Ciencia,
filosofía del proceso y Dios en Ian G. Barbour
JAVIER MONSERRAT
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La realidad
metafísica de Dios ha sido siempre un
problema básico de la filosofía, aunque fuera simplemente para
argumentar su no
existencia o su no significatividad como elemento congruente en un
sistema de
lenguaje fundado en los hechos. Muchas de las modernas valoraciones
críticas de
la religión -pensemos, por ejemplo, en Steven Weinberg o Stephen
Hawking- se
han fundado en los resultados de la ciencia. La crítica negativa de la
religión, de base científica, ha concluido que la ciencia describe un
universo
en que no se encuentra ningún fundamento empírico que permita
establecer la
hipótesis, al menos, de que Dios sea real y existente. La ciencia, la
racionalidad crítico-filosófica, no permite hablar de Dios y no
confiere
sentido al comportamiento religioso; otra cosa será que la religión sea
posible
por vías de conocimiento, o de experiencia individual y social, al
margen de la
razón científico-filosófica.
Sin embargo, la
crítica positiva de la religión en
perspectiva científica ha tratado siempre de ofrecer un análisis
alternativo,
aunque con una diferencia de grado o nivel:
1) la realidad de Dios no
es
contradictoria con la realidad, aunque no cuenta con argumentos
positivos a su favor;
2) no solo no es
contradictoria, sino que, aunque no sea positivamente
argumentable, ofrece una interpretación última de lo real muy
congruente con la
imagen científica de la naturaleza;
3) es una hipótesis verosímil
argumentable
positivamente según los criterios de la razón científico-filosófica,
pero no es
impositiva y deja abiertas otras alternativas de interpretación no
religiosas;
4)
es un enunciado en alguna manera «demostrable»
por razón
científico-filosófica, aunque se conceda que, para dejarse llevar por
la
coherencia objetiva de esa demostración posible, el individuo deba
hacer un
ejercicio moral de su libertad valorativa (estaríamos aquí dentro de la
apologética tradicional católica).
En los últimos
treinta años un conjunto importante ele autores
en el
ámbito cultural anglosajón han contribuido con productos relevantes al
estudio ele la relación
ciencia/religión y su obra se ha visto sin duela amplificada por
ciertas
instituciones dedicadas a potenciar el diálogo ciencia-religión. Me
refiero al Center
for Theology and Natural Sciences de
Berkeley (CTNS), a la Templeton Foundation, o a la European Society
for Study of Science and Theology (ESSSAT) -que, en el marco cultural Barcelona, 2004, ha tenido
recientemente
una de sus reuniones institucionales-, así como a la fundación de
importantes
revistas como Zygon (Chicago), publicada
desde los años sesenta.
En este marco
destacan inmediatamente tres autores
estelares: Ian G. Barbour, premio Templeton (dotado con más de un
millón de
dólares) en 1999; Arthur Peacocke, premio Templeton en 2001 y John
Polkinghorne,
premio Templeton en 2002. Pero hoy en día también otros autores
relevantes van
sumándose a ese, digamos, pelotón de cabeza de quienes, desde un
enfoque
crítico positivo, se interesan en el diálogo ciencia-religión: Stanley
L. Jaki,
Philip Heffner, John Brooke, etc.
En este comentario
vamos a discutir la obra de Ian G.
Barbour, cabeza de puente (entre ciencia y religión) más clásico, el
que a
estas alturas lleva realizada una carrera más de fondo. Los escritos
pioneros
de Barbour en los años sesenta y setenta sirvieron para crear en
América el
ámbito básico de diálogo ciencia-religión, en la línea consolidada al
finalizar
el siglo. En estos cuarenta años de dedicación Barbour ha tocado casi
todos los
campos de alguna manera involucrados en este diálogo y ha servido de
guía para
el trabajo realizado por otros. El CTNS de
Berkeley organizó en el pasado octubre 2003
un gran congreso festivo
para homenajear a Barbour en su octogésimo aniversario, desde la
perspectiva de
estudiar su obra como camino abierto a las investigaciones por venir.
1. BARBOUR,
PERSONALIDAD Y ESTILO INTELECTUAL
En 1996 era
todavía Barbour profesor emérito en el
departamento de religión del Carleton College, en Northfield. Sin
embargo, su
formación académica fundamental proviene de la física teórica. En el
año 1950
es Ph. D. Physics en la universidad
de Chicago, pero en 1956 obtiene también el grado en teología en Yale.
Aun
moviéndose entre un conjunto de universidades, su vida académica ha
girado
siempre en torno al Carleton College, centrándose pronto en
departamentos
especializados en religión; algunos de ellos creados incluso
precisamente para
dar cabida y resonancia a su obra. Además, ha pertenecido también al
consejo
editorial de revistas significativas, de gran impacto en su campo;
entre ellas Process Studies y Zygon. En 1996 había publicado ya doce libros y unos cuarenta y cuatro artículos
de importancia.
La obra de Barbour
no se entiende sin enmarcarla en su
compromiso cristiano creyente. Su formación física podía haberle
orientado
hacia la industria o hacia un profesorado de física teórica. Su
orientación, en
efecto, hacia los estudios de filosofía y religión podía haber sonado
como un
itinerario profesional de orden inferior. Se trata, sin duda, de una
vocación
sentida que, en conformidad con las propias declaraciones, debemos
atribuir al
compromiso creyente. Pero conviene hacer alguna observación
introductoria para
enmarcar la orientación de su estilo intelectual.
Barbour no ha
pretendido nunca construir algún tipo de
apologética demostrativa. La ciencia no impone una visión
religioso-teísta del universo.
Es posible una interpretación no religiosa. Pero ciencia y religión
ofrecen
un
alto grado de congruencia. Lo religioso es, pues, verosímil y
argumentable
por
congruencia. Es una visión posible, pero no impositiva. Modelos
científicos y religiosos son, pues, congruentes e integrables. Barbour
ha
tenido un estilo intelectual enciclopédico, referido a la totalidad de
ciencias
naturales y humanas y se ha referido también a modelos surgidos dentro
de las
más diversas tradiciones religiosas y cristianas. Ha propuesto una
metodología
para clasificar las formas de relacionar los modelos ciencia/religión:
contradicción
insalvable, independencia, posible diálogo e integración. Barbour
siempre ha
pensado que el marco conceptual más apto para relacionar
ciencia/religión es la
llamada filosofía o teología del proceso (process philosophy/theology, process theism). Pero la vinculación final
de Barbour a Whitehead no es escolástica, sino muy equilibrada y
crítica. Para
Barbour, finalmente, el diálogo ciencia/religión debe conducir a una
nueva teología de la ciencia que, si se
construyera, permitiría un mayor diálogo y acercamiento progresivo
entre los
diferentes modelos religiosos, hasta poder hablarse incluso de un nuevo
ecumenismo
promovido por la ciencia.
2. SU CONTEXTO
EPISTEMOLÓGICO: MODELOS CIENTÍFICOS Y MODELOS RELIGIOSOS
Barbour, por
tanto, tiene una forma de pensar muy
definida que se repite con gran constancia e incluso reiteración a lo
largo
de sus obras. Constata, por una parte, que en las sociedades humanas
existen
una gran variedad de religiones cuya práctica está regida por ciertos
modelos
religiosos. Parten de ciertas experiencias (religiosas) y tratan de
darles
«sentido», congruencia en el universo: para ello se construyen modelos
que contienen
imágenes, o descripciones simbólicas o conceptuales, sobre los
contenidos
(muchos metafísicos) que constituyen la realidad y pueden explicar esas
experiencias. Así, por ejemplo, la existencia de Dios como creencia es
un
elemento esencial para explicar aspectos de la experiencia religiosa.
Pero, por
otra parte, Barbour constata también la existencia social de modelos
científicos. Estos pretenden producir, a partir de una rigurosa
metodología
(epistemología científica, teoría de la ciencia), un conocimiento sobre
la
realidad fundado en los hechos, en la experiencia. Ofrecen así una
imagen
científica del mundo, de la vida y del hombre. Es verdad que la ciencia
trata
de construir una imagen terminal del mundo empírico y no es
intencionalmente
metafísica. Pero no es menos cierto que en la cultura moderna actual
todos
entienden que no puede hacerse metafísica al margen de los resultados
producidos
por la ciencia.
Es fácil constatar
también que, dada su naturaleza
propia, los modelos religiosos y los modelos científicos debían entrar
en
contacto y cuestionarse
bidireccionalmente. Desde dos perspectivas.
Primero, el cuestionamiento referencial del tipo de experiencia
-religiosa y
científica- que da sentido
a ambos
modelos. Segundo, el cuestionamiento de la idea de realidad que se contiene también en ellos. Las «formas de relacionar» ambos modelos dan lugar a un
pluralismo
interpretativo que Barbour trata de constatar y describir (esto
responde a su
carácter enciclopédico antes mencionado). Estas «formas de relación»
son, como
ya dijimos antes, el establecimiento del conflicto, independencia, diálogo o integración.
2.1.
Epistemología de referencia
Pues bien, tanto los modelos científicos y religiosos como las «formas de
relación» que entre ellos se defienda son
«conocimiento». Por ello la valoración de una cosa y otra depende,
pues, de un
conjunto de criterios epistemológicos que nos digan qué es conocer,
cómo el
conocimiento se refiere a la experiencia, qué manifestaciones puede
tener el
conocimiento, cuáles son sus formas de expresión en el lenguaje, en los
símbolos, mitos e historias de la cultura o en la ciencia propiamente
dicha.
Barbour va a fundarse, en efecto, en un conjunto de criterios
epistemológicos
que dan sentido lógico a sus análisis: es decir, nos permiten entender
por qué
Barbour analiza de una cierta manera los hechos, las teorías
científicas, las
opciones pluralistas en el dictamen de las «formas de relación», o las
características finales de su propia posición. Y en este sentido no
cabe duda
de que Barbour se sitúa al amparo de las formas más modernas del
pensamiento
epistemológico: superado ya el objetivismo positivista y sus
pretensiones de
fundar la «verdad objetiva de la ciencia», acepta el esquema popperiano
general, abierto también a las matizaciones complementarias surgidas en
el pospopperianismo;
por ejemplo, muy explícitamente, las aportadas por Thomas S. Kuhn en
torno a la
dinámica de transformación paradigmática de la ciencia (MMAP, 92ss, 171).
El conocimiento
es, pues, para Barbour, tanto el
conocimiento ordinario de la cultura como el científico, un constructo
interpretativo, una hipótesis. Los sistemas de conocimiento
ordinario/científico son sistemas de hipótesis que no pueden atribuirse
el ser
una descripción adecuada del mundo, ni una verdad absoluta o
definitiva. Son
sistemas provisorios, sometibles a crítica y revisión continua. El
conocimiento
está sometido a una inevitable dinámica histórica. Pero esta
transformación no
debe impedirnos entender que nuestro conocimiento «representa en alguna
manera
la realidad»: es un acercamiento tentativo, aunque revisable, al que no
podemos
dejar de atribuir un matizado acierto en describir cómo es el mundo.
Esto es lo
que Barbour llama el «realismo crítico», a nuestro entender una simple
reformulación del clásico «racionalismo crítico» popperiano (RAS,
117-20).
Haciéndose fuerte en este realismo crítico (en el que coincidirá
plenamente con
Peacocke y con Polkinghorne), Barbour se ha distanciado del
funcionalismo
epistemológico, defendido por Bohr y la escuela de Copenhage, que
presenta a la
ciencia como puros entramados útiles de conceptos, a los que no cabe
atribuir
un carácter ontológico final o representativo congruente con la
realidad en sí
misma (RAS, 87-88).
Nótese que, si
debiéramos admitir una concepción
funcionalista de la ciencia, entonces no tendría sentido que la ciencia
cuestionara los modelos religiosos, y tampoco tendría sentido hablar
ele
«formas ele relación». La ciencia, en último término, no pretendería
entonces
hablar del mundo real, sino solo proponer sistemas formales que
permitan actuar
sobre el mundo ele los hechos empíricos con intenciones tecnológicas
finales.
Pero la religión sí pretendería referirse a los contenidos últimos ele
la
realidad verdaderamente existente. El instrumentalismo tiende a
entender la
forma de relación ciencia-religión como independencia (WSMR, 74ss).
2.2.
Modelos científicos/modelos religiosos
Barbour acentuará
las semejanzas epistemológicas (como expresión
de una forma ele conocimiento) entre los modelos científicos y los
modelos
religiosos. Su análisis, pues, se fundará en el estudio de la
estructura
genético-epistemológica ele ambos. Las diferencias serán más bien de
grado que
ele cualidad intrínseca. Las bases argumentativas de esta manera ele
entender
se hallan en la epistemología popperiana de referencia.
La estructura de
la ciencia parte ele la observación,
sistematizada como elatos empíricos descritos con sus métodos propios.
Estos
datos promueven la imaginación especulativa del científico que
construye modelos
y analogías (e incluso metáforas) que conduce a una idea de lo real
expresada
en conceptos y teorías. Estas, a su vez, ya formadas, influyen en la
observación subsiguiente ele los hechos que inspiran nuevos modelos,
nuevas
teorías y nueva observación, en un proceso abierto que se rehace
continuamente
en un flujo continuo en la producción ele conocimiento (MMAP, 29ss). La
estructura de la religión es muy semejante. Se parte de la experiencia
religiosa, individual y social, que incluye las historias y rituales.
La
experiencia, a su vez, activa la imaginación religiosa que produce
modelos y
analogías (así como parábolas, símbolos, mitos y metáforas) que
conducen a la
formulación final ele conceptos y creencias (sistemas de creencias).
Estas
influyen otra vez sobre la nueva experiencia religiosa que se sigue
produciendo, se inspiran nuevos modelos, nuevas creencias y nuevas
formas de
experiencia (MMAP, 49ss).
Por consiguiente,
tanto la ciencia como la religión se
fundan en la experiencia. La epistemología popperiana muestra cómo la
subjetividad está metida tanto en la experiencia científica como en la
religiosa; ambas adquieren grados de objetividad en el consenso social
(consenso intersubjetiva). Además, la ciencia, con sus métodos
específicos de
análisis de la experiencia (v.g. cuantificación), no representa el
único acceso
posible a los contenidos de experiencia abiertos al ser humano.
Asimismo, la
exigencia de verificación positivista es superada por Popper. Este
hablará del
criterio de falsabilidad que no conlleva la necesidad ele trazar una
frontera
insalvable entre ciencia y religión, puesto que en la ciencia -como en
la religión- hay muchos
contenidos no falsables. Los modelos de interpretación de ciencia
(sistemas de
lenguaje preciso, lenguaje-objeto) y de religión (mitos, analogías,
historias,
símbolos, conceptos) tampoco tienen diferencias cualitativas
insalvables. Los
modelos religiosos son más imprecisos y resistentes a la falsación; sin
embargo, Barbour insiste en que existen grandes semejanzas
estructurales y en
que las diferencias son básicamente de grado. Tanto unos como otros dan
lugar a
un pluralismo de modelos, en la ciencia y en la religión, y están
sometidos a
una dinámica de confrontación interna, histórica y también en el presente (MMAP, 171ss).
2.3.
Criteriología ante el pluralismo
interpretativo
Barbour es
consciente de que la naturaleza interpretativa
del conocimiento hace inevitable que aparezca una diversidad ele
modelos: en la
ciencia y en la religión (en la historia y en la actualidad). Sin
embargo,
Barbour no suele presentar estudios históricos, salvo alguna excepción
(RAS, part one). Se verá, pues, obligado a
tomar partido ante la diversidad de modelos, tanto en la ciencia como
en la
religión. Pero su actitud no será tratar ele discutir con unos y otros
para
«refutarlos» y al final quedarse con el modelo ele ciencia y de
religión que
prefiere. Expone el pluralismo existente, pero también su modelo
alternativo
ele preferencia. Es decir, el modelo ele ciencia que considera correcto
y el
modelo ele religión que considera también correcto. Si son
efectivamente
«correctos», una vez propuestos, el consenso social deberá respaldarlos. Y una vez establecidos
podrá entrarse en el análisis de la «forma ele relación» entre ambos
modelos.
Lo que no conduciría a nada sería comparar un modelo insuficiente de
ciencia con
un modelo insuficiente de religión. En
cuanto al pluralismo existente en las «formas de relación» (conflicto,
independencia, diálogo e integración) Barbour sabe también que es
«interpretativo»
situarse en un sitio u otro. Expone las posiciones que existen y no
trata de
refutarlas. Pero explica también los argumentos que juegan a favor de
su
propuesta hacia la vía del diálogo y de la integración, con la
expectativa de
que se imponga por su propia calidad en el consenso social mayoritario.
2.4. ¿Basta un
dictamen de no contrariedad?
Barbour orienta
sus análisis de referencia entre modelos
científicos/religiosos hacia la no contrariedad, el diálogo y la congruencia; estos análisis permiten
colateralmente concluir también, a
nuestro entender, en la verosimilitud positiva de los modelos religiosos. Pero Barbour, dentro de la tradición
protestante, no se
esfuerza directamente en mostrar los argumentos positivos que dan
sentido y
significación a la religión: ante
todo los argumentos de la real existencia
de Dios (elemento esencial de
la religión). No se trata de pedir argumentos absolutos, certezas
metafísicas,
físicas o morales, basadas en la razón científica (esto sería
apologética
clásica); pero sí de entender con orden las razones, el sentido o la
significación, que -tanto en la razón
natural
o en la razón científica mueven al hombre a considerar, al menos, la
verosimilitud o probabilidad congruente de que Dios exista (esta búsqueda de congruencia es, por otra parte, lo
que Barbour hace en toda su obra).
Esto es tanto más
importante al considerar el punto de vista coincidente
de toda la crítica negativa de la religión: marxismo,
psicoanálisis, positivismo, racionalismo crítico, filosofía
analítica y la crítica científica en general (que ha conducido
a que la mitad de los científicos
se declaren
ateos,
según
el conocido artículo de Nature, mencionado
por el mismo Barbour), etc. No basta que afirmar a Dios no sea contradictorio con la imagen del
mundo en la ciencia;
o incluso que sea congruente con ella y fácilmente integrable. Afirmar a Dios solo puede
hacerse si hay argumentos positivos (hechos,
razones, teorías o argumentaciones
en último término
fundadas en nuestra experiencia del mundo) que nos permitan pensar
que Dios sea real. El hombre está funcionalmente vinculado al mundo a
través del conocimiento, bien sea natural,
incluso subconsciente, o
crítico racional científico-filosófico, y solo
tiene sentido existir en función de
aquello que tiene algún grado positivo de verosimilitud cognitiva (es lo que dice Hans
Albert, por ejemplo, desde el
punto de vista del racionalismo crítico).
Esto provoca una
divergencia de interpretación. Para la
crítica negativa de la religión el hombre está moralmente vinculado al
atenimiento a la realidad por el conocimiento (en último término por la
razón).
No es, pues, moral vivir dependiendo de algo sin verosimilitud
cognitiva
(positiva) alguna. Esta forma de vivir se llama alienación, salida de
la verdad
natural del hombre. Puesto que es un hecho social, e individual, la
existencia
de la religión (la experiencia religiosa), entonces la crítica negativa
construye las «teorías de la alienación» para explicar por qué los
hombres, sin
razones cognitivas para ello, se empeñan en alienarse por la religión
en la
experiencia religiosa (alienación existencial, psicoanalítica,
lingüística,
social, etc.).
Para ciertas
posiciones dentro de la crítica positiva
favorable a la religión, en cambio, aunque no haya razones positivas,
científicas o filosóficas (más allá de la pura no contradicción), la
experiencia religiosa tiene una fuerza intrínseca que podría llamarse
sobrenatural o mística, de contacto misterioso con la realidad
nouménica de lo
transcendente, que justifica aceptar el enriquecimiento vital que
suponen las
vivencias religiosas y su práctica social. En esta línea va la teología
protestante;
por ejemplo, el pensamiento de Gerhard Ebeling: la fe es posible (no es
contradictoria), pero no cuenta con ningún argumento positivo a su
favor
fundado racionalmente en el mundo.
La posición común
en la teología católica considera que
la fe no se funda solo en la experiencia religiosa sobrenatural o
mística de
Dios, sino que se apoya también en una congruencia natural básica
describible
por la razón. Es una congruencia o verosimilitud racional positiva que
no se
debe confundir con la, hoy descartable, apologética demostrativa. A
nuestro
entender, el análisis de Barbour contiene una amplia presentación de esos argumentos de verosimilitud o congruencia, derivados de la ciencia, perfectamente
armónicos con la posición católica.
Pero en Barbour estos argumentos solo aparecen colateralmente. Su
análisis se
enfoca directamente al estudio de la congruencia y posible integración
de los modelos científicos/religiosos.
A nuestro entender
podemos hablar o no hablar de Dios.
Pero si hablamos es porque contamos con una argumentación positiva (de
verosimilitud,
no de demostración apologética) que nos permite introducir una
referencia
cognitiva hacia Él en el lenguaje natural. Esta argumentación de
referencia
determina también a qué tipo de realidad apuntamos y qué podemos decir de ella. Y se introduce así de raíz una lógica básica en nuestro lenguaje racional sobre Dios. Si hablamos sobre Dios no podemos hacerlo de cualquier manera,
sino en
conformidad con la lógica básica que nos ha permitido introducirlo como
posible
realidad. Más adelante al valorar otros aspectos del pensamiento de
Barbour y de
la filosofía/teología del proceso, haremos referencia de nuevo a estas
ideas.
3. ASTRONOMÍA Y CREACIÓN
La ciencia ha
construido modelos y teorías complejas
sobre la naturaleza, origen y evolución futura del universo. Es la
totalidad de
la realidad objetiva que nos contiene; no podemos abarcarlo como
experiencia
inmediata, pero esta nos permite reconstruir, hipotética y
matizadamente, su
naturaleza actual, su origen, su historia temporal y su posible futuro.
La
religión, por su parte, desde la experiencia religiosa ha construido
también
modelos que conducen a conceptos y creencias fundamentales sobre un
universo
creado por un ser fundamental con forma de divinidad: un Dios personal
que crea
el mundo por decisión libre (este es, al menos, el punto de vista
cristiano,
pero existen muchos modelos religiosos sobre la relación Dios-mundo).
Barbour
piensa que los modelos científicos de universo abren campos de diálogo
con los
modelos religiosos de un Dios creador. Es más, ambos modelos son
congruentes en
muchos puntos y la religión puede integrarlos armónicamente en su mundo
de
creencias. Al hacerlo, los modelos religiosos progresarán dinámicamente
y en
este sentido se producirá una progresión teológica desde la ciencia,
aparecerá
una «teología de la ciencia»: una iluminación de la imagen del Dios
creador
desde los modelos científicos.
3.1.
Conflicto e independencia
Desde la religión,
el fundamentalismo bíblico radical
sería una agresión conflictiva directa frente a la ciencia. Pero la
cosmología
estándar presenta también una imagen del universo sin Dios, en
ocasiones con
una clara militancia antiteísta que supone ir más allá de los límites
intencionales
de la ciencia y exige argumentar filosófico-metafísicamente a partir de
ella.
Barbour expone la teoría clásica del estado estacionario de Hoyle o los intentos de dotar al universo de suficiencia
absoluta a partir del big
bang, y
sus interpretaciones derivadas. La explicación del nacimiento del
universo a
partir de oscilaciones cuánticas en el vacío físico podría relacionarse
con la
existencia de múltiples universos; nosotros nos encontraríamos en aquel
que por
azar ha producido las condiciones para la vida. Estos infinitos
«universos burbuja»
representarían hoy un
esquema
físico conceptual apto para pensar un universo sin Dios, en conflicto
con los
modelos religiosos.
«En un libro
reciente -nos dice Barbour- Weinberg matiza
una antigua toma de posición: no opino que la ciencia nos enseñe que el
universo
es sin sentido, sino únicamente que el universo por sí mismo no sugiere
ningún
sentido (Dreams of a final Theory, NY:
Pantheon, 1992, 255). El teísta, prosigue Barbour, podría entonces
replicar que,
si la finalidad no queda excluida por la ciencia, la historia cósmica
podría
quizá ser interpretada coherentemente como una expresión de la
finalidad divina.
Un proceso cósmico que produce personas inteligentes es lo que nosotros
esperaríamos si Dios es inteligente y personal. El conflicto entonces
no es
realmente entre ciencia y religión, sino entre creencias básicas
alternativas,
la materialista y la teísta. Más tarde examinaremos cómo azar y
necesidad
pueden ser entendidos dentro de un contexto teísta» (WSMR, 45).
Este texto muestra perfectamente cómo Barbour constata que Weinberg insiste en que no hay argumentos positivos. Barbour, sin embargo, asume que Weinberg no establece la contradictoriedad. El modelo religioso es posible (aunque no tenga argumentos a su favor) y, además, es congruente con los modelos científicos e integrable en ellos. Hacia eso parece apuntar, ante todo, como antes decíamos, el análisis de Barbour.
Hay quienes, además, tratan de separar totalmente el análisis científico del universo, centrado en los procesos físicos que han producido su aparición, evolución temporal y futuro desarrollo, de las narraciones de creación surgidas en contexto religiosos. Son perspectivas incomunicables. Las narraciones religiosas no tendrían intención alguna de exponer conocimiento sobre los procesos físicos del universo, sino solo de narrar historias de salvación, experiencia religiosa y encuentro con Dios. No tendría, pues, sentido relacionar en esta perspectiva ciencia y religión.
Cada una iría a lo
suyo, discurriendo con independencia y
en un plano paralelo sin contacto con el otro (WSMR, 50ss).
3.2. Diálogo e integración
Se centra en dos
aspectos concretos que abren el diálogo
en cercanía ciencia/religión: la inteligibilidad del cosmos y su
contingencia.
Se trata de un diálogo
porque en la
ciencia, desde sí misma, se proponen dos problemas de difícil solución
científica: la inteligibilidad o constructo racional del universo y su
suficiencia o contingencia. Son problemas porque no es fácil para la
ciencia
encontrar las causas y factores reales que han producido tanto la
racionalidad como
la suficiencia/ estabilidad del
universo. En
consecuencia, en diálogo con la religión,
aparecen dos hipótesis: la del diseño racional y la del fundamento
ontológico
del universo en referencia a la hipótesis de Dios. Esta referencia
explicativa
a Dios es la que proponen los modelos religiosos de creación.
Para la ciencia la
inteligibilidad y el orden racional
del universo (incluyendo el azar, el caos, la probabilidad y la
estadística)
tienen su máxima expresión en que el orden físico responda al orden
esencial
del mundo matemático. Este orden, esta construcción del mundo en
función de
principios definidos es lo que funda la inteligibilidad generada en la
mente
humana. ¿Cuál es la causa de este orden definido y matemático? ¿Las
leyes de la
naturaleza? Pero ¿cómo se explica que la naturaleza posea leyes tan
sorprendentes? Barbour, citando a Polkinghorne reasume la aportación
religiosa:
el común fundamento de la inteligibilidad, tanto en el mundo como en
nuestras
mentes, es la razón divina. Por ello el teísta puede dar razón de la
inteligibilidad constatada por la ciencia con
perplejidad (WSMR, 54). Por la contingencia, además, constatamos un universo que
existe, pero
que pudiera no existir: en sus propiedades reales no se halla rasgo
alguno que
permita entenderlo como un universo que debiera existir necesariamente.
Esto se
ve en sus condiciones limitadas, sus fronteras en el espacio y el tiempo, así como en la contingencia
de sus leyes constituyentes o de los eventos producidos en su interior.
La
religión aporta también a ese mundo contingente de la ciencia la idea
de una
divinidad absoluta que sería el soporte o fundamento último del universo inestable.
Para el teísta la
ciencia puede ser integrada en los
modelos religiosos a partir de estos y otros puntos de diálogo. La
imagen
física de un mundo sorprendentemente inteligible y de un mundo
contingente en
búsqueda de necesidad (absolutez) queda asumida, congruentemente
integrada, en el modelo de Dios creador origen de la inteligibilidad y de la necesidad
ontológica. Lo mismo ocurre con el resultado científico del conjunto de
observaciones que los cosmólogos han formulado como principio
antrópico. El mundo está hecho sorprendentemente de tal
manera que parece conducir a la aparición del hombre. Los modelos de
Dios
creador que Barbour revisa buscando en ellos su complementariedad y
enriquecimiento
mutuo responden a lo que la ciencia no puede responder: el modelo
religioso se
hace así congruente, se integra en la ciencia y hace verosímil la
existencia de
Dios. El modelo religioso, complementando a la ciencia, presenta
también a la
humanidad como objetivo final del universo. Todo son, sin embargo,
análisis
tentativos, argumentaciones que apuntan a la verosimilitud, aunque no
«demuestren» o impongan el teísmo,
el modelo religioso, con necesidad impositiva (RAS, 130ss).
3.3.
¿Necesidad
metafísica o explicación absoluta?
Barbour, en su
análisis relacional ciencia/religión sobre
la temática astronomía/creación, admite con facilidad los conceptos
contingencia/necesidad que, en último término, se derivan del enfoque
griego-escolástico (tercera vía de Santo Tomás). Barbour parece, en
efecto,
estar bajo la influencia de un análisis muy propio de la
filosofía-teología
católica. No queremos dejar de hacer alguna observación, ya que, a
nuestro
entender, las cosas no están tan claras. Es admisible por la ciencia
que el
mundo real sea como es, respondiendo a las ecuaciones matemáticas que
lo
describen. La ciencia y la razón humana parten de la facticidad del
universo y
tratan de entender su consistencia y estabilidad última; es decir, su
absolutez, su suficiencia explicativa en orden a su consistencia y
estabilidad (advirtamos
que estabilidad no es estaticidad, ya que un sistema dinámico puede ser estable).
La ciencia y la
razón humana pueden plantearse la
pregunta por la necesidad. Pero no pueden responderla. No es posible
entender
por qué deba existir el universo: en sus propiedades de existencia no
tiene, en
efecto, ninguna connotación de necesidad. De acuerdo. A esto responde
la cita que Barbour hace de Stephen Hawking (WSMR, 55). No entendemos por qué el mundo existe o por qué
más bien no existe. La escolástica
cree, en cambio, que si nos referimos a Dios entendemos que
«necesariamente»
existe. Pienso, sin embargo, que la escolástica solo atribuye, nominal
y
voluntarísticamente, la necesidad a Dios. Lo hace porque nuestra razón
nos mueve a entender de forma no muy clara que si algo existe es porque existe necesariamente. Por ello dice que Dios es el ser necesario, y probablemente
es así.
Pero, en el fondo,
el problema de la necesidad, en mi
opinión, tanto en ciencia como en filosofía, es irresoluble. Si nos
preguntamos
por qué existe un Dios y por qué más bien no existe, no está
justificado decir:
porque existe la necesidad de que un Dios exista, dejándonos llevar por
la
lógica ancestral del argumento anselmiano. Pero se trata de una
atribución
nominal que se funda solo en nuestra voluntad atributiva. Pero no se
funda en
que realmente entendamos por qué existe algo o más bien por qué no
existe nada. ¿Por qué la existencia de algo y no
más bien la nada? ¿Por qué debe necesariamente existir un Dios o más
bien no
existir? A mi entender no podemos responder, y menos dentro de una
lógica
científica; ni siquiera filosófica. Más tarde nos referiremos a la idea
de
Whitehead sobre la irracionalidad de lo divino.
La alternativa al
pensamiento metafísico de contingencia/
necesidad es, pues, la vía de la facticidad; sin duda la que sigue la ciencia. Partimos de que el mundo es
real y existe
en el tiempo. Es un hecho del que partimos y nos condiciona. La razón,
en
consecuencia, trata de llegar a las últimas raíces en que se asienta la
existencia del universo real: busca entender el sistema absoluto en que
debe
situarse, su consistencia y estabilidad real. La razón, desde la
experiencia de
algo real, infiere que lo real, al existir, está fundado, asentado
firmemente
en un Absoluto. Si ese Absoluto es Dios (teísmo) o puro mundo sin Dios
(ateísmo), o no podemos saber qué es (agnosticismo), deberá ser
inferido a
partir del conocimiento del mundo de los hechos. Si ese Absoluto,
Dios o puro mundo, es necesario, nunca lo
podremos saber, ni
en el caso de Dios ni en el caso de un puro mundo. El concepto de Dios,
desde el mundo, no se construye como el «necesario» (esto es
escolástica), sino
como el Absoluto: como el que tiene la suficiencia en la existencia, el
absoluto
de referencias externas en orden a mantener la propia realidad, estable
y
consistente. Atribuir a ese Absoluto una necesidad intrínseca, bien
fuera Dios
o puro mundo, en el sentido de que fuera real porque en alguna manera
le compitiera
una necesidad ontológica, no puede afirmarse sino como una «conjetura» borrosa. El problema de la
necesidad es una inquietud intelectual justificada, pero que no podemos
resolver. Wittgenstein pensaría quizá que la necesidad es una de
aquellas
cuestiones que mejor sería dejar tranquilas, ya que son inaccesibles y,
además,
innecesarias para el tratamiento humano del problema de Dios.
4. EL MUNDO
CUÁNTICO
La mecánica
cuántica es quizá el entramado conceptual más
complejo de la ciencia. Se ha dicho que no hay nadie en el mundo que
entienda
la imagen del mundo que ofrece la mecánica cuántica. Bien. Pero en todo
caso ha
suscitado diferentes interpretaciones. Por tanto, cada manera de
entender el
mundo cuántico presentará sus perfiles propios al relacionarla con los
modelos
religiosos. La «forma de relación» de los modelos científicos y
religiosos
dependerá en gran parte de la opción interpretativa en que nos situemos. Barbour clasifica en la forma habitual las formas
de entender la incertidumbre/indeterminación cuántica: epistemológica o incertidumbre por
ignorancia humana
(Einstein, Planck, Bohm), funcionalista o
incertidumbre por limitaciones conceptuales y experimentales (Bohr y su agnosticismo sobre la indeterminación real) y ontológica o incertidumbre
por
indeterminación real en la naturaleza. Barbour, dentro de su
epistemología de
un «realismo crítico», tal como hacen también Polkinghorne y Peacocke,
se
enmarca en la interpretación ontológica, la misma en la que se situó el mismo Heisenberg.
La incertidumbre e indeterminación
cuántica es un proceso real que acontece en el mundo microfísico: los
estados
microfísico-cuánticos evolucionan hacia ámbitos determinados de
posibles
estados futuros (descritos por la correspondiente ecuación de
Schrödinger).
Pero al hacer una medición solo resultará un valor con probabilidad que no estaba fijado (colapso de la función de onda). Como
veremos, muchas de
las consideraciones de Barbour dependen de que efectivamente exista una
real
indeterminación, ontológica, en el mundo cuántico (WSMR, 67ss).
4.1. Conflicto e independencia
Dos
interpretaciones opuestas conducen a un conflicto con
los modelos religiosos. La primera es la determinista. El mundo
absolutamente
determinista en la mecánica newtoniana no favorecía entender la acción
divina
en el mundo. Si el mundo cuántico fuera también un mundo absolutamente determinado (en la línea de la interpretación epistemológica, de Einstein y de las «variables ocultas» de Bohm) esa dificultad determinista para la acción
divina
quedaría reforzada. La segunda interpretación, afirmando un azar radical en el mundo cuántico, ha conducido a algunos, como Monod, a presentar un
mundo
microfísico en conflicto con la idea de Dios: Dios no puede jugar
ningún papel
en el mundo porque este se produce
por puro azar. Es lo que sucede en el azar de las fluctuaciones cuánticas en el vacío físico
hasta
producir múltiples universos, o la apertura a los infinitos universos
cuánticos
de que nos hablan las especulaciones de Everett (WSMR, 70ss).
Pero veamos la
independencia. A esta «forma
de relación» modelos científicos/religiosos conduce la posición
clásica de la escuela de Copenhage.
Si el entramado
conceptual de la ciencia cuántica -como ocurre con el principio de
complementariedad corpúsculo-onda– no nos dice nada de la realidad en sí misma, sino que debe entenderse en sentido funcionalista
o instrumental, entonces es claro que la ciencia solo crea sistemas
para
dominar el mundo, sin pretensiones cognitivas, y es por ello en
absoluto
independiente de los modelos religiosos. Si estos, a su vez, fueran
también,
como algunos pretenden, constructos funcionalistas o instrumentales
aplicables
a una vida mejor, personal y social, en un sentido existencial,
entonces es
evidente que, con más razón, ciencia cuántica y religión discurrirían
por
mundos independientes (WSMR, 74ss).
4.2. Diálogo e integración
Las ideas de
Eugene Wigner o John Wheeler sobre un
«universo creado por el observador» (el observador produce el colapso
de la
función de onda
en valores definidos y se crea así el
«universo observado») han sido usadas por algunos para sugerir un
diálogo con
lo religioso, a partir de la idea de que la mecánica cuántica nos hace
el mundo
menos materialista y más cercano al espíritu. Con razón Barbour se
desentiende discretamente
de esta vía de diálogo. Tampoco le satisface la vía de presentar el
holismo del
mundo cuántico (experimento imaginario Einstein-Podolsky-Rosen, las
desigualdades de John Bell y el experimento real de Aspect) como un
camino para
dialogar sobre la existencia de un trasfondo holístico, más allá de la
realidad
empírica inmediata, que podría conectar con el mundo fundamental de la
divinidad. Mira con reserva y frialdad los intentos de Fritjof Capra,
de David
Bohm o Richard Janes de relacionar de forma integradora el mundo
cuántico con
sistemas de pensamiento religioso oriental. La indeterminación cuántica
sería
también una vía de diálogo con la religión por cuanto permitiría
encontrar
modelos explicativos sobre la forma de realizarse la acción divina en
el mundo.
Valora la posición de William Pollard y de Robert Russell (más a favor
de la de
este último por cuanto permitiría coordinar la acción divina selectiva
con los
procesos naturales por puro azar), pero Barbour -admitiendo que la
indeterminación
puede facilitar el entendimiento de la acción divina en el mundo-
remite sus
posiciones personales a un modo de entender enmarcado en la
filosofía/teología
del proceso. Dentro de este esquema integrará la imagen cuántica del
mundo en
los modelos religiosos (WSMR, 78-89).
5. EVOLUCIÓN Y
CREACIÓN CONTINUA
5.1.
Conflicto e independencia
Dos formas de
entender la vida, y su eventual proceso
evolutivo, conducen, según el análisis de Barbour, a dictámenes de conflicto en la
«forma de relación» ciencia/religión. La primera es el movimiento
fundamentalista
americano de la «ciencia de la creación», el creacionismo que niega o
limita
esencialmente el alcance de la evolución (Phillip Johnson y Michael
Behe). La
segunda es el materialismo evolutivo que concluye en la existencia de
un puro
universo sin diseño que no ofrece posibilidad ninguna de relacionarse con Dios. Es la línea de análisis, ya conocida, de Richard Dawkins
(discípulo de la
sociobiología de Wilson) que se completa con la exposición del
beligerante
Daniel Dennett (WSMR, 93ss; RAS, 243-44, 256-57). Dennett, además, une su puro evolucionismo ciego,
neodarwiniano
radical, a las interpretaciones computacionales y robóticas del psiquismo.
Para otros autores
ciencia y religión, especialmente en
lo referente a su entendimiento de la vida, representan cada una
dominios de
conocimiento absolutamente independientes que solo con falta de rigor
pueden
ser puestos en relación; cada uno tiene sus objetivos y métodos, siendo
autónomamente competente en su propio campo. Se acercarían, pues, estas
consideraciones a la antigua teoría de la «doble verdad». Stephen Jay
Gould, la
llamada neoortodoxia y el mismo Stephen Toulmin representarían
exposiciones
matizadas de este punto de vista. Para la neoortodoxia, por ejemplo, la
afirmación teológica de la creación no es una doctrina acerca de un
proceso
físico, sino la afirmación de la dependencia de Dios, de la esencial
bondad y
ordenación del mundo (WSMR, 99ss). Cercanos también a este dictamen de
independencia se encuentran quienes abordan esta cuestión desde la
doctrina tomista
clásica de la causa primera y las causas segundas. Dios, causa primera
y fundamental,
el fundamento ontológico último de todo, obra en el mundo a través de
las
causas segundas. Esto abre dos niveles o perspectivas de análisis: la
religión
se refiere a la causa primera, Dios. La ciencia se refiere a la
concatenación
explicativa de unas causas segundas por otras, sin que Dios deba
aparecer en
esa conexión en cadena a la manera de un «tapaagujeros» circunstancial.
William
Stoeger o Howard Van Till representan dos versiones modernas de este
punto de
vista (WSMR, 102-3).
5.2. Diálogo e integración
Barbour considera
tres dominios de la ciencia evolutiva,
cuyos resultados apuntan a un posible diálogo con la religión que
podría
aportar consideraciones explicativas de interés, aunque obviamente
desde sus
propios modelos. Primero, el hecho físico-biológico de la complejidad y
autoorganización presentes en el proceso evolutivo. El universo
muestra, en
efecto, unos sorprendentes procesos de creación de orden, físico y
biológico.
Es un orden que se encuentra mediado por turbulencias y procesos
caóticos, por
estados describibles estadística y probabilísticamente, pero que acaban
produciendo la emergencia de orden en niveles superiores (Ilya
Prigogine).
Stuart Kauffman ha mostrado la jerarquía biológica autoorganizativa que
conduce
a un proceso continuo de emergencia de nuevas propiedades sistémicas.
Pero, en
segundo lugar, hoy sabemos la importancia que en ese proceso
autoorganizativo
tiene la información. Los sistemas biológicos funcionan desde el
proceso embrionario
porque contienen
codificadamente información. La evolución puede ser entendida como una
«ontogenia de información» (Susan Oyama) localizada en los ácidos genéticos. Pero el DNA es solo una parte del sistema orgánico-cibernético
encaminado
a conseguir, almacenar, actualizar y usar la información. La
sensación-percepción, por ejemplo, es un elemento más de este proceso
que
conduce terminalmente a la transmisión simbólica de información entre
los
humanos. Por último, en tercer lugar, otro dominio biológico importante
conduce
al diálogo con lo religioso: la jerarquía de niveles biológicos y la
emergencia
en ellos de la causación top down, o
descendente. Existe también una causación biológica bottom
up, o ascendente, de lo inferior a lo superior. Pero el psiquismo,
por ejemplo, tiene una causación top down sobre el
control muscular de una forma holística
e integral. Michael
Polanyi o Donald Campbell han abundado en estos conceptos (WSMR, 104ss).
Estos dominios
apuntan, pues, claramente a la idea de Dios
que aparece en los modelos religiosos: Dios corno diseñador de la
hipercomplejidad
cósmico-biológica; Dios corno comunicador <le información (en esto
recoge ideas
de Polkinghorne); Dios como causa top down que
controla desde un nivel superior el universo,
de forma análoga al
control holístico del organismo desde niveles jerárquicos superiores
(según las
intuiciones de Peacocke).
Todo esto conduce
ya al dictamen de quienes piensan que
los modelos científicos del dinamismo evolutivo nos orientan a su
integración
congruente en los modelos religiosos de la «creación continua». Dios
aparece
como el diseñador del proceso evolutivo hacia la complejidad
autoorganizativa y
el comunicador de la información y estructuras de información
necesarias para
ello. Las dificultades de la ciencia en entender las causas profundas
que han
producido el orden biológico (Fred Hoyle, Chandra Wickramasinghe) se
abren a la
respuesta de un diseño divino que obra contando con el azar y el
dinamismo
evolutivo natural desde sí mismo (en la línea de las causas segundas de
Stoeger
y Van Till). Pero, finalmente, la causación top
down permite entender la acción divina sobre el orden
físico-biológico
desde el orden superior de su ontología (Peacocke). Dios aparecería
como un Ser
involucrado en el dinamismo evolutivo del universo que, como causa
primera, es
el nivel superior· que sostiene un proceso de «creación continua» (WSMR, 111ss). Pero el dictamen de
integración mejor construido, en
opinión de Barbour, es el que conduce a la idea de naturaleza/Dios en
la
filosofía/teología del proceso.
5.3. Argumentos
científicos
y teísmo
Barbour, tanto en
la temática astrofísica-creación, en la
del mundo cuántico o en la evolutiva, presenta análisis que equivalen
propiamente
a lo que otros autores considerarían como «argumentos» de verosimilitud
en
orden, al menos, a considerar que la imagen de la ciencia hace probable
la
existencia de un ser personal divino. Sin embargo, la forma de su
exposición no
nos los ofrece como argumentos (que implícitamente sí lo son), sino
como
análisis de congruencia conducente a un diálogo e integración de
modelos. Mucho
menos se plantea Barbour el problema de cómo la congruencia
(argumentación) de
Dios en la ciencia se relaciona con la congruencia (argumentación) con
que el
hombre natural entiende que afirmar a Dios como real es posible y en
congruencia con el mundo de su experiencia.
6. GENÉTICA,
NEUROCIENCIA Y NATURALEZA HUMANA
6.1. Conflicto e independencia
Una cierta forma
de entender la idea del hombre en las
actuales ciencias humanas (neurociencia, psicología, y sus relaciones
con la
genética o la computación, etc.) conduce a un dictamen de conflicto
entre modelos
científicos/religiosos por cuanto se presenta como mecanicista,
robótica y
formalista. La responsabilidad esencial del ser humano y su libertad
quedan en
cuestión ante un determinismo neural o genético; es comprensible que
estos
enfoques entren en conflicto con los modelos religiosos fundados en una
idea de
persona libre y responsable de sus acciones. El materialismo
reduccionista de
Francis Crick (a mi entender no bien interpretado por Barbour) y de
Daniel
Dennett son exponente de un determinismo neural (en Dennett también
computacional), robótico, que excluye taxativamente toda posible
conciliación
con los modelos religiosos. La sociobiología de Edward O. Wilson y Michael
Ruse conduce igualmente a
un
determinismo reduccionista, argumentado genéticamente, no compatible con los modelos religiosos (WSMR, 122ss).
Al dictamen de
independencia entre modelos científicos/religiosos se inclinan
quienes
defienden formas de dualismo cuerpo/alma. Las
ciencias solo estudiarían el cuerpo, el alma sería inmaterial y por propia naturaleza
inaccesible a la investigación científica. Estudia cómo se introducen en el
cristianismo los conceptos dualistas desde el pensamiento griego,
hasta
la formulación de la idea de «alma» como la «forma del cuerpo»
en
Santo Tomás, con la distinción entre «alma sensitiva»
(animales) y «alma racional» (hombre), siendo solo esta última inmortal por propia naturaleza. Barbour
recuerda que Juan
Pablo II en una toma de
posición
de 1996
afirmaba que la evolución es más que una hipótesis; pero, sin
embargo, reafirmaba también que cada alma humana ha sido creada
directamente por Dios (WSMR, 128-132).
Otros teólogos piensan que
el lenguaje cuerpo/alma en contextos religiosos se refiere a mensajes
salvíficos y no a descripciones sobre la constitución físico-biológica
del
hombre. En este sentido sería un lenguaje independiente, no
relacionable con la
ciencia (WSMR, 132ss).
6.2.
Diálogo e integración
Barbour señala
tres líneas básicas en que la idea moderna
del hombre se abre hacia el diálogo con la religión. La primera es la
neurociencia
con la idea de la unidad biopsíquica (cita en este contexto a Antonio R. Damasio). Segundo, la antropología
social que
extiende la unidad individual
del hombre hacia un marco social, constituido por principios de orden
natural.
Tercero, los estudios computacionales que, asumidos con la moderación
de una
«metáfora débil», contribuyen, y seguirán contribuyendo, a conformar
esa imagen
natural de un «yo neural» integrado holísticamente en el ámbito de un
«yo
social» (WSMR, 135-141).
Para Barbour es
evidente que las
líneas de diálogo -en lo referente a la
naturaleza humana- que desde la ciencia se
orientan hacia la religión solo pueden ser integradas en una perspectiva teológica desde ciertos modelos religiosos del
hombre. El modelo
dualista, por ejemplo, no es apto para esta integración y tiende a situarse bajo el dictamen de independencia. El modelo religioso apto para integrar el «modelo científico de hombre» es, en cambio, el de la unidad psicosomática, en un contexto monista y emergentista, al
que se adscribe
el mismo Barbour por dos razones: por
ser mucho
más cercano al pensamiento bíblico y por su
congruencia con las evidencias científicas (WSMR, 134-135, 129-130). En apoyo de esta
línea integrativa cita a Philip Hefner para entendernos
como naturaleza «creada
como
cocreadora» en un proceso dinámico y continuo, así como a Ronald Cole-Tumer que ha reflexionado sobre los aspectos genéticos de este dinamismo
creador.
Igualmente considera dignas de consideración las ideas de Owen Flanagan o David Chalmers (valoración positiva de que nosotros no
participamos)
en orden a superar los puntos de vista
reduccionistas de Crick y
Dennett mediante un monismo de «doble
aspecto» (WSMR, 143-46). Todo,
además, como en
los
análisis anteriores, conduce al marco interpretativo de la
filosofía/teología
del proceso. Introduzcámonos ya en ella.
7. EL MARCO
INTEGRADOR CIENCIA/RELIGIÓN:
FILOSOFÍA/TEOLOGÍA
DEL PROCESO
Tanto la ciencia
como la religión producen diferentes
modelos de interpretación que han ido evolucionando en la historia.
Unos
modelos u otros, tanto en la ciencia como en la religión, por su propio
carácter, se inclinarán a dictámenes sobre la «forma de relación» bien
en la
línea de conflicto, de independencia, de diálogo o de integración. No
todos los
modelos científicos o religiosos tienen la misma potencialidad dialogal
o
integradora. Obviamente, Barbour camina en la línea de argumentar tanto a favor de aquellos modelos científicos como religiosos que más favorezcan el diálogo
finalmente orientado
a la integración. Pues bien, para Barbour la filosofía científica más
apta para
integrarse en el modelo religioso, y cristiano, es la filosofía del proceso de Whitehead.
Es un modelo científico congruente
con la ciencia actual que induce una
reinterpretación de los modelos religiosos, apareciendo así la teología
del proceso,
con una versión cristiana específica. La posición propia de Barbour -o,
si se
quiere, su dictamen global sobre la «forma de relación»
ciencia/religión- queda
expresado en ese paquete integrado de filosofía/teología del proceso (process philosophy/theology).
7.1. Whitehead
y la filosofía del proceso
Sir Alfred North
Whitehead fue uno de los grandes
intelectuales ingleses de la primera mitad del siglo XX. Murió en 1947
en Boston,
ya que se había acogido a la jubilación en la universidad de Harvard,
donde había
trabajado desde 1924. Aunque era un eminente físico y matemático (con
Russell
publicó los Principia Mathematica de
1910 a 1913) desarrolló una complejísima ontología
físico-metafísica, llena de términos
nuevos, originales, que producen en el lector un fuerte efecto
hermético. Sin
embargo, si se rompe la rigidez en apariencia impenetrable de ese
hermetismo se
descubre una enriquecedora descripción de la realidad, congruente con
el mundo de
la ciencia moderna y, al mismo tiempo, abierto a la idea filosófica de
la divinidad.
7.1.1. Ontología
básica del proceso
Whitehead trata de
entender la ontología de la realidad.
Su punto de partida no es la constatación de objetos o entidades
estables, sino
una referencia al «evento» (su terminología varía: acontecimiento,
ocasión actual…). El evento surge y se produce en el campo de la realidad: es el comienzo mismo de la
constitución de la
realidad. Pero el evento es un fluir, un acontecer temporal (no es un
átomo o
partícula como una entidad cerrada y estable). Los eventos deben ser entendidos más como campos que como puntos en un
espacio
discontinuo y métrico (PAR, 18ss, 61ss). El evento dinámico constituye
lo que
llama «prehensión» que origina la constitución de las entidades
actuales (las
prehensiones producen la relación de unos eventos con otros y de unas
entidades
con otras). La organización de los eventos por prehensiones produce el
mundo
real, el mundo de los objetos que conocemos en toda su variedad. La
forma y
naturaleza de las prehensiones deriva a la variedad de entidades
actuales en el
universo: cada entidad tiene dos momentos, la interioridad y la
exterioridad (PAR, 219ss). Todas las entidades,
incluso las más simples (partículas o átomos) tienen un factor de
interioridad que
se desarrolla a través de la jerarquía de los seres, células,
organismos, hasta
llegar a la conciencia humana superior. Las sensaciones se originan en
las
prehensiones (PAR, 110ss). Pero plantas desintegradas o rocas, por ejemplo,
no tienen, sin embargo, interioridad. El universo es así un sistema,
una coordinación
de estructuras integradas jerárquicamente, que se ha producido como un
«estado
momentáneo» del proceso universal de cambio y transformación fundado
básicamente en el fluir de eventos primordiales. El universo, y sus objetos, no es substancia, sino proceso (PAR, 208). Por
ello,
permanecen momentáneamente las entidades actuales (diríamos las
estructuras en proceso,
pero temporalmente estables), pero no los eventos primordiales que son
puro
proceso, puro fluir (aunque llenando en su lugar preciso las
estructuras), en
una línea de pensamiento heraclitiana, pero coordinada con la imagen
científica
del mundo microfísico.
7.1.2. Proceso
y divinidad
Pero este mundo
evolutivo en proceso siempre abierto
necesita la referencia a una dimensión fundamental desde la que pueda
producirse: esta exigencia de fundamento es lo que llama el «principio
ontológico». La realidad divina aparece así como fundamento ontológico
del
proceso cósmico. En principio, desde la ontología divina podrían
producirse muchas
dinámicas procesuales; la teoría de los objetos eternos nos habla de las posibilidades creativas.
Pero de entre ellas Dios se limita a través
de un camino productivo concreto: Dios es eterno, distinto al mundo,
pero es
causa, Naturaleza Primordial de la limitación y concretización del
mundo. Pero
la Naturaleza Consiguiente de Dios depende ya de la creación realizada
y Dios
prebende las entidades actuales producidas en el proceso continuo del
mundo y
está abierto a las novedades emergentes. Dios ha puesto en movimiento
el
proceso para que este se haga a sí mismo, el proceso es
autoconfigurante,
autocreador. Y en este sentido Dios está abierto a lo que el proceso
haga
consigo mismo. Este Dios está afectado por el proceso del mundo, es un
Dios
dinámico abierto a la novedad que él mismo funda y que en alguna manera
le
limita. Dios tiene, pues, como dos naturalezas, una intemporal y la
otra
involucrada radicalmente en el tiempo. Parece también que Whitehead
entendió
que el mundo siempre había ca-existido con Dios, aunque no en un
sentido panteísta (PAR,
31ss; SAMW, 249-276).
7.2. Whitehead
en la integración ciencia/religión de Barbour
Whitehead
consideraba que el diálogo y conciliación
ciencia/religión era esencial en el progreso de la humanidad. Pero esto
no
podía hacerse sin que la religión progresara en el mismo modo teológico
de
entender la religión, es decir, la experiencia religiosa presente
diversificadamente
en las tradiciones religiosas (SAMW,
259ss). Su filosofía del proceso era
precisamente un esquema conceptual del mundo ofrecido por la ciencia
que
permitiría a la religión reformularse en términos propios de la cultura
moderna. Barbour ha pretendido precisamente usar este esquema
conceptual para
formular su opción integradora en los modelos científicos/religiosos.
7.2.1. Creación,
emergencia microfísica
y universo
La referencia a
Dios en el marco de Whitehead permite
entender cómo la estructura de eventos fluentes nace del trasfondo de
la
divinidad con una dinámica que confluye en prehensiones que producen un
complejo
nexo de entidades interrelacionadas en proceso continuo de
transformación. Es
el proceso de creación en que emerge el mundo microfísico como diseño
específico en que Dios se ha autolimitado haciendo una opción en el
mundo de
los objetos eternos. Dios ha diseñado el proceso de interacciones para
que este
se haga a sí mismo: es lo que Barbour llama la autocreación de cada
entidad, en
proceso evolutivo siempre abierto en que el azar, la necesidad, los
grandes
números, el caos, la estadística y la probabilidad juegan un papel
específico (Hefner,
Peacocke). Dios influye en el mundo, pero sin determinarlo. Es un mundo
con
libertad autocreativa por su misma dinámica procesual. Pero Dios, al
mismo
tiempo, subyace al mismo proceso y puede controlar los eventos
cuánticos, y sus
indeterminaciones. El acto creador, escogiendo una autolimitación en el
mundo
de los posibles, puede ser entendido también como un acto de
comunicación de
información germinal, determinante
del proceso evolutivo (la elección autolimitante en el mundo de los objetos posibles). La
causación top down permitiría también el control
divino del proceso desde su interior y desde el control preciso de los
eventos
primordiales fundantes, así como la propagación de sus consecuencias
sobre el
sistema. Igualmente, la concepción de la realidad como un proceso
orgánico en
la process philosophy de Whitehead,
en la línea de Peacocke, de Philip Clayton o Grace Jantzen, nos
llevaría a
concebir la unidad del universo con Dios en la línea de un panenteísmo
(Dios como
fondo ontológico-viviente del mundo, pero sin confundirse con él).
7.2.2. Vida,
evolución, neuronas y
psiquismo humano
La idea cuántica
de Whitehead nos dice que un organismo
es un sistema de eventos momentáneos interrelacionados como campos
interactivos
(no puntos aislados de materia). Es una red interactiva procesual con
líneas de
causalidad bottom up y, al mismo
tiempo, top down. La evolución es así
un desarrollo de los ámbitos de interioridad que Whitehead atribuye a
todo
evento producido, a su vez, en el ámbito primordial de la divinidad como Principio Ontológico. Los procesos psicológicos de sensación, percepción,
conciencia, memoria, conocimiento…,
son prehensiones producidas por los niveles superiores de organización
de la interioridad.
La realidad no es así, en el marco procesual, una sustancia permanente,
y menos
dos tipos de realidad independientes: existe solo un tipo de evento que
se nos
manifiesta de dos maneras, o fases, la exterior y la interior (en este
sentido
conecta con Flanagan o Chalmers). Desde el interior tenemos la
experiencia
psíquica contenida ya en potencia por lo real, e incluso desde sus
constitutivos más germinales (partículas). Es lo que Barbour, en la
línea de la
filosofía del proceso propuesta por David Griffin, llama
«panexperiencialismo» (mejor que
«pampsiquismo»). La conciencia, la forma de interioridad
psíquica propia del hombre, en su punto preciso de la jerarquía de
niveles de
la vida, depende del sistema o nexo orgánico que conecta los eventos
microfísicos
que nos constituyen (WSMR, 146ss).
Para la emergencia de la interioridad
es esencial el cerebro, el sistema neuronal. El yo es, para Whitehead,
siguiendo probablemente a William James, una corriente funcional de
conciencia,
un estado dinámico del sistema en continua transformación.
La
identidad en el tiempo se consigue por la memoria que actualiza el
pasado en el
presente y por las funciones imaginativas que anticipan el futuro (WSMR, 146ss). La ciencia conduce a
esta idea del hombre, congruente con la filosofía del proceso y también en opinión
de Barbour con la
tradición cristiana, que en la Biblia presenta ya una idea
monista-vitalista
del hombre. La inmortalidad de la persona humana no es una pervivencia
producida por un «alma» platónico-aristotélica intrínsecamente
inmortal, sino,
como piensa San Pablo, la recreación de Dios en una nueva dimensión
escatológica, la resurrección de la carne por obra del Dios creador más
allá de
la muerte (así piensan también Peacocke, Polkinghorne y la mayoría de
quienes
trabajan en el diálogo ciencia/religión).
7.2.3. El Dios
fundamento del proceso
Todo conocimiento
parte del mundo, constatado por la
ciencia no como sustancia estable sino como proceso dinámico. Siguiendo
a Whitehead,
y prolongando sus intuiciones, la filosofía del proceso ha introducido
un
conjunto de temas clásicos referentes a la idea de Dios que la
caracteriza. El primer tema es, pues, la referencia racional del mundo hacia Dios; Whitehead decía
que Dios era
tan fundamental en su sistema como el Motor Inmóvil para Aristóteles.
Por el
Principio Ontológico la cadena procesual del mundo necesita estar
referida a un
trasfondo germinal o fundamental. El segundo
tema es la relación ontológica Dios/ mundo. El mundo, el proceso
de eventos
en sistema, nace de Dios, se produce «en» Dios; no hay una creación ex nihilo. Por ello Dios y el mundo forman una unidad, el
mundo está en
el corazón ontológico de Dios. Es el panenteísmo whiteheadiano. Dios es
transcendente, no forma parte del mundo, sino que el mundo se genera en
Él; es
eterno y está fuera del tiempo en su naturaleza primordial, ya que el
tiempo es
propio del proceso. El tercer tema es
la creación. Dios no es en sí mismo proceso, pero es el creador del
proceso. Es
el diseñador del proceso. Un diseño y acto creador que no es puntual,
sino que
se extiende en el tiempo, es creación continua. Al afrontar la creación Dios ha elegido uno de los procesos
posibles, pero pudiera haber creado un proceso distinto. El cuarto
tema es la creación para la
libertad: el diseño hace nacer un proceso que se desarrolla
dinámicamente por
sí mismo, se crea un proceso para que sea ca-creador de sí mismo
(suponiendo la
creación continua como fundamento). Esto quiere decir, en el caso del
hombre,
que este ha sido creado para la libertad, para ser ca-creador de sí
mismo. El quinto tema es la creación como
autolimitación de Dios. Al escoger un mundo de entre los posibles, Dios
se ha limitado
a la concretización de un proceso
que se
desarrolla dinámicamente por sí mismo; en la, digamos, libertad
ontológica del
mundo. En alguna manera, Dios se ha limitado en la ontología y libertad
del
proceso, incluyendo la libertad humana. El sexto
tema es la acción divina en el mundo. Dios está activo -no es un
Dios deísta- e involucrado
en los procesos del mundo por la creación continua. Dios está limitado
por el
mundo creado y debe intervenir para reconducirlo o para inspirar la
experiencia
religiosa en la «interioridad» humana. La concepción del universo como
un
organismo permite entender cómo Dios abarca la interioridad de todo y
lo
controla con una causación top down. El
séptimo tema es la
pasión divina: Dios está involucrado en la
peripecia vital del mundo creado, en alguna manera la Naturaleza
Consiguiente
de Dios asume la vida del mundo. Dios padece y sufre con el mal y el
sufrimiento humano; o, de la misma forma, se alegra con el bien. En
alguna
manera el mundo forma parte de Dios y cabe pensar por qué en realidad
Dios creó
el mundo o si pudo no haber creado ningún mundo en absoluto. Recordemos
aquella
frase tan comentada de Whitehead (PAR, 532): God is the
great companion, the
fellow-sufferer
who understands. Por último, como octavo
tema, señalaríamos la relación Dios/ hombre que se entiende
siempre basada
en la libertad, en la apelación personal ele un Dios que no pretende la
coacción sino la persuasión. Relación con Dios que conduce a una
salvación que introduce
al hombre como recreado en la vida
divina.
7.2.4. La
filosofía del proceso ¿un
constructo racional?
Estos temas
clásicos ele la filosofía del proceso,
presentes en Whitehead, pero no de una manera suficientemente clara,
conceptualmente precisa, sino más bien expuestos en clave hermética,
han dado
lugar a una confusa reinterpretación, e incluso radicalización de
posiciones,
a través de la obra de un gran número de autores que se engloban en la
escuela
de la filosofía/teología del proceso. Hay que distinguir siempre entre
un autor
y otro, pero, con alta frecuencia la forma de considerar temas como la
transcendencia de Dios, su naturaleza, su relación con el mundo, su
omnipotencia,
su libertad creadora, la relación del mundo con la vida divina, la
unidad
Dios/mundo en la formulación del panenteísmo, la autolimitación divina
en la
naturaleza, el control del mundo y los límites de la acción divina, el
problema
del mal y el sufrimiento, la interpretación de la inmortalidad
personal, etc., conduce
a radicalismos que, al menos, siembran dudas muy fundadas sobre si en
ellos
quedan bien asumidos los grandes contenidos dogmáticos o las creencias
ele las
diferentes iglesias en la tradición cristiana (no solo de la católica).
Debemos
decir, en este comentario sobre Barbour, que su posición es siempre moderada, en ningún
momento
aparecen los radicalismos de otros autores de la filosofía del proceso,
critica
siempre estos radicalismos, e incluso al mismo pensamiento de Whitehead
cuando aparece
confuso o en el filo del riesgo teológico, apuntando siempre a una
reinterpretación
del «proceso» congruente con los grandes principios del cristianismo
(RAS,
325ss).
A mi modo de
entender, la filosofía del proceso necesita
someterse a un criterio lógico que permita juzgar qué tiene sentido
decir y qué
afirmaciones no son congruentes con la razón, bien sea natural o
científico-filosófica.
Para mí es esencial entender que Dios no es evidente y si hablamos de
Él debe
ser con un fundamento definido. La lógica argumentativa que nos permite
hablar
de Dios debe establecer las proposiciones que con sentido podemos hacer
de Él.
En relación con esto tiene interés recordar que para Whitehead Dios es
el
fundamento de la racionalidad construida desde el mundo; es necesario
concebirlo para hacer el mundo ontológica-racionalmente consistente.
Dios funda
la racionalidad mundana, pero es en sí mismo «irracional» (SAMW,
256-57). Esta
manera de hablar whiteheadiana, que ha escandalizado a muchos, a mi
entender,
debe ser interpretada en el sentido de que nuestra razón no lo puede
«racionalizar» ni entender; no podemos, como antes decía, creer que
entendemos
su esencia intrínseca y decir que, como tal, por ejemplo, le compete la «necesidad» o que
es «infinito» (ver la parte final de la sección
3 de este artículo). Nuestro concepto de Dios solo se justifica desde
una
racionalidad mundana, construida desde el mundo: la naturaleza de Dios
debe ser
congruente con la argumentación que, desde el mundo, nos permite pensar
que es
real. Así, por ejemplo, si afirmamos su realidad, como hace Whitehead,
porque
el mundo necesita un fundamento, no tiene sentido pensar que Dios es
«una parte
del mundo»: debe ser transcendente, absoluto y libre, con el absoluto
poder
creador y omnipotencia que constatamos en la fundamentación del mundo.
Pero si
la esencia divina es, en expresión de Whitehead, «irracional» (para
nosotros,
no sometible a análisis racional exhaustivo desde el mundo), esto
quiere decir
que no sabemos cómo es la ontología divina en sí misma (como por otra
parte
había dicho siempre la teología negativa); difícilmente podemos
entonces saber
cómo el mundo se produce en Dios o cómo actúa Dios en el mundo. Decir
que Dios
es transcendente, personal o creador, es fundamental; considerar su
posible
actividad cuántica o como «comunicador de información», por ejemplo,
será muy
interesante, pero no tiene más valor que el de ser una conjetura
altamente difusa.
Si la filosofía
del proceso cayera en la cuenta, como
creemos hace Barbour, de la fuerza lógica de nuestro lenguaje natural
sobre
Dios y, sobre todo, de la imagen [undante de Dios como transcendente,
absoluto,
libre, omnipotente y creador, se podrían evitar reinterpretaciones de
Whitehead
que solo contribuyen a colocarlo peligrosamente en zonas marginales de
la
ortodoxia cristiana. Para aclarar esta lógica argumentativa sería muy
importante, tal como antes explicábamos, abordar el análisis del
itinerario
racional que, a la razón natural y a la razón científico-filosófica, le
conduce
a considerar la realidad divina como una posibilidad con sentido. Los
elementos
para hacerlo están dispersos en la obra de Barbour; pero él no ha
abordado
sistemáticamente este análisis, como antes hemos indicado (ver el final
del
epígrafe 2).
Volvemos a
insistir en que esto no significa que la
teología use la ciencia con fines apologéticos. El mismo Juan Pablo II
(en
carta a Coyne en 1988) subraya que no hemos de utilizar la ciencia en
sentido
apologético: tanto ciencia como teología tienen su autonomía, sin
depender una
de otra. Pero la teología católica, y el mismo Juan Pablo 11, entienden
que el
acceso humano a Dios tiene una cierta base de significación y sentido
racional (además
de la experiencia religiosa en la gracia). Esta cierta base puede ser
descrita
por la razón natural y, cabe pensar también, podrá estar en congruencia
con la imagen
del mundo en la ciencia. Toda la obra de Barbour es una enorme
contribución que
muestra que efectivamente es así: la imagen del mundo en la ciencia es
congruente con el sentido natural de nuestra experiencia religiosa.
7.3. La
teología cristiana
del proceso: auto/imitación y kénosis
7.3.1. Teología
cristiana del proceso
La filosofía del
proceso de Whitehead contiene observaciones
cristianas en estricto sentido; pero apenas son apuntes intuitivos. Sin
embargo,
pronto un conjunto de pensadores comenzaron a reinterpretar la teología
cristiana bajo su inspiración. Charles Hartshorne desarrollo un teísmo
dipolar:
Dios es eterno, pero temporalmente involucrado en el proceso del mundo.
Afirma
con claridad la soberanía de Dios sobre la naturaleza, pero la relación
de esta
con Dios debe entenderse en la forma del panenteísmo que, ni separa al
mundo de
Dios (deísmo) ni lo identifica con Dios (panteísmo). Esta acción
interna de
Dios conduce a la evocación de una respuesta humana por persuasión, no
por coacción.
Dios ha abierto la autocreación de los seres, ha constituido la
libertad y
aceptado un orden donde cabe asumir los riesgos del mal. La filosofía
del
proceso es para Hartshorne el marco conceptual más apto para entender
al Dios
de la tradición cristiana. John Cobb y David Griffin han tratado
también de
repensar la tradición cristiana a la luz de la filosofía del
proceso. Dios es un creative-responsive
love: es fuente de la creación como
autocreación y, al mismo tiempo, temporal y pasible ante su misma
creación.
Dios llama a todos los hombres, en todas las tradiciones religiosas por
su acción
continua en la naturaleza, en cada uno a través de la experiencia
religiosa,
individual y comunitaria, así como a través de la obra de Cristo.
Cristo es el
acto supremo de Dios: en Él se expresan las intenciones supremas del
amor de
Dios. Cristo es la encarnación del Logos, la fuente universal divina de
la
creación y del orden. Por Cristo Dios apela al hombre persuasivamente,
no por
coacción (WSMR, 174ss).
7.3.2.
Autolimitación y kénosis
La interpretación
cristiana de la filosofía del proceso
ha conectado la idea de autolimitación divina con la teología paulina
de la kénosis. Dios se ha autolimitado al
escoger una determinada posibilidad creadora, al dejar que esta se
desarrolle
como autocreación en un proceso autónomo y al dejar al hombre como ser
libre
sobre el que no se ejerce coacción. Esto hace entender que Dios ha
realizado una
obra kenótica, en la que se ha vaciado (o autolimitado) en su
omnipotencia
divina. En conexión con esto, muchos teólogos procesuales han tratado
de
encontrar una explicación del problema del mal y del sufrimiento
humano: el
diseño autolimitativo de Dios lo hace impotente ante el mal, es el fellow-sufferer who understands. John
Hick ha descrito las formas de autolimitación de Dios como una manera
de
explicar la posición divina ante el sufrimiento. Dios está condicionado
por las
leyes naturales del proceso creado en su propia dinámica, por la
libertad
humana y por aceptar el carácter moralmente educativo, en sentido
religioso,
del sufrimiento. Dios se ve autolimitado en su diseño creador y, por
ello,
sufre por el mal y acompaña en el sufrimiento. W. H. Vanstone nos dice
que el
auténtico amor siempre se acompaña de vulnerabilidad, siempre asume el
riesgo
de ser rechazado y Dios ha asumido ese riesgo. Responde al diseño de su
obra
creadora, donde se ha autolimitado su omnipotencia divina. En un mundo
que se
desarrolla por sí mismo no hay un plan preestablecido, depende de la
libertad
autocreadora y sus elecciones. La acción divina se va improvisando al
hilo de
los acontecimientos de la historia. El mal surge inevitablemente en la
historia
y Dios nos acompaña solidario en el dramatismo que supone el
sufrimiento.
Vanstone extiende el tema clásico de la kénosis, que
entiende como autolimitación divina: Dios
deja de lado la omnipotencia
y «toma la forma de siervo» (Fil 2:17). Dios, por la acción divina en
toda la
naturaleza y por la obra de Cristo, nos persuade a la aceptación de ese
amor
autolimitado y kenótico. Ideas parecidas desarrollan autores como Brian
Hebblethwaite, Keith Ward o Paul
Fiddes,
entre otros, apuntando a uno de los ternas clásicos de la teología del
proceso:
Dios se ha autolimitado en la creación, como expresa la teología
cristiana de
la kénosis, dándose en el mundo una
real-ontológica limitación de la omnipotencia divina ante el mal y el
sufrimiento (RAS, 293ss).
7.3.3. Barbour y
la autolimitación kenótica
Para Barbour hay
cinco razones que mueven a cuestionar el
entendimiento tradicional de la omnipotencia divina: la integridad de
la naturaleza
en la ciencia y en la teología; el problema del mal y del sufrimiento;
la
realidad de la libertad humana; el entendimiento cristiano de la cruz
y,
finalmente, las críticas feministas a los modelos patriarcales de Dios.
Por
ello muchos teólogos llevan a hablar de una autolimitación o kénosis en
la
creación del mundo. Nos dice Barbour que la teología del proceso
mantiene que la
limitación del poder de Dios no se debería entender como una
autolimitación
voluntaria, como si el mantener la omnipotencia fuera una opción que
Dios
decide desechar. La integridad de la naturaleza, en efecto, con sus
leyes
autónomas y desarrollo autocreador, nos habla de autolimitación divina.
Igualmente,
la existencia del sufrimiento, y del mal en general, ya que parece
difícil de
aceptar que Dios no los suprimiera si pudiera. La libertad humana
muestra
también inequívocamente que Dios es impotente ante las decisiones
libres del
hombre y de la historia. Por ello es difícil aceptar que Dios pueda
conocer el
futuro y se pueda hablar de una omnisciencia divina. La teología
cristiana de
la kénosis muestra también un claro diseño creador autolimitativo. La
cruz nos
dice que Dios ha actuado kenóticamente tanto en la creación como en la
encarnación. Para la teología feminista, por último, los modelos
patriarcales
(masculinos) de Dios han hecho prevalecer la omnipotencia, siendo así
que la
sensibilidad femenina ante el amor conduce a poner de relieve el modelo del autosacrificio, en definitiva, la teología de la autolimitación kenótica por amor (TWOL, 1-11).
«El pensamiento
del proceso -nos dice Barbour-
se distingue por mantener que las limitaciones en el conocimiento y en
el poder
divino nacen más por necesidad metafísica que por voluntaria
autolimitación»
(TWOL, 12). Esto no significa que fueran impuestas por algo exterior a
Dios
(por ejemplo, un principio maniqueo condicionante). Si la naturaleza de
Dios es
amor y creatividad, no sería consistente decir que Dios ha escogido no ser amante y creativo. Y en este sentido Dios se vería movido
con necesidad, por su propio ser, a actuar dándose kenóticamente en la
creación
de una realidad autocreativa en que Dios queda autolimitado. Pero, a
pesar de
esta necesaria autolimitación, la acción divina en la naturaleza y en la
interioridad humana sigue conduciendo
a la naturaleza sufriente hacia el bien y la salvación. El pensamiento
del
proceso, centrado en la autolimitación kenótica, debe, sin embargo, en
consideración
de Barbour, interpretar también la doctrina de la resurrección. La
doctrina de
la inmortalidad en algunos teólogos del proceso, como John Cobb o
Marjorie
Suchocki, es especulativa quizá en exceso. Lo que queda claro es que la
tradición cristiana no quedará bien interpretada desde una teología del
proceso
si a la «teología de la cruz» no se le añade una «teología de la
gloria».
7.4. ¿Kénosis
ontológica o kénosis epistemológica?
La idea de que la
creación se produce «en» Dios y de que
Dios es el fundamento profundo del universo, involucrado en una
creación continua,
que debe ser entendido desde un vitalismo organicista al estilo de la causación top dow11 de Peacocke, expresa probablemente mejor la tradición cristiana que el
Dios inmutable
de la escolástica o del deísmo. El Dios de la Biblia es un Dios cercano
que se
compadece con nosotros. También asume perfectamente la tradición
cristiana la
idea de que en la creación y en Cristo Dios se ha enajenado
kenóticamente. En
este «vaciamiento» Dios se ha «donado» a la creación y a la libertad humana. Según
nuestra idea de
Dios, si Dios es amor, cabe pensar como conjetura fundada, en efecto,
que su
propia naturaleza le movía a una creación como autodonación de sí mismo.
Sin embargo, ¿cómo
entender esta kénosis? La doctrina
científico-metafísica whiteheadiana, y su
prosecución en la filosofía/teología del proceso, va en la línea de
entender
que se trata de una autolimitación real-ontológica que
conduce a limitar drásticamente la
omnipotencia y la omnisciencia
divina. Como contrapartida se libera por ello a Dios de la
responsabilidad ante
el sufrimiento porque no tiene poder ni visión del futuro para
evitarlo. Al
hacer discurrir nuestra reflexión acerca de Dios sobre ese inestable
terreno real-ontológico
se afrontan peligros evidentes que pueden ser descritos en términos
whiteheadianos: si Dios en sí mismo es «irracional» (si no podemos
analizarlo
en sí mismo con nuestra razón), ¿cómo podemos especular sobre la
ontología procesual
en que Dios produce el universo? ¿Cómo podemos hacer suposiciones sobre
el
grado en que la creación autolimita o no, real-ontológicamente, el
poder o el
conocimiento que Dios tiene sobre lo que ha creado?
Como piensa
Whitehead, la argumentación racional sobre
Dios se hace desde el mundo que, por el Principio Ontológico, busca su
fundamento.
Para que Dios sea fundamento debe pensarse su transcendencia, su absolutez, la
omnipotencia que manifiesta en el proceso creador, las exigencias
de su acción
continua en el mundo, etc. Todo eso es
un discurrir sobre Dios
fundado. Pero
discurrir racionalmente sobre la esencia divina en
sí misma, y sus relaciones ontológicas con la
creación, es infundado. Lo
que la razón, argumentativamente
desde el mundo, nos permite establecer es que
probablemente hay un Dios fundamental: en consecuencia,
para poder ser fundamento, no es parte del mundo, es transcendente,
absoluto, personal y con poder creador. La tradición religiosa en el cristianismo
ha afirmado
siempre la omnipotencia divina.
Por otra parte, la
«teología de la cruz» y la «teología
de la gloria» tienen alternativas
explicativas. Menciono aquí la que he defendido personalmente desde hace
muchos años7•
Dios al crear no se ha autolimitado real-ontológicamente:
su poder y su ciencia
siguen intactos (hasta donde
alcancen, ya que desconocemos la esencia divina). Pero Dios ha diseñado
la creación como un proceso evolutivo autoconsistente que no impone
coactivamente a la creatura racional que surgirá en él, el hombre, su
presencia.
El tema del ocultamiento divino, su lejanía y su silencio, es clásico en
la teología y en la mística
cristiana sin que ello implique autolimitación ontológica.
Por tanto, Dios ha
dotado al mundo de una estructura
epistemológica (no ontológica) susceptible de que, al ser considerada por
el conocimiento humano, deje abierta una posibilidad de interpretación
mundana, el puro mundo
sin Dios, y, al mismo tiempo, una
posibilidad de interpretación teísta o religiosa. El Dios real ha llegado
a la kénosis de
sí mismo en la naturaleza al crear un mundo de libertad para el hombre,
fundado en la
autonomía de la naturaleza. Pero el hombre
libremente religioso renuncia a su autonomía en el mundo (kénosis a la inversa) para abrirse a la esperanza de un Dios liberador. El hombre
real, ante el silencio
kenótico de Dios, se debate entre dos
preguntas esenciales: si es real el Dios oculto, lejano y en silencio, y si es real su
voluntad de liberación de la
historia. Esas dos preguntas han sido
respondidas en el misterio de Cristo: en el misterio de la cruz (manifestación y realización del Dios kenótico ante la libertad humana) y en el misterio de la resurrección (manifestación y realización del Dios de la liberación
escatológica anticipada en Cristo). Ante el sufrimiento el cristiano no
renuncia a la esperanza en un Dios personal salvador, como hacen los
budistas. El cristiano, apoyado en el misterio de Cristo, responde confiadamente
a la llamada de Dios para asumir el sufrimiento y superarlo en la futura
liberación escatológica. El cristiano
carga con su cruz, asumiendo, a la inversa, la kénosis cristológica.
Es evidente, por
tanto, que esta kénosis epistemológica
se funda también en una cierta kénosis ontológica. Pero hay que
entenderla.
Dios ha creado un mundo en evolución cosmobiológica a través de unas
leyes y
dinamismo ontológico que manifiestan autonomía cósmica y posibilitan la
libertad humana. Por ello el mundo, visto desde dentro por la razón
humana,
puede aparecer mundano, sin Dios (kénosis epistemológica). Esto es para
nosotros algo evidente: podemos describir el mundo sin Dios; es algo
cognitivo,
epistemológico. Pero ¿debemos entender además que esa autonomía
cósmica, que
nosotros leemos desde dentro del universo, implica la real
autolimitación de un
Dios que ya no controla el proceso autónomo del mundo (kénosis
ontológica en
sentido radical)?
Responder
positivamente, como hace la filosofía/teología
del proceso, plantea problemas importantes.
1) La autonomía
cósmica no necesariamente implica
autolimitación real de Dios, ya que Dios podría haber creado el mundo
así aun manteniendo
su omnipotencia.
2) Desde un punto
de vista científico o filosófico Dios
aparece ante todo como fundamento de lo real y creador, y con una
naturaleza
que le permita ser fundamento creador (v. g., la trascendencia, la
omnipotencia,
omnisciencia, etc.).
3) Argumentar a
favor de la
autolimitación divina por ciencia o filosofía, supondría tener una idea
acerca
de la naturaleza divina y su relación ontológica con el mundo y esto es
muy
difícil, ya que sabemos que Dios es fundamento creador, pero no nos es posible saber cómo es Dios, cómo es últimamente el mundo y
cómo Dios
realiza su acción de crear y fundamentar el mundo (recordemos la
irracionalidad
divina de Whitehead o los principios de la teología negativa).
4) Los argumentos,
pues, a favor de
la autolimitación real de Dios deben ser teológicos: por ejemplo, la
conveniencia de que Dios esté realmente limitado para justificar su
impotencia
ante el mal y el sufrimiento ante él.
5) Por otra parte,
la autonomía
cósmica, el replegarse amoroso de Dios, la creación ex
amore para dejar espacio ontológico a la libertad humana se
explican suficientemente por la kénosis epistemológica.
6) El mal y el sufrimiento de Dios con el
mundo tienen también una explicación consistente dentro de la kénosis
epistemológica, aun manteniendo siempre el misterio último de los
planes
divinos en la creación.
7) Establecer la
real limitación de
la omnipotencia y omnisciencia divina entra en conflicto con contenidos
muy esenciales
de la fe tradicional en las iglesias cristianas en general (en el credo
de la
iglesia católica se confiesa, por ejemplo, la fe en un «Dios
todopoderoso creador de los cielos y la tierra»).
8. IAN G.
BARBOUR:
UNA SÍNTESIS CUMPLIDA
Barbour ha sido,
pues, un pionero en su campo. En alguna manera
ha sido uno de los autores básicos cuya obra ha impulsado el interés
actual por
el análisis de la «forma de relación, entre ciencia, filosofía y
teología;
principalmente en América. Se ha movido, pues, en un terreno fronterizo
entre
disciplinas como la ciencia pura, la filosofía ele la ciencia, la
filosofía, la
fenomenología y filosofía de la religión, así como en los diferentes
marcos
teológicos, principalmente el cristiano. Su análisis responde a la
objetividad,
al equilibrio, a la claridad de ideas, a la prudencia en cada una de
sus tomas de
posición. Como esquema conceptual interpretativo ha escogido la
filosofía/teología
del proceso, pero de forma matizada, tratando siempre ele interpretar
sus
conceptos ele forma congruente con la tradición cristiana en las
diferentes
iglesias. Este modelo interpretativo cuenta en su haber -junto a
los
aspectos más cuestionables- una profunda reflexión que ha entendido que
la imagen
del mundo en la ciencia nos habla ele un mundo en que Dios no se
impone. Apunta
por ello a la teología del futuro que deberá construirse entendiendo
que el
Dios cristiano es un Dios kenótico, el Dios que crea la libertad, no
nos
coacciona y nos persuade por amor en un mundo en que es posible no ser
religioso.
Barbour ha dedicado la vida a estas ideas y, en su octogésimo
aniversario
recién cumplido, podemos felicitarle por ello.
PENSAMIENTO, VOL. 60 (2004), NÚM. 226: 33-66.
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