La genealogía del
islam
10. Los
creyentes, un pueblo sumiso a Mahoma
PEDRO GÓMEZ
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- Los seguidores de Mahoma
no eran aún ‘musulmanes’
- Los creyentes se
contraponen a los descreídos o ‘infieles’
- Los creyentes son los
que temen a Dios y confían en él
- Los creyentes son
los que Dios dirige por el camino recto
- Los creyentes
tienen la obligación de acudir al rezo
- Los creyentes
tienen la obligación de pagar el tributo
- Los
creyentes tienen la obligación de obedecer a Mahoma
- Conclusión. Un pueblo sin
libertad
- Nota sobre las virtudes teologales
Los
seguidores de Mahoma no eran
aún ‘musulmanes’
Los primeros musulmanes no se
denominaban «musulmanes», ni en el Corán, ni en el contexto social
donde se erigieron
como poder dominante, al menos durante el primer siglo. En aquella
época, el
sistema religioso-político que profesaban tampoco se denominaba
«islamismo» o
«islam», como se llamaría más tarde. Por eso, es un error craso en el
que
incurren algunos traductores, cuando traducen la palabra mslm
por
«musulmanes», en los cuatro versículos donde aparece (Corán 54/15,2;
89/3,102;
90/33,35; 103/22,78). Todas las veces que se utiliza significaba
únicamente
«sumisos». Lo mismo que, por entonces, slm solamente
significaba
«sumisión», no islam.
En
los
primeros decenios del protoislam y
durante los tiempos de la dinastía califal omeya, el movimiento de
Mahoma y sus
seguidores aún no se había consolidado como un sistema semiótico
independiente,
ni el texto del Corán había cristalizado definitivamente. Aquellos
sarracenos,
procedentes del sur, que irrumpieron guerreando y conquistando
Palestina,
Siria y Mesopotamia, eran conocidos y se denominaban a sí mismos como mahgrāyē (en siríaco), muhāŷirūn
(en árabe), o su equivalente griego μαγαρίται, que significa
«emigrados». La palabra se empleó inicialmente para designar a los que
habían sido
protagonistas de la «hégira», que habían recorrido el camino de una
singular
«emigración» convertida en invasión militar y apoderamiento de las
tierras y la
soberanía.
A
mediados del
siglo VIII, los escritores bizantinos hablan de «la fe de los
ismaelitas». Y, desde
entonces, se emplearon distintos apelativos equivalentes e
intercambiables: «sarracenos», «magaristas»,
«agarenos»,
«islámicos», «mahometanos», «muslimes» y «musulmanes». En paralelo,
vemos que
la denominación de la doctrina también sufrió oscilaciones entre
sarracenismo,
magarismo, islamismo, mahometismo, o agarenismo. Juan Damasceno
(muerto en
749) menciona por su nombre a Mahoma, diciendo «que anunció el
magarismo o
islamismo» (Juan Damasceno 1791: 87). Teodoro Abucara (m. 820) todavía
consideraba a los «mahometanos», llamándolos así, como una herejía del
cristianismo, similar a los nestorianos y los jacobitas (cfr. Juan
Damasceno
1791: 82).
Pero
vamos a ceñirnos aquí al texto del
Corán. En él, los seguidores del profeta árabe se nombran con varios
epónimos,
como «los creyentes», «los que temen», «los que obedecen», «los
sumisos», «los
siervos», «los dirigidos», «los que emigran». Todos estos calificativos
evocan
un sentido más bien genérico, que no identifica con precisión un
sistema
religioso bien determinado, que pudiéramos llamar «islamismo». En el
Corán, la
designación más frecuente, con diferencia, es la de «creyentes». Y
estos creyentes
se definen ante todo porque hacen caso a Mahoma, por ser lo que
podríamos
llamar mahometanos, muy posiblemente sarracenos en su inmensa mayoría.
Aunque,
en algunos contextos, en la categoría de creyentes entran también los
aliados
nazarenos, así como grupos de judíos y cristianos captados para la
causa.
Solo en
unos pocos versículos tardíos del
Corán, y acaso insertados a posteriori, se fue perfilando la idea de
que los
creyentes conformaban un nuevo pueblo, con reminiscencias del pueblo
elegido
hebreo. En efecto, aunque en el Corán la palabra «pueblo» (nación,
comunidad)
se emplea profusamente, solo denota una referencia expresa a los árabes
seguidores de Mahoma en tres de los capítulos poshegíricos. La primera
vez, el
término aparece como un deseo expresado por Abrahán e Ismael:
«¡Señor
nuestro! Haz de nosotros unos
sumisos a ti y de nuestra descendencia un pueblo sumiso a ti» (Corán
87/2,128).
Más
adelante,
vermos cuatro versículos en
los que el «pueblo» alude al colectivo de los creyentes congregados por
Mahoma,
con la presunción implícita de que constituyen el nuevo pueblo elegido
por
Dios:
«Así
hemos hecho de vosotros un pueblo
justo, para que seáis testigos ante los hombres, y que el enviado sea
testigo
ante vosotros» (Corán 87/2,143). [Esta aleya se suele tener por una
interpolación posterior.]
«Que
vosotros seáis un pueblo que llama
al bien, que ordena lo lícito y prohíbe lo ilícito» (Corán 89/3,104).
«Vosotros
sois el mejor pueblo suscitado
entre los humanos. Ordenáis lo lícito, prohibís lo ilícito, y creéis
en Dios»
(Corán 89/3,110).
«Así te
hemos enviado a un pueblo para
que tú les recites lo que te hemos revelado. Antes de él pasaron otros
pueblos,
pero no creen en el clemente» (Corán 96/13,30).
Vamos a
analizar cómo el Corán va
caracterizando a los creyentes, su relación con Dios y con el profeta,
su
mentalidad, sus creencias y sus obligaciones. Desde un punto de vista
teológico, diríamos que la figura coránica del «creyente» se
correlaciona
estrictamente con la imagen islámica de la divinidad. De este modo,
no será
de extrañar que a un Dios descrito como amo absoluto le corresponda la
imagen
de un ser humano concebido como esclavo.
Los creyentes
se contraponen a los descreídos o
«infieles»
Como ya he dicho, la
denominación más general para los seguidores del movimiento de Mahoma y
sus
compañeros, en el Corán, es la de «creyentes». Pero no es sencillo
desentrañar
su significado con claridad, salvo que son los que obedecen al enviado.
El
Corán presenta al propio Mahoma como el «buen modelo» para los
creyentes
(Corán 90/33,21). Sin embargo, si Mahoma constituye el modelo de lo que
es ser
creyente, esto colisiona con el hecho de que solo podrá servir de
modelo de
imitación muy parcialmente, puesto que, según el mismo Corán, ese
profeta es
único: inimitable en su intermediación con Dios, en su recepción de la
revelación, en su derecho a múltiples esposas, en su privilegio en el
reparto
del botín, con el que se hizo fabulosamente rico, en su poder para
exigir
obediencia ciega. Nada de esto se encuentra al alcance de los
creyentes
mahometanos, por lo que no podrán imitarlo.
Los creyentes
(المؤمنين, al-muminun,
que da título a la sura 23), por definición y genéricamente, son
aquellos que
tienen fe, aunque el contenido de esta fe es muy determinado, debe
explorarse
por el contexto, y solo quedará patente al examinar en concreto
determinadas
condiciones que el Corán exige para ser creyente.
La
palabra «fe» (إيمان, iman)
incide 38 veces en el Corán (14 en suras anteriores a la hégira y 24 en
suras
posteriores). En diversas circunstancias, se habla del tener fe
(18
veces), que requiere obras (3 veces). En la época poshegírica, se
vuelve más
apremiante la necesidad de fe: se insta a aumentar la fe (6
veces) y se
condena a los que no tienen fe o la abandonan después de
haberla tenido
(9 veces). Ahí podemos entrever que no faltaban quienes desertaban o se
sentían
tentados a hacerlo.
«Esos
que han trocado la fe por la
increencia no dañarán en nada a Dios. Y tendrán un castigo doloroso»
(Corán
89/3,177).
Los que
«vuelven la espalda» a la fe son
insistentemente denostados en el Corán, en un total de 70 ocasiones (33
antehegíricas, 37 poshegíricas). Todo un síntoma de la resistencia con
la que
topaba el mensaje mesiánico-escatológico y, luego, el reclutamiento
bélico-milenarista de Mahoma. Porque, en última instancia, se considera
creyentes a los que obedecen a Mahoma; y se acusa de descreídos a los
que le
vuelven la espalda. Esto desvela que muchos eran reacios a seguirlo. En
las
últimas suras, volver la espalda a la fe llega a significar en concreto
el huir
del combate armado.
«Obedeced
a
Dios y al enviado. Y si vuelven la espalda, Dios no ama a los no
creyentes»
(Corán 89/3,32).
«No
toméis aliados entre ellos [los no
creyentes], hasta que emigren en el camino de Dios. Si vuelven la
espalda,
capturadlos y matadlos allá donde los encontréis» (Corán 92/4,89).
«Si
obedecéis, Dios os dará una buena
recompensa. Y si volvéis la espalda como habéis vuelto la espalda
antes, él os
castigará con un castigo doloroso» (Corán 111/48,16).
«Dios
os ha auxiliado en muchos sitios. El día de Hunayn, cuando vuestro
gran número
os sorprendía, eso no os sirvió de nada, y la tierra, a pesar de su
anchura se
os hizo estrecha, y volvisteis la espalda para huir» (Corán 113/9,25).
La
identificación de
los seguidores de Mahoma como los creyentes aparece en el Corán
con varias
inflexiones que se repiten: «los creyentes» (220 veces); «los que
han
creído» (155 veces); «vosotros que habéis creído» (91 veces); otras
variantes
del verbo «creer» (unas 99 veces).
En
total, suman alrededor de 565
incidencias. De este total, 190 se dan en capítulos anteriores a la
hégira, y
375 en los posteriores capítulos, cuyo número es bastante menor. Estos
datos
muestran que, tras la hégira, se produce una notable acrecentamiento
en la
exigencia de ser creyentes, así como en las apelaciones dirigidas a
ellos. La
interpelación «vosotros que habéis creído» se usa en 90 ocasiones, en
capítulos
posteriores a la hégira, pero solo una vez en capítulos anteriores. En
la gran
mayoría de los casos, se habla de los creyentes en plural (522 veces),
y mucho
menos en singular (43 veces), lo que viene a subrayar el carácter más
colectivo
que individual de la creencia. Poco a poco iremos viendo lo que
significa ser
creyentes en el plano pragmático.
En
contraposición
con los creyentes aparecen en el Corán los que no creen, que
están o incurren
en el descreimiento, porque no creen en el Dios de Mahoma o se oponen
a éste. La
palabra se ha traducido frecuentemente como los «infieles», (الكافرون, al-kafirun,
título de la sura 109). Aunque su etimología es compleja, viene a
significar no
creyentes, increyentes, incrédulos, descreídos. Se refiere a todos los
no
musulmanes, y se aplica también a los musulmanes que son percibidos
como
apóstatas o desviantes. Al hacer las búsquedas en el texto coránico,
encontramos: los «descreídos» o «infieles» (151 veces); «los
que han descreído» y «el que ha descreído» (215 veces); otras formas
verbales
de «descreer» (unas 80 veces); que «no creen» (53 veces).
En
total, el Corán menciona alrededor de
500 veces a los que no creen en Mahoma. Con estos descreídos o
«infieles» observamos
una polémica incesante, sin que se aprecien diferencias cuantitativas
entre
antes y después de la hégira. Cabe afirmar que la oposición entre creyentes
y descreídos es el eje del Corán, atraviesa todas sus páginas,
alimentando contra los infieles una tensión que no cesa de crecer en
ningún
momento. Lo único que observamos es una evolución desde el
enfrentamiento
dialéctico, al principio, hasta la subsiguiente confrontación armada,
siendo
esta la que queda como norma definitiva.
El
Corán, propiamente, no pide al
creyente (musulmán) una explícita profesión de fe mediante una fórmula
consagrada, como más tarde se institucionalizaría (en la sahada:
«No
hay más dios que Dios y Mahoma es el enviado de Dios»), sino que le
manda
incorporarse a la comunidad cumpliendo el rezo y el pago del tributo:
el azalá
y el azaque. Estos constituían los signos públicos de adhesión, junto
con la
obediencia sumisa a las órdenes del profeta.
Así
pues, los creyentes coránicos eran
los que obedecían a Mahoma y, una vez muerto él, son los que se
adhieren al
Corán, bajo la autoridad del califa, porque creen que esto es lo que
Dios
manda. Ahora bien, para cualquier creyente, la única prueba disponible
de que
Dios manda lo que dice el Corán es que está escrito en el Corán. Pero
¿de dónde
procede semejante convencimiento, o en qué se funda?
Los
creyentes son los que temen a Dios y confían en él
En
el mensaje dirigido a los creyentes, el motivo primordial que se les
aduce es
el temor de Dios. Entre las formas nominales y verbales, el
temor y el
temer son invocados casi 400 veces en el Corán. La expresión «temed a
Dios»
supera las 50 veces. Según connota el contexto, se trata de una
actitud de
temor reverencial y servil:
«¡Oh
siervos
míos! Temedme.» (Corán 59/39,16).
«Temed
a Dios y obedecedme a mí» (Corán
47/26,108) es una fórmula que se repite en boca de distintos profetas.
Hay
también otro aspecto complementario
de la actitud de quienes creen en Dios, según el Corán, que es la
confianza en
él. Pero la mención de los que «confían» en Dios, o en su Señor,
incide solo
18 veces.
«Que
los creyentes confíen en Dios»
(Corán 72/14,11) aparece siete veces; de ellas, seis tras la hégira.
Este
último rasgo de la confianza parece
más espiritual, al menos en principio, pero, en capítulos poshegíricos,
se
cifra específicamente en confiar en el auxilio de Dios en la batalla,
para
obtener la victoria.
«Si
Dios os auxilia, nadie os vencerá. Si
él os deja, ¿quién os auxiliará fuera de él? Que los creyentes confíen
en Dios»
(Corán 89/3,160).
«¡Vosotros
que habéis creído! Recordar la
gracia de Dios para con vosotros, cuando unas gentes casi habían echado
sus
manos sobre vosotros. Y entonces él retuvo sus manos de vosotros.
Temed a
Dios. Que los creyentes confíen en Dios» (Corán 112/5,11).
Quienes
confían en Dios son también
aquellos de los que se dice que tienen paciencia, o «aguantan» (37
veces; de las
cuales 33 son antes de la hégira). Y, por su aguante, tendrán asegurado
el
triunfo y la prevalencia sobre los descreídos.
«Estos
son los que han aguantado y
confían en su Señor» (Corán 70/ 16,42).
«Qué
maravillosa recompensa de los que
obran bien, que han aguantado y confían en su Señor» (Corán
85/29,58-59).
«Dios
jamás permitirá que los descreídos
prevalezcan sobre los creyentes» (Corán 92/4,141).
Los
creyentes
son los que Dios dirige por el camino
recto
Entre los rasgos con los que el
Corán los caracteriza,
los seguidores de Mahoma son aquellos a quienes Dios dirige o
guía por
el camino recto, o hacia la verdad. Esta idea de estar dirigido por
Dios abunda
en capítulos anteriores a la hégira (77 veces) más que en los
posteriores (35
veces). En total, aparece en 112 ocasiones. Pero, en un buen número,
presenta
la forma negativa, como aquellos a quienes Dios no dirige (24
veces),
que son opresores, descreídos, perversos, mentirosos y extraviados. Se
los
recrimina aún con mayor acometividad en los capítulos adscritos a la
época
posterior a la hégira.
No
queda claro que estar guiado, o no,
por Dios dependa de una opción personal, pues la omnipotencia divina no
puede
admitir límites en su obrar con absoluta arbitrariedad:
«Así,
Dios extravía a quien él quiere y
dirige a quien él quiere» (Corán 4/74,31).
«Dios
dirige a quien él quiere por un
camino recto…» (Corán 87/ 2,213).
El modo
de estar bien dirigido y andar
por el camino recto empieza por la exigencia de escuchar el Corán y
creer en su
mensaje:
«Hemos
escuchado un Corán admirable, que dirige
en la buena dirección. En él hemos creído» (Corán 40/72,2).
En la
práctica, la
buena dirección se traduce en arrepentirse (Corán 113/9,11),
purificarse (Corán
113/9,108), hacer buenas obras (sale más de 120 veces; por ejemplo,
Corán
112/5,93). Pero falta por saber hasta dónde llega este comportamiento
requerido
al creyente. Falta arrojar un poco más de luz sobre cuál es el
significado que
implica ese andar por el «camino recto», o sea, «el camino de Dios» en
su
acepción más característicamente musulmana. Nos encontramos ante un
asunto
complejo que intentaremos clarificar en las siguientes páginas.
Los
creyentes tienen la obligación de acudir al rezo
La expresión que alude a «elevar
el rezo» se repite 73 veces en el Corán (31 antes de la hégira; 42
después).
Igualmente se dice «los que observan sus rezos» (2 veces). Y «los que
se
postran» en el rezo (8 veces), «se arrodillan» (13 veces) y «se
prosternan»
delante de Dios (45 veces). Se trata de lo que tradicionalmente se
llama el azalá,
una práctica ritual, exigida desde el principio a los creyentes, pero
que
adquiere mayor importancia después de la hégira, es decir, a medida
que pase a
un primer plano la práctica de la guerra.
«¡Vosotros
que habéis creído!
Arrodillados, prosternados, adorad a vuestro señor, y haced el bien»
(Corán
103/22,77).
«Vuestro
aliado es Dios, así como su enviado y los que han creído, los que
elevan el
rezo, dan el tributo y se arrodillan» (Corán 112/5,55).
«Son
los que se arrepienten, adoran,
alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan, ordenan lo lícito y
prohíben lo
ilícito, y observan las normas de Dios» (113/9,112).
El
contenido primitivo del rezo de
Mahoma, sus compañeros y sus adeptos no se sabe en qué consistiría,
pero con
seguridad debía incluir la lectura o recitación del «libro de Dios»
(expresión
usada siete veces). Aunque no está nada
claro que ese «libro» (palabra mencionada más de cien veces en el
Corán) se
refiera a lo que conocemos como Corán, sino que, en la mayoría de los
casos, lo
más probable es que fuera la Torá, leída o recitada en las reuniones de
los
árabes conversos, que había sido traducida del hebreo al árabe por
Waraqa Ibn
Naufal.
«Los
que recitan el libro de Dios, han
elevado el rezo y han gastado de lo que les hemos asignado» (Corán
43/35,29).
En la
liturgia consolidada por los
califas, y hasta hoy, aparte de la lectura salmodiada del Corán, cuando
es
preceptivo, el rezo incluye invariablemente la repetición (17 veces al
día) de
la primera sura coránica. El rezo va acompasado con inclinaciones,
prosternaciones y otros gestos corporales (que verosímilmente son
imitación de
las posturas de los súbditos en presencia de los sátrapas sasánidas).
Parece
claro que, en el plano simbólico, la imagen de Dios descrita por el
Corán fue
asumiendo rasgos del omnímodo poder típico del despotismo oriental, a
todas
luces reflejado en el espejo del ulterior califato.
Esta
obligación del rezo suponía una
forma concreta y visible de incorporación a la comunidad de los
creyentes
seguidores de Mahoma, llamada umma, al nuevo pueblo elegido,
que no solo
se contrapone a las religiones no monoteístas, sino que pretende
desbancar a
los monoteísmos judío y cristiano. Es sabido que la fórmula preceptiva
del
rezo (la fatiha, primera sura del Corán), en su versículo 7,
contiene sendas
condenas, una contra los judíos (a quienes culpa de concitar la ira
divina con
su comportamiento) y otra contra los cristianos (a quienes acusa de
andar
descarriados del camino recto). No pensemos que esta es una
interpretación
tendenciosa, porque es la explicación canónica y está atestiguada por
los
principales exégetas musulmanes a lo largo de casi catorce siglos, de
modo que
muy pocos discrepan de ella (cfr. Sami Aldeeb 2014; Albocicade
2015). Para los analistas, es de temer que esa persistente y reiterada
imputación alimente una actitud de odio hacia los concernidos,
susceptible de
de propiciar consecuencias negativas.
El
carácter obligatorio del rezo pone de
manifiesto que se trata de un compromiso no solo «religioso», sino a la
vez
social y político. Y, si analizamos más a fondo, supone para los
protagonistas
musulmanes la negación implícita de toda libertad de religión y de
conciencia.
Porque, de hecho, conforme a la Ley islámica, si no hay impedimento,
el deber
de acudir al rezo está sancionado, y no cumplirlo se categoriza y
castiga como
delito de abjuración o apostasía.
Otra
forma de definir a los creyentes es
calificarlos como los que adoran a Dios. El verbo adorar se
conjuga en
124 ocasiones. Al mismo tiempo los «adoradores» (8 veces), aparecen propuestsos como modelo y se
enaltece la «adoración» de Dios (7 veces), mientras que se rechaza la
adoración
de los ídolos:
«No
adoréis más que a Dios»(Corán
52/11,2).
«Adorad
a Dios y apartaos de los ídolos»
(Corán 70/16,36).
«Pero
no se les ordenó más que adorar a
Dios, dedicándole la religión, siendo rectos, cumplir con el rezo y
dar el
tributo. Esta es la religión verdadera» (Corán 100/98,5).
Los que
adoran a Dios como buenos
creyentes son sus «siervos», término empleado unas 130 veces para
designarlos,
con bastante más frecuencia en la época anterior a la hégira. Incluso
Jesús es
denominado «siervo» de Dios. Los humanos nunca son contemplados como
hijos,
sino como siervos, sirvientes, o esclavos.
La
fórmula con más
futuro para designar a esos adoradores y siervos es la que los denomina
«sumisos», en el sentido de sometidos a los mandatos de Dios y su
profeta. El
término y sus derivados aparece alrededor de 100 veces. Los creyentes
se
someten a su Señor o, más bien, su Señor los somete, lo mismo que ha
sometido
todo cuanto hay en los cielos y la tierra. Como señalé más arriba, el
vocablo
«sumiso» empezó a ser usado como denominación de los seguidores de
Mahoma, es
decir, con el significado de «musulmán», un siglo después de muerto el
profeta.
Lo mismo que la «sumisión» acabó dando nombre a la nueva religión: el islam
o islamismo. Aunque su sentido en el Corán todavía se limita a denotar
la
actitud de sometimiento requerida a los creyentes.
«Hemos
hecho descender sobre ti el libro,
como una exposición manifiesta de todas las cosas, una dirección, una
misericordia y un anuncio para los sumisos» (Corán 70/16,89).
«¡Señor
nuestro! Haz de nosotros unos
sumisos a ti y de nuestra descendencia un pueblo sumiso a ti» (Corán
87/2,128)
«¡Vosotros
que habéis creído! Entrad en
la sumisión completa» (Corán 87/2,208).
Por
consiguiente, es una traducción
pésima, por anacrónica y engañosa, verter este último versículo como
«Entrad
en el islam por completo», según vemos en la versión del Corán al
español,
publicada en Riad por la Fundación Al Muntada Al Islami (Noor
International
2013).
Ser
sumiso no es igual que ser musulmán. Por
eso, es un disparate decir que el patriarca Abrahán fue «musulmán». El
Corán lo
califica de «sumiso» (89/3,67) y lo propone como un «buen modelo» de
quien
adora a un único Dios (Corán 91/60,4), pero de ahí a considerarlo
musulmán
media un abismo, supone una evidente manipulación.
Los
creyentes tienen la obligación de pagar el tributo
La exigencia de «dar el tributo»
se encuentra 30 veces en el Corán (10 en capítulos anteriores y 20 en
posteriores a la hégira). Es un concepto diferente de «dar limosna», a
la que
también se alude a veces en el texto coránico, algunas con el sentido
de una
indemnización acordada (por ejemplo, en Corán 112/5,45). Este «tributo»
obligatorio
consiste en el pago de una contribución dineraria estipulada, una
especie de
diezmo o cuota, cuya palabra en árabe dio lugar al vocablo azaque
en
español. No es un asunto solamente religioso, sino sociopolítico,
regulado
sobre todo a partir de la organización del poder subsiguiente a la
hégira. La
fórmula que exalta «elevad el rezo y dad el tributo», netamente
poshegírica,
no tiene solo un carácter parenético, sino que es una imposición legal.
«Elevad
el rezo, dad el tributo, y
arrodillaos con los que se arrodillan» (Corán 87/2,43).
Ese
tributo o azaque es una de las
primeras obligaciones que se imponen a los que, tras una resistencia
inicial,
o una vez derrotados, terminan por convertirse al islam, de grado o
por
fuerza:
«Pero
si se
arrepienten, elevan el rezo y dan el tributo, entonces dejadlos en
paz. Dios
es indulgente, misericordioso» (Corán 113/9,5).
«Pero
si se
arrepienten, elevan el rezo y dan el tributo, serán hermanos vuestros
en la
religión» (Corán 113/9,11).
El
azaque recaudado sirve para una
atender a varios fines sociales, pero, como ya sabemos, hay un
porcentaje que
debe destinarse a la financiación de la lucha por la defensa y
expansión del
islam, que es la llamada yihad en «el camino de Dios». Este tema lo
explica
Sami Aldeeb en un pormenorizado estudio (cfr. Aldeeb 2015). Esa
asignación para la lucha en el camino de Dios se basa en un versículo
coránico:
«Las
contribuciones son para los pobres,
los indigentes, los que trabajan con ellos, aquellos cuyos corazones
hay que
captar, los cautivos, los que están sobrecargados de deudas, el camino
de Dios,
y el viajero. Es una imposición de parte de Dios» (Corán 113/9,60).
En esta
línea, la
manera más específica y eminente de manifestarse como verdaderos
musulmanes la
explicita el Corán, cuando afirma que son los que gastan sus fortunas
en «el
camino de Dios» , que es la yihad. En efecto, se les recuerda que los
musulmanes tienen el deber de «gastar» de lo que Dios les ha concedido,
en particular,
empleando la propia fortuna para apoyar la causa de la guerra.
«Los
que gastan de lo que les hemos
asignado» (Corán 62/42,38), o bien «Gastad de lo que os hemos asignado»
(Corán
104/63,10). Esta misma frase se repite once veces.
«Di
a mis siervos que han creído, que cumplan con el rezo, y que gasten de
lo que
les hemos asignado, en secreto o públicamente» (Corán 72/14,31).
Ese
«gasto» se
menciona más de 60 veces, desde la que se tiene como primera sura
posterior a
la hégira, cronológicamente hablando, y poco a poco la idea se va
formulando
como gastar en el camino de Dios (cfr. Corán 87/2,195), que,
como ya
sabemos, es una expresión técnica para referirse a la guerra en
clave
mesiánica. Así se repite, en más de 25 ocasiones, que los verdaderos
creyentes son los que gastan o invierten «sus fortunas» con ese
destino
preciso. En diez casos, se ensalza literalmente el valor y la
superioridad que
supone efectuar ese gasto de la propia fortuna «en el camino de Dios».
«Los
que gastan sus fortunas en el camino
de Dios se parecen a un grano que produce siete espigas, en cada espiga
cien
granos. Dios redoblará a quien él quiera» (Corán 87/2,261).
«Dios
ha favorecido con un grado más a los que combaten con sus fortunas y
sus
personas, por respecto a los que se quedan en casa» (Corán 92/4,95).
«Los
creyentes son solamente los que han creído en Dios y en su enviado,
después no
han dudado, y han combatido con sus fortunas y sus personas en el
camino de
Dios» (Corán 106/49,15).
«Creed
en Dios y en su enviado, y
combatid en el camino de Dios con vuestras fortunas y vuestras
personas. Esto
es mejor para vosotros» (Corán 109/61,11).
«Movilizaos,
tanto ligeros como pesados,
y combatid con vuestras fortunas y vuestras personas en el camino de
Dios. Esto
es mejor para vosotros» (Corán 113/9,41; se repite en 113/9,81; y
113/9,88).
Los
creyentes tienen la obligación de obedecer a Mahoma
La
idea coránica es que, en la práctica, los verdaderos creyentes son los
que
siguen al enviado de Dios, los que hacen lo que manda el profeta.
Pese a la
referencia teológica, en realidad, es el profeta enviado quien
establece las
leyes de comportamiento, con la pretensión declarada de situarse en
continuidad
con la tradición del judaísmo y el cristianismo:
«Los
que siguen al enviado, el profeta de
los gentiles que encuentran mencionado entre ellos en las escrituras,
en la
Torá y el Evangelio. Él les ordena lo lícito, les prohíbe lo ilícito,
les
permite lo bueno, les prohíbe lo malo, y echa lejos de ellos los fardos
y las
trabas que pesaban sobre ellos» (Corán 39/ 7,157).
De ahí
que, aparte de acudir al rezo y
pagar el tributo y poner los propios bienes al servicio de la causa, la
obligación más primordial para los musulmanes consista en la obediencia,
que en sí misma incluye todo lo demás que hay que hacer. El verbo obedecer
y sus derivados aparecen 122 veces en el Corán, con bastante mayor
frecuencia
en los capítulos poshegíricos (46 veces, antes de la hégira; 76 veces,
después). Asimismo, observamos la misma idea en el contrapunto que
suponen las
numerosas invectivas contra los que desobedecen (en 41 ocasiones).
La
exigencia se enuncia como obedecer a
Dios, pero, desde el punto de vista pragmático y operativo, el Corán
concreta
que eso consiste en obedecer al enviado. Así lo repite hasta trece
veces
(siempre en capítulos posteriores a la hégira):
«Elevad
el rezo, dad el tributo, y
obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 90/33,33).
«Obedeced
a Dios, obedeced al enviado»
(Corán 95/47,33).
«El que
obedece a Dios y a su enviado,
teme a Dios y lo respeta. Esos son los que triunfan» (Corán 102/24,52).
«Elevad
el
rezo, dad el tributo, y obedeced al enviado» (Corán 102/ 24,56).
Pero
donde se afirma, de la manera más diáfana
imaginable,
que en realidad, en último término, se trata de obedecer a Mahoma es en
este
versículo lapidario:
«Quien
obedece al
enviado, obedece a Dios» (Corán 92/4,80).
Por
tanto, a los mahometanos se les
requiere sumisión total, conforme a un principio de subordinación
radical que
reclama obediencia ciega a Mahoma. Hasta el punto de que se prohíbe
toda discusión
libre a propósito de la religión. No está permitido debatir ni
argumentar en
temas referidos a la supuesta revelación de Dios. Quienes los discuten
son malquistos
por descreídos y descarriados.
«No
discuten sobre los signos de Dios
sino los que no creen» (Corán 60/40,4).
«¿No
has visto cómo los que discuten
sobre los signos de Dios están extraviados?» (Corán 60/40,69).
«Los
que argumentan a propósito de Dios,
una vez que él ha respondido, su argumento ante Dios será refutado,
una ira
caerá sobre ellos, y tendrán un castigo fuerte» (Corán 62/4,16).
«Cuando
Dios y su enviado han decidido
sobre un asunto, ni el creyente ni la creyente tienen opción en ese
asunto. El
que desobedece a Dios y a su enviado está extraviado con un extravío
manifiesto» (Corán 90/33,36).
«La
palabra de los creyentes, cuando son
llamados a Dios y su enviado, para que este juzgue entre ellos, es
solamente:
‘Hemos escuchado y hemos obedecido’» (Corán 102/24,51).
Hubo
ciertas circunstancias en las que
parece que se animaba a debatir con los discrepantes con buenos
modales,
confiando en la sabiduría y haciendo gala de una actitud moderada:
«Llama
al camino de tu Señor por medio de
la sabiduría y la buena exhortación. Discute con ellos de la mejor
manera»
(Corán 70/16,125).
«No
discutáis con las gentes del libro
sino de la mejor manera, excepto con los que han oprimido. Decid:
‘Hemos creído
en lo que ha descendido a nosotros y en lo que ha descendido a
vosotros.
Nuestro Dios y vuestro Dios son uno solo. A él estamos sometidos’»
(Corán
85/29,46).
Sin
embargo, más adelante, ese talante razonador
fue descartado por completo y esos versículos fueron neutralizados. La
actitud
conciliadora, favorable a cierto diálogo y entendimiento con los que
mantenían
otras creencias, quedó claramente abrogada por otros versículos
posteriores,
donde se afirma que cualquier discusión está fuera de lugar. Con los
descreídos no hay nada que discutir. Más
aún, hay
que atacarlos, según los versículos que mandan claramente combatir,
asediar,
matar, golpear, capturar y derrotar (Corán 87/2,190-193;
87/2,216; 88/8,39; 88/8,60; 95/47,4; 113/9,5; 113/9,29).
La
obediencia de los creyentes a Mahoma
los sitúa en una posición de subordinación completa: han de mostrarse
temerosos
y deben bajar el tono de sus voces en presencia del enviado de Dios
(Corán
106/49,3). Semejante sometimiento, con entrega completa y sin
rechistar,
adquiere capital importancia en los momentos de la batalla, que
representan el culmen
de la obediencia:
«¡Vosotros
que habéis creído! Cuando
encontréis una tropa, estad firmes y acordaos mucho de Dios. Quizá
triunfaréis.
Obedeced a Dios y a su enviado y no discutáis, si no, fracasaréis y
vuestro
ímpetu desaparecerá. Aguantad. Dios está con los que aguantan» (Corán
88/8,45-46).
En
efecto, desde la hégira, los creyentes
obedientes, bajo el mando de Mahoma, marcharon en armas al combate
apocalíptico, a la guerra por la conquista escatológica, a la agresión
efectiva
contra tribus, poblaciones y países más allá de Arabia. En estas
acciones de
los primeros tiempos, aún no se distinguía netamente entre un
territorio
interior y un afuera. Porque sería precisamente la conquista la que
creó el
espacio interior propio, al reforzar la unidad de los árabes. Y, a
partir de
ahí, surgió la oposición categórica entre la «tierra del islam» y el
afuera,
que denota la tierra de los descreídos, la «tierra de la guerra». En la
tierra
del islam, ya sometida, el Estado fundado por Mahoma impuso plenamente
la obediencia
a los dictados del profeta, germen de la Ley islámica (la saría).
Respecto a la tierra de los «infieles», en cambio, se proclamaba la yihad,
con la finalidad de hacer triunfar contra ellos y sobre ellos el
sometimiento
al régimen islámico.
Finalmente,
la obligación de obedecer,
con la misma sujeción urgida para con Dios y Mahoma, se transfiere a
los que
ostentan la autoridad, a quienes se les ha dado el poder en la tierra
para
cumplir y hacer cumplir lo que Dios y el profeta ordenan:
«¡Vosotros
que
habéis creído! Obedeced a Dios, obedeced al enviado y a aquéllos de
vosotros
encargados de los asuntos» (Corán 92/4,59).
«Los
que, cuando les hemos dado el poder en la tierra, han elevado el rezo,
han pagado
el tributo, han ordenado lo lícito y prohibido lo ilícito» (Corán
103/22,41).
Así, el
deber de obediencia se transfiere
sucesivamente de Dios a Mahoma, de Mahoma al califa y la Ley islámica,
traspuesta desde los preceptos coránicos y luego desarrollada en los
cánones
del derecho.
El
punto crítico de dicha obediencia al profeta
se alcanza cuando este convoca para incorporarse a filas. Los creyentes
auténticos tienen el deber de «emigrar» de sus hogares con la misión de
emprender la guerra mesiánica «en el camino de Dios», cual nuevo pueblo
elegido, en éxodo, en marcha para conquistar la tierra de promisión.
Conclusión.
Un pueblo sin libertad
Los creyentes tipificados en el
Corán acaban definidos, en su última configuración y en su grado
eminente, como
los militantes que combaten en el camino de Dios contra todos aquellos
que no
se les unan o se les sometan (Corán 113/9,20). La misión a la que están
destinados comporta como objetivo teológico-militar el asediar, hasta
derrotar,
toda otra religión o civilización, a fin de implantar el reino
escatológico,
sometido al derecho islámico, considerado Ley de Dios. Nos
equivocaríamos si
creyéramos que es una cuestión de radicalismo; esa es la esencia del
sistema
islámico.
Ser
creyentes en el Dios del Corán
consiste en un comportamiento que abarca rezarle, adorarlo,
arrodillarse y
prosternarse ante él, vivir sumisos a lo que mande, dejarse dirigir
por él,
pagar el tributo estipulado, gastar la propia fortuna en su causa, y
estar
dispuestos a matar y morir. Todo esto comportaba, en la práctica, la
obediencia
ciega a Mahoma, con el compromiso de continuar el proyecto mesiánico
abanderado
por el profeta, en la creencia de que había llegado el último día, el
momento
de lanzarse a la instauración del reino de Dios y propiciar la venida
del
Mesías guerrero. Pero lo que ocurrió en la historia real fue que los
hechos
siguieron su curso y, en vez del reino de Dios, advino el imperio
árabe, que
arrasó cuanto encontraba su paso, y que produjo
una variante
de despotismo oriental, el califato sarraceno, más tarde musulmán.
Aquella
revolución recibiría el nombre de islam, esto es, sumisión.
Todo el
sistema está construido,
sustentado y defendido, en última instancia, mediante el ejercicio de
la yihad,
un combate agónico por la dominación, que se reviste como sumisión a
Dios (en
el plano mítico), como sumisión a la religión de Mahoma (en el plano
ritual) y
como obediencia al poder musulmán imperante (en el plano
ético-político).
Históricamente, fue este poder el que determinó el contenido y la
interpretación
del Corán, y con ello configuró la visión del mundo, de Dios y del
hombre
típica del sistema islámico. Luego, el sistema se clausuró férreamente
sobre sí
mismo.
Al cabo
los siglos, el pensamiento
islámico, incapaz de concebir la evolución histórica, solo alcanza a
seguir
postulando la destrucción de las sociedades descreídas o infieles, con
el fin
de instaurar la «Ley de Dios», esa utopía supuestamente perfecta, que
sueña con
cancelar el devenir histórico para imponer sobre la tierra un
simulacro de
eternidad. Este totalismo, entre otras cosas, impide que los
musulmanes
vean su religión como producto de una historia contingente y
evolutiva, puesto
que la creen inmutable, resultado de una revelación en la que ya está
escrito
todo cuanto debe ser.
En el
sistema semiótico islámico, en fin,
el creyente no tiene entidad en cuanto individuo, sino solo en cuanto
parte de
la familia, el clan, la tribu y, por excelencia, miembro del «mejor
pueblo» (la umma), que impone lo lícito y prohíbe lo
ilícito. Ahora bien, esta
primacía totalitaria de lo colectivo entraña una antropología
aberrante,
montada sobre una teología arcaica, que termina por sacralizar la
tiranía
política y la ominosa servidumbre de las personas.
No es
en absoluto casual que la palabra y
el concepto de libertad no se encuentre ni una sola vez en el
Corán. Las
pocas ocasiones en que se emplea el verbo liberar y el sustantivo
liberación se
refieren al repudio de la esposa según las conveniencias (6 veces) y a
la
emancipación de un esclavo como castigo impuesto (5 veces). Por el
contrario,
en el Nuevo testamento, el término libertad aparece 28 veces
(14 de
ellas en cartas de Pablo) y sus derivados, liberar, liberación y libre
suman
más de 60 incidencias. No es de extrañar que Pablo sea proscrito por
el Corán,
porque proclama «la libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,21);
porque
«donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios
3,17); y
«para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1).
En
definitiva, en el islam, la fe
consiste estrictamente en obedecer. Se considera creyentes a los que
obedecen a
Dios o, más bien, a Mahoma. Y esto se concreta en creer lo que El
Corán refiere
y obedecer a la Ley islámica que dimana de él. Pero, en su pensamiento,
su
sentimiento y su comportamiento, los creyentes musulmanes proceden más
bien al
revés: obedecen de facto a la Ley como verdadero rostro de Dios en sus
vidas,
mientras que la significación del Corán, de Mahoma y de Dios queda
siempre en
una suposición pendiente de demostrar.
Nota sobre
las virtudes teologales
Se ha dicho desde antiguo que
las virtudes teologales, infundidas por Dios al hombre, son tres: fe,
esperanza
y caridad o amor. Pero esto responde, en realidad, a una concepción
cristiana,
porque es difícil encontrar una correspondencia equiparable en la
teología del
Corán, como veremos a continuación.
La
primera virtud es la fe, de la
que he tratado más arriba en el apartado sobre los creyentes y los
descreídos.
La cuestión acerca de su procedencia es difícil de dilucidar, pero es
fácil
averiguar el objeto hacia el que apunta y examinar su contenido. En
teoría, el
objeto efectivo de esa fe reside, ante todo, en el libro del Corán, que
supuestamente recoge lo que dictaba Mahoma, que, a su vez,
supuestamente
transmitía las palabras que decía que le revelaba Dios. Esta es la
creencia,
que no es posible verificar. Porque nadie tiene a su alcance nada más
que el
texto, un tanto deteriorado, de ese libro. Y de sus páginas se extrae
el
contenido, como el conjunto de los significados percibidos al leerlo,
que luego
se han explicado y codificado, una y otra vez, en infinidad de otros
textos y
en interminables discursos y más discursos.
El
esfuerzo del que dan testimonio estas
páginas va dirigido precisamente a examinar y dilucidar cuáles son los
significados
inscritos en ese Corán, convertido en libro sagrado y objeto de fe por
y para
los musulmanes. En conjunto, se puede constatar que la sacralización
de la
literalidad del libro ha generado efectos deletéreos. Al haber echado
la llave
a la revelación, al haber clausurado la profecía, el mahometismo ha
cortado a
toda persona la posibilidad de relación inmediata con Dios. En este
aspecto, el
texto inmutable no representa un puente, sino una vía muerta. Para
tales
creyentes, se podría decir que, en realidad, cuando adoran el Corán, se
arriesgan a estar idolatrando un libro humano. A esto debemos añadir el
agravante de que los mandatos de ese libro, muchos un tanto inhumanos,
no han
cesado de producir daños enormes, siglo tras siglo, sacrificando en
aras de su
dogmatismo a millones y millones de seres humanos inocentes. Resulta
espantoso
presentar semejante hecatombe como fruto de la fe, de una virtud
teologal. Y la
atribución de la autoría de tales mandatos a Dios parece, desde un
punto de
vista religioso, más bien una ofensa, una burda blasfemia.
Con
respecto a la esperanza, pese
al ardoroso impulso escatológico de la predicación de Mahoma, ofrece
una
presencia modesta en el Corán, si nos atenemos a sus términos
literales. El
conjunto de las inflexiones relacionadas son 41, referidas a Dios
directa o
indirectamente. La palabra «esperanza» aparece tres veces, pero solo
una de
ellas se refiere a la esperanza en Dios (Corán 69/18,46). Las
distintas formas
que conjugan el verbo «esperar» aparecen en 9 ocasiones. Total, hay 10
menciones positivas. Por otro lado, en conjunto, abundan más las
alusiones a
«estar desesperados» (3 veces), «no esperar» (10 veces), «desesperar»
(18
veces), con relación al encuentro con Dios, al último día, o a la
resurrección,
pues llegan a sumar 31 menciones.
«Quien
espera el encuentro de su Señor,
que haga una buena obra y que no asocie a nadie en la adoración de su
Señor»
(Corán 69/18,110).
«Los
que han creído, y los que han
emigrado y combatido en el camino de Dios, esos esperan la misericordia
de
Dios» (Corán 87/2,218).
«Tenéis,
en el enviado de Dios, un buen
modelo para todo el que esperaba en Dios y en el último día, y se
acuerda
mucho de Dios» (Corán 90/33,21).
Como se
puede ver, también el tema de la
esperanza, en la evolución interna del texto coránico, acaba
vinculándose con
el tema de la yihad: la esperanza en Dios se pone prácticamente en
tomar las
armas y marchar al combate por la causa mesiánica, esperando lograr el
botín
en esta vida y, si esto falla, el paraíso en la otra. Sin embargo,
excepto para
el que muere en combate, no es segura la salvación (según la tradición
musulmana),
porque, en última instancia, Dios hace lo que quiere y su soberanía es
absolutamente ilimitada:
«Dios
perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284;
repetido en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).
Por
último, la virtud de la caridad,
o según otra posible traducción el amor, ofrece una más que exigua
presencia en
el texto del Corán. Si buscamos el término con un significado que haga
referencia explícita a Dios, el sustantivo «amor» aparece solo en tres
ocasiones
contadas. Y si nos fijamos atentamente, en las dos primeras veces, se
trata del
amor procedente de Dios y, solo en la tercera, muy rara, se
habla del
amor a Dios. Veamos lo que dice
el libro:
«Los
que han creído y han hecho las
buenas obras, el misericordioso los colmará de amor» (Corán 44/19,96).
«He
lanzado sobre ti [Moisés niño] un
amor de mi parte, para que seas formado bajo mi mirada» (Corán
45/20,39).
«Pero
los que han creído son más fuertes
en el amor a Dios» (Corán 87/2,165).
Por lo
que respecta a las formas
verbales, encontramos la expresión «Dios no ama» que es la que más se
repite
(24 veces). No ama a los pecadores, a quienes el Corán califica de
corruptores,
presuntuosos, transgresores, descreídos, pecadores, traidores,
opresores,
arrogantes e ingratos. La expresión contraria, «Dios ama», la
encontramos
solamente en capítulos posteriores a la hégira, y habría que
preguntarse por
qué:
«Dios
ama a los que obran bien» (Corán
87/2,195; 89/3,134; 89/ 3,148; 112/5,13; 112/5,93).
«Dios
ama a los que temen» (Corán
89/3,76; 113/9,4; 113/9,7).
«Dios
ama a los que son equitativos»
(Corán 91/60,8; 106/49,9; 112/5,42).
El amor
divino va
destinado a los que se purifican, se arrepienten, confían, aguantan,
pero sobre
todo a quienes se entregan al combate por su causa en la yihad:
«Dios
ama a los que combaten en su
camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo» (Corán 109/61,4).
No
obstante, debemos caer en la cuenta de
que estas últimas citas versan del amar, o no amar, procedente de Dios,
que no
se puede confundir con el amor teologal de los humanos hacia Dios. El
«amar a
Dios» prácticamente no se conjuga: apenas dos veces. Una, para afirmar
que Dios
puede suscitar gente que lo ame (Corán 112/5,54). Y la otra, para
reconducir el
amar hacia el obedecer, porque lo que se exige a los creyentes es,
ante todo,
que teman y se sometan dócilmente.
«Si
amáis a Dios, seguidme, y Dios os
amará y os perdonará vuestras faltas. Dios es indulgente y
misericordioso.
Obedeced a Dios y al enviado» (Corán 89/3,31-32).
Todo
esto significa, al final, que el
amor de los creyentes a Dios se demuestra, taxativamente, en la
obediencia a
las órdenes de Mahoma.
En
síntesis, da la impresión de que las
virtudes teologales han quedado aniquiladas para los musulmanes. La fe
que se
les exige no es tanto en Dios, sino en un libro indudablemente
histórico y
escrito por hombres. La esperanza nunca está garantizada por una
alianza o un
salvador, puesto que la soberanía del Dios de Mahoma es del todo
irrestricta. Y
la caridad nunca constituye una virtud en la escritura coránica: los
creyentes
no tienen por qué amar a Dios, basta con cumplir escrupulosamente los
mandatos de la Ley islámica.
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