La negación de la
familia. Las estructuras
del parentesco y sus simulacros
Obertura
PEDRO GÓMEZ
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Quizá sea
prudente, desde el principio, explicitar una advertencia. Pues, en
estos
tiempos tan proclives a la susceptibilidad y la censura, hasta el mismo
diablo
se ha vuelto picajoso. Con el fin de evitar malentendidos, quiero dejar
claro
que nada de lo escrito en estas páginas debe interpretarse como un
juicio
acerca de las personas. Si alguien lo entendiera así, estaría fuera de
onda.
Aquí el debate se refiere exclusivamente a ideas, teorías sociales,
hechos
históricos y fenómenos socioculturales. Como autor, me acojo en todo
momento a
los principios de libertad de investigación y expresión, invoco el
deber
filosófico de análisis, problematización y discernimiento, y
reivindico el
derecho a disentir de las opiniones dominantes. Por otro lado, hay que
tener en
cuenta que las situaciones personales nunca se reducen adecuadamente a
casos
particulares de una ley general. Porque las razones subjetivas y los
motivos
íntimos de la persona se sitúan en otro plano, en una escala que no es
la del
sistema de ideas, y requerirían un enfoque muy diferente. Aun cuando
haya
interacciones, lo personal depende siempre de imponderables, de
opciones
legítimas, con grados de libertad variables. Además, en teoría, no es
posible
demostrar una causación lineal con respecto a las ideologías o a los
hechos que
acontecen objetivamente en el plano de la colectividad. Son estos
hechos y esas
ideologías los que tomamos en consideración, sin que haya que suponer
ningún
juicio acerca de las intenciones individuales. Valgan estas breves
líneas
preliminares como proemio galeato.
Al considerar nuestras sociedades humanas, no debemos
verlas como un aglomerado irracional de sucesivos naufragios de la
historia,
sino, por el contrario, como variantes estructurales que juegan con las
posibilidades de la naturaleza y la combinatoria del espíritu humano.
Instituciones
aparentemente muy dispares pueden estar relacionadas y entenderse como
transformaciones de una estructura más fundamental. Por consiguiente,
las
sociedades que contemplamos en la historia de la humanidad constituyen
un
repertorio de modos diferentes de organizar los medios al alcance, para
responder a unas preguntas básicas que en el fondo son las mismas. Ahí
radica
la humanidad, en esas estructuras que ofrecen toda una gama de
respuestas posibles
dentro de los límites que impone la coherencia propia de cada sistema
particular.
He
abordado la elaboración de los capítulos que componen este libro desde
un
enfoque en parte estructuralista, pero sobre todo intencionalmente
científico
y críticamente filosófico. A modo de metáfora, serían como los cuatro
movimientos
de una sinfonía, no de sonidos, sino de ideas, donde se van
desplegando, y a
veces reiterando, temas antroposociales, históricos, políticos,
éticos, que
giran en torno al eje común del parentesco, la familia, el matrimonio y
su
destino. Continuando con el símil, el libro vendría a hacer las veces
de
partitura.
El
capítulo primero, «El auge del pansexualismo», afronta la descripción
del
problema que hoy supone la erosión de las estructuras de la familia por
efecto
de ideologías centradas en una preocupación unidimensional por la
sexualidad.
Comienza, de manera sucinta, constatando el hecho biológico de que el
dimorfismo sexual está determinado genéticamente en nuestra especie
humana,
como en tantas otras de vertebrados, mamíferos y primates. Sobre este
fundamento, aunque por sí solo no baste, se levanta el sistema de
parentesco,
que se instituye mediante una articulación de componentes biológicos y
culturales, y que ha de comprenderse más a fondo. Para plantear bien la
problemática actual, se aclaran algunos conceptos elementales como el
de sexo,
género y orientación erótica. A continuación, se sigue la pista a la
evolución
de los últimos decenios, que ha llevado desde el primer feminismo hasta
el giro
pansexualista reciente. Se analiza, con todo rigor, cómo el movimiento
feminista abandera la lucha de sexos, cómo el movimiento gay consigue
el
matrimonio homosexual, y cómo la internacional LGBT evoluciona hacia el
pansexualismo. Desde el mismo punto de vista crítico, se suscribe la
tesis de
que el pansexualismo conduce a la negación de la familia y el
parentesco, y luego
se agrega una visión de fondo, que interpreta que esa revolución
sexual, al
margen de las intenciones subjetivas, impulsa los pasos hacia una
sociedad de
signo totalitario.
El
capítulo segundo, «Las estructuras del parentesco», evita toda idea
superficial
sobre el tema y aborda la teoría antropológica acerca de los sistemas
de
parentesco: su función social y sus modos de organización. Se trata
de
profundizar en la clase de estructura que constituye, no en sentido
figurado,
sino en sentido estricto, un matrimonio y una familia, con sus muy
variadas
formas. Para ello, se estudia la universal prohibición del incesto como
condición para la exogamia y clave del sistema, y se discuten
diferentes
interpretaciones. También, se examinan los diversos tipos de
intercambio
conyugal y alianza, que pone en acción un principio de reciprocidad, ya
sea el
restringido o el generalizado, con sus respectivas reglas. De ahí
resultan las
distintas estructuras elementales: el matrimonio bilateral, el
patrilateral,
el matrilateral. Luego, se investiga la transición hacia estructuras
complejas
que se produce en las sociedades de amplia demografía. En fin, se
debate sobre
el átomo de parentesco, siempre un conjunto de relaciones complejo, sin
el que
no sería posible la existencia del sistema.
El
capítulo tercero, «La articulación bio-cultural», vuelve sobre la
naturaleza
emergente del sistema de parentesco, al objeto de profundizar en lo ya
señalado
al principio del capítulo primero. La teorización sobre los sistemas
adaptativos complejos proporciona el mejor enfoque para entender la
realidad
del parentesco. La organización familiar aparece como una red de
relaciones
sistémicas que dan cauce y sentido a los acontecimientos de la vida
social y su
reproducción. Tales
relaciones se ensamblan en la interfaz de interacción entre el plano
biogenético y el sociocultural, que hace emerger el sistema de
parentesco. El
comportamiento biológico es regulado culturalmente, al tiempo que la
existencia
de norma cultural viene exigida por la genética de homo sapiens, aunque
no en su concreción. Los individuos humanos nacen normalmente dentro de
la red
del parentesco, en una familia, donde heredan y transmiten genes y
rasgos
culturales, conforme a un conjunto de prohibiciones y prescripciones,
que crean
la sociedad en la que se inserta su biografía. Este capítulo explora,
además,
un paradigma que compendia los parámetros universales del sistema de
parentesco, con sus constantes y sus formas variables.
El
capítulo cuarto y último, «La familia y sus simulacros», intenta
delimitar las
fronteras del sistema de parentesco, con objeto de evidenciar lo que
queda
fuera de él, y no caer en la confusión habitual. Como primer paso, se
demuestra
que, pese a las apariencias, no existe el parentesco propiamente dicho
en la
naturaleza. Por ejemplo, sería erróneo verlo en los primates,
extrapolando una perspectiva antropomórfica. El parentesco humano
aporta un
cauce de estructuración de las relaciones sociales por el que
transitamos los
individuos, de manera que, para cada generación, el parentesco vivido
se forma,
se transforma y se disuelve, aunque marca la vida de cada uno. Ahora
bien, no
cualquier clase de vinculación de pareja cabe en el marco de la
parentela, ni pertenece
al sistema de parentesco, ni forma una familia, ni constituye un
matrimonio,
por mucho que lo remeden. La simulación de parentesco al exterior del
sistema
puede tener una base interpersonal real, pero, si no cabe
antropológicamente en
la categoría de matrimonio, tiene poco sentido obstinarse en el
simulacro.
Aparte ese aspecto, la evolución de la familia se ha acelerado como
respuesta
adaptativa a los cambios sociales del último medio siglo. Así lo
comprobamos en
el caso de la transformación de la familia en España. Si miramos el
papel del
parentesco en la historia de la humanidad, el proceso de demolición y
eventual
desaparición de la familia podría arrascar resultados catastróficos de
alcance
antropológico.
El propósito del libro es llamar la atención sobre esta problemática de
la
familia, que ha adquirido inusitada relevancia en nuestros días, dada
la trascendencia
de los hechos acaecidos, la proyección de graves interrogantes y la
incertidumbre inédita que se cierne sobre el futuro del parentesco en
nuestras
sociedades.
De
hecho, en los últimos decenios, las relaciones sociales han
experimentado
mutaciones impresionantes en lo que respecta a las costumbres sexuales,
al
matrimonio, la familia y el parentesco. Sus consecuencias no son
privadas, sino
que reflejan profundas interacciones entre el comportamiento individual
y las
estructuras globales de la sociedad.
Entra
dentro de lo normal que la actuación de los individuos sea inestable y
poco
previsible, pero la estabilidad de las estructuras, en nuestro caso las
estructuras de la familia, siempre ha proporcionado a la organización
social
una sólida base para su persistencia y reproducción. En nuestros días,
sin
embargo, la extraordinaria agitación de los elementos implicados está
repercutiendo destructivamente en la solidez estructural de la sociedad.
Observamos
una conjunción de acontecimientos característicos e insólitos, entre
los que cabe
destacar la lucha feminista, la proliferación LGBT y el auge de las
corrientes
pansexualista y transgenerista. No sabemos si se trata de fenómenos de
evolución, hasta cierto punto normales y asumibles, o, por el
contrario, de
pasos ciegos hacia la desintegración de los fundamentos de la vida
social.
Por
lo pronto, aparecen algunas consecuencias a corto plazo, que hay que
considerar
socialmente negativas, como el desplome demográfico, la
desestructuración de
las familias, el envejecimiento de la población, la trivialización de
las
relaciones sexuales, la crisis de los modelos de identificación
femeninos y
masculinos, la importación de migrantes portadores de principios
religiosos y
jurídicos no integrables.
Más
aún, a largo plazo, surgen incógnitas que oscurecen el horizonte.
Porque, tras
la negación del valor de la familia, no está claro qué la sustituirá en
las
funciones de procreación, afecto, crianza, apoyo desinteresado y
pertenencia. Las
generaciones jóvenes, sobre todo, más vulnerables, sufrirán los efectos
negativos. Nadie sabe si los cambios podrán conducir al desplome de la
sociedad
occidental, o tal vez a ocasionar su reemplazo por una nueva forma de
barbarie.
A
medida que el Estado confisque burocráticamente el cometido que era
responsabilidad autónoma de las familias, hasta apropiárselo del todo,
nada
excluye que el riesgo no se limite a la fabricación en serie de
individuos
deshumanizados, sino que posiblemente arrastre consigo la completa
desaparición
de la sociedad civil. Para entonces, se habría consumado la
instauración
progresiva, sobre gentes inermes, alienadas y manipulables, de un
régimen
sociopolítico cuyo carácter totalitario no cabría negar.
En sociedades complejas como la nuestra, construidas
sobre los principios de libertad y legalidad, está justificado
cuestionar los
movimientos sociales y la actuación del Estado, sobre todo si se
otorgan derechos
sobre una base arbitraria. Así ocurre, por ejemplo, al legalizar
modelos
inventados de matrimonio y familia que son antropológicamente
anómalos y
jurídicamente confusos. Y lo son por el hecho de que su estructura cae
fuera
del sistema de parentesco, en la medida en que entran en contradicción
con los parámetros
básicos que el parentesco requiere transculturalmente. Para afirmar
que se
trata de una arbitrariedad y argumentar con fundamento en orden a su
impugnación, es imprescindible investigar a fondo el tema, o lo que es
lo
mismo, tomar como punto de partida un análisis antropológico
suficientemente
solvente. Por este motivo he recurrido, con especial atención, a los
estudios
de Claude Lévi-Strauss sobre las estructuras del parentesco, un clásico
que
mantiene su vigencia.
La
lectura del libro no requiere preparación especial. Pero será
imprescindible
realizar un esfuerzo intelectual, porque no se entenderá nada, si no se
clarifican mínimamente enfoques y conceptos para el análisis de la
vida social
y familiar.
Cada
sistema de los que integran una cultura constituye, respecto al orden
natural,
un orden nuevo emergente sobre aquél: un orden socialmente forjado
sobre una
base dada. Por su lado, lo cultural no se puede comprender
adecuadamente como
si fuera un hecho natural, instintivo, o biológico, ni se puede reducir
a una interpretación naturalista o empirista, pues se encuentra más
allá. El
concepto de hecho social implica que la indeterminación de la
naturaleza
se completa con una regla extrainstintiva, con alguna clase de
institución
específicamente humana. Así, toda sociedad humana remodela las
condiciones de
su continuidad en el tiempo por medio de un entramado de reglas, entre
las que
se encuentran la prohibición del incesto, la exogamia, las pautas
reguladoras
del matrimonio y, más en general, todos los códigos de normas de orden
social,
moral, económico y estético.
La
existencia de cualquier sistema o subsistema de orden cultural viene
exigida
por la función que desempeña dentro del conjunto de la vida
social.
Responde a determinadas necesidades o problemas. No obstante, es
esencial
señalar la distinción entre la función primaria, en respuesta a una
necesidad
efectiva de la organización social, y la función secundaria, que,
establecida
en un momento dado, persiste por imposición del poder o por la
resistencia de
la gente a cambiar de costumbres. De ahí que resulte absurdo pensar que
todo
sea, o deba ser, funcional en una sociedad. Un sistema concreto, una
institución, unos usos actuales, pueden tener una funcionalidad mayor
o menor,
vital o residual, e incluso operar como algo contraproducente.
En
su aspecto positivo, las instituciones son para el cuerpo social como
el
esqueleto que da consistencia, sistemas y aparatos especializados que
aseguran
la pervivencia. Todo sistema intracultural, toda institución
funda su
legitimidad en un principio de constancia y en una exigencia de
filiación que
la hacen incuestionable. Primero, en un principio de constancia, porque
las instituciones prevalecen por encima de los individuos que
pertenecen a
ellas y son aceptados por ellas, en cuyo mantenimiento cifran su propio
valer,
hasta que otros vengan a reemplazarlos y proseguir su misión. En
segundo
lugar, una exigencia de filiación, porque cada uno de los
miembros se
benefician de pertenecer a una genealogía formada por todos aquellos
que lo
precedieron en el lugar que él tiene ahora la fortuna de ocupar.
El
objetivo más práctico de instituciones como la familia estriba en
encuadrar a
la masa de individuos dentro de sistemas que configuran la vida social
y que,
cuanto más complejamente la organizan, tanto más la proveen de
espacios,
niveles y dimensiones con un relieve peculiar. La institucionalidad
hace que
una comunidad permanezca. Su forma óptima tiende a crear una armonía
social sobre
la base del consentimiento tácito, que determinados ritos suelen
renovar periódicamente.
Una
cultura, una sociedad, consiste en un complicado edificio de
instituciones y
representaciones, un edificio en construcción y reconstrucción
permanentes.
De modo que lo institucional modela y remodela estructuralmente órdenes
lógicos, diferentes del orden empírico social, que confieren una forma
a la
corriente caótica de los acontecimientos. Sus reglas encauzan el curso
del
tiempo, la sucesión de las generaciones, que sin cesar se descomponen y
recomponen. De cuando en cuando, surgen mutaciones de algunos
elementos, que
fortalecen, o debilitan, el conjunto, dando lugar a diferentes
configuraciones
sociales, políticas y morales, con nuevas interpretaciones,
valoraciones y
conductas. El análisis de los sistemas culturales en busca de sus
reglas
subyacentes no desvaloriza el acontecer histórico; trata de sacar a la
luz y
plasmar en un modelo teórico la trama o estructura de su organización
interna
explicativa, en un cierto espacio y tiempo de presumible estabilidad,
teniendo
en cuenta luego las variantes de otros espacios y otros tiempos,
siempre con
el convencimiento de que existen invariantes que nos hacen
inteligible la
realidad.
Este libro va dirigido, principalmente, a quienes todavía
dudan, a quienes se preguntan por el significado
profundo de lo que pasa y están dispuestos a considerar las razones
aquí
aducidas, porque ellos son quienes mejor podrán beneficiarse de la
lectura.
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