Pensar la religión desde la modernidad crítica

13. El sistema islámico ante el análisis histórico-crítico

PEDRO GÓMEZ




El señuelo de la islamofilia


Hay quienes propagan una visión del islam como una fe tolerante, una religión de paz y una civilización esplendorosa. Desconfiemos. No nos dejemos embaucar por las apariencias. Tengamos en cuenta la aclaración que nos ofrece un investigador crítico:


«Es posible distinguir tres islames: islam 1, islam 2, e islam 3. El islam 1 es lo que Mahoma enseñó, es decir, sus enseñanzas tal como están contenidas en el Corán. El islam 2 es la religión explicada, interpretada y desarrollada por los teólogos a través de las tradiciones (hadices), incluyendo la saría y la ley islámica. El islam 3 es lo que los musulmanes hicieron y lograron de hecho, es decir, la civilización islámica. (...) El islam 3, la civilización islámica, alcanzó cumbres de esplendor a pesar del islam 1 y el islam 2, y no gracias a ellos» (Ibn Warraq, Por qué no soy musulmán, 1995, Introducción).


Es una cuestión sumamente importante conocer el núcleo del sistema islámico, que está codificado en sus fuentes y que subyace a toda su historia de catorce siglos, esto es, aquellos fundamentos que no se pueden alterar sin destruir el islam, y que ningún musulmán puede negar sin caer en apostasía.


No son pocos los que esconden la verdad y, falseando la interpretación de los textos y la historia, se convierten en apologetas de un islam idealizado. Los encontramos incluso entre teólogos cristianos, como, por ejemplo, el autor del libro titulado Hermano islam (Trotta, 2019). Allí defiende la propuesta de «una teología islamo-cristiana de la liberación en clave feminista», oxímoron que basa su argumentación en un patente entramado de falsedades y fantasías. Quien lo desee puede ver y oír la exposición que él mismo hace en un vídeo de YouTube:

https://www.youtube.com/watch?v=

CoxObgsxubM


Algún que otro apologista del islam arguye que las investigaciones críticas sobre esa religión dan una visión negativa, maniquea. Hay que responderles que el fin de la investigación no es buscar un punto medio, siempre ilusorio, sino establecer lo más objetivamente posible la caracterización, en este caso, del sistema islámico y su historia: si es verdad, o no, que los textos afirman tales o cuales ideas; si es verdad, o no, que determinados hechos ocurrieron históricamente. Si la descripción expuesta corresponde a lo esencial del Corán y el sistema islámico, entonces habría que pensar si no son el Corán y este sistema los que contienen una visión maniquea, manifiesta, por ejemplo, en su oposición radical e irreductible entre los creyentes musulmanes y los «infieles».


Otra táctica de la apologética promusulmana consiste en acusar al cristianismo de cometer también atrocidades en la historia. Efectivamente, en la historia se producen hechos atroces. Pero es necesario tener presente una diferencia fundamental. En el caso del islamismo, la violencia se ejerce conforme al mensaje del Corán y justificada por él. En el caso del cristianismo, por el contrario, la violencia está en contra del mensaje del Evangelio y desautorizada por él. Por esta razón, en el cristianismo cabe recurrir al mensaje fundacional para rechazar la violencia y tratar de limitarla. Mientras que, en el islam, la vuelta al mensaje original del Corán refuerza y renueva el llamamiento a la violencia en nombre de Dios.



La religión islámica como mesianismo militar


Desde un enfoque antropológico, un sistema religioso consiste en la articulación de un sistema de ideas, un sistema de emociones y un sistema de normas de actuación, codificados culturalmente, que se presenta como proyecto salvífico, o de sentido, fundado en una inter­pretación de la realidad que se cree última.


Los dos libros recientemente publicados, La genealogía del islam y El sistema islámico (2021), se proponen describir los fundamentos del sistema islámico, su historia y su estructura. Desarrollan un análisis del núcleo duro de este sistema, conocido a través de las investigaciones de los especialistas coranólogos e islamólogos más reputados. En determi­nados momentos, resulta muy aclaratoria la comparación con el cristianismo, ya que el islam surgió del movimiento nazareno –que combinaba la tradición judaica con creencias cristianas heterodoxas– y se desarrolló en abierta confrontación con la cristiandad.


Una de las diferencias radicales, a la vez teológica y política, se refiere a la naturaleza del mesianismo. El evangelio proclama el reino de Dios por medio de un mesianismo desmilitarizado, a la vez que establece una separación entre religión y política. En cambio el Corán llama a luchar para imponer por la fuerza el reino de Dios, mediante una militarización del mesianismo que fusiona completamente la religión y la política (cfr. «El ethos de militarización del mesianismo», en La genealogía del islam, 2021: 227-232)


Hay unos principios éticos clave, relacionados precisamente con la violencia, que ponen de manifiesto las diferencias sustanciales entre el Corán y el Evangelio. Porque no es lo mismo, en absoluto, atacar y someter militarmente que enseñar y hacer discípulos pacíficamente:


El Corán dice: «Matadlos [a los infieles] allí donde os enfrentéis con ellos (…) Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión, y que la religión sea de Dios» (Corán 88/8,39). «Preparad contra ellos tanto como podáis, como fuerza y como caballos de guerra, a fin de atemorizar al enemigo de Dios y vuestro» (Corán 88/8,60).


El Evangelio dice: «Id y haced discípulos entre todas las naciones, bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado» (Mateo 28,19-20)


Parece innegable que existen creencias y valores sistémicos que enfrentan al Corán y el Evangelio, y que evidencian su profunda incompatibilidad. Podemos destacar algunos ejemplos:


– En el Corán, el Jesús islamizado manda tratar a Dios como «Señor», en una relación de amo-esclavo (Corán 63/43,64; 89/3,49-51)

– El Jesús del Evangelio anima a sus discípulos a llamar a Dios «Padre» en relación filial (Mateo 6,9 y 11,25).

– El Corán dice que Dios manda matar sin piedad ni perdón a los que no se sometan al islam (Corán 5,33; 9,5; 9,133).

– En el evangelio, Jesús dice que Dios hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45). Y lo compara con el padre del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).

 
En la obra El sistema islámico, se recopila una serie algo más amplia de contrastes que oponen al cristianismo y el islamismo de manera muy significativa:


«Veamos una comparación de la doctrina del Corán y la de Jesús en los Evangelios:


El Corán se concibe como un libro hecho descender de Dios, como su palabra literal, eterna e inmutable (Corán 39/7,2). Jesús no diviniza ningún texto escrito, sino que él es la palabra que se comunica y que envía a todos el Espíritu (Juan 14,16-17; Hechos 1,1-4).


El Corán sacraliza la organización social, totalmente sometida a la Ley de Dios y su enviado (Corán 90/33,36). Jesús reconoce la legi­ti­midad propia de las leyes del Estado (Marcos 12,14-17).


– El Corán fija normas para la herencia, discriminatorias para la mujer (Corán 92/4,11-12). Jesús rehúsa intervenir como juez en el re­parto de una herencia (Lucas 12,13-14).


– El Corán impone como norma el principio del talión (
Corán 87/2,178-179, 194). Jesús, en el sermón de la montaña, critica y corrige la ley del talión (Mateo 5,38-42).


– El Corán manda flagelar con cien azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2), pero había un versículo que mandaba la lapidación, desa­parecido del Corán, pero atestiguado por el califa Omar, y tal práctica la corroboran Ibn Hisham y Muslim. Pero Jesús no condena a la mujer adúltera y la libra del castigo por lapidación (Juan 8,1-11).


– El Corán ordena amedrentar a los enemigos y combatir contra ellos por todos los medios, e incluso manda matarlos (Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89). Jesús enseña el amor a los enemigos (Mateo 5,43-45).


– El Corán afirma que no hay que interceder por los que no creen, que Dios no los perdonará jamás (
Corán 104/63,6; 113/9,80). Jesús aboga por el perdón del extraviado en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).


– El Corán estipula la supremacía masculina y el derecho del marido a pegar a su mujer, y a repudiarla (Corán 63/43,18; 92/4,34). Jesús defiende la igualdad de derechos de la mujer en el matrimonio y el divorcio (Marcos 10,2-16).


– El Corán legaliza en nombre de Dios la poligamia para los varones (
Corán 92/4,3). Jesús es partidario de la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5,31-32).


– El Corán establece causas de pureza e impureza, y regula las abluciones (Corán 92/4,43; 112/5,6). Y con este mismo motivo impone luego la mutilación genital. Jesús apoya a sus discípulos que no observan la tradición de purificarse (Mateo 15,1-3). Más tarde, sus apóstoles suprimieron la circuncisión.


– El Corán establece prohibiciones alimentarias (
Corán 87/2,172-173). Jesús declara puros todos los alimentos (Marcos 7,14-19).


– El Corán prohíbe el vino por ser obra del demonio (
Corán 112/5,90). Jesús aprecia el vino y lo convierte en símbolo para su comunidad en la eucaristía (Mateo 26,27-29).


– El Corán prescribe y reglamenta como obligatorio el ayuno de rama­dán (Corán 87/2,183-185). Jesús aconseja ayunar en privado (Mateo 6,16-18) y levanta a sus discípulos la obligación de ayunar (Mateo 9,14-15).


– El Corán manda rezar mirando al santuario sagrado [de La Meca] (Corán 87/2,144). Jesús afirma que no hay un templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan 4,20-23).


– El Corán manda expandir la religión utilizando la fuerza armada contra los no creyentes (Corán 88/8,39; 113/9,5). Jesús actúa pací­ficamente, predicando el reino de Dios y curando, y manda lo mismo a sus discípulos (Mateo 4,23; 28,19-20)
» (El sistema islámico, 2021: 171-173).

 
El proyecto islámico, desde su origen, se configuró como un mesianismo belicoso, que impulsa a la conquista de las naciones con la espada, buscando el premio del botín en este mundo y del jardín hedonista en el otro.



El deber de enemistad y odio


En el Corán aparecen: 200 versículos de odio contra los judíos; 100 versículos de odio contra los cristianos. Hay 730 versículos referidos a la yihad (cfr. Sami Aldeeb, Le jihad dans l’islam, 2016).


Según el Corán, el fundamento teológico de la yihad es el odio, elevado a virtud teológica: porque Dios odia a los no musulmanes (Corán 89/3,32).


De ahí que el islam sustente la doctrina de «la lealtad y la enemistad» (al-wala’ wa-l-bara’), que enseña que hay que amar y odiar por Dios. El Corán prohíbe tomar como aliados a gente no musulmana (Corán 91/60,1; 92/4,89 y 144; 112/5,51 y 54). Y citando el ejemplo de Abrahán, formula el mandato de odiar a los que no creen:


«Tenéis un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él, cuando dijeron a sus gentes: ‘Nos desentendemos de vosotros y de lo que adoráis fuera de Dios. Renegamos de vosotros, y la enemistad y el odio han aparecido entre nosotros y vosotros para siempre, hasta que creáis solo en Dios’» (Corán 91/60,4).


El Corán llega a hablar en tales términos que deshumanizan a los judíos y los cristianos, reduciéndolos a una categoría animal:

– De los judíos dice que son como asnos (Corán 110/62,5) y los llama «monos despreciables» (Corán 39/7,166; 87/2,65; 112/5,60).

– A los cristianos los califica de «cerdos» (Corán 112/5,60). «Los asociadores no son más que inmundicia» (Corán 113/9,28).



La intolerancia religiosa hacia todo no musulmán


A veces se nos cita un versículo como si expresara tolerancia: «Ninguna coacción en la religión. La buena dirección se distingue del extravío» (Corán 87/2,256). Pero la prudencia del investigador nos lleva a ver que su significado real es que no se tolera que nadie coaccione a un musulmán para que abandone el islam. El coranólogo Sami Aldeeb ha dedicado una monografía al estudio de este versículo:

https://religion.antropo.es/_libros/

biblioteca/Aldeeb.Sami_2015_Nulle-

contrainte-dans-la-religion.pdf


Porque, de manera absoluta: «La religión, para Dios, es el islam» (Corán 89/3,19).


«Quien busque una religión diferente del islam, no se le consentirá, y en la otra vida será de los perdedores» (Corán 89/3,85).


«Quien ha descreído en Dios después de haber creído, … el que abre su pecho a la descreencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un gran castigo» (Corán 70/16,106).


«Los que han descreído después de haber creído (…)  Esos, su retribución es que caerá sobre ellos la maldición de Dios, de los ángeles y de los humanos a la vez» (Corán 89/3,87).


Además, Dios les prohíbe discutir sobre religión, como hacen los infieles (Corán 60/40,4).


Hacia los infieles, los que no se convierten al islam, Dios manda a los creyentes musulmanes mostrar «enemistad y odio» (Corán 91/60,4). Además, frente a los infieles, Dios manda combatir hasta su entero sometimiento (Corán 113/9,29).



No es religión de paz, sino religión de la espada


En el Corán, la palabra «paz» aparece 46 veces. De ellas, 37 en los capítulos anteriores a la hégira, pero allí casi todas como fórmula de saludo. En los capítulos posteriores a la hégira, se emplea en 9 ocasiones, en un contexto de guerra. En cuatro de ellas, se refiere a los enemigos que, en la batalla, «lanzan la paz», esto es, solicitan la paz. Y Mahoma sentencia que, si los creyentes están en situación de superioridad, no deben aceptar la paz, salvo que se rindan enteramente (Corán 92/4,90). Esto refuerza la idea de que la paz solamente es posible para los que se someten bajo el sistema del islam.


Hay muchos apologistas empeñados en que el islam es una «religión de paz», y a veces citan una aleya que dice: «Quien mate a una persona que no ha matado a nadie, ni ha corrompido en la tierra, es como si matara a todos los humanos» (Corán 112/5,32).


Pero, para no engañarnos, tenemos que leer bien lo que está escrito en ese versículo: allí Dios se dirige a los antiguos israelitas, diciendo: «Por eso prescribimos para los hijos de Israel que quien mate a una persona…». No es un mandato dirigido a Mahoma y sus seguidores. Se trata de una advertencia a los judíos, a quienes –si leemos el versículo siguiente– se acusa de guerrear contra Dios y su enviado y de corromper la tierra, por lo que su retribución es que «serán matados, o crucificados, que se les cortarán las manos y los pies opuestos, o se les expulsará del país» (Corán 112/5,33). El mensaje es que nadie opuesto al islam podrá estar libre de la amenaza de exilio, mutilación, crucifixión o muerte, a menos que se convierta al islam antes de ser derrotado (Corán 112/5,34).


Los llamados «versículos de la espada», recogidos en las suras de Medina, contienen el mensaje definitivo de Mahoma:


«Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La subversión es más grave que matar. (…) Si combaten contra vosotros, entonces matadlos. (…) Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión y la religión pertenezca a Dios» (Corán 87/2,191-193).


«Capturadlos y matadlos allí donde os enfrentéis con ellos» (Corán 92/4,91).


«Una vez que pasen los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde os enfrentéis con ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por todas partes. Pero si se rinden, hacen el rezo y pagan el tributo, dejadlos. Dios es perdonador, misericordioso» (Corán 113/9,5).


«Combatid contra aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el último día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la religión de la verdad, hasta que paguen el tributo en mano, y en estado de humillación» (Corán 113/9,29).


«Combatid a todos los asociadores como todos ellos os combaten» (Corán 113/9,36).


«Movilizaos, los ligeros y los pesados, y combatid con vuestras fortunas y vuestras personas en el camino de Dios. Esto es mejor para vosotros» (Corán 113/9,41).


Según autores cásicos musulmanes, solo el versículo 9,5, que manda combatir contra los no musulmanes, ha abrogado 124, o incluso 140, versículos de signo tolerante (Aldeeb 2016: 15).


Los 72 exegetas musulmanes estudiados por Sami Aldeeb, desde el siglo VIII a la actualidad, cuando comentan los versículos sobre la yihad, determinan tres cosas: que su significado es militar, que está justificada ante el rechazo del islam, y que su mandato no tiene límite en el tiempo:

https://religion.antropo.es/_textos/

Aldeeb.Sami_2016_Le-jihad-dans-lislam-

Tableau-auteurs.pdf


Los hadices ponen en boca de Mahoma el dicho: «Sabed que el paraíso está bajo las sombras de las espadas» (Al-Bujari, Sahih, 1997, libro 56, capítulo 22, hadiz número 2818).


En contraste, en el evangelio, Jesús pide a sus discípulos la renuncia a la violencia. Cuando Santiago y Juan deseaban que bajara fuego del cielo sobre una aldea samaritana que no los acogió, Jesús los reprendió (Lucas 9,54-55). En el huerto de los Olivos, cuando van a prenderlo, Jesús mandó a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina» (Mateo 26,51-52; Juan 18,10-11). El mismo mensaje de tolerancia transmite la parábola del trigo y la cizaña: dejarla crecer, sin arrancarla (Mateo 13,25-31).



La evolución de la doctrina de la yihad en el Corán


Después de lo visto sobre la religión de la espada, tiene poco sentido que nos quieran convencer de que la yihad significa un esfuerzo moral, o que es solo defensiva. Para aclarar bien el tema, hay que saber que hubo una evolución de la doctrina de la yihad, verificable en el Corán, con cuatro etapas. La cuarta es la definitiva y la que está en plena vigencia.


Primera fase: está prohibido responder a la agresión. En La Meca, Mahoma predicaba y advertía: «Ten paciencia con lo que dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán 3/73,10). «No nos incumbe más que la transmisión clara» (Corán 41/36,17). «Repele la maldad de la mejor manera» (Corán 74/23,96).


Segunda fase: está permitido responder a la agresión. En Yatrib (Medina) Mahoma se convirtió en jefe político y militar. Se da autorización para combatir, si son atacados (Corán 103/22,39-40).


Tercera fase: es un deber responder a la agresión. Cuando el poder de Mahoma aumenta, ordena com­batir a quienes los ataquen: «Combatid en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros, y no transgredáis» (Corán 87/2,190-191). «Se os ha prescrito el combate, aunque sea repugnante para vo­sotros» (Corán 87/2,216).


Cuarta fase: es un derecho, y hasta una obligación, iniciar la guerra. Una vez consolidado su poder, el Corán otorga a los musulmanes el derecho y el deber de tomar la iniciativa para la guerra. Así, la yihad ofensiva se vuelve una obligación en cuatro casos:


A. La yihad contra los apóstatas. Son «guerras de apostasía» contra quienes abandonan el islam. El derecho islámico castiga al apóstata con pena de muerte.


B. La yihad contra los rebeldes. Cuando surgen conflictos internos entre grupos de musulmanes. En tal caso: «Combatid contra el grupo que abusa, hasta que vuelva al orden de Dios» (Corán 106/49,9). Igualmente cuando hay grupos insumisos que se sublevan dentro de la sociedad musulmana: «Malditos. Donde se los encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán 90/33,61; también 112/5,33-34).


C. La yihad contra la subversión (fitna), que inicialmente designaba la resistencia de algunas tribus que desencadenaron la guerra civil tras la muerte de Mahoma. Según el Corán, hay que aplastar esa resistencia y exterminar sin piedad a los subversivos: «Matadlos (…) La subversión es más grave que matar» (Corán 87/2,191). «La subversión es un pecado más grande que matar» (Corán 87/2,217). También Corán 92/4,76; 92/4,91).


D. La yihad contra los países de los infieles. Se debe tomar la iniciativa para la agresión contra las sociedades que denominan «casa de la guerra» (
دار الحرب, dar al-harb) o «casa de la infidelidad» (دار الكفر, dar al-kufr), hasta que se integren en la «casa de la sumisión» (دار الإسلام, dar al-islam). Si es necesaria una tregua, será solo por un tiempo limitado, estipulado por el derecho islámico. «Combatid contra ellos. Dios los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os auxiliará contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,14; también 113/9,3 y 9,5).

 
Al término de esta evolución, quedan como definitivos los versículos abrogantes que mandan «el combate en el camino de Dios», es decir, la yihad, la lucha armada mesiánica y milenarista contra los malos musulmanes y contra los no musulmanes. Esto legitima el agredir, matar y morir por la fe islámica. Y llaman «mártir» al que muere matando. Porque Dios ama a los que matan por su causa (Corán 88/8,15-17; 95/47,3-4; 109/61,4; 113/9,5; 113/9,123).


De hecho, las escrituras islámicas dedican más de un tercio de sus páginas a la yihad en sentido de guerra con la espada:

– El Corán (suras de Medina), el 24% del texto.

– La biografía del profeta, el 67%.

– Los hadices de Mahoma, el 21%.



Una teología del Dios que odia a los infieles


El fundamento de todo el sistema islámico reside en su concepción de Dios. Ahora bien, el Dios del Corán no es el Dios de la Biblia. De hecho, la Biblia está prohibida en tierras del islam y se persigue a quien la tenga.


Más claro aún, el Dios del Corán no es el Dios cristiano, no es Dios Padre. Tampoco hay un Logos en el Dios del islam.


En el islamismo, Dios se concibe como irrestricta voluntad: concede su favor a quien él quiere (Corán 94/57,29; 110/62,4). No hay «alianza» que comprometa a Dios con el hombre.

«Dios hace lo que él quiere» (Corán 87/2,254; 103/22,14).

«Dios perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284. Repetido en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).


En el Corán, se dice que Dios premia con el «paraíso», 139 veces. Pero se dice que Dios «castiga», 415 veces. Hasta el punto de que se le atribuye la autoría de las masacres perpetradas en su nombre: «No sois vosotros los que los habéis matado, sino que es Dios quien los ha matado» (Corán 88/8,17).


La contraposición radical entre «los creyentes» (
المؤمنين, al-muminun) y «los incrédulos» (الكافرون, al-kafirun) en el Dios de Mahoma atraviesa todas las páginas del Corán y establece el frente de combate. El hecho es que el Corán habla mucho de nosotros, los infieles, y nos coloca en el punto de mira: «Dios no ama a los no creyentes» (Corán 89/3,32). Y lanza sobre nosotros amenazas tremendas: A los infieles, «Dios quiere castigarlos por eso y que sus almas perezcan siendo infieles» (Corán 113/9,55; lo mismo en 113/9,85). Por el contrario, «Dios ama a los que combaten en su camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo» (Corán 109/61,4), solo ama a los «creyentes», que luchan contra los «infieles». Resulta carente de sentido que el Corán nos deje indiferentes.

 

Debemos tener meridianamente claro que el Dios del islam no es el Dios de los cristianos, sino su acérrimo enemigo:

– De los 99 nombres que los musulmanes dan a Dios, ninguno es «Padre»; más aún, consideran blasfemo llamar Padre a Dios.

– El Corán niega la filiación divina de Cristo; más aún, declara la guerra a aquellos que creen en ella.

– El islam pretende que el Espíritu, el paráclito, es Mahoma; más aún, sostiene que el mismo Jesús lo había anunciado: Corán 109/61,6. De modo que interpreta en ese sentido el evangelio de Juan (14,16-17; 15,26; 16,7-14).


En fin, en su conjunto, el Corán instituye una teomaquia, una guerra teológica sin cuartel entre la idea de Dios islámica y la idea de Dios cristiana.


Como sostiene el filósofo e historiador Rémi Brague, hay que desterrar la idea ingenua de que judaísmo, cristianismo e islamismo tienen el mismo Dios. Es necesario acabar con ese mantra de «los tres monoteísmos»:

https://religion.antropo.es/_textos/

RemiBrague.No-tres-monoteismos.html



El prototipo de los «emigrantes»


En el Corán, los sarracenos que seguían a Mahoma son denominados en árabe muhāŷirūn, que significa los «emigrantes» (= los de la hégira). Son mencionados 24 veces (Corán 70/16,41; 70/16,110; 85/29,26; 87/2,218; 88/8,72-75; 89/3,195; 90/33,6.50; etc.).


«Los que han creído, los que han emigrado y combatido en el camino de Dios…» (Corán 87/2,218).


Para el islam, la migración preludia la conquista. La «inmigración» acabó designando la invasión con vistas a la guerra de conquista. Así lo atestigua el Corán, cuando llama «emigrantes» a las huestes del profeta armado.


Los «emigrantes» son los protagonistas de la yihad.  Los «emi­grantes» fueron la vanguardia de las tropas que conquistaron Siria y Palestina. Los «emigrantes» tienen la expresa auto­ri­zación de Dios para matar, desterrar, talar las palmeras, dominar la tierra y repartirse el botín tras el saqueo de las ciudades (cfr. Corán 101/59,5-9).


Al dar su vida, son los únicos que cuentan con la promesa divina del paraíso:

«A quienes han emigrado, han salido de sus hogares, han sufrido daño en mi camino, han combatido, y han sido matados, yo les borraré sus faltas, y los haré entrar en jardines…» (Corán 89/3,195).


Es clarificador el estudio de Sami Albeeb sobre los versículos coránicos referentes a la migración en el islam: La migration (hijrah) dans l’islam Interprétation des versets relatifs à la migration à travers les siècles.
Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulmán, 2021:

https://www.researchgate.net/publication/

356612894_La_migration_hijrah_dans_l'islam

_Interpretation_des_versets_relatifs_a_la_

migration_a_travers_les_siecles



La doctrina de la abrogación para salvar contradicciones


Es un hecho que no es raro encontrar incoherencias y hasta contra­dicciones entre unos versículos coránicos y otros. Se ha hablado incluso de un «doble mensaje» del Corán, el de La Meca y el de Medina. Así, el teólogo sudanés Mahmud Muhammad Taha, en su obra El segundo mensaje del islam (1967). Le valió la horca en 1985.


«En cualquier caso, observamos cambios radicales de actitud:

– Mahoma, que se presentaba como mero predicador, se transformó en enviado de Dios y en profeta armado que manda y conquista con poder absoluto.

– Mahoma, que empezó siendo un empleado sin fortuna, pasó a ser inmensamente rico en Medina.

– Mahoma, que fue monógamo con Jadiya, su primera mujer, se hizo polígamo en Medina.

– La alquibla, u orientación en el rezo, fue primero hacia Jerusalén, y se cambió hacia La Meca (Corán 87/2,144 y 149-150).

– El calendario de fiestas judío se alteró: la celebración semanal pasó del sábado al viernes; y el ayuno se trasladó al mes de ramadán.

– Los elogios iniciales a los beneficios del vino fueron reem­plazados por su prohibición (Corán 70/16,67; 87/2,219; 112/5,90).

– La libertad de las mujeres en la vida social se acabó, con su reclusión en casa y la imposición del velo.

– El mensaje de paz y la misericordia de Dios se reservó en exclusiva para los musulmanes (Corán 39/7,156).

– Las llamadas a la paciencia se sustituyeron por llamadas al combate hasta el final contra los que no se someten al islam (yihad).

– La sumisión del creyente a Dios significó cada vez más sometimiento a Mahoma y obligación de someter a todos los demás en nombre de Dios.

– La tolerancia hacia otras religiones proféticas derivó hacia su per­secución y opresión, en pos de la supremacía del islamismo» (La genealogía del islam, 2021: 194)


¿Cómo resuelven estas notorias contradicciones? Mediante la doctrina de la abrogación (
نسخ, nasj), según la cual lo que dice un versículo puede resultar anulado, en todo o en parte, por lo revelado en otro versículo con posterioridad. Los versículos posteriores prevalecen sobre los anteriores, que son derogados. Esta es una clave de interpretación fundamental.


Por ejemplo, en el Corán, hay unos pocos versículos que exhortan a la paciencia, la tolerancia y la paz. Pero hay que saber que todos esos versículos carecen de validez, en el plano teológico y jurídico, porque todos se encuentran abrogados por otros versículos posteriores, y de manera definitiva por los denominados «versículos de la espada» (Corán 87/2,191-193; 90/33,61; 92/4,91; 113/9,5; 113/9,29; 113/9,36; 113/9,41).


No obstante, los versículos abrogados siguen figurando en el Corán y se citan a veces. Lo que ocurre es que los musulmanes utilizan una doble estrategia, según la posición de fuerza que tenga la umma. En situaciones de inferioridad, se sirven del pacto y el disimulo o taquiya (Corán 70/16,106) y entonces citan versículos abrogados; pero esto es siempre provisional, hasta que llegue la oportunidad de exhibir la fuerza y aplicar los versículos más duros.


Esta doctrina de la abrogación se suele justificar con ciertos versículos, como este:

«Todo signo que abrogamos o hacemos olvidar, aportamos uno mejor que él, o semejante a él. ¿No sabes que Dios es todopoderoso?» (Corán 87/2,106; también 8/87,6-7; 50/17,86; 70/16,101; 96/13,39). Pero algunos especialistas creen que puede tratarse de interpolaciones de época califal.


Podemos consultar un estudio exhausivo sobre la abrogación en el Corán: L’abrogation dans le Coran. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulmán, 2021:

https://www.researchgate.net/publication/

356786728_L'abrogation_dans_le_Coran



Algunas conclusiones básicas de la investigación


De la investigación sobre el Corán y su teología se derivan, con toda claridad, unas conclusiones generales que compendian las características esenciales del sistema islámico:


La apropiación de las tradiciones judía y cristiana, que son distorsionadas y formalmente rechazadas, de modo que el contenido del Corán despliega una permanente confrontación con el judaísmo rabínico y con el cristianismo de Nicea: contra a Iglesia imperial, la Iglesia nestoriana y la Iglesia miafisita o jacobea.


La identificación de religión y política: la religión es política; y la política es religión. Esto confiere al islamismo un carácter de mesianismo militar, que aboca como sistema político a una especie de teocracia.


La intolerancia absoluta con otros sistemas: únicamente los musulmanes tienen derecho a integrar la sociedad política (umma). Todo otro sistema religioso o cultural debe ser sometido o destruido.


El imperativo de la violencia contra todos los «infieles»: esto es la yihad. Para los no musulmanes, las opciones son la conversión o el exterminio (o esclavitud). Para los otros monoteístas, está además la opción del sometimiento en régimen de dimmitud.


El objetivo de la yihad es la imposición de la ley islámica (saría) a todos los países: esta dominación bajo un régimen teocrático-totalitario postula la supresión de las libertades individuales y políticas, y la negación de los derechos humanos.


En resumen, el mandamiento central del Corán y la praxis de la que el propio libro levanta acta es el combate mesiánico de los creyentes (muminin) contra los infieles (kufar), es decir, contra todos aquellos que no se someten a la religión (din) de Mahoma. El Corán exige a los creyentes (luego llamados musulmanes) conformar su vida como actores o apoyos de la guerra (yihad), dirigida al triunfo de la sumisión (islam), cuyo fin es implantar la ley de Dios (saría), como dictadura de su enviado (rasul) sobre la nación de los creyentes (umma) y como supremacía sobre los no conversos sojuzgados (dimmíes). Así es, necesariamente, el modo de operar islámico, la lógica subyacente en toda islamización.



Las consecuencias destructivas son incontestables


Las ideas no mueven la historia, pero la historia no se mueve sin las ideas. Las condiciones materiales por sí solas no bastan, porque los humanos se guían en la acción por la interpretación que hacen de la realidad. Son las ideologías, teologías y utopías aberrantes que anidan en la cabeza de las gentes, y orientan su comportamiento, las que, manejadas por adalides fanáticos, conducen las sociedades humanas al matadero.


Por mucho que se quiera ocultar, en esa guerra soterrada por hacer prevalecer el propio relato de los hechos, lo cierto es que, a lo largo de la historia de los catorce siglos del islam, las víctimas de la yihad, según las estimaciones más circunspectas, ascienden al menos a 270 millones de masacrados:

– Hindúes, 80 millones.

– Budistas, 10 millones.

– Cristianos, 60 millones.

– Africanos animistas, 120 millones.

 
Pero la yihad va más allá de los campos de batalla y los atentados, pues dirige sus ataques también contra la cultura guardada en los libros.


Existe una yihad cultural que libra sus batallas en el terreno de la cultura, el saber y la información. Cuando no se consigue seducir mediante el engaño, siempre queda el recurso del soborno, la amenaza, la quema y el terror. En cualquier caso, se trata de exterminar la cultura no musulmana para imponer la que manda el Corán. Esta yihad cultural se despliega en dos facetas. Por un lado, se esfuerza por difundir la sumisión a la mentalidad islámica y la saría. Pero, al mismo tiempo, busca minar y destrozar las instituciones culturales de los sistemas socioculturales distintos del islam.


La imagen que se ofrece del islam suele ser falaz. Cuando evocan el esplendor de la civilización musulmana, nunca mencionan la situación que soportaban las mujeres, los esclavos, los dimmíes, los cautivos de guerra. Asimismo, disimulan las agresiones imperiales, las atrocidades legitimadas por el orden jurídico islámico, el fanatismo que fomentan con la ilusión de poseer la verdad absoluta. Un aspecto muy significativo de la historia de las devastaciones perpetradas por la yihad cultural, complemento de la yihad militar, lo encontramos en la emblemática destrucción de bibliotecas, reducidas a ceniza.
Porque en la yihad no solo perecen personas, sino que se queman libros.


Desde los orígenes, la destrucción o el incendio de grandes biblio­tecas entró a formar parte del estilo de expansión e implantación del islamismo.


Durante el mandato de Omar, en el año 637, los invasores sarra­cenos llevaron a cabo la destrucción de la biblioteca de Ctesifonte, capital del Imperio persa sasánida, la mayor del mundo por aquel entonces. Es el célebre Ibn Jaldún quien nos lo narra:

 
«Los musulmanes conquistaron la región de Persia y encontraron una cantidad inabarcable de libros y de tratados científicos. Escribió entonces Sad ibn Abi Waqqas a Omar Ibn Al-Jattab solicitando su permiso para darlos como botín a los musulmanes, a lo que Omar contestó diciéndole: «¡Arrójalos al agua!, porque si lo que hay en ellos es una buena guía, Dios nos ha otorgado una orientación mejor aún; y si lo que contienen es extravío, Dios nos ha protegido de ello». Y los arrojó al agua o al fuego, y de esa manera las ciencias de los persas desaparecieron y no llegaron a nosotros» (Ibn Jaldún, Introducción a la historia universal, capítulo 6º).


Con la misma política, en 638, los sarracenos de Omar arrasaron la biblioteca de la Academia de Gondeshapur, también en la Persia sasá­nida.


Hacia 640, los sarracenos incendiaron la biblioteca de Cesarea Marítima, en Palestina, que contenía la mayor colección de libros cris­tianos de la antigüedad.


En 642, durante la invasión de Egipto, la tradición árabe refiere que Omar mandó destruir la gran biblioteca de Alejandría y que los libros se distribuyeran como combustible para las panaderías.


Por supuesto, esa bárbara práctica no es exclusiva del islam, aunque ciertamente se perfila como una señal inequívoca de una propensión intolerante y sectaria. Es evidente que hubo excepciones, pero no justifican la idealización beatífica del amor del islamismo por la ciencia. Recordemos otros cuantos hitos históricos, exponentes de un amor demasiado «ardiente» del islam por el saber y los libros:


779. Bajo el califato del abasí Al-Mahdi, los musulmanes destru­yeron las bibliotecas de Alepo, en Siria.


878. Los musulmanes, en una de sus incursiones contra Sicilia, saquearon Siracusa y quemaron su biblioteca.


911. Los musulmanes invadieron y ocuparon los Alpes occidentales, y destruyeron la biblioteca de Turín.


980. Durante una lucha intestina del califato cordobés, Almanzor incendió la biblioteca califal de Córdoba.


1174. En medio de la guerra, el sultán Saladino provocó la destrucción de la biblioteca fatimí de El Cairo.


1195. Por incitación de los ulemas, el califa almohade mandó quemar la biblioteca de Averroes (Ibn Rušd) en una plaza de Córdoba.


1199. En India, los invasores musulmanes redujeron a cenizas la inmensa biblioteca del monasterio budista de Nalanda.


1453. Tras la conquista de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, los ejércitos turcos otomanos del sultán Mehmet II, entre las múltiples destrucciones, arrasaron la biblioteca imperial bizantina.


1480. Los otomanos atacaron Salento, al sur de Italia, y destruyeron la biblioteca del monasterio de San Nicolás de Casole.


1658. En guerras entre los mogoles musulmanes de India, una de las facciones destruyó la biblioteca del príncipe Dara Shikoh, en Delhi.


1925. En Arabia, los seguidores del movimiento islámico funda­mentalista creado por Muhammad Ibn Abd Al-Wahab incendiaron las bibliotecas de Medina.


2013. A fines de enero, los islamistas prendieron fuego al Instituto Ahmed Baba en Tombuctú, al norte de Mali, destruyendo parcialmente la biblioteca, que alberga decenas de miles de manuscritos muy antiguos.


Esta pasión fogosa tiene fundamentos teológicos y apologéticos islámicos, y forma parte de la yihad cultural. Recordemos el planteamiento que la tradición islámica atribuye al rey Omar Ibn Jattab, cuando el general Amr Ibn Al-As, conquistador del Egipto bizantino, le consultó qué hacer con la biblioteca alejandrina:  «Si los escritos de los griegos concuerdan con el libro de Dios, son inútiles y no es necesario preservarlos. Si están en desacuerdo, son perniciosos y deben ser destruidos».


Este es el espíritu que ha configurado la conciencia musulmana, desde que fueron anatematizados los filósofos mutazilíes y se impuso el oscurantismo de Al-Ghazali (m. 1111), que exige el abandono de la razón y fija la suprema autoridad literal del Corán y la tradición mahomética. Las ciencias naturales y sociales se juzgan contrarias a las leyes del islam. Poner en cuestión el significado del Corán o buscar su interpretación alegórica se considera una herejía. Para todos los buenos musulmanes, el pensamiento racional humano, las libertades indi­vi­duales, las leyes democráticas y la declaración universal de los derechos del hombre son contrarios al islam, por lo que deben rechazarse y combatirse. Solo Dios tiene derecho a legislar –creen–. Y todo hombre deberá someterse a su ley.


Por definición, el sistema islámico se funda teológica y jurídicamente en los principios coránicos. Y estos, con su ideología violenta de la yihad, son los que inspiran y justifican fenómenos de alcance mundial que ocurren en nuestros días:

 
1. La radicalización del islam en el mundo musulmán. En las organizaciones salafistas: Hermanos Musulmanes, Al-Qaeda, ISIS, Yamaa Islamiya, etc. Y en los Estados: Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Pakistán, Sudán, Egipto, Turquía, etc.  Todo intento de reformar el islam es duramente reprimido.


2. La persecución contra los cristianos de los países musulmanes, que va en aumento y causa víctimas inocentes a diario: Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Siria, Yemen, Egipto, Somalia, Libia, Nigeria, etc. Son 340 millones de cristianos bajo opresión islámica:

https://www.gatestoneinstitute.org/

16963/calamity-christians-persecuted


3. La escalada de la yihad en Occidente, sobre todo en Europa y Estados Unidos, mediante conquista mental, social y simbólica del territorio:

– La infiltración ideológica del islamismo en periodistas, profesores y clérigos que engañan a la opinión pública.

– La invasión demográfica descontrolada, que, en cuanto puede, reivindica la saría por encima del derecho civil.

– Las agresiones violentas en forma de atentados contra la sociedad civil y contra templos cristianos.


La historia de la yihad no ha terminado. Su letalidad es plenamente actual. Desde el 11 de septiembre de 2001, en el mundo se han producido más de 40.575 ataques terroristas con víctimas mortales (consultado el 13 de diciembre de 2021):

https://www.thereligionofpeace.com/



Los musulmanes, primeras víctimas del islam


Las primeras víctimas del sistema islámico son los musulmanes. Se encuentran atrapados en una «sumisión» que, en nombre de Dios, les exige renuncia a la libertad personal y a la autonomía de la razón:


– La tradición islámica prohíbe el uso de la razón para el examen crítico del Corán.

– El sistema islámico promueve en ellos el odio y la agresión contra los no musulmanes.

– La sociedad islámica les impone un régimen duramente opresivo, donde se niega la libertad de conciencia y de religión; donde no se admiten los derechos humanos; donde se sanciona las infracciones con unos castigos corporales tremendos.


Por eso, los musulmanes pueden ser los primeros beneficiados por el conocimiento crítico de su religión, sus orígenes, sus fundamentos y su sistema. Para salir de esa cárcel espiritual y social en que viven pri­sioneros, necesitan ayuda.


Como se expresa en la conclusión del tomo sobre La genealogía del islam, el Corán fundamenta una organización religioso-política (la umma), que exige a los musulmanes la renuncia a su racionalidad y a su libertad, y les exige someterse y someter al mundo a un sistema sociopolítico teo­crático.


«Los creyentes tipificados en el Corán acaban definidos, en su última configuración y en su grado eminente, como los militantes que combaten en el camino de Dios contra todos aquellos que no se les unan o se les sometan (Corán 113/9,20). La misión a la que están destinados comporta como objetivo teológico-militar el asediar, hasta derrotar, toda otra religión o civilización, a fin de implantar el reino escatológico, sometido al derecho islámico, considerado Ley de Dios. Nos equivo­caríamos si creyéramos que es una cuestión de radicalismo; es la esencia del sistema islámico.


Ser creyentes en el Dios del Corán consiste en un comportamiento que abarca rezarle, adorarlo, arrodillarse y prosternarse ante él, vivir sumisos a lo que mande, dejarse dirigir por él, pagar el tributo estipulado, gastar la propia fortuna en su causa, y estar dispuestos a matar y morir. Todo esto comporta, en la práctica, la obediencia ciega al enviado, con el compromiso de continuar el proyecto mesiánico abanderado por Mahoma, en la creencia de que ha llegado el último día, el momento de lanzarse a la instauración del reino de Dios y propiciar la venida esca­to­lógica del Mesías guerrero. Pero lo que ocurrió en la historia real fue que los hechos siguieron su curso y, en vez del reino de Dios, advino el imperio árabe, que arrasó cuanto encontraba su paso, y que produjo una variante de despotismo oriental, el califato sarraceno, más tarde musul­mán. Aquella revolución recibiría el nombre de islam, esto es, sumisión.


Todo el sistema está construido, sustentado y defendido, en última instancia, mediante el ejercicio de la yihad, un combate agónico por la dominación, que se reviste como sumisión a Dios (en el plano mítico), como sumisión a la religión de Mahoma (en el plano ritual) y como obediencia al poder musulmán imperante (en el plano ético-político). Históricamente, fue este poder el que determinó el contenido y la interpretación del Corán, y este configuró la visión del mundo, de Dios y del hombre típica del sistema islámico. Luego, el sistema se clausuró férreamente sobre sí mismo.


Al cabo los siglos, el pensamiento islámico, incapaz de concebir la evolución histórica, solo alcanza a seguir postulando la destrucción de las sociedades descreídas, con el fin de instaurar la «Ley de Dios», esa utopía supuestamente perfecta, que sueña con cancelar el devenir histórico e imponer sobre la tierra un simulacro de eternidad. Este totalismo, entre otras cosas, impide que los musulmanes vean su religión como producto de una historia contingente y evolutiva, puesto que la creen inmutable, resultado de una revelación en la que ya está escrito todo cuanto debe ser.


En el sistema semiótico islámico, en fin, el creyente no tiene entidad en cuanto individuo, sino solo en cuanto parte de la familia, el clan, la tribu y, por excelencia, miembro del «mejor pueblo» (la umma), que impone lo lícito y prohíbe lo ilícito. Ahora bien, esta primacía totalitaria de lo colectivo entraña una antropología aberrante, montada sobre una teología arcaica, que termina por sacralizar la tiranía política y la ominosa servidumbre de las personas.


No es en absoluto casual que la palabra y el concepto de libertad no se encuentre ni una sola vez en el Corán. Las pocas ocasiones en que se emplea el verbo liberar y el sustantivo liberación se refieren al repudio de la esposa según las conveniencias (6 veces) y a la emancipación de un esclavo como castigo impuesto (5 veces). Por el contrario, en el Nuevo testamento, el término libertad aparece 28 veces (14 en cartas de Pablo) y sus derivados, liberar, liberación y libre suman más de 60 incidencias. No extraña que Pablo sea proscrito por el Corán, porque proclama «la libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,21); porque «donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3,17); y «para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1).


En definitiva, en el islam, la fe consiste estrictamente en obedecer. Se considera creyentes a los que obedecen a Dios o, más bien, a Mahoma. Y esto se concreta en creer lo que refiere el Corán y obedecer a la Ley islámica que dimana de él. Pero, en su pensamiento, su sen­timiento y su comportamiento, los creyentes musulmanes proceden al revés: obedecen de facto a la Ley como verdadero rostro de Dios en sus vidas, mientras que la significación del Corán, de Mahoma y de Dios queda siempre en una suposición pendiente de demostrar» (La genealogía del islam, 2021: 321-323).


No debemos olvidar que el islam concibe los mandatos del Corán y la tradición como de derecho divino, inmutables e imprescriptibles. Quien los cuestiona se convierte inmediatamente en kafir, en infiel y apóstata, un delito que debe ser castigado incluso con la muerte. Y así ha ocurrido durante catorce siglos.


Por otro lado, la propuesta de «volver al Corán» que preconizan los llamados coranistas parece ser una maniobra de distracción, un autoengaño, o una alucinación, como ha demostrado convincentemente Sami Aldeeb (2020).