John
Polkinghorne, ciencia y religión desde la física teórica
JAVIER MONSERRAT
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Junto a I. Barbour y A. Peacocke es sin duda John Charlton Polkinghorne uno de
los principales autores de
referencia
actual en el diálogo
entre ciencia y religión.
Como Barbour (físico) y Peacocke
(bioquímico) es también
Polkinghorne un científico profesional dedicado gran parte de su vida a la física matemática, la
mecánica cuántica y la física
teórica. Por ello su
enfoque en
el tratamiento de las
cuestiones metafísicas, religiosas o teológicas ha estado
sesgado, como él mismo ha
advertido
repetidamente, por la física
y
las referencias cuánticas.
Tendremos ocasión de explicar más adelante en qué sentido. En el año 2002 ha recibido, como antes Barbour y Peacocke, el Templeton
Price por el conjunto
de
su obra.
Su
enfoque es a todas luces, digamos, más
tradicional: así como Barbour se halla en la cuerda floja de un diálogo
crítico
con la filosofía/teología del proceso, o Peacocke se lanza con fuerza
creativa
hacia un biologismo evolutivo novedoso enmarcado en el panenteísmo, así Polkinghorne se mueve conscientemente en un marco
más clásico,
más físico que biológico, y más cercano a la ortodoxia tradicional cristiana desde su posición en la iglesia de Inglaterra. Se distancia
más que Barbour, e incluso más que Peacocke, de la filosofía/teología
del
proceso, aun admitiendo algunos de sus principios, así como del
panenteísmo
aportado por Peacocke. Lo comentaremos más adelante.
Desde la filosofía no cabe duda de que Polkinghorne ha aportado estudios rigurosos para una metafísica de la ciencia. En cuanto sus reflexiones apuntan siempre desde la ciencia a la inteligibilidad de Dios, de lo religioso, de lo teológico, su pensamiento se mueve, pues, en el marco del discurso natural integrable en la teodicea filosófica. Pero, aunque siempre instalado en la perspectiva crítico-racional científica de un bottom up thinker, su reflexión se introduce con frecuencia en la filosofía de la religión, e incluso en muchas ocasiones es el Polkinghorne creyente, teólogo, quien habla sin complejos desde la perspectiva de la teología de la ciencia posibilitada por el ejercicio de la razón científico-filosófica. Apuntaremos ante todo los aspectos científico-filosóficos, pero no solo presentaremos
globalmente su pensamiento, sino que comentaremos y discutiremos algunos de sus enfoques más importantes.
1.
JOHN
POLKINGHORNE EN EL CONJUNTO DE SU
OBRA
1)
Su personalidad: el científico y el creyente.
Polkinghorne nació en 1930 en un pueblo de Somerset, Inglaterra, en una familia anglicana que asistía regularmente a los servicios
religiosos, en un
ambiente familiar de fe
profunda y comprometida. Aunque su fe maduró con los años, nunca dejó
de
practicar y de sentirse en el seno de aquella fe recibida de sus padres. Primero estudió matemática en Cambridge, pero ésta le incitó a proseguir después sus estudios en la
carrera de física teórica, titulándose al fin en teoría cuántica de
campos y en
física de partículas. En 1955 se casó y en 1958 era ya lecturer
de física matemática en Cambridge. Una década
después
accedió a professor, también de
física matemática. Su trabajo en estos años le permitió seguir el nacimiento de la teoría de los quarks y los
avances en la
física de partículas, mientras sus trabajos se orientaban a crear
modelos
matemáticos para la descripción del movimiento de partículas bajo condiciones relativistas. Sus publicaciones científicas y su trabajo de
dirección con postgraduados favorecieron su selección como miembro de
la Royal Society en 1974. En el año 1979
participaba en un amplio grupo de investigación, siendo el miembro de
más edad
del equipo. Llevaba ya entonces como
unos 25 años dedicado a
la ciencia y sintió que había llegado el momento
de dar un cambio en su vida.
En
1979 Polkinghorne dejó su puesto de professor en
Cambridge y, apoyado por su
mujer, comenzó sus estudios de teología. Su idea inicial era dedicarse
al servicio pastoral en la iglesia de
Inglaterra
y en ello se ocupó durante cuatro años. Sin embargo, su gran
preparación
intelectual siguió pesando sobre él, hasta desembocar en un nuevo
trabajo
intelectual en el campo interdisciplinar de ciencia y religión, así como en una vuelta a las tareas universitarias. Primero fue llamado para
ocupar el
decanato del Trinity Hall y después
de tres años fue nombrado presidente del Queens College de la universidad de Cambridge, ya hasta su retiro en el año
1996. Desde
esa fecha hasta la actualidad, sin embargo, prosiguió su trabajo de
conferenciante y escritor. Ya hemos dicho que en 2002 recibió el premio Templeton a toda su carrera, pero sobre todo por la aportación de sus últimos veinte años como científico, filósofo y teólogo.
2) Su
obra sobre ciencia y
religión.
Polkinghorne ha
reconocido que sus libros son siempre breves. Quizá —nos ha dicho— es el hábito científico de no
perderse en palabras e ir a lo fundamental: decir pronto lo que hay que decir y simplemente terminar. Sin embargo, aunque breves, son ya del orden de unos veinte libros, aparte de otros como editor o colaborador, y de numerosos artículos y conferencias. Es verdad que repite con frecuencia las mismas ideas (como también hacen Barbour y Peacocke), pero en conjunto supone un gran corpus de pensamiento no solo de un riguroso científico que no habla de segunda mano, sino también de un profundo filósofo y teólogo. Un ordenación lógica de todo ese contenido —no sabemos que se haya hecho— ayudaría sin duda a valorarlo. En este artículo, aun limitados por el condicionamiento de espacio, apuntaremos a un cierto esbozo sistemático que encuadre nuestros comentarios y discusiones3. En esta revisión introductoria de sus obras procederemos agrupándolas en bloques que ayuden a su identificación:
1.
Hay cinco obras sobre materias propiamente científicas. La primera es The Particle Play (1979) donde presenta los conceptos básicos de la física de partículas. The Quantum World (1984) sobre la mecánica cuántica en términos, digamos, «inteligibles»; ha sido su libro más vendido. Rochester
Roundabout (1989) son unas memorias personales en que reconstruye el mundo conceptual de su época de professor e investigador en Cambridge. Beyond Science (1996) contiene también ciertos comentarios culturalistas sobre la física, complementados por sus recuerdos personales de científicos eminentes (Dirac, Salam, Gell-Mann y Hawking). Aunque aborda algunos resultados de la ciencia en cosmología o antropología,
el cuerpo central es sobre epistemología, la ética del trabajo
científico y su
aportación cultural a la sociedad. Por último, Quantum
Theory: A Very Short Introduction (2002) es una nueva
exposición conceptual de la mecánica cuántica que complementa muy bien
la de
1984. Son obras de referencia para conceptos básicos.
2.
Un
libro aparte es The Way the World Is (1983).
Pone por escrito los argumentos
que
motivaron su abandono de la cátedra y su visión de la ciencia y de la
fe; está
dirigido a sus colegas en un ambiente de despedida, sorpresa y
curiosidad de
parte de muchos. Es un libro comprometido e incluso autobiográfico
(capítulos 1
y 3), sobre el sentido racional de la cosmovisión cristiana y su
compromiso por
ella. Este primer escrito dio paso a una trilogía de tres libros
cortos, pero
complementarios. One
World (1986) parte de un análisis de la
cultura
posilustrada como origen del desentendimiento de ciencia y teología.
Pero éstas
coinciden en un único mundo del que deben hablar y enriquecerse
mutuamente con
sus perspectivas. Science and Creation (1988)
presenta la imagen científica del universo, haciendo fuerza en su orden
y
racionalidad constructiva, para abrirse a la teología natural y al
cristianismo
con la enriquecedora aportación de la idea de un Dios creador para entender la naturaleza
profunda de la realidad. Science and
Providence (1989) introduce su tema preferido: la posibilidad y
naturaleza
de la acción divina en el mundo. El Dios fundamento creador del
universo, cuya
ontología hace comprensible la realidad en profundidad, ¿puede
desarrollar una
acción en el mundo bajo el signo de su providencia sobre nuestra vidas?
La
ciencia no solo permite pensar en Dios como explicación fundamental del
mundo, sino también en la posibilidad de su presencia activa en el mundo y en nuestras vidas.
3.
La siguiente obra es una reafirmación epistemológica en el quehacer filosófico de la teología, buscando sus raíces en el discurso racional de la ciencia. Reason and Reality (1991) desarrolla la conexión de la razón con la realidad y de la realidad (en el sentido de one world) con la ciencia y con la teología. Razón y realidad unen, pues, esencialmente a la
ciencia, la filosofía y la teología. Las Gifford
Lectures de Polkinghorne constituyen The
Faith of a Physicist (1994) en Estados Unidos, publicado también
en
Inglaterra como Science and Christian
Belief (1994). El libro lleva un muy significativo subtítulo: Theological reflections of
a bottom up thinker. Esta obra es su
libro más sustancial e importante. Está concebido como búsqueda de inteligibilidad racional, emprendida por un bottom
up thinker, para entender la significación profunda del credo de
Nicea.
Quizá su enfoque puede inducir a pensar que se trata de un ensayo teológico, y lo es en parte en sus últimos capítulos. Pero los enunciados del credo niceano permiten amplias y profundas
disquisiciones sobre temas epistemológicos, científicos y filosóficos
conectados con la teología. La pregunta que nos hace entender su enfoque está propuesta por el mismo Polkinghorne: ¿qué evidencias, objeto de un discurso racional científico, nos persuaden de que el credo de Nicea habla de la verdad?
4.
La
obras que culminan con The Faith of a
Physicist son independientes, pero tienen unidad y
complementariedad:
publicadas en un solo tratado presentaría interna consistencia; aunque eliminando algunas repeticiones.
Ya en una nueva etapa, Scientists as
Theologians (1996) es un libro en que compara las obra de Barbour
y
Peacocke con la suya propia, en las coincidencias y en las diferencias. Es un libro importante para matizar con precisión dónde se sitúa exactamente el pensamiento de Polkinghorne. Quarks,
Chaos and Christianity (1994)
insiste en forma divulgativa en algunos tópicos ya desarrollados: los quarks (indeterminación cuántica),
el caos
(indeterminación macrofísica) y el cristianismo (posible en un mundo que permite la acción humana y la acción divina). Este libro es uno de los
preferidos del propio
Polkinghorne. Serious Talk. Science and Religion in
Dialogue (1996) divulga algunos tópicos de obras anteriores. Searching for Truth. A Scientist looks at
the Bible (1996) es un libro de meditación, aparte de sus obras
científicas. Belief in God in an Age of
Science (1998) responde a las Terry
Lectures de Yale. Es profundo, repite tópicos, pero permite
profundizar en
su epistemología y en la coincidencia de ciencia y teología en la visión de la misma realidad. Aporta
ideas y matizaciones
nuevas importantes para el entendimiento de Polkinghorne. Science
and Theology. An Introduction (1998) responde a una
ordenación escrita del curso que ofreció en el General
Theological Seminary de Nueva York. Es su obra más útil,
sistemática y ordenada, aunque no personal y creativa. Faith,
Science and Understanding (2000) es un libro profundo y
maduro donde matiza de nuevo con rigor algunos de sus tópicos más
característicos: diseño biológico, realismo crítico, cosmología
cuántica y
principio antrópico, panenteísmo, monismo de doble aspecto, teoría del caos, naturaleza y temporalidad de la acción divina, así como breve referencia a la kénosis creativa. Faith in the
Living God (2001)
es un
libro de diálogo con el teólogo Michael Welker y, finalmente The God of Hope and the End of the World (2002) trata la credibilidad
del destino humano más allá de la muerte con un enfoque preferentemente teológico, aunque con alusiones a la ciencia, ayudando a clarificar
la supervivencia personal del
hombre en lo escatológico.
5.
Un capítulo final de la obra de Polkinghorne son los libros colectivos editados por él, su colaboración en otros editados por autores diversos y sus artículos aparecidos en diferentes revistas. Editados por él son The
Work of Love. Creation as Kénosis (2002), importante obra que
sintetiza la forma en que autores como Barbour, Peacocke, Polkinghorne, Ellis,
Moltmann, entre otros, integran el concepto de kénosis en su teología de la ciencia; y
también The End of the World and the End of God (2000)
que se refiere a los sucesos escatológicos sobre el fin del universo en perspectiva científica y al destino escatológico en perspectiva teológica. Son importantes sus contribuciones a la serie editada por el Observatorio Vaticano y el CTNS de Berkeley: The Laws of Nature and the Laws of Physics, en el volumen 1, The Metaphysics of Divine Action, en el volumen 2, y Physical Process, Quantum Events, and Divine Agency, en el volumen 5. También: A revived natural theology, en el segundo Congreso de ESSSAT; Beyond the Big Bang, en un libro editado por Fraser Watts; Chaos Theory and Divine Action, en el tratado editado por Richardson y Wildman. En cuanto a su colaboración en revistas debemos destacar las contenidas en Zygon, especialmente el número de diciembre de 2000 con 64 páginas dedicadas a Polkinghorne, incluyendo tres importantes artículos suyos: The
Nature of Physical Reality, Science
and Theology in the Twenty First Century, y The Life and Works of a Bottom-Up Thinker.
De
entre este abundante complejo de obras,
en que muchos temas son recurrentes y repetidos, destacan el conjunto
de
tópicos del entramado fundamental del pensamiento de Polkinghorne.
Ofrecemos,
pues, una síntesis personal sistemática que permita también nuestros
comentarios, valoraciones y discusiones. Citamos las obras mencionadas
por
medio de abreviaturas que constan en nota a pie de página.
2.
EPISTEMOLOGÍA
BÁSICA: QUÉ SIGNIFICA SER UN «BOTTOM UP THINKER»
Estudiar la relación ciencia y religión con enfoque crítico-científico supone saber qué es ciencia y qué es religión o teología (esta última es el discurso construido sobre la religión). Cuanto se diga depende, pues, de un discurso epistemológico básico en las dos perspectivas, la científica y la teológica. Sin duda, este discurso debe quedar bien establecido.
1) Racionalidad
científica.
Su idea de la ciencia responde a los principios de una epistemología
popperiana (SaT, 14) matizada por aportaciones de autores pospopperianos como Kuhn (SaT, 11) y Lakatos (SCB, 47). La ciencia parte de los hechos
empíricos y se hace una
idea de la realidad; o sea,
produce conocimiento fundado en los hechos. Sin embargo, el
conocimiento
científico es siempre una aproximación; es falsa idea popular de que la
ciencia
sea un conocimiento cierto y sin fisuras. Es siempre provisoria, en el
sentido
de la falsabilidad popperiana o de las revoluciones científicas
kuhnianas; cita
también a Michael Polanyi —especialmente su obra Personal
Knowledge (RAR, 7; SaT, 15; ON, 12)— para insistir en que la ciencia es incluso un compromiso personal, en el sentido de Paul
Riqueur cuando dice: «necesitamos conocer
para llegar a la fe, pero necesitamos la fe para llegar al
conocimiento» 10.
La ciencia
es así un equilibrio interactivo constante y abierto entre empiria y
teoría,
modulado por el compromiso personal. Pero, en último término, la
ciencia está
abierta a la sorpresa, a consecuencias contrainductivas frente a la
vida
ordinaria, como en la mecánica cuántica donde los hechos y sus evidencias empíricas acaban por
imponerse
drásticamente por extrañas que sean. Su idea de la ciencia queda
expuesta con
fuerza en las secciones Rational Enquiry y Rational discourse, en su obra Reason and
Reality (RAR, 4-19, 20-33).
Pero es también un tema recurrente
en otros escritos (SaT, 9-16; BGAS, 25ss; OW, 6ss).
2) Un
«bottom up thinker». Sintiéndose
científico en un marco conforme con la
epistemología moderna, Polkinghorne se ve como un bottom
up thinker. Esta autodescripción es sin duda muy
intencionada (SCB, 4; SaT, 1ss; LWBT, 955ss). Aflora en ella un fondo
innegable
de la tradición empirista inglesa que, por otra parte, es hoy general en los científicos, aun dentro de las matizaciones popperianas y
pospopperianas.
Lo científico (y también lo humano) es siempre fundarse en los hechos,
sumergirse en el mundo fáctico, en la realidad, sin presuposiciones aprióricas. La ciencia moderna explica
al hombre, la génesis de su psiquismo y de su conocimiento, como final
evolutivo de un proceso a posteriori de
inserción de los organismos en el medio. Cuanto puede pensarse, y
conocerse,
tiene así una génesis bottom up,
desde abajo, desde los hechos. Lo apriórico o transcendental no se
considera.
La construcción de teorías, explicaciones físicas o metafísicas, son
siempre intentos
de dar razón de los hechos, de explicar cómo estos son posibles tal
como se
imponen a la comunidad científica.
En este
sentido nos habla de la universe-assisted logic en
la ciencia (RAR, 1). De
ahí la
insistencia de Polkinghorne en su actitud científica connatural ante
afirmaciones filosóficas, metafísicas o teológicas: hallar las
evidencias
empíricas —y las construcciones racionales rigurosas derivadas de ellas— que las hacen verosímiles y les dan
sentido como
descriptoras de la realidad. La
congruencia de la teología con el mundo de los hechos es, en definitiva, la congruencia entre ciencia, metafísica religiosa y teología que se trata de investigar. Este es el sentido
de la pregunta que describe la actitud científica: ¿cuál es la
evidencia que
nos permite pensar que las cosas son así? (LWBT, 958) ¿Cuál es la evidencia que nos permite intuir
verosímilmente que las cosas son como
dicen la metafísica religiosa, la teología natural o la teología?
3) Realismo
crítico. Si la ciencia es siempre
interpretación
provisoria en sentido
popperiano y pospopperiano, ¿qué sabemos entonces
verdaderamente de
la realidad? A esta pregunta sustancial responde Polkinghorne con su epistemología del realismo crítico, compartida por Barbour, Peacocke y otros (SAT, 11-25). Esta epistemología es, pues, realista: la ciencia produce conocimientos que con probabilidad describen correctamente cómo es el mundo físico en realidad; el realismo, nos dice citando a McMullin, es en parte una tesis empírica de la ciencia (RAR, 6). Si la ciencia no poseyera ese realismo sería hoy imposible nuestro
impresionante acomodo
tecnológico en el mundo. Para
explicar nuestra vida ordinaria debemos admitir que algo sabemos del mundo objetivo. Por ello,
se opone tanto
al positivismo clásico (como pura estructuración matemática formal de
fenómenos) como a la escuela de Copenhage (a su utilitarismo
funcionalista
formal-matemático, negando las conexiones científicas con la real
ontología
física profunda del mundo) (SaT, 28, PQDA, 183). Sin embargo, esta
epistemología es también crítica además
de realista: la ciencia está abierta
en sentido popperiano a criticar conocimientos ya adquiridos, revisar
sus
conceptos, formulaciones lingüísticas, teorías o formalismos
matemáticos, para
promover nuevos avances hacia la realidad verdadera. Para el realismo
crítico
el hombre conoce la realidad, pero no de forma absoluta, cerrada,
definitiva e irreversible. Es
evidente que
para
Polkinghorne, como para Barbour y Peacocke, si la ciencia solo
fuera un conjunto de
conceptos y formalismos
matemáticos útiles para experimentar, tratar con la naturaleza,
intervenir y
predecir resultados, entonces poco podría decir a la teología, ya que
esta se
refiere a la ontología profunda de la realidad. solo en el marco del
realismo
crítico se entiende así la conexión o consonancia entre
ciencia y teología (SaT, cap. 1).
4) Racionalidad
teológica:
realismo crítico en teología. Como la ciencia, también la religión se funda en los hechos. Para Polkinghorne, como Barbour y Peacocke, la experiencia religiosa es un hecho empírico incuestionable (RAR, 4). Las religiones nacen y se constituyen como una experiencia religiosa compartida en una comunidad (son así
también a posteriori). El pensamiento ateo ha
tratado, a su manera, de explicar el hecho religioso. Pero la teología propia de cada religión
aparece con la pretensión de reflexionar, fundar y explicar la
experiencia
colectiva de esa religión. Su lógica es así una community-assisted
logic (la lógica de
la ciencia era una universe-assisted
logic: RAR, 1). La inserción del cristianismo en la cultura racional grecolatina hizo que la teología enmarcara la religión
cristiana en el ejercicio de la razón. Polkinghorne es consciente de
que el
cristianismo ha producido, desde la patrística, muchos intentos, condicionados culturalmente, para dotarse de racionalidad y de que los tiempos modernos exigen afrontar
el esfuerzo de congruencia
con la ciencia, una racionalidad conforme con la cultura científica determinante (SAT, 1ss). Este ir y venir desde la experiencia
religiosa a
unos u otros sistemas nos presenta la racionalidad teológica como un
proceso
discursivo semejante al realismo crítico de
la ciencia misma: es una razón teológica que conecta con la realidad,
pero no
absoluta y definitivamente, sino de forma abierta, crítica, perfectiva (BGAS, 101-124).
5) Modelos,
metáforas, símbolos, en ciencia y teología.
Polkinghorne discute conceptos epistemológicos como
modelo, metáfora y símbolo en el ejercicio de la racionalidad científica y teológica. Para Barbour, sobre todo, pero también para Peacocke, se concibe el diálogo ciencia-religión en términos de modelos científicos y
religiosos. Desde la física teórica
puede discutirse el uso de estos términos: los modelos son solo ilustraciones utilitaristas de las teorías; metáforas y símbolos apenas tienen cabida en la física (al margen de usos anecdóticos como llamar
«sabor» o «color»
a ciertas propiedades de los quarks). Piensa, por su parte, que son las
teorías, como sistemas complexivos de alta densidad conceptual, las que deberían centrar la atención en el análisis y comparación tanto de los sistemas de
racionalidad
científica como teológica (SAT, 18-24, completando en: RAR, 21-33 y
SaT, cap. 1).
6) Interacción
ciencia-teología: inteligibilidad entre
ciencia y teología. ¿Cuál es,
pues, la evidencia de que así son efectivamente las cosas? (LWBT, 958; RNST, april 2002, 20). La
evidencia
científica, ¿qué dice sobre la
imagen teológica de la realidad? Barbour respondería con su propuesta heurística de las cuatro formas de interacción
ciencia-religión:
conflicto, independencia,
diálogo e integración, y se decantaba por las dos últimas.
Polkinghorne, sin
embargo, propone sustituir estas dos últimas categorías por las de consonancia y asimilación: la primera
sería aceptable en el sentido de la consilience (de
Wilson) entre una y
otra; la segunda desechable por carecer de sentido la asimilación
ciencia-teología en ninguna de las dos direcciones posibles (SaT, 20-22). Pero desde la consonancia
ciencia-teología se produce una mutua inteligibilidad de doble
dirección. La
teología halla en la ciencia un factor de inteligibilidad para el hecho
religioso: aspectos decisivos de la ontología natural y divina, de la
creación,
de la acción divina, de la antropología, etc. (esto sería, una teología ilustrada desde la ciencia).
Pero la ciencia halla también en la religión (teología) un factor de
inteligibilidad importante: la descripción científica del universo halla en la teología una posible
respuesta que conferiría inteligibilidad última al
mundo físico.
Polkinghorne, como Barbour y Peacocke, piensa que la teología es la
mejor propuesta de inteligibilidad del
universo. Su origen, su diseño racional, su principio antrópico, etc.
tienen en
la idea de un Dios fundamento necesario y creador, en la teología, la mejor propuesta de inteligibilidad última (BGAS, 101ss).
7) Inteligibilidad
atea y motivación religiosa.
Que la teología sea la mejor propuesta de
inteligibilidad no significa que sea la única. Hay otras, evidentemente
que,
pensamos nosotros, también parecerán las «mejores» a quienes las defienden (no hay juez objetivo que diga «desde arriba» qué inteligibilidad es la
mejor). Polkinghorne no duda en reconocer que existen propuestas de
inteligibilidad ateas —o agnósticas— que han alcanzado una importante presencia
social; esta admisión está presente
contextualmente, diríamos passim, en todas sus obras. Su reflexión como bottom up
thinker no ofrece, pues, argumentos incontrovertibles —pruebas
apologéticas— en favor de lo religioso, sino solo intuiciones
de verosimilitud (insightful, satisfying
insight) que no se imponen
necesariamente, sino que se aceptan por compromiso científico personal,
en el
sentido de Polanyi antes comentado (RNST, april 2002, 20; july-august 2003, 22) 12. Sin embargo, para el creyente
estas intuiciones pueden valer como argumentos
—usa repetidamente esta palabra— para una creencia motivada (motivated belief: FSU, 27ss;
RNST, july-august 2003, 22). La consilience entre
ciencia y teología es así uno más entre los
elementos —no el único ni
más importante— que pueden contribuir, aunque no necesariamente, a la religiosidad motivada del creyente.
3.
EVALUACIÓN METAFÍSICA DESDE LA CIENCIA
¿Qué evidencias científicas permiten valorar los constructos racionales de la metafísica clásica? No hay en Polkinghorne un tratado sistemático de metafísica. Pero
sí hallamos páginas densas y selectas en que evalúa, como bottom
up thinker, ciertos constructos filosóficos que, aun sin ser
teología, han ejercido sobre ella influencia decisiva. Así, el concepto
de Dios
o la cuestión de la fundamentalidad y la necesidad.
1) Necesidad
de existencia
en Dios y en el universo.
Comentamos unos párrafos de sus Gifford Lectures (SCB, 55ss) para explicar con precisión su enfoque de la cuestión y nuestra valoración personal.
«He
hablado ya en varias ocasiones de la
aseidad de Dios, que su esencia implica su existencia, de tal manera que su naturaleza es la de un ser existente necesariamente, sin necesitar explicación alguna en términos de alguna otra realidad exterior».
Establece, pues, dos connotaciones distintas sobre la divinidad: tener una existencia a que se atribuye necesidad y tener existencia suficiente, absoluta.
Estas dos nociones metafísicas, necesidad y absolutez o suficiencia, se relacionan, aunque no son lo mismo. Volveremos sobre ello.
«Los conceptos de la necesidad pueden presentarse en una variedad de formas.
La manera más
directa es como última respuesta a la gran pregunta de Leibniz, ¿por qué existe algo y no más bien nada? Cada cadena explicativa debe tener un punto de
salida que sea necesario para ella, en
el sentido de ser lo inexplicado, sin cuya suposición sería imposible
componer
alguna explicación en absoluto. Intelectualmente es verdad que nada puede salir de la nada. Dios
puede jugar este papel fundamental para el creyente, pero para el ateo
sería
natural seguir a Hume y tomar la existencia del mundo físico, con sus
propiedades intrínsecas, como el fundamento de la explicación» (SCB, 55).
Propuesta
la gran pregunta de Leibniz, la
respuesta, sería: existe algo real que permanece en su realidad porque
en
último término depende de algo absoluto y necesario. ¿En qué sentido?
En el
sentido de ser lo inexplicado: sin postular un fundamento
autosuficiente
necesario (para lo que ya existe y se impone fácticamente) sería
imposible
construir cadenas explicativas fundadas de la realidad existente. Nos
dice,
pues, que Dios podría ser en el creyente este fundamento de lo real
(necesario); pero, para el ateo, el fundamento de la cadena explicativa
podría
ser el mismo mundo físico (al que, por ende, debería atribuírsele necesidad). Polkinghorne no entiende la pregunta de Leibniz como formulada
en el supuesto de que nada existiera (más bien la entiende desde el
supuesto
fáctico de que algo ya existe, el universo y todos sus contenidos). En
el
supuesto de la nada, dice con sentido común metafísico, nada podría
salir. Es
ajeno a su planteamiento, fundado empíricamente en lo dado, en el bottom up científico, decir que la nada
sería imposible porque es necesario que algo exista y ese algo necesario solo pueda ser Dios. Es decir, desde la realidad existente, fáctica, tiene
sentido postular la
autosuficiencia
(absolutez) y la necesidad consecuente; pero desde el supuesto de la
nada no
está justificado exigir la existencia, y menos dotarla eo
ipso de las propiedades ontológicas de la divinidad (glosando a
Wittgenstein, diríamos, que «de la nada» mejor callar). Más adelante analizaremos el argumento ontológico. Pero es posible también situar
en el puro
mundo físico, el fundamento inexplicado (absoluto) y por ende necesario de la realidad existente. Veamos.
«Para
aproximarnos a la última explicación
(la del fundamento necesario en el puro mundo físico) se debería
postular que
la materia fuera en alguna manera suficientemente autoexplicativa. …
Existe hoy
una tendencia entre algunos físicos teóricos a creer que existe una
única Teoría del Todo (una TOE, Theory
of Everything, como ellos
alegremente dicen) cuyo descubrimiento está ya a la vuelta de la esquina y que explicará entonces por qué el mundo existe»
(SCB, 56).
Además
de presentar la opinión de quienes
creen hallar en el mundo físico, primero, el fundamento autosuficiente,
y,
segundo, por ende, también necesario, la discute (véase en SCB a continuación del párrafo traducido). Es una discusión lógica ya que,
desde la
ciencia, su punto de vista consiste precisamente en las evidencias de
la
verosimilitud de la idea de Dios y de lo teológico. Pero aquí, nos
interesa que
resalte una cosa: que Polkinghorne reconoce el hecho y admite la legitimidad de que la ciencia, partiendo del universo fáctico, de la universe-assisted
logic,
opte por atribuir al puro mundo físico la suficiencia autoexplicativa
y, por
ende, la necesidad. Que discuta esta opción, en beneficio de la suya propia de carácter teísta, no significa que no admita su viabilidad y legitimidad;
actitud, por otra parte, conforme con sus presupuestos epistemológicos
antes expuestos.
Polkinghorne
valora, pues, positivamente,
desde la lógica científica de un bottom
up thinker, la referencia metafísica tanto al fundamento
autosuficiente,
absoluto, como a la necesidad atribuida a éste. Pero la lógica de la ciencia parte de la facticidad de la existencia real del universo (no de supuestos como la nada). Y la cuestión básica es
la del fundamento absoluto autosuficiente del
universo real, ya existente: para algunos el puro mundo físico posee ese fundamento autosuficiente y la necesidad
(aunque quizá no se conozca
finalmente, digamos en una TOE, cómo y porqué el universo posee esa
fundamentalidad-necesaria; es decir, la explicación de por qué existe y
por qué
permanece necesariamente en la existencia). Pero otros ven a Dios como
hipótesis de fundamentalidad necesaria más verosímil y de mayor fuerza explicativa. Los conceptos metafísicos de fundamentalidad-necesidad son, pues, pertinentes desde la lógica de los hechos: la ciencia busca la consistencia
estable del
sistema (fundamento autosuficiente absoluto) alejada del sin sentido de
aparecer de la nada o desaparecer desde la existencia (necesidad). Pero no son conceptos de exclusiva y automática atribución a Dios, ya que
pueden
atribuirse también al puro mundo físico. Una u otra atribución depende
de una
argumentación bottom up, desde los
hechos: para la razón científica, pero también para la razón natural.
Una
argumentación a posteriori que, para
Polkinghorne, está abierta a todas las evidencias reales —experiencias
religiosa, estética, social…—, no abarcadas por la ciencia, sino por
otras
disciplinas de conocimiento.
2) El
argumento ontológico
desde la ciencia.
Es también de interés
el análisis del argumento ontológico presentado por Polkinghorne en sus Gifford Lectures. Evalúa un discutido tema de la metafísica clásica, pero desde la perspectiva de un bottom up thinker. Nos dice también:
«El sentido más fuerte en la necesidad divina sería la exigencia de que una vez se ha entendido
lógicamente la
implicación del concepto de Dios como el de aquel del que “no cabe
concebir
algo más perfecto”, se entiende que un tal ser debería existir en
cualquier
mundo posible. Esta fue, naturalmente, la impactante afirmación de San
Anselmo
en su argumento ontológico, presentado en el Proslogion.
El debate sobre la validez de este argumento ha
continuado a lo largo de siglos. Un científico no puede sino sentirse
incómodo
al atribuir tales poderes a una razón inasistida (es decir, que funciona al margen
de los hechos, en el sentido de que no es una universe-assisted
logic). Si no podemos ni siquiera probar la
consistencia de la aritmética, parece demasiado esperar que sea más fácil tratar de la existencia de Dios. No dudo de que el ser máximamente perfecto
de San
Anselmo, si es que existe (la cursiva
es del mismo Polkinghorne), existirá necesariamente y no estará en ninguna dependencia ontológica de
alguna otra cosa
(absoluto, autosuficiente), pero la pregunta es si un tal ser está realmente constituido en la actualidad (actually instantiated). Hay algo
profundamente satisfactorio en la idea de Dios
como piedra clave del
arco del ser, pero es difícil creer que se trate de una cuestión que
pueda ser
establecida por un argumento lógico. Charles Hartshorne es un defensor
notable
del argumento ontológico y nos dice que “Dios es el único individuo
concebible a priori”, pero me parece que esto no es
lo mismo que decir que es el único individuo cuya no-existencia es inconcebible a priori. Dios es ontológicamente
necesario, pero no lógicamente
necesario» (SCB, 57). Los paréntesis son nuestros.
La cuestión es, pues, si Dios existe o no existe. Considerar que existe dependerá del ejercicio de
la razón sobre
los hechos empíricos (en parte los hechos descritos por la ciencia,
aunque no solo). Si el universo conduce a establecer el anclaje de la
autosuficiencia
fundante en la divinidad, entonces la divinidad será necesaria:
fundamento-necesario de la realidad fácticamente existente. Dios será
así ontológicamente necesario para un
universo ya existente. Pero si
nos movemos en el supuesto de la nada, Dios no sería logicamente necesario: en otras
palabras, frente a la nada, su
no-existencia no sería inconcebible apriori; como tampoco lo sería la
no existencia
de un puro mundo. Por
tanto, si la
pregunta de Leibniz (¿por qué existe algo y no más bien nada?) se sitúa en el contexto de la nada (y no en el contexto del universo real ya existente)
no podemos
decir, apoyándonos en la pura lógica —universe-unassisted logic— que la respuesta correcta sea «porque la existencia de Dios es lógicamente necesaria».
Esta evaluación metafísica desde la ciencia no es trivial porque de ella derivan consecuencias importantes. Si el fundamento autosuficiente y la necesidad
atribuible fueran conceptos metafísicos exclusivamente referibles a Dios, entonces la reflexión
metafísica
excluiría también de principio a priori la
posibilidad de una descripción puramente natural o mundana del universo sin Dios, atea o
agnóstica. La razón metafísica correctamente ejercida, al margen de la ciencia, instalaría ya al hombre impositivamente en un horizonte teocéntrico solo rechazable
por rebelión ante la evidencia de la razón metafísica. Si la razón
metafísica
fuera así, a priori, con la única
salida del teocentrismo, deberíamos admitirla. Pero lo que ocurre es
que la
razón metafísica no es así: no se construye desde la lógica de la nada,
sino
desde la lógica de los hechos empíricos, el universo fáctico. Así pensaban también incluso Santo Tomás, que rechazó el argumento anselmiano, y la escolástica en general; pero ni para Santo Tomás ni para la escolástica, claro
está, el
discurso sobre los hechos permitía la hipótesis de un universo sin
Dios,
autosuficiente y necesario. Todo esto se confirma, pues, por la
evaluación bottom up de Polkinghorne en forma en
extremo sugerente. Peacocke piensa también de una forma semejante, y
esta es
además nuestra posición personal.
4.
EL
UNIVERSO REAL Y EL PROBLEMA DEL FUNDAMENTO
La metafísica
tradicional partió efectivamente de la constatación de una realidad
existente y extrajo las
consecuencias de
la facticidad
existente. De la facticidad
del ser real, y de la abstracción general de la noción de realidad y
ser, la razón metafísica puede
sacar ciertas inferencias.
Quizá no puede decir, a priori, que un ser divino deba existir con necesidad. Pero puede decirnos que el ser real, si existe,
debe tener un fundamento
consistente, en sí mismo
o en otros,
absoluto,
que además no sea
contingente (pudiendo dejar de existir), sino necesario. Desde el interior de un universo
real existente,
nuestra razón metafísica infiere un fundamento autosuficiente, absoluto, y en último término necesario. Son principios metafísicos básicos para
entender cómo
funciona el conocimiento
en general,
e incluso
la misma
ciencia.
Glosando el pensamiento
de Polkinghorne
diríamos que ontology
models epistemology y, a la inversa, epistemology
models ontology (SAT, 14).
Pero las inferencias metafísicas abstractas, generales, son solo criterios guía para conocer el
universo real fáctico. Es decir, para
orientar hacia el fundamento suficiente necesario que debe poseer. Ese
fundamento y esa necesidad no están predeterminadas por una metafísica abstracta: dependen de las características específicas del universo que a posteriori deben ser descritas. Es una argumentación
a posteriori,
abierta y no limitada, sobre el universo fáctico. Las
ciencias han aportado resultados importantes en física, cosmología,
biología,
neurología, psicología, etc. Pero la ciencia no abarca toda la realidad
de
experiencia (experiencias religiosas, estéticas, sociales, la historia, la cultura y vida
humana en toda su amplitud y manifestaciones). Pero Polkinghorne se
limita,
como bottom up thinker, a las
evidencias científicas que hacen verosímiles, como posible factor de inteligibilidad del universo, la idea de Dios, las posiciones teístas y, especialmente, la teología cristiana.
1) La
naturaleza de la realidad física.
Si buscamos evidencias científicas en el sentido descrito, los análisis debían fundarse en la presentación científica objetiva de la
naturaleza de
la realidad física. En sus obras hallamos con frecuencia capítulos,
casi
siempre con el mismo título: naturaleza de la realidad física (lo vemos
en: BS,
3-22; en sus dos tratados divulgativos sobre mecánica cuántica; en
TWWI, 7-18;
OW, 26-42; SAC, 69-82; RAR, 49-58; ST, 17-32; SaT, 25-48). Esta
descripción
básica y objetiva cubre los tópicos comunes, por todos conocidos, pero
insistiendo en aquellos puntos que serán más relevantes para conectar
la
ciencia con la religión. Al mismo tiempo, su presentación de los
resultados
científicos discute otras opiniones, matizando presentaciones sesgadas
de otros
autores que atribuyen seguridad a simples hipótesis o posiciones de
interpretación personal (por ejemplo, en la discusión sobre el vacío cuántico y su repercusión sobre la
cosmología). Quizá en Science and
Theology, su obra más sistemática por ser un tratado, aunque digamos «escolar», se halla la exposición
más sistemática de los tópicos científicos establecidos como
presupuesto: la
teoría cuántica, con la superposición de estados, problemas de la
medida y la
interpretación epistemológica, conocimiento probabilístico-estadístico,
los
mundos cuánticos, la incertidumbre, la complementariedad, la no
localidad de
los efectos cuánticos, efectos EPR, etc. Observa que las cosmologías se
construyen hoy sobre la idea cuántica de la materia y son cosmologías cuánticas, se refiere al vacío
cuántico, analiza su significación y
plantea también el sentido teórico del lenguaje sobre los universos
múltiples,
así como cuanto podemos decir sobre el origen y final del universo. Insiste en la presentación y análisis de los datos científicos que
apoyan el
principio antrópico; también el
carácter evolutivo del universo, con el papel del azar y la necesidad en la transición de estados, la teoría del caos y la explicación de cómo se produce el orden desde el caos,
la complejidad
general de los sistemas físicos, así como, finalmente, el tiempo en el universo físico, el problema de su reversibilidad-irreversibilidad, la flecha
del tiempo y los eventos simultáneos, así como la teoría de la relatividad. Apoya,
finalmente, la existencia física real de la temporalización como factor
esencial para describir las acciones de los seres en el universo, frente a un universo atemporalmente estático (SaT, 25-49).
La
existencia real del universo físico
descrito por la ciencia plantea problemas que apuntan a Dios y lo
teológico
como hipótesis (intuiciones de verosimilitud) que lo harían
inteligible: son,
ante todo, el problema de su autosuficiencia consistente (el problema
del
fundamento), de su inteligibilidad y del diseño
antrópico de su arquitectura
física. Polkinghorne
considera que la hipótesis teísta dotaría al universo la mayor inteligibilidad frente a estos problemas;
pero no niega la viabilidad de otras hipótesis orientadas hacia el
ateísmo o el
agnosticismo.
2) El
problema de la
autosuficiencia fundada del universo.
Si el universo realmente existe cabe esperar, por la razón metafísica, que sea suficiente: que sea fundamento autosuficiente de sí mismo y presente una consistencia permanente en el tiempo sin deshacerse (a este universo, decíamos, cabría atribuirle necesidad). Ahora bien, si el universo descrito por la ciencia no parece presentar
características y propiedades ontológicas apropiadas para su estabilidad y consistencia en el tiempo, se plantea entonces a la cosmología el problema de la suficiencia o del fundamento del universo. Si el universo es real debe existir una suficiencia; si no parece tenerla en sí mismo (tal como es real de
hecho), entonces ¿dónde debemos situar la suficiencia? Este es con toda precisión el problema de la autosuficiencia fundamental del universo. Para Polkinghorne la ciencia describe con objetividad dos direcciones: el pasado y el futuro. Hacia el pasado reconstruye, en función de los datos del universo actual, los
estados anteriores recorridos, hasta llegar al primer momento de origen y existencia del universo, el big bang; sin especular, la pura ciencia no puede concebir «científicamente» un estado anterior. Hacia el futuro la ciencia apunta a un universo en dispersión creciente que acabaría por desaparecer. ¿Dónde se encuentra la suficiencia de un universo con origen preciso, al parecer destinado a un final inevitable? Ante estas evidencias y constructos teóricos, el teísmo se presenta como una intuición verosímil que dotaría al universo del requerido fundamento autosuficiente y necesario: la realidad divina (SAC, 51ss; GHEW, 3ss; SCB, 52ss, 71ss).
Evidentemente
hay otras hipótesis
especulativas para dotar al universo de autosuficiencia (también es
especulativa la hipótesis teísta). Polkinghorne respeta la legitimidad y viabilidad de estas propuestas no-teístas, aunque trata de
poner de manifiesto su inmadurez, sus puntos débiles y su falta de
pruebas
empíricas (los ateos no piensan así, obviamente), para hacer resaltar
la
simplicidad y mayor fuerza explicativa de la hipótesis teísta. Hemos señalado antes su escepticismo ante
una Teoría
del Todo (TOE) que, como algunos esperan, permitiera explicar la
naturaleza
de la materia, el porqué de la existencia del universo y el origen de
su
constructo ordenado inteligible. Igualmente critica la viabilidad de
concebir
un universo oscilante al estilo de
Hawking, los mundos cuánticos de
Everett, o los universos múltiples generados
a partir de las fluctuaciones del vacío cuántico,
en la línea de las especulaciones de Guth, ya que el vacío cuántico no
es la
nada y presenta densas propiedades físico-geométricas (SAC, 59-60).
3) El
problema del orden, racionalidad
cósmica, diseño antrópico.
Estos tres tópicos de la descripción física ocupan una parte sustancial del interés de Polkinghorne. El universo presenta un orden evidente que puede producirse incluso
desde dentro de los procesos caóticos (SAC, 34ss; SaT, 41-43). La
racionalidad cósmica o inteligibilidad hace al mundo maravillosamente
transparente a la razón (marvellously
rationaly transparent) y los constructos matemáticos abstractos de la razón se hallan después sorprendentemente realizados
en el mundo físico real (RNT, 89). El universo es como es, pero nada
impide que hubiera sido ligeramente distinto. Sin embargo, sus valores están finamente
ajustados para hacer posible
la química del carbono, el nacimiento de la vida e incluso la vida
humana. Este
diseño antrópico del universo ha
permitido construir el concepto de principio
antrópico como elemento quizá más sorprendente de su diseño
racional (FSU,
85-89; SaT, 36-39). ¿Por qué el universo ha podido producir en su
interior este
orden, esta racionalidad cósmica, este diseño antrópico? Quienes
defienden una
teoría atea o agnóstica del universo argumentan para mostrar que las
mismas
propiedades intrínsecas de la materia producirían sus características
propias
de diseño. Sin embargo, Polkinghorne considera que el teísmo es la
hipótesis
teórica que ofrece al universo ordenado, racional, antrópicamente
diseñado, una
mayor y más pregnante inteligibilidad.
4) Conclusión: un Dios
fundamento necesario y creador. El universo
podría ser
quizá fundamento autosuficiente y necesario de sí mismo. Pero la
consecuencia
inmediata de su descripción científica es, sin duda, el inmenso
problematismo y
la inseguridad generada en la decisión de atribuirle o no la fundamentalidad autosuficiente y necesaria (Ground of Being) que la razón metafísica postula. El
teísmo aparece en el
horizonte como la propuesta
teórica de más fuerza explicativa para entender por qué el universo es
así y
dónde se encuentra su fundamento necesario. Para el teísmo, Dios no solo funda
el ser en la suficiencia absoluta y necesaria, sino que explica el
orden,
racionalidad y diseño antrópico del universo. Puesto que Dios, como
principio
explicativo que no forma parte del universo (éste constituye el explicandum científico),
es transcendente, la existencia del universo
exige postular una acción creadora
(SAC, 51ss; SCB, 71ss). Acción creadora que se
produciría desde la única
presuposición de la ontología real de Dios, que abriría en sí un
espacio
ontológico para constituir el mundo (dice citando las conocidas ideas
de
Moltmann sobre el zim-zum). Por
tanto, sin producir el mundo desde algo preexistente distinto de Dios y
en este
sentido sería creatio ex nihilo (SCB,
76). Además, la naturaleza evolutiva y dinámica del universo, en el trasfondo ontológico divino, obligaría
a entender la acción creadora como una creatio
continua que Polkinghorne relacionará con su modo de entender la acción divina en el mundo
que después analizaremos (SCB, 75ss). Estas evidencias científicas
conducentes
a la intuición verosímil de que quizá sea correcta la idea teológica de
un Dios
fundamento necesario y creador, constituyen la base
esencial de la consonancia entre ciencia y religión: aunque
Dios sea un misterio transcendente, es verosímil pensar la existencia
de un ser
real, transcendente al que por analogía se considera fundamento
autosuficiente
necesario, personal, creador omnipotente del universo.
5.
UN UNIVERSO PRODUCTOR DE VIDA, CONCIENCIA, HUMANIDAD
El
universo ha producido vida, conciencia,
humanidad. Son hechos empíricos que la ciencia conoce y trata de
explicar
interdisciplinarmente llegando a ciertas conclusiones provisorias; tendencias explicativas que no ocultan los enigmas
existentes.
Polkinghorne, citando a Nagel, considera la posibilidad de una teoría integrada de la realidad (que tardará siglos en llegar); si resolviera el problema
de la conciencia alteraría nuestra concepción del universo tan
radicalmente
como nada visto hasta ahora (SCB, 21). Pero la religión y la teología
hablan también de vida, conciencia, humanidad. Pues bien, las evidencias científicas en este campo,
aunque
provisorias y tentativas, ¿permiten también una intuición verosímil de
las
afirmaciones teológicas?
1) Evolución.
Polkinghorne
recoge la descripción ordinaria del proceso evolutivo del universo
desde el big bang. En miles de millones de años solo existió evolución del universo físico en los términos descritos
por la
moderna cosmología. Y comenzó la vida: sobre su origen ofrece también
la
biología moderna una teoría compleja, no siempre compartida, sobre las
circunstancias,
eventos e interacciones físicas conducentes al nacimiento de la vida.
No hay
duda de que la evolución se ha producido y de que la vida, la
conciencia y la
humanidad, han sido generadas desde el mundo físico. Pero la explicación de cómo ha sido
posible y qué factores
causales han contribuido,
son todavía
discutibles. Polkinghorne menciona los dos problemas
fundamentales. Primero, el problema del tiempo necesario para, por azar
y
necesidad en las codificaciones genéticas, generar el despliegue portentoso de la vida en todas
sus variedades. Como otros (entre ellos Fred Hoyle) piensa que falta
tiempo. Segundo, un
problema todavía más fundamental: ¿por qué los organismos se hacen más
y más
complejos en el tiempo? La dirección evolutiva de creciente complejidad es la flecha
optimista del tiempo, en expresión de Paul Davis. El conocimiento de las leyes de organización de la materia en los organismos induce a pensar
que la vida debiera tender a
estabilizarse en formas mucho más rudimentarias. ¿Qué ha producido este sorprendente impulso hacia la complejidad?
Para Polkinghorne, junto con John
Maynard Smith, estos
dos
problemas son infinitamente mayores si los centramos en el proceso
evolutivo
del cerebro biológico hasta el hombre, y la evolución específica de
éste. Sus
observaciones críticas apuntan, sin duda, a constatar en la evolución
nuevos
problemas explicativos que también se harían inteligibles desde el
supuesto del
diseño racional divino, la creatio
continua y las formas de acción divina en el universo (SCB, 16ss).
2) La
conciencia: el monismo de doble aspecto.
Es un hecho evolutivo la aparición de la conciencia en
los animales superiores y en el hombre. No son lo mismo, advierte,
conciencia y
racionalidad. Aborda el problema de la conciencia; pero, sin embargo,
no hemos
encontrado en su obra un análisis pertinente del origen de la
racionalidad
humana (el capítulo 2 de SCB, Knowledge,
es más bien de epistemología científica). La conciencia funda la vida
humana,
pero los signos de transcendencia, libertad y espiritualidad presentes en el hombre han dificultado su explicación, tanto en la filosofía como en la ciencia. Se refiere críticamente a las teorías dualistas sobre la conciencia: al cartesianismo, a Gabriel
Daly y John Eccles, distanciándose de ellas con radicalidad. La
posición propia
de Polkinghorne se formula en términos de un monismo de
doble aspecto que considera la mejor síntesis de cuanto
dicen la ciencia biológica y la neurología. En el mundo solo existe un
único
substrato (no dos realidades irreductibles, lo físico y lo mental),
pero puede
presentarse en dos estados diferentes: serían lo que un físico llamaría fases material y mental. En ciertas circunstancias la materia se
relacionaría entre sí de una cierta manera y no se produciría lo
mental:
estaría en una fase material; pero en otras condiciones la materia interactuaría produciendo una
fase mental,
sensitiva o consciente en niveles de mayor complejidad. Esta propuesta,
como la
de Thomas Nagel, más que resolver el problema, lo describe. Lo único
positivo
es establecer el monismo frente al dualismo: pero el problema consiste en cómo y por qué surgen estas dos fases, material y mental desde la
naturaleza de la
realidad física (SCB, 21ss;
FSU,95-99). No aporta ninguna idea
esclarecedora.
3) Emergentismo.
Aunque prefiere hablar de monismo de doble
aspecto y evita el término emergentismo (aunque
no siempre: ver LNLP 429432), es
inevitable situar tanto su
evolucionismo como su monismo biológico en una teoría emergentista, semejante a la sostenida por Barbour y Peacocke. Tanto la fase
física de la materia organizada como su fase sensitivo-consciente-mental se han
formado evolutivamente en el universo. La fase mental, obviamente,
desde la
aparición de la vida; aunque quepa también preguntar si la naturaleza
de la
materia inorgánica contenía ya el germen ontológico de la posterior
fase
mental. Su posición debe, pues, interpretarse como defensa del monismo
de doble
aspecto y de la génesis evolutiva de ambas fases por emergencia desde la naturaleza del mundo físico. No se atreve, sin embargo, a hipotetizar sobre una explicación más profunda de la
emergencia de lo mental desde lo
físico. Así, critica como inapropiados el pampsiquismo de Whitehead
(SCB,
22-23), el juego de conceptos universo explicado/implicado en David
Bohm (para
nosotros de fácil armonización con su monismo de doble aspecto: SCB,
23-24), o
los intentos de Penrose de alcanzar una explicación de la conciencia
desde la
mecánica cuántica (SCB, 20-21). Quizá Polkinghorne no ha sabido
valorar, o no
se ha atrevido, propuestas tan sugerentes como las de Penrose. Es tan
reservado
que establece el emergentismo, pero no se aventura en hipótesis alguna
sobre
cómo la ontología del mundo físico pudo producir la emergencia de la
conciencia. E incluso parece sentirse molesto con quienes lo intentan.
Por otra
parte (no así Barbour o
Peacocke) se
refiere con frecuencia a los fenómenos EPR como prueba del carácter
holístico
de la realidad física, e incluso los considera contenido determinante
la física
del siglo XXI y su relación con la teología (STTC, 943). Pero no
acierta a
intuir qué podría significar todo esto en relación con la naturaleza
del
psiquismo.
No
hallamos referencias al origen evolutivo
del conocimiento racional. Sin embargo, en el conjunto de su
pensamiento
monista y evolutivo-emergentista, aposteriórico,
debemos entender también una explicación naturalista: el conocimiento
surgiría
en el desarrollo evolutivo de las actividades psíquicas. Por tanto, en
interacción a posteriori de la
conciencia con la realidad a través de los sentidos. Polkinghorne, como
Barbour
o Peacocke, está al margen de racionalismos cartesianos, de apriorismos
kantianos o de perspectivas transcendentales, todavía hoy tan
frecuentes en la
filosofía/teología católica de influencia alemana.
4) El
alma humana.
La
imagen científica del hombre es muy distinta de cuánto se dijo en la
antropología y psicología clásica de siglos anteriores. Pero nuevas evidencias permiten reinterpretar la teología para dotarla de una nueva inteligibilidad. Hay un texto breve y muy claro que puede evitar nuestro trabajo de síntesis.
«Pretender que el entendimiento de la naturaleza humana en el nuevo milenio será en términos psicosomáticos no es, por tanto, de ninguna manera capitular
ante un craso
fisicalismo reduccionista. La materia de nuestros cuerpos por ella misma no puede ser de significación permanente para lo que significa ser una persona, porque esta materia está en continuo cambio por el desgaste, la comida y la
bebida. Tenemos
muy pocos átomos en nuestros cuerpos que estuvieran hace cinco años. Lo
que
permanece es el patrón (pattern)
dinámico y en desarrollo en que dichos átomos están ordenados. El alma
—el yo
real— es el patrón portador de una casi infinita y compleja información
constituido por la materia del cuerpo. En una palabra, el alma es la forma del cuerpo (notemos que, en el sentido
explicado, no
en el aristotélico). El patrón, obviamente, se deshará en la muerte, pero me parece que es una esperanza perfectamente coherente que Dios recuerde el patrón que yo soy, manteniéndolo en el espíritu divino, para reconstituirlo entonces en un acto de resurrección. El contexto
para este acto sublime de reencarnación será la nueva creación, un reino escatológico inaugurado en el evento seminal de la resurrección de Cristo. En otras
palabras, la esperanza cristiana no es la supervivencia, como si fuera la expresión de una inmortalidad humana intrínseca, sino la resurrección, la expresión
de la eterna fidelidad de Dios» (STTC, 951; también en: SCB, cap. 9).
Este
entendimiento del alma en perspectiva
científica, añadimos por nuestra
parte, es compatible con la admisión teológica del hecho de que, tras el curso evolutivo conducente a
la
maduración psico-somática y neurológica del hombre, hasta hacerlo capaz
de una
interpelación divina, el Espíritu de
Dios insuflase su presencia sobrenatural y mística en el espíritu
humano,
terminándose así la creación del alma humana en sentido teológico. De
esta
manera, el proceso natural se habría completado por la apelación divina específica presente en todo hombre, constitutivo
existencial de la dimensión sobrenatural exclusiva de todo ser humano.
5) Inmanencia
frente a panenteísmo.
Polkinghorne reconoce la tendencia creciente de muchos
de sus colegas embarcados en el diálogo ciencia-religión a aceptar y
usar el
concepto de panenteísmo como
descriptor apropiado de la relación de Dios con el mundo (SAT, 32-33). Frente a la teodicea clásica que presenta
un Dios inmutable, impasible y lejano, o frente al panteísmo que identifica a Dios con los procesos del mundo, el panenteísmo es más matizado al insistir en la presencia de la divinidad en
toda la
creación, pero manteniendo al mismo tiempo su
trascendencia y no identificación ontológica con el mundo como tal. En
contra de esta tendencia generalizada, propiciada por Whitehead, la filosofía/teología
del proceso, Barbour y Peacocke, a Polkinghorne no le gustan los
conceptos del panenteísmo, si se analizan con una cierta precisión. Admitiendo plenamente la idea paulina
de que en Dios
movemos, existimos y somos, prefiere seguir usando los conceptos tradicionales de la omnipresencia e inmanencia divinas (y mejor si se interpretan según la teología ortodoxa que distingue entre la esencia y las potencias o energías divinas: FSU, 92, 95). Su crítica al panenteísmo del proceso radica en que no explica suficientemente la naturaleza de la acción divina, de tal manera que el
creyente pueda
confiar en ella. Por otra
parte, no le parecen apropiados términos como «la presencia de Dios penetra todo el universo», «el universo es parte de Dios», «que el mundo no agota el ser de Dios», etc. Tampoco le gusta el símil orgánico de que Dios abarque el universo como un ser vivo
abarca su propio cuerpo, lo siente e interviene sobre él. Sus críticas se repiten en diferentes lugares. En relación a las recientes propuestas panenteísticas de Philip Clayton critica su concepto de omnipresencia considerando el espacio como atributo de Dios; su argumento sobre la imposibilidad de considerar al mundo
como algo distinto que limita a Dios; su explicación de la causalidad por analogía orgánica, en peligro de caer en una corporalización del ser de Dios; por último, su panenteísmo para concebir la estrecha relación del creador con la humanidad,
cosa que
podría hacerse igualmente dentro del concepto clásico de inmanencia (FSU, 92-93). Para Polkinghorne el panteísmo sería quizá un concepto apropiado para describir la relación escatológica final de Dios con la humanidad (SAT, 55).
Para la razón humana teísta, a nuestro entender, lo más inmediato (aunque también analógico)
es la existencia de Dios como
fundamento necesario, personal, transcendente y creador-omnipotente.
Pero
hablar tanto de la esencia divina, de su ontología, como de sus
relaciones con
el mundo es difuso e impreciso. Pero para no caer en una
filosofía/teología apofática, negativa y no decir
nada,
debemos admitir que el lenguaje sobre Dios tiene sentido, racionalidad;
pero solo es sugerente, impropio, aproximado, analógico… Conceptos clásicos
como
omnipresencia e inmanencia son así difusos, criticables por un
pensamiento apofático (¿cómo no el panenteísmo?). Es
verdad que ciertos conceptos del panenteísmo (v.g. en la teología del
proceso o
en algunas consideraciones de Clayton) se critican fácilmente. Pero en sus críticas al panenteísmo Polkinghorne parece
quisquilloso y
buscarle cinco pies al gato. Criticar a Whitehead o a Barbour se
explica; pero
criticar a Peacocke parece demasiado. Es evidente que Peacocke no
atribuye a
Dios un cuerpo, ni lo considera un organismo. A nuestro entender, junto a otros símiles, analogías y sugerencias, decir que Dios abarca el universo como
un ser vivo
abarca su propio cuerpo, aunque con una ontología divina distinta
desconocida y
mistérica, representa una imagen cristianamente ortodoxa que enriquece
los
conceptos tradicionales de omnipresencia e inmanencia.
6.
UN
UNIVERSO CONFORTABLE PARA LA ACCIÓN HUMANA Y DIVINA
1) El
problema.
La
religión se funda en las acciones humanas libres y en la experiencia de
la
acción divina en el mundo. El Dios bíblico no es el Dios del deísmo,
sino un
Dios que actúa en el mundo, actúa como Espíritu en el hombre, responde a sus plegarias e interviene en su favor (v.g. en sus poderosas intervenciones en el éxodo de
Israel o en los
milagros de Jesús). Ahora
bien, si el mundo estuviera físicamente construido como un sistema
mecánico y
determinista estricto, cualquier estado futuro estaría fijado por los
anteriores: en este universo de relojería (clockwork)
cualquier alteración del proceso ya determinado podría dañar
significativamente
la estabilidad del sistema (así pasaría si algún planeta, por ejemplo,
del
universo mecánico gravitatorio de Newton se saliera de la órbita
prevista, pues
produciría un previsible caos gravitatorio). Todo sucede con necesidad
y no
tienen sentido intervenciones ajenas al sistema, como serían el libre
arbitrio
humano o la acción divina, que pudiera alterar sus concatenaciones
causales. Si
la imagen de la ciencia fuera este universo mecánico y determinista (así fue en algún tiempo), entonces no haría verosímil la pretensión
religiosa de
libertad humana (acción humana) y de intervención divina en el mundo (acción divina). ¿Es esto así? En una gran parte, la reflexión de Polkinghorne se ha orientado a mostrar que no es así: la ciencia moderna, al contrario, presenta hoy
un universo abierto
que hace verosímil tanto
la acción humana como la intervención divina (SAP, 1-17, 36ss; SAT, cap. 5). No se refiere
ahora Polkinghorne a la acción fundamental de creación, o a la creatio continua, cuya intuición de
verosimilitud, ya han sido
antes argumentadas. Se trata aquí
de las intervenciones personales de Dios en la historia humana. Ahora bien, la ciencia moderna
presenta dos
vías para constatar un universo abierto y en gran parte indeterminado:
la mecánica cuántica y los procesos
caóticos. En estas dos vías
pueden hallarse razones para hacer verosímil tanto la acción humana
como la divina.
2) Mecánica
cuántica.
La nueva física cuántica introdujo,
en efecto, la indeterminación como factor explicativo de los fenómenos microfísicos; de ahí la necesidad de predicciones fundadas en la probabilidad y en la estadística (SaT, cap. 2). En opinión de Polkinghorne, para la mayoría de los físicos no se trata
de una indeterminación cognitiva (epistemológica),
sino realmente ontológica (TMDA, 148). Por ello, Dios podría en alguna manera desconocida «determinar» las
indeterminaciones
cuánticas para actuar en el mundo sin alterar el diseño constructivo
que él
mismo le ha dado (ontológicamente abierto). Han insistido mucho en esta línea autores como George Ellis, Pollard, Nancey Murphy, Thomas Tracy, Robert
Russell e incluso William
Stoeger. Sin embargo,
Polkinghorne, tras admitir que se trata en efecto de una línea de pensamiento pertinente y sugerente,
insiste en que
nuestro conocimiento del mundo cuántico no es todavía suficiente para
conclusiones definidas. Mira, pues, con prevención la vía de una
reflexión
cuántica y propone dos dificultades básicas. La primera que la mecánica cuántica habla de indeterminación solo al realizar medidas desde el mundo
macrofísico; pero
mientras estas no se dan, en el
mundo cuántico rige una continuidad determinista según la ecuación de
Schrödinger.
Esto nos permite entrar en la segunda dificultad: no se ha propuesto
todavía
una explicación convincente de cómo el mundo cuántico proyecta sus
efectos
sobre el mundo macrofísico. Y esto se traduce en la discusión hoy
abierta del
problema de la medida en la mecánica cuántica. Polkinghorne toma
posición ante
ella (la density matrix, la
interpretación de los Neo-Copenhagen,
la propuesta de G. Ghirardi, A. Rimini y Tullio Weber, matizada por Penrose mediante la gravedad
cuántica, la concepción de
Bohm, o la referencia al papel de la conciencia en el colapso de la
función de
onda: PQDA, 183-185). Cabría suponer que los efectos cuánticos
indeterminados
podrían ser el detonante microfísico de ciertos procesos caóticos cuyos
efectos
se amplificarían finalmente sobre el mundo macrofísico. Sin embargo,
hoy no
existen todavía estudios apropiados sobre el caos cuántico
(quantum caos)
como para entender con precisión de qué podría tratarse. En conclusión: para Polkinghorne es claro que la mecánica cuántica abre una perspectiva ontológica de reflexión sobre la flexibilidad, apertura, indeterminación del mundo físico.
Ello favorecería, sin duda,
la posibilidad
tanto de la acción humana como de la acción divina, sin romper
el diseño
funcional interno del universo. Pero la teoría cuántica sigue hoy llena
de
oscuridad y no permite hipótesis bien construidas sobre cómo ambas
podrían
generarse a partir del mundo cuántico (TMDA, 152-153; FSU, 105ss; SAT, 34-35).
3) Procesos
caóticos.
Las
ecuaciones deterministas de la teoría clásica del caos deben entenderse solo
como aproximaciones para ciertos sistemas absolutamente aislados del
entorno.
Pero esta no es la situación de sistemas reales en apertura a
multiformes
efectos del medio (PQDA, 189). Su exquisita sensibilidad los hace intrínsecamente impredictibles y únicos en su carácter. Su evolución
futura depende de imponderables y tiende hacia un abanico de posibilidades futuras indeterminadas: para un sistema
caótico su atractor
extraño (strange
attractor) representa el
cuadro global de posibilidades que podría
contener el movimiento futuro del sistema: no todo es posible, pero son
posibles un amplio abanico de estados futuros que se realizarán, que
tienen
posible cabida en la naturaleza sin de-construir su diseño (por ello es
abierto
e indeterminado). La evolución por procesos caóticos produce una
naturaleza con
estados oscilantes abiertos: es lo que llama abanico de
posibilidades (envelop
of possibility: LNLP, 435) o agujeros
internos (intrinsic gaps: LNLP,
438). Estas burbujas de indeterminación (como me gusta llamarlas)
constituyen una naturaleza abierta: la superficie de la tierra permite así la constitución de muchos estados posibles (v.g. subir
o bajar los brazos) sin alterar su diseño funcional creado (no determinista). Polkinghorne ofrece, pues, de
la teoría del caos una
interpretación no solo epistémica, sino también ontológica
(LNLP, 433): el caos es esencial para entender la
ontología abierta, flexible, indeterminada de la naturaleza macrofísica
(LNLP,
432-435; TMDA, 153-154; FSU, 99ss).
Es,
pues, una señal de la naturaleza abierta e integrada del mundo físico. Abierta porque la causalidad
bottom up no determina un futuro
cerrado. Pero también integrada porque este mundo abierto ofrece la posibilidad de que en él
actúen también otros principios causales: así, por ejemplo, la
causalidad top down, de carácter holístico, propia
tanto de los seres vivos como del hombre. El psiquismo genera, por
tanto,
decisiones libres, abiertas e indeterminadas dentro de un marco de
oscilación,
que orientan la conducta del ser vivo. La causación psíquica top down es holística y distinta de la
causación bottom up descrita por la física; pero la generación de procesos
abiertos —o burbujas de indeterminación— por la
dinámica del caos
posibilita la aparición de la causación top
down (TMDA, 153). La acción humana sobre el medio es oscilante, no
sigue
una pauta necesaria, y rehace de una manera u otra las estructuras del
medio ambiente: pero estos eventos, así como otros muchos que pudieran darse y no se dan, no
suponen una tensión en
una naturaleza abierta que
los contiene ya en el abanico de posibilidad de la burbuja de indeterminación (en
el strange attractor) creado en la
superficie de la tierra.
4) Información
activa. Polkinghorne se inspira en la experiencia de la acción
humana para
entender la forma en que podría darse la acción divina en el mundo
(TMDA, 437).
Ahora bien, la acción humana, y por
ende también la divina, van a ser explicadas por medio del concepto de información activa. El psiquismo es, por
una parte, información; pero esta se
traduce en la activa reorganización
de un cierto pattern, una cierta
estructura, que produce efectos en el mundo físico: así, por ejemplo,
conocido
un alimento, la voluntad de conseguirlo altera los patrones neuronales
que se
traducen en la acción de conseguirlo. La acción humana es así, por
tanto,
información activa. Establece un paralelo entre esta información activa
y el monismo de doble aspecto: mental
(información) y físico (activa). La acción
divina podría concebirse de una forma semejante, también como
información
activa, aunque en un nivel ontológico superior y más profundo. Dios en forma superior (analógica y mistérica) es también
información y debería atribuírsele la capacidad activa de transformar un cierto
pattern real,
sin alterar el equilibrio funcional del sistema natural abierto: bien
fuera por
comunicación de información (como en las experiencias místicas), bien
por una
directa reestructuración posible de una cierta estructura física (como
cuando,
en un eventual milagro, la estructura anormal de un cáncer se
transforma en una
estructura sana). Sugiere que esta influencia en la transformación de
un pattern podría producirse no tanto por
un flujo de energía, cuanto por un flujo
de información. Bien, la verdad es
que no acabamos de entenderlo. Pero en todo caso habría que mantener
que la
influencia de la instancia holística (psique humana o Dios) tendría el efecto de reorganizar las energías físicas ya presentes en las estructuras constituyentes del mundo físico, aun sin ser en una fuente de
energía
exterior al sistema mismo (PQDA, 187); esto pasa claramente en la
acción humana
(como cuando la volición activa energéticamente la reorganización de patterns neuronales) y postula que algo así debería pasar también en la acción divina (PQDA, 187; TMDA, 154; LNLP, 434-435;
FSU, 96-97, 123-125; BGAS, 62-63, 66-67, 93-94). Sin embargo, llega también a admitir la
posibilidad de una acción divina como «causa entre las causas» que no solo
fuera informacional, sino también energética (KCDA, 105).
En conclusión, algunos
comentarios. El holismo defendido por
Peacocke es muy distinto de
la propuesta de Polkinghorne. La información
activa solo explica las acciones divinas de naturaleza singular, pero la presencia holística de Dios en el mundo
físico respondería a la omnipresencia e inmanencia divinas. Peacocke tiene un concepto semejante de información activa, pero le da más fuerza a través de su panenteísmo filosófico,
al que Polkinghorne no se adhiere por las prevenciones antes expuestas.
Por
otra parte, aunque la reorganización de un pattern se
produzca dentro de las posibilidades abiertas
por una burbuja de indeterminación en un mundo
caótico, parece evidente que la reestructuración propiamente dicha debería generarse en una dimensión microfísica: de ahí la necesidad,
sentida por el mismo Polkinghorne, de llegar pronto a una física del caos cuántico para hacer inteligible una
explicación de la acción divina en el ámbito microfísico cuántico. Por
último,
para Polkinghorne, lo dicho sobre la acción humana y divina, sobre todo
de esta
última, son puras conjeturas, ya que no sabemos ni cómo es la ontología
del
mundo, ni la de Dios, ni como pudiera producirse la acción divina en
ellas.
Pero, aunque pura conjetura, su especulación muestra un mundo físico
que acoge
la libertad humana y podría acoger también la mistérica acción libre de
Dios
sobre él (al menos como las mismas conjeturas proponen).
7.
FILOSOFÍA
DEL PROCESO Y TEODICEA
1) Filosofía/teología
del proceso.
Polkinghorne considera el alto valor de las aportaciones de Whitehead,
pero se
distancia de sus apreciaciones físicas, psíquicas y filosóficas, por
otra parte,
esenciales en la filosofía del proceso. Su crítica más fundamental se refiere a la concepción discontinua que presenta el concepto
de evento: la física posterior a 1924,
cuando Whitehead dejó la física teórica, admite, en efecto, la discontinuidad de las partículas, pero en sus fórmulas
se vislumbra también un mundo en parte continuo (campos, ondas, etc.). Es también decisiva su crítica al pampsiquismo. Citando la interpretación de David Griffin,
recuerda que para la filosofía del proceso la diferencia entre el
protón y la
psique es sólo de grado: y esta manera de pensar sólo puede calificarse de pampsiquista, a
pesar del esfuerzo de matizar el pensamiento de Whitehead. En la misma
línea
rechaza también el panenteísmo propio
tanto de Whitehead como de la filosofía del proceso en general (como
también
había rechazado la idoneidad de este concepto en su discusión con
Peacocke). Es
objeto de un rechazo especial el concepto procesual del lure, impulso concreto de Dios para que el proceso evolutivo vaya en la
dirección
apropiada (SCB, 22-23; SAT, 27-28). Desde un punto de vista conceptual, por tanto, está Polkinghorne muy alejado de la filosofía del proceso. Tiene, sin embargo, alguna mayor cercanía en lo referente a la limitación de la omnipotencia y de la omnisciencia divina. Sobre esta última es
muy radical: Dios ha elegido crear un mundo que se hace a través de
procesos indeterministas y
caóticos, cuya
ontología no permite
conocer los resultados
concretos
precisos (aunque sí las tendencias estadístico-probabilísticas de
conjunto).
Rechaza, pues, la idea agustiniana de un Dios fuera del tiempo que conoce lo sucedido en el
tiempo como un
todo (SCB, 59; 65-66). Dios no puede conocer lo que ontológicamente no
puede
ser conocido (SAP, 79-80). Sobre la omnipotencia es más moderado que la
filosofía del proceso, pero en todo caso cree que no puede responsabilizarse a Dios por el mal. Citando a Keith Ward dice que es
preferible negar que Dios pueda actuar en todo, que deber hacerle
responsable
de arbitrariedad o manipulación (SCB, 83, 79-87).
2) Teología
natural, teodicea.
El problema del mal, en último término, ha llevado a la
teología del proceso a negar la omnipotencia divina. Polkinghorne cree que Dios es omnipotente, pero se ha autolimitado voluntariamente al diseñar un universo
de acuerdo con dos principios: la defensa de un proceso natural
autónomo (free-process defence) y la defensa de la
libertad humana (free-will defence).
Estos principios se orientan a crear un mundo donde sea posible la
libertad
humana: una naturaleza co-creadora de
sí misma y un hombre libre cocreador de
sí mismo. Aparecerán entonces, dentro de este diseño, el mal
físico y el mal moral,
pero el designio divino de mantener este diseño apunta a un bien
superior, como
muestra la teología cristiana del sufrimiento. La acción
divina, además, puede intervenir en los procesos del mundo,
sin alterar su naturaleza autónoma o la libertad humana. Rechaza
también las
ideas clásicas, y escolásticas, de inmutabilidad, impasibilidad e
intemporalidad divina, para acercarse al Dios de la teología del proceso. Dios, aun siendo fundamento necesario, transcendente al mundo y
eterno, está
involucrado en la historia temporal y acompaña al hombre en su
sufrimiento como
se ve en la Biblia (SCB, 81-85, 42-46; SaT, cap. 5; RNT, 87ss).
8.
UN
DESIGNIO KENÓTICO EN LA CREACIÓN
El
concepto y temática teológica de la
kénosis no es una aportación original de Polkinghorne. Este reconoce y agradece la obra de otros teólogos del siglo XX que le han conducido a
entender la
importancia del hecho de que la creación envuelve siempre una kénosis 16. La
teología moderna, además del concepto de kénosis paulino (Fil 2, 1-11), aplicado a la autolimitación divina del Verbo encarnado
en la persona de Cristo, ha extendido este concepto para referirse a
una
kénosis de Dios en la creación (KCDA, 92; también en: FSU, 125-126). En el texto citado en nota
constatamos cómo
entiende esta kénosis creativa: una autolimitación divina que permite a
las
creaturas ser ellas mismas y hacerse a sí mismas; y este «hacerse a sí mismas» es lo que constituye la naturaleza esencial de un mundo evolutivo. La
misma idea, algo más
matizada, se halla en su
obra maestra de 1994: la creación envuelve el riesgo de la existencia del otro, es una
kénosis voluntaria de Dios generada en la lógica del Amor que requiere la libertad
del amado (SCB,
81). Más adelante añade también la idea de que Dios por la creación kenótica se ha hecho vulnerable a las creaturas (FSU, 126). Sin embargo, aparte de estos ligeros apuntes antropológicos consecuentes a la kénosis (un mundo evolutivo que
permite al hombre ser
él mismo, hacerse a sí
mismo, ser libre frente a un Dios «vulnerable»), la reflexión sobre la
kénosis
se ha centrado en su naturaleza ontológica. Y para ello ha aplicado la
imagen
científica del mundo para hallar aquellas intuiciones
de verosimilitud, orientadoras dimensiones para la comprensión
cristiana de
la kénosis de la divinidad en la creación. La síntesis de su pensamiento se halla en su aportación a la obra, editada
por el mismo en 2001, The Work Of Love, donde estudia la relación entre la kénosis
y la acción divina
(KCDA, 90-106).
1) Kénosis
y acción divina.
Dios es, en filosofía y en teología, el fundamento necesario, creador
omnipotente del universo. La fe cristiana tiene, además, la vivencia de un Dios todopoderoso al que recurrir. Sin embargo, el amor
kenótico de Dios en la creación parece suponer una autolimitación de la
omnipotencia
divina. ¿Cómo y en qué sentido? ¿Cuál debe ser el balance
compensa do entre creación kenótica (acentuada por la
filosofía del proceso) y acción divina (acentuada por la noción de
omnipotencia
en la teología clásica)? (KCDA, 90-92).
2) Factores
involucrados.
El examen de este balance debe
atender tanto a factores surgidos desde dentro de la reflexión filosófico-teológica, como a otros
generados desde dentro de la ciencia. Debe atender, primero, al movimiento de reflexión
filosófico-teológica que
modernamente ha aplicado las ideas kenóticas al acto creador, desde
Moltmann a
Vanstone, o la filosofía/teología del proceso. Segundo, debe atender
también a
la teodicea tradicional y sus perplejidades ante el problema del amor/omnipotencia
divinas, sobre todo ante el problema del mal físico y del mal moral. Debe atender, tercero, ya desde dentro de la ciencia, a la imagen de un
mundo evolutivo, desarrollado en el
tiempo a partir de sus propias leyes, sus nexos causales y autonomía
funcional:
esta concepción evolutiva ha impuesto a las posiciones teístas la necesidad de hablar de una creatio
continua, así como una mayor presencia real de Dios en el tiempo creador. El Creador ha hecho a la
naturaleza co-creadora de sí misma
(dice citando el created co-creators de
Philip Hefner), según un guion no predeterminado, sino en busca de su
propio
camino en el tiempo histórico, cósmico, geológico, viviente y humano. Esta forma de creación es ya kenótica y nos presenta a Dios como
no directamente responsable de todo cuanto sucede: la muerte y la tragedia son el
precio de un mundo evolutivo que se hace a sí mismo (free-process
defence y free-will
defence). Además, la creatio continua dentro de
las contingencias de un mundo evolutivo nos obliga a seguir la presencia creadora de Dios a lo largo del proceso: crear no debe
ser concebido como
un acto puntual sino como
una acción continua en el proceso. Y, cuarto, debe atender finalmente a la forma en
que la ciencia presenta hoy los nexos causales entre los eventos dados
en el
mundo: la existencia de indeterminaciones intrínsecas tanto en el ámbito microfísico
de la mecánica
cuántica, como en el macrofísico de la dinámica del caos. Considerando todo esto en los términos ya antes explicados (ver epígrafe 6) aparecen intuiciones
de verosimilitud para
concebir la acción divina sin necesidad de romper arbitrariamente el
orden del
mundo o de alterar el designio kenótico de la creación (KCDA, 92-101).
3) Un
balance compensado entre kénosis y omnipotencia.
Es posible, si se atiende a los factores expuestos,
encontrar ese balance equilibrado. Para ello, Polkinghorne distingue
cuatro
formas de kénosis y ofrece de ellas una interpretación pertinente.
Existe una kénosis de la omnipotencia al crear Dios
libremente un cosmos evolutivo que se hace a sí mismo autónomamente:
Dios es fundamento necesario y
creador
continuo que libremente
asume
respetar el orden autónomo y el proceso del mundo, autolimitándose deliberadamente para crear un espacio causal para
las creaturas
libres. Dios permite el mal físico y el mal moral, porque su designio
es
respetar la autonomía del proceso y de la libertad humana: en el plan
misterioso de Dios la tragedia y la muerte son el precio de la libertad
para
una nueva vida. Hay también una kénosis
de la simple eternidad divina por cuanto ese mismo mundo
evolutivo, abierto
e indeterminado, donde el futuro no está necesariamente predeterminado y hecho, obliga al Dios transcendente y eterno a
involucrarse realmente
en la temporalidad en una creatio y providentia
continua. La kénosis de la omnisciencia es así
una
consecuencia de la forma de creación que Dios ha elegido libremente: Dios conoce todo lo que puede ser conocido, pero
no puede
conocer lo que ontológicamente no puede ser conocido (v.g. el futuro
dependiente de procesos indeterministas, cuánticos o caóticos). No
acepta,
pues, la omnisciencia divina agustiniana como conocimiento de la
historia totum simul (toda a la vez, desde arriba
y fuera del tiempo). Dios, por último, según Polkinghorne, también ha
asumido
la kénosis del estado causal divino.
Ha querido un mundo autónomo cocreador de sí mismo y por ello la acción
divina,
respetando su autonomía, ha asumido hacerlo como una causa entre las
causas (cause among causes). Esta acción se
ejercería quizá no sólo informacional, sino energéticamente (ver
epígrafe 6,4,
también: KCDA, 105). Pero en todo caso la presencia del poder de Dios
en la
historia sería también kenótica, pasaría desapercibida dentro de la
autonomía
del proceso mundano, y respetaría el diseño kenótico general de la
creación.
Dios conocería las tendencias del proceso evolutivo, podría prever sus directrices e intervenir según su providencia en una
línea u
otra, sin romper su autonomía. Dios podría conducir la historia aun
dentro de
su kénosis de omnipotencia y de omnisciencia en un mundo autónomo,
abierto,
indeterminado, con un futuro no prediseñado y decidido.
9.
POLKINGHORNE
O LA VEROSIMILITUD CIENTÍFICA DE LA ACCIÓN DIVINA
En conclusión,
digamos que este enfoque ontológico de la kénosis en Polkinghorne
responde a la
orientación ontológica de la filosofía/teología del proceso. Sin embargo, en nuestra opinión, ya bosquejada en los artículos antes citados sobre
Barbour y Peacocke (ver nota 1), la inferencia básica accesible a la
razón
humana, y científica, desde dentro del mundo es que Dios, de existir,
ha
realizado en la creación una kénosis
epistemológica: el mundo ha sido creado de tal manera que puede ser
descrito por la razón humana y la ciencia como un mundo «mundano», sin
Dios,
como «puro mundo». En otras palabras: el posible Dios (que ha dejado abierta la puerta de un puro mundo sin Dios) es un Dios oculto que no impone su
presencia
ante el conocimiento humano. El hombre puede así orientar su vida al margen de un Dios que se ha hecho vulnerable ante la libertad humana. Estas ideas están en germen en las anotaciones antropológicas que antes señalábamos, pero que Polkinghorne apenas desarrolla (por centrarse
en su enfoque ontológico de la kénosis).
La
razón humana procede siempre bottom up, como
Polkinghorne. La
facticidad de un universo existente mueve a buscar su fundamento
suficiente, la
dimensión absoluta en que entender su realidad. El teísmo (no así el
ateísmo)
atribuye el fundamento suficiente de lo real a un Dios, del que debe
predicarse
consecuentemente la necesidad (ver epígrafe 3). Pero el Dios fundamento
creador
sólo es factor de inteligibilidad si es transcendente, personal, y
omnipotente
(todopoderoso como para crear el mundo sólo desde su propia realidad
divina y ex nihilo de otra realidad exterior). A
nuestro entender, por tanto, la omnipotencia pertenece al paquete de conceptos básicos que deben atribuirse a Dios para que tenga sentido racional su existencia fundamental, necesaria y creadora.
Dios podría haber creado un mundo autónomo evolutivo, haciéndose a sí
mismo
hacia un futuro abierto, no predeterminado, a través de
indeterminaciones
cuánticas y caóticas, sólo como decisión estratégica encaminada a crear
el
ámbito apropiado para la libertad humana (para una kénosis
epistemológica): pero la omnipotencia radical de Dios
permanecería intacta. Así, la autolimitación divina en su omnipotencia
sería
sólo deliberadamente táctica y respondería a la voluntad de respetar la
autonomía del proceso (free-process
defence, mal físico) y la autonomía de la libertad humana (free-will defence, mal moral). Este modo
de entender la autolimitación en la omnipotencia divina es compatible
con la
atribución a Dios de una omnipotencia radical y con la ortodoxia
teológica
clásica, tanto protestante como católica. Creemos que este es
exactamente el punto
de vista de Polkinghorne que lo distancia manifiestamente de la
filosofía/teología del proceso.
La autolimitación de la omnisciencia divina, propuesta por Polkinghorne, es más problemática. Parece aceptable que Dios, al crear ese mundo evolutivo cuya autonomía respeta y
mantiene por la creatio continua, haya aceptado que en
el sucedan
procesos
indeterministas, cuánticos o caóticos, cuya ontología no permite
conocerlos en
detalle: Dios, nos dice, no puede conocer lo que ontológicamente no
puede ser
conocido. Sin embargo, Dios conocería las tendencias en la amplitud de
posibilidades del gran atractor y
podría actuar para conducir los resultados finales en conformidad con
sus
planes; esta sería una de las dimensiones de la creatio
continua. El conocimiento del futuro de la historia,
también abierto y dependiente de las decisiones humanas, pero también de la acción divina sobre
el mundo y sobre las personas, podría quizá estar anticipado en la Mente Divina en una forma desconocida, tanto en lo individual como en las tendencias generales de la historia, fundando su providencia desde su inteligencia superior y
conocimiento de
los factores intervinientes, y sin que ello supusiera menoscabo alguno
para la
libertad real en los seres humanos.
Parece
también admisible que Dios al crear
se haya autolimitado a depender de una creación autónoma que se hace en
el
tiempo. El Dios eterno ha asumido
la kénosis de su implicación en el tiempo y en las circunstancias de la vida humana, personal y
colectiva. La
ortodoxia cristiana de la eternidad divina es compatible con la
ontología
kenótica de su actuación en el tiempo, como se constata en cada página
de la
Biblia. La impasibilidad, atemporalidad o inmutabilidad divina no son
conceptos
esenciales de la idea cristiana de Dios, sino aportaciones filosóficas
superables y, por descontado, matizables. La autolimitación kenótica a
obrar en
el mundo como una causa entre las causas es también manifestación de la
humildad divina (humility
of God: KCDA, 106) en concordancia con su designio
kenótico. Dios respeta la autonomía del mundo y su actuación sobre él será discreta e imperceptible, pero real y posible en un mundo abierto e indeterminado.
Sólo
tiene sentido pensar en la existencia
de Dios si le atribuimos una serie de conceptos que, aunque humanos,
pensamos
debe asumir por analogía: fundamentalidad autosuficiente y necesaria,
personalidad, transcendencia, creación y omnipotencia. Especular, sin
embargo,
sobre la forma y alcance de una autolimitación divina en la creación es
muy
arriesgado porque, de acuerdo con los principios de una filosofía apofática, ni conocemos la ontología
esencial de Dios ni la del mundo creado (sólo en la pequeña
aproximación de la
ciencia actual). Sin embargo, aunque la relación de Dios con el mundo
es un
misterio, Polkinghorne ha contribuido a las intuiciones
de verosimilitud que permiten percibir desde la ciencia que las
cosas
pudieran ser como dicen el teísmo, la religión y la teología. Es
posible
explicar el mundo sin Dios como hace el ateísmo. Pero Dios es una hipótesis verosímil para la fundamentación necesaria del universo,
ante el problema que plantea hallar la razón de su consistencia y de su
inteligibilidad. El universo viviente descrito por la ciencia es también congruente con la imagen del hombre en la religión. Igualmente, la ciencia permite hoy abrir
conjeturas sobre la posible acción
divina en el mundo sin distorsionar o alterar la naturaleza del orden
creado.
Además, aunque Dios sea el fundamento necesario, la naturaleza de su obra creadora en el mundo permite considerarla como creación
kenótica en
las dimensiones expuestas. Creación en último término orientada a crear
el ámbito
natural de la libertad de la historia y de la grandeza del hombre.
PENSAMIENTO,
vol. 61 (2005), núm. 231: 363-393.
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