilizan a mansalva.
Francisco no habla de la confiscación de cuchillos, machetes, hachas,
sables y otras armas blancas y kalashnikovs que en su mayoría están en
manos de la gran religión de amor y paz. Seguramente, un olvido. Así,
sus protegidos permanecerán armados y los cristianos con las manos
desnudas. Dios reconocerá a los suyos, como se dice.
Nos detendremos aquí, para no perder los nervios. Suponemos que los
"buenos católicos" harán fila de inmediato para ofrecer sus bienes a la
autoridad fiscal, que los distribuirá a los migrantes. Que cada uno
abrirá su casa a todos los que quieran vaciar el frigorífico en
provecho
propio, escupir en la sopa, poner los pies encima de la mesa y
violar a las chicas de la casa. Una bendición, se nos dice.
Y sobre todo, suponemos que Francisco estará a punto de poner a
disposición de los migrantes la Capilla Sixtina, ahora propiedad de
todos.
Dada la altura del techo, se debería colocar allí una serie de
literas superpuestas para los migrantes. Seguramente estos deberían
poder recortar con una navaja los preciosos cuadros que la decoran,
para venderlos en el zoco más cercano. Hay que proveer a las
necesidades de los más desfavorecidos, y compartir.
Francisco hace tabla rasa de nuestras leyes, de nuestras tradiciones.
"Hagamos tabla rasa del pasado." La internacional de los jesuitas de
izquierda, teñida de teología de la liberación conoce bien sus textos.
Francisco ignora olímpicamente las clamorosas necesidades de su rebaño
maltratado, los católicos. Y la desaparición de los cristianos de
Oriente. Solo cuentan sus protegidos, los migrantes principalmente de
religión musulmana. Él les entrega Europa. Amén.
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