Primera carta
abierta al papa Francisco
A
propósito
de su mensaje a los musulmanes por el fin del ramadán
ABBÉ GUY PAGÈS
|
Santo
Padre:
¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo, que le confió la misión de
dirigir a su
Iglesia!
Permítame, en nombre de muchas personas sorprendidas por su mensaje
a los musulmanes por el fin del ramadán (Eid al-Fitr) (1),
y en virtud del canon 212 § 3, (2) compartir con
usted las siguientes reflexiones.
Al saludar con "gran placer" a los musulmanes con motivo del ramadán,
considerado como un tiempo consagrado "al ayuno, el rezo y la
limosna", usted parece ignorar que el ayuno del ramadán es tal que
"el gasto en el carro de la compra promedio de una familia que hace el
ramadán aumenta un 30% " (3), que la limosna musulmana está destinada
únicamente a los necesitados que sean musulmanes, y que el rezo
musulmán
consiste, ante todo, en rechazar cinco veces al día la fe en la
Trinidad y en
Jesucristo, y en pedir la gracia de no seguir el camino de los
descarriados,
que son los cristianos. Además, durante el ramadán, ciertamente debido
a las
privaciones y las frustraciones que genera, la delincuencia aumenta de
manera
vertiginosa (4). ¿Hay realmente, en estas prácticas, algún motivo de
elogio?
Su carta dice que debemos tener estima hacia los
musulmanes y
"especialmente hacia sus jefes religiosos", pero no dice a título de
qué. Ahora bien, puesto que se dirige a ellos en cuanto musulmanes, se
deduce
que esa estima se dirige también al islam. Pero ¿qué es el islam, que
se
enorgullece de "negar al Padre y al Hijo" (1 Juan 2,22), sino uno de
los más poderosos Anticristos en número y violencia (Apocalipsis
20,7-10)?
¿Cómo podemos estimar a la vez a Cristo y a quien se opone a Él?
Su mensaje señala después que "las dimensiones de la familia y la
sociedad
son particularmente importantes para los musulmanes en este período" de
ramadán,
pero lo que no dice es que el ramadán sirve como un formidable medio de
condicionamiento social, de opresión, de inquisición sobre los
insumisos al
totalitarismo islámico, en suma sirve como negación total del respeto
que usted
evoca. Así, el artículo 222 del Código penal
marroquí estipula que: "Quien, siendo conocido por su pertenencia a la
religión musulmana, rompa ostensiblemente el ayuno en un lugar público
durante
el tiempo de ramadán, sin motivo admitido por esta religión, se castiga
con una
pena de prisión de uno a seis meses y una multa". Y no se trata solo de
Marruecos.
¿Qué "paralelos" consigue encontrar entre "las dimensiones de la
familia y la sociedad musulmana" y "la fe y la práctica
cristianas", dado que el estatuto de la familia musulmana incluye la
poligamia (Corán 4,3; 33,49-52. 59), el "matrimonio" de niñas impúberes
(Corán 65,4), el repudio (Corán 2,230), la inferioridad ontológica y
jurídica
de la mujer (Corán 4,38; 2,282; 4,11), el deber del esposo de golpearla
a su
antojo (Corán 4,34), etc.? ¿Qué paralelo puede haber entre la sociedad
musulmana construida para la gloria del Único y que, en consecuencia,
no puede
tolerar la alteridad, ni la libertad, ni distinguir los dominios
religioso y
espiritual ("Entre nosotros y vosotros, ¡es enemistad y odio para
siempre
hasta que creáis solamente en Alá!" (Corán 60,4), y la sociedad
cristiana
que, al estar construida para la gloria de Dios Uno y Trino, valora el
respeto a
las legítimas diferencias? A menos que haya que entender por
"paralelo" no lo que se parece y por ello une, sino lo que, por el
contrario, nunca se junta. En tal caso, ¿sirve el equívoco a la
claridad de su
propósito?
Usted
propone a sus interlocutores que reflexionen sobre "la promoción del
respeto mutuo a través de la educación", dejando creer que comparten
con
usted los mismos valores de humanidad, de "respeto mutuo". Pero este
no es el caso. Para un musulmán, en efecto, no hay una naturaleza
humana a la
que referirse, ni hay un bien conocible por la razón: el hombre y su
bien no son
más que lo que el Corán dice de ellos. Pues bien, el Corán enseña a los
musulmanes que los cristianos, por ser cristianos, "no son más que
impureza" (Corán 9,28), "lo peor de la creación" (Corán 98, 6),
"más viles que las bestias" (Corán 8,22; 8,55) (5). Debido a que el
islam
es la "verdadera religión" (Corán 2,208; 3,19. 85), que debe dominar
sobre todas las demás, hasta erradicarlas completamente (Corán 2,193),
quienes
no son musulmanes no pueden ser más que perversos y malditos (Corán
3,10. 82.110;
4,48. 56. 76. 91; 7,144; 9,17. 34; 11,14; 13,15. 33; 14,30; 16,28-29;
18,103-106;
21,98; 22,19-22. 55; 25,21; 33,64; 40,63; 48,13); los musulmanes deben
combatirlos
incesantemente (Corán 61,4. 10-12; 8,40; 2,193), por medio de la
astucia (Corán
3,54; 4,142; 8,30; 86,16), el terror (Corán 3,151; 8,12. 60; 33,26;
59,2), y
todo tipo de castigos (Corán 5,33; 8,65, 9,9. 29. 123; 25,77), como la
decapitación (Corán 8,12; 47,4) o la crucifixión (Corán 5,33), con
vistas a
eliminarlos (Corán 2,193; 8,39; 9,5. 111. 123; 47,4) y aniquilarlos
definitivamente (Corán 2,191; 4.89. 91; 6,45; 9,5. 30. 36.73; 33,60-62;
66,9).
"¡Oh vosotros los que creéis!, combatid a muerte contra los incrédulos
que
estén cerca de vosotros y que encuentren en vosotros la rudeza" (Corán
9,124).
"¡Que Alá los aniquile!" (Corán 9,30; 3,151; 4,48). Santo Padre,
¿podemos olvidar, cuando nos dirigimos a los musulmanes, que no pueden
aventurarse fuera del Corán?
Su llamamiento a "respetar en cada persona (…), en primer lugar su
vida,
su integridad física, su dignidad con los derechos que de ella derivan,
su
reputación, su patrimonio, su identidad étnica y cultural, sus ideas y
sus
opciones políticas", no podrá modificar las disposiciones dadas por
Alá,
que son inmutables, algunas de las cuales acabo de enumerar. Pero, si
es
necesario respetar en los demás "sus ideas y sus opciones políticas",
¿cómo oponerse entonces a la lapidación, la amputación, la pederastia y
todo otro
tipo de prácticas abominables ordenadas por la charía? Su hermoso
discurso no
puede conmover a los musulmanes: no tienen ninguna lección que recibir
de
nosotros, que somos "solo impureza" (Corán 9,28). Y si, no obstante, le
felicitan, como hicieron los de Italia, es porque la política de la
Santa Sede
sirve en gran medida a sus intereses, al hacer pasar su religión como
respetable a los ojos del mundo, al hacer creer que ella los conduce a
considerar
los valores universales que usted preconiza. Le felicitarán mientras
estén,
como en Italia, en una situación de minoría. Pero cuando ya no lo
estén, ocurrirá
lo que ocurre en todas partes donde son mayoritarios: todo grupo no
musulmán
debe desaparecer (Corán 9,14; 47,4; 61,4; etc.), o pagar a la yizia para rescatar el derecho a
sobrevivir (Corán 9,29). Usted no puede ignorar esto. Pero ¿cómo puede
entonces,
escondiéndolo a los ojos del mundo, favorecer la expansión del islam
entre los
inocentes o ingenuos así engañados? ¿Tal vez mira los cumplidos que le
han
dirigido como una prenda de la fecundidad de su actitud? Entonces usted
ignoraría
el principio de la taquiya,
que manda
al musulmán besar la mano que no puede cortar (Corán 3,28; 16,106). ¿De
qué
valen esos intercambios de cortesía? ¿No decía san Pablo: "Si busco
agradar a los hombres, ya no seré servidor de Cristo? (Gálatas 1,10)?
Jesús proclamó
malditos a los que son objeto de alabanza por parte de todos (Lucas
6,26). Si
hasta vuestros enemigos naturales os alaban, ¿quién no os alabará? La
misión
propia de la Iglesia no es enseñar los buenos modales de vivir en
sociedad. Usted
mismo predica que hay que abandonar las mundanidades para ir a lo
esencial.
San Juan Bautista ¿estaría muerto si se hubiera contentado con desearle
una
bella fiesta a Herodes? Tal vez diremos que Herodes vivía en pecado y
que era
deber de un profeta denunciar su pecado. Pero, si cada cristiano se ha
convertido en profeta el día de su bautismo, y si es pecado no creer en
Jesús,
Hijo de Dios Salvador (Juan 16, 9), cosa de la que se gloría
precisamente el
islam, ¿cómo
podría un cristiano no denunciar el pecado del islam y llamar a los
musulmanes
a la conversión "a tiempo y a destiempo" (2 Timoteo 4,2)? Dado que la
razón de ser del islam es reemplazar al cristianismo, que habría
pervertido la
revelación del puro monoteísmo por la fe en la Santísima Trinidad, de
manera
que Jesús no sería Dios, que Él no habría muerto ni resucitado, que,
por tanto,
no habría redención, de modo que su obra la reduce el islam a nada,
¿cómo
no denunciar al islam como el impostor anunciado (Mateo 24,4. 11. 24),
el
depredador por excelencia de la Iglesia? En lugar de cazar al lobo, la
diplomacia vaticana da la impresión de preferir alimentarlo con sus
adulaciones
y no ver que solo espera estar lo suficientemente cebado para hacer lo
que hace
en todas partes donde ha llegado a estar suficientemente fuerte y
vigoroso. ¿Es
necesario recordar el martirio que viven los cristianos en Egipto, en
Pakistán
y en todos los lugares donde el islam está en el poder? ¿Cómo puede la
Santa
Sede asumir la responsabilidad de haber respaldado al islam,
presentándolo como
un cordero, cuando es un lobo disfrazado de cordero? En Akita, la
Virgen María
nos ha advertido: "El demonio se introduce en la Iglesia porque está
llena
de
personas que aceptan las componendas".
Santo Padre, ¿cómo puede su carta afirmar que: "especialmente entre
cristianos y musulmanes, lo que estamos llamados a respetar es la
religión del
otro, sus enseñanzas, sus símbolos y sus valores"? ¿Cómo puede uno
respetar al islam, que blasfema continuamente de la Santísima Trinidad
y de nuestro
Señor Jesucristo, que acusa a la Iglesia de haber falsificado el
Evangelio y que
busca suplantarla (Apocalipsis 12,4)? ¿Es que san Ireneo que escribió Contra las herejías, san Juan
Damasceno
que escribió Sobre las herejías,
obra
en la que señala "tantas absurdeces hilarantes relatadas en el Corán",
santo Tomás de Aquino con su Suma
contra
los gentiles (6), y todos los santos que se esforzaron en
criticar las falsas
religiones, no eran entonces santos cristianos, para que usted condene
hoy
retrospectivamente su acción, así como la de los escasos apologetas
contemporáneos? Del campo de la cooperación entre razón y fe, tan
alentado por
Benito XVI, ¿deberá excluirse el hecho religioso? Si seguimos el
llamamiento
formulado por su carta, Santo Padre, ¿debemos solicitar, junto con la
Organización para la Cooperación Islámica (OCI) (7), que se condene en
el mundo
entero toda crítica al islam, y cooperar así a la difusión del islam,
que
enseña, repito, que el cristianismo está corrompido, que el islam va a
reemplazarlo. ¿No hay bastante con la OCI para ponerle el bozal a la
apologética cristiana?
Tan cierto como que no sembramos en las zarzas (Mateo 13,2-9), sino que
comenzamos por arrancarlas antes de sembrar, no podemos anunciar la
Buena Nueva
de su salvación a un alma musulmana, llena de prejuicios, calumnias y
falsedades
sobre el cristianismo, vacunada, inmunizada desde su primera infancia,
contra
la fe cristiana (Corán 5,72; 9,113; 98,6). Hace falta comenzar
necesariamente
por arrancar de ella las mentiras sobre el cristianismo de las que está
repleta,
y por tanto criticar al islam,
"sus enseñanzas, sus símbolos y valores", para destruir las
contraverdades que la hacen enemiga de la Iglesia. ¿No nos pide san
Pablo tomar
"las armas de nuestro combate, que no son carnales, y que, para la
causa
de Dios, son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas y toda
altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a
cautiverio
todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Corintios 10,4-5)? San
Pablo no pidió usar solo "las armas defensivas de la justicia", sino
también "las armas ofensivas" (2 Corintios 6,7). ¿Dónde están hoy en
la vida de la Iglesia?
Oh, sí, asociarse a la alegría de esas gentes que
ignoran la voluntad
de Dios y
desearles un feliz ramadán no parece en sí una cosa mala, lo mismo que
pensaba
san Pedro de la legitimación que daba a los usos judíos. ¡Mantenidos
aún por
miedo entre los protomusulmanes que eran los judeonazarenos! Pero Pablo
lo corrigió
delante de todos, mostrando que había cosas más importantes que tratar
de
complacer a los falsos hermanos (Gálatas 2,4. 11-14; 2 Corintios 11,26;
Corán 2,193;
60,4; etc.). Si san Pablo tiene razón, ¿cómo decir que no debemos
criticar
"la religión del otro, sus enseñanzas, sus símbolos y sus valores"?
Al no querer criticar al islam, su carta justifica a los obispos que
van a
poner la primera piedra de las mezquitas, cosa que hacen también por
cortesía, por
la preocupación, según creen, de complacer a todo el mundo y favorecer
la paz
civil. Cuando mañana sus fieles se hayan convertido en musulmanes,
podrán decir
que fue su obispo quien, en lugar de prevenirlos, les mostró el camino
a la
mezquita. Y podrán decir lo mismo a propósito de la Santa Sede, puesto
que les
habrá enseñado a no pensar la verdad sobre el islam, a no criticarlo,
sino honrarlo
como si fuera bueno y respetable en sí.
Su carta
justifica sus deseos de una buena celebración del ramadán afirmando que
"está claro que cuando mostramos respeto por la religión del otro o
cuando
le ofrecemos nuestros votos con ocasión de una fiesta religiosa,
buscamos simplemente
compartir su alegría, sin que se trate por ello de hacer referencia al
contenido
de sus convicciones religiosas". ¿Cómo regocijarse en una alegría que
glorifica al islam? La actitud que usted defiende, Santo Padre, ¿está
de
acuerdo con el mandato de Jesús: "Que vuestro lenguaje sea 'Sí, sí';
'No,
no': lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mateo 5,37)? La necesidad
que usted muestra
de añadir esa explicación ¿no tiene algo que ver con este "pasar de
ahí"
que viene del Maligno? E incluso si uno creyera no pecar al desear un
buen ramadán,
en virtud de la restricción mental que niega el vínculo entre el
ramadán y el islam
(una negación que muestra que este comportamiento sigue siendo un
problema), ¿concuerda
eso con la caridad pastoral que exige que un pastor se preocupe por la
manera
como entienden su gesto sus interlocutores? En efecto, ¿qué pueden
pensar los
musulmanes cuando nos oyen desearles un buen ramadán, sino que somos
idiotas,
incomprensiblemente obtusos, además de malditos por Alá, por no
hacernos
musulmanes, ya que haciendo eso reconocemos que su religión no solo es
buena (pues
es capaz de darles la alegría que les deseamos), sino ciertamente
superior al
cristianismo (pues es posterior a él), o bien que somos hipócritas, que
no nos
atrevemos a decirles cara a cara lo que pensamos de su religión, lo que
equivale a reconocer que les tenemos miedo y que entonces ya se han
convertido
en nuestros amos? ¿Pueden tener otra interpretación, si razonan como
musulmanes?
Muchos musulmanes me han expresado ya su alegría por que usted haya
honrado su
religión. ¿Cómo podrán convertirse nunca, si la Iglesia los alienta a
practicar
el islam? ¿Cómo pretende la Santa Sede anunciarles la falsedad del
islam y el
deber que tienen de abandonarlo para salvarse recibiendo el santo
bautismo? ¿No
favorece el relativismo religioso, para el cual poco importa lo que
diferencia
a las religiones, pues lo que cuenta sería solo lo que hay de bueno en
el
hombre, que lo salvaría con independencia de su religión?
Los primeros cristianos se negaron a participar en las ceremonias
civiles del
Imperio romano, que consistían en quemar un poco de incienso ante una
estatua
del emperador, un rito aparentemente muy recomendable, puesto que se
supone que
promovía la convivencia y la unidad de poblaciones tan diversas y de
religiones
tan numerosas del inmenso Imperio romano. Los primeros cristianos, para
quienes
la predicación de la unicidad del señorío de Jesús era más importante
que
cualquier realidad de este mundo, aunque fuera la de la estima de sus
conciudadanos, prefirieron firmar con su sangre la originalidad de su
mensaje.
Y si amamos a nuestro prójimo, sea quien sea, musulmán incluido, en
cuanto es
miembro de la especie humana como nosotros, querido y amado desde toda
la
eternidad por Dios, redimido por la sangre del Cordero sin mancha, lo
amamos
con un amor dispuesto a negar todos los vínculos humanos que se oponen
al
incomparable amor de Cristo (Mateo 12,46-50; 23,31; Lucas 9,59-62;
14,26; Juan
10,34; 15,25). ¿En nombre de qué fraternidad podríamos llamar a los
musulmanes
"nuestros hermanos" (cfr. su alocución del 29-03-2013)? ¿Existe una
fraternidad que trascienda todas las pertenencias humanas, incluida la
de la
comunión con Cristo, rechazada por el islam, que en última instancia es
la
única que importaría? La voluntad de Dios es que creamos en Cristo
(Juan 6,29),
y hace que "no conozcamos ya a nadie según la carne" (2 Corintios 5,16).
¿Quizá la
diplomacia vaticana piensa que, al silenciar lo que es el islam, va a
salvar la
vida de los desafortunados cristianos de los países musulmanes? No, el
islam
continuará persiguiéndolos (Juan 16,2), y tanto más cuando vea que nada
se le
opone, porque tal es su razón de ser (Corán 2,193; 9,30). Estos
cristianos, como
todos los cristianos, ¿no esperan que usted les recuerde que aquí abajo
lo que
le toca a cada discípulo de Cristo es ser perseguido a causa de su
nombre (Mateo
16,24; Marcos 13,13; Juan 15,20), y que esa es una gracia insigne de la
que hay
que saber alegrarse (1 Pedro 4,13)? Jesús dijo que no temamos los
tormentos de
la persecución (Lucas 12,4), y a los hermanos perseguidos a causa de
nuestra fe,
que se alegren con la octava bienaventuranza (Mateo 5,11-12). Esta
alegría, ¿no
es el mejor testimonio que podemos dar? ¿Qué mejor servicio podríamos
ofrecer a
los musulmanes fervientes que no temen morir, de tan seguros que están
de
disfrutar de las vírgenes que Alá les promete como precio de sus
crímenes, que
mostrarles a los cristianos felices de dar su vida por puro amor de
Dios y por
la salvación de su prójimo? Su carta evoca el testimonio de san
Francisco, pero
no dice que san Francisco envió hermanos a evangelizar a los musulmanes
de
Marruecos, sabiendo que lo más probable era que allí fueran
martirizados, como efectivamente
fue el caso, y que él mismo intentó evangelizar al sultán Al Malik Al
Kamil
(8). La caridad denuncia la mentira y llama a la conversión.
Santo Padre, nos resulta difícil encontrar en su mensaje a los
musulmanes el
eco de la caridad de san Pablo, cuando manda: "¡No os unzáis en yugo
desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y
la
iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre
Cristo y
Belial? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?" (2 Corintios
6,14-15),
o la del apacible san Juan, que ordena no dar la bienvenida a
cualquiera que
rechace la fe católica, ni siquiera saludarlo so pena de participar en
"sus
obras malvadas "(2 Juan 7,11) (9). Al saludar a los musulmanes con
ocasión
del ramadán, ¿no participamos en sus obras malvadas? ¿Cómo hemos
llegado hoy a
venerar la túnica de los herejes (Judas 23)?
Sí, el concilio Vaticano II llama a los cristianos a olvidar el pasado,
pero
eso no puede significar otra cosa que olvidar los posibles
resentimientos
debidos a las violencias y las injusticias sufridas a lo largo de los
siglos
por los cristianos, y para lo que nos concierne, infligidas por los
musulmanes.
Porque, de lo contrario, olvidar el pasado ¿no sería condenarse a
revivir las
mismas desgracias de antaño? Sin memoria, ¿podríamos tener un futuro?
Sin
memoria, ¿puede ni siquiera haber identidad?
Santo Padre, ¿ha leído la Carta
abierta
de Christino Magdi Allam (10), un exmusulmán bautizado por Benito XVI,
en 2006,
en el que anuncia que abandona la Iglesia debido al compromiso de esta
con la
islamización de Occidente? Esta carta es un terrible trueno en el
pálido cielo
de las claudicaciones y tibiezas eclesiales ¡y debería constituir para
nosotros
una formidable advertencia!
Santo Padre, me he tomado la libertad de criticar
respetuosa y
abiertamente
(canon 212 § 3), porque la diplomacia no está amparada por el carisma
de la
infalibilidad, y porque su mensaje a los musulmanes con ocasión del fin
del ramadán
no es un acto magisterial. Sin duda, usted ha considerado que antes de
hablar
de "teología" con los musulmanes, era conveniente preparar primero sus
corazones mediante una enseñanza sobre el deber, por elemental que sea,
de
respetar a los demás. Tengo que decirle que nos parece que tal
enseñanza debería
hacerse sin ninguna referencia al islam, a fin de evitar cualquier
ambigüedad
al respecto. ¿Por qué no intercambiar saludos de cortesía con motivo de
Navidad
o de Pascua, incluso de Año Nuevo? Ciertamente, no sin razón Benedicto
XVI
disolvió el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y
transfirió sus
prerrogativas al Consejo Pontificio para la Cultura. Dicho esto,
renuevo el
compromiso de mi fidelidad a la cátedra de san Pedro, en la fe en su
infalible magisterio,
con el deseo de ver que todos los católicos sacudidos en su fe por su
mensaje a
los musulmanes con ocasión del fin del ramadán hagan lo mismo.
Julio 2013
Notas
2. "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su
propio
conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores
sagrados su
opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestar a los
demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las
costumbres, la
reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de
la
dignidad de las personas" (Canon 212 § 3).
3. Estadísticas realizadas por el Instituto Abassa (9-10-2007) en 24
provincias
de Argelia durante el ramadán, en comparación con los promedios
anuales: accidentes
de trabajo: + 150%; emergencias médicas: + 300%; accidentes domésticos:
+ 250%;
incendios y disputas que causan lesiones: + 400%; intoxicaión por
alimentos: +
32%; agravamiento y complicación de enfermedades crónicas: + 80%;
muertes: +
18% mujeres y niños golpeados dentro del hogar: + 120%; pequeña
delincuencia: +
220%; delitos por venta y consumo de estupefacientes: + 96%; robos de
automóviles, estafas, falsificaciones y usos fraudulentos: + 180%;
accidentes
de tráfico: + 52%, sin mencionar la disminución de la actividad en
todas las
áreas de actividad. ¿Quién, en su sano juicio, puede aceptar que el
conductor
del autobús de su hijo conduzca ayuno de comida y bebida desde la noche
anterior? Enlace 1;
enlace 2.
4. Enlace.
5. "Por el mismo concepto que el excremento, la orina, el perro, el
vino",
precisa el ayatolá Jomeini, en Principios
políticos, filosóficos, sociales y religiosos, Paría, Ediciones
Libres
Hallier, 1979.
6. Debemos entonces avergonzarnos de santo Tomás de Aquino, cuando
escribe:
"Mahoma (...) sedujo a los pueblos con promesas de voluptuosidades
carnales
a cuyo deseo empuja la concupiscencia de la carne. Liberando la brida
al
placer, dio órdenes conforme a sus promesas, que los hombres carnales
pueden
obedecer fácilmente. En cuanto a verdades, no aportó sino las fáciles
de captar
por cualquier mente mediocremente abierta. Por otro lado, entremezcló
las
verdades de su enseñanza con muchas fábulas y doctrinas de lo más
falso. No adujo
pruebas sobrenaturales, las únicas que testimonian como conviene a
favor de la
inspiración divina, cuando una obra visible que solo puede ser obra de
Dios prueba
que el doctor de la verdad está invisiblemente inspirado. Por el
contrario, pretendió
que estaba enviado mediante el poder de las armas, pruebas que nunca
faltan a
los bandidos y los tiranos. Además, quienes desde el principio creyeron
en él
no fueron en absoluto sabios instruidos en ciencias divinas y humanas,
sino
hombres salvajes, habitantes de los desiertos, completamente ignorantes
de todo
conocimiento de Dios, cuyo gran número lo ayudó, por la violencia de
las armas,
a imponer su ley a otros pueblos. Ninguna profecía divina testimonia en
su
favor; por el contrario, él distorsiona las enseñanzas del Antiguo y
del Nuevo
Testamento con relatos legendarios, como es evidente para quien estudie
su ley.
Más aún, con una medida llena de astucias, prohíbe a sus discípulos
leer los
libros del Antiguo y el Nuevo Testamento, que podrían convencerlos de
su falsedad.
Por lo tanto, es algo evidente que aquellos que dan fe a su palabra,
creen a la
ligera" (Suma contra los gentiles,
I, 6. Paris, Du Cerf, 1993: 27).
7. Enlace 1.
Enlace 2.
8. Enlace.
9. San Policarpo, discípulo de san Juan, recordaba bien esta lección:
"Evitemos a los falsos hermanos, y también a los hombres que llevan
falsamente
el nombre del Señor, y que descarrían a los espíritus ligeros. En
efecto, toda persona
que no proclama que Jesucristo ha venido en la carne es un Anticristo,
y quien
no proclama el testimonio de la cruz pertenece al diablo "(Carta a los filipenses).
10. Enlace 1.
Enlace 2.
FUENTE
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