Los dilemas del
islam
5. Tendencias
del
islam en el mundo moderno
PEDRO
GÓMEZ
|
1. La actitud ante los derechos humanos universales
2. Los tipos de discurso de los
musulmanes en Internet
3. Las vías para una renovación
islámica ante la modernidad
Una manera accesible de rastrear las
tendencias que hoy se agitan en el seno del islam es la navegación por
el
ciberespacio. Las tecnologías de la información y la comunicación han
proporcionado instrumentos inesperados para la predicación y la
expansión del
islam. En especial, las páginas de Internet, con su virtual ubicuidad,
han
aportado una forma inédita de presencia universal y un medio para el
adoctrinamiento. Encontramos infinidad de sitios digitales, en los que
se
reflejan las orientaciones, escuelas y sectas islámicas más dispares.
Todos
ellos presentan un potente afán proselitista y, a poco que uno se
entrene, no
resulta difícil detectar el disfraz amable y eufemístico mediante el
cual
intentan atraer nuevos adeptos. La cantidad de documentación, textos,
libros,
audios y videos disponibles es ingente, en diversas lenguas, muy
abundante en
inglés, pero también en español. El estudio de estos sitios de Internet
daría
base para conocer más a ampliamente los mundos del islam, sus puntos en
común y
los insalvables abismos que separan las sus creencias y las prácticas
sociopolíticas que llevan anejas. Pero no es este mi objetivo aquí.
Del enorme
abigarramiento, la dispersión de
opiniones y las guerras implacables entre unos foros y otros, solo
intentaré un
breve muestreo, con el objeto de subrayar unos cuantos rasgos
representativos
de los diversos sectores islámicos y sus dispares sesgos, todos los
cuales
tienen su repercusión en nuestro medio sociocultural. Aunque por igual
se
identifican, expresa y reivindicativamente, con el Corán, Mahoma y eso
que
designan con la palabra «islam», parece obvio que sus narrativas
divergen y se
polarizan en torno a sistemas de ideas bastante contrapuestos.
Pero, antes de
presentar una síntesis de las
incursiones llevadas a cabo por Internet, me parece de suma importancia
examinar algo que está implicado y en juego por todas partes, marcando
el sesgo
de los discursos, algo que constituye la piedra de toque de
toda
verdadera modernización: la actitud adoptada por los musulmanes con
respecto a
la declaración universal de los derechos humanos.
1.
La actitud
ante los derechos humanos
universales
La pregunta no es
retórica: ¿son compatibles
los derechos humanos con el islam ortodoxo? La realidad es que, en el
mundo
musulmán, en los últimos treinta años, se han promulgado tres
documentos como
pretendida alternativa a la Declaración universal de derechos
humanos,
de 1948. En efecto, en 1981, el Consejo Islámico de Europa, una
organización no
gubernamental, con sede en Londres, elaboró y difundió la
Declaración
islámica universal de los derechos humanos,
en la que se niegan las libertades individuales.
Nueve años más
tarde, en 1990, la
Organización de la Conferencia Islámica aprobó la Declaración de
los
derechos humanos en el islam, llamada Declaración de El Cairo, que se
sitúa también al
margen del consenso universal, excluye varias de las libertades
individuales
básicas, discrimina algunos derechos en función de la religión y
establece la charía
o ley islámica como fuente principal de los derechos y como única
fuente de
referencia para su interpretación. De manera compulsiva, desean evitar,
sobre
todo, el artículo 18 de la declaración universal, que dice: «Toda
persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este
derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la
libertad
de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente,
tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia».
De tenor no menos
cuestionable es la Carta
árabe de derechos humanos, de 1994, adoptada por resolución del
Consejo de
la Liga de los Estados Árabes, algunas de cuyas disposiciones no son
conformes
con las normas internacionales, según observa la propia ONU; por
ejemplo, la
discriminación de las mujeres y los no ciudadanos, la pena de muerte
para los
menores y la condena del sionismo en términos racistas. ¿No es un
verdadero
ultraje a la humanidad? Lo menos que cabe decir es que estos documentos
resultan sectarios: desprecian gravemente el consenso intercultural en
el que
se basan los instrumentos internacionales de derechos humanos;
introducen una
discriminación intolerable contra los no musulmanes y las mujeres;
adolecen de
un carácter deliberadamente restrictivo con respecto a derechos y
libertades
fundamentales, hasta el punto de que hay estipulaciones más retrógradas
aún que
las normas jurídicas vigentes en algunos países musulmanes; asumen, en
nombre
de la charía islámica, la legitimidad de prácticas como los
castigos
corporales, que vulneran la integridad y la dignidad de cualquier ser
humano.
Estos documentos,
incompatibles con la Declaración
universal de los derechos humanos, no provienen de ninguna
organización
extremista, ni de unos ulemas salafistas, sino de organizaciones
internacionales musulmanas, normales y supuestamente preocupadas por
los
«derechos humanos», que creen que su propia formulación es superior a
la de la
ONU y que debería extenderse a la humanidad entera.
El celo en defensa
de la intangibilidad de su
religión es tal que la Organización de la Conferencia Islámica, que
agrupa 57
países musulmanes, muchos de los cuales tienen tipificado en el código
penal el
delito de blasfemia, castigado con penas que oscilan entre una multa y
la
muerte, lleva tiempo, desde 1999, intentando que la ONU apruebe una
resolución
contra la «difamación religiosa». Lo que pretenden es disponer de una
norma
internacional para combatir la blasfemia, «la execración de los libros
sagrados, los lugares santos y los símbolos religiosos y las
personalidades
veneradas de todas las religiones». Un claro intento de yugular el
derecho a la
libertad de expresión, enunciado en el artículo 19 de la Declaración
universal.
La razón de fondo,
antropológica y teológica,
de este atolladero comunitarista del islam mayoritario es que, en el
sistema de
pensamiento coránico tradicional, está ausente la idea de humanidad
como
unidad fundamental de todos los seres humanos, ya que los concibe
esencialmente
escindidos entre musulmanes y no musulmanes y solo unificables bajo el
sometimiento a Alá. Esto impide la aceptación abierta de unos derechos
humanos
universales y, probablemente, hace casi imposible avanzar hacia un
acuerdo
sobre una ética universal. En última instancia, el infiel no es sujeto
de
derechos ni digno de respeto.
Así las cosas, si
pensamos en nuestro
contexto cercano, ¿es sensato abrir las puertas sin condiciones y no
preocuparse, en absoluto, por las actuaciones de esas redes que traman,
de
palabra y obra, la liquidación de los valores, costumbres e
instituciones de
Europa? Dejémonos de ilusiones. El fenómeno de la inmigración musulmana
no
plantea un problema normal de inmigración, pues trae consigo
inevitablemente un
problema de religión. Pero tampoco es un problema normal de religión,
porque
esta religión, en su forma dominante, conlleva un problema
sociopolítico
inherente y no resuelto: la creencia firme e indiscutible en la
supremacía de
la ley religiosa islámica sobre las constituciones políticas de los
Estados
democráticos y sobre cualquier otro poder de este mundo.
En fin, las
diferencias de credo no son algo
irrelevante para el futuro de Europa. Acaso parezcan insignificancias a
los
ojos de una mentalidad laica, tan arrogante como superficial e
ignorante en
materia de religión, porque no se alcanza a ver la imbricación entre la
visión
del mundo y la evolución social. Ahora bien, las matrices simbólicas
moldean la
visión de la realidad y tienen importantes consecuencias a largo plazo.
A
manera de ejemplo, pongamos uno que sugiera lo sofisticado que esto
puede ser,
comparando un aspecto referente a la concepción de la «palabra» divina.
No es
lo mismo mantener, en el plano simbólico, como hace el cristianismo,
que la Palabra
(logos, razón) emergió en la historia como hombre, en Jesús, que
creer,
al modo islámico, que la Palabra (más voluntad que razón) se hizo libro
en el
Corán. En el primer caso, las escrituras neotestamentarias se entienden
como
registro de la experiencia humana y dejan el tiempo histórico abierto a
la
acción del Espíritu en el futuro. Para el islam, en cambio, la
escritura
coránica constituye la revelación literal de Alá y se pretende
inmutable y
definitivamente cerrada, como un corsé que somete para siempre lo
temporal a lo
eterno. De esta sutileza, se llegó a deducir históricamente suficiente
fundamento coránico para renegar de la racionalidad, rechazar la
filosofía y
reducir todo discurso teológico a jurisprudencia.
De ahí lo
problemático del «regreso a las
fuentes», porque, en la medida en que se consideran intocables, puede
desembocar fatalmente en una eterna reconstitución del fundamentalismo
y en un
legalismo extremo. Y para remacharlo, según la tradición de los
hadices, toda
innovación interpretativa está anatematizada, como perdición que
conduce al
infierno. Un oscuro maleficio parece operar en ese enfoque, como si
toda
tentativa de modernización estuviera destinada a producir un
cortocircuito y un
apagón mental. Incluso los musulmanes moderados y algunos
modernizadores
semiliberales sucumben ante un temor reverencial, que les impide
plantear los
derechos humanos fuera de la esfera religiosa. Así, quedan atrapados en
una
táctica de interpretación manipulada del Corán, mal concebida, en un
intento
fallido por convencernos de que el verdadero islam es perfectamente
compatible
con la declaración universal. Al final, no pueden soslayar el hecho de
que el
islam ortodoxo de la mayoría es incompatible con los derechos humanos,
a menos
que se realice una auténtica reforma. Los fundamentalistas islámicos
han tomado
todos sus principios de los textos del Corán, los hadices y la
tradición: de
ahí han extraído una ideología totalitaria, refrendada por la inmensa
mayoría
de los juristas musulmanes. Por consiguiente, el debate sobre los
derechos
humanos solo hallará solución con dos condiciones. La primera, si se
traslada
del ámbito religioso al ámbito del Estado laico, lo que exige la
separación
entre la mezquita y el Estado, y circunscribir el islam a la vida
personal de
los individuos. Pero esto no basta. Es necesario, además, fundamentar
esa
separación, mediante una crítica que impugne los principios centrales
de la charía,
de tal modo que se abandone definitivamente cualquier pretensión de que
la «ley
islámica» regule los problemas temporales o civiles del musulmán.
2.
Los tipos de
discurso de los
musulmanes en Internet
En medio de la gran
cantidad de páginas
islámicas del ciberespacio, cada una con su orientación, en España
destaca como
la más prestigiosa, Webislam - Comunidad Virtual,
que se manifiesta más aperturista, plural y flexible, con un enfoque
pretendidamente moderno, si bien algo ambigua en su modelo de «vuelta
al
Corán». Publica bastante información actualizada, al modo de un
periódico
digital. Si prescindimos de los asuntos verdaderamente importantes y
polémicos,
se esfuerzan por presentar una versión del islam lo más razonable
posible. Son
los discípulos de Mansur Escudero, fallecido el 3 de octubre de 2010.
La mayoría de los
demás sitios islámicos en
español, que se pueden visitar, plasman las muchas facetas de una
ortodoxia
irremisiblemente acartonada, fracturada en mil pedazos por la historia
y sus
conflictos, anclada en un estado arcaico, apenas maquillado en su
presentación
por la modernidad de la tecnología y el diseño digital. Denotan
tradicionalismo
y dogmatismo a machamartillo. Entre unas páginas y otras se observan,
en
seguida, dos derivaciones diametralmente opuestas: las que ofrecen al
visitante
una visión idílica, edificante, edulcorada y paradisíaca del islam,
frente a
otras que propugnan un islamismo agresivamente crítico y beligerante
contra «el
sistema» y contra Occidente.
Una muestra del
islam idílico y
espiritualista la podemos encontrar en Islamenlinea.com. En la
portada de este sitio, se distribuyen los principales temas
relativos
al islam, a los que se les da un tratamiento tan idealizado que uno
sospecha y
descubre pronto la cosmética. Los capítulos presentados, aparte de un dossier
sobre los beneficios espirituales y sociales del ayuno, son:
Introducción al
islam. El islam y la sociedad. El profeta Muhammad. La mujer musulmana.
La
conversión al islam. El paraíso y el infierno. El Corán y la ciencia.
La
ciencia y la creencia. El islam y la salud. El islam y el cristianismo.
El
islam frente al terrorismo. Al final, como obsequio, te dicen tu nombre
en
árabe, gratis... a condición de que les des el número de tu teléfono
móvil.
Permiten descargar una treintena de libros, con títulos tales como: El
mensaje del profeta Muhammad, Milagros del Corán, Las
virtudes
del sagrado Corán, Los milagros de la creación de Dios, El
islam
como un modo de vida, etc.; pero también con una militancia
claramente
anticientífica: El engaño del evolucionismo, Los desastres
producidos
por el darwinismo, El colapso de la teoría de la evolución,
El
Corán indica el camino de la ciencia... De la misma orientación es
el
portal Islam para Todos, que
ofrece abundante material en libros y vídeos.
Otro sitio que no
se limita a reflejar la
tradición, sino que se propone hacerla viva de manera combativa es ZamzamWeb -
ZamZam - Una fuente de conocimiento. Su mirada se centra en
la actualidad: «En esta página, queremos
analizar y
tratar los hechos que atañen a la comunidad musulmana de España,
específicamente, en el desarrollo de nuestra ingente tarea manifestada
en dos
dimensiones fundamentales: el comprender correctamente el Islam; y
practicar el
Islam de una manera coherente y consecuente a nuestra época y nuestro
entorno».
Sus artículos y vídeos incorporan los tópicos consabidos del
izquierdismo
antisistema, apoyando toda clase de campañas políticas: contra Estados
Unidos,
contra Israel, contra la Organización mundial de la Salud, contra el
cristianismo, contra los símbolos religiosos en las instituciones del
Estado
español, contra la tauromaquia, contra el capitalismo, a favor de
Hamás, a
favor del velo islámico, a favor de ETA, a favor del castrismo cubano,
a favor
de Hugo Chávez, a favor de la teoría conspirativa de que los atentados
del 11-M
de 2004 en Madrid no fueron obra de islamistas...
En resumen, las
incursiones por los sitios
islámicos de Internet nos dan cierta idea, pero dejan pendiente la
tarea de
investigaciones más pormenorizadas. Habría que analizar los discursos y
tratar
de correlacionarlos con las actuaciones o prácticas efectivas. Porque
una cosa
es lo que se dice y otra lo que se hace, sobre todo cuando lo primero
cumple la
función ideológica de camuflar lo segundo. Por ejemplo, se habla de la
igualdad
de derechos de la mujer musulmana, dentro de una campaña de
movilización a
favor del velo islámico. Se hace una declaración pública aceptando los
principios de la sociedad democrática y, a continuación, se funda un
partido
político exclusivamente para musulmanes. Se encomia la importancia que
el islam
otorga a la ciencia, para luego encerrarse en la «ciencia del hadiz»,
rechazando la física y la biología modernas.
No obstante, en
plan de hipótesis, intentaré
esquematizar las posiciones detectadas, en cuanto a la doctrina y la
ideología
manifiesta. En general, el discurso teórico de las páginas musulmanas
denota la
tendencia a la que se adscriben, aunque no será raro encontrar, a
veces, una
amalgama de planteamientos, quizá porque la racionalidad tenga para sus
autores
escasa importancia. Una disección sumaria de muy diversos sitios
islámicos nos
puede llevar a distinguir, simplificando, cuatro tipos de discurso.
El primero es el discurso
de la
idealización del islam, sea cual sea. Este rasgo, que concibe el
sistema
islámico como absolutamente maravilloso, está omnipresente; pero
caracteriza
sobre todo a las presentaciones del islam tradicional, que trata de
soslayar
todo radicalismo. Algunos lo reducen prácticamente a folclore
religioso, a un
ciclo de fiestas y costumbres que no comprometen a nada y son
políticamente
inocuas. Otros insisten en que el islam es una religión de paz y
armonía
espiritual; que Alá, clemente y misericordioso, es bondadoso con toda
la
humanidad; que Mahoma era un dechado de virtudes humanas y que amaba
tiernamente a los niños; que el Corán protege la igualdad de las
mujeres, que
es el gran defensor de la tolerancia religiosa, que ya previó los
descubrimientos científicos modernos, etc. Este discurso, casi siempre
conservador, se nota elaborado de manera un tanto artificiosa: edulcora
lo
desabrido, disimula o calla lo inconveniente, falsea a veces el
significado de
las citas coránicas. En el fondo, parece como si esa estética suave
revelara
una mala conciencia, que indirectamente rinde tributo la superioridad
de los
valores modernos, del humanismo, la tolerancia política y religiosa, la
igualdad de derechos, las libertades, la ciencia y la razón crítica
como
valores universales; siendo así que tales valores no se contemplan ni
en la
doctrina ni en la práctica de la tradición islámica, y tampoco no se
encuentran
al profundizar en los contenidos de esas páginas.
El segundo podemos
llamarlo discurso de
retorno al islam puro. Observamos aquí un proyecto de regreso a la
imaginaria perfección de los orígenes, no al espíritu, sino a la
materialidad
de los comportamientos. La fe de todos los musulmanes mira al islam del
Corán,
a los hadices y a la doctrina de las escuelas jurídicas, pero suelen
ser los
más fanáticos los que ansían un islam más «puro», el islam de los
antepasados
(salafismo), el islam de los califas rectamente guiados, el de Medina¼ Así, irrumpe el fundamentalismo islámico con
múltiples rostros: los wahabíes de Arabia saudí, los cofrades qutbíes
de
Egipto, los maududíes de Pakistán, los jomeiníes de Irán, los talibanes
de
Afganistán, los alqaedíes y los yihadistas de toda laya. Las ideas que
difunden
parten de una crítica al estado de degradación de los países
musulmanes, así
como a la maldad intrínseca de los no musulmanes. Legitiman la
violencia, en
nombre de la supremacía del islam, y convocan a una yihad contra los
regímenes
corruptos de los países musulmanes y contra Occidente. Intentan
restaurar la
ley islámica con su apabullante ordenancismo y su panoplia de castigos
corporales y asesinatos rituales en nombre de Alá. En fin, algunos
aspiran a
resucitar el califato. De esta manera, una mitología surgida de la
historia
devora la historia, sacralizando un momento fundante, que se pretende
arquetipo
al que todo momento ulterior debe plegarse. El «camino recto» resulta
ser
circular: una vuelta incesante y obsesiva a la supuesta perfección de
unos
orígenes santificados, absolutizados, idealizados hasta el delirio, lo
que, al
parecer, otorga el derecho a su imposición violenta. La expresión
«revolución
reaccionaria» es adecuada. La meta es derribar el orden establecido,
para
instaurar otro fantasiosamente más justo y bendecido por Alá; pero que,
en los
hechos, se mostrará tan primitivo, punitivo y opresor como el de los
ayatolás o
el de los talibanes.
El tercer tipo es
el discurso de
adaptación de la modernidad al islam. Esta opción pretende servirse
de los
logros modernos para revitalizar el proyecto islámico. Se trataría, en
cierto
modo, de una renovación que actualiza las apariencias y el lenguaje, a
fin de
preservar el contenido ortodoxo y mantenerlo a salvo de todo
cuestionamiento real.
Semejante planteamiento lo encontramos sobre todo en Europa, en
corrientes
«modernizadoras» en el orden de los medios tecnológicos y los recursos
retóricos, y parcialmente en política. Próximos a este discurso se
muestran los
portavoces de la Junta Islámica de España. Y también el conocido Tariq
Ramadan,
quien deja bien sentado, con sus escritos conspicuamente ambiguos
(1999, 2003,
2008), que de lo que se trata es de «islamizar la modernidad», no de
modernizar
el islam. Este enfoque se aleja del modo de hablar arcaizante, típico
de la
mayoría de los musulmanes; exhiben propósitos de renovación y
adaptación a los
tiempos; hablan de diálogo con la sociedad moderna y defensa de los
derechos
humanos; teorizan sobre un feminismo islámico y son partidarios de la
creación
de una escuela de jurisprudencia islámica europea. Claro está: todo
ello,
sobreentendiendo subliminarmente la inmutabilidad de las estipulaciones
clásicas del islam. Las cuestiones verdaderamente problemáticas,
concernientes
a las libertades individuales, la democracia laica, la racionalidad
libre y la
ciencia evolucionista, las eluden o disimulan sibilinamente. Es
sintomática su
manera específica de «vuelta al Corán», con la que parecen dar a
entender que
allí van a descubrir una fuente de regeneración liberadora.
Reinterpretan
algunos pasajes, en términos acordes con la mentalidad moderna, pero
jamás
aceptan una disquisición o un análisis crítico según los cánones
comúnmente
utilizados para el estudio de textos similares. En realidad, para
ellos, el
mensaje coránico es compacto, intangible, incuestionable y apenas
entreabren
una rendija a una interpretación que se esfuerza por hacer decir al
texto
ciertos conceptos del todo anacrónicos en él. Así, no solo se arriesgan
a que
otros correligionarios los acusen airadamente de innovación y
desviación, como
ya ha ocurrido; tampoco consiguen poner de manifiesto una honestidad
intelectual que nos resulte creíble.
Por último, aunque
la verdad es que
encontramos mucha menos presencia en la red, hay un discurso de
reforma
moderna del islam, abierto a la incorporación de los logros de la
modernidad, la Ilustración, la ciencia y la democracia. Se diría que
quizá sean
los únicos que confían de verdad en su fe, pues no piensan que
semejante
apertura vaya a destruir la esencia del islam. Son los pensadores,
teólogos,
filósofos, científicos y periodistas musulmanes decididos por el
reformismo.
Poco visibles, pero están ahí, en esta época en que el islamismo
radical lo
tiene mucho más fácil, para alardear de ser el islam verdadero.
¿Quién se atreverá
a hacer normal en el mundo
islámico y entre los musulmanes lo que es normal en el resto del mundo?
Son los
que tratan de abrir camino al pensamiento reformador. Han desterrado la
apologética mendaz y la untuosa santurronería de los tradicionalistas,
así como
el odio sarraceno de los yihadistas, para emprender apasionadamente el
análisis
histórico-crítico del Corán, los hadices y la zuna. Tratan de
contextualizar
históricamente y relativizar a Mahoma y sus «revelaciones»; plantear la
separación entre religión y política, renunciando al yihadismo y a la
pretensión de hegemonía islámica. Reconocen la igualdad de toda persona
humana,
creyente o no, hombre o mujer, asumiendo sin restricción los derechos
humanos
universales. Este discurso reformador busca discernir cuales son los
elementos
válidos del mensaje, de modo que este se pueda liberar de las
excrecencias
negativas de la propia tradición. Para ello, intentan desmontar
críticamente,
con paciencia histórica, infinidad de construcciones teóricas y
prácticas,
junto con sus justificaciones falazmente racionalizadoras, carentes ya
de
sentido para una conciencia moderna.
Ahora bien, los
tres primeros discursos, el
de la idealización del islam tradicional, el del retorno al islam
«puro» y el
de la adaptación superficial a la modernidad, coinciden, si bien en
distinto
grado, en el rechazo de la sociedad moderna, ilustrada y liberal. Cada
uno a su
modo, da prioridad absoluta al sistema islámico, como horizonte
irrebasable
para la humanidad. Ninguno de ellos pone en cuestión las fuentes
islámicas y
las interpretaciones sustanciadas en la edad media. Por ese camino, los
musulmanes no se podrán adaptar a la sociedad mundial y, donde estén,
se
enquistarán como un escollo permanente en los procesos de convivencia
nacional
y de unificación planetaria. Solo queda la esperanza en el porvenir del
cuarto
discurso, en la posibilidad de que se produzca una verdadera evolución
desde
dentro, en la eventualidad de una reforma endógena del islam, genuina y
sin
subterfugios.
3.
Las vías para
una renovación islámica
ante la modernidad
No cualquier
objeción a algún aspecto del
islam puede ser tachada de islamofobia, a menos que sean también
islamófobos
todos los intelectuales musulmanes que han postulado la necesidad de
adaptación
y reforma de su religión. Han sido y son muchos los que han sentido la
urgencia
de renovar o revitalizar el islam, aunque el modo de hacerlo sea muy
dispar,
unos idealizando el pasado, otros ideando el futuro. Encontramos
personalidades
favorables a alguna clase de cambio, sea desde posiciones retrógradas,
moderadas o progresistas. Unos pocos se han atrevido a plantear la
cuestión de
fondo: la modernización y reforma del islam como tal, lo que implica
una nueva
exégesis crítica de los textos sagrados en su contexto, discernir qué
preceptos
son coyunturales o secundarios y cual es el mensaje central del
islamismo
primigenio.
Todos los que
buscan la renovación deberían
empezar por analizar la propia historia, ver que la tradición islámica
no
siempre ha sido monolítica y cómo, a lo largo de las épocas, se han
sucedido
varios paradigmas distintos, que se han adaptado a los tiempos
y han
repensado y reformulado el núcleo del mensaje en nuevas formas de la
teología,
la ética y la política. Pero la interpretación de la historia suele
estar ya
constreñida por las opciones del presente.
Al sobrevenir las
revoluciones de la
modernidad, lo que ocurrió fue que los mundos del islam continuaron
ensimismados bajo el paradigma de ulemas y sufíes. Las
respuestas de las
sociedades musulmanas ante el desafío de la modernidad resultaron
tímidas y no
se manifestaron visiblemente hasta el hundimiento del Imperio turco
otomano. En
algunos países musulmanes, la respuesta tomó forma de una reacción a la
defensiva y surgieron los fundamentalismos. No han faltado iniciativas
de
transformación, pero, en conjunto, la construcción del paradigma de
la
modernización islámica continúa siendo muy problemática e
inestable. Esta
es quizá la principal tarea pendiente para el islam presente y futuro.
¿Qué
vías se esbozan o están en marcha, en este debate necesariamente
intramusulmán?
En una mirada
panorámica, podemos contemplar
que las respuestas islámicas al modernismo se juegan actualmente entre
tres
estrategias distintas, encaminadas por tres vías divergentes. El punto
de
partida es, en todos los países musulmanes, el fracaso del islam
tradicional
mayoritario; un fracaso experimentado tanto en las monarquías
autocráticas
como en las repúblicas laicas y socialistas. En efecto, la modernización
laicista o secularista condujo, tras la Primera Guerra Mundial, a
la
constitución de la República de Turquía (1923); a su modo, se ensayó en
Persia
(1925). Después de la Segunda Guerra Mundial, se amplificó con la
independencia
nacional y el establecimiento de gobiernos laicos, en una serie de
países
musulmanes significativos: República de Indonesia (1949); República
Árabe de
Egipto (1952); República de Túnez (1957); República Argelina
Democrática y
Popular (1963) con el socialista Frente de Liberación Nacional;
República Árabe
Siria (1963) y República de Irak (1968) con el partido Baaz. Un rasgo
común en
todos estos casos estriba en la separación del poder estatal con
respecto al
islam. Este fue marginado, al juzgarlo como un factor arcaico a
extinguir, sin
mucha importancia en una sociedad que pretendía ser moderna y
desarrollarse.
Pero la religión, abandonada a su suerte, permaneció como una rémora
del islam
tradicional en la vida de la mayoría de la gente. Cuando, más tarde,
las
iniciales aspiraciones democráticas se pervirtieron en sistemas
dictatoriales,
ese factor religioso mostraría el peso social del tradicionalismo o
fermentaría
en movimientos fundamentalistas como el de los Hermanos Musulmanes y
otras
organizaciones islamistas. Dieron la cara, tan pronto como la situación
ecológica, demográfica, económica y educativa se hundió en una crisis
endémica,
la corrupción política interna clamó al cielo y la sociedad se sintió
profundamente
frustrada. Habían caído en el error de no darle la importancia debida a
la
religión, como una pieza clave del sistema social, que cumple una
relevante
función histórica. En ninguna parte se había articulado socialmente un
islam
progresista; solo estaban organizados los islamistas, cuya gama
oscilará entre
la moderación del realismo político y el fanatismo sectario.
En resumen, la
modernización laicista había
introducido la independencia del Estado con respecto al islam; pero, al
no
tocar para nada la religión musulmana, no acertó a modernizar la
sociedad más
que superficialmente. Bajo la superficie, se gestaba el islamismo
fundamentalista (una mezcla de credo, identidad cultural, acción social
y
política), al que tuvo que enfrentarse, ante el que ha sufrido
derrotas, o con
el que ha tenido que pactar. El modelo secularista ya no tiene mucho
que hacer,
porque el retorno de la religión se ha convertido en un problema
insoslayable y
de primera magnitud.
Por consiguiente,
tras la experiencia
histórica del siglo XX, observamos que las vías de evolución que se
muestran
activas, y que también están haciendo progresos en Europa, se reducen a
tres:
– La vía del fundamentalismo
islámico y su revolución
islamista, que opta por una severa ortodoxia y por la conquista del
poder
político, para instaurar la ley islámica, evidentemente sin modernizar
la
religión.
– La vía de la aclimatación
del islam tradicional en la
sociedad moderna, con adaptaciones superficiales y semiliberales,
manteniendo
prácticamente intacta la tradición.
– La vía de la reforma
del islam, que asume la modernización
democrática de la sociedad y, al mismo tiempo, propugna la
reconstrucción del
pensamiento y la religión islámicos. Esta última aparece, más bien,
como una
posibilidad difícil y dispersa.
En primer lugar, el
fundamentalismo tuvo
inesperadamente oportunidad de irrumpir, hace cuatro décadas, y llevar
a cabo
la revolución islamista. En el ámbito del chiismo, la
revolución
arcaizante del ayatolá Jomeini en Persia, instauró la República
Islámica de
Irán (1979), restauró la ley islámica en la sociedad, al tiempo que
proseguía
la modernización tecnológica, ya emprendida por el sah. Impuso un
control
absoluto del clero chií sobre el Estado, reprimiendo a sangre y fuego a
las
otras organizaciones políticas y los movimientos democráticos. Diez
años
después, en el ámbito suní, los talibanes vencieron en una guerra civil
y
lograron crear la República Islámica de Afganistán (1989), imponiendo
la charía con una brutalidad despiadada. Por otro lado,
podemos ver avances del
islamismo revolucionario, que en el fondo entraña una regresión
islamista,
en la dictadura fundamentalista de Pakistán, en el gobierno islamista
radical
de Sudán y en la extensión de la organización terrorista Al Qaeda por
el
Magreb.
Sin embargo, la
salida fundamentalista deja
irresuelta la problemática del encaje del islam en la sociedad moderna.
Parece
claro que los musulmanes no tienen más remedio que abordar otras
soluciones,
mejor dirigidas a la modernización del islam. No solo asumir la
modernización de la sociedad, de la economía, la ciencia y la
tecnología, sino
de todo el sistema sociocultural, sin olvidar la religión. Pero llevar
esto
adelante da miedo incluso a muchos de los que quieren ser modernos.
Aquí radica
la principal divergencia entre la vía de la aclimatación y la de la
verdadera reforma:
los reformadores se hallan en la difícil tesitura de tener que
encararse con la
religión islámica mayoritariamente establecida, examinando el Corán,
los
hadices de Mahoma y las escuelas de jurisprudencia, la formación de los
ulemas
y los imanes, la educación religiosa de la juventud, el cambio de
mentalidad de
la sociedad entera. Es una posición más clara y decidida que la de
aquellos que
se limitan a procurar una aclimatación del islam tradicional, porque
recelan de
que el reformismo les pueda llevar hacia la herejía o la apostasía, o
de que
los musulmanes tradicionales los acusen de ello. Quizá por eso son tan
pocos
los que dan pasos resueltamente hacia una verdadera reforma del islam.
Los reformadores
son muy conscientes de que
la modernización del islam constituye una urgencia, no solo en los
países
árabes (el 15% de la población musulmana mundial), sino en la totalidad
de los
países musulmanes y allá donde, como en Europa, el islam va adquiriendo
una
presencia significativa. Saben que han de afrontar un desafío
formidable,
puesto que van a tropezar con impedimentos muy arraigados y con
enemigos muy
poderosos: teólogos-juristas anclados en el medievo, imanes sin
formación al
frente de las mezquitas, creyentes con escaso conocimiento de su
religión, y un
cuarenta y siete por ciento de analfabetos entre los musulmanes del
mundo. Los
reformadores modernos tienen que enfrentarse a las inercias de la
ortodoxia
generalizada, al conservadurismo tradicional, que se enseña en la
Universidad
de Al Azhar, en El Cairo, o al wahabismo ultraconservador, impartido en
la
Universidad de Medina y a través de los grupos de inspiración wahabí.
Los reformadores
consecuentes –y en parte los
modernizadores acomodaticios– saben que también deben entablar desigual
batalla
con el fuerte influjo de la regresión fundamentalista y su
revolucionarismo, a
veces violento, cuyas tramas globales son intrincadas. Ya se han
mencionado las
organizaciones más destacadas: Hermandad Musulmana, Jamaat e-Islami,
Jamaat
Tabligh, Hizb ut Tahrir al-Islami, Al Qaeda, Justicia y Caridad, Al
Morabitun,
etc. Para este frente fundamentalista, aún más que para los
tradicionalistas,
es inconcebible que el islam no sea la religión del Estado. Ahí es
donde marcan
una línea roja intraspasable, en el rechazo de la modernidad
democrática y de
los derechos humanos.
Ahora, una vez
hecha la presentación de las
tres opciones en perspectiva, conviene desarrollar, con mayor
detenimiento,
cada una de esas vías divergentes en las que está en juego la evolución
actual
del mundo islámico y su futuro.
Notas
. Para una
visión más amplia de la posición que adoptan los Estados musulmanes
ante los
documentos que proclaman los derechos humanos, puede leerse el libro
editado
por Agustín Motilla, Islam y derechos humanos, 2006.
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