La ceguera
ante ‘el islam español contemporáneo’
PEDRO GÓMEZ
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La editorial Comares ha publicado el libro El
islam español contemporáneo. Una aproximación socioantropológica
(Granada, 2021), cuidadosamente
editado, en su colección Análisis y Crítica Social. Es una obra bien
construida
y con muy abundante documentación y materiales de primera mano,
dedicada al
examen de la presencia del islam o islamismo en la España de nuestro
tiempo. Su
autor, Isaac Martín, cuenta con excelentes credenciales académicas para
abordar
este estudio con la debida competencia, después de haber realizado un
arduo
trabajo bibliográfico y de campo. Pretende darnos a conocer lo que
denomina
"el islam español contemporáneo": su diversidad y evolución, la
realidad demográfica e institucional, sus dirigentes, la concordancia
con el
orden social establecido, las relaciones de poder, las
disfuncionalidades, las
consecuencias del terrorismo, la atención mediática, la imagen negativa
que
proyecta. En conjunto, proporciona cantidad de elementos para que el
lector
amplíe su comprensión de un objeto de estudio enormemente complejo y de
plena
actualidad.
Desde la introducción, anuncia un enfoque
multidisciplinar y
un método mixto, mediante los cuales aspira a ofrecer el primer estudio
global
y genérico de esa realidad musulmana que se expande en la sociedad
española del
siglo XXI. El cuerpo del libro está dividido en siete capítulos:
1. Aproximación demográfica y evolución de la
población
musulmana. Del islam en España al islam español.
2. Institucionalización del islam en España.
3. Las figuras visibles del islam en España. El
liderazgo
musulmán español.
4. Orden y control social del islam en España.
5. Ideologías e identidades en el islam español.
6. Terror internacional y musulmanes españoles.
7. Islamofobia.
El conjunto contiene ingente información, datos,
acontecimientos, referencias. Anuncia un planteamiento
interdisciplinar, pero
lo que encontramos es que se trata de una investigación primordialmente
sociológica, como, por lo demás, corresponde al objeto social
contemporáneo que
estudia, combinando disertaciones teóricas con bibliografía sobre el
tema y
entrevistas. Añade ciertas inserciones históricas, un tanto
incompletas, cuando
no descontextualizadas, aparte de dar por buenas algunas típicas
falsedades de
la llamada "memoria histórica". Lo peor es la omisión completa de la
historia de las relaciones de España (y sus reinos) con el islamismo,
durante
siglos. Busca bases teóricas en figuras de la sociología, la
antropología y la
filosofía, muchos de ellos ya sobrepasados, que más parecen traídos por
erudición
que por razones de fondo. El punto fuerte está en la gran cantidad de
información
que reúne. Los puntos débiles, en la parcialidad de las descripciones y
resúmenes, el sesgo ideológico de los análisis y el silencio total
sobre la
investigación histórico-crítica sobre el islam.
Intentaré ahora exponer brevemente mis
observaciones al hilo
de los capítulos. Con frecuencia, desde las primeras páginas,
tropezamos con
frases que parecen evidentes de toda evidencia, pero que pueden
esconder disparates
históricos, como esos "primeros musulmanes españoles descendientes de
la
época colonial" (pág. 3). ¿Españoles? ¿De qué época colonial? Otras
veces,
acierta con la expresión, como cuando dice "inmigrantes, llegada masiva
del
Islam a España" (pág. 7), porque está claro que lo significativo no es
que
lleguen emigrantes, sino que llega masivamente el "Islam" (con
mayúscula), del que los emigrantes son solo el vector.
El autor hace gran encomio de la libertad
religiosa y del marco
legal que la regula en España, cuya historia evoca. Pero ni se le pasa
por las
mientes que sus estudiados no creen en esa libertad, ni están
dispuestos a
practicarla, salvo por las ventajas que les depara en virtud de su
irónico
"notorio arraigo". La descripción del despliegue de la
institucionalización formal de las asociaciones y sus peripecias: Unión
de
Comunidades Islámicas de España (UCIDE), (Federación Española de
Entidades
Religiosas Islámicas (FEERI), Comisión Islámica de España (CIE), etc.,
con su
complicada urdimbre, da una buena idea para quien no lo conozca. Luego,
el
análisis del "liderazgo musulmán español" a partir de conceptos de
Max Weber, e incluso de Freud, queda muy conspicuo, aunque quizá las
categorías
utilizadas no encajan mucho para su objeto. Pudiera bastar con la
explicación
en paralelo mediante una cita del Corán, como también hace (pág. 75).
Por
cierto, que usa una traducción absolutamente incorrecta: "La religión
no
se adopta por obligación" (Corán 2,256); pues, en realidad, el texto
dice
todo lo contrario. Al contar la historia reciente del mahometismo en
España, presentar
al converso Mansur Escudero como "pionera figura en el islam español"
es de rigor, pero parece excesivo dar la impresión de simpatizar con
sus
delirios en torno a los moriscos, a la deuda con Al-Ándalus, o la
catedral de
Córdoba.
Es correcto al señalar el oscurantismo y la
sospecha de
injerencias marroquíes en la FEERI (pág. 95), así como sus ansias de
poder
(pág. 101). Sin embargo, guarda los consabidos trapos sucios de los
dirigentes
de la CIE, que recientemente han salido a la luz en la prensa. Aunque
alude al
maquiavelismo de ciertas figuras representativas, faltaría quizá
analizar la
dimensión normativa de tal comportamiento.
Al analizar la religión, pese al indubitable
convencimiento
del autor, me parece muy dudoso que haya tal cosa como "la religión
islámica española" (pág. 29). Y, desde luego, desde el punto de vista
de
la doctrina islámica eso carece de sentido, puesto que para el islam
solo
existe la umma universal.
En busca de una "base teórica" para su objeto de
estudio, el autor despliega una nómina de autores en los que apoyarse
para el
análisis del sistema religioso: desde Weber a Luhmann, remontándose
hasta
Hobbes, Locke, Rousseau y Kant, para dar un salto a Rawls y Habermas, o
Parsons, pasando por Marx, entre otros convocados, como Malinowski o
Lévi-Strauss, o Merton, o el inefable Foucault (que siempre soluciona
el hablar
de cualquier cosa, sin saber de nada). Esto deja bien claro que el
enfoque es,
como el propio autor lo califica, "ecléctico". La base teórica que
desarrolla, más que "compleja", según pretende, semeja un totum
revolutum que reduce la religión a una serie de funciones:
solidaridades,
opresiones, legitimaciones y relaciones de poder. Al final, nos deja
con una
jerga de etiquetas heteróclitas, pero, a mi entender, sin ninguna
teoría de la
religión solvente, de la que servirse. Así que la "aplicación
empírica" en el trabajo de campo ya puede uno imaginarse como será. Y
no
decepciona.
Las entrevistas son meritorias. No obstante, los
entrevistados, a pesar de que no tienen idea de tan egregios sabios
sociólogos,
antropólogos y filósofos, vienen a verificar las funcionalidades y
disfuncionalidades que se esperaban de ellos. Localizado el sistema
religioso
islámico dentro del contexto social español, descritas las funciones
que
desempeña, conforme a aquellos sabios que no sabían nada del islam ni
de
España, y descubierto el mediterráneo de "las relaciones de poder
existentes entre el sistema religioso y el sistema político o ejecutivo
del
orden social español" (pág. 178), se extrae la conclusión axiomática de
que constituye un subsistema que termina siendo español porque funciona
en
España, aunque se reconozcan algunas disfuncionalidades, atribuidas a
agrupaciones marginales. Al final del capítulo sobre orden y control
social del
islam, de pronto, se exhibe un cabo suelto, esencialmente mahomético:
"el
concepto de espiritualidad de la política" (pág. 179), que, por lo
visto,
había escapado al plantel de los sesudos sabios.
En el capítulo sobre "ideologías e
identidades en el islam español", el autor contribuye a investigar las
ideas fundamentales que caracterizan diferentes variantes ideológicas
que se
dan en el "islam español". Pero, realmente, esa diversidad ideológica
y teológica no es otra que la del islam a secas, el islam histórico y
de todas
partes. De hecho, así nos lo demuestra, repitiendo una tópica historia
de los
orígenes islámicos (pág. 184 y ss.), que, por lo que sabemos hoy, no es
más que
una historieta absolutamente ahistórica, en cuyo relato, además, se
entrega a
la moda esnobista y arabódula de nombrar Muhammad, Úmar, Uzman, etc., a
lo que
en español nuestros mayores siempre dijeron Mahoma, Omar, Utmán, etc.
Todo
esto, siguiendo y citando a Mosterín, que, como todo el mundo sabe, es
gran
especialista en asuntos islámicos.
En cambio, no hallamos ni una sola
mención en
el texto, ni en la bibliografía, de ninguno de los investigadores que
han revolucionado
los estudios sobre el islam primitivo, la formación del Corán y las
fuentes
islámicas clásicas, en el último siglo. Podría sugerir una breve
galería: Henri Lammens (1910 y 1926), Richard
Bell (1925 y 1937), Gabriel
Théry (1960), Régis Blachère (1966), Günter Lüling (1974), John
Wansbrourgh
(1977), William Campbell (1986), Patricia Crone (1987), Anne-Marie
Delcambre
(1987), Bruno Bonnet-Eymard (1988-1997), Yehuda
Nevo (1993 y 2003), Robert G. Hoyland
(1997), Antoine Moussali (2000), Christoph Luxenberg (2000), Joseph Azzi (2001), Alfred-Louis de Prémare
(2002), Édouard-Marie Gallez (2005), Karl-Heinz Ohlig (2007),
Jacqueline Chabbi
(2008), François Déroche (2009), Manfred Kropp
(2009), Angelika
Neuwirth (2010), Mohammad Ali Amir-Moezzi (2011
y
2014), Christian Julien Robin (2013), Jean-Jacques
Walter (2014), Sami Aldeeb (2016), Dan Gibson (2017) Leila Qadr (2015 y
2019),
Florence Mraizika (2018). O en español, Francisco J. Simonet (1903),
Antonio
Elorza (2008), Carlos Segovia (2010),
Rafael
Sánchez Saus (2016), como muestra aleatoria. Comprendo que no es
posible
conocerlo todo, y es verdad que el autor ofrece bastante más de lo que
se
suele, pero esta ausencia de la investigación contemporánea sobre el
islam pone
en entredicho gran parte de lo que se dice.
La síntesis que el
autor hace de los principios fundamentales del islam, sus dogmas y los
preceptos de obligado cumplimiento, de la ley islámica, de las cuatro
escuelas
jurídicas suníes, de las ramas del islam chií, de las cofradías sufíes,
no se
aparta un ápice de la narración tradicional musulmana, sin añadir la
menor
precisión crítica, lo que parece significar que da por válido ese
enfoque emic.
La insistencia en la "diversidad" dentro del islam nos puede
despistar: apenas son unas leves arrugas en un bloque de hormigón, que
es el
Corán, reforzado por los hadices, la vida del profeta (sira), el
derecho
(saría) y la jurisprudencia (fiqh).
En lo que llama
"arraigo empírico" a las ideologías en el "islam español", como
cabía esperar, la escuela jurídica malikí es la opción más extendida,
dada la
cercanía de Marruecos, de donde procede la inmigración mayoritaria.
También
destaca la presencia de la escuela hanbalí (en la que se encuadra el
salafismo
wahabí), y el sufismo, este último sobre todo en los conversos
españoles al
islam. Será difícil hallar alguna disidencia significativa con respecto
a las
escuelas de la tradición. Eso de la "ideología islámica española",
supuestamente en construcción, no pasa de ser un sueño, porque no hay
más que
reediciones de lo que ya está en la historia, acaso una amalgama o, en
círculos
que se pretenden abiertos, como el de WebIslam, una indefectible
reafirmación
en último término del núcleo inmutable del Corán y la ortodoxia
tradicional,
más allá de una modernización superficial del lenguaje y más acá de las
acrobacias hermenéuticas de cara a la galería.
Lo de proponer como
ejemplo de asunción de la diversidad para España a Bosnia-Herzegovina
(pág.
238) parece un derroche de humor negro.
Otro capítulo es el
del "terror internacional", como si el terrorismo islámico fuera algo
ajeno a España y a los musulmanes residentes en España. Las
disquisiciones en
torno al fenómeno del terror, trazando su evolución histórica y una
categorización cuádruple muy académica, van en busca de teoría
explicativa,
como si hiciera falta devanarse los sesos para saber de dónde viene en
el caso
del islam. Como si no tuviera nada que ver, desde mucho antes de esa
historia,
con la yihad inscrita en el núcleo del mensaje coránico. Porque,
efectivamente,
como dice literalmente, el uso del terror es una "aplicación del islam
a
la política moderna" (pág. 256), en perfecta continuidad, desde el
siglo
VII, y adaptada a los tiempos para volver a la pureza de los
antepasados: Ibn
Abd-Al-Wahhab, Hassan Al-Banna y Sayid Qutb, Abul Ala Maududi.
La vida de las
organizaciones islamistas radicadas en España está "obviamente,
influenciada por los fenómenos políticos que hemos expuesto", es decir,
por el "uso de la metodología violenta y terrorista para conquistar sus
pretensiones" (pág. 273). Debo decir que la sofisticada distinción
entre
"islam" e "islamismo" es completamente artificial y no
sobrepasa el nivel periodístico. Porque islam no hay más que uno, el
que se
funda en las fuentes islámicas, comenzando por el Corán. Carece de base
llamar
islamismo al islam político, puesto que todo islam es político, o no es
islam.
Hablar de
"islamismo moderno" (pág. 274) constituye un oxímoron patente, lo que
no obsta para alentar a la lectura del libro, por la información que
aporta y
pese a sus déficits. Las diversas organizaciones musulmanas están
buscando a su
modo vías políticas, y el autor lo toma por signo de modernización.
Algunas
hasta se dicen progresistas. Ahora bien, todas sin excepción, remarca
el autor,
se encaminan a defender y potenciar la musulmanidad. Quizá, hoy
por hoy,
sean pocos los que, para ello, propugnan la vía de la violencia. Los
más visibles
la condenan públicamente, y es loable. Pero ninguno de estos podrá
replicar a
aquellos con argumentos de fondo, tomados del libro sagrado y las
fuentes
islámicas, que objeten de verdad la violencia yihadista. No bastan unas
pocas
citas de versículos coránicos abrogados, o manipulados, como varios que
el
libro recoge (pág. 292) tan ingenuamente.
Tampoco me parece
acertado hablar respecto al islam, de "politización de la religión",
ni de "ideología política con influencias religiosas", hasta querer
equiparar a los islamistas con los democristianos. Esto suponen una
mixtificación incalificable. Decir eso indica no haber entendido nada
del
islam. Porque en él no hay una fe separable de la ley (saría).
No hay
religión disociable de la política. Como he dicho, todo islam es
político y así
lo confirman sus clásicos, desde el siglo I de la hégira hasta hoy
mismo.
El "auge del
odio y las reacciones islamófobas del resto de la sociedad" (pág. 300)
necesitaría mayor contrastación empírica, porque lo que salta a la
vista es el
respeto normal de la gente, junto a la condescendencia sistemática de
los
medios de comunicación. El último capítulo, titulado "Islamofobia",
probablemente está de sobra. Me parece que rebaja el nivel intelectual
del
libro y hasta se arriesga en convertirse en instrumento para crear esa
islamofobia que ciertas multinacionales islámicas ansían. La
"islamofobia" no es un concepto científico, ni una categoría de
análisis sociológico, sino un artefacto ideológico diseñado para
combatir todo
examen crítico del islam, una
forma expeditiva de impedir o silenciar el debate y de infamar al
discrepante.
Lo mismo que el Observatorio de la Islamofobia, en Internet, no pasa de
ser un
panfleto de propaganda proyihadista. Mezclar la inventada islamofobia con historias de parvulario sobre el
"racismo", la "maurofobia" o la "maurofilia" revela
una maniobra ideológica indigna. Con todo, incluso aquí, es
aprovechable la
información que se facilita sobre el tema (págs. 306-307).
En fin, ni el método
cuantitativo, ni el cualitativo, ni la plataforma ciudadana contra la
islamofobia, ni los observatorios de la islamofobia avalan otra cosa,
con los
datos que dan, que la insignificancia de lo que llaman "incidentes
islamófobos". Más aún, el propio autor asume que: "las encuestas
internacionales sitúan a la sociedad española como una de las más
tolerantes
con las personas de confesión musulmana; a nivel institucional, el
Estado
español se ha mostrado comprensivo con asuntos vetados por otros países
de
nuestro entorno, incluso por los tribunales europeos" (pág. 339). Por
tanto, está de más el exceso de moralina sobre "discriminaciones
racistas, xenófobas o aporofóbicas", más imaginarias que documentadas.
Para colofón, termina
exhortándonos a mantener la convivencia y desterrar el odio. Totalmente
de
acuerdo. Aunque hablar de fines éticos o políticos no es algo que pueda
deducirse de la ciencia; corresponde decirlo como ciudadano, no como
investigador.
En mirada retrospectiva sobre el libro, hay un
aspecto que
echo en falta y es la perspectiva económica, que, entre otras cosas,
sería muy
útil para saber qué han aportado los dos millones de musulmanes en ese
terreno,
si es que lo han hecho. También, para cuantificar cuánto han costado y
cuestan
al Estado y a la sociedad española.
Concluyo reiterando, en contra de la opinión del
autor, que hablar
con tanta insistencia de un "islam español", como dice el libro desde
el título, expresa una posición ideológica e induce a confusión. A mi
juicio, no
hay tal cosa salvo como proyecto, y sigue siendo más exacto hablar del
islam en
España, que es bastante diferente. La razón no es solo de tipo empírico
social,
sino que se apoya en el hecho de que toda la doctrina islámica empuja a
los
musulmanes a un rechazo de la España existente, que el buen musulmán
solo debe
mirar como objeto de la islamización. Así se refleja y se refrenda en
la sacrosanta
defensa de la "musulmanidad", que el propio autor parece asumir, y
que, en la práctica, sirve de coartada efectiva y barrera para impedir
sistemáticamente la integración de los musulmanes, en gran parte
extranjeros,
en la sociedad española. No es un secreto que constituyen una minoría
problemática, cuya españolidad está por demostrar, no en los casos
particulares,
pero sí en cuanto al conjunto de quienes se adhieren a esa musulmanidad.
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