Primera carta abierta al papa Francisco
A propósito de su mensaje a los musulmanes por el fin del ramadán

ABBÉ GUY PAGÈS





Santo Padre:


¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo, que le confió la misión de dirigir a su Iglesia!


Permítame, en nombre de muchas personas sorprendidas por su mensaje a los musulmanes por el fin del ramadán (Eid al-Fitr) (1), y en virtud del canon 212 § 3, (2) compartir con usted las siguientes reflexiones.


Al saludar con "gran placer" a los musulmanes con motivo del ramadán, considerado como un tiempo consagrado "al ayuno, el rezo y la limosna", usted parece ignorar que el ayuno del ramadán es tal que "el gasto en el carro de la compra promedio de una familia que hace el ramadán aumenta un 30% " (3), que la limosna musulmana está destinada únicamente a los necesitados que sean musulmanes, y que el rezo musulmán consiste, ante todo, en rechazar cinco veces al día la fe en la Trinidad y en Jesucristo, y en pedir la gracia de no seguir el camino de los descarriados, que son los cristianos. Además, durante el ramadán, ciertamente debido a las privaciones y las frustraciones que genera, la delincuencia aumenta de manera vertiginosa (4). ¿Hay realmente, en estas prácticas, algún motivo de elogio?


Su carta dice que debemos tener estima hacia los musulmanes y "especialmente hacia sus jefes religiosos", pero no dice a título de qué. Ahora bien, puesto que se dirige a ellos en cuanto musulmanes, se deduce que esa estima se dirige también al islam. Pero ¿qué es el islam, que se enorgullece de "negar al Padre y al Hijo" (1 Juan 2,22), sino uno de los más poderosos Anticristos en número y violencia (Apocalipsis 20,7-10)? ¿Cómo podemos estimar a la vez a Cristo y a quien se opone a Él?


Su mensaje señala después que "las dimensiones de la familia y la sociedad son particularmente importantes para los musulmanes en este período" de ramadán, pero lo que no dice es que el ramadán sirve como un formidable medio de condicionamiento social, de opresión, de inquisición sobre los insumisos al totalitarismo islámico, en suma sirve como negación total del respeto que usted evoca.  Así, el artículo 222 del Código penal marroquí estipula que: "Quien, siendo conocido por su pertenencia a la religión musulmana, rompa ostensiblemente el ayuno en un lugar público durante el tiempo de ramadán, sin motivo admitido por esta religión, se castiga con una pena de prisión de uno a seis meses y una multa". Y no se trata solo de Marruecos.


¿Qué "paralelos" consigue encontrar entre "las dimensiones de la familia y la sociedad musulmana" y "la fe y la práctica cristianas", dado que el estatuto de la familia musulmana incluye la poligamia (Corán 4,3; 33,49-52. 59), el "matrimonio" de niñas impúberes (Corán 65,4), el repudio (Corán 2,230), la inferioridad ontológica y jurídica de la mujer (Corán 4,38; 2,282; 4,11), el deber del esposo de golpearla a su antojo (Corán 4,34), etc.? ¿Qué paralelo puede haber entre la sociedad musulmana construida para la gloria del Único y que, en consecuencia, no puede tolerar la alteridad, ni la libertad, ni distinguir los dominios religioso y espiritual ("Entre nosotros y vosotros, ¡es enemistad y odio para siempre hasta que creáis solamente en Alá!" (Corán 60,4), y la sociedad cristiana que, al estar construida para la gloria de Dios Uno y Trino, valora el respeto a las legítimas diferencias? A menos que haya que entender por "paralelo" no lo que se parece y por ello une, sino lo que, por el contrario, nunca se junta. En tal caso, ¿sirve el equívoco a la claridad de su propósito?

 

Usted propone a sus interlocutores que reflexionen sobre "la promoción del respeto mutuo a través de la educación", dejando creer que comparten con usted los mismos valores de humanidad, de "respeto mutuo". Pero este no es el caso. Para un musulmán, en efecto, no hay una naturaleza humana a la que referirse, ni hay un bien conocible por la razón: el hombre y su bien no son más que lo que el Corán dice de ellos. Pues bien, el Corán enseña a los musulmanes que los cristianos, por ser cristianos, "no son más que impureza" (Corán 9,28), "lo peor de la creación" (Corán 98, 6), "más viles que las bestias" (Corán 8,22; 8,55) (5). Debido a que el islam es la "verdadera religión" (Corán 2,208; 3,19. 85), que debe dominar sobre todas las demás, hasta erradicarlas completamente (Corán 2,193), quienes no son musulmanes no pueden ser más que perversos y malditos (Corán 3,10. 82.110; 4,48. 56. 76. 91; 7,144; 9,17. 34; 11,14; 13,15. 33; 14,30; 16,28-29; 18,103-106; 21,98; 22,19-22. 55; 25,21; 33,64; 40,63; 48,13); los musulmanes deben combatirlos incesantemente (Corán 61,4. 10-12; 8,40; 2,193), por medio de la astucia (Corán 3,54; 4,142; 8,30; 86,16), el terror (Corán 3,151; 8,12. 60; 33,26; 59,2), y todo tipo de castigos (Corán 5,33; 8,65, 9,9. 29. 123; 25,77), como la decapitación (Corán 8,12; 47,4) o la crucifixión (Corán 5,33), con vistas a eliminarlos (Corán 2,193; 8,39; 9,5. 111. 123; 47,4) y aniquilarlos definitivamente (Corán 2,191; 4.89. 91; 6,45; 9,5. 30. 36.73; 33,60-62; 66,9). "¡Oh vosotros los que creéis!, combatid a muerte contra los incrédulos que estén cerca de vosotros y que encuentren en vosotros la rudeza" (Corán 9,124). "¡Que Alá los aniquile!" (Corán 9,30; 3,151; 4,48). Santo Padre, ¿podemos olvidar, cuando nos dirigimos a los musulmanes, que no pueden aventurarse fuera del Corán?


Su llamamiento a "respetar en cada persona (…), en primer lugar su vida, su integridad física, su dignidad con los derechos que de ella derivan, su reputación, su patrimonio, su identidad étnica y cultural, sus ideas y sus opciones políticas", no podrá modificar las disposiciones dadas por Alá, que son inmutables, algunas de las cuales acabo de enumerar. Pero, si es necesario respetar en los demás "sus ideas y sus opciones políticas", ¿cómo oponerse entonces a la lapidación, la amputación, la pederastia y todo otro tipo de prácticas abominables ordenadas por la charía? Su hermoso discurso no puede conmover a los musulmanes: no tienen ninguna lección que recibir de nosotros, que somos "solo impureza" (Corán 9,28). Y si, no obstante, le felicitan, como hicieron los de Italia, es porque la política de la Santa Sede sirve en gran medida a sus intereses, al hacer pasar su religión como respetable a los ojos del mundo, al hacer creer que ella los conduce a considerar los valores universales que usted preconiza. Le felicitarán mientras estén, como en Italia, en una situación de minoría. Pero cuando ya no lo estén, ocurrirá lo que ocurre en todas partes donde son mayoritarios: todo grupo no musulmán debe desaparecer (Corán 9,14; 47,4; 61,4; etc.), o pagar a la yizia para rescatar el derecho a sobrevivir (Corán 9,29). Usted no puede ignorar esto. Pero ¿cómo puede entonces, escondiéndolo a los ojos del mundo, favorecer la expansión del islam entre los inocentes o ingenuos así engañados? ¿Tal vez mira los cumplidos que le han dirigido como una prenda de la fecundidad de su actitud? Entonces usted ignoraría el principio de la taquiya, que manda al musulmán besar la mano que no puede cortar (Corán 3,28; 16,106). ¿De qué valen esos intercambios de cortesía? ¿No decía san Pablo: "Si busco agradar a los hombres, ya no seré servidor de Cristo? (Gálatas 1,10)? Jesús proclamó malditos a los que son objeto de alabanza por parte de todos (Lucas 6,26). Si hasta vuestros enemigos naturales os alaban, ¿quién no os alabará? La misión propia de la Iglesia no es enseñar los buenos modales de vivir en sociedad. Usted mismo predica que hay que abandonar las mundanidades para ir a lo esencial.


San Juan Bautista ¿estaría muerto si se hubiera contentado con desearle una bella fiesta a Herodes? Tal vez diremos que Herodes vivía en pecado y que era deber de un profeta denunciar su pecado. Pero, si cada cristiano se ha convertido en profeta el día de su bautismo, y si es pecado no creer en Jesús, Hijo de Dios Salvador (Juan 16, 9), cosa de la que se gloría precisamente el islam, ¿cómo podría un cristiano no denunciar el pecado del islam y llamar a los musulmanes a la conversión "a tiempo y a destiempo" (2 Timoteo 4,2)? Dado que la razón de ser del islam es reemplazar al cristianismo, que habría pervertido la revelación del puro monoteísmo por la fe en la Santísima Trinidad, de manera que Jesús no sería Dios, que Él no habría muerto ni resucitado, que, por tanto, no habría redención, de modo que su obra la reduce el islam a nada, ¿cómo no denunciar al islam como el impostor anunciado (Mateo 24,4. 11. 24), el depredador por excelencia de la Iglesia? En lugar de cazar al lobo, la diplomacia vaticana da la impresión de preferir alimentarlo con sus adulaciones y no ver que solo espera estar lo suficientemente cebado para hacer lo que hace en todas partes donde ha llegado a estar suficientemente fuerte y vigoroso. ¿Es necesario recordar el martirio que viven los cristianos en Egipto, en Pakistán y en todos los lugares donde el islam está en el poder? ¿Cómo puede la Santa Sede asumir la responsabilidad de haber respaldado al islam, presentándolo como un cordero, cuando es un lobo disfrazado de cordero? En Akita, la Virgen María nos ha advertido: "El demonio se introduce en la Iglesia porque está llena de personas que aceptan las componendas".


Santo Padre, ¿cómo puede su carta afirmar que: "especialmente entre cristianos y musulmanes, lo que estamos llamados a respetar es la religión del otro, sus enseñanzas, sus símbolos y sus valores"? ¿Cómo puede uno respetar al islam, que blasfema continuamente de la Santísima Trinidad y de nuestro Señor Jesucristo, que acusa a la Iglesia de haber falsificado el Evangelio y que busca suplantarla (Apocalipsis 12,4)? ¿Es que san Ireneo que escribió Contra las herejías, san Juan Damasceno que escribió Sobre las herejías, obra en la que señala "tantas absurdeces hilarantes relatadas en el Corán", santo Tomás de Aquino con su Suma contra los gentiles (6), y todos los santos que se esforzaron en criticar las falsas religiones, no eran entonces santos cristianos, para que usted condene hoy retrospectivamente su acción, así como la de los escasos apologetas contemporáneos? Del campo de la cooperación entre razón y fe, tan alentado por Benito XVI, ¿deberá excluirse el hecho religioso? Si seguimos el llamamiento formulado por su carta, Santo Padre, ¿debemos solicitar, junto con la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) (7), que se condene en el mundo entero toda crítica al islam, y cooperar así a la difusión del islam, que enseña, repito, que el cristianismo está corrompido, que el islam va a reemplazarlo. ¿No hay bastante con la OCI para ponerle el bozal a la apologética cristiana?


Tan cierto como que no sembramos en las zarzas (Mateo 13,2-9), sino que comenzamos por arrancarlas antes de sembrar, no podemos anunciar la Buena Nueva de su salvación a un alma musulmana, llena de prejuicios, calumnias y falsedades sobre el cristianismo, vacunada, inmunizada desde su primera infancia, contra la fe cristiana (Corán 5,72; 9,113; 98,6). Hace falta comenzar necesariamente por arrancar de ella las mentiras sobre el cristianismo de las que está repleta, y por tanto criticar al islam, "sus enseñanzas, sus símbolos y valores", para destruir las contraverdades que la hacen enemiga de la Iglesia. ¿No nos pide san Pablo tomar "las armas de nuestro combate, que no son carnales, y que, para la causa de Dios, son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Corintios 10,4-5)? San Pablo no pidió usar solo "las armas defensivas de la justicia", sino también "las armas ofensivas" (2 Corintios 6,7). ¿Dónde están hoy en la vida de la Iglesia?


Oh, sí, asociarse a la alegría de esas gentes que ignoran la voluntad de Dios y desearles un feliz ramadán no parece en sí una cosa mala, lo mismo que pensaba san Pedro de la legitimación que daba a los usos judíos. ¡Mantenidos aún por miedo entre los protomusulmanes que eran los judeonazarenos! Pero Pablo lo corrigió delante de todos, mostrando que había cosas más importantes que tratar de complacer a los falsos hermanos (Gálatas 2,4. 11-14; 2 Corintios 11,26; Corán 2,193; 60,4; etc.). Si san Pablo tiene razón, ¿cómo decir que no debemos criticar "la religión del otro, sus enseñanzas, sus símbolos y sus valores"?


Al no querer criticar al islam, su carta justifica a los obispos que van a poner la primera piedra de las mezquitas, cosa que hacen también por cortesía, por la preocupación, según creen, de complacer a todo el mundo y favorecer la paz civil. Cuando mañana sus fieles se hayan convertido en musulmanes, podrán decir que fue su obispo quien, en lugar de prevenirlos, les mostró el camino a la mezquita. Y podrán decir lo mismo a propósito de la Santa Sede, puesto que les habrá enseñado a no pensar la verdad sobre el islam, a no criticarlo, sino honrarlo como si fuera bueno y respetable en sí.

 

Su carta justifica sus deseos de una buena celebración del ramadán afirmando que "está claro que cuando mostramos respeto por la religión del otro o cuando le ofrecemos nuestros votos con ocasión de una fiesta religiosa, buscamos simplemente compartir su alegría, sin que se trate por ello de hacer referencia al contenido de sus convicciones religiosas". ¿Cómo regocijarse en una alegría que glorifica al islam? La actitud que usted defiende, Santo Padre, ¿está de acuerdo con el mandato de Jesús: "Que vuestro lenguaje sea 'Sí, sí'; 'No, no': lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mateo 5,37)? La necesidad que usted muestra de añadir esa explicación ¿no tiene algo que ver con este "pasar de ahí" que viene del Maligno? E incluso si uno creyera no pecar al desear un buen ramadán, en virtud de la restricción mental que niega el vínculo entre el ramadán y el islam (una negación que muestra que este comportamiento sigue siendo un problema), ¿concuerda eso con la caridad pastoral que exige que un pastor se preocupe por la manera como entienden su gesto sus interlocutores? En efecto, ¿qué pueden pensar los musulmanes cuando nos oyen desearles un buen ramadán, sino que somos idiotas, incomprensiblemente obtusos, además de malditos por Alá, por no hacernos musulmanes, ya que haciendo eso reconocemos que su religión no solo es buena (pues es capaz de darles la alegría que les deseamos), sino ciertamente superior al cristianismo (pues es posterior a él), o bien que somos hipócritas, que no nos atrevemos a decirles cara a cara lo que pensamos de su religión, lo que equivale a reconocer que les tenemos miedo y que entonces ya se han convertido en nuestros amos? ¿Pueden tener otra interpretación, si razonan como musulmanes?

Muchos musulmanes me han expresado ya su alegría por que usted haya honrado su religión. ¿Cómo podrán convertirse nunca, si la Iglesia los alienta a practicar el islam? ¿Cómo pretende la Santa Sede anunciarles la falsedad del islam y el deber que tienen de abandonarlo para salvarse recibiendo el santo bautismo? ¿No favorece el relativismo religioso, para el cual poco importa lo que diferencia a las religiones, pues lo que cuenta sería solo lo que hay de bueno en el hombre, que lo salvaría con independencia de su religión?

Los primeros cristianos se negaron a participar en las ceremonias civiles del Imperio romano, que consistían en quemar un poco de incienso ante una estatua del emperador, un rito aparentemente muy recomendable, puesto que se supone que promovía la convivencia y la unidad de poblaciones tan diversas y de religiones tan numerosas del inmenso Imperio romano. Los primeros cristianos, para quienes la predicación de la unicidad del señorío de Jesús era más importante que cualquier realidad de este mundo, aunque fuera la de la estima de sus conciudadanos, prefirieron firmar con su sangre la originalidad de su mensaje. Y si amamos a nuestro prójimo, sea quien sea, musulmán incluido, en cuanto es miembro de la especie humana como nosotros, querido y amado desde toda la eternidad por Dios, redimido por la sangre del Cordero sin mancha, lo amamos con un amor dispuesto a negar todos los vínculos humanos que se oponen al incomparable amor de Cristo (Mateo 12,46-50; 23,31; Lucas 9,59-62; 14,26; Juan 10,34; 15,25). ¿En nombre de qué fraternidad podríamos llamar a los musulmanes "nuestros hermanos" (cfr. su alocución del 29-03-2013)? ¿Existe una fraternidad que trascienda todas las pertenencias humanas, incluida la de la comunión con Cristo, rechazada por el islam, que en última instancia es la única que importaría? La voluntad de Dios es que creamos en Cristo (Juan 6,29), y hace que "no conozcamos ya a nadie según la carne" (2 Corintios 5,16).

 

¿Quizá la diplomacia vaticana piensa que, al silenciar lo que es el islam, va a salvar la vida de los desafortunados cristianos de los países musulmanes? No, el islam continuará persiguiéndolos (Juan 16,2), y tanto más cuando vea que nada se le opone, porque tal es su razón de ser (Corán 2,193; 9,30). Estos cristianos, como todos los cristianos, ¿no esperan que usted les recuerde que aquí abajo lo que le toca a cada discípulo de Cristo es ser perseguido a causa de su nombre (Mateo 16,24; Marcos 13,13; Juan 15,20), y que esa es una gracia insigne de la que hay que saber alegrarse (1 Pedro 4,13)? Jesús dijo que no temamos los tormentos de la persecución (Lucas 12,4), y a los hermanos perseguidos a causa de nuestra fe, que se alegren con la octava bienaventuranza (Mateo 5,11-12). Esta alegría, ¿no es el mejor testimonio que podemos dar? ¿Qué mejor servicio podríamos ofrecer a los musulmanes fervientes que no temen morir, de tan seguros que están de disfrutar de las vírgenes que Alá les promete como precio de sus crímenes, que mostrarles a los cristianos felices de dar su vida por puro amor de Dios y por la salvación de su prójimo? Su carta evoca el testimonio de san Francisco, pero no dice que san Francisco envió hermanos a evangelizar a los musulmanes de Marruecos, sabiendo que lo más probable era que allí fueran martirizados, como efectivamente fue el caso, y que él mismo intentó evangelizar al sultán Al Malik Al Kamil (8). La caridad denuncia la mentira y llama a la conversión.

Santo Padre, nos resulta difícil encontrar en su mensaje a los musulmanes el eco de la caridad de san Pablo, cuando manda: "¡No os unzáis en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?" (2 Corintios 6,14-15), o la del apacible san Juan, que ordena no dar la bienvenida a cualquiera que rechace la fe católica, ni siquiera saludarlo so pena de participar en "sus obras malvadas "(2 Juan 7,11) (9). Al saludar a los musulmanes con ocasión del ramadán, ¿no participamos en sus obras malvadas? ¿Cómo hemos llegado hoy a venerar la túnica de los herejes (Judas 23)?

Sí, el concilio Vaticano II llama a los cristianos a olvidar el pasado, pero eso no puede significar otra cosa que olvidar los posibles resentimientos debidos a las violencias y las injusticias sufridas a lo largo de los siglos por los cristianos, y para lo que nos concierne, infligidas por los musulmanes. Porque, de lo contrario, olvidar el pasado ¿no sería condenarse a revivir las mismas desgracias de antaño? Sin memoria, ¿podríamos tener un futuro? Sin memoria, ¿puede ni siquiera haber identidad?

Santo Padre, ¿ha leído la Carta abierta de Christino Magdi Allam (10), un exmusulmán bautizado por Benito XVI, en 2006, en el que anuncia que abandona la Iglesia debido al compromiso de esta con la islamización de Occidente? Esta carta es un terrible trueno en el pálido cielo de las claudicaciones y tibiezas eclesiales ¡y debería constituir para nosotros una formidable advertencia!

Santo Padre, me he tomado la libertad de criticar respetuosa y abiertamente (canon 212 § 3), porque la diplomacia no está amparada por el carisma de la infalibilidad, y porque su mensaje a los musulmanes con ocasión del fin del ramadán no es un acto magisterial. Sin duda, usted ha considerado que antes de hablar de "teología" con los musulmanes, era conveniente preparar primero sus corazones mediante una enseñanza sobre el deber, por elemental que sea, de respetar a los demás. Tengo que decirle que nos parece que tal enseñanza debería hacerse sin ninguna referencia al islam, a fin de evitar cualquier ambigüedad al respecto. ¿Por qué no intercambiar saludos de cortesía con motivo de Navidad o de Pascua, incluso de Año Nuevo? Ciertamente, no sin razón Benedicto XVI disolvió el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y transfirió sus prerrogativas al Consejo Pontificio para la Cultura. Dicho esto, renuevo el compromiso de mi fidelidad a la cátedra de san Pedro, en la fe en su infalible magisterio, con el deseo de ver que todos los católicos sacudidos en su fe por su mensaje a los musulmanes con ocasión del fin del ramadán hagan lo mismo.


Julio 2013

 



Notas

 

1. Enlace.


2. "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas" (Canon 212 § 3).


3. Estadísticas realizadas por el Instituto Abassa (9-10-2007) en 24 provincias de Argelia durante el ramadán, en comparación con los promedios anuales: accidentes de trabajo: + 150%; emergencias médicas: + 300%; accidentes domésticos: + 250%; incendios y disputas que causan lesiones: + 400%; intoxicaión por alimentos: + 32%; agravamiento y complicación de enfermedades crónicas: + 80%; muertes: + 18% mujeres y niños golpeados dentro del hogar: + 120%; pequeña delincuencia: + 220%; delitos por venta y consumo de estupefacientes: + 96%; robos de automóviles, estafas, falsificaciones y usos fraudulentos: + 180%; accidentes de tráfico: + 52%, sin mencionar la disminución de la actividad en todas las áreas de actividad. ¿Quién, en su sano juicio, puede aceptar que el conductor del autobús de su hijo conduzca ayuno de comida y bebida desde la noche anterior? Enlace 1; enlace 2.


4. Enlace.

5. "Por el mismo concepto que el excremento, la orina, el perro, el vino", precisa el ayatolá Jomeini, en Principios políticos, filosóficos, sociales y religiosos, Paría, Ediciones Libres Hallier, 1979.

6. Debemos entonces avergonzarnos de santo Tomás de Aquino, cuando escribe: "Mahoma (...) sedujo a los pueblos con promesas de voluptuosidades carnales a cuyo deseo empuja la concupiscencia de la carne. Liberando la brida al placer, dio órdenes conforme a sus promesas, que los hombres carnales pueden obedecer fácilmente. En cuanto a verdades, no aportó sino las fáciles de captar por cualquier mente mediocremente abierta. Por otro lado, entremezcló las verdades de su enseñanza con muchas fábulas y doctrinas de lo más falso. No adujo pruebas sobrenaturales, las únicas que testimonian como conviene a favor de la inspiración divina, cuando una obra visible que solo puede ser obra de Dios prueba que el doctor de la verdad está invisiblemente inspirado. Por el contrario, pretendió que estaba enviado mediante el poder de las armas, pruebas que nunca faltan a los bandidos y los tiranos. Además, quienes desde el principio creyeron en él no fueron en absoluto sabios instruidos en ciencias divinas y humanas, sino hombres salvajes, habitantes de los desiertos, completamente ignorantes de todo conocimiento de Dios, cuyo gran número lo ayudó, por la violencia de las armas, a imponer su ley a otros pueblos. Ninguna profecía divina testimonia en su favor; por el contrario, él distorsiona las enseñanzas del Antiguo y del Nuevo Testamento con relatos legendarios, como es evidente para quien estudie su ley. Más aún, con una medida llena de astucias, prohíbe a sus discípulos leer los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento, que podrían convencerlos de su falsedad. Por lo tanto, es algo evidente que aquellos que dan fe a su palabra, creen a la ligera" (Suma contra los gentiles, I, 6. Paris, Du Cerf, 1993: 27).

7. Enlace 1. Enlace 2.

8. Enlace.

9. San Policarpo, discípulo de san Juan, recordaba bien esta lección: "Evitemos a los falsos hermanos, y también a los hombres que llevan falsamente el nombre del Señor, y que descarrían a los espíritus ligeros. En efecto, toda persona que no proclama que Jesucristo ha venido en la carne es un Anticristo, y quien no proclama el testimonio de la cruz pertenece al diablo "(Carta a los filipenses).

10. Enlace 1. Enlace 2.
 

 

FUENTE