El camino hacia la aquiescencia

JOACHIM OSTHER





"Hubo una historia de fondo mucho más amplia pero totalmente olvidada... cuyo recuerdo puede revolucionar la forma en que Occidente entiende su pasado, y por tanto su presente, con el islam."


Raymond Ibrahim, La espada y la cimitarra.


Después de que dos suecos fueran atacados y asesinados por un islamista radical en Bruselas el pasado otoño, el Primer Ministro sueco, Ulf Kristersson, dijo en voz alta lo más obvio: "Estos terroristas quieren atemorizarnos para que obedezcamos y guardemos silencio. Eso no sucederá. Es el momento de reforzar la seguridad. No podemos ser ingenuos".


Debería haber añadido: "por más tiempo".


Si los líderes europeos hubieran llegado a esta lúcida percepción antes de 2015 (el año que cambió un continente), es probable que hoy los dos suecos estuvieran vivos.


En cambio, un siglo impregnado de ateísmo laicista ha producido en la conciencia occidental el intento de distanciarse del cristianismo (y de sus raíces cristianas) y de pedir perdón por la civilización occidental en general.


Poco a poco, los siglos de lucha de Occidente contra la yihad islámica se han ido borrando, mientras se inventa un relato antioccidental que considera a los musulmanes y a las naciones islámicas como víctimas de facto de Occidente. Y así, con los ateos penitentes extendiendo las alfombras de bienvenida, Europa ha abierto las puertas y se han colado millones de islámicos.


"En Suecia, el ambiente en aquel momento era como uno de los países más acogedores del mundo", dijo un reportero sueco describiendo la afluencia de migrantes de 2015, "y un año antes, el primer ministro había dado un discurso pidiendo a los suecos que abrieran sus corazones a los inmigrantes."


Muchos de los inmigrantes iban huyendo de la "Primavera Árabe", que había desencadenado el resurgimiento de grupos y dirigentes islámicos fundamentalistas en países de Oriente Próximo y el norte de África. Sin duda, muchos inmigrantes se establecieron como miembros productivos de la sociedad en sus nuevas patrias europeas; y sin duda, hubo (y siempre habrá) quienes no lo hicieron así.



La historia olvidada


Raymond Ibrahim describe detalladamente la "historia olvidada", que se ha perdido en Occidente, en su libro La espada y la cimitarra. Catorce siglos de guerra entre el Islam y Occidente, que abarca más de un milenio de enfrentamientos civilizatorios entre el islam y Occidente, y se caracteriza por la inquebrantable coherencia del comportamiento islámico.


Ibrahim rastrea los mandatos específicos que llaman a la yihad a través de una cuidadosa documentación de las directrices coránicas junto con materiales de fuentes primarias que contienen enseñanzas de eruditos y clérigos musulmanes de todas las épocas. Al hacerlo, ilustra claramente cómo la hegemonía islámica global es una misión global, que tiene como objetivo la conversión o subyugación de todos los no musulmanes, con la yihad como medio obligatorio.


Esta misión esencial, sin embargo, se ha desechado del análisis occidental a medida que la nueva epistemología secular de la culpabilidad insiste en la raza, la nacionalidad y la economía como fuentes a priori de la ira islámica. Por ello, muchos occidentales siguen siendo miopes e ingenuos ante lo que Ibrahim denomina "la interconectividad del islam", es decir, el hecho de que la yihad del siglo XXI persigue los mismos objetivos que la del siglo VII.


Es más, sus suposiciones erróneas han llevado a los europeos y a los estadounidenses liberales por una senda preocupada únicamente por "arreglar" la antipatía mediante una doctrina de disculpa que se manifiesta en la apertura de fronteras y la posterior abdicación de los propios ideales, leyes y normas sociales, para satisfacer las demandas de los inmigrantes fundamentalistas islámicos.


Esto, a su vez, enardece los ánimos de los segmentos fundamentalistas, que perciben tales actitudes como una prueba de la superioridad islámica y la debilidad occidental, despertando aún más su objetivo hegemónico global.



Un ejemplo desafortunado


Aunque los países escandinavos están cada vez más hartos de la violencia islámica, las acciones recientes nos demuestran que la historia olvidada sigue oculta.


En febrero, Ibrahim nos informaba de que los daneses están adoptando lo que "equivale a una ley de blasfemia", que prohíbe la destrucción de material religioso. El propósito ostensible es "contrarrestar 'la burla sistemática' que, entre otras cosas, ha contribuido a intensificar la amenaza del terrorismo [islámico] en Dinamarca, según decía el Ministerio de Justicia".


En consonancia con la doctrina laica, que se ha vuelto antioccidental, la amenaza del terrorismo islámico se achaca, falsamente, a los propios daneses, mientras castran a la vez el ideal occidental de libertad de expresión y ceden insensatamente más y más terreno a los musulmanes fundamentalistas.


Sin embargo, sobre la pared de la oficina de este autor hay enmarcado un símbolo de esperanza para los daneses: un brazalete de fieltro azul descolorido, con una franja de tela roja y blanca en el centro y un medallón blasonado con un escudo y tres leones heráldicos en el centro.


Esta era la prenda que llevaban clandestinamente los miembros del movimiento de resistencia danés durante los cinco años de ocupación alemana, de 1940 a 1945. Sirve como recordatorio de la fortaleza intrínseca danesa y también de la valentía del hombre que la llevó: mi abuelo.


Entonces no hubo forma de detener la máquina de guerra invasora nazi que cruzó la frontera danesa el 9 de abril de 1940. Ahora, uno solamente puede esperar que los daneses despierten de su estupor laicista y reconozcan la causa real de la creciente amenaza fundamentalista islámica; y al hacerlo, detengan su desconcertante extravío por el camino hacia la aquiescencia.



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