La concepción
del mundo en el islam
PEDRO GÓMEZ
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1. Preámbulo epistemológico y metodológico
La tarea del filósofo, como la del científico,
presupone y requiere un entorno donde haya libertad de investigación.
Su propósito mira a la búsqueda de la verdad, por lo que necesita
desconfiar de las apariencias, dudar y problematizar. Debe atenerse al
criterio de objetividad, aportando pruebas suficientes, factuales y
textuales. Y debe, a la vez, regirse por al criterio de racionalidad:
seguir siempre a la razón hasta donde lleve. El lema es debatirlo todo
y rebatir lo que no esté bien argumentado.
Mi objeto en esta investigación se va a centrar
en el núcleo fundacional y fundamental del islamismo: el Corán; aunque
sin perder de vista el trasfondo histórico y la historia ulterior. A lo
largo de los siglos ha sido muy comentado por los eruditos muslimes,
pero solo en Occidente se ha emprendido el examen desde un punto de
vista científico. Aunque todavía está pendiente hacer una edición
crítica del libro.
Desde el principio, quiero recalcar que una cosa
es el islam y otra, los musulmanes. Estas páginas han de entenderse
como un estudio teórico del sistema islámico, de
modo que no hago ni pretendo hacer, en ningún momento, un juicio sobre
personas, como tales siempre dignas de respeto.
Aquí trataré de la concepción del mundo inherente
al Corán, desde una óptica y con un método que se sirven de las
investigaciones realizadas desde mediados del siglo XIX y, sobre todo,
en los últimos decenios.
Mi trabajo adopta una mirada distante de
cualquier lectura ingenua o simplemente intuitiva. Me esfuerzo por
tener en cuenta los resultados obtenidos por los autores más
importantes que han seguido el enfoque histórico-crítico, aplicando
herramientas como la filología, la historia, la antropología, la
crítica de las fuentes, la historia de las formas, la historia de la
redacción, la crítica textual y la hermenéutica.
Con estos avales, pongo a prueba un análisis
temático y estructural, a fin de desvelar los significados y la
lógica interna del sistema. Solo tangencialmente, puedo sugerir una
valoración de las implicaciones ideológicas. Por mi parte, considero
que estaría fuera de lugar cualquier acusación de "islamofobia", esa
artera táctica diseñada para amordazar cualquier opinión crítica.
En cuanto a la versión del Corán, utilizo
normalmente las traducciones que me parecen más solventes: la española
de Julio Cortés (1980) y la francesa de Sami Aldeeb (2019), aparte de
consultar y contrastar otras prestigiosas en español, francés e inglés.
Con frecuencia, a la vista de ellas, la traducción que propongo está
retocada por mí. También tengo en cuenta la clasificación cronológica
de los capítulos, según la Universidad de al-Azhar, aunque lo más
probable es que este orden sea un constructo ideológico más que una
reconstrucción histórica bien fundada.
1.1. Qué es una "concepción del mundo"
Los seres humanos no podemos vivir en este mundo
sin modificarlo. Pero ¿cómo? Las sociedades humanas no habitan en
sistemas dados por la naturaleza, sino en sistemas organizados mediante
la actividad cultural. Así, modificamos nuestro mundo mediante la
técnica y el trabajo, mediante las instituciones y la política, y
mediante la interpretación que efectuamos en todos los ámbitos: por el
sentido común cotidiano, la ciencia, el arte, la religión, la filosofía.
Al considerar qué es la concepción del mundo, no
la entiendo como un sentimiento subjetivo, ni como una descripción
basada en la experiencia personal. Su "esencia" es un sistema semiótico
construido socialmente, que debe definirse en términos objetivos: una
concepción del mundo es un sistema cultural de signos, que confiere un
sentido a la vida, en correspondencia con una realidad última
(inspirado en Theissen 2000: 15 ss).
La correspondencia con la "realidad última" se
refiere, claro está, a aquello que el propio sistema cree o pretende
que es lo real en última instancia
El conferir un "sentido a la vida" indica la
función global que cumple, que implica la ganancia de vida o la
salvación que aporta (para lo que señala lo que es bueno y valioso de
verdad, cuyo acceso facilita), pero a la vez responde primordialmente a
la necesidad de orden, que queda satisfecha mediante la interpretación
del mundo que comunica.
La definición como "sistema cultural de signos"
quiere decir que no se trata de algo natural ni sobrenatural, sino
producto de la sociedad humana y que está constituido como un lenguaje
complejo, semejante a un sistema religioso (cfr. Theissen 2000: 15-21).
Este sistema semiótico se caracteriza por el modo como en él se
articulan y combinan tres formas expresivas: respectivamente
el mito, el ritual y el ethos.
Primera forma, el mito: se presenta
como un relato o narración a la que una sociedad atribuye un valor
sagrado, como la verdadera interpretación del mundo. Características
del mito:
- Es un relato, o un texto, que cuenta acontecimientos singulares, que
dotan de sentido a la realidad del mundo y la vida.
- Cumple una función: es un relato con poder legitimador o
santificador de un sistema de vida social.
- Transmite una estructura mental, que ordena el mundo conforme a unas categorías
de pensamiento. No es irracional, sino un tipo específico de
"logos".
Segunda, el ritual: compendia en gestos
simbólicos, litúrgicos o ceremoniales los mismos significados narrados
por los relatos míticos, de manera que favorecen la participación
afectiva y la identificación con la comunidad. La acción simbólica de
los ritos proporciona modelos de comportamiento, especificados luego en
preceptos éticos y políticos, al tiempo que predisponen y comprometen a
su puesta en práctica.
Y tercera forma, el ethos: alude al
conjunto de los modos de comportamiento práctico que son
característicos e imperativos para una comunidad. En principio, puede
plantearse como una serie de valores (igualdad, libertad, solidaridad)
o como unas máximas morales (por ejemplo, "ama a tu prójimo como a ti
mismo"), desde los cuales uno orienta las propias decisiones libres.
Sin embargo, un ethos también puede descender a formular
normas y preceptos, como pautas de actuación muy precisas, que dejan
sin espacio para la opción personal.
La concepción del mundo lo interpreta y produce
una codificación de la experiencia a través de "signos". Los signos no
modifican directamente las cosas (como el trabajo y la política), pero
sí modifican nuestro comportamiento en los planos cognitivo, emocional
y pragmático.
En cada uno de estos tres planos, el sistema
semiótico, como lenguaje que es, se rige por una gramática, con sus
reglas sintácticas y su léxico particular. Por mediación de su propia
gramática, cada concepción del mundo se configura a sí misma y crea un
sistema autónomo. Esto lo consigue en virtud de:
- la autoorganización del sistema, desde un centro compuesto
por unos axiomas fundamentales y unos temas derivados;
- la autorreferencia que lo identifica con unos rasgos
esenciales, y la heterorreferencia que lo separa frente a otros
sistemas (por ejemplo, cuando el islam canoniza el Corán y rompe con el
cristianismo y el judaísmo).
La concepción del mundo, al construir un orden
del mundo, infundir confianza en él y trazar formas de vida valoradas,
cumple las importantes funciones psicológicas de organizar
conocimientos, emociones y conductas, normalmente controlando las
crisis y la incertidumbre. Pero igualmente puede provocar crisis por la
irrupción en lo cotidiano de unas exigencias absolutas.
Al mismo tiempo, cumple variadas funciones
sociales, entre las que destacan dos. La socialización de los
individuos, mediante la interiorización de los valores y normas,
produce su integración, pero en ocasiones impulsa su radicalización. Y
la regulación de los conflictos entre grupos, ejerciendo una mediación
reguladora, aunque, en determinados contextos, puede incidir en el
agravamiento de los conflictos.
En la manera de presentarse, una concepción del
mundo puede aparecernos como mítica, o filosófica, o incluso como
"científica", pero lo cierto es que en su estructura y función todas
operan como religión, variando solamente el tipo de lenguaje empleado o
el género literario. Sea como fuere, la concepción del mundo es lo que
establece la "normalidad" ontológica y axiológica en las interacciones
de la gente con la naturaleza, con la sociedad y consigo mismos. Hasta
el punto de que no sería desacertado decir que las civilizaciones se
sustentan históricamente en una concepción del mundo y que, acaso sin
conciencia de ello, nadie se libra de dar culto a unos héroes
civilizatorios.
1.2. De qué "islam" tratamos
Ante todo, quiero advertir de nuevo que no hablo
de los musulmanes. No me refiero a las personas, insisto, sino
solamente al islam o islamismo en cuanto sistema, que se formó en el
siglo VII y se ha desarrollado durante catorce siglos. Así, en 2018,
estamos en el año 1439 de la hégira. Históricamente el islam aparece
como un imperio fundado en un sistema de ideas o, lo que viene a ser lo
mismo, en una concepción del mundo.
El sistema islámico cuenta con unas fuentes
fundacionales, constituidas por varios textos escritos, que son, por
orden cronológico de su composición, el Corán, la Biografía
de Mahoma y la Compilación de dichos mahométicos:
- El Alcorán o Corán es la
escritura sagrada de los musulmanes. En su composición, se recopilaron
y refundieron diversos materiales. Empezó a conformarse como libro, por
orden de los califas, probablemente entre finales del siglo VII y
principios del VIII (Abd Al-Malik). Pero no ha sobrevivido ningún
ejemplar completo anterior al siglo IX.
- La Biografía del enviado de Dios (la sira),
encargada inicialmente por el califa abasí Al-Mansur (754-775) y
reelaborada bajo los auspicios de sus sucesores (la vida según Ibn
Ishaq, muerto en 767). La versión más prestigiosa que ha llegado hasta
hoy es la de Ibn Hisham (muerto en 834) (cfr. Ibn Hisham 2015).
- La Compilación de dichos y hechos
atribuidos a Mahoma (los llamados hadices). Estas colecciones
fueron compiladas, tras un masivo expurgo, unos 250 años después de los
hechos. Las compilaciones más acreditadas son las llamadas
"auténticas", los hadices de Al-Bujari (m. 870) y los de Muslim (m.
875) (cfr. Al-Bujari 1997, Muslim 2007).
Estas fuentes son las bases a partir de las
cuales se deduce la Ley islámica (el derecho divino: la charía)
y, en referencia a ellas, se busca justificar la codificación histórica
de la jurisprudencia musulmana (el fiqh).
Algunos expertos señalan que, en realidad, hay
tres islamismos distintos: 1º) el islam recopilado en el Corán; 2º) el
islam de la tradición de Mahoma (la sunna: los hadices y la sira)
y la ley islámica (la charía); y 3º) el islam de las
realizaciones de la civilización islámica (Ibn Warraq 1995: 33).
En cualquier caso, el alcance de este estudio
está limitado en exclusiva al "primer islam", es decir, se circunscribe
a lo que constituye el núcleo duro de todo el sistema: el Corán. No
obstante, a veces tendré en cuenta las interpretaciones hechas en otras
fuentes o por los investigadores modernos.
2. La concepción islámica del mundo
Es el sistema cultural de signos que se encuentra
plasmado en el Corán y en la tradición de Mahoma. Islam significa sumisión,
en el sentido de sometimiento absoluto del ser humano y su vida entera
a una hipotética voluntad de Dios.
El islamismo primitivo, o protoislam, que yace en
los estratos intermedios del Corán, se presenta como una religión
étnica, como un mensaje dirigido a los árabes. En efecto, el texto
coránico subraya que se ha dado en lengua árabe. En varios versículos,
se lee que el mensaje va destinado a la gente de "la madre de las
ciudades" y su contorno. Los comentaristas musulmanes interpretan que
se trata de La Meca:
"Este es un libro que hemos hecho descender
bendito, que confirma al que está antes que él, a fin de que apercibas
a la madre de las ciudades y a quienes están alrededor de ella. Quienes
creen en la otra vida, creen en él, y observan su rezo" (Corán 6,92).
"Así te hemos revelado un Corán árabe, a fin de
que apercibas a la madre de las ciudades y a quienes están alrededor de
ella, y que apercibas del día de la reunión" (Corán 42,7).
Igualmente se afirma allí que otros pueblos ya
habían recibido el mensaje divino, mientras que ahora especifica que se
dirige a los árabes, que no lo habían recibido antes:
"[Un descenso] para que apercibas a gentes cuyos
padres no han sido apercibidos" (Corán 36,6).
"Es la verdad de parte de tu Señor, para que
apercibas a gentes hacia las que no ha venido ningún apercibidor antes
de ti" (Corán 32,3).
Con toda probabilidad, el Mahoma histórico no
predicó un mensaje dirigido a la humanidad. Durante las primeras
décadas de expansión, las creencias de los migrantes árabes
conquistadores eran las típicamente suyas y ni siquiera formaban aún
una religión diferenciada. Más tarde se denominaría islamismo y, solo
bajo el poder de la dinastía abasí, el islamismo se abrió a los no
árabes y empezó a verse como religión universal (cfr. Ohlig 2007).
La concepción islámica del mundo se constituyó
entonces como un sistema semiótico que se autonomizó, con su lenguaje
de signos propiamente islámico. En el triple plano, mítico, ritual y
conductual, todo está organizado conforme a unos esquemas que son
determinantes en el modo de pensar, sentir y actuar de los musulmanes.
2.1. La forma expresiva del mito
En las creencias que configuran la dogmática del
islamismo, hallamos una mitología de significación
mesiánico-milenarista, procedente de la corriente judeocristiana
conocida como nazarenismo (véase el anexo final). Esta teología,
restructurada luego en torno a la figura de Mahoma, daría nacimiento al
islam, que se amplificaría y reproduciría, atravesando toda la historia
posterior, hasta nuestros días. Pues bien, todo el sistema de la
mitología islámica gira en torno a tres axiomas fundamentales
implícitos:
1) el monoteísmo: un Dios uno y único;
2) el profetismo de Mahoma como enviado;
y 3) el normativismo del Corán como
revelación divina.
Tales axiomas son tan consustanciales entre sí
que no será extraño ni incongruente que, desde una perspectiva
teológica, podamos ver en ellos la fe en un trasunto de trinidad
islámica: Alá, Mahoma y el Corán (64,8). Una trinidad objeto de fe y
obediencia.
En primer lugar, Dios (o Alá, transliterado del
árabe) es el único Dios, creador y dueño del mundo. En el Corán, la
expresión "No hay más Dios que Dios" (Corán 38,65) se cita 34 veces.
Ante la divinidad, los hombres no son sino sus esclavos o siervos (124
veces), a los que exige temor (350 veces) y obediencia (113 veces;
servicio 79 veces). Dios, por medio de los profetas, habría dictado su
voluntad y su ley, que sus elegidos deben hacer reinar en todo el
mundo. Dios los premiará con la victoria y, en especial, con el botín
de guerra (10 veces) y finalmente con el paraíso (153 veces). Por el
contrario, castigará a los que no creen (415 veces), en última
instancia con el infierno (257 veces). La actitud primordial de los
creyentes debe ser la del temor servil ante Dios:
"¡Oh siervos míos, temedme!" (Corán 39,16).
En segundo lugar, de Mahoma se dice que es
enviado de Dios y "sello de los profetas" (Corán 33,40). Aunque no se
le llama "profeta" en ninguno de los 86 capítulos del período de La
Meca. En los de Medina, se habla del profeta una treintena de veces.
El nombre Mahoma, aparece cuatro veces en el
Corán. Pero los coranólogos señalan que es en suras tardías, todas
mediníes, y que el significado del término resulta dudoso. En dos casos
debe entenderse como un adjetivo común (Corán 47,2; 48,29), que
significaría el "bendito" o "bienamado" y, en los otros dos (3,144;
33,40), se detecta que es una interpolación posterior en el texto. Las
denominaciones de "enviado", apercibidor" y otras similares se repiten
en total 405 veces, pero ¿se refieren realmente a Mahoma? Si concedemos
que, presumiblemente, aluden a Mahoma, entonces el tándem "Dios y su
enviado", que se repite 90 veces, establece una asociación tan estrecha
de Dios y Mahoma que este último se convierte reiteradamente en objeto
de fe:
"Creyentes, temed a Dios y creed en su enviado"
(Corán 57,28).
"Creed, pues, en Dios, en su enviado y en la luz
que hemos hecho descender" (Corán 64,8).
"Creed, pues, en Dios y en su enviado" (Corán
7,158).
"Los creyentes son solamente quienes creen en
Dios y en su enviado" (Corán 24,62).
Asimismo, se propone a Mahoma como el modelo que
debe ser imitado (y la tradición musulmana lo considera como el
prototipo de hombre perfecto):
"En el enviado de Dios tenéis un buen modelo para
todo el que espera en Dios y el último día" (Corán 33,21).
En tercer y último lugar, el Corán lo aceptan,
sin discusión, todas las corrientes y escuelas musulmanas: todo buen
musulmán lo acepta como libro sagrado y revelado, inimitable e increado
(aunque sobre esto último hubo polémica en el siglo IX). Todos lo
reverencian como la palabra misma de Dios, preservada por Dios mismo
(Corán 15,9). La mayoría de los musulmanes creen que el Corán árabe es
un texto eterno y preexistente junto a Dios (Corán 85,21-22; 43,3);
mantienen que sus aleyas constituyen una revelación de Dios en el
sentido estrictamente literal, palabras divinas dictadas a Mahoma por
medio de un ángel. Desde este peculiar concepto de revelación, se puede
entender que los musulmanes hayan divinizado las palabras del Corán.
Así, el normativismo coránico impone el acatamiento absoluto de sus
prescripciones y se convierte en una exigencia ineludible para todo
creyente.
Sobre la base de la "revelación", como
presupuesto de índole imaginaria, se consolida la mitificación de la
historia típica del dogma coránico, que este recapitula en un argumento
apocalíptico de signo mesiánico, con resonancias judías y cristianas,
pero heredado específicamente del movimiento milenarista de los
nazarenos, al que el Mahoma histórico y sus compañeros habrían
pertenecido. Una vez decantado el relato islámico, cabe resumir su
argumento de manera muy esquemática, en pocas palabras:
El único Dios creó el mundo y al ser humano. Pero
los humanos se apartaron de la religión de Dios y entró el mal en el
mundo. A lo largo de las épocas, Dios hizo aparecer profetas a los
distintos pueblos, pero no fueron escuchados. Finalmente, mandó a los
árabes a un enviado, Mahoma, considerado último y definitivo profeta,
a quien reveló la religión verdadera. Su misión "profética" estriba en
conminar a creer y obedecer la voluntad divina, bajo la presión de
premios y castigos en esta vida y en el último día. El mundo se concibe
como dividido entre los que creen y los que no creen. Los creyentes, es
decir, los musulmanes, los únicos "justos", están llamados a someter a
los "impíos" no musulmanes por medio de la espada. Deben combatir y
llevar adelante la guerra hasta dominar todos los países que Dios les
ha dado en herencia. De ahí que las demás religiones y civilizaciones
deban ser hostigadas, para que en el mundo entero prevalezca solo la
religión de Alá. Es un mérito destruir las obras de las otras
civilizaciones, a ejemplo de Mahoma, que, según la historia califal,
derribó los ídolos del santuario de la Caaba. Los que pierdan la vida
en ese combate irán al paraíso.
Tanto este núcleo como los demás elementos de la
mitología coránica no presentan gran originalidad, puesto que están
tomados del nazarenismo, y son resultado de una reelaboración de textos
procedentes de la Torá judía y el Talmud, del Evangelio hebreo -o
sirioarameo- de Mateo y de otros evangelios extracanónicos, así como de
ciertos escritos intertestamentarios. El islam emergió paulatinamente
como un sistema diferenciado, de modo que el Corán presenta a los
profetas bíblicos como si fueran musulmanes. En efecto, comprobamos
cómo lleva a cabo una apropiación de Adán, Noé, Abrahán, Moisés, David,
etc., al tiempo que se condena al pueblo judío, acusándolo de
falsificar las escrituras y matar a los profetas. En paralelo, se
apropia de Jesús, el "hijo de María", con una posición teológica
claramente anticristiana. El Corán tacha a los cristianos de
"asociadores" (5,82) por divinizar a Jesús. En cambio, reconoce a Jesús
como mesías, al modo del mesianismo nazareno, rechazando tajantemente
que sea hijo de Dios (Corán 9,30), negando la encarnación y la
resurrección. Afirma que Jesús no fue crucificado (Corán 4,157-158) y
que Dios lo elevó hacia sí, hasta que regrese como mesías armado
escatológico, que conquistará el mundo entero en nombre del islam y
fundará el reino milenarista de justicia y abundancia en favor de los
musulmanes (como explican los hadices). Por otra parte, el Corán
sostiene inverosímilmente que María, la madre de Jesús, es hermana de
Moisés y Aarón (Corán 19,27-28). Y llega a confundirla como la tercera
persona de la Trinidad divina (Corán 5,116).
Lo mismo que cualquier narración mítica, la
islámica interpreta el orden del mundo y asigna a los humanos un puesto
en él: en conjunto son esclavos del creador, a quien se le aplica la
metáfora del amo que domina, nunca la del padre que ama. Además, hace
intervenir diversos personajes que tipifican papeles sociales, como
modelos de identificación, que luego serán adoptados o atribuidos por
los seguidores del mito.
Parece indiscutible que, para la concepción
islámica, todo el poder de la fe deriva de la adhesión a estas
creencias, que conforman su dogma o su gran mito, reforzado por el
literalismo del texto coránico, del que el juridicismo extrae las
normas de observancia práctica obligatoria.
La repetición asidua de estos relatos va
moldeando la estructura mental desde la que la comunidad de los
creyentes (la umma) establece su visión "normal" del mundo.
En este caso, las categorías de pensamiento más básicas no son
puramente formales, sino que están troqueladas conforme a un perfil
islámico muy definido:
- El espacio: en el mundo, los países
se perciben escindidos en tierra de creyentes y tierra de no creyentes,
o de guerra. La única mediación posible entre ambos es la conquista del
territorio de los otros y la dominación global en el camino de Dios.
- El tiempo: se divide en una época
oscura de ignorancia, el tiempo anterior a Mahoma, a la que ha sucedido
la época esclarecida de la revelación. Al transcurrir histórico se le
asigna el sentido de acabar con la ignorancia, imponiendo la verdadera
religión.
- La sustancia: en la realidad creada
se personifican ontológicamente dos órdenes de seres, con figuras
típicas en cada uno de ellos. Por un lado, los sobrehumanos: Dios,
satán, demonios, ángeles y genios. Por otro lado, los humanos que, a su
vez, representan los distintos papeles: profetas, creyentes,
increyentes, varones, mujeres, esclavos.
- La causación, que en lo social sería
el poder: piensan que hay una ley divina que, lo mismo que rige los
fenómenos de la naturaleza, está destinada a regir el mundo de los
hombres dominándolos con la fuerza de la espada.
- La relación: el tipo predominante es
la relación de desigualdad y jerarquía, que normaliza el sometimiento:
del hombre a Dios, del creyente al profeta, de la mujer al varón, del
no musulmán al musulmán, etc.
Cuanto más se reafirman y absolutizan estos
esquemas mentales, tanto más se encona la enemistad contra quienes se
oponen a ellos, que quedan despojados de todo derecho, al ser
catalogados como "increyentes", "hipócritas", "apóstatas", "rebeldes",
hacia los cuales no cabe perdón ni misericordia alguna: sufrirán
castigos terribles en esta vida y acabarán en el infierno.
Un rasgo muy sobresaliente de esta mentalidad es
la enconada confrontación con el judaísmo y el cristianismo, que aflora
en múltiples pasajes coránicos, empezando por el primer capítulo,
repetido una y otra vez en los azalás de cada día. Nunca ha cesado en
toda la historia de los siglos siguientes hasta hoy.
La pretensión de supremacía islámica
A los tres axiomas fundamentales sin
duda hay que añadir un cuarto: el supremacismo de la umma como pueblo elegido (árabe,
luego musulmán).
El Corán afirma la prevalencia de la "religión de
Alá" y vaticina la supremacía de los musulmanes (allí, los árabes),
como nuevo pueblo elegido, que habría recibido como encargo la
incuestionable misión de conquistar el mundo entero. Esta creencia es
la que alimenta esa especie de complejo de superioridad típico del
musulmán.
"Sois la mejor comunidad suscitada para los
humanos. Ordenáis lo que está bien, prohibís lo que está mal, y creéis
en Dios" (Corán 3,110).
"Él es quien ha mandado a su enviado con la
dirección y con la religión verdadera para que prevalezca sobre toda
otra religión, a despecho de los asociadores" (Corán 61,9).
"Dios no permitirá que los infieles prevalezcan
sobre los creyentes" (Corán 4,141).
"Él es quien ha mandado a su enviado con la
dirección y con la religión verdadera, para que prevalezca sobre toda
otra religión. ¡Dios basta como testigo!" (Corán 48,28).
"Él es quien ha mandado a su enviado con la
dirección y con la religión verdadera para que, a despecho de los
asociadores, prevalezca sobre toda otra religión" (Corán 9,33)
Así, pues, en virtud de las autorreferencias
enaltecedoras del mito de Mahoma, sus adeptos asumen un complejo de
superioridad moral y se arrogan el derecho de agresión a los países no
musulmanes, al mismo tiempo que dan al mensaje un carácter universal,
como si fuera dirigido al mundo entero. Este giro universalista se
aprecia en un versículo, que no habla a los árabes sino a la humanidad.
A pesar de todo, muchos expertos consideran que es una interpolación:
"¡Oh humanos! Yo soy el enviado de Dios a todos
vosotros, de aquel que tiene la soberanía de los cielos y de la tierra.
No hay más dios que él. Él hace vivir y morir. Creed, pues, en Dios y
en su enviado, el profeta de los gentiles, que cree en Dios y en sus
palabras, y seguidle" (Corán 7,158).
Las reglas del código mitológico
El conjunto de los axiomas y los temas míticos,
como en todo sistema ideológico, cumple la función positiva de
cohesionar la conciencia colectiva, moldeando las mentes en un
horizonte cognitivo que ordena la interpretación del mundo, nada
evidente de por sí, sobre todo cuando uno se pregunta por el sentido
global y último. Sin embargo, la cuestión problemática reside en la
forma de la respuesta que ofrece el Corán (y que los imanes remachan
cada viernes en su sermón), el entramado de legitimación ideológica de
todo el sistema.
A medida que analizamos el juego de relaciones
semióticas en el plano mítico, vamos comprendiendo las reglas que
implica esa codificación de la fe y que se inculcan al creyente, hasta
que llega el momento en que podemos explicitarlas como enunciados que
operan como reglas. Cualquiera puede verificar, mediante la relectura
de los versículos, si efectivamente tales reglas se cumplen o no en lo
que relata el texto:
- El mensaje de Mahoma revela la verdad absoluta.
- La revelación de Dios es incuestionable: temedlo.
- Lo que dicta Mahoma es palabra de Dios: no dudéis.
- El texto del Corán recoge la palabra divina literalmente.
- Mahoma es profeta porque lo dice el texto que él mismo dictó.
- Los profetas del antiguo Israel son musulmanes.
- El mesías Jesús es un profeta del islam.
- Lo importante no es el espíritu, sino la letra.
- El hombre es esclavo de Dios, puesto que lo dice el Corán.
- La razón humana debe callar ante la revelación.
- Los musulmanes son el nuevo pueblo elegido por Dios.
- El mundo se divide entre musulmanes y no musulmanes.
- Los no musulmanes son lo peor y carecen de todo derecho.
Lo imaginario no se pierde en inocuas
ensoñaciones, sino que repercute en la configuración de la vida social.
Con tales reglas no cabe libertad de conciencia, queda prohibido el uso
de la crítica racional del texto sagrado, siempre sospechosa de herejía
o apostasía. Y, con la supresión del espíritu crítico, el riesgo de
oscurantismo se cierne sobre la comunidad. Históricamente, los
filósofos acabaron perseguidos y la filosofía vetada en tierras
musulmanas. No se admite pensar al margen del Corán.
2.2. La forma expresiva del ritual
Los ritos escenifican las historias contadas por
la mitología. Hacen vivir con intensa emoción algunos de los temas
narrados por el mito. Ayudan a las personas a identificarse con los
papeles sociales tipificados por los personajes del relato. Las
ceremonias rituales, junto a la fastuosidad de los grandes santuarios,
refuerzan la experiencia de participación en la asamblea creyente. Es
encomiable que las personas se unan en comunidad, con unos mismos
sentimientos, se solidaricen bajo un ideal común y se animen unos a
otros con la esperanza de mejorar sus vidas.
En las introducciones a la religión islámica, en
el sunismo mayoritario, se suelen presentar como su rostro amable los
"cinco pilares del islam", dando a sobrentender que el ser musulmán tan
solo requiere cumplir esas cinco obligaciones. Pudiera ser que no sean
tan simples e inocentes como parecen a primera vista.
a) Pronunciar la profesión de fe en
Dios y en Mahoma (la shahada), ante dos testigos musulmanes
al
menos. La fórmula canónica "No hay más dios que Dios y Mahoma es el
enviado de Dios" probablemente no se fijó hasta un siglo después de la
muerte de Mahoma. No se encuentra como tal en el Corán, aunque sí sus
dos componentes por separado. El primero ya lo he citado (Corán 38,65)
y el
segundo aparece en otra sura:
"Mahoma es el enviado de Dios" (Corán 48,29).
(Aunque se discute la procedencia y el significado de esta frase.)
La exigencia de adorar a un solo Dios se repite
271 veces en el Corán. Para reafirmarlo, todo musulmán debe pronunciar
la shahada en lengua arábiga, lo que remarca ya la
arabización de la religión. En la segunda parte, respecto a Mahoma, la
fórmula no dice "profeta", sino "enviado". Y su significado,
aparentemente tan diáfano, puede tener un trasfondo inesperado, con
resonancias bíblicas (1).
b) Cumplir con el rezo o azalá. La palabra
se
menciona 75 veces en el Corán. La tradición posterior ha fijado el
rezo, con las abluciones previas y las prosternaciones, en cinco veces
al día, siendo obligatorio a partir de los diez años. En este rezo se
repite la sura inicial del Corán, posiblemente un himno litúrgico
arameo, al que se le completó el último versículo (1,7) con sendas
acusaciones contra los judíos (como "gente que merece la cólera de
Dios") y contra los cristianos (como "gente descarriada"). Así, se
marca simbólicamente y se reafirma la ruptura y diferenciación del
islamismo con respecto al judaísmo y al cristianismo. Esa especie de
anatematización se reitera diecisiete veces al cabo del día (sin que
nadie hable de judeofobia ni de cristianofobia).
En cuanto a la orientación de la postura del
cuerpo en la plegaria, la alquibla, el texto coránico dice en un
versículo que no importaba, pues Dios está en todas partes (2,115); en
otro, indica que Mahoma rezaba vuelto en dirección a Jerusalén, tal
como hacían los nazarenos, y, más tarde, mandó colocarse mirando hacia
el santuario de la Meca. Esta modificación del simbolismo superpone un
nuevo significado en la línea de una sustitución teológica, mediante la
cual el islam se emancipó de sus orígenes.
"Oh, vosotros que habéis creído, arrodillaos,
prosternaos, adorad a vuestro Señor y haced el bien. ¡Quizá tendréis
éxito!" (Corán 22,77).
"Vuelve tu rostro hacia el santuario prohibido
[¿mezquita de La Meca?]. Dondequiera que estéis, volved vuestros
rostros hacia allí" (Corán 2,144).
c) Pagar el tributo o azaque,
que representa otro deber fundamental para los que creen. Se nombra
treinta
veces en el Corán. Se exige a los que creen como muestra de sincera
conversión. No hay que confundir este pago del impuesto con dar una
limosna. Posee un significado simbólico, pero, al mismo tiempo real,
pragmático: la disposición coránica de contribuir con la propia fortuna
a la guerra contra los "infieles". En efecto, entre los fines del
azaque, la normativa prevé destinar un porcentaje para financiación de
la yihad. Es una obligación legal muy valorada y meritoria. Quien gasta
la propia fortuna "en el camino de Dios" (2,261-262) obtendrá una gran
recompensa:
"Mi misericordia la inscribiré a quienes teman a
Dios y den el azaque" (Corán 7,156).
"Los que hayan dado el azaque tendrán su
recompensa junto a su Señor" (Corán 2,277).
"El enviado, y quienes creen con él, luchan con
sus fortunas y sus personas. Esos tendrán los beneficios. Ellos son los
que tendrán éxito" (Corán 9,88).
d) Observar el ayuno diurno durante el
mes de ramadán: el Corán habla del ayuno en quince ocasiones y lo
regula con detalle. Una de ellas, por ejemplo:
"Os está permitido, la noche del ayuno, tener
relaciones sexuales con vuestras mujeres. (…) Comed y bebed hasta que
distingáis el hilo blanco del hilo negro al alba. Luego cumplid el
ayuno hasta la noche" (Corán 2,187).
Queda patente cómo la privación diurna del ayuno
es compensada al ponerse el sol. La experiencia de los días de ayuno
condensa simbólicamente una enseñanza básica para los que se someten, a
saber, el valor de soportar las penalidades de la lucha en el camino de
Dios, sabiendo que después recibirán la recompensa. El ayuno que espera
la saciedad significa la promesa de alcanzar el premio tanto en esta
tierra como en el paraíso. No es casual que el Corán describa el
paraíso en términos análogos a las noches de ramadán: un lugar donde
abundan los placeres de la comida, la bebida y las mujeres.
e) Viajar en peregrinación a La Meca,
que se hace preferentemente durante el duodécimo mes del calendario
musulmán. Lo que, en el Corán, no está claro es que la peregrinación se
refiera a La Meca que conocemos. En el texto coránico actual, se nombra
La Meca una sola vez (48,24) y probablemente otra (en 3,96). Pero es
dudoso a qué lugar de culto se refiere este versículo, pues ciertos
autores sostienen que se trata del templo de Jerusalén. En cuanto al
precepto de la peregrinación, se menciona once veces. Por ejemplo:
"El [monte] Safa y el Marwa están entre los
rituales de Dios. Quien hace una peregrinación a la Casa, o una visita,
no hay pega en que dé vueltas entre los dos" (Corán 2,158).
"Hay signos claros, el lugar de Abrahán. Quien
entre en él estará seguro. Es un deber de los humanos hacia Dios hacer
la peregrinación a la Casa, si puede viajar" (Corán 3,97).
"Dios hizo de la Caaba, la Casa prohibida, una
institución para los humanos" (Corán 5,97).
La simbólica de la peregrinación encierra
significados que la vinculan estrechamente con la hégira y con el
esquema mesiánico de la yihad. La palabra que designa la peregrinación
(en árabe haŷŷ) está emparentada etimológicamente con la que
designa la hégira (hiŷra), esta última traducible como
"emigración". En su contexto mitológico, ambas palabras connotan el
significado de la ida al desierto (según el arquetipo del éxodo de
Moisés), como fase preparatoria que precede al inicio del combate por
la conquista de la tierra prometida. En este simbolismo de la
peregrinación, lo mismo que ocurría con la dirección de la alquibla en
el rezo, también La Meca ha sustituido a Jerusalén (a cuyo templo
acudían los nazarenos para adorar en la casa de Dios). Finalmente, el
viaje evoca a los que emigraron (2) con Mahoma y sus compañeros, a los
que salen de su tierra para ir a la guerra en el camino de Dios. En el
fondo, la peregrinación a La Meca sería un trasunto simbólico de la
expedición y toma de Jerusalén, como metonimia anticipada de la futura
conquista del mundo. En el plano de la vivencia, quienes participan en
los ritos de la peregrinación quedan consagrados para entregarse de
lleno al proyecto del islam, cuando regresen a sus países.
Estos cinco "pilares" rituales, que tienen un
carácter social y público, no son algo tan sencillo e inocuo como
pudiera parecer, pues la participación en ellos no solo manifiesta que
uno tiene fe en Dios y en Mahoma, sino que uno se compromete
irreversiblemente a asumir todo el sistema de obligaciones establecido
por el Corán y la tradición, con las significaciones desveladas aquí,
al tratar de cada uno de ellos.
La realidad es que la realización del culto no se
circunscribe a la mezquita y esos cinco "pilares" del islam. Abarca
otros pilares efectivos, fundamentos imprescindibles, entre los que se
hallan los que llamaríamos "pilares míticos", que ya hemos expuesto: el
monoteísmo, el profetismo mahomético y el nomismo coránico. Asimismo,
hay que tener en cuenta los "pilares ético-políticos", que son la charía
y la yihad, de los que me ocuparé en el apartado de la actuación
pragmática.
Por lo demás, dentro del mismo marco de las
obligaciones rituales, encontramos otras muchas acciones simbólicas,
entre las que destacan las que se inscriben sobre el cuerpo del varón y
de la hembra, marcando simbólicamente su sumisión como siervos de Dios
y obedientes a Mahoma en todo el desenvolvimiento de la vida. Entre
ellas:
Practicar la circuncisión
En Corán no hace ninguna mención expresa a la
circuncisión masculina o femenina. Sin embargo, propone a Abrahán, cuyo
nombre cita nada menos que sesenta y nueve veces, como un bello ejemplo
a seguir, Por otro lado, resulta que Abrahán se circuncidó por mandato
de Dios. De ahí que los comentaristas clásicos interpreten que es
obligatorio someterse a la circuncisión igual que él. Algunos autores
musulmanes se empeñan en ver implícita la circuncisión en tres
versículos relativos a Abrahán (2,124; 16,123; 2,138). La tradición de
los hadices aduce que Mahoma era circunciso y añade que mandó
circuncidarse obligatoriamente a los hombres y como un acto meritorio,
aunque no obligatorio, para las mujeres (Aldeeb 2012: 145). Pocos son
los musulmanes que discuten la circuncisión, que simbolizaría la
pertenencia al "pueblo elegido".
"Sigue la religión de Abrahán, siendo recto"
(Corán 16,123).
"Tenéis un buen modelo en Abrahán…" (Corán 60,4).
En cuanto a la circuncisión femenina, sin duda la
publicidad abierta de la masculina sirve para esconder la femenina.
Anualmente, alrededor de dos millones de niñas musulmanas son
circuncidadas con alguna clase se mutilación sexual. Y más de trece
millones de niños (cfr. Aldeeb 2012).
En realidad, la circuncisión es otra herencia del
nazarenismo, fiel en esto a la ley mosaica, pero aquí se reinterpreta y
se inviste simbólicamente como un signo de autoafirmación y profesión
de fe islámica. Porque lo que el islam pretende es, con toda evidencia,
alejarse de las fuentes judías y cristianas, excogitando una genealogía
independiente, en conexión directa con la "religión de Abrahán", que no
era ni cristiano ni judío, sino un hombre "recto". Con el mismo fin, se
postula el entronque de los árabes con Ismael, el hijo de Abrahán y
Agar, una suposición no atestiguada en la Biblia ni en ningún otro
documento histórico.
Observar las prohibiciones
alimentarias
De estar prohibiciones se trata nada menos que en
doce de los capítulos coránicos. Una de las prohibiciones más conocidas
es la que veda la carne de cerdo (6,145-146; 16,115; 2,173; 5, 60). Por
ejemplo:
"Os está vedada la carroña, la sangre, la carne
de cerdo, la que se ha ofrecido a otro que no sea Dios, la de animal
muerto ahogado, apaleado, despeñado, corneado, devorado por una fiera,
salvo la que vosotros inmoláis, y la que ha sido inmolada sobre piedras
erectas" (Corán 5,3).
Asimismo, todo el mundo sabe que un musulmán no
debe tomar bebidas alcohólicas, aunque en este punto se nota una
evolución restrictiva, que sería un caso de abrogación:
"De los frutos de las palmeras y de las vides
obtenéis una bebida embriagadora y un buen sustento. Ahí hay un signo
para gente que razona" (Corán 16,67).
"Te preguntan sobre el vino y el juego de azar.
Di: 'En ambos hay un gran pecado y provechos para los humanos, pero su
pecado es mayor que su provecho'" (Corán 2,219).
"¡Oh vosotros que creéis! El vino, el juego de
azar, las piedras erectas y las flechas adivinatorias son abominación y
obra del demonio. Evitadlo, pues" (Corán 5,90).
Los alimentos y bebidas permitidos se denominan halal,
pero este concepto constituye una calificación más general de lo
permitido (halal) y lo prohibido (haram), de alcance
jurídico mucho más amplio. No se refiere solo a los alimentos, sino a
incontables acciones simbólicas y pragmáticas de la vida.
Atenerse a las prohibiciones y
prescripciones indumentarias
Quizá la más ostensible sea el velo femenino,
cualquiera que sea su forma, obligatorio para las mujeres desde su
primera menstruación. En lo que concierne a los hombres, por cierto, se
prescribe dejarse barba y recortarse el bigote, a imitación de Mahoma.
Hay quienes opinan que el precepto del velo no tiene un fundamento
claro en el Corán:
"Di a las creyentes que bajen sus miradas, que
protejan su sexo y que no muestren más adorno que el que se ve. Que
cubran con velos sus escotes" (Corán 24,31).
Celebrar las fiestas
Finalmente, forman parte del culto el descanso de
los viernes y las conmemoraciones festivas establecidas en el ciclo
anual musulmán. Las principales son la fiesta del Cordero y la del
nacimiento de Mahoma.
Las reglas del código ritual
Los temas del simbolismo ritual, como en todo
sistema cultual, desempeñan funciones de cohesión emocional de la
comunidad, mediante la participación en actos de identificación
colectiva. Estos moldean los sentimientos de la masa de creyentes y les
enseña a reaccionar espontáneamente ante las ideas y los valores
propios y ante los ajenos. A qué modelos de vida se adhiere el creyente
y con qué signos marca en su vida la pertenencia a la comunidad.
Toda sociedad, igual que todo movimiento del tipo que sea, exhibe
y celebra sus ideales, sus arquetipos. Pero, también aquí, la cuestión
está en los significados y actitudes que el Corán hace vivir a sus
seguidores: qué hay que amar y qué hay que odiar en el islam.
Después de presentar sucintamente las acciones
rituales y, tras analizar el modo de operar las relaciones semióticas
en ese plano, elucidamos una serie de reglas implicadas, que orientan
la experiencia del creyente. No es muy complicado explicitar algunas en
forma de enunciados breves, abiertos a su contrastación con el material
coránico:
- El culto a Dios se realiza públicamente como
acto social.
- El rezo del azalá es un asunto público, no privado.
- La experiencia personal de Dios no es importante, incluso es
sospechosa.
- Dios está en todas partes, pero hay que adorarlo en dirección a La
Meca.
- No des culto a Dios sin dar a la vez culto a Mahoma.
- Hay objetos sagrados como la Caaba, la piedra negra, los montes, etc.
- Se rinde culto a Dios yendo en peregrinación a La Meca.
- Dar "limosna" (el azaque) es un asunto del Estado.
- Ayunar durante el día, permite desquitarte por la noche.
- Es necesaria la circuncisión para pertenecer a la comunidad.
- Las mujeres creyentes se cubren con velos en público.
- Hay que evitar los alimentos "impuros": el cerdo, el vino, etc.
- Toda acción, hasta lo más íntimo, ha de hacerse ritualmente según el
precepto.
Bajo estas reglas, no hay lugar para la libertad
de culto, ni para la manifestación pública de ninguna otra creencia
religiosa o ideológica. Quien abandone el islamismo se arriesga a
sufrir penas de cárcel o a ser ajusticiado. Incluso los intentos de
reforma de la religión islámica desde dentro han costado la vida a
muchos. No pocos místicos musulmanes fueron perseguidos ferozmente.
A pesar de lo que nos pueda chocar, en la
dinámica psicológica, el sistema islámico arraiga en la capacidad
humana de devoción religiosa, con todo su potencial de adhesión
emocional. Por medio de ese mecanismo, suscita en algunas personas una
generosa entrega a la "senda de Alá" señalada en el Corán. Pero, dada
su ambivalente significación, no es raro que acabe fomentando también
la eclosión de las pasiones egoístas y la peor crueldad, dirigidas
contra quienes resisten al islam.
2.3. La forma expresiva de la ética
El ethos islámico presenta el ideal de una
práctica teonómica, es decir, regida por una Ley divina, encarnada en
el derecho islámico y luego dictaminada por la jurisprudencia (el fiqh,
las fetuas). El Dios único islámico determina la manera práctica como
ha de realizarse cualquier actividad, dictando preceptos muy concretos,
como expresión de su voluntad inapelable, que se supone contenida en el
Corán y la tradición de Mahoma. Unos ochocientos versículos del Corán
decretan normas jurídicas. Los ulemas y los ayatolás fueron los
encargados de interpretarlas y fijar miles y miles de preceptos.
Más que una ética personal, se trata del
cumplimiento de una ley, concebida como absolutamente heterónoma. Pues
se concibe que Dios es la única fuente del derecho.
En el plano pragmático del ethos, hay dos
macrotemas que constituyen los pilares más esenciales del islam, en
torno a los cuales giran todos los demás temas. Primero, la Ley,
denominada la charía (etimológicamente "el camino"),
entendida como norma de derecho divino, omnímoda y omnipresente, que
regula con estricta minuciosidad todos los comportamientos. Y segundo,
lo más polémico, el combate en el camino de Dios, o
yihad, que abarca toda clase de acciones, incluyendo la confrontación
armada, encaminadas a cumplir y hacer cumplir la ley. Ambos se
complementan como la fuerza de la ley y la ley de la fuerza.
La norma de los comportamientos prácticos del
ethos islámico se establece en una colosal trama de mandatos positivos
y negativos, que afectan a todos los aspectos imaginables de las
relaciones sociales, públicas y privadas. Solo en casos de verdadera
necesidad, también tipificados, se dispensaría del cumplimiento
estricto de la ley.
La doctrina de la abrogación
Antes de continuar me parece conveniente plantear
un problema de gran trascendencia para determinar el valor de un
precepto, cuando uno comprueba que entra en conflicto con otro. Porque
el hecho es que se advierten numerosas incoherencias y hasta
contradicciones entre unas aleyas y otras, dando lugar a dudas acerca
de lo que realmente manda el Corán.
Para resolver este problema, el sistema
inmunológico islámico introdujo la llamada doctrina de la
abrogación. Esta sostiene que las aleyas más recientes prevalecen
sobre las más antiguas: las anteriores son abrogadas y las posteriores
son abrogantes. Por ejemplo: hay 115 versículos dispersos que hablan de
tolerancia, los cuales están abrogados (han sido derogados) por otros
posteriores, intolerantes. Los sabios musulmanes mantienen que tal
doctrina tiene base en estos versículos del Corán:
"Toda aleya que abrogamos o hacemos olvidar,
aportamos una mejor que ella, o una semejante a ella. ¿No sabes que
Dios es todopoderoso?" (Corán 2,106).
"Cuando cambiamos una aleya por otra, y Dios es
el que mejor sabe lo que hace descender, dicen: 'No eres más que un
fabulador'. Pero la mayoría de ellos no saben" (Corán 16,101).
"Si quisiéramos, haríamos desaparecer lo que te
hemos revelado, y no encontrarías quien te protegiera contra nosotros"
(Corán 17,86).
"Te haremos leer y no lo olvidarás, salvo lo que
Dios quiera" (Corán 87,6-7).
Sin embargo, aunque se reconocen numerosas
abrogaciones, esto no afecta a la charía como tal, que se mantiene como
un sistema no abrogable.
El poder político en la comunidad
creyente
Para el Corán, la comunidad creyente se
identifica con la comunidad política, y viceversa. El islam se concibe
como un orden social indistintamente político-religioso. La religión
constituye la ideología política por antonomasia, y confiere al poder
una legitimación divina. Por lo tanto, el sometimiento al poder es el
meollo de esta religión. Y solo la religión legitima el poder. Los no
musulmanes carecerían de toda legitimidad para ejercerlo. El modelo
determinante es el del sometimiento absoluto: como el profeta respecto
a Dios, así los creyentes respecto al profeta (y después al califa),
así los no creyentes respecto a los creyentes.
"Todo el poder pertenece a Dios" (Corán 10,65).
"El poder pertenece a Dios, a su enviado y a los
creyentes" (Corán 63,8).
El poder dimana en exclusiva de la divinidad, que
lo confiere a su enviado. A ambos hay que obedecerlos por igual: esta
conminación para obedecerlos se repite 26 veces literalmente. Unos
cuantos ejemplos:
"Temed a Dios y obedecedme a mí" (Corán 26,108)
(12 veces).
"Obedeced a Dios y obedeced al enviado" (Corán
24,54).
"Obedeced a Dios y a su enviado, y no discutáis"
(Corán 8,46).
"Cuando Dios y su enviado han decidido sobre un
asunto, ni el creyente ni la creyente tienen ya opción en ese asunto.
Quien desobedece a Dios y a su enviado está manifiestamente
descarriado" (Corán 33,36).
"Estas son las normas de Dios. (…) Quien
desobedece a Dios y a su enviado, y transgrede sus normas, él le hará
entrar al fuego, donde estará eternamente. Tendrá un castigo
humillante" (Corán 4,13-14).
"¡Oh vosotros que habéis creído! Obedeced a Dios,
obedeced al enviado y a quienes tienen autoridad sobre vosotros" (Corán
4,59).
"Quien obedece al enviado, obedece a Dios" (Corán
4,80).
Esta obediencia implica someterse a toda la
panoplia de obligaciones estipuladas por la Ley religiosa y por el
poder político, entre las que se destacan insistentemente el pago de
los tributos (el azaque y otros) y la disposición para ir a la guerra
(yihad).
El derecho penal
El Corán manda juzgar con equidad. Pero queda
pendiente saber cómo entiende la equidad. El derecho islámico no se
basa tanto en principios legales cuanto en una casuística muy extensa
de casos particulares. Si hay algo que se parezca a un fundamento
general de derecho, sería la conocida ley del talión, el ojo
por ojo, una forma de reciprocidad un tanto burda, aunque al menos
trata de prevenir la desproporción en la venganza:
"¡Creyentes! Se os ha prescrito la ley del talión
en casos de homicidio: libre por libre, esclavo por esclavo, hembra por
hembra. (…) Quien, después de esto, viole la ley, tendrá un castigo
doloroso. En la ley del talión tenéis vida, ¡hombres de intelecto!
Quizás, así, temáis a Dios" (Corán 2,178-179).
"El mes sagrado por el mes sagrado. Las cosas
sagradas caen bajo la ley del talión. Si alguien os agrediera,
agredidle en la medida que os agredió. Temed a Dios y sabed que Él está
con los que le temen" (Corán 2,194).
"Les hemos prescrito en ella: 'Vida por vida, ojo
por ojo, nariz por nariz, oreja por oreja, diente por diente y la ley
del talión por las heridas'. Y si uno renuncia a ello, le servirá de
expiación. Quienes no decidan según lo que Dios ha revelado, ésos son
los impíos" (Corán 5,45). (Esta aleya reproduce la Ley mosaica, aunque
añade lo de "nariz por nariz, oreja por oreja", que no aparece en la
Biblia.)
El estatuto de la mujer
El Corán asigna a la mujer un estatuto de
inferioridad, con una clara segregación y discriminación (se diría un apartheid),
que supone una situación social degradante. Se entienda, o no, como
misoginia, el hecho es que por ley divina ellas están disminuidas en
sus derechos: la herencia de la mujer es la mitad que la del varón. El
testimonio de un solo hombre equivale al de dos mujeres. Ellas no
pueden ser jefes ni gobernantes.
"Ellas tienen derechos equivalentes a sus
obligaciones, conforme al uso, pero los hombres están un grado por
encima de ellas" (Corán 2,228).
"Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres
en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos más que a otros"
(Corán 4,34).
Resulta muy significativo, aunque es cierto que
está prohibido el infanticidio femenino, que tener hijas en lugar de
varones se percibe como una desgracia y un deshonor para el progenitor.
No se esconde el menosprecio hacia el sexo femenino:
"Ese ser que crece entre acicalamientos, que es
incapaz de discurrir con claridad" (Corán 43,18).
El matrimonio
El matrimonio se describe desde el punto de vista
de los derechos del marido, aunque también se garantizan unos derechos
propios de la esposa. Queda legalizada la poligamia, en favor del
varón, que ya era aceptada por los mentores nazarenos, limitada a
cuatro esposas, según prescribía el Talmud:
"Casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres
y cuatro. Pero, si teméis no ser justos, entonces una sola, o lo que
vuestras manos derechas posean [las esclavas]. Esto es lo mínimo para
no oprimir" (Corán 4,3).
"Vuestras mujeres son un campo de labor para
vosotros. Id a vuestro campo como queráis. Y recolectad para vosotros
mismos" (Corán 2,223).
El matrimonio con niñas menores aparece
normalizado, siguiendo el comportamiento "ejemplar" de Mahoma (con
Aisha), pero también está implicado en el Corán, cuando marca las
condiciones del repudio:
"Para aquéllas de vuestras mujeres que ya no
esperan tener la menstruación, si dudáis, su tiempo de espera será de
tres meses. Y lo mismo para las que aún no han tenido menstruación.
Para las embarazadas, su plazo será hasta que den a luz" (Corán 65,4).
Por lo demás, según el texto sagrado, la
menstruación produce en las mujeres un estado de impureza que requiere
purificación:
"La menstruación es un mal. Apartaos, pues, de
las mujeres durante el tiempo de la menstruación, y no os acerquéis a
ellas hasta que se hayan purificado. Y cuando se hayan purificado, id a
ellas como Dios os ha ordenado" (Corán 2,222).
El marido no solo goza de un estatuto superior,
por el que la mujer debe obedecerlo, sino que el Corán lo faculta para
castigar y pegar a la esposa poco dócil:
"Las mujeres virtuosas son devotas, y guardan el
secreto que Dios manda guardar. A aquellas de las que temáis la
disensión amonestadlas, abandonadlas en el lecho, y pegadles. Si os
obedecen, no os metáis más con ellas" (Corán 4,34).
La disolución del matrimonio resulta muy fácil
para el marido y muy difícil para la esposa, como puede constatarse en
la sura 65, dedicada al repudio, y en otros pasajes (Corán 2,226-232;
58,1-4):
"Ellas tienen el mismo derecho que ellos, según
las costumbres. Pero los hombres están un grado por encima de ellas"
(Corán 2,228).
En lo relativo a las relaciones sexuales fuera
del ámbito doméstico de las esposas y las esclavas, se condenan como
graves transgresiones. El Corán legisla contra el adulterio:
"Evitad la fornicación. Es una deshonestidad y
mal camino" (Corán 17,32).
"A la fornicadora y al fornicador: azotad a cada
uno con cien latigazos. No tengáis compasión hacia ellos en la religión
de Dios, si creéis en Dios y en el último día. Que un grupo de
creyentes sea testigo de su castigo" (Corán 24,2). (Yendo más allá del
texto coránico, los hadices impondrán la pena de lapidación.)
En lo que concierne a la homosexualidad,
masculina o femenina, está sancionada con severos castigos, si bien no
con la misma medida en los dos casos:
"Aquellas de vuestras mujeres que cometan
deshonestidad, llamad contra ellas a cuatro testigos de vosotros. Si
testifican, recluidlas en casa hasta que mueran, o hasta que Dios les
dé una salida" (Corán 4,15).
Este último versículo está abolido y sustituido
por un hadiz que dice: "Dios ha dado a las mujeres una salida. Virgen
con virgen: cien latigazos y el destierro durante un año. No virgen con
no virgen: la lapidación". La práctica homosexual expone a la mujer a
morir apedreada. En cambio, para los hombres el castigo es mucho menos
drástico:
"Cuando dos de vosotros la cometen, castigadlos
severamente. Si se arrepienten y hacen una buena obra, dejadlos. Dios
es indulgente, misericordioso" (Corán 4,16).
La esclavitud
La islámica no es propiamente una sociedad
esclavista, pero
no se concibe sin esclavos. La esclavitud cuenta con un estatuto
normalizado dentro del sistema islámico. Hay esclavos domésticos y un
mercado de esclavos, alimentado por mujeres, jóvenes y niños capturados
como parte del botín de guerra. Obedece a una mentalidad consagrada por
el Corán, pues hay una quincena de versículos relativos a los esclavos:
"Dios ha favorecido en asignación a unos de
vosotros más que a otros. Los que han sido favorecidos no están
dispuestos en absoluto a reducir su asignación en lo que atañe a sus
esclavos, para que sean iguales que ellos. ¿Rehusarán la gracia de
Dios?" (Corán 16,71).
A los dueños se les reconocen derechos sexuales
sobre las esclavas, puesto que Dios se las ha dado como botín (Corán
33,50). Por tanto, no habría nada que objetar:
"Que se abstengan de relación sexual, salvo con
sus esposas o con sus esclavas, pues no serán reprochados" (Corán
23,5-6).
La dimmitud, régimen de inferioridad
Se trata del régimen especial de dimma
o "protectorado", impuesto a los cristianos y los judíos que viven en
la sociedad musulmana (por ejemplo, en la edad media, los mozárabes
españoles). El principal apoyo en el Corán reside en un versículo que
dice:
"Combatid contra quienes no creen ni en Dios ni
en el último día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han
prohibido, y quienes no profesan la religión de la verdad, entre ellos
a quienes fue dado el libro, hasta que paguen el tributo con su mano y
en estado de humillación" (Corán 9,29).
Los judíos y los cristianos que habitan en
tierras del islam han de vivir sometidos bajo el estatuto jurídico de
"dimmíes", en el que se hallan privados de múltiples derechos, sujetos
a pagar, aparte de otros tributos, el de capitación (yizia),
con grandes restricciones, sin garantías de seguridad para sus bienes y
sus vidas. Fue el califa Omar quien decretó las severas condiciones de
la dimma, tras la conquista de Jerusalén.
La yihad como obligación de combatir
Al combate por extender el islamismo al orbe
entero es a lo que se denomina yihad (de donde viene
yihadismo). Se trata de una guerra teológica, ya diseñada en el marco
mitológico, utópico y belicoso del nazarenismo. El tema resulta muy
complejo, y conviene empezar estableciendo algunas distinciones que
suelen aducirse:
- Entre la yihad espiritual y la militar. La
primera no se menciona ni una sola vez en el Corán.
- Entre la yihad defensiva y la ofensiva. Ambas llegar a ser
obligatorias.
- Entre la yihad limitada en el tiempo o bien ilimitada. Su obligación
no prescribe.
Al analizar el Corán en orden cronológico, se
advierte que hay una evolución, en la que se suceden cuatro etapas
(cfr. Sami Aldeeb, Le jihad dans l'islam, 2016: 9-17):
1ª etapa. Se prohíbe responder a la agresión.
Durante los primeros tiempos, en La Meca, Mahoma se presenta solo como
alguien que predica y apercibe:
"Repele la maldad de la mejor manera" (Corán
23,96).
"Se nos ha encomendado solo una transmisión
clara" (Corán 36,17).
2ª etapa. Se permite responder a la agresión,
una vez que en Yatrib (Medina) se va organizando el Estado musulmán:
"Se da autorización a quienes son atacados [para
combatir], porque han sido oprimidos. Dios es poderoso para
socorrerlos. A quienes han sido expulsados de sus hogares injustamente,
solo por haber dicho: 'Dios es nuestro Señor'." (Corán 22,39-40).
3ª etapa. Es un deber responder a la agresión.
Cuando el poder de los musulmanes va adquiriendo fuerza, el Corán les
ordena combatir a quienes les agreden:
"Combatid en el camino de Dios contra
quienes os combaten, y no os excedáis" (Corán 2,190).
"Se os ha prescrito el combate, aunque sea
repugnante para vosotros. Puede que algo os repugne y que sea mejor
para vosotros. Y puede que os guste algo y que sea para vosotros un
mal. Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis" (Corán 2,216).
4ª etapa. Es un derecho, incluso un deber,
iniciar la guerra. Con la consolidación del poderío militar, el
Corán consagra el paso a la guerra ofensiva, otorgando a los musulmanes
el derecho, e incluso el deber, de iniciar la guerra. La yihad es
imperativa en cuatro supuestos declarados:
A) La yihad contra los apóstatas. Son
"guerras de apostasía" (hurub al-riddad), contra quienes,
habiendo sido musulmanes, abandonan el islam. Por este acto, al
apóstata se le castiga con la pena de muerte en el derecho islámico.
B) La yihad contra los rebeldes (bughat).
Se refiere a los diversos conflictos internos que surgen entre unos
musulmanes y otros:
"Si dos grupos de creyentes combaten uno contra
otro, buscad la reconciliación entre ellos. Si uno de ellos abusa del
otro, combatid al grupo que abusa, hasta que vuelva al orden de Dios.
Si vuelve, entonces haced la reconciliación con justicia" (Corán 49,9).
También puede tratarse de colectivos que se
muestran refractarios o insumisos y se sublevan desde dentro
de la sociedad musulmana:
"La retribución de quienes guerrean contra Dios y
su enviado, y se apresuran en corromper la tierra, es que sean matados,
o crucificados, o que sean amputados sus manos y sus pies opuestos, o
que sean desterrados del país. Sufrirán esto como ignominia en la vida
de acá. Y tendrán un terrible castigo en la otra. Salvo quienes se
arrepientan antes de caer en vuestro poder" (Corán 5,33-34).
"Malditos. Donde se les encuentre serán
capturados y matados sin piedad" (Corán 33,61).
C) La yihad contra los países de infieles.
Es un deber llevar adelante la yihad, en la perspectiva de la
islamización mundial, contra las sociedades que los alfaquíes llaman
"tierra de la guerra" (Dar al-harb) o "tierra de la
increencia" (Dar al-kufr), en oposición a la "tierra de la
sumisión" (Dar al-islam). Es obligatorio iniciar la guerra
contra los no musulmanes y, si se acuerda una tregua, reiniciarla tan
pronto como termine el plazo:
"Cuando os enfrentéis con los increyentes,
golpead en la nuca. Cuando los hayáis rendido, encadenadlos
fuertemente. Después de esto, dejadlos en libertad, o pedid un rescate,
hasta que la guerra deponga sus cargas" (Corán 47,4).
"Anuncio a los humanos, de parte de Dios y su
enviado, en el día de la peregrinación mayor. 'Dios se desentiende de
los asociadores, lo mismo que su enviado. Si os arrepentís, es mejor
para vosotros. Pero, si volvéis la espalda, sabed que no podéis
desafiar a Dios'. Anuncia un castigo doloroso a los que no creen. Salvo
a los asociadores con quienes estéis comprometidos, y que no os han
fallado en nada, ni han ayudado a nadie contra vosotros. Respetad,
pues, vuestro compromiso con ellos hasta el plazo acordado. Dios ama a
quienes lo temen. Una vez transcurridos los meses prohibidos, matad a
los asociadores dondequiera que los encontréis, Capturadlos asediadlos,
tendedles emboscadas por todas partes. Pero si se arrepienten, hacen el
azalá y dan el azaque, entonces dejadlos en paz. Dios es indulgente,
misericordioso" (Corán 9,3-5).
"Combatid contra ellos. Dios los castigará por
vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os socorrerá contra ellos,
curará los pechos de la gente creyente" (Corán 9,14).
"Que los creyentes no tomen a los increyentes
como aliados, en lugar de los creyentes. Quien hace eso no es de los
aliados de Dios -salvo que los temáis-. Dios os lo advierte" (Corán
3,28).
D) La yihad contra la subversión (fitna),
que originalmente aludía al rechazo de algunas tribus árabes o beduinas
a convertirse al islam. Según el Corán, hay que doblegar esa
resistencia y exterminar sin piedad a los subversivos:
"Matadlos donde los encontréis, y expulsadlos de
donde os hayan expulsado. La subversión es más grave que matar. (…) Si
combaten contra vosotros, entonces matadlos. Esa es la retribución de
los increyentes" (Corán 2,191-192).
"Ellos te preguntan por el mes prohibido: '¿Hay
combate?'. Di: 'El combate en él es un gran pecado. Pero el hecho de
apartarse del camino de Dios, de no creer en él, ni en el santuario
prohibido, y de expulsar de él a su gente, es un pecado más grave ante
Dios. Y la subversión es más grave que matar" (Corán 2,217).
"Los que han creído combaten en el camino de
Dios.
Y los que han descreído combaten en el camino de los ídolos. Combatid,
pues, a los aliados del demonio" (Corán 4,76).
"Capturadlos y matadlos donde quiera que los
encontréis" (Corán 4,91).
La finalidad de la yihad
El objetivo del combate queda bien claro y está
fijado de antemano por el sistema, desde su visión mesiánica y
milenarista, heredada del antiguo proyecto nazareno. En el plano
mítico: se busca la lucha final y la victoria decisiva sobre el mal,
representado por los increyentes y sus sociedades que no aceptan a Ley
de Dios revelada a Mahoma. En el plano histórico: despliega las
estrategias para la guerra de conquista de los países "infieles", con
el fin último de someterlos al poder islámico.
"Combatid contra ellos hasta que no haya más
resistencia, y que la religión sea la de Dios" (Corán 2,193).
"Combatid contra ellos hasta que no haya más
resistencia, y que toda la religión sea de Dios" (Corán 8,39).
La guerra no cesará hasta que se cumpla del todo
la voluntad divina, es decir, hasta que el islam llegue a ser la única
religión aceptable:
"La religión, ante Dios, es el islam. (…) Quien
no cree en los signos de Dios [sabe que] Dios es rápido en ajustar
cuentas" (Corán 3,19).
"Quienquiera que busque una religión diferente
del islam, no se le aceptará. Y en la otra vida será de los perdedores"
(Corán 3,85).
La obligación de la yihad
Puesto que tal sería la voluntad de Dios, el
musulmán piensa que está legitimado todo esfuerzo por instaurarla. El
concepto de yihad se refiere a toda acción esforzada que vaya dirigida
a esa instauración, toda actividad que contribuya a debilitar y
destruir las demás religiones y civilizaciones. Para ello, se exige a
los creyentes una entrega incondicional:
"Creed en Dios y en su enviado, y luchad en el
camino de Dios con vuestras fortunas y vuestras personas. Es mejor para
vosotros" (Corán 61,11).
"Los creyentes son solamente quienes creen en
Dios y en su enviado, y luego no han dudado, y han luchado con sus
fortunas y sus personas en el camino de Dios" (Corán 49,15).
"No son iguales los creyentes que se quedan en
casa, salvo que estén impedidos, y los que luchan en el camino de Dios
con sus fortunas y sus personas. (…) Dios ha favorecido a los que
luchan respecto a los que se quedan en casa con una gran recompensa"
(Corán 4,95).
"Yo infundiré el terror en los corazones de los
que no crean. Cortadles el cuello. Machacadles todos los dedos" (Corán
8,12).
El uso de la violencia tiene, pues, un estatuto
teológico y jurídico, canonizado en el concepto político de yihad, que
lo legitima para atacar y conquistar el mundo. El Corán erige la yihad
en imperativo categórico para los musulmanes. Si las condiciones son
adversas, puede diferirse, pero no cabe renunciar nunca. Los mayores
héroes son los que sufren por su causa. Por ello, se considera
"mártires" a quienes mueren matando en la guerra contra los increyentes
(hoy, creen mártires a los terroristas suicidas o abatidos):
"A quienes han emigrado en el camino de Dios, y
después los han matado o han muerto, Dios los retribuirá con una gran
recompensa. Dios es el mejor de los retribuidores" (Corán 22,58).
La esencialidad de la yihad
Con o sin la intervención sobrenatural, la
comunidad de los musulmanes (la umma) es la depositaria de la
doble misión de, por medio de la yihad, llevar adelante la conquista
armada del planeta entero (aspecto mesiánico) y establecer la sociedad
perfecta regida por la charía (aspecto milenarista) . En la historia
califal, el retorno del mesías ha quedado sin objeto, como un vestigio
nazarenista arrumbado en un rincón del mito.
No
es de extrañar que la yihad, como empleo
sistemático de la violencia por la causa del islam no solo sea una
facticidad histórica (cfr. Esparza 2015), sino algo absolutamente
esencial en las páginas del Corán. Si rastreamos sus capítulos, la
palabra "yihad" y sus derivados aparecen 41 veces. De ellas, 33 tiene
el sentido de lucha armada. Además, hay otros siete términos que se
usan para hablar de lo mismo: combatir, hacer la guerra, movilizar,
salir a batallar, campar, gastar en la guerra, algazúa o razia. Hay que
subrayar que, más de sesenta veces, se añade la expresión "en el camino
de Dios", lo que da un significado religioso al combate contra aquellos
que el Corán ha estigmatizado como enemigos de Dios y aliados del
diablo.
En conjunto, el Corán trata de la guerra contra
sus oponentes en 635 ocasiones. Específicamente contra los
"asociadores", que designan a los cristianos, en 159 ocasiones. No es
algo marginal en el texto fundador del islam. Sami Aldeeb, en su obra
sobre el tema, consigna más de 330 versículos en relación con la yihad
(Aldeeb 2016: 224-262). En concreto, la tajante orden "matad" se repite
72 veces en el Corán.
Tiene especial importancia el capítulo 9,
supuestamente revelado de los últimos, por su implacable incitación a
la guerra. En él se encuentra el versículo de la espada
(Corán 9,5), que, según la doctrina musulmana, ha abrogado entre 124 y
140 aleyas más benignas:
"Una vez transcurridos los meses prohibidos,
matad a los asociadores dondequiera que los encontréis, capturadlos,
asediadlos y tendedles emboscadas por todas partes…" (Corán 9,5).
"¡Oh profeta! Lucha contra los no creyentes y los
hipócritas, y sé rudo con ellos. Su refugio será el infierno. ¡Qué
detestable destino!" (Corán 9,73).
"¡Oh vosotros que habéis creído! Combatid contra
los no creyentes que tenéis cerca, y que encuentren rudeza en vosotros.
Sabed que Dios está con quienes lo temen" (Corán 9,123).
"No sois vosotros quienes los habéis matado, es
Dios quien los ha matado" (Corán 8,17).
El disimulo y la astucia
El Corán aconseja a los musulmanes que
administren el disimulo y el engaño en función de los intereses propios
y de la yihad, sobre todo cuando se encuentren en situación de
inferioridad y tengan miedo. Les es lícito negar las propias creencias,
actuar con astucia, de la que se pone como ejemplo al mismo Dios (3). La yihad entra en fase de latencia,
hasta que las condiciones sean más propicias. Esta figura jurídica, que
declara lícito mentir al infiel, se denomina taquiya entre
los suníes y kitman entre los chiíes:
"Quien no crea en Dios después de haber creído
-salvo quien ha sido coaccionado mientras su corazón está tranquilo en
la fe-" (Corán 16,106).
"Ellos conspiran, y Dios conspira. Dios es el
mejor de los conspiradores" (Corán 3,54).
"Dios os ha prescrito la cancelación de vuestros
juramentos. Dios es vuestro aliado. Es omnisciente y sabio" (Corán
66,2).
En fin, después de esta aproximación al concepto
de yihad, si dirigimos una mirada a los hechos históricos ulteriores,
observaremos cómo el inicial mesianismo milenarista de
Mahoma, que emprendió la conquista de Siria, Palestina y Jerusalén,
evolucionó sin discontinuidad hacia un imperialismo árabe y,
más tarde, hacia un imperialismo musulmán, instaurando sobre
muchos pueblos el modelo yihadista de dominación por la espada. Donde
venció y dominó, ese modelo buscó siempre consolidarse imponiendo la
Ley coránica (orientalización de las costumbres bajo una teocracia) y
luego, paulatinamente, implantó la arabización lingüística y la
islamización religiosa (cfr. Sánchez Saus 2016: 247).
Las reglas del código ético-político
Dentro del sistema de signos, lo actuado se
entiende en correspondencia con la "realidad última" pensada en los
mitos y vivida en los ritos. Lo actuado son los comportamientos
prácticos de la vida, que en otra mentalidad llamaríamos "profanos" (la
economía, las instituciones sociales y políticas), y que aquí tienden a
estar regulados estrictamente por el Corán. Es justo y necesario dotar
de leyes a la organización social, pero esto no tiene por qué
significar el encorsetamiento en una legalidad de preceptos intocables.
Las normas coránicas llegan a abolir la
distinción entre lo sagrado y lo profano, en favor de la absorción de
todas las dimensiones de la vida en la esfera de lo sagrado. La
existencia social se produce y reproduce mediante la acción colectiva
que engloba toda clase de relaciones, encuadradas en el orden ético y
político, cuyos principales temas en el sistema islámico ya hemos
descrito. Porque hay modos de proceder que son propios del islam y
difieren de otros sistemas de organización social. Los creyentes han de
amoldarse a un orden pragmático que, por sacralizarse, pretende ser
perfecto, definitivo e inmutable. Esto plantea la cuestión del grado de
violencia que hay que ejercer en la propia sociedad y sobre las demás,
un aspecto que, para el Corán, con su doctrina de la yihad y su
maniqueísmo, no parece entrañar la menor objeción.
Así, una vez explorados los temas pragmáticos, y
analizados los códigos semióticos del plano ético-político, se ponen de
manifiesto las reglas implicadas, de las que el creyente echa mano
cuando adopta sus decisiones con respecto a lo que tiene que hacer. Las
enumeraré como una serie de proposiciones imperativas, cuyos
significados siempre podrán perfilarse realizando un examen más
minucioso y profundo:
- Obedecer y someterse al poder político
religiosamente.
- Reunir cuanta fuerza sea necesaria para aplastar toda disidencia.
- Hacer la yihad para imponer la Ley/charía al mundo entero.
- Obligar a los demás a hacer el bien y perseguir el mal.
- Aplicar la ley del talión entre los creyentes.
- Mantener la inferioridad jurídica de las mujeres.
- Reforzar la autoridad del marido en el matrimonio.
- Negar la igualdad de derechos a los judíos y los cristianos.
- Aniquilar a los ateos y los politeístas: hay que matarlos.
- Reducir a esclavitud a las mujeres e hijos de los vencidos.
- Humillar a los judíos y los cristianos cuando pagan el impuesto (yizia).
- Condenar al apóstata con la maldición y la muerte.
- Castigar sin piedad las infracciones de la charía, según lo
estipulado: esclavización, destierro, flagelación, mutilación,
lapidación, crucifixión, decapitación.
En este marco tan anacrónico, no hay sitio para
la igualdad de la mujer, para los derechos civiles, para la libertad
política, ni para la democracia. En su concepto, solo Dios tiene
derecho a legislar y ya lo ha hecho en el Corán. Los gobernantes,
imanes, parientes y creyentes todos han de obedecer, pero también
tienen la obligación de vigilar al que no obre bien, es decir, a quien
no cumpla estrictamente la ley islámica. Para que el islam permanezca:
vigilar y castigar. Para que el islam avance: debilitar y derrotar
sobre todo a Occidente, amalgamado con la civilización cristiana.
3. La lógica totalitaria subyacente
Todas esas formas expresivas, aquí sumariamente
expuestas, especifican solamente lo más significativo del sistema
contenido en el Corán. Pero esa trama de creencias, ritos y
obligaciones prácticas, que entrevemos tan enormemente compleja, se
extiende todavía más por los entresijos de un modelo de convivencia
opresivo, y penetra hasta los aspectos más recónditos de la vida, con
toda clase de minuciosas prohibiciones y prescripciones. Es como una
colosal pirámide de preceptos, que se halla estrictamente codificada en
la Ley y la jurisprudencia, por obra de ulemas y alfaquíes, mulás y
ayatolás. Para colmo, tal sistema se considera inmutable desde el siglo
XI, cuando se prohibió la interpretación del Corán. Apenas si quedan
resquicios para la libertad.
Los principios de organización
No se puede negar que haya numerosos elementos
narrativos, simbólicos, morales y legales, imbuidos de religiosidad y
humanidad, en buena medida procedentes de las tradiciones judía,
cristiana y zoroástrica. Ahora bien, aquí aparecen ahormados en un
sistema que, como tal, está organizado conforme al núcleo de los
axiomas y temas fundamentales islámicos ya descritos, lo que sin duda
hace mutar su significado.
En concreto, cuando profundizamos en el análisis
del sistema semiótico islámico, encontramos que, entre las reglas que
operan en todos sus niveles, va saliendo a la luz, además de la
analogía funcional de los mensajes en un plano y otro, una homología
estructural. Se trata de unos esquemas de pensamiento de alcance
general que denominaremos principios reguladores o principios
de autoorganización del sistema, con capacidad para generar
significados consistentes con ellos mismos:
- Principio de revelación árabe (y
clausura de la profecía).
- Principio de remuneración anticipada a este mundo
(premio/castigo).
- Principio de supremacía o jerarquía (del árabe sobre el no
árabe, del musulmán sobre el no musulmán, del varón sobre la mujer, del
amo sobre el esclavo).
- Principio de inferioridad de la mujer, ontológica y
teológica.
- Principio de heteronomía que niega la razón y la libertad.
- Principio de exclusión del no musulmán, despojado de todo
derecho.
- Principio de sacralización de la violencia en nombre de
Dios.
- Principio de prohibición de toda innovación como apostasía.
Estos principios actúan inconscientemente, operan
regulando la realidad social y humana, como mecanismos que instauran
operaciones de compatibilidad o incompatibilidad, vinculación o
separación, inferioridad o superioridad, y que determinan lo que está
prohibido y lo permitido. Son una máquina de significar, que aplica
reglas de conexión positiva: unen Dios y el pueblo árabe,
religión y política, fe y derecho, devoción y violencia. O bien, impone
reglas de conexión negativa que separan y oponen: creyente y
no creyente (sin mediación de la humanidad común), varón y mujer (sin
que sea pensable la igualdad), amo y esclavo (privando a este último de
ser persona), revelación y razón (negándole a esta el acceso a la
verdad), etc.
En último análisis, estos principios fundan su
justificación en el dogma, axioma o postulado sagrado último, que es el
Dios del Corán, en sí mismo insondable, pero claramente descrito
conforme al modelo arquetípico de la relación Amo-esclavo (rechazando
expresamente la relación paternal o filial). Por eso, cabe concluir que
la concepción islámica del mundo depende de la concepción islámica
de Dios, consistente en la teología guerrera y maniquea de un
mesianismo milenarista, que, tras recorrer la historia judía desde la
época de los Macabeos, halló su último avatar en la apropiación
sustitutiva consumada por Mahoma y los califas.
Un pensamiento totalitario
Por su mitología, por su simbología y por su
nomología, el sistema islámico presenta una concepción teocrática
del mundo. El análisis de la imagen de la divinidad, así como de las
reglas y los principios de organización, ponen de manifiesto finalmente
unos esquemas de pensamiento que especifican lo esencial del
sistema semiótico islámico. Este obedece a una lógica
subyacente, que actúa inconscientemente en las interacciones de los
creyentes con la realidad en todos los planos.
Esta lógica activa mecanismos que, conforme al
sistema islámico, imponen relaciones de compatibilidad o
incompatibilidad, de inferioridad o superioridad, determinando lo que
está “bien” y “mal”, qué es lo permitido y lo prohibido (halal
/ haram).
Así, emerge un pensamiento totalitario encarnado
y dramatizado en los relatos del plano mítico, ideológico o teológico,
simbolizado en las experiencias participativas del plano ritual, y
actuado en los comportamientos del plano ético-político.
Esa lógica subyacente, plenamente consistente con
los rasgos básicos del sistema coránico, determina que la concepción
del mundo islámica aparezca estructurada como una forma de pensamiento
totalitario, por cuanto consagra:
- la indistinción entre política y religión,
- la confusión entre sociedad y comunidad de fe,
- la sacralización del poder total del Estado sobre la sociedad,
- la indiferenciación entre lo público y lo privado,
- la primacía de lo colectivo que anula la individualidad.
En consecuencia, el islamismo opera de modo
totalitario cuando extiende la consideración de sagrado e
intocable al poder regulador de todos los ámbitos y todos los aspectos
de la organización social y la vida personal, hasta el punto de
eliminar todo espacio de autonomía para las realidades humanas. Se
piensa que la economía, la convivencia, la política, los saberes, las
artes, etc. tienen que ser regidos por prescripciones y prohibiciones
"reveladas". Todo queda absorbido en la esfera de una religión
oprimente, que, encima, funda la relación con los otros en la fuerza y
no en el respeto, ni en el reconocimiento, ni en la solidaridad.
Quizá extrañe a algunos que haya personas para
quienes el islamismo pueda ejercer una fuerte seducción. Esto lo hace
en virtud de ciertos elementos semióticos que conlleva, como son: la
ilusión de poseer la verdad absoluta, las fantasías de identificación
con un poder omnímodo, las promesas de botín arrebatado a otros y el
premio del paraíso, la buena conciencia en el comportamiento violento y
el fanatismo, la complacencia en el dominio sobre las mujeres, el
sentimiento de superioridad sobre los infieles.
La lógica del pensamiento totalitario se
despliega poderosamente como una lógica de la sumisión, que
subyuga la vida entera y que culmina en el rechazo de los derechos
humanos, especialmente lacerante en la radical supresión de la libertad
de conciencia y la prohibición de abandonar la religión islámica, acto
calificado de apostasía y que la Ley islámica castiga con la pena de
muerte, como ya se indicó.
Y es que este tipo de sistema aberrante se yergue
siempre que se exalta la creencia en una "realidad última" de matriz
totalitaria. Los términos del lenguaje en que se concibe y expresa son
relativamente secundarios. No importa tanto que se presente como un
monoteísmo islámico, o como una filosofía dialéctica de la totalidad, o
como un supremacismo ario, o como un sectarismo diferencialista
inscrito en cualquier causa.
En perspectiva histórica, esas luchas finales
aparecen ante nuestra mirada como movimientos quiliásticos, cuyas
utopías ciegas y cuyo militantismo agresivo siempre acaban sembrando,
sobre la faz de la tierra, infinitamente más desolación e injusticias
de las que, en sus fantasías revolucionarias, habían pretendido
erradicar.
4. Conclusiones
La hipótesis del origen nazareno del protoislam
parece cada día mejor confirmada. Esa sinuosa y persistente corriente
mesiánica combinaba el rigorismo de la Ley, al modo de los fariseos,
con la lucha armada típicamente zelota y con la espera de Jesús como
mesías guerrero, propia de una secta de judíos cristianos, todo ello en
una teología milenarista cuyo programa incluía estas ideas esenciales:
1) la llamada a la guerra en nombre de Dios; 2) la emigración de los
justos al desierto, reproduciendo el éxodo de Moisés; 3) la conquista
de Jerusalén; 4) la liberación de la tierra de Israel; y 5) la
dominación de los justos sobre el mundo entero.
En un momento dado, bastó con reemplazar al
sujeto histórico elegido, al pueblo judío por el árabe, y reescribir la
historia de la hégira y las batallas de Mahoma, para dotar de una
potente ideología religiosa las conquistas de los primeros califas y
las incesantes guerras de los catorce siglos siguientes. Hasta hoy, el
militantismo musulmán se ampara en esa utopía sacra de aniquilar a los
impíos y conquistar el mundo para el islam. Porque solo ellos serían
los "justos", los elegidos de Dios, investidos con una misión divina y
protegidos directamente por su invencible diestra.
El milenarismo islámico ofrece una descripción
catastrofista, según la cual la historia de las sociedades humanas no
habría sido más que una sucesión de traiciones a Dios y sus profetas.
De ahí que Mahoma anunciara, primero, la venida escatológica del Mesías
para implantar el imperio de los "justos". Y luego, cuando ese plan
inicial se truncó, el protagonismo se transfirió al propio Mahoma, a la
nación árabe y a los creyentes musulmanes, a quienes se les habría
confiado la misión de eliminar el Mal e implantar el Bien (la Ley
islámica), pues Dios les habría otorgado el derecho y el deber de
ejercer un poder absoluto, califal, sobre el mundo entero y para
siempre.
En otras palabras y en síntesis, la concepción
del mundo en el islam se caracteriza como un específico sistema
cultural de signos, que articula una serie de significados o mensajes
fundamentales:
1. Una concepción de la Tierra como creación de un
Dios que se presenta como dueño y señor, al que todo pertenece y
que manda temer y obedecer su voluntad expresada en la Ley,
bajo tremendas amenazas.
2. Una concepción de la sociedad como
colectividad sometida a una dictadura teocrática, que tiene
además la misión política de imponer al mundo la Ley islámica,
aniquilando por la fuerza cualquier disidencia.
3. Una concepción del individuo humano
marcado con la obligación de obedecer ciegamente la "revelación" y
someterse enteramente al poder islámico de la umma y su Ley,
para lo que debe renunciar a su razón y a su libertad
personal.
4. Una concepción de la historia que
implica la ilusión de congelar el tiempo, a partir de ideas
coránicas como la "última profecía", la "revelación" inmutable y la
definitiva victoria del "bien".
En realidad, toda esta visión dogmática supone
para los creyentes cerrar el horizonte a cualquier evolución
humana posterior, sacrificando así el futuro a un pasado que no es más
que un modelo histórico medieval, mitificado por el Corán y la
tradición.
En definitiva, el sistema de ideas mahomético e
islámico se puede compendiar en la concepción coránica del tiempo, que
lo vacía de todo significado intrínseco: una concepción del acontecer
histórico en la que no cabe propiamente una historia de la
salvación, pues, en el fondo, la irrupción mesiánica y
apocalíptica que preconiza implica una negación o un colapso del
devenir temporal. Porque toda la historia anterior no sería sino época
de ignorancia, sin valor alguno. Lo único que da sentido al tiempo,
desde su perspectiva, es su anulación, es decir, sacrificarlo a un
orden absoluto, a la eterna voluntad de un dios plasmada en una ley
intocable.
El Corán imputa a la religión judía
"ocultamiento" y a la cristiana "desviación" con respecto a la única
verdad de la escritura revelada, que Mahoma cree restituir y que, a su
vez, no sería más que la religión de Abrahán, que sería la misma que
Dios habría dado ya a los primeros hombres, desde Adán. Por lo tanto,
en el Corán no hay progreso histórico, sino una imaginaria y completa
regresión al origen.
Para el sistema del islam, todo tiempo pasado
solo es pecado y corrupción, por lo que poco importa destruir la obra
de las demás civilizaciones. El tiempo histórico, hasta aquí, carece de
sentido. Una vez revelado el orden perfectamente justo, toda novedad
conduciría a la perdición. El futuro como innovación está vetado.
Únicamente debe quedar en pie la perpetuación totalitaria del régimen
inalterable de la charía, cuyo fundamento, como hemos visto,
reside en el Corán y en la tradición de Mahoma, base de la
jurisprudencia medieval que los ulemas decretaron en su día. Ahí no
cabe la idea de progreso moral de la humanidad, sino solo la
invariancia de un código atemporal que lo imposibilita. Esto implica
una visión errónea de la naturaleza humana.
Más acá del mito, a todas luces, el Corán es un
producto histórico, confeccionado en un sinuoso proceso, bajo el
estricto control de los califas. No puede ser incuestionable. Hoy día,
ante la crítica racional y la libertad del mundo moderno, el sistema
islámico fundado en el Corán resulta inestable para los mismos
musulmanes y, como obra humana, se vuelve humanamente impugnable.
Reflexiones sobre el islam en
Occidente
En la realidad de los hechos, en el contexto de
los países occidentales, la irrupción y presencia del sistema islámico,
dada su concepción del mundo, hace que se planteen hoy problemas de
largo alcance. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales, los
políticos, los medios y las iglesias se niegan hasta ahora a reconocer
el problema. En Europa y en España la inmensa mayoría de los ciudadanos
no tiene conciencia del hecho de que muy probablemente los fundamentos
de su civilización estén siendo atacados en múltiples frentes. Ante una
islamización abierta, consentida y financiada, solo encontramos
reacciones dispersas, tímidas e ineficientes.
En febrero de 2003, el Consejo Europeo de
Derechos Humanos declaró que la charía es incompatible con
los Derechos del Hombre, debido a la ausencia de pluralismo, al trato
jurídico que da a las mujeres y a sus intromisiones en la vida privada
y pública.
Pero el 25 de octubre de 2018, el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, en Estrasburgo, ratificó la condena a una
mujer austriaca, Elisabeth Sabaditsch-Wolf, por lo que ese tribunal
llama “ataque abusivo contra el profeta del islam”. Esto equivale a
aceptar y legitimar de golpe las leyes islámicas sobre la blasfemia.
¿Continuará vigente la libertad de expresión en Europa?
Habría que tener en cuenta a investigadores como
Amin Aldeeb, el gran islamólogo, que escribe en la advertencia
preliminar a su traducción francesa del Corán, con el fin de ponernos
sobre aviso:
"Invitamos a los lectores a leerlo con un
espíritu crítico y a situarlo en su contexto histórico, a saber, el
siglo VII. Entre las normas que violan los derechos del hombre, que
inspiran las leyes de los países árabes y musulmanes, y que los
movimientos islamistas querrían aplicar, en todo o en parte, señalamos
a título de ejemplo:
- La desigualdad entre los hombres y las mujeres
en el matrimonio, el divorcio, la herencia, el testimonio, las
sanciones y el empleo, el matrimonio de niñas impúberes, y la
circuncisión masculina y femenina practicada en niños.
- La desigualdad entre musulmanes y no musulmanes
en el matrimonio, el divorcio, la herencia, el testimonio, las
sanciones y el empleo.
- El no reconocimiento de la libertad religiosa,
en particular la libertad de cambiar de religión.
- La exhortación a combatir a los no musulmanes,
a ocupar sus países, a imponer a los no musulmanes el pago de un
tributo (yizia) y a matar a quienes no siguen las religiones
monoteístas.
- La esclavitud, la captura de los enemigos y la
apropiación de sus mujeres.
- Las sanciones crueles como la condena a muerte
del apóstata (quien abandona el islam), la lapidación de la adultera,
la amputación de las manos del ladrón, la crucifixión, la flagelación y
la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente).
- La destrucción de estatuas, pinturas e
instrumentos de música, y la prohibición de las artes.
- El maltrato hacia los animales y la matanza de
los perros de compañía" (Sami Albeeb 2019: 3).
No se comprende a esos muñidores de opinión
europeos que, incluso cuando admitan que hay un vínculo entre el
yihadismo y el islam, insisten siempre en que "no se trata del islam en
cuanto tal". ¿Habrán leído alguna vez el Corán?
Como escribía hace años el célebre historiador
Arnold Toynbee, en su obra La gran aventura de la humanidad,
el islam es "culturalmente inasimilable". Si esto es así, ¿no se
integrarán nunca los musulmanes en los países occidentales? Son ellos
mismos también quienes dicen que no.
Desde el ángulo de la historia de las religiones,
se diría que el Corán ha desandado el camino que el evangelio cristiano
había avanzado con respecto al legalismo de la Ley mosaica. Nadie sabe
si habrá musulmanes que emprendan de una vez la azarosa alternativa de
una reforma moderna del islam, quizá tras las huellas del teólogo
pacifista sudanés Mahmud Taha, pero sin tener que exponerse a su
trágico final.
Hoy, en el siglo XXI, cada día más, el musulmán
se encuentra, en su fuero interno, ante el dilema de que no puede
rechazar la modernidad más que recusando su propia racionalidad, su
propia libertad, su propia afectividad, su propio desarrollo personal.
Aunque tantos se nieguen a reconocerlo, el hecho
es que, para los inmigrantes en Europa, la religión islámica opera de
forma retardatoria, ya que se convierte en un mecanismo que obstaculiza
la adaptación a las sociedades occidentales. En efecto, constituye
el principal factor de conflictos recurrentes con el entorno
sociocultural, a causa del carácter teocrático inherente a la
estructura del espíritu islámico, en esencial e insoslayable fricción
con el espíritu ilustrado y con los más básicos principios democráticos.
Anexo: unas breves nociones sobre el
nazarenismo
El movimiento nazareno era una rama
judeocristiana, expandida por Siria, Palestina y Arabia en los albores
del siglo VII, que se caracterizaba por un mesianismo radical, en la
línea de los antiguos zelotas (cfr. Gallez 2005). Se consideraban a sí
mismos como los únicos verdaderos herederos del judaísmo y de Jesús,
los únicos "puros" y "justos". Según su doctrina, Jesús era el mesías,
más que un profeta, pero no el hijo de Dios. Habría escapado a la
crucifixión y Dios lo había elevado al cielo, de donde iba a descender
un día para encabezar el ejército de los "justos" y conquistar la
tierra. Concebían, pues, a Jesús como un mesías conquistador e
instaurador de un reino de justicia. Ellos creían ser los instrumentos
elegidos, los protagonistas guerreros de la liberación de Israel y la
reconstrucción del templo, mediante la cual esperaban acelerar el
retorno del mesías. Entonces, este, al frente de las milicias de los
"justos", masacraría a los pueblos injustos y los sometería a su
servicio, imponiendo en el mundo un imperio de justicia universal. En
él, sus adeptos dominarían como señores de una tierra liberada del mal,
en un mundo perfecto, al estar regido por la ley de Dios.
A este movimiento nazareno, debió pertenecer el
clan de Mahoma, él mismo y sus seguidores sarracenos, en la fase del preislam,
cuando los nazarenos, de etnia judía, estuvieron aliados con sus
vecinos árabes como tropas auxiliares aguerridas. Por entonces, habían
entrado en acción predicadores en lengua árabe, como Waraqa Ibn Nawfal,
que, junto con el propio Mahoma, adoctrinaron a las tribus árabes con
los relatos mesiánicos y milenaristas. Emprendieron sucesivas
tentativas bélicas, algunas adversas como la batalla de Muta, el año
629, donde vencieron los bizantinos. En otras vencieron ellos, como en
la campaña de Gaza (año 634), y lograron por fin tomar Jerusalén, en el
637, realizando una primera reconstrucción el templo. Según la teología
nazarena, Jesús debía regresar como mesías armado para acaudillar la
conquista del mundo. Pero el mesías no apareció. Pocos años después,
quizá por la decepción subsiguiente a la incomparecencia mesiánica, se
produjo la ruptura de la alianza. Los jefes militares árabes, dueños ya
del Próximo Oriente, se volvieron violentamente contra los nazarenos y
asumieron como propio el proyecto mesiánico, calificándose a sí mismos
como los nuevos elegidos por Dios para dominar el mundo. A partir de
ahí, se produjeron las mutaciones que crearon el primer islam,
entre guerras civiles por el control del poder y la rivalidad por
asentar la nueva legitimación religiosa. Entonces nacieron los primeros
conceptos propios de lo que, más tarde, se llamaría islam: el califa
como lugarteniente de Dios, el libro sagrado árabe, la ciudad santa
árabe, la revelación específica de Dios al pueblo árabe, la exaltación
de la figura de Mahoma como profeta. Por tanto, fue ya en época califal
cuando el islam reemplazó al nazarenismo. La elaboración completa del
islamismo se prolongaría largo tiempo, por lo menos durante doscientos
años, siempre bajo supervisión de los califas, al tiempo que se hacían
desaparecer todos los documentos árabes anteriores al siglo IX y se
borraban las huellas del pasado nazareno. No obstante, quedan menciones
de los "nazarenos" en el Corán, sobre todo en los capítulos 2 y 5, a
veces dando pie a confundirlos con los cristianos (cfr. Gallez 2008,
Segovia 2010).
Notas
1. En
la frase que se suele traducir como "Mahoma enviado de Dios" (Muḥammad
rasūl Allāh), es controvertido el significado del término muḥammad,
que sería el "alabado" o "bendito", o quizá "bienamado". Se aducen dos
posibles explicaciones. La primera señala el hecho de que la frase
coincide con la utilizada, tanto por los cristianos como por los
nazarenos, en alabanza a Jesús, con el significado de "Bendito el
enviado de Dios", y es literalmente la que aparecía ya entonces en la
traducción árabe del evangelio, cuando la multitud aclama a Jesús en su
entrada triunfal en Jerusalén, diciendo: "Bendito el que viene en
nombre del Señor" (Mateo 21,9). La segunda interpretación, sugiere que
es una alusión simbólica a la figura de un enviado de Dios que
combatiría a los persas y los romanos, anunciada en el libro del
profeta Daniel (9,23). Ese personaje se designa con la locución hebrea ish
hamudot ("bienamado" o "predilecto"), que trasladada al árabe
daría por resultado precisamente: Muhammad (cfr. Reynolds
2011, Dye 2016).
2. Un
siglo después de la hégira, todavía no se llamaba "musulmanes" a los
adeptos de Mahoma, que ya habían invadido y subyugado vastos
territorios. Eran conocidos con varios gentilicios, como ismaelitas,
sarracenos o agarenos, pero en especial con un nombre extraño: "los
emigrados" (mahgraye, en siríaco, traducido al árabe como muhaŷirun),
en alusión a los que protagonizaron la hégira. Ahora bien, para
entender el sentido de esto, hay que cuestionar la manera tradicional
de explicar la hégira, como irse de La Meca a Medina. El trasfondo
probablemente más histórico y real apunta a la huida de Mahoma y los
suyos, escapando de las huestes del emperador bizantino Heraclio, hacia
el desierto de Arabia, a Yatrib, para regresar más tarde, persistiendo
en el mito milenarista, con el vehemente empeño de conquistar la tierra
santa. En el propio Corán, descubrimos rastros de esa historia, así
como un uso abundante de la denominación "los emigrados" (esto es, los
de la hégira). Tal designación aparece más de veinte veces, diez de
ellas complementada con la idea de que emigraron "en el camino de
Dios",
exactamente la misma apostilla que se agrega con frecuencia al término
yihad. Ambos aspectos pueden encadenarse: "Los que han creído, y los
que han emigrado y combatido en el camino de Dios, estos esperan la
misericordia de Dios" (2,218). Así, pues, la peregrinación, al igual
que la "emigración", tanto en sentido mítico como pragmático, significa
movilizarse para el combate por la causa de Alá.
3. No sé
si será consecuencia de ese ardid del camuflaje el hecho de que aún no
he encontrado, en España, una sola publicación musulmana, revista,
libro, sitio de Internet y hasta máster universitario donde no se
maquille la doctrina, donde no se oculten o distorsionen los mismos
acontecimientos históricos, donde el espíritu crítico no esté
palmariamente ausente. Por ejemplo, hay un sedicente "feminismo
islámico", que no pasará de ser una farsa, mientras sus promotoras
sigan reverenciando el texto sagrado como intocable. Lleva razón el
sabio Amin Aldeeb (https://blog.sami-aldeeb.com/),
cuando nos aconseja que hay que saber, para no dejarse engañar.
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chronologique selon l'Azhar avec renvoi aux variantes, aux abrogations
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