La necesaria
reforma hermenéutica de la Iglesia en nuestro tiempo
JAVIER MONSERRAT
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La misión que la
iglesia, la comunidad de los creyentes, debe cumplir
en la historia, ha de estar de acuerdo con el encargo explícito de
Jesús para ella.
Ahora
bien, ¿cuál es esta misión? Según la teología católica más tradicional,
la
misión de la iglesia no es otra que hacer presente y proclamar en cada
recodo
de la historia, en cada cultura, el mensaje de Jesús, sus palabras y
sus
hechos.
La iglesia supo siempre
que no debía inventar nada, simplemente
proclamar el mensaje de Jesús, que está dado y del que debe ser
depositaria.
Este mensaje de Jesús que la iglesia posee y custodia (asistida por la
Providencia y el Espíritu de Dios) se designa con una palabra
importante en
teología: el kerigma, es decir, el mensaje de Jesús, vivido en
la fe de
la iglesia y proclamado como tal a todos los hombres como una llamada a
la
creencia salvadora.
Obligación
moral cristiana de buscar
una nueva hermenéutica
La inseguridad
hermenéutica, que es la verdadera causa de la
indefinición, tiene un resultado muy negativo: la iglesia queda en el
penoso
estado de indefensión hermenéutica. No posee un instrumento
hermenéutico fuerte
para explicar y proclamar el kerigma (esta es su misión) a la
altura
intelectual del logos de nuestro tiempo, a saber, de la cultura
de la
modernidad.
En otros tiempos la
iglesia, incluso en el lenguaje de los concilios,
asumió la hermenéutica del paradigma antiguo (no para elevarla a
condición de kerigma, sino para exponer la inteligibilidad de
éste en la cultura de
tiempos
pasados). Pero lo que la iglesia hizo en el pasado no se está haciendo
hoy.
En la modernidad, la
iglesia debiera haber hecho algo parecido: asumir
un liderazgo intelectual auténtico para decirnos cómo y por qué el kerigma
cristiano alumbra desde dentro del logos hermenéutico de la modernidad.
Pero no
lo ha hecho y se ha replegado insegura a la pura proclamación del kerigma.
Queremos decir algo que
es muy serio, y que tiene el respaldo de la
teología tradicional: que la misión de la iglesia, conferida por
Cristo, es la
de proclamar el kerigma cristiano (que siempre permanece, del
que la
iglesia es
depositaria y custodia) en cada tiempo, en cada momento de la historia
y de la
cultura.
El kerigma debe ser
inteligible y es misión de la iglesia hacerlo
inteligible en cada tiempo histórico. Para ello la iglesia debe
perfeccionar su
hermenéutica al ritmo del avance del pensamiento humano en la cultura.
El kerigma permanece; las hermenéuticas son coyunturales y
cambian.
Hacer
“inteligible” la fe en nuestro
tiempo
Si lo correcto es buscar
inteligibilidad en nuestro tiempo, ¿qué
significa “hacer inteligible”? Si la inteligibilidad es un efecto que
se
produce en el hombre, no puede significar, sino que el kerigma
ilumine
la vida humana real: significa que el hombre advierta que el kerigma
(el
mensaje cristiano) habla de su vida real y que, en el kerigma,
Dios, que
es el autor de la creación y de la naturaleza humana, revela el sentido
del
mundo real, es decir, del porqué de la creación y de la historia humana
que
contemplamos. Es lo que, ya antes en otro artículo, hemos venido
llamando la
armonía entre la Voz del Dios de la Creación con la Voz del
Dios de
la Revelación.
Pero esta iluminación es
bidireccional: la creación ilumina el kerigma
y el kerigma ilumina la creación. Es la armonía que debe
mostrarse si,
en último término, el Dios de la Creación y el Dios de la
Revelación
son el mismo Dios. Que la creación existe, que ha sido hecha de una
cierta
manera y que en ella se expresa el plan de Dios para con los hombres,
no puede
negarse. Sin embargo, que Dios se haya manifestado en la persona de
Jesús de
Nazaret no es tan evidente, admitirlo es siempre una decisión humana
más
comprometida.
Sólo cuando el mensaje
de Jesús de Nazaret en el kerigma
cristiano se hace “significativo”, es decir, conecta armónicamente con
la
realidad, es cuando se hace inteligible la presencia de Dios en
él,
cuando la Voz del Dios de la Revelación muestra que en ella
está la Voz
del Dios de la Creación. Y, al contrario: cuando la imagen del
mundo y la
revelación cristiana hablan lenguajes diferentes y, todavía más, si
aparecen en
contradicción, entonces es muy difícil que el hombre intuya en la
Revelación la
presencia del Dios real de la Creación.
La Voz
del Dios de la Creación
Así como la Voz de
la Revelación está dada en la obra de Jesús,
es fijada por la iglesia en el kerigma que debe proclamarse y
se accede
a ella por la fe cristiana, en cambio, la Voz del Dios de la
Creación
está dada en la creación misma, se muestra en la forma en que Dios ha
creado el
universo y en las características de la naturaleza humana. Ahora bien,
¿cómo
puede el hombre acceder al conocimiento de la Voz del Dios de la
Creación?
No hay otra vía que
observar cómo está hecho el universo y cómo es el
escenario de la vida humana, diseñado como plan de salvación. En otras
palabras: el conocimiento de la obra de la creación no puede hacerse
sino por
la experiencia intuitiva ordinaria y por la razón natural. Así como no
se
accede a la Revelación sino por la escucha y sometimiento existencial
al kerigma
proclamado por la iglesia, en su lugar, no se accede al conocimiento de
la obra
de la creación sino por ejercicio de la razón natural, por la ciencia y
por la
filosofía, que nos hacen describir y conocer cómo es de hecho el mundo
real
creado por Dios.
El
contenido de la reforma
hermenéutica
Estamos hablando aquí de
la necesaria reforma hermenéutica como la gran
tarea pendiente de la iglesia de nuestro tiempo. Pero, si solo nos
referirnos a
una cierta “reforma hermenéutica”, sin precisar, no acabamos de
entender de qué
estamos hablando y no nos sentimos estimulados a comprometernos con una
reforma
que no sabemos en qué pudiera consistir. Pero no es este el caso.
En mis obras me he
referido con amplitud al contenido de la gran
reforma hermenéutica que estamos considerando. La ciencia, durante los
largos
siglos de modernidad dogmática, ofrecía una imagen del universo que a
duras
penas era compatible con la fe cristiana. Sin embargo, la evolución
moderna de
la ciencia, y su proyección sobre la filosofía, que he expuesto
ampliamente en
las obras mencionadas, se ha trasformado y ofrece hoy la posibilidad de
la
nueva hermenéutica cristiana que era demandada ya desde hace varios
siglos. Me
refiero a ella sumariamente.
El
cambio en la imagen del universo
en la modernidad
Pero estamos diciendo
que la modernidad, ante todo por la imagen
del universo en la Era de la Ciencia que ha acompañado a la
constitución del
mundo moderno, supone un cambio sustancial en relación a la imagen del
universo
en el paradigma antiguo. ¿Es así? ¿En qué consisten, en efecto, esos
cambios
sustanciales? Podemos ahora resumirlos en dos puntos: por una parte, un
cambio
sustancial en la idea de la ontología del universo y, por otra, un
cambio, no
menos sustancial, en la idea del alcance del conocimiento humano.
Una nueva ontología del
universo, de la vida y del hombre. ¿Cómo es
el universo?
¿Cómo es el mundo real creado por Dios? La
respuesta es inequívoca: tal como la ciencia describe y valora de
acuerdo con
sus principios epistemológicos. Se trata, pues, de una aceptación
integral de
la ciencia, sin restricciones ni límites.
La naturaleza de las
propiedades de la materia, el big bang, el
modelo cosmológico estándar, la vida, la evolución, los mundos
especulativos de
los multiversos y de las supercuerdas, la realidad del universo
antrópico, la
determinación y la indeterminación, el mundo cuántico, la posibilidad
de
explicar el origen de la sensibilidad de la conciencia en el mundo
físico, la
neurología y la explicación del cerebro como sede de la vida psíquica
de
animales y hombres, el origen de la razón, un universo constituido por
campos
físicos y dimensiones holísticas que producen deslumbrantes avances
tecnológicos, etc., todo muestra la imagen monista de la realidad
evolutiva del
mundo psicobiofísico en la unidad del universo. Una nueva
imagen del
universo que apenas tiene algo que ver con la imagen del universo en el
paradigma
antiguo que ofrecía una imagen dualista, estática, no evolutiva.
El
tránsito desde una cultura
dogmática a una cultura de la incertidumbre
El cambio esencial
producido por la ciencia ha consistido en caer en la
cuenta de los límites y precariedad del mismo saber científico
producido.
Aunque el objetivo de la ciencia, o sea, su intención final, debería
ser
producir un conocimiento del universo hasta su último fundamento
metafísico, la
misma ciencia ha reconocido que los conocimientos producidos de hecho
en la
ciencia, según sus métodos, no le permiten con rigor formular ese
conocimiento
final, definitivo, último, metafísico, que en principio podría desear.
La ciencia pasó la
deliberación sobre las grandes cuestiones
metafísicas a la filosofía. La reflexión filosófica, condicionada por
los
mismos resultados de la ciencia, quedó abierta al enigma del universo.
Los
resultados de la ciencia dejaban abierto el universo a un fondo
profundo,
último, desconocido, misterioso, del que, de momento, no podía decir
nada como
ciencia y del que además difícilmente podría decirse algo en el futuro.
La filosofía, por tanto,
condicionada así por los resultados de la
ciencia, quedaba abierta al enigma del universo que instalaba
al hombre
en una profunda incertidumbre metafísica. A lo largo de los
últimos años
del siglo XX hemos pasado desde una cultura dogmática (teísta y
atea,
pero siempre dogmática) a una cultura de la incertidumbre.
Así, la historia moderna
habría llevado a descubrir el estado de
incertidumbre profundo que probablemente constituyó la experiencia
humana de
todos los tiempos. El hombre no vive en la patencia dogmática de la
verdad,
sino en la incertidumbre metafísica, entendida en toda su radicalidad,
sin
sucedáneos.
No se trata de decir,
por tanto, que un Dios “patente” en su existencia
sea un enigma o un misterio, sino que su misma existencia es una
incógnita
radical por el enigma de un universo que crea la incertidumbre
metafísica de no
saber, por la razón natural, si es Dios o un puro mundo sin Dios. La
idea de
enigma o misterio en autores del teocentrismo cristiano antiguo no es
la misma
idea de incertidumbre que se ha impuesto, con mayor radicalidad, en la
modernidad crítica.
Los
supuestos de la hermenéutica
moderna
Esta hermenéutica
moderna debe suponer a) aceptar plenamente la imagen
del universo, de la vida, del hombre y de la historia, en el mundo
moderno,
entendiendo la creación desde dentro de la nueva ontología del universo
y
dentro de la nueva forma de la cultura y b) aceptar que el universo no
es un
escenario de patencia de la verdad absoluta, de la Verdad de
Dios, sino
un universo enigmático en que se despliega el silencio-de-Dios.
¿Qué significa, pues, la
Era de la Ciencia para la metafísica, para el
teísmo, el ateísmo, para las religiones y para el cristianismo? Hoy se
marea
mucho la perdiz en el diálogo ciencia-religión, pero, en el fondo, todo
se
reduce a dos puntos cruciales: aceptar la imagen de un universo
monista,
evolutivo, abierto y autocreador, y, fundándonos en ella, aceptar que
el
universo moderno no es un universo de patencia-de-la-Verdad,
sino un universo
enigmático que nos coloca en la incertidumbre metafísica de
no saber
si su fundamento último es Dios o un puro mundo sin Dios.
Esta incertidumbre
moderna, en que tiene lugar la nueva
experiencia existencial del silencio-de-Dios es el humus
natural
inevitable para entender el teísmo y el ateísmo. Es el humus
que debe
llevarnos a entender hoy la verdadera naturaleza de la religión
natural
(el universal religioso) en profunda armonía con el
cristianismo como religión
universal (el universal cristiano).
En la modernidad crítica
hemos pasado de un universo de
patencia-de-la-Verdad a un universo-de-incertidumbre-metafísica.
Este cambio es el hilo conductor que lleva a la alternativa
hermenéutica que deberá hacer posible la entrada del cristianismo
en el
mundo moderno.
La
religión radical en el universal
religioso
El paradigma de la
modernidad reconoce el enigma del universo y
la incertidumbre metafísica que imponen la clara conciencia de que el
posible
Dios, si existiera, está lejano y en silencio. El factum del silencio-de-Dios
es una conciencia de la real ausencia-de-Dios-en-el-mundo, muy distinta
de la
apelación retórica al misterio o enigma de un Dios cuya patencia
absoluta
en la naturaleza se afirmaba por la razón natural (como hacían el
teocentrismo
clásico y el neotomismo transcendental, antes aludidos).
El silencio-de-Dios
que la modernidad crítica constata y
describe es el silencio-de-Dios que emocionalmente se vive en
toda
existencia humana: el silencio ante el conocimiento que no conoce con
seguridad
la existencia de Dios, que podría no existir (enigma del universo) y el
silencio ante el drama de la historia (el sufrimiento
personal/colectivo y la
perversidad humana).
Pero, desde el humus
de esta dramática ausencia de Dios, el
impulso humano hacia la Vida y la Liberación mueven a la religión
radical que
toma forma en el universal religioso: la creencia en un Dios
oculto y
liberador, que alienta un plan de salvación de la historia, por
encima de
su lejanía y de su silencio en el mundo. El paradigma de la
modernidad
sabe que un universo en incertidumbre hace entender que la única
religión
radical, generada en las vivencias radicales de la existencia humana,
es la que
responde al universal religioso, es decir, la creencia en el Dios
oculto y liberador, que está en el fondo del historicismo
de todas
las religiones, constituyendo su esencia profunda.
El
kerigma como Voz del Dios de la
Creación
El paradigma de la
modernidad entiende también que el eventual
Dios de la Creación es el que ha situado al hombre en un escenario
mundano en
el que la religión radical acaba siendo posible si se cree en
el Dios
oculto y liberador. Desde ahí, alcanza también a entender que la Voz
del
Dios de la Revelación que el cristianismo proclama, no podría
responder a
un proyecto de salvación distinto de aquel que aparece en el
escenario
natural, ya que el Dios de la Creación y el Dios de la
Revelación
son el mismo Dios.
La armonía pues de esta
expectativa se constata en el kerigma cristiano
al entender la respuesta de Dios en el Misterio de Cristo a las dos
grandes
preguntas metafísicas del hombre natural: la pregunta por el Dios
oculto y la
pregunta por el Dios liberador. El kerigma, en efecto, revela la
existencia de
un Dios creador que ha decidido permanecer oculto en el universo, ante
el
conocimiento y ante el drama de la historia, creando la libertad, la
santidad y
el pecado, que son redimidos, aceptados para ser creados por mérito del
excelso
proyecto de santidad que emprenderá Dios mismo en el Misterio de
Cristo, cuya
kénosis por la encarnación y la muerte en cruz asumirá la manifestación
y la
realización en la historia de la kénosis de Dios en la creación del
universo.
Pero el kerigma revela
también que ese Dios kenótico, en la creación,
en la encarnación y en la cruz de Cristo, se manifestará también en la
Gloria
de su condición divina cuando emprenda la Liberación escatológica más
allá de
la muerte, tal como ha sido anticipado por la Resurrección de Jesús.
El
camino hacia la reforma
hermenéutica
Una idea de la que estoy
persuadido desde hace bastante tiempo, y a la
que sigo firmemente aferrado hasta el momento, es que la gran reforma
hermenéutica que mencionamos, de forma sumaria, en este artículo,
debería
realizarse en el marco de un gran Concilio ecuménico. Recapitulemos.
A. No es posible negar
hoy que la imagen de la realidad en el mundo
moderno ha supuesto un cambio sustancial en relación al mundo antiguo.
B. Es también obvio que
no se puede negar que la imagen moderna del
universo, de la vida, del hombre y de la historia (sin ser verdad
absoluta, ya
que el conocimiento sigue abierto y en evolución) debe ser considerada
como una
descripción de cómo es de hecho el universo creado por Dios, a la que
cabe
atribuir, en principio, en nuestro tiempo, mayor corrección que a la
imagen del
mundo antiguo.
C. Además, es claro que
la iglesia cristiana no está comprometida en
esencia sino sólo coyunturalmente (históricamente) con los principios
hermenéuticos del paradigma greco-romano.
D. Por consiguiente, la
consecuencia que se sigue es intachable en
teología cristiana: es una obligación moral primaria de la misión de
proclamar
el kerigma en cada momento histórico afrontar el cambio hermenéutico
que
muestre hoy la armonía entre la imagen moderna del universo y el
kerigma
cristiano (hermenéutica moderna que no supone absolutizarla, sino sólo
la
exposición de la armonía entre creación y revelación, a la altura de la
razón
humana en este momento de la historia).
E. Si, al responder
positivamente a la exigencia de una búsqueda del
cambio hermenéutico, la iglesia viera que la imagen del universo en la
modernidad es incompatible con el kerigma cristiano (nótese que no
decimos con
la hermenéutica antigua), entonces habría una justificación a
permanecer en lo
que se tiene (a saber, el paradigma antiguo), aunque sin cesar en la
búsqueda
del cambio históricamente inevitable (esta incompatibilidad es la que
se dio en
el tiempo en que la modernidad estuvo dominada por el dogmatismo teísta
y el
dogmatismo ateísta).
F. Sin embargo, desde el
momento en que la modernidad dogmática
ha ido transformándose en modernidad crítica (en los dos
últimos tercios
del siglo XX), se ha ido perfilando poco a poco lo que debería ser el cambio
alternativo hacia la nueva hermenéutica del kerigma cristiano en el
mundo
moderno. Es lo que hemos venido exponiendo en este ensayo, y en otros
anteriores. Ahora bien, cuando se vaya viendo que la alternativa
para
ese cambio hermenéutico buscado, es intelectualmente rigurosa
(responde
al mundo moderno y su proceso histórico), es fiable para el kerigma
cristiano
(que es asumido en su integridad de forma armónica), ofrece un
entendimiento
del kerigma cristiano mucho más rico y profundo que la hermenéutica
antigua,
que es apto para generar una proclamación del cristianismo en los
tiempos
modernos mucho más seria e impactante que la proclamación que entró en
crisis
en los últimos siglos, entonces no habrá otra salida para la
exigencia
moral cristiana: afrontar el cambio hermenéutico de acuerdo con
lo que
exige la lógica de la historia.
El
Nuevo Concilio en la lógica de la
historia
Lo que estamos diciendo
tiene una relevancia histórica inmensa. Después
de un largo camino de veinte largos siglos de permanencia en el
paradigma
antiguo greco-romano, después de cuatro penosos siglos de larga
tribulación por
la crisis del cristianismo ante la modernidad, después de la aguda
crisis
social moderna en las últimas décadas de indiferencia, de ateísmo y de
agnosticismo, después de una penosa situación en que la iglesia oficial
se ha
visto privada de un logos racional adecuado a nuestro tiempo, después
de una
penosa crisis disciplinar y moral de la iglesia, se está entrando hoy
en unos tiempos
excepcionales en que la iglesia va a poder disponer de la alternativa
hermenéutica que estaba siendo exigida durante los últimos siglos.
Es decir, la iglesia
está disponiéndose hoy para estar en condiciones
de afrontar el cambio hermenéutico trascendente que la hará
entrar en
una nueva época en la historia del cristianismo y de las religiones,
pero que
será también una nueva época para la historia de la cultura universal.
El cambio
hermenéutico será el más importante suceso en la historia de la
iglesia
desde hace veinte siglos: la salida del mundo antiguo y la entrada
en
el mundo moderno.
Estamos hablando de la
necesidad de cambio en la iglesia oficial. Es
evidente que, en las últimas décadas, numerosos pensadores cristianos
han sido
conscientes de la necesidad de buscar un cambio hermenéutico y han
hecho
variadas propuestas, con mayor o menor acierto. Nosotros mismos nos
contamos
entre ellos. Pero estamos aquí hablando de la necesidad de un cambio
que sea
liderado por la iglesia como tal y que sea capaz de interpelar con
fuerza al
mundo contemporáneo.
No hablamos de
“teólogos”, sino de la “iglesia como tal”. Por ello
defendemos que la importancia del cambio que debe afrontarse es de tal
calibre
que exige ser realizado poniendo en juego el instrumento mayor que
posee la
iglesia para los grandes momentos de su historia: el concilio
ecuménico. El Nuevo
Concilio debería establecer los criterios y los contenidos de la
entrada
del cristianismo en la modernidad y supondría sin duda su mayor cambio
histórico
en veinte siglos de existencia.
Conclusión
El concilio debería
proclamar que la modernidad permite entender que el
designio creador de Dios ha sido crear un universo para la libertad
y
permite entender también de qué forma este designio ha influido en la
creación.
El concilio debería reconocer y respetar la posibilidad del ateísmo y
de la
increencia, así como reconocer que el Dios que está presente en todas
las
religiones y en el cristianismo, es el mismo Dios del universal
religioso.
Pero el concilio, al mismo tiempo que reconociera una creación para la
libertad
que se manifiesta creativamente en la configuración libre del sentido
de la
vida y del orden regulado de la libertad en las sociedades nacidas de
la
modernidad, así igualmente debería proclamar la extraordinaria fuerza
con que,
desde la incertidumbre y el silencio-de-Dios, la armonía del
movimiento
religioso universal y del cristianismo mueven en una misma línea a
confiar que
el universo nace del Amor de un Dios oculto y liberador. En Hacia
el
Nuevo Concilio he expuesto con mayor amplitud la necesidad,
significación
histórica y contenido del Nuevo Concilio que debería producirse.
Javier
Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid y
miembro de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, Universidad
Comillas,
Madrid. Es también autor de:
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JAVIER MONSERRAT, 2005.
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JAVIER MONSERRAT, 2010.
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JAVIER MONSERRAT, 2015.
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