Pensar la
religión
desde la modernidad crítica
13. El
sistema islámico ante el análisis histórico-crítico
PEDRO GÓMEZ
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El
señuelo de la islamofilia
Hay quienes
propagan una visión del islam
como una fe tolerante, una religión de paz y una civilización
esplendorosa.
Desconfiemos. No nos dejemos embaucar por las apariencias. Tengamos en
cuenta
la aclaración que nos ofrece un investigador crítico:
«Es
posible distinguir tres islames: islam 1, islam 2, e islam 3. El islam
1 es lo
que Mahoma enseñó, es decir, sus enseñanzas tal como están contenidas
en el
Corán. El islam 2 es la religión explicada, interpretada y desarrollada
por los
teólogos a través de las tradiciones (hadices), incluyendo la saría
y la
ley islámica. El islam 3 es lo que los musulmanes hicieron y lograron
de hecho,
es decir, la civilización islámica. (...) El islam 3, la civilización
islámica,
alcanzó cumbres de esplendor a pesar del islam 1 y el islam 2, y no
gracias a
ellos» (Ibn Warraq, Por qué no soy musulmán, 1995,
Introducción).
Es
una cuestión sumamente importante conocer el núcleo del sistema
islámico,
que está codificado en sus fuentes y que subyace a toda su historia de
catorce
siglos, esto es, aquellos fundamentos que no se pueden alterar sin
destruir el
islam, y que ningún musulmán puede negar sin caer en apostasía.
No
son pocos los que esconden la verdad y, falseando la interpretación de
los
textos y la historia, se convierten en apologetas de un islam
idealizado. Los
encontramos incluso entre teólogos cristianos, como, por ejemplo, el
autor del
libro titulado Hermano islam (Trotta, 2019). Allí defiende la
propuesta
de «una teología islamo-cristiana de la liberación en clave feminista»,
oxímoron que basa su argumentación en un patente entramado de
falsedades y
fantasías. Quien lo desee puede ver y oír la exposición que él mismo
hace en un
vídeo de YouTube:
Algún
que otro apologista del islam arguye que las investigaciones críticas
sobre esa
religión dan una visión negativa, maniquea. Hay que
responderles que el
fin de la investigación no es buscar un punto medio, siempre ilusorio,
sino
establecer lo más objetivamente posible la caracterización, en este
caso, del
sistema islámico y su historia: si es verdad, o no, que los textos
afirman
tales o cuales ideas; si es verdad, o no, que determinados hechos
ocurrieron
históricamente. Si la descripción expuesta corresponde a lo
esencial del
Corán y el sistema islámico, entonces habría que pensar si no son
el Corán
y este sistema los que contienen una visión maniquea, manifiesta, por
ejemplo,
en su oposición radical e irreductible entre los creyentes musulmanes y
los
«infieles».
Otra
táctica de la apologética promusulmana consiste en acusar al
cristianismo de
cometer también atrocidades en la historia. Efectivamente, en
la
historia se producen hechos atroces. Pero es necesario tener presente
una
diferencia fundamental. En el caso del islamismo, la violencia se
ejerce conforme
al mensaje del Corán y justificada por él. En el caso del
cristianismo, por
el contrario, la violencia está en contra del mensaje del
Evangelio y
desautorizada por él. Por esta razón, en el cristianismo cabe recurrir
al
mensaje fundacional para rechazar la violencia y tratar de limitarla.
Mientras
que, en el islam, la vuelta al mensaje original del Corán refuerza y
renueva el
llamamiento a la violencia en nombre de Dios.
La
religión islámica
como mesianismo militar
Desde un
enfoque antropológico, un sistema
religioso consiste en la articulación de un sistema de ideas, un
sistema de
emociones y un sistema de normas de actuación, codificados
culturalmente, que
se presenta como proyecto salvífico, o de sentido, fundado en una
interpretación
de la realidad que se cree última.
Los
dos libros recientemente publicados, La genealogía del islam y El
sistema islámico (2021), se proponen describir los fundamentos del
sistema
islámico, su historia y su estructura. Desarrollan un análisis del
núcleo duro
de este sistema, conocido a través de las investigaciones de los
especialistas
coranólogos e islamólogos más reputados. En determinados momentos,
resulta muy
aclaratoria la comparación con el cristianismo, ya que el islam surgió
del
movimiento nazareno –que combinaba la tradición judaica con creencias
cristianas heterodoxas– y se desarrolló en abierta confrontación con la
cristiandad.
Una
de las diferencias radicales, a la vez teológica y política, se refiere
a la
naturaleza del mesianismo. El evangelio proclama el reino de Dios por
medio de
un mesianismo desmilitarizado, a la vez que establece una
separación
entre religión y política. En cambio el Corán llama a luchar para
imponer por
la fuerza el reino de Dios, mediante una militarización del
mesianismo
que fusiona completamente la religión y la política (cfr. «El ethos
de
militarización del mesianismo», en La genealogía del islam,
2021:
227-232)
Hay
unos principios éticos clave, relacionados precisamente con la
violencia, que ponen de manifiesto las diferencias sustanciales entre
el Corán
y el Evangelio. Porque no es lo mismo, en absoluto, atacar y someter
militarmente que enseñar y hacer discípulos pacíficamente:
El
Corán dice: «Matadlos [a los infieles]
allí donde os enfrentéis con ellos (…) Combatid contra ellos hasta que
no haya
más subversión, y que la religión sea de Dios» (Corán 88/8,39).
«Preparad
contra ellos tanto como podáis, como fuerza y como caballos de guerra,
a fin de
atemorizar al enemigo de Dios y vuestro» (Corán 88/8,60).
El
Evangelio dice: «Id y haced discípulos entre todas las naciones,
bautizadlos en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles
a
guardar todo lo que os he mandado» (Mateo 28,19-20)
Parece innegable que existen creencias y
valores
sistémicos que enfrentan al Corán y el Evangelio, y que evidencian su
profunda
incompatibilidad. Podemos destacar algunos ejemplos:
–
En el Corán, el Jesús islamizado manda tratar a Dios como «Señor», en
una
relación de amo-esclavo (Corán 63/43,64; 89/3,49-51)
– El Jesús del
Evangelio
anima a sus discípulos a llamar a Dios «Padre» en relación filial
(Mateo 6,9 y
11,25).
– El Corán
dice que Dios
manda matar sin piedad ni perdón a los que no se sometan al islam
(Corán 5,33;
9,5; 9,133).
– En el
evangelio, Jesús
dice que Dios hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre
justos e
injustos (Mateo 5,45). Y lo compara con el padre del hijo pródigo
(Lucas
15,11-32).
En
la obra El sistema islámico, se recopila una serie algo más
amplia de
contrastes que oponen al cristianismo y el islamismo de manera muy
significativa:
«Veamos una
comparación de la doctrina del Corán
y la de Jesús en los Evangelios:
– El
Corán se
concibe
como un libro hecho descender de Dios, como su palabra literal, eterna
e
inmutable (Corán 39/7,2). Jesús no diviniza ningún texto escrito, sino
que él
es la palabra que se comunica y que envía a todos el Espíritu (Juan
14,16-17;
Hechos 1,1-4).
– El Corán
sacraliza
la organización social, totalmente sometida a la Ley de Dios y su
enviado (Corán 90/33,36).
Jesús
reconoce la legitimidad propia de las leyes del Estado (Marcos
12,14-17).
– El Corán fija normas para la
herencia, discriminatorias para la mujer (Corán 92/4,11-12). Jesús
rehúsa
intervenir como juez en el reparto de una herencia (Lucas 12,13-14).
– El Corán impone como norma el
principio del talión (Corán
87/2,178-179, 194). Jesús, en
el sermón de la
montaña, critica y corrige la ley del talión (Mateo 5,38-42).
– El Corán manda flagelar con cien
azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2), pero había un versículo que
mandaba la
lapidación, desaparecido del Corán, pero atestiguado por el califa
Omar, y tal
práctica la corroboran Ibn Hisham y Muslim. Pero Jesús no condena a la
mujer
adúltera y la libra del castigo por lapidación (Juan 8,1-11).
– El Corán ordena amedrentar a los
enemigos y combatir contra ellos por todos los medios, e incluso manda
matarlos
(Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89). Jesús enseña el amor a los enemigos
(Mateo
5,43-45).
– El Corán afirma que no hay que
interceder por los que no creen, que Dios no los perdonará jamás (Corán
104/63,6; 113/9,80). Jesús aboga
por el perdón del extraviado en la parábola del hijo
pródigo (Lucas 15,11-32).
– El Corán estipula la supremacía
masculina y el derecho del marido a pegar a su mujer, y a repudiarla
(Corán
63/43,18; 92/4,34). Jesús defiende la igualdad de derechos de la mujer
en el
matrimonio y el divorcio (Marcos 10,2-16).
– El Corán legaliza en nombre de
Dios la poligamia para los varones (Corán 92/4,3).
Jesús es
partidario de la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (Mateo
5,31-32).
– El Corán establece causas de
pureza e impureza, y regula las abluciones (Corán 92/4,43; 112/5,6). Y
con este
mismo motivo impone luego la mutilación genital. Jesús apoya a sus
discípulos
que no observan la tradición de purificarse (Mateo 15,1-3). Más tarde,
sus
apóstoles suprimieron la circuncisión.
– El Corán establece prohibiciones
alimentarias (Corán
87/2,172-173). Jesús
declara puros todos los alimentos
(Marcos 7,14-19).
– El Corán prohíbe el vino por ser
obra del demonio (Corán 112/5,90). Jesús
aprecia el vino y lo convierte en
símbolo para su comunidad en la eucaristía (Mateo 26,27-29).
– El Corán prescribe y reglamenta
como obligatorio el ayuno de ramadán (Corán 87/2,183-185). Jesús
aconseja
ayunar en privado (Mateo 6,16-18) y levanta a sus discípulos la
obligación de
ayunar (Mateo 9,14-15).
– El Corán manda rezar mirando al
santuario sagrado [de La Meca] (Corán 87/2,144). Jesús afirma que no
hay un
templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan 4,20-23).
– El Corán manda expandir la
religión utilizando la fuerza armada contra los no creyentes (Corán
88/8,39;
113/9,5). Jesús actúa pacíficamente, predicando el reino de Dios y
curando, y
manda lo mismo a sus discípulos (Mateo 4,23; 28,19-20)» (El
sistema islámico,
2021: 171-173).
El
proyecto islámico, desde su origen, se configuró como un mesianismo
belicoso,
que impulsa a la conquista de las naciones con la espada, buscando el
premio
del botín en este mundo y del jardín hedonista en el otro.
El
deber de enemistad y odio
En el Corán
aparecen: 200
versículos de odio contra los judíos; 100 versículos de odio contra los
cristianos. Hay 730 versículos referidos a la yihad (cfr. Sami Aldeeb, Le
jihad dans l’islam, 2016).
Según
el Corán, el fundamento teológico de la yihad es el odio,
elevado a
virtud teológica: porque Dios odia a los no musulmanes (Corán 89/3,32).
De ahí que el islam sustente la doctrina
de «la
lealtad y la enemistad» (al-wala’ wa-l-bara’), que enseña
que hay
que amar y odiar por Dios. El Corán prohíbe tomar como aliados a gente
no
musulmana (Corán 91/60,1; 92/4,89 y 144; 112/5,51 y 54). Y citando el
ejemplo
de Abrahán, formula el mandato de odiar a los que no creen:
«Tenéis
un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él, cuando dijeron a
sus
gentes: ‘Nos desentendemos de vosotros y de lo que adoráis fuera de
Dios.
Renegamos de vosotros, y la enemistad y el odio han aparecido entre
nosotros
y vosotros para siempre, hasta que creáis solo en Dios’» (Corán
91/60,4).
El Corán llega a hablar en tales términos que
deshumanizan a los judíos y los cristianos, reduciéndolos a una
categoría
animal:
– De los
judíos dice que
son como asnos (Corán 110/62,5) y los llama «monos
despreciables»
(Corán 39/7,166; 87/2,65; 112/5,60).
– A los
cristianos los
califica de «cerdos» (Corán 112/5,60).
«Los
asociadores no son más que inmundicia» (Corán 113/9,28).
La
intolerancia religiosa hacia todo no musulmán
A veces se nos
cita un versículo como si expresara tolerancia: «Ninguna coacción en
la
religión. La buena dirección se distingue del extravío» (Corán
87/2,256).
Pero la prudencia del investigador nos lleva a ver que su significado
real es
que no se tolera que nadie coaccione a un musulmán para que
abandone el
islam. El coranólogo Sami Aldeeb ha dedicado una monografía al estudio
de este
versículo:
Porque, de manera absoluta: «La religión,
para Dios,
es el islam» (Corán 89/3,19).
«Quien busque una religión diferente del
islam, no se
le consentirá, y en la otra vida será de los perdedores» (Corán
89/3,85).
«Quien
ha descreído en Dios después de haber creído, … el que abre su
pecho a la
descreencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un
gran
castigo» (Corán 70/16,106).
«Los
que han descreído después de haber creído (…) Esos,
su retribución es que caerá sobre ellos
la maldición de Dios, de los ángeles y de los humanos a la vez» (Corán
89/3,87).
Además,
Dios les prohíbe discutir sobre religión, como hacen los
infieles (Corán
60/40,4).
Hacia
los infieles, los que no se convierten al islam, Dios manda a los
creyentes
musulmanes mostrar «enemistad y odio» (Corán 91/60,4). Además,
frente a
los infieles, Dios manda combatir hasta su entero sometimiento
(Corán
113/9,29).
No
es religión de paz, sino religión de la espada
En el Corán,
la palabra
«paz» aparece 46 veces. De ellas, 37 en los capítulos anteriores a la
hégira,
pero allí casi todas como fórmula de saludo. En los capítulos
posteriores a la
hégira, se emplea en 9 ocasiones, en un contexto de guerra. En cuatro
de ellas,
se refiere a los enemigos que, en la batalla, «lanzan la paz», esto es,
solicitan la paz. Y Mahoma sentencia que, si los creyentes están en
situación
de superioridad, no deben aceptar la paz, salvo que se rindan
enteramente
(Corán 92/4,90). Esto refuerza la idea de que la paz solamente es
posible
para los que se someten bajo el sistema del islam.
Hay
muchos apologistas empeñados en que el islam es una «religión de paz»,
y a
veces citan una aleya que dice: «Quien mate a una persona que no ha
matado a
nadie, ni ha corrompido en la tierra, es como si matara a todos los
humanos»
(Corán 112/5,32).
Pero,
para no engañarnos, tenemos que leer bien lo que está escrito en ese
versículo:
allí Dios se dirige a los antiguos israelitas, diciendo: «Por
eso
prescribimos para los hijos de Israel que quien mate a una persona…».
No es
un mandato dirigido a Mahoma y sus seguidores. Se trata de una
advertencia a
los judíos, a quienes –si leemos el versículo siguiente– se acusa de
guerrear
contra Dios y su enviado y de corromper la tierra, por lo que su
retribución es
que «serán matados, o crucificados, que se les cortarán las manos y
los pies
opuestos, o se les expulsará del país» (Corán 112/5,33). El mensaje
es que
nadie opuesto al islam podrá estar libre de la amenaza de exilio,
mutilación,
crucifixión o muerte, a menos que se convierta al islam antes
de ser
derrotado (Corán 112/5,34).
Los
llamados «versículos de la espada», recogidos en las suras de
Medina,
contienen el mensaje definitivo de Mahoma:
«Matadlos
allí donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan
expulsado.
La subversión es más grave que matar. (…) Si combaten contra vosotros,
entonces
matadlos. (…) Combatid contra ellos hasta que no haya más
subversión y la
religión pertenezca a Dios» (Corán 87/2,191-193).
«Capturadlos
y matadlos allí donde os enfrentéis con ellos» (Corán 92/4,91).
«Una
vez que pasen los meses prohibidos, matad a los asociadores allí
donde os
enfrentéis con ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas
por
todas partes. Pero si se rinden, hacen el rezo y pagan el tributo,
dejadlos.
Dios es perdonador, misericordioso» (Corán 113/9,5).
«Combatid
contra aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios
ni en
el último día, que no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido,
y no
profesan la religión de la verdad, hasta que paguen el tributo en
mano, y en
estado de humillación» (Corán 113/9,29).
«Combatid
a todos los asociadores como todos ellos os combaten» (Corán
113/9,36).
«Movilizaos, los ligeros y los
pesados, y combatid
con vuestras fortunas y vuestras personas en el camino de Dios.
Esto es
mejor para vosotros» (Corán 113/9,41).
Según
autores cásicos musulmanes, solo el versículo 9,5, que manda combatir
contra
los no musulmanes, ha abrogado 124, o incluso 140, versículos de signo
tolerante (Aldeeb 2016: 15).
Los
72 exegetas musulmanes estudiados por Sami Aldeeb, desde el siglo VIII
a la
actualidad, cuando comentan los versículos sobre la yihad, determinan
tres
cosas: que su significado es militar, que está justificada ante
el
rechazo del islam, y que su mandato no tiene límite en el tiempo:
Los
hadices ponen en boca de Mahoma el dicho: «Sabed
que el paraíso está bajo las sombras de las espadas» (Al-Bujari, Sahih,
1997, libro 56, capítulo 22, hadiz número 2818).
En contraste,
en el evangelio, Jesús pide a sus discípulos la renuncia a la
violencia. Cuando Santiago y Juan deseaban que bajara fuego del cielo
sobre una
aldea samaritana que no los acogió, Jesús los reprendió (Lucas
9,54-55). En el
huerto de los Olivos, cuando van a prenderlo, Jesús mandó a Pedro:
«Vuelve la
espada a la vaina» (Mateo 26,51-52; Juan 18,10-11). El mismo mensaje de
tolerancia transmite la parábola del trigo y la cizaña: dejarla crecer,
sin
arrancarla (Mateo 13,25-31).
La
evolución de la doctrina de la yihad en el Corán
Después de lo
visto sobre
la religión de la espada, tiene poco sentido que nos quieran convencer
de que
la yihad significa un esfuerzo moral, o que es solo defensiva. Para
aclarar
bien el tema, hay que saber que hubo una evolución de la doctrina de la
yihad,
verificable en el Corán, con cuatro etapas. La cuarta es la definitiva
y la que
está en plena vigencia.
Primera
fase: está prohibido responder a la
agresión. En La Meca, Mahoma predicaba y advertía: «Ten
paciencia con lo que dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán
3/73,10). «No nos incumbe más que la transmisión clara» (Corán
41/36,17). «Repele la maldad de la mejor manera» (Corán 74/23,96).
Segunda
fase: está permitido responder a la
agresión. En Yatrib (Medina) Mahoma se convirtió en jefe político y
militar. Se da autorización para combatir, si son atacados (Corán
103/22,39-40).
Tercera
fase: es un deber responder a la agresión.
Cuando el poder de Mahoma aumenta, ordena combatir a quienes los
ataquen:
«Combatid en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros,
y no
transgredáis» (Corán 87/2,190-191). «Se os ha prescrito el combate,
aunque sea
repugnante para vosotros» (Corán 87/2,216).
Cuarta
fase: es un derecho, y hasta una
obligación, iniciar la guerra. Una vez consolidado su poder, el
Corán
otorga a los musulmanes el derecho y el deber de tomar la iniciativa
para la
guerra. Así, la yihad ofensiva se vuelve una obligación en
cuatro casos:
A.
La yihad contra los apóstatas. Son
«guerras de apostasía» contra quienes abandonan el islam. El derecho
islámico
castiga al apóstata con pena de muerte.
B.
La yihad contra los rebeldes. Cuando
surgen conflictos internos entre grupos de musulmanes. En tal caso:
«Combatid
contra el grupo que abusa, hasta que vuelva al orden de Dios» (Corán
106/49,9).
Igualmente cuando hay grupos insumisos
que se sublevan dentro de la
sociedad musulmana: «Malditos. Donde se los encuentre serán capturados
y
matados sin piedad» (Corán 90/33,61; también 112/5,33-34).
C. La yihad contra la subversión
(fitna), que inicialmente designaba
la resistencia de algunas tribus que desencadenaron la guerra civil
tras la
muerte de Mahoma. Según el Corán, hay que aplastar esa resistencia y
exterminar
sin piedad a los subversivos: «Matadlos (…) La subversión es más
grave que
matar» (Corán 87/2,191). «La subversión es un pecado más grande que
matar»
(Corán 87/2,217). También Corán 92/4,76; 92/4,91).
D.
La yihad contra los países de los
infieles. Se debe tomar la iniciativa para la agresión contra las
sociedades que denominan «casa de la guerra» (دار الحرب, dar al-harb) o
«casa de
la infidelidad» (دار الكفر,
dar al-kufr), hasta que
se integren en la «casa de la
sumisión» (دار الإسلام,
dar al-islam). Si es
necesaria una tregua, será solo por
un tiempo limitado, estipulado por el derecho islámico. «Combatid
contra ellos.
Dios los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os
auxiliará
contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,14;
también
113/9,3 y 9,5).
Al
término de esta evolución, quedan como definitivos los versículos
abrogantes
que mandan «el combate en el camino de Dios», es decir, la yihad, la
lucha
armada mesiánica y milenarista contra los malos musulmanes y contra los
no
musulmanes. Esto legitima el agredir, matar y morir por la fe islámica.
Y
llaman «mártir» al que muere matando. Porque Dios ama a los que matan
por su
causa (Corán 88/8,15-17; 95/47,3-4; 109/61,4; 113/9,5; 113/9,123).
De
hecho, las escrituras islámicas dedican más de un tercio de sus páginas
a la
yihad en sentido de guerra con la espada:
– El Corán
(suras de
Medina), el 24% del texto.
– La biografía
del
profeta, el 67%.
– Los hadices
de Mahoma,
el 21%.
Una
teología del Dios
que odia a los infieles
El fundamento
de todo el sistema islámico
reside en su concepción de Dios. Ahora bien, el Dios del Corán no
es el Dios
de la Biblia. De hecho, la Biblia está prohibida en tierras del
islam y se
persigue a quien la tenga.
Más
claro aún, el Dios del Corán no es el Dios cristiano, no es
Dios Padre.
Tampoco hay un Logos en el Dios del islam.
En
el islamismo, Dios se concibe como irrestricta voluntad:
concede su
favor a quien él quiere (Corán 94/57,29; 110/62,4). No hay «alianza»
que
comprometa a Dios con el hombre.
«Dios hace
lo
que él quiere» (Corán 87/2,254; 103/22,14).
«Dios
perdona
a quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284.
Repetido en
89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).
En el Corán, se dice que Dios premia con el
«paraíso»,
139 veces. Pero se dice que Dios «castiga», 415 veces. Hasta el punto
de que se
le atribuye la autoría de las masacres perpetradas en su nombre: «No
sois
vosotros los que los habéis matado, sino que es Dios quien los ha
matado»
(Corán 88/8,17).
La contraposición
radical entre «los creyentes» (المؤمنين, al-muminun)
y «los incrédulos» (الكافرون, al-kafirun)
en el Dios de Mahoma atraviesa
todas
las páginas del Corán y establece el frente de combate. El hecho es que
el
Corán habla mucho de nosotros, los infieles, y nos coloca en el punto
de mira:
«Dios no ama a los no creyentes» (Corán 89/3,32). Y
lanza sobre
nosotros
amenazas tremendas: A los infieles, «Dios quiere castigarlos por eso y
que sus
almas perezcan siendo infieles» (Corán 113/9,55; lo mismo en 113/9,85).
Por el
contrario, «Dios ama a los que combaten en su camino, en fila,
como si
fueran un edificio de plomo» (Corán 109/61,4), solo ama a los
«creyentes», que
luchan contra los «infieles». Resulta carente de sentido que el Corán
nos deje
indiferentes.
Debemos tener
meridianamente claro que el
Dios del islam no es el Dios de los cristianos, sino su acérrimo
enemigo:
– De los 99
nombres que los musulmanes dan a
Dios, ninguno es «Padre»; más aún, consideran blasfemo llamar Padre a
Dios.
– El Corán
niega la filiación divina de
Cristo; más aún, declara la guerra a aquellos que creen en ella.
– El islam
pretende que el Espíritu, el
paráclito, es Mahoma; más aún, sostiene que el mismo Jesús lo había
anunciado:
Corán 109/61,6. De modo que interpreta en ese sentido el evangelio de
Juan
(14,16-17; 15,26; 16,7-14).
En
fin, en su conjunto, el Corán instituye una teomaquia, una
guerra
teológica sin cuartel entre la idea de Dios islámica y la idea de Dios
cristiana.
Como
sostiene el filósofo e historiador Rémi Brague, hay que desterrar la
idea
ingenua de que judaísmo, cristianismo e islamismo tienen el mismo Dios.
Es
necesario acabar con ese mantra de «los tres monoteísmos»:
El
prototipo de los «emigrantes»
En el Corán,
los
sarracenos que seguían a Mahoma son denominados en árabe muhāŷirūn,
que significa los «emigrantes» (= los de la
hégira). Son mencionados 24 veces (Corán 70/16,41; 70/16,110; 85/29,26;
87/2,218; 88/8,72-75; 89/3,195; 90/33,6.50; etc.).
«Los
que han creído, los que han emigrado y combatido en el camino
de Dios…»
(Corán 87/2,218).
Para
el islam, la migración preludia la conquista. La «inmigración» acabó
designando
la invasión con vistas a la guerra de conquista. Así lo atestigua el
Corán,
cuando llama «emigrantes» a las huestes del profeta armado.
Los «emigrantes» son los
protagonistas de la
yihad. Los «emigrantes» fueron
la vanguardia de las tropas que conquistaron Siria y Palestina. Los
«emigrantes»
tienen la expresa autorización de Dios para matar, desterrar, talar
las
palmeras, dominar la tierra y repartirse el botín tras el saqueo de las
ciudades (cfr. Corán 101/59,5-9).
Al
dar su vida, son los únicos que cuentan con la promesa divina del
paraíso:
«A quienes han
emigrado,
han salido de sus hogares, han sufrido daño en mi camino, han
combatido, y han
sido matados, yo les borraré sus faltas, y los haré entrar en
jardines…» (Corán
89/3,195).
Es
clarificador el estudio de Sami Albeeb sobre los versículos coránicos
referentes a la migración en el islam: La migration (hijrah) dans
l’islam
Interprétation des versets relatifs à la migration à travers les siècles.
Saint-Sulpice,
Centre de Droit Arabe
et Musulmán, 2021:
La
doctrina de la abrogación para salvar contradicciones
Es un hecho
que no es
raro encontrar incoherencias y hasta contradicciones entre unos
versículos
coránicos y otros. Se ha hablado incluso de un «doble mensaje» del
Corán, el de
La Meca y el de Medina. Así, el teólogo sudanés Mahmud
Muhammad Taha, en su obra El segundo
mensaje del islam (1967). Le valió la horca en 1985.
«En
cualquier caso, observamos cambios radicales de actitud:
– Mahoma, que
se
presentaba como mero predicador, se transformó en enviado
de Dios y en profeta
armado que manda y conquista con poder absoluto.
– Mahoma, que
empezó siendo un empleado sin fortuna, pasó a ser inmensamente rico en
Medina.
– Mahoma, que
fue
monógamo con Jadiya, su primera mujer, se hizo polígamo en Medina.
– La alquibla,
u
orientación en el rezo, fue primero hacia Jerusalén, y se cambió hacia
La Meca
(Corán 87/2,144 y 149-150).
– El
calendario
de fiestas judío se alteró: la celebración semanal pasó del sábado al
viernes;
y el ayuno se trasladó al mes de ramadán.
– Los elogios
iniciales a los beneficios del vino fueron reemplazados por su
prohibición
(Corán 70/16,67; 87/2,219; 112/5,90).
– La libertad
de
las mujeres en la vida social se acabó, con su reclusión en casa y la
imposición del velo.
– El mensaje
de
paz y la misericordia de Dios se reservó en exclusiva para los
musulmanes
(Corán 39/7,156).
– Las llamadas
a
la paciencia se sustituyeron por llamadas al combate hasta el final
contra los
que no se someten al islam (yihad).
– La sumisión
del
creyente a Dios significó cada vez más sometimiento a Mahoma y
obligación de
someter a todos los demás en nombre de Dios.
– La
tolerancia hacia
otras religiones proféticas derivó hacia su persecución y opresión, en
pos de
la supremacía del islamismo» (La genealogía del islam, 2021: 194)
¿Cómo
resuelven estas notorias contradicciones? Mediante la doctrina de
la
abrogación (نسخ, nasj), según la cual
lo que dice un
versículo puede
resultar anulado, en todo o en parte, por lo revelado en otro versículo
con
posterioridad. Los versículos posteriores prevalecen sobre los
anteriores, que
son derogados. Esta es una clave de interpretación fundamental.
Por
ejemplo, en el Corán, hay unos pocos versículos que exhortan a la
paciencia, la
tolerancia y la paz. Pero hay que saber que todos esos versículos
carecen de
validez, en el plano teológico y jurídico, porque todos se
encuentran abrogados
por otros versículos posteriores, y de manera definitiva por los
denominados «versículos
de la espada» (Corán 87/2,191-193; 90/33,61; 92/4,91; 113/9,5;
113/9,29;
113/9,36; 113/9,41).
No obstante, los versículos abrogados siguen
figurando en
el Corán y se citan a veces. Lo que ocurre es que los musulmanes
utilizan una doble
estrategia, según la posición de fuerza que tenga la umma.
En
situaciones de inferioridad, se sirven del pacto y el disimulo o taquiya
(Corán 70/16,106) y entonces citan versículos abrogados; pero esto es
siempre
provisional, hasta que llegue la oportunidad de exhibir la fuerza y
aplicar los
versículos más duros.
Esta
doctrina de la abrogación se suele justificar con ciertos versículos,
como
este:
«Todo
signo que abrogamos o hacemos olvidar, aportamos uno mejor que él, o
semejante
a él. ¿No sabes que Dios es todopoderoso?» (Corán 87/2,106; también
8/87,6-7;
50/17,86; 70/16,101;
96/13,39). Pero algunos
especialistas creen que puede tratarse de interpolaciones de época
califal.
Podemos
consultar un estudio exhausivo sobre la abrogación en
el Corán: L’abrogation
dans le Coran. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulmán,
2021:
Algunas
conclusiones básicas de la investigación
De la
investigación sobre el Corán y su
teología se derivan, con toda claridad, unas conclusiones generales que
compendian las características esenciales del sistema islámico:
– La apropiación de las tradiciones judía
y cristiana,
que son
distorsionadas y formalmente rechazadas, de modo que el contenido del
Corán
despliega una permanente confrontación con el judaísmo rabínico y
con el
cristianismo de Nicea: contra a Iglesia imperial, la Iglesia
nestoriana y
la Iglesia miafisita o jacobea.
– La identificación de religión y política:
la
religión es política; y la
política es religión. Esto confiere al islamismo un carácter de
mesianismo
militar, que aboca como sistema político a una especie de teocracia.
– La intolerancia absoluta con otros
sistemas:
únicamente los musulmanes
tienen derecho a integrar la sociedad política (umma). Todo otro
sistema
religioso o cultural debe ser sometido o destruido.
– El imperativo de la violencia contra
todos los
«infieles»: esto es la yihad.
Para los no musulmanes, las opciones son la conversión o el exterminio
(o
esclavitud). Para los otros monoteístas, está además la opción del
sometimiento
en régimen de dimmitud.
– El objetivo de la yihad es la imposición
de la ley
islámica (saría) a todos
los países: esta dominación bajo un régimen teocrático-totalitario
postula
la supresión de las libertades individuales y políticas, y la negación
de los
derechos humanos.
En
resumen, el mandamiento central del Corán y la praxis de la que el
propio libro
levanta acta es el combate mesiánico de los creyentes (muminin)
contra
los infieles (kufar), es decir, contra todos aquellos que no se
someten
a la religión (din) de Mahoma. El Corán exige a los creyentes
(luego
llamados musulmanes) conformar su vida como actores o apoyos de la
guerra (yihad),
dirigida al triunfo de la sumisión (islam), cuyo fin es
implantar la ley
de Dios (saría), como dictadura de su enviado (rasul)
sobre la
nación de los creyentes (umma) y como supremacía sobre los no
conversos
sojuzgados (dimmíes). Así es, necesariamente, el modo de operar
islámico, la lógica subyacente en toda islamización.
Las
consecuencias destructivas son incontestables
Las ideas no
mueven la historia, pero la
historia no se mueve sin las ideas. Las condiciones materiales por sí
solas no
bastan, porque los humanos se guían en la acción por la interpretación
que
hacen de la realidad. Son las ideologías, teologías y utopías
aberrantes
que anidan en la cabeza de las gentes, y orientan su comportamiento,
las que,
manejadas por adalides fanáticos, conducen las sociedades humanas
al
matadero.
Por mucho que se quiera ocultar, en esa guerra
soterrada
por hacer prevalecer el propio relato de los hechos, lo cierto es que,
a lo
largo de la historia de los catorce siglos del islam, las víctimas de
la yihad,
según las estimaciones más circunspectas, ascienden al menos a 270
millones de
masacrados:
– Hindúes, 80
millones.
– Budistas, 10
millones.
– Cristianos,
60
millones.
– Africanos
animistas,
120 millones.
Pero
la yihad va más allá de los campos de batalla y los atentados, pues
dirige sus
ataques también contra la cultura guardada en los libros.
Existe una yihad
cultural que libra sus batallas en el terreno de la
cultura, el saber y la información.
Cuando no se consigue seducir mediante el engaño, siempre queda el
recurso del
soborno, la amenaza, la quema y el terror. En cualquier caso, se trata
de
exterminar la cultura no musulmana para imponer la que manda el Corán.
Esta yihad
cultural se
despliega en dos facetas. Por un lado, se esfuerza por difundir la
sumisión a
la mentalidad islámica y la saría. Pero, al mismo tiempo, busca
minar y
destrozar las instituciones culturales de los sistemas socioculturales
distintos del islam.
La imagen que se ofrece del islam suele ser
falaz. Cuando
evocan el esplendor de la civilización musulmana, nunca mencionan la
situación
que soportaban las mujeres, los esclavos, los dimmíes, los cautivos de
guerra.
Asimismo, disimulan las agresiones imperiales, las atrocidades
legitimadas por
el orden jurídico islámico, el fanatismo que fomentan con la ilusión de
poseer
la verdad absoluta. Un aspecto muy significativo de la historia de las
devastaciones perpetradas por la yihad cultural, complemento de la
yihad
militar, lo encontramos en la emblemática destrucción de bibliotecas,
reducidas
a ceniza. Porque en la
yihad no solo
perecen personas, sino que se queman libros.
Desde los
orígenes, la
destrucción o el incendio de grandes bibliotecas entró a formar parte
del
estilo de expansión e implantación del islamismo.
Durante
el mandato de Omar, en el año 637, los invasores sarracenos llevaron a
cabo la
destrucción de la biblioteca de Ctesifonte, capital del Imperio persa
sasánida,
la mayor del mundo por aquel entonces. Es el célebre Ibn Jaldún quien
nos lo
narra:
«Los
musulmanes conquistaron la región de Persia y encontraron una cantidad
inabarcable de libros y de tratados científicos. Escribió entonces Sad
ibn Abi
Waqqas a Omar Ibn Al-Jattab solicitando su permiso para darlos como
botín a los
musulmanes, a lo que Omar contestó diciéndole: «¡Arrójalos al agua!,
porque si
lo que hay en ellos es una buena guía, Dios nos ha otorgado una
orientación
mejor aún; y si lo que contienen es extravío, Dios nos ha protegido de
ello». Y
los arrojó al agua o al fuego, y de esa manera las ciencias de los
persas
desaparecieron y no llegaron a nosotros» (Ibn Jaldún, Introducción
a la
historia universal, capítulo 6º).
Con la
misma política, en 638, los sarracenos de Omar arrasaron la biblioteca
de la
Academia de Gondeshapur, también en la Persia sasánida.
Hacia
640, los sarracenos incendiaron la biblioteca de Cesarea Marítima, en
Palestina, que contenía la mayor colección de libros cristianos de la
antigüedad.
En 642,
durante la invasión de Egipto, la tradición árabe refiere que Omar
mandó
destruir la gran biblioteca de Alejandría y que los libros se
distribuyeran
como combustible para las panaderías.
Por
supuesto, esa bárbara práctica no es exclusiva del islam, aunque
ciertamente se
perfila como una señal inequívoca de una propensión intolerante y
sectaria. Es
evidente que hubo excepciones, pero no justifican la idealización
beatífica del
amor del islamismo por la ciencia. Recordemos otros cuantos hitos
históricos,
exponentes de un amor demasiado «ardiente» del islam por el saber y los
libros:
779.
Bajo el califato del abasí Al-Mahdi, los
musulmanes destruyeron las bibliotecas de Alepo, en Siria.
878.
Los musulmanes, en una de sus incursiones
contra Sicilia, saquearon Siracusa y quemaron su biblioteca.
911.
Los musulmanes invadieron y ocuparon los Alpes
occidentales, y destruyeron la biblioteca de Turín.
980.
Durante una lucha intestina del califato
cordobés, Almanzor incendió la biblioteca califal de Córdoba.
1174.
En medio de la guerra, el sultán Saladino
provocó la destrucción de la biblioteca fatimí de El Cairo.
1195. Por incitación de los ulemas,
el califa almohade mandó quemar la biblioteca de Averroes (Ibn Rušd) en
una
plaza de Córdoba.
1199.
En India, los invasores musulmanes redujeron a
cenizas la inmensa biblioteca del monasterio budista de Nalanda.
1453.
Tras la conquista de Constantinopla, el 29 de
mayo de 1453, los ejércitos turcos otomanos del sultán Mehmet II, entre
las
múltiples destrucciones, arrasaron la biblioteca imperial bizantina.
1480.
Los otomanos atacaron Salento, al sur de Italia, y destruyeron la
biblioteca
del monasterio de San Nicolás de Casole.
1658.
En guerras entre los mogoles musulmanes de
India, una de las facciones destruyó la biblioteca del príncipe Dara
Shikoh, en
Delhi.
1925.
En Arabia, los seguidores del movimiento
islámico fundamentalista creado por Muhammad Ibn Abd Al-Wahab
incendiaron las
bibliotecas de Medina.
2013.
A fines de enero, los islamistas prendieron
fuego al Instituto Ahmed Baba en Tombuctú, al norte de Mali,
destruyendo
parcialmente la biblioteca, que alberga decenas de miles de manuscritos
muy
antiguos.
Esta pasión
fogosa tiene fundamentos teológicos y
apologéticos islámicos, y forma parte de la yihad cultural. Recordemos
el
planteamiento que la tradición islámica atribuye al rey Omar Ibn
Jattab, cuando
el general Amr Ibn Al-As, conquistador del Egipto bizantino, le
consultó qué
hacer con la biblioteca alejandrina: «Si
los escritos de los griegos concuerdan con el libro de Dios, son
inútiles y no
es necesario preservarlos. Si están en desacuerdo, son perniciosos y
deben ser
destruidos».
Este es el espíritu que ha configurado la
conciencia
musulmana, desde que fueron anatematizados los filósofos mutazilíes y
se impuso
el oscurantismo de Al-Ghazali (m. 1111), que exige el abandono de la
razón y
fija la suprema autoridad literal del Corán y la tradición mahomética.
Las
ciencias naturales y sociales se juzgan contrarias a las leyes del
islam. Poner
en cuestión el significado del Corán o buscar su interpretación
alegórica se
considera una herejía. Para todos los buenos musulmanes, el pensamiento
racional humano, las libertades individuales, las leyes democráticas
y la
declaración universal de los derechos del hombre son contrarios al
islam, por
lo que deben rechazarse y combatirse. Solo Dios tiene derecho a
legislar
–creen–. Y todo hombre deberá someterse a su ley.
Por
definición, el sistema islámico se funda teológica y jurídicamente en
los
principios coránicos. Y estos, con su ideología violenta de la yihad,
son los
que inspiran y justifican fenómenos de alcance mundial que ocurren en
nuestros
días:
1. La radicalización del islam en el mundo
musulmán.
En las organizaciones
salafistas: Hermanos Musulmanes, Al-Qaeda, ISIS, Yamaa Islamiya, etc. Y
en los
Estados: Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Pakistán, Sudán, Egipto,
Turquía,
etc. Todo intento de reformar el islam
es duramente reprimido.
2. La persecución contra los cristianos de
los países
musulmanes, que va en
aumento y causa víctimas inocentes a diario: Pakistán, Afganistán,
Irán, Irak,
Siria, Yemen, Egipto, Somalia, Libia, Nigeria, etc. Son 340 millones de
cristianos bajo opresión islámica:
3. La escalada de la yihad en Occidente,
sobre
todo en Europa y Estados
Unidos, mediante conquista mental, social y simbólica del territorio:
– La infiltración
ideológica del islamismo en periodistas, profesores y clérigos que
engañan
a la opinión pública.
– La invasión
demográfica descontrolada, que, en cuanto puede, reivindica la saría
por encima del derecho civil.
– Las agresiones
violentas en forma de atentados contra la sociedad civil y contra
templos
cristianos.
La
historia de la yihad no ha terminado. Su letalidad es plenamente
actual. Desde
el 11 de septiembre de 2001, en el mundo se han producido más de 40.575
ataques
terroristas con víctimas mortales (consultado el 13 de diciembre de
2021):
Los
musulmanes, primeras víctimas del islam
Las primeras
víctimas del
sistema islámico son los musulmanes. Se encuentran atrapados en una
«sumisión»
que, en nombre de Dios, les exige renuncia a la libertad personal y a
la
autonomía de la razón:
– La tradición islámica prohíbe el uso de la
razón para
el examen crítico del Corán.
– El sistema
islámico
promueve en ellos el odio y la agresión contra los no musulmanes.
– La sociedad
islámica
les impone un régimen duramente opresivo, donde se niega la libertad de
conciencia y de religión; donde no se admiten los derechos humanos;
donde se
sanciona las infracciones con unos castigos corporales tremendos.
Por
eso, los musulmanes pueden ser los primeros beneficiados por el
conocimiento
crítico de su religión, sus orígenes, sus fundamentos y su sistema.
Para salir
de esa cárcel espiritual y social en que viven prisioneros, necesitan
ayuda.
Como se expresa en la
conclusión del tomo sobre La genealogía del islam, el Corán
fundamenta
una organización religioso-política (la umma), que
exige a los
musulmanes la renuncia a su racionalidad y a su libertad, y les exige
someterse
y someter al mundo a un sistema sociopolítico teocrático.
«Los creyentes tipificados en el
Corán acaban definidos, en su última configuración y en su grado
eminente, como
los militantes que combaten en el camino de Dios contra todos aquellos
que no
se les unan o se les sometan (Corán 113/9,20). La misión a la que están
destinados comporta como objetivo teológico-militar el asediar, hasta
derrotar,
toda otra religión o civilización, a fin de implantar el reino
escatológico,
sometido al derecho islámico, considerado Ley de Dios. Nos
equivocaríamos si
creyéramos que es una cuestión de radicalismo; es la esencia del
sistema islámico.
Ser creyentes en el Dios del Corán
consiste en un comportamiento que abarca rezarle, adorarlo,
arrodillarse y
prosternarse ante él, vivir sumisos a lo que mande, dejarse dirigir por
él,
pagar el tributo estipulado, gastar la propia fortuna en su causa, y
estar
dispuestos a matar y morir. Todo esto comporta, en la práctica, la
obediencia
ciega al enviado, con el compromiso de continuar el proyecto mesiánico
abanderado por Mahoma, en la creencia de que ha llegado el último día,
el
momento de lanzarse a la instauración del reino de Dios y propiciar la
venida
escatológica del Mesías guerrero. Pero lo que ocurrió en la historia
real fue
que los hechos siguieron su curso y, en vez del reino de Dios, advino
el
imperio árabe, que arrasó cuanto encontraba su paso, y que produjo una
variante de despotismo oriental, el
califato
sarraceno, más tarde musulmán. Aquella revolución recibiría el nombre
de
islam, esto es, sumisión.
Todo el sistema está construido,
sustentado y defendido, en última instancia, mediante el ejercicio de
la yihad,
un combate agónico por la dominación, que se reviste como sumisión a
Dios (en
el plano mítico), como sumisión a la religión de Mahoma (en el plano
ritual) y
como obediencia al poder musulmán imperante (en el plano
ético-político).
Históricamente, fue este poder el que determinó el contenido y la
interpretación del Corán, y este configuró la visión del mundo, de Dios
y del
hombre típica del sistema islámico. Luego, el sistema se clausuró
férreamente
sobre sí mismo.
Al cabo los siglos, el pensamiento
islámico, incapaz de concebir la evolución histórica, solo alcanza a
seguir
postulando la destrucción de las sociedades descreídas, con el fin de
instaurar
la «Ley de Dios», esa utopía supuestamente perfecta, que sueña con
cancelar el
devenir histórico e imponer sobre la tierra un simulacro de eternidad.
Este
totalismo, entre otras cosas, impide que los musulmanes vean su
religión como
producto de una historia contingente y evolutiva, puesto que la creen
inmutable, resultado de una revelación en la que ya está escrito todo
cuanto
debe ser.
En el sistema semiótico islámico, en
fin, el creyente no tiene entidad en cuanto individuo, sino solo en
cuanto
parte de la familia, el clan, la tribu y, por excelencia, miembro del
«mejor
pueblo» (la umma), que impone lo lícito y prohíbe lo ilícito.
Ahora
bien, esta primacía totalitaria de lo colectivo entraña una
antropología
aberrante, montada sobre una teología arcaica, que termina por
sacralizar la
tiranía política y la ominosa servidumbre de las personas.
No es en absoluto casual que la
palabra y el concepto de libertad no se encuentre ni una sola
vez en el
Corán. Las pocas ocasiones en que se emplea el verbo liberar y el
sustantivo
liberación se refieren al repudio de la esposa según las conveniencias
(6
veces) y a la emancipación de un esclavo como castigo impuesto (5
veces). Por
el contrario, en el Nuevo testamento, el término libertad
aparece 28
veces (14 en cartas de Pablo) y sus derivados, liberar, liberación y
libre
suman más de 60 incidencias. No extraña que Pablo sea proscrito por el
Corán,
porque proclama «la libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,21);
porque
«donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios
3,17); y
«para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1).
En definitiva, en el islam, la fe
consiste estrictamente en obedecer. Se considera creyentes a los que
obedecen a
Dios o, más bien, a Mahoma. Y esto se concreta en creer lo que refiere
el Corán
y obedecer a la Ley islámica que dimana de él. Pero, en su pensamiento,
su sentimiento
y su comportamiento, los creyentes musulmanes proceden al revés:
obedecen de
facto a la Ley como verdadero rostro de Dios en sus vidas, mientras que
la
significación del Corán, de Mahoma y de Dios queda siempre en una
suposición pendiente
de demostrar» (La genealogía del islam, 2021: 321-323).
No debemos
olvidar que el islam concibe los
mandatos del Corán y la tradición como de derecho divino,
inmutables e
imprescriptibles. Quien los cuestiona se convierte inmediatamente en kafir,
en infiel y apóstata, un delito que debe ser castigado incluso con la
muerte. Y
así ha ocurrido durante catorce siglos.
Por
otro lado, la propuesta de «volver al Corán» que preconizan los
llamados
coranistas parece ser una maniobra de distracción, un autoengaño, o una
alucinación, como ha demostrado convincentemente Sami Aldeeb (2020).
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