El sistema islámico

16. La yihad como combate en el camino de Dios

PEDRO GÓMEZ




- La doble cara de la yihad como lucha por islamizar el mundo
- Las cuatro fases de evolución en la doctrina de la yihad
- La religión islámica se declara en estado de guerra
- Los emigrados en el camino de Dios, protagonistas de la yihad
- Los combatientes recibirán la recompensa
- La yihad significa guerra contra los no musulmanes
- La yihad rechaza toda alianza con los no musulmanes
- La yihad cultural se encarga de la lucha ideológica
- El falaz argumento de la ‘religión de la verdad’
- El infundio del islam como religión de tolerancia y paz
- La sagrada tradición de Mahoma enaltece la yihad militar
- El musulmán no es libre para abandonar el islam
- La acusación de ‘islamofobia’ es un arma de la yihad
- Las conclusiones y los corolarios sobre la yihad
- El contraste entre el Corán y el Evangelio


Al investigar este tema de la yihad, tropezamos una vez más con la des­con­tex­tua­lización de las aleyas del Corán. Nunca se consigna el dónde, ni el cuándo de lo que se dice o se hace. Con rarísimas excepciones, no se identifica la toponimia de los sitios concretos, ni los nombres de las personas, ni se circunstancian con precisión los acontecimientos, ni se indica la da­tación. Además, en la vulgata del Corán, el caótico desorden de los capítulos vuelve imposible aclarar a qué atenerse en cuanto a su se­cuen­cia cronológica.


En este estudio, hemos optado por tener en cuenta la reordenación cronológica de los capítulos propuesta por la universidad cairota de Al-Azhar, por hipotética que sea, lo que nos permite descubrir los pasos de la evolución durante el período formativo del islam, aunque sea en líneas muy generales: cambios, tensiones, preceptos, polémicas, confrontacio­nes, prohibiciones, castigos, arengas, rezos y delirios cabe adscribirlos, con cierta verosimilitud, a una época anterior o posterior al 622, año de la hégira. A pesar de todo, seguiremos sin conocer el nombre del profeta, ni de ninguno de sus compañeros, ni de sus esposas, ni de los enemigos declarados. El resultado es que, al examinar el texto, observamos hasta qué punto las narraciones contenidas en las suras comportan inevitable­mente un aire intemporal, abstracto, cuasi arquetípico.


Existe un notorio déficit de historicidad, sin duda percibido por los primeros comentadores del Corán, quienes se esforzaron por subsanarlo desarrollando la «tradición de Mahoma», en su biografía y en los hadices. Pero esto se hizo dos siglos después, demasiado tarde. Lamentable­mente, el déficit de historicidad resulta aún mayor en esa tradición, fruto más de la creación literaria que del uso de fuentes históricas, con toda pro­babilidad inexistentes o destruidas.



La doble cara de la yihad como lucha por islamizar el mundo


La predicación de Mahoma anunciaba la hora del fin del mundo, pro­clamaba la inminente llegada del Mesías y la necesidad de librar una lucha apocalíptica. El Corán da buena muestra del desarrollo de un mesianis­mo armado. Las suras coránicas convocan al combate más de cien veces y, en ciertos pasajes, parece un manual de guerra. Ya se sabe que, en todas las guerras, se atropella el derecho y se desencadena la impiedad, pero lo distintivo de Mahoma, en sus arengas, es que consiguió hacer pasar las atrocidades de la guerra por obras de virtud. Así se conceptuó la yihad, que llegaría a convertirse en el núcleo de la moral islámica.


El término yihad tiene, según dicen los entendidos, dos sentidos fun­damentales: el primero, etimológicamente, sería el esfuerzo por alcanzar la perfección moral o religiosa; el segundo significa con toda claridad el combate, la acción armada para extender el dominio del islam. Ahora bien, este doble sen­tido es cuestionable, en lo que respecta al sustantivo yihad, puesto que, en el Corán, no se utiliza nunca con el primer sentido. En todos los casos, manifiesta el sentido de lucha armada. Así, pues, por mucho que la pa­labra signifique según su étimo hacer un esfuerzo, el significado de­notado en su uso y su contexto es el de lucha con la espada y en for­mación militar, matando y muriendo. Los intentos apologéticos actuales de negar u ocultar esto son desconocidos en la historia del islam.


El sistema islámico jamás ha puesto objeción, sino todo lo contrario, a su propia difusión por medio de la violencia armada. Y siempre que ha entrevisto un contexto favorable, ha sembrado el terror contra los no musulmanes, categorizados en el Corán como enemigos, igual que hacen hoy las organizaciones islamistas. En efecto, el libro sagrado de los mu­sulmanes profiere numerosas amenazas, condenas y órdenes de ataque contra los descreídos, los no musulmanes, en más de la mitad de sus capítulos. Y esto ha inspirado toda la historia del islamismo.


Según la ortodoxia indiscutida, el profeta del islam es el paradigma supremo (Corán 90/33,21) que todo mahometano debe imitar, también, por consiguiente, en su comportamiento como profeta levantado en ar­mas, que convoca a la guerra por la fe (Corán 88/8,65). Se trata de una doctrina plenamente asentada, tanto en el Corán como en los hadices llamados auténticos, como en la biografía de Mahoma por Ibn Hisham, como en los comentadores y exegetas musulmanes de todas las épocas.


1. El Corán incita a la yihad «en el camino de Dios», como combate por la causa mesiánica que predicaba Mahoma, significando con ello to­da clase de acciones, también violentas, incluida la guerra y el asesinato, en las condiciones establecidas. Consideremos algunos datos que mues­tran la pre­sen­cia de estos significados bélicos. El vocabulario castrense y belige­rante suma un total de 114 incidencias claras, que aluden inequí­vo­ca­mente a la contienda armada:


– Los términos «combatir» y «combate» se encuentran al menos 76 veces en el Corán, casi todas en el sentido marcial (74 de ellas en suras posteriores a la hégira).

– Las palabras «luchar» y «lucha», 32 veces (de ellas, 26 poshegíricas).

– Los vocablos «guerrear» y «guerra», 6 veces (todas poshegíricas).

– El verbo «matar», en contexto de yihad, supera las 20 veces.

La «muerte» en la batalla se menciona unas 50 veces.


El 67% de las suras llamadas de La Meca, anteriores a la hégira, que presuntamente serían menos violentas, no paran de fustigar moralmente a los no creyentes, es decir, a quienes no se dejan convencer por la predi­cación de Mahoma.


El 51% de las suras posteriores a la hégira, como comprobaremos en las citas, está dedicado no solo a lanzar maldiciones contra los descreí­dos, sino a ordenar y desplegar agresiones de violencia física contra los que no se someten al mando de Mahoma, o resisten a sus huestes.


El coranólogo Sami Aldeeb ha recopilado 332 versículos del Corán que se relacionan con la yihad guerrera, en su obra Le jihad dans l’islam. De esos versículos, 48 pertenecen a la época de La Meca, y 284 a la época de la hégira (cfr. Aldeeb 2016a: 224-262).


Laurent Lagartempe desvela que, en las suras del Corán, se hallan: 250 versículos que incitan a la guerra contra los infieles; 200 versículos de odio contra los judíos; 100 versículos de odio contra los cristianos; 1.500 versículos contra los beduinos; 1.100 versículos de injurias y dia­tribas contra los adversarios (cfr. Lagartempe 2007 y 2009).


2. La principal colección de los dichos o hadices de Mahoma, compilados en el siglo IX, es la del imán Al-Bujari, en su obra Sahih, publicada en nueve tomos (con 7.275 relatos). De estos hadices, más del 20% están de­di­cados a temas de política y guerra. Conforme a los datos de un estudio estadístico, resulta que el 98% de las menciones de la yihad se refieren específicamente a la guerra, y solo el 2% aluden al esfuerzo moral (cfr. Center for the Study of Political Islam).


3. En la biografía clásica de Mahoma (la sira) de Ibn Hisham (muerto en 833), el 75% del texto está dedicado a episodios bélicos de yihad, aco­metidos por Mahoma y sus compañeros, con una narración épica que enaltece expediciones militares ejemplares: aceifas, algaras, algazúas o ra­zias, o sea, correrías, incursiones, ataques, batallas, conquistas y ase­dios, organizados o capitaneados en persona por Mahoma, en Arabia, en Na­batea y, posiblemente, en Gaza (cfr. Ibn Hisham 2015).


4. Los comentarios y las exégesis coránicas a lo largo de toda la historia musulmana avalan igualmente el sentido belicista de la yihad. Las indaga­ciones de Sami Al­deeb hacen un recorrido histórico examinando obras de 72 exegetas musulmanes, desde el año 750 hasta la actualidad, y de­muestra que, casi sin excepción, entienden la yihad en el sentido de un mesianismo militar, con carácter tanto defensivo como ofensivo, contra los descreídos, y con duración indefinida hasta que se acabe la increencia (cfr. Aldeeb 2019). Puede consultarse, en Internet, una tabla cronológica de los exegetas citados (Aldeeb 2016a).


Es verdad que, antes de la hégira, las llamadas al combate (yihad) no habían adquirido todavía el significado de «ir a la guerra», sino que se referían a la perseverancia frente a adversarios que se negaban a aceptar la vehemente prédica mahomética. Se limitaba a una lucha por mantener y propagar la propia ideología, mientras se iba fortaleciendo el grupo de seguidores. Valgan dos versículos como muestra (aunque el segundo de ellos suele catalogarse como posterior a la hégira):


«No obedezcas a los descreídos y emprende contra ellos por esto un gran combate» (Corán 42/25,52).


«Quien combate no combate más que por sí mismo. Dios es in­de­pendiente de los mundos» (Corán 85/29,6).


El llamamiento de Mahoma a la yihad/guerra respondía al esquema mítico de una llamada divina a ponerse en camino, como Moisés, hacia la Tierra prometida; o, en la versión de los profetas apocalípticos, hacia la toma de Jerusalén, como primer paso para la venida del Mesías y la subsiguiente implantación de su reino. Su fundamento radica en la pro­fecía escatológica del reinado de Dios, que opera en la historia como un proyecto cuyo objetivo mira a conquistar el mundo entero, para some­terlo a la «religión verdadera». En la realidad fáctica, para doblegarlo por la fuerza bajo la suprema autoridad de la ley islámica, la saría, constitu­yendo así un orden religioso-político-social hegemonizado por el islam (la umma), con su característica estructura totalitaria. Dado que, según este enfoque, el mandato de la yihad procede de la voluntad de Dios, no puede ser discutido por nadie, sino que exige obediencia ciega, hasta el extremo de comprometer la propia fortuna y persona.


Por otra parte, la consabida y sagazmente aducida distinción entre la «yihad mayor» (que sería el esfuerzo espiritual) y la «yihad menor» (que sería la guerra), atribuida a Mahoma, no es auténtica, porque no se men­cionó hasta varios siglos después, con base en un hadiz poco fiable, del siglo X. Por tanto, no pasa de ser un ardid propagandístico, apologético y mendaz, destinado a levantar una cortina de humo. Pero, incluso si se admitiera, esa distinción es irrelevante, porque el objetivo de ambas es exactamente el mismo. Más aún, la «yihad mayor» (el es­fuerzo personal) consiste, en su más alta expresión, en remover los obs­táculos que uno experimenta para entregarse decididamente a la «yihad menor» (la guerra por todos los medios hasta el triunfo de la causa). Por último, si la yihad aludiera a una lucha «espiritual», ¿por qué se dice que los ciegos, los cojos y los enfermos están exentos? (Corán 111/48,17).


La conclusión lógica es que la fe islámica impone al creyente y a la comunidad muslime el deber fundamental que es la yihad, tanto para de­fender como para propagar el islamismo por todo el orbe. Tal es el eje en torno al cual gira la moral coránica respecto a uno mismo, a los otros creyentes musulmanes y a los descreídos.


Aunque escuchamos a menudo negarlo con aplomo, por ignorancia o por cinismo, todo buen musulmán tiene la obligación religiosa y polí­tica, estipulada por su Dios en el Corán, de odiar, atacar y someter a los que no creen en el islamismo. La categoría de los «descreídos» o infieles alude a todos aquellos que no están sometidos al islam. Y la yihad, en cuanto mi­li­tarización mesiánica, tiene como cometido derrotar y humi­llar a esos no musulmanes, siguiendo el ejemplo del profeta del islam, como hicieron sus continuadores. En el caso especial de los judíos, cris­tianos y zoro­ás­tricos también se les conmina a convertirse; de lo contra­rio, se les impo­ne onerosas condiciones como dimmíes; lo cual implica que, aparte de la contri­bu­ción territorial en especie (jaraŷ), tienen que pagar un impuesto de capi­ta­ción en metálico (yizia). Además, si en algún momento transgreden el esta­tu­­to de dimmitud, recaerán en la categoría de «infieles» sin derecho alguno.


Lo único que se ha discutido, siempre dentro de las líneas trazadas por el Corán y el derecho islámico, es la casuística de quién está auto­rizado para decidir y declarar formalmente la yihad.
El Corán no especi­fica a quién le corresponde esa autoridad, si es la umma, o el califa, o cada musulmán particular. En el texto coránico, la obligación aparece dirigida genéricamente a los «creyentes», sin especificar.


En contra de lo que algunos interpretan, los yihadistas combatientes por el islam no son en absoluto nihilistas, sino musulmanes ejemplares, que viven con intensidad el sentido de un mito religioso-político, apoca­líptico y de carácter violento, consustancialmente islámico, que tiene su fuente en el Corán.


La lucha de la yihad es poliédrica, se despliega mediante toda clase de actividades tendentes al fortalecimiento y expansión del orden islámi­co (cfr. Keshavjee 2019). Su culminación es necesariamente de carácter militar: el enfren­tamiento armado, la derrota de los no islámicos, la con­quista, la apropiación de sus países, la dimmitud, la esclavitud, el asesi­nato de los oponentes y el establecimiento de la supremacía ma­homista. Su impres­criptible finalidad milenarista mira a la destrucción de toda otra cultura y religión, a la islamización del mundo, bajo el im­perialismo teo­crático de la ley islámica.


Tratemos de comprender, aunque nos parezca y sea una aberración, que, para el Corán y, por tanto, para todos los buenos musulmanes, el culmen de la espiritualidad es entregarse a la guerra contra los no mu­sulmanes, categorizados como enemigos de (su) Dios. Por eso, los que no anteponen la yihad a todos los bienes de su vida son gente perversa, desde la óptica del Corán:


«Si amáis a vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vues­tras esposas, vuestra tribu, las fortunas que habéis adquirido, un ne­gocio cuyo mal resultado teméis, y las viviendas que os gustan más que a Dios, a su enviado y el combate en su camino, entonces aguardad hasta que Dios venga a poner orden. Dios no dirige a las gentes perversas» (Corán 113/9,24).


La yihad es guerrera, o no es nada. Las demás dimensiones son su­plementarias, están en función de la victoria que, al final, solo se ob­tiene manu militari. La doctrina del recurso a la violencia, de origen mesiánico-milenarista, es esencial y consustancial en la religión islámica, para su propagación y mantenimiento. Se ejerce hacia fuera, pero tam­bién hacia dentro del mundo islámico. La contienda intestina por el poder fue es­tructural desde los orí­genes: el mismo fundador quizá murió envenenado por una conjura de los suyos (cfr. Lammens 1910). Y los once primeros califas todos mu­rieron asesinados por correligionarios.


En síntesis, la yihad posee una doble cara: el anverso significa la gue­rra y el terror, que han sido categóricamente sacralizados. El reverso concita múltiples facetas de acción en favor de la concepción islámica del mundo y del poder musulmán. En cierto modo, la idea de yihad se corresponde con lo que el marxismo denomina «lucha de clases», y se traduciría bien por la palabra alemana Kampf, con el sentido que tiene en la obra Mein Kampf, de Adolf Hitler. En todos los casos, debemos objetar que el fin, por justo que sea, no justifica los medios criminales.



Las cuatro fases de evolución en la doctrina de la yihad


El planteamiento coránico sobre la yihad fue evolucionando en el curso del tiempo, a medida que cambiaba la situación, si bien la yihad estuvo siempre concebida como una guerra fundada teológicamente, diseñada hacía mucho tiempo por el nazarenismo en sus belicosos mitos mesiá­nicos, escatológicos y milenaristas. Cuando se sigue la pista a través de las suras en orden cronológico, aunque este no sea exacto, se descubre cómo va variando la posición de Mahoma con respecto al significado concreto de la yihad. El estudio de Sami Aldeeb nos hace ver cuáles son las cuatro etapas que se suceden (cfr. Aldeeb 2016a: 9-17):


1ª fase. Se prohíbe responder a la agresión. Durante los primeros tiempos, en La Meca, Mahoma era solo alguien que predica, anuncia y advierte:


«Ten paciencia con lo que dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán 3/73,10).


«No nos incumbe más que la transmisión clara» (Corán 41/36,17).


«Repele la maldad de la mejor manera» (Corán 74/23,96).


2ª fase. Se permite responder a la agresión, una vez que en Yatrib (Medina) Mahoma fue organizando y acaudillando una estructura política y militar cada vez más poderosa:


«Se da autorización a quienes son atacados [para combatir], porque han sido oprimidos. Dios es poderoso para auxiliarlos. A los que han sido expulsados de sus hogares sin derecho, simplemente por haber di­cho: ‘Dios es nuestro Señor’» (Corán 103/22,39-40).


3ª fase. Es un deber responder a la agresión. Cuando el poder de Mahoma y sus seguidores fue adquiriendo fuerza, según el Corán, se les ordena combatir a quienes los agreden:


«Combatid en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros, y no transgredáis. Dios no ama a los transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan ex­pulsado» (Corán 87/2,190-191).

 
«Se os ha prescrito el combate, aunque sea repugnante para voso­tros. Quizá algo os repugna, cuando es mejor para vosotros. Y quizá os gusta algo, cuando es un mal para vosotros. Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis» (Corán 87/2,216).


4ª fase. Es un derecho, incluso un deber, iniciar la guerra. Una vez consoli­dado el poderío militar, Mahoma da el paso a la guerra ofen­siva y la bendice. El Corán otorga a los musulmanes el derecho, e incluso el deber, de tomar la iniciativa para la guerra. Así, la yihad se vuelve im­perativa en cuatro supuestos netamente establecidos:


Primer supuesto. La yihad contra los apóstatas. Son «guerras de apos­tasía» (hurub al-riddad), contra quienes, habiendo sido musulmanes, aban­donan el islam. Por este acto, el derecho islámico castiga al apóstata con la pena de muerte.


Segundo supuesto. La yihad contra los rebeldes (bughat). Se refiere a los diversos conflictos internos que surgen entre unos musulmanes y otros. En tal caso:


«Si dos grupos de creyentes combaten uno contra otro, haced la re­conciliación entre ellos. Si uno de ellos abusa del otro, combatid contra el grupo que abusa, hasta que vuelva al orden de Dios. Si vuelve, enton­ces haced la reconciliación entre ellos con justicia» (Corán 106/49,9).


También puede darse el caso de colectivos que se muestran refracta­rios o insumisos y se sublevan, como hipócritas, desde dentro de la sociedad musulmana:


«La retribución de los que guerrean contra Dios y su enviado, y los que se dedican a corromper en la tierra, es que sean matados, o cruci­ficados, o que se les corten las manos y los pies opuestos, o que sean desterrados del país. Tendrán esto como ignominia en esta vida. Y en la otra vida tendrán un gran castigo. Salvo los que se arrepientan antes de caer en vuestro poder» (Corán 112/5,33-34).


«Malditos. Donde se los encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán 90/33,61).


Tercer supuesto. La yihad contra los países de infieles, o no musulmanes. Es un deber tomar la iniciativa para llevar a cabo la yihad, con la pers­pectiva de la islamización mundial, contra las sociedades que los alfa­quíes denominan «tierra de la guerra» (dar al-harb) o «tierra del descrei­miento» (dar al-kufr), en contraposición a la «tierra de la sumisión» (dar al-islam). Es obligatorio llevar adelante la guerra, la yihad, contra las gen­tes no musul­ma­nas y si, por las circunstancias, fuera necesario acordar una tregua, esta nunca será definitiva, sino siempre limitada en el tiempo. En consecuencia, está mandado que se ha de rei­niciar la guerra tan pron­to como expire el plazo y sea factible:


«Anuncio a los humanos, de parte de Dios y su enviado, en el día de la peregrinación mayor: ‘Dios y su enviado se desentienden de los aso­ciadores. Si os arrepentís, eso es mejor para vosotros. Pero, si volvéis la espalda, sabed que no podréis desafiar a Dios’. Anuncia un castigo do­loroso a los que han descreído. (…) Una vez que transcurran los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde os enfrentéis con ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por todas partes» (Corán 113/9,3 y 5).


«Combatid contra ellos. Dios los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os auxiliará contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,14).


Cuarto supuesto. La yihad contra la subversión (fitna), que originalmen­te designaba la resistencia de algunas tribus árabes o beduinas a some­terse al poder organizado por Mahoma y que desencadenó la guerra civil tras la muerte del profeta. Según el Corán, hay que doblegar por todos los medios esa resistencia y exterminar sin piedad a los subversivos:


«Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La subversión es más grave que matar. (…) Si com­baten contra vosotros, entonces matadlos. Esa es la retribución de los descreídos» (Corán 87/2,191).


«Te preguntan sobre el mes prohibido: ‘¿Hay combate?’ Di: ‘El combate en él es un gran pecado. Pero el hecho de apartarse del camino de Dios, y descreer en él, [apartarse] del santuario prohibido y de expul­sar de él a sus gentes, es un pecado más grande ante Dios. Y la subver­sión es un pecado más grande que matar’» (Corán 87/2,217).


«Los que han creído combaten en el camino de Dios. Y los que han descreído combaten en el camino de los ídolos. Combatid, pues, contra los aliados de satán» (Corán 92/4,76).


«Capturadlos y matadlos allí donde os enfrentéis con ellos» (Corán 92/4,91).


Al final de estas fases de evolución, los capítulos poshegíricos del Corán que aportan las aleyas abrogantes prescriben «el combate en el camino de Dios». Estas poseen vigencia definitiva, y anulan cualquier aleya anterior en sentido contrario (Corán 87/2,190; 92/4,74.76.95; 106/49,15; 109/61,11; 112/5,35; 113/9,41; 113/9,111;). Ya sabemos que ese «camino de Dios» es una expresión técnica para referirse a la lucha armada mesiánica y milenarista, la yihad que debe emprenderse contra los malos musulmanes y contra los no musulmanes. Este camino se juzga tan «santo» que, en él, es legítimo agredir, matar y morir por la fe islámica. Y al que muere matando se le llama «mártir». Porque Dios ama a aquellos que matan por su causa (Corán 88/8,15-17; 95/47,3-4; 109/61,4; 113/9,5; 113/9,123).


Hay algunos exegetas musulmanes, sobre todo chiíes, que conside­ran la yihad como un sexto pilar del islam. Me parece más exacto decir que, examinada la evolución de Mahoma y del Corán, la yihad, en el sen­tido bélico beligerante, acabó constituyéndose como el fundamento so­bre el que se cimenta todo el edificio de la religión islámica, así como el principio de or­ga­nización subyacente que estructura y orienta toda la práctica de la comunidad muslime.



La religión islámica se declara en estado de guerra


El mandato coránico de la yihad se inscribe en el marco previo de una visión dicotómica del mundo, un panorama donde los seguidores de Mahoma se conciben a sí mismos en confrontación total con todos los demás, y contra ellos se declaran en estado de guerra. El deber de la yihad está instituido, a la vez, como un dogma teológico, una doctrina ética y un precepto legal, que quedó establecido y codificado por las es­cuelas de jurisprudencia en el derecho islámico. Como escribe un histo­riador de la Edad Media:


«La yihad, concepto que se fue perfilando en el contexto de una ideo­logía de agresión cuyo objetivo último es el dominio del mundo, divide a los pueblos en dos grupos irreconciliables: los musulmanes, habitantes de dar al-islam, países sometidos a la ley islámica; y los infieles, habitantes de dar al-harb o países de la guerra, los cuales están destinados a pasar bajo el dominio islámico, bien por la conversión de sus habitantes, bien por la conquista armada. Como la comunidad islámica es la única legí­tima beneficiaria de los bienes creados por Alá, la yihad es el medio por el que se produce la restitución a sus legítimos propietarios de los bienes que los infieles poseen ilegalmente» (Sánchez Saus 2016: 147).


La yihad determina la concepción del mundo que rige para los mu­sulmanes sus tensas relaciones con los no musulmanes. Implica, como se ha señalado, una visión del mundo escindido en dos partes antagó­nicas, que ellos llaman el territorio o casa del islam y los países del te­rritorio o casa de la guerra. Cuando el primer impulso de las conquistas se frenó, elaboraron la noción fronteriza del territorio o casa de la tregua, que per­mite firmar pactos con aquellos a los que no se puede derrotar, con el convencimiento de que el pacto cumple solo una función táctica, por un tiempo limitado, y que cualquier tregua podrá romperse, a imitación de lo que en su día hizo Mahoma.


La yihad comporta, pues, un proyecto político, cuyo objetivo final tiende, como he repetido, a imponer la supremacía del sistema islámico a escala global, porque los musulmanes sustentan la creencia de que Dios les ha otorgado a ellos el derecho a someter o destruir las demás religio­nes y civilizaciones. De ahí que, en última instancia, la yihad se concrete en estrategias de lucha en todos los planos y de guerra en todos los frentes, contra todos aquellos que se resistan a los planes del islamismo.


El ejercicio ordinario de la yihad se pone en práctica, siempre que resulte posible, como hostigamiento y debilitamiento de los otros, tacha­dos de enemigos. No se desviará del camino y la meta que fija el Corán, hasta lograr su derrota y completo sometimiento. Desde esta perspec­tiva, se computa como una «buena obra» toda acción que socave el orden social no musulmán, que proporcione parcelas de poder, abata y escla­vice a los infieles/descreídos, o bien haga avanzar el sistema de dimmitud, introduciendo las normas islámicas en las sociedades occidentales.


En resumen, forma parte de la yihad todo tipo de acciones que fa­vorezcan la preeminencia de la umma frente a las gentes no musulmanas, todo lo que ayude a dar pasos para la implantación parcial o total de la ley is­lámica. El imperio de esta ley es el fin pretendido; la violencia yiha­dista es el medio empleado. A la larga, el proceso histórico de la yihad, como ocurrió en la Hispania visigoda mutada en Al-Ándalus, propende implacablemente a tres objetivos: 1) la orientalización del orden social y las costumbres, 2) la arabización lingüística y 3) la islamización religiosa (cfr. Sánchez Saus 2016).



Los emigrados en el camino de Dios, protagonistas de la yihad


El esquema mesiánico-milenarista, procedente de la enseñanza del me­sia­nismo nazareno, inspirado de lejos en Moisés y Josué, proporciona el modelo del éxodo hacia la Tierra prometida. Así, desde tiempos de la hégira y durante el siglo siguiente, la designación más específica para los seguidores más esforzados de Mahoma, que cuenta con base histórica, es la que los denomina «emigrados», muhāŷirūn (en árabe), que quiere decir «los de la hégira». En efecto, el vocablo procede de la misma raíz que la palabra «hégira» (haŷŷ). La hégira había sido el preludio de la yihad. En la mitología islámica, la migración preludia la conquista. La «inmigra­ción» evoca y designa la invasión con vistas a la guerra de conquista. Así lo atestigua el Corán, cuando llama «emigrados» a las huestes del profeta armado. Los emigrados eran los protagonistas de la yihad, los que habían salido de sus hogares para seguir a Mahoma en sus batallas contra los romanos de oriente, más tarde conocidos como bizantinos.


En el Corán, el verbo «emigrar» y derivados se contabiliza 24 veces; de ellas, 21 en los capítulos posteriores a la hégira. El significado más inmediato denota el salir de la propia tierra, pero esto se complementa diciendo que emigran «en el camino de Dios». De este modo, se connota que semejante emigración, conforme a la religión de Mahoma, posee un sentido bélico y mesiánico. Los emigrados representan los mayores hé­roes del Corán (cfr. Aldeeb 2017).


«Tu Señor, para con aquellos que han emigrado, después de haber sido probados, y luego han combatido y han aguantado, tu Señor será, después de eso, indulgente y misericordioso» (Corán 70/16,110).


«Los que han creído, y los que han emigrado y combatido en el ca­mino de Dios, esos esperan la misericordia de Dios» (Corán 87/2,218).


«Los que han creído, emigrado, y combatido en el camino de Dios, así como quienes los han albergado y auxiliado, estos son los verdaderos creyentes» (Corán 88/8,74).


«Los que han emigrado en el camino de Dios, y luego han sido ma­tados, o han muerto, Dios les adjudicará una buena recompensa» (Corán 103/22,58).


«Los que han creído, emigrado, y combatido en el camino de Dios con sus fortunas y sus personas tienen un grado más elevado ante Dios. Estos son los victoriosos» (Corán 113/9,20).


Estos emigrados árabes que componen los ejércitos de Mahoma no van solos, sino que marchan al combate en alianza con sus correligiona­rios de entonces, más tarde borrados del texto casi del todo, los judíos nazarenos, considerados como auxiliares. El término aparece al menos seis veces, con una acepción que cabe traducir por «tropas auxiliares».


«Los primeros precursores entre los emigrados y los auxiliares, y los que los han seguido con buena voluntad, Dios los ha aceptado, y ellos lo han aceptado. Él ha preparado para ellos jardines bajo los que correrán arroyos, donde estarán eternamente» (Corán 113/9,100).


«Dios se ha vuelto al profeta, a los emigrados y a los auxiliares que lo siguieron en un momento de contrariedad, después de que los corazones de un grupo entre ellos estuvieron a punto de desviarse» (Corán 113/ 9,117).


Parece incuestionable cuál es el camino y el destino al que conduce la religión coránica: el camino recto de la obediencia a Mahoma como jefe de los creyentes. Por ese camino suspiran los creyentes en el rezo. Por ese camino entregan su fortuna y sus personas. No se trata de una lucha metafórica, sino literalmente del uso de las armas tanto para la de­fensa como para la agresión.


Leamos unas cuantas citas coránicas que convocan a esta yihad, en­tendida como encarnizada lucha, espada en mano, caracterizada por una mezcla explosiva de intensa religiosidad y atroz violencia:


«Combatid en el camino de Dios» (Corán 87/2,244).


«¡Profeta! Incita a los creyentes al combate. Si hay entre vosotros veinte que aguanten, vencerán a doscientos. Y si hay entre vosotros cien, vencerán a mil de los descreídos» (Corán 88/8,65).


«Si sois matados en el camino de Dios, o si morís, un perdón y una misericordia de parte de Dios son mejor que lo que ellos acumulan» (Co­rán 89/3,157).


«No pienses que los que han sido matados en el camino de Dios estén muertos. Están más bien vivos junto a su Señor, recibiendo su recompensa» (Corán 89/3,169).


Está claro que, para el Corán, «el camino de Dios» designa la guerra milenarista contra todos los que no quieran sumarse a la causa. El sin­tagma «en el camino de Dios» se refiere inequívocamente a la guerra (70 veces). En concreto, y en el contexto de la crisis desencadenada por la hégira, el léxico habla de combatir, luchar, gastar, emigrar, movilizarse, ser matados o damnificados, siempre especificando en el camino de Dios. En cambio, con toda lógica, de los que no creen se dice que se extravían, o extravían a otros, del camino de Dios (33 veces).


Por lo que respecta a las tareas de la mujer en la yihad, parece fuera de duda que algunas acompañaban a las tropas, entre otras cosas como servicio de intendencia, pues se alude a ellas como «emigradas» (Corán 89/3,195; 90/33,50; 91/60,10). Hay un breve hadiz, recopilado por Al-Bujari, en el que Mahoma también les asigna a ellas, como cometido estratégico, la emigración (si bien, luego, la tradición lo ha interpretado como hacer la pere­grinación, transfiriendo su sentido al plano ritual y olvidando el contexto original). Recordemos que la raíz haŷŷ, de donde deriva hégira, significa tanto pe­regrinar como emigrar:


«Narrado por Aisha. Yo dije: ‘¡Enviado de Dios! Consideramos que la yihad es la mejor acción. ¿No podríamos nosotras participar en la yihad?’ El profeta dijo: ‘La mejor yihad (para las mujeres) es la emi­gración, que está aceptada (por Dios)’» (Al-Bujari 1997, libro 25, capítulo 4, hadiz 1520).



Los combatientes recibirán la recompensa


Al predicar la guerra mesiánica, Mahoma la presenta como una empresa difícil, pero llena de ventajas que Dios promete y garantiza. Las promesas coránicas inherentes a la yihad son la victoria y el botín, para aquellos que com­batan y vivan, y el paraíso de placeres eternos para aquellos que mueran en el combate. Estas divinas promesas resuenan en la mente de los yihadistas y desempeñan un papel fun­da­mental en la motivación de quienes se lanzan a una guerra incierta:


«A los que han emigrado, han salido de sus hogares, han sufrido da­ño en mi camino, han combatido, y han sido matados, yo les borraré sus faltas, y los haré entrar en jardines bajo los cuales correrán arroyos, como retribución de parte de Dios» (Corán 89/3,195).


«Que combatan, pues, en el camino de Dios los que intercambian la vida de aquí por la otra venidera. Quien combata en el camino de Dios, ya sea matado o ya venza, le daremos una gran recompensa» (Corán 92/4,74).


«No son iguales los creyentes que se quedan en casa, a menos que tengan un impedimento, y los que luchan en el camino de Dios con sus fortunas y sus personas. Dios ha concedido a los que luchan con sus fortunas y sus personas un grado más, respecto a los que se quedan en casa. A cada uno ha prometido Dios el mejor beneficio. Pero Dios ha concedido a los que luchan, respecto a los que se quedan en casa, una gran recompensa» (Corán 92/4,95).


«Creed en Dios y en su enviado, y luchad en el camino de Dios con vuestras fortunas y vuestras personas. Esto es mejor para vosotros. ¡Si supierais! Él os perdonará vuestras faltas, y os hará entrar en jardines bajo los cuales correrán arroyos, y en buenas viviendas en los jardines del Edén. ¡Ese es el gran éxito!» (Corán 109/61,11-12).


«Pero el enviado y los que han creído con él han luchado con sus fortunas y sus personas. Estos tendrán los beneficios, y esos son los que triunfarán. Dios les ha preparado jardines bajo los cuales correrán arro­yos, donde estarán eternamente. ¡Ese es el gran éxito» (Corán 113/9,88-89).


«Dios ha intercambiado las almas y las fortunas de los creyentes por el jardín que tendrán. Ellos combaten en el camino de Dios, matan, y se hacen matar. Una verdadera promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién cumple su compromiso mejor que Dios? Regocijaos por el trato que habéis hecho. ¡Ese es el gran éxito!» (Corán 113/9,111).


En prolongación de esas divinas promesas de éxito para los comba­tientes, los hadices de Mahoma, en las colecciones de Al-Bujari y de Muslim, exaltan una y otra vez los excelentes méritos de la yihad en cuanto guerra para extender la dominación del islam: no hay mayor de­voción que salir a batallar, dispuestos a matar y a morir por la causa, «en el camino de Dios» (cfr. Muslim 2007, XVII, 4626).



La yihad significa guerra contra los no musulmanes


Está meridianamente claro que la yihad tiene un sentido religioso y mi­litar: llama a combatir en el camino de Dios, es decir, por la causa del reino de Dios entendida según el relato mesiánico-milenarista de algunos pro­fetas y de la secta nazarena. Cuando, en ciertas circunstancias, se habla de cesar el combate, no hay que dejarse engañar, puesto que se especifica que la condición ineludible para el «cese» del mandato de matar a los descreídos es que se avengan a rendir culto al Dios islámico; es decir, la guerra solo podrá cesar cuando todos acepten hacerse musulmanes.


«Combatid en el camino de Dios contra los que combaten contra vosotros, y no transgredáis. Dios no ama a los transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan ex­pulsado. La subversión es más grave que matar. Pero no combatáis con­tra ellos junto al santuario prohibido, antes de que ellos os combatan allí. Si combaten contra vosotros, entonces matadlos. Esa es la retribución de los descreídos. Pero si se abstienen, Dios es indulgente, misericor­dioso. Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión, y que la religión pertenezca a Dios. Si se abstienen, no habrá ninguna agresión, salvo contra los opresores» (Corán 87/2,190-193).


Aleyas como esta última son contundentes y, sin embargo, vemos hoy frecuentemente cómo se intenta disimular. Incluso musulmanes subjetivamente bienintencionados encubren el significado, distorsionan­do la traducción, de modo que parezca nada menos que una afirmación de la libertad religiosa. Así lo hace la Comunidad Internacional Ahmadía, en su traducción española del Corán: «Y luchad contra ellos hasta que cese la persecución, y se profese libremente la religión de Alá. Pero si de­sisten, recordad que no se permite hostilidad alguna excepto contra los agresores» (Tahir Ahmad 1988). Otras versiones no andan con tantos subterfugios: «Y combatidles hasta terminar con la idolatría y que pre­valezca la religión de Dios. Pero, si se convierten no habrá más agresión sino contra los inicuos» (Castellanos y Abboud 1952).


La misión de combatir contra los «descreídos» no caduca, sino que es per­petua: hasta que no quede más religión que la del Dios coránico. El objetivo de la yihad está diáfanamente claro y fijado en versículos como los citados y también en los siguientes:


«Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión, y que toda la religión sea de Dios [Alá]. Si se abstienen, Dios ve lo que hacen» (Co­rán 88/8,39).


«Combatid contra aquellos a los que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el último día, no prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la religión de la verdad, hasta que paguen el tributo con su mano y en estado de humillación» (Corán 113/9,29).


Continuemos leyendo, a continuación, una antología de citas tex­tuales de versículos, en orden cronológico, todos ellos posteriores a la hégira, donde no cesa de brillar el carácter belicoso de la yihad:


«Se os ha prescrito el combate, aunque sea repugnante para vosotros. (…) Ellos, si pudieran, no cesarán de combatir contra vosotros hasta haceros abjurar de vuestra religión. Quien entre vosotros abjure de su religión y muera siendo descreído, sus obras habrán fracasado en la vida de acá y en la otra vida. Esos son los moradores del fuego. Allí estarán eternamente» Corán 87/2,216-217).


«Cuando tu Señor revela a los ángeles: ‘Yo estoy con vosotros, re­confortad, pues, a los que han creído. Infundiré el terror en los cora­zones de los que han descreído. Golpeadlos por encima del cuello, gol­peadlos en todos los dedos’» (Corán 88/8,12).


«¡Vosotros que habéis creído! Cuando os enfrentéis con aquellos que han descreído, en orden de batalla, no les volváis la espalda. Quien, ese día, les vuelva la espalda, a menos que sea al desplazarse para el combate, o para unirse a una tropa, incurrirá en la ira de Dios, y la gehena será su albergue. ¡Qué detestable destino! No sois vosotros quienes los habéis matado, sino que es Dios quien los ha matado. Cuando lanzabas, no eras tú quien lanzaba, sino que es Dios quien lanzaba. A fin de mostrar a los creyentes una buena prueba de su parte» (Corán 88/8,15-17).


«Si te enfrentas con ellos en la guerra, haz huir con ellos a los que están tras ellos. Quizás reflexionen» (Corán 88/8,57).


«Preparad contra ellos tanto como podáis, como fuerza y como ca­ballos de guerra, a fin de atemorizar al enemigo de Dios y vuestro, y a otros además de estos, que no conocéis. Dios los conoce. Lo que gastéis en el camino de Dios os será devuelto, y no seréis defraudados» (Corán 88/8,60).


«Infundiremos el terror en los corazones de los que han descreído, por haber asociado a Dios algo de lo que él no ha hecho descender nin­gún argumento de autoridad. El fuego será su albergue. ¡Qué detestable morada para los opresores!» (Corán 89/3,151).


«Si los hipócritas, los que tienen una enfermedad en sus corazones y los que agitan en Medina no cesan, te incitaremos contra ellos, y enton­ces pronto dejarán de ser vecinos ahí. Malditos. Donde se los encuentre, serán capturados, y matados sin piedad. Es la ley de Dios para los ante­pasados. Nunca encontrarás un cambio en la ley de Dios» (Corán 90/ 33,60-62).


«Combate, pues, en el camino de Dios» (Corán 92/4,84).


«Han querido que descreáis como ellos han descreído, para que seáis iguales. No toméis aliados entre ellos, hasta que emigren en el camino de Dios. Si vuelven la espalda, capturadlos y matadlos allí donde los en­contréis. Y no toméis entre ellos ni aliado ni auxiliar» (Corán 92/4,89).


«Encontraréis a otros que quieren confiar en vosotros y confiar en su gente. Cada vez que fueron inducidos a la subversión, recayeron en ella. Si no se apartan de vosotros, solicitan la paz, y rinden sus armas, capturadlos y matadlos allí donde os enfrentéis con ellos. Os hemos da­do plena autoridad sobre ellos» (Corán 92/4,91).


«No desfallezcáis en la persecución de esa gente. Si os afligís, ellos también se afligen como vosotros os afligís. Pero vosotros esperáis de Dios lo que ellos no esperan. Dios es omnisciente, sabio» (Corán 92/ 4,104).


«Porque los que han descreído han seguido lo falso, y los que han creído han seguido la verdad de su Señor. Así, Dios pone sus ejemplos a los hombres. Cuando os enfrentéis a los que han descreído, golpead en la nuca. Cuando los hayáis derrotado, encadenadlos fuertemente. Después de esto, una vez que la guerra haya terminado, o los libertáis, o pedís el rescate» (Corán 95/47,3-4).


«Los creyentes son solo los que han creído en Dios y en su en­via­do, después no han dudado, y han combatido con sus fortunas y sus perso­nas en el camino de Dios. Esos son los veraces» (Corán 106/49,15).


«¡Profeta! Lucha contra los descreídos y los hipócritas, y sé duro con ellos. Su albergue será la gehena. ¡Qué destino tan horrible!»
(Corán 107/ 66,9; repetido en 113/9,73).


«Dios ama a los que combaten en su camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo» (Corán 109/61,4).


«Di a los beduinos que quedaron atrás: ‘Se os llamará contra gentes dotadas de gran valor. Combatiréis contra ellos, a menos que se sometan. Si obedecéis, Dios os dará una buena recompensa. Pero, si volvéis la es­palda, como volvisteis la espalda antes, os castigará con un castigo doloroso’. Dios ha aceptado a los creyentes cuando te juraban lealtad al pie del árbol. Él sabía lo que hay en sus corazones, hizo descender sobre ellos su presencia, y los recompensará con una conquista próxima, y con mucho botín que obtendrán» (Corán 111/48,16 y 18-19).


«Mahoma es el enviado de Dios. Los que están con él son fuertes frente a los descreídos, misericordiosos entre ellos» (Corán 111/48,29).


«¡Vosotros que habéis creído! Temed a Dios, buscad el medio de ir hacia él, y luchad en su camino. Quizás prosperéis» (Corán 112/5,35).


«Una vez que transcurran los meses prohibidos, matad a los aso­ciadores allí donde os enfrentéis a ellos, capturadlos, asediadlos, tended­les emboscadas por todas partes. Pero si se arrepienten, hacen el rezo y pagan el tributo, entonces dejadlos en paz. Dios es indulgente, miseri­cordioso» (Corán 113/9,5).


Este último versículo, según los eruditos musulmanes clásicos y la doctrina comúnmente admitida, es un versículo de la espada, que, por sí solo, ha abrogado más de cien versículos anteriores, que recomendaban paz y tolerancia, o ponían límites a la guerra. No obstante, hay varios otros que se consideran también versículos de la espada: Corán 87/ 2,193; 113/9,29; 113/9,36; 113/9,41. El Corán y la exégesis tradicional desmienten a todos esos maquilladores que intentan ocultar el hecho innegable de que la fe islámica se puede y se debe imponer por la fuerza. En los «versículos de la espada» reside la clave de interpretación de todo el Corán y el islam.


«¿No combatiréis contra gentes que han abjurado de su juramento, han querido expulsar al enviado, y han iniciado el combate contra voso­tros la primera vez? ¿Les teméis? Pues bien, Dios tiene más derecho a que lo temáis. Si fuerais creyentes.

   Combatid contra ellos. Dios los castigará por vuestras manos, los cu­brirá de ignominia, os auxiliará contra ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,13-14).


«¡Vosotros que habéis creído! ¿Por qué, cuando se os dice ‘Movili­zaos en el camino de Dios’, os quedáis clavados en tierra? ¿La vida de aquí os agrada más que la otra vida? Pero el disfrute de la vida de aquí es muy poco con respecto a la otra vida.

   Si no os movilizáis, él os castigará con un castigo doloroso, os inter­cambiará por otras gentes distintas y no lo dañaréis en nada. Dios es to­dopoderoso» (Corán 113/9,38-39).


«Movilizaos, los ligeros y los pesados, y combatid con vuestras for­tunas y vuestras personas en el camino de Dios. Esto es mejor para vo­sotros» (Corán 113/9,41).


«Creed en Dios y luchad junto a su enviado» (Corán 113/9,86).


«¡Vosotros que habéis creído! Combatid contra los descreídos que tengáis cerca, y que encuentren dureza en vosotros. Sabed que Dios está con los que temen»
(Corán 113/9,123).


Este arsenal de citas con una significación bélica y religiosa deja so­brada constancia del espíritu agresivo contenido en el Corán, donde es concluyente que la matanza de no musulmanes, en aras de la yihad, cons­tituye un sacrificio agradable a Dios, al Dios del islam (tal como ya ana­lizamos en el capítulo sobre los sacrificios). Uno se pregunta qué Corán habrán leído esos ilustres desnortados que niegan las evidencias y se empeñan en desmentir el carácter violento de la religión islámica.


Además, el mismo tema e idéntico significado se amplifican en la tradición canónica de Mahoma. Tanto los hadices de Al-Bujari como los de Muslim destacan la exigencia de que los musulmanes deben estar dis­ponibles para ir a la guerra. Y esta es esencial para acceder al paraíso:


«Si te llaman a la yihad, acude inmediatamente» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1, hadiz 2783).


«Sabed que el paraíso está bajo las sombras de las espadas» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 22, hadiz 2818).


«Narrado por Abu Bakr Ibn Abdullah Ibn Qais, de su padre. El en­viado de Dios dijo: ‘Las puertas del paraíso están bajo las sombras de las espadas’» (Muslim 2007, El libro del gobierno, capítulo 41, hadiz 4916).


Conferir al llamamiento de Mahoma la categoría de llamada de Dios aportó la coartada perfecta, el gran camuflaje una política violenta: utiliza una legitimación teológica para justificar la infiltración, la invasión, la agresión contra los demás países, el sometimiento en el que se concreta finalmente la rea­lización efectiva de la yihad. Al divinizar la propia causa, los creyentes se sienten investidos con todos los derechos sobre los no creyentes, in­cluido el mentir, atacar, robar y matar, con el fin de apode­rarse del mundo entero como botín, todo, según creen, en nombre de su Dios y con su bendición.


Aunque hacer la yihad equivale de ordinario a guerrear contra los no musulmanes, no se limitó a eso. Desde el principio, hubo también una yihad interna, desencadenada entre los mismos árabes musulmanes. Se la llamó fitna, insurrección, subversión, sedición. Es alusiva a la guerra civil, que estalló apenas muerto Mahoma. Y se desencadenó de nuevo en 680-692, y en 744-747. Después rebrotó muchas veces a lo largo de la historia, como represión contra musulmanes rebeldes y como guerra civil entre musulmanes. La encontramos presagiada en una aleya ya citada (Corán 106/49,9), que también exhorta a buscar la reconciliación, puesto que, en principio, unos y otros son musulmanes.


Para hacerse una idea de las inmensas repercusiones de la doctrina de la yihad a lo largo de los siglos, conviene buscar alguna historia de la yihad. Pueden consultarse algunos de los numerosos sitios que existen en Internet. Por ejemplo:

https://religion.antropo.es/islamismo/historia.html



La yihad rechaza toda alianza con los no musulmanes


Mahoma se entendió bien con los judíos nazarenos, que habían sido sus mentores. Tiempo después, al parecer, Mahoma creyó que con su predi­cación me­siánica iba a atraer a la causa a los judíos rabínicos y, quizá, también a los cristianos miafisitas. Pero en tal empeño quedó decepcio­nado. Hay muchos pasajes coránicos que los recriminan, para acabar considerándolos poco fiables y hasta como ene­migos. Desde entonces, los creyentes mahometanos tienen la taxativa obligación de rehuir toda alianza con judíos y cristianos, igual que, llegado el caso, deben rechazar incluso a los parientes más cercanos, si no son fieles mu­sulmanes.


«Que los creyentes no tomen a los descreídos como aliados, sino a los creyentes. Quien haga eso no es de Dios, a no ser que los temáis» (Corán 89/3,28).
Sin embargo, esa última salvedad está abrogada por los versículos de la espada.


«¡Vosotros que habéis creído! No toméis a mi enemigo y vuestro enemigo como aliados. ¿Les mostráis afecto, cuando ellos han descreído en la verdad que os ha llegado?» (Corán 91/60,1).


«¡Vosotros que habéis creído! No toméis a los descreídos como alia­dos, sino a los creyentes» (Corán 92/4,144).


«¡Vosotros que habéis creído! No toméis a los judíos y los cristianos como aliados. Ellos son aliados unos de otros. Quien entre vosotros se alíe con ellos es uno de ellos. Dios no dirige a gentes opresoras» (Corán 112/5,51).


«¡Vosotros que habéis creído! No toméis como aliados a los que to­man vuestra religión por ridículo y juego, entre aquellos a los que se dio el libro antes que a vosotros, ni a los descreídos» (Corán 112/5,57).


«¡Vosotros que habéis creído! No toméis a vuestros padres y vues­tros hermanos como aliados, si ellos han preferido la descreencia a la fe. Quien entre vosotros se alíe con ellos, esos son los opresores» (Corán 113/9,23).


Las consecuencias que se extraen de esta doctrina es que no está permitido a los musulmanes hacerse amigos o aliarse, al menos de forma duradera, con aquellos que no son musulmanes. Frente a ellos, existirá una enemistad perpetua, por descreídos y opresores, y contra ellos debe ir el combate de los creyentes.



La yihad cultural se encarga de la lucha ideológica


La yihad significa eminentemente un comportamiento militar y bélico, pero no se reduce a eso, sino que engloba todo tipo de actuaciones que promuevan la lucha en cualquier otro plano de las relaciones sociales, económicas, políticas e ideológicas. Sus objetivos estriban en promocio­nar los intereses de la umma islámica y allanar el camino a la gradual implantación de la ley islámica, propagando toda clase de apologías y diti­rambos acerca de un islam que nunca existió. Y al mismo tiempo, llevar a cabo una labor de zapa con vistas a la destrucción de las otras culturas y civilizaciones, como el Corán manda, erosionando, debili­tando, atacando, infiltrando, desarmando, empleando las mil y una argu­cias, y astucias, destinadas a cohonestar lo que, en el fondo, no es más que agitación y propaganda.


A la yihad de guante blanco la llaman «yihad cultural». Pero, si no es posible
seducir, aún será posible sobornar, chantajear, amedrentar y ate­rrorizar. La yihad cultural presenta dos aspectos, constructivo y destruc­tivo. El primero busca construir una mentalidad de sumisión al sistema islámico. El segundo se esfuerza por destrozar las creaciones culturales de los sistemas socioculturales distintos del islam.


Cuando se canta la gloria y el esplendor de la civilización musulmana, rara vez se profundiza en la situación que soportaban las mujeres, los esclavos, los dimmíes, los cautivos de guerra; se escamotean las agre­siones imperiales, las atrocidades inherentes al orden jurídico islámico y legitimadas por él, el fanatismo incentivado por la ilusión de poseer la verdad absoluta. Por citar solo algunos episodios significativos de la his­toria de las devastaciones perpetradas por la yihad cultural, casi siempre de la mano de la yihad militar, recordemos la emblemática destrucción de grandes bibliotecas de la antigüedad, que no fueron las únicas ni las últimas reducidas a ceniza. Porque, e
n la yihad, no solo perecen perso­nas, sino que se queman libros.


Desde tiempos del gobierno de Omar (asesinado en 644), la destruc­ción o el incendio de grandes bibliotecas entró a formar parte del estilo de expansión e implantación imperial del islamismo. Durante su manda­to, como general y luego como rey gobernante, sus ejércitos sarracenos llevaron a cabo: en el año 637, la destrucción de la gran biblioteca de Ctesifonte, la capital del Imperio persa sasánida, la mayor del mundo en aquel en­tonces. Es nada menos que Ibn Jaldún quien lo narra en el ca­pítulo sexto de su Introducción a la historia universal:


«Los musulmanes conquistaron la región de Persia y encontraron una cantidad inabarcable de libros y de tratados científicos. Escribió en­tonces Sad Ibn Abi Waqqas a Umar Ibn Al-Jattab solicitando su per­miso para darlos como botín a los musulmanes, a lo que Umar contestó di­ciéndole: ‘¡Arrójalos al agua!, porque si lo que hay en ellos es una buena guía, Dios nos ha otorgado una orientación mejor aún; y si lo que con­tienen es extravío, Dios nos ha protegido de ello’. Y los arrojó al agua o al fuego, y de esta manera las ciencias de los persas desaparecieron y no llegaron a nosotros» (Ibn Jaldún 2008: 928).


Con la misma política, en 638, los sarracenos arrasaron la biblioteca de la Academia de Gondeshapur, también en la Persia sasánida. Hacia 640, llevaron a cabo la destrucción de la biblioteca de Cesarea Marítima, en Palestina, que contenía la mayor colección de libros cristianos de la antigüedad. En 642, tras la rendición de Alejandría, en la invasión de Egipto, la tradición árabe refiere que Omar mandó destruir la gran bi­blio­teca alejandrina y que los libros se distribuyeran como combustible para el horno de las panaderías.


Por supuesto, no estoy diciendo que esa bárbara práctica sea exclu­siva del islam, pero ciertamente se perfila como una señal inequívoca de una propensión intolerante y sec­taria, que data de sus mismos orígenes. Hubo excepciones, es evi­dente, pero no justifican la manida y beatífica idealización del amor del islamismo por la ciencia. Recordemos otros cuantos hitos históricos, exponentes de un amor demasiado «ardiente» por el saber y los libros:

– 779. Bajo el califato del abasí Al-Mahdi, los musulmanes des­tru­yeron las bibliotecas de Alepo, en Siria.


– 878. Los musulmanes, en una de sus incursiones contra Sicilia, saquearon Siracusa y quemaron su biblioteca.


– 911. Los musulmanes invadieron y ocuparon los Alpes occi­den­tales, y destruyeron la biblioteca de Turín.


– 980. Durante una lucha intestina del califato cordobés, Almanzor incendió la gran biblioteca califal de Córdoba.


– 1174. En medio de la guerra, el sultán Saladino provocó la destruc­ción de la biblioteca fatimí de El Cairo.


– 1199. En India, los invasores musulmanes redujeron a cenizas la inmensa biblioteca del monasterio budista de Nalanda.


– 1453. Tras la conquista de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, los ejércitos turcos otomanos del sultán Mehmet II, entre las múltiples destrucciones, arrasaron la biblioteca imperial bizantina.


– 1480. Los otomanos atacaron Salento, al sur de Italia, y destruyeron la biblioteca del monasterio de San Nicolás de Casole.


– 1658. En enfrentamientos entre príncipes mogoles de India, que eran mu­sul­manes, una de las facciones destruyó la biblioteca del príncipe Dara Shikoh, en Delhi.


– 1925. En Arabia, los secuaces del movimiento fundamentalista creado por Abd Al-Wahab incendiaron las bibliotecas de Medina.


– 2013. A fines de enero, los islamistas prendieron fuego al Instituto Ahmed Baba, en Tombuctú, al norte de Mali, destruyendo parcialmente la biblioteca, que alberga decenas de miles de manuscritos muy antiguos.



El falaz argumento de la ‘religión de la verdad’


En las suras coránicas consideradas anteriores a la hégira, nunca se usa la expresión «religión verdadera», sino que se habla de «religión elevada» o recta, que correspondía a un monoteísmo básicamente bíblico y más bien genérico, identificado con la religión de los antepasados que fueron rectos ante Dios: Abrahán, Isaac y Jacob (Corán 53/12,40; 55/6,161; 84/30,30; 84/30,43). Después de la hégira, se repite una sola vez:


«Pero no se les ha ordenado más que adorar a Dios, dedicándole la religión, siendo rectos, cumplir el rezo y dar el tributo. Esa es la religión elevada» (Corán 100/98,5).


Es en el período de Medina, tras la hégira, cuando se introduce el con­cepto de «religión de la verdad» (4 veces), utilizada en exclusiva para caracterizar la presunta preeminencia del movimiento de Mahoma:


«Es él quien ha enviado a su enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin de que la haga prevalecer sobre toda otra religión. Aunque repugne a los asociadores» (Corán 109/61,9).


«Es él quien ha enviado a su enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin de que la haga prevalecer sobre todas las religiones. Dios basta como testigo» (Corán 111/48,28).


«Es él quien ha enviado a su enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin de que la haga prevalecer sobre toda otra religión. Aunque repugne a los asociadores» (Corán 113/9,33).


El Corán presenta el islam como la única «religión verdadera», que habría sido dada a la humanidad desde sus orígenes (Corán 84/30,30). Sería la misma que profesó Abrahán. Luego, pretendidamente, habría sido alterada por judíos y cristianos, hasta que, por fin, advino Mahoma para repristinarla. El corolario de esta historia mítica es que, para los musulmanes, el islam constituye el único sistema que tiene derechos, por ser la religión verdadera, la religión de Abrahán (Corán 70/16,123), la religión de Dios (Corán 89/3,19; 89/3,83; 114/110,2), la religión per­fecta (Corán 112/ 5,3). En consecuencia, incluso la tolerancia hacia las demás religiones monoteístas, que parece desprenderse de algunas aleyas (Corán 18/109,6; 112/5,82), resulta ambigua y paulatinamente se fue de­cantando hacia la condena y hasta la persecución frontal. La presunta «religión de Abrahán» (Corán 87/2,135), un Abrahán musulmanizado, se contrapone a la de los judíos, que han incurrido en la ira de Dios, y a la de los cristianos, que andan descarriados (Corán 5/1,7).


Para justificar la guerra desatada, había ahí un argumento ideológico formidable: puesto que la de Mahoma es la religión de la verdad, la ver­dad tiene derecho a imponerse, incluso por la fuerza, máxime cuando es el mismo Dios quien lo manda. En realidad, hay que señalar que el con­tenido de esa «verdad» absoluta no tiene más base que la palabra de Mahoma, y su demostración ostensible no estriba en la razón, ni tam­poco en la revelación, sino en el filo de las espadas de la yihad.


El islam naciente, al considerarse como la única religión verdadera, confirió a los sarracenos la misión mesiánica de conquistar el mundo entero. Mahoma y sus seguidores obraron con el convencimiento de que para ellos era legítimo acosar y asesinar a los descreídos, acusados de ser enemigos de Dios por resistir al profeta de Alá. Desde entonces, los mu­sulmanes están convencidos de que ese tipo de agresiones, propias de la yihad, constituye para ellos un deber moral. No se trata de ningún radi­calismo yihadista. Es la doctrina coránica y tradicional, que ve en la yihad el ápice de la perfección ética y política. Así lo han sostenido todas las escuelas mu­sulmanas, desde la edad media hasta hoy.


Desde esta perspectiva, no es de extrañar que la dogmática islámica prohíba a los musulmanes la integración en cualquier sociedad no mu­sulmana, por principio considerada inferior y depravada; lo mismo que impide la integración del no musulmán en la sociedad islámica, man­teniéndolo siempre en una situación jurídica y moral de humillación (la dimmitud). Porque ya está escrito: «Dios no permitirá que los descreídos prevalezcan sobre los creyentes» (Corán 92/4,141). Ese estatus ima­gi­nario de superioridad se apoya en esta aleya coránica:


«Hoy he perfeccionado para vosotros vuestra religión, he com­ple­tado mi gracia para con vosotros, y he aprobado el islam como religión para vosotros» (Corán 112/5,3).


La tradición musulmana más clásica recoge esa creencia, esa auto­conciencia. Y así fue defendida sin fisura, por ejemplo, por el filósofo cordobés Averroes, defensor de la yihad, quien, en un sermón en la mezquita mayor de Córdoba, llamaba a la guerra santa contra los reinos cristianos del norte (cfr. Delcambre 2010).


La misma idea la encontramos explícita en el gran intelectual Ibn Jaldún (1332-1406), en su Introducción a la historia universal:


«En el islamismo, la guerra santa es de derecho divino, porque su llamada se dirige a todos los hombres y debe hacer que todos abracen el credo islámico de grado o por la fuerza. Se ha unificado el poder espi­ritual y el poder temporal, a fin de que la fuerza de ambos se dirija a su consecución. Las otras religiones no tienen esa misión universal; y para ellas la guerra santa no es un precepto religioso, sino que solo deben hacer la guerra en propia defensa» (Ibn Jaldún 2008: 405).


De esa misma tradición toma el relevo, entre tantos otros ideólogos del islamismo contemporáneo, Hasan Al-Banna (1906-1949), el fun­da­dor de los Hermanos Musulmanes, quien alardea de esa creencia dicien­do que «está en la naturaleza del islam dominar, no ser dominado; im­poner su ley sobre todas las naciones y extender su poder al planeta en­tero». Esta idea la preconizan no solo los salafistas y los islamistas de tal o cual tendencia radical, sino que es propia de todos los musulmanes, que son adoctrinados, desde la tierna infancia, para creérsela como una evidencia inequívoca. Por su parte, las organizaciones islámicas interna­cionales de nuestros días no ocultan en sus estatutos que su objetivo supremo es la mundialización del islamismo, la islamización del mundo bajo la égida de su ley.


El sistema islámico, por tanto, imbuido de su presunta elección di­vina, se atribuye a sí mismo el derecho de conquista, y lo justifica en el plano mítico teológico. Como Dios les ha prometido el reino por ser la comunidad que le es fiel, sumisa y obediente, la conquista no hace sino restituir la tierra a sus legítimos dueños, los musulmanes, autorizados a arrebatársela a quienes habrían perdido todo derecho a poseerla, por haber negado el reconocimiento a la religión verdadera y al único Dios. Esto puede parecernos un delirio, pero es exactamente lo que piensan.


El especioso argumento de ser la «religión de la verdad» y, por ello, tener derecho a la dominación, incluso por la fuerza, no pasa de ser una argucia, un sofisma, porque tal afirmación es gratuita, porque nadie po­see la verdad absoluta, y porque, aun en esa hipótesis, en ningún caso se deduce de ella una licencia para atropellar los derechos de los demás. La presunción de detentar la verdad, la presunción que se arroga el derecho y el deber de imponerla, y la presunción de que es lícito recurrir a la fuerza suman tres presunciones intelectualmente irracionales, psicológi­camente patológicas y éticamente perversas.



El infundio del islam como religión de tolerancia y paz


La tolerancia, definida en pocas palabras, consiste en reconocer a los demás, pese a sus diferencias, como sujetos con los mismos derechos que nosotros, en un plano de respeto e igualdad. El hecho es que este tipo de tolerancia no ha existido nunca en la sociedad musulmana. La palabra «tolerancia» ni siquiera aparece en el Corán y resulta radicalmente contraria al de­recho islámico. En la doctrina coránica, una vez que se anotan los versículos que están abrogados, solo queda una radical into­lerancia hacia todas las otras religiones.


El islam no solo no es una religión de paz y tolerancia, sino que pro­híbe expresamente tales actitudes con los no musulmanes. A la comuni­dad de los creyentes se le prescribe, como voluntad de Dios, hacer la guerra a los países de los infieles, hasta dominarlos y finalmente conse­guir que solo quede la religión de Alá. La tregua será siempre táctica, y no deberá durar más de diez años, según ordena la ley islámica. Sobre los vencidos, si no se con­vierten, a lo sumo se los confina en un estatuto de «guerra congelada»: explotación, tributos onerosos, humillaciones pú­blicas, inferioridad social, inseguridad jurídica. La guerra caliente puede y debe activarse cada vez que el poder musulmán juzgue que se dan las condiciones fa­vorables. El Corán obliga.


El esquema de ese pensamiento es bien simple: cuando los otros son descreídos/infieles (es decir, no se someten), la relación con ellos debe excluir por completo la tolerancia, la paz, el respeto y el derecho. De acuerdo con esta perspectiva, solo puede haber paz y tolerancia para quienes hayan consentido hacerse musulmanes. Pero, desde un punto de vista civilizado, es inaceptable que se des­truyan o avasallen otras culturas, y a esto lo llamen paz; que se amenacen y persigan otras religiones, y a esto lo llamen tolerancia.


Las aleyas de presunta tolerancia que invocan algunos musulmanes están leídas desde interpretaciones erróneas, que entran en contradicción con el mensaje central del Corán y con la exégesis tradicional. Por ejemplo, hay una sura que Régis Blachère, traductor del Corán al francés, sitúa en el primer período de La Meca: «Vosotros tenéis vuestra religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/109,6). Según Blachère, se refiere al rechazo por parte de Mahoma de una negociación con los idólatras me­quíes. De modo que lo que ahí se afirma no es el respeto al otro, sino que él, Mahoma, no ha tenido ni tendrá nada en común con la religión de los infieles. Lo que marca es una ruptura, que constituye un primer paso para, más adelante, dictaminar la prevalencia absoluta del islam y la necesidad de aniquilar la «idolatría».


Hay otra cita socorrida, cuando un islámico o islamófilo desea simu­lar que el islamismo acepta la pluralidad religiosa, pues Dios habría enviado a cada pueblo su correspondiente profeta con su mensaje: «No hay una nación por la que no haya pasado un advertidor» (Corán 43/ 35,24). Sin embargo, esa interpretación pluralista queda refutada tan pronto como atendemos al texto completo y su contexto histórico:


«Tú no eres más que un advertidor. Te hemos enviado con la verdad, como anunciador y advertidor. No hay una nación por la que no haya pasado un advertidor» (Corán 43/35,23-24). Para aclararnos, debemos tener en cuenta que, ahí, Mahoma se encuentra al principio de su ac­tividad en La Meca, por lo que el mensaje que anuncia y del que advierte remitía a las escrituras de la Torá y al Evangelio. No existía aún el Corán. Con posterioridad la posición del predicador árabe con respecto a esas escrituras cambió, hasta rechazarlas diciendo que habían sido tergiver­sadas y falsificadas. Así, en la época previa a la hégira, Mahoma predicaba sobre los profetas bíblicos, y se consideraba a sí mismo solamente un recordador. De hecho, las suras de esa época nunca lo califican de pro­feta. Por el contrario, años más tarde, en el período posterior a la hégira, descalificó a todos los otros profetas, o se los apropió, mientras afirmaba que únicamente el islam es la religión verdadera.


El resultado final es que no quedó el menor resquicio para la tole­rancia hacia las demás religiones, en el sentido de respeto en condiciones de igualdad. Una vez que la revelación coránica se considera completa, se manda que las tradiciones religiosas no monoteístas deben ser aniqui­ladas. Y los monoteístas judíos y cristianos tendrán que someterse a un régimen que los margina en el interior de la sociedad musulmana: solo sobrevivirán explotados y en estado de humillación social.


Tampoco hay que dejarse embaucar por el alegato de pacifismo que supuestamente entrañaría la siguiente cita: «Quien mate a una persona que no ha matado a nadie, ni ha corrompido en la tierra, es como si matara a toda la humanidad» (Corán 112/5,32). Es necesario leer bien lo que dice el versículo: Dios se está dirigiendo a los antiguos israelitas. El texto dice: «Por eso hemos prescrito para los hijos de Israel que quien mate a una persona…». Por tanto, no es un mandato dirigido a Mahoma y sus seguidores. Y, aunque lo fuera, bastaría con lanzar sobre alguien una acusación de sembrar corrupción en la tierra y así obtener licencia para matar. Nadie opuesto al islam podrá estar libre de amenaza, según lo que dicta Mahoma: la retribución de los que se oponen a Dios y su enviado será la tortura, la muerte o el destierro (Corán 112/5,33).


En el Corán, la palabra «paz» aparece 46 veces. De ellas, 37 en los capítulos antehegíricos, pero allí casi todas como fórmula de saludo. En los capítulos poshegíricos, se usa en 9 ocasiones, todas en relación con un contexto de guerra. En cuatro de ellas, se refiere a los enemigos que, en la batalla, «lanzan la paz», esto es, solicitan la paz. Y Mahoma sen­tencia que, si los creyentes están en situación de superioridad, no deben acep­tarla, salvo que sea en plan de rendición (Corán 92/4,90). Esto re­fuerza la idea de que la paz solamente es posible para los que se someten bajo el sistema del islam. En los hechos, la «paz islámica» no pasa de ser una ficción vacía. Más allá del disimulo, el lenguaje semiótico del libro corresponde al de una religión de odio, una mitología de guerra, una espiritualidad de fervor guerrero.


Desde la hégira, la predicación del islam (dawa) ha sido siempre, si­multáneamente, un discurso que moviliza para la guerra, una fusión de sermón y arenga, con el propósito declarado de reclutar combatientes bajo la autoridad de Mahoma y sus sucesores.



La sagrada tradición de Mahoma enaltece la yihad militar


Los textos de la tradición de Mahoma, los hadices, investidos con una autoridad poco menor que el Corán y que son considerados normativos por los musulmanes, recogen numerosos dichos que exaltan la guerra para imponer el islam. La yihad no se limita, en absoluto, a una lucha metafórica o espi­ritual. En los volúmenes atribuidos a Al-Bujari, el 98% de las men­ciones de la yihad se refieren a la guerra, y solo el 2% a lo que podría considerarse una lucha interior. Por tanto, el significado funda­mental de la yihad es la guerra; mientras que el sentido de esfuerzo moral resulta completamente marginal. Como ejemplo, veamos algunas citas, varias de ellas extraídas del libro 56, titulado Libro de la yihad:


«Narrado por Anas Ibn Malik. El enviado de Dios dijo: ‘Se me ha or­de­nado combatir a la gente hasta que digan: La ilaha illallah (nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá’» (Al-Bujari 1997, libro 8, capítulo 28, hadiz 392).


«Narrado por Ibn Abbas. El enviado de Dios dijo: ‘No hay emigra­ción después de la conquista, pero la yihad y el proyecto per­manecen. Si te llaman a la yihad, acude inmediatamente’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1, hadiz 2783).


«Narrado por Abdullah Ibn Abu Aufa. El enviado de Dios dijo: ‘Sa­bed que el paraíso está bajo las sombras de las espadas’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 22, hadiz 2818).


«Narrado por Abdullah Ibn Omar. El enviado de Dios dijo: ‘Voso­tros (musulmanes) lucharéis contra los judíos hasta que algunos de ellos se escondan detrás de las piedras. Las piedras (los traicionarán y) dirán: '¡Siervo de Dios! Hay un judío escondido detrás de mí; así que mátalo'’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 94, hadiz 2925)


«Narrado por Abu Huraira. El enviado de Dios dijo: (…) ‘He salido vic­torioso con el terror (infundido en el corazón de los enemigos); y mien­tras dormía, me trajeron las llaves de los tesoros del mundo y las pusie­ron en mi mano’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capitulo 122, hadiz 2977).


«Narrado por Al-Sab Ibn Jattama. Al profeta (…) se le preguntó si estaba permitido atacar a los guerreros infieles de noche, con la proba­bilidad de exponer al peligro a sus mujeres y niños. El profeta respondió: ‘Ellos (las mujeres y los niños) son de los suyos (de los in­fieles)’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 146, hadiz 3012).


No faltan numerosos hadices que desarrollan la justificación para cometer atentados terroristas, que están respaldados por Alá, por cuanto ordena a sus fieles que infundan el terror en el co­razón de los enemigos (Corán 88/8,12; 89/3,151).


Son incontables los pasajes donde leemos cómo Mahoma incita a la guerra contra todos los no musulmanes y emite órdenes de matarlos, no solo en los ha­dices de Al-Bujari, sino igualmente en los hadices autén­ticos de Muslim y los de Abu Dawud, lo mismo que en la biografía del profeta publicada por Ibn Hisham, así como en el comentario al Corán de Al-Tabari. Este último hace gala de ello: «Matar infieles es un tema menor para nosotros». La frase no es ninguna hipérbole, sino una marca distintiva de toda la historia del islam (cfr. Fletcher 2002, Elorza 2005, Esparza 2015, Sánchez Saus 2016, Ibrahim 2018, Keshavjee 2019 y Martínez-Gros 2019).



El musulmán no es libre para abandonar el islam


La fe islámica encierra a sus creyentes en una umma hermética, en un sis­tema del que está prohibido salir bajo pena de muerte. La religión de Maho­ma es una cárcel y la yihad vigila las murallas. Pese a las medias ver­dades y los disimulos de algunos apologetas, lo cierto es que no cabe esperar el menor reconoci­miento de la libertad religiosa o de la libertad de conciencia en las páginas del Corán, que advierte, ya desde la época antehegírica:


«Quien ha descreído en Dios después de haber creído, a no ser que haya sido coaccionado, mientras su corazón se reafirma en la fe… Ese que abre su pecho a la descreencia, la ira de Dios caerá sobre ellos. Y ten­drán un gran castigo» (Corán 70/16,106).


«Ninguna coacción en la religión. La buena dirección se distingue del extravío. El que no cree en los ídolos y cree en Dios se agarra al asidero más seguro, que es irrompible» (Corán 87/2,256).


La primera frase de esta última aleya, «no hay coacción en la reli­gión», se cita frecuentemente para hacer creer que el Corán está a favor de la libertad religiosa, incluso respecto a los no musulmanes, que no serían molestados. Nada más lejos de la realidad (cfr. Aldeeb 2015c). Mediante la crítica interna y atendiendo al contexto, la «religión» a la que se hace referencia ahí es el islam, de la que se aclara en el mismo renglón que posee la buena dirección y que, además, es reputada como la religión (din) por antonomasia. La interpretación más correcta, por tanto, es que no se consiente que nadie sea presionado para abandonar el islamismo. Sería absurdo imaginar que ese versículo defiende la libertad la religión, pues, máxime en una sura posterior a la hégira, está mandado que al infiel no monoteísta se le conmine a convertirse el islam bajo pena de muerte.


Con esa misma lógica intolerante, el derecho islámico exige que todo hijo de cristiana y musulmán sea obligatoriamente musulmán, también bajo amenaza de pena capital. Así que lo que el Corán estipula es que no se admitirá que nadie presione a un muslime para que cambie de religión, algo perfectamente compatible con la obligación manifiesta de coaccio­nar al no musulmán para que se convierta: a los paganos, una vez ven­cidos, atenazándolos con castigos que pueden conllevar la pérdida de la vida o la esclavitud; a los judíos y cristianos, derrotándolos por la fuerza y manteniéndolos forzosamente bajo el ominoso régimen de la dimma (Corán 113/9,29).


Si alguien arguye otra cosa, téngase en cuenta que el islam autoriza el disimulo y el engaño a los no musulmanes (Corán 89/3,28-29), con­forme a la teoría de la disimulación (cfr. Aldeeb 2015b). Pero, incluso si esa manida frase significara un principio de respeto hacia otras religiones, ya no estaría en vi­gor, porque está abrogada por los versículos de la espada, según la opi­nión común de los ulemas musulmanes.


Algo análogo es necesario decir de todos los demás versículos que enuncian alguna forma de tolerancia, como aquel ya citado más arriba: «Vosotros tenéis vuestra religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/ 109,6). Significa lo contrario de lo que parece a primera vista. Y, en cual­quier caso, el Corán postula, finalmente, la supremacía de la religión co­ránica sobre toda otra religión (Corán 92/4,141; 109/61,9; 111/48,28; 113/9,33, como ya hemos visto). Todo versículo que diga lo contrario de lo estatuido por las últimas suras ha quedado abrogado, abolido.


En el capítulo 12 de este libro, sobre la política islámica como régi­men de teocracia, hemos analizado el verdadero significado de «ninguna coacción en la religión» (Corán 87/2,256), que rechaza cualquier presión sobre un musulmán para que abandone el islamismo. En realidad, el mu­sulmán no es en absoluto libre ni para abandonar su religión, ni para adoptar otra religión distinta. Porque sería un crimen volver la espalda a la «verdad» de la religión refrendada por Dios. No cabe ocultar que el Corán establece un principio de absoluta intolerancia.


«La religión, para Dios, es el islam» (Corán 89/3,19).


«No creáis sino al que sigue vuestra religión. Di: ‘La dirección es la dirección de Dios’» (Corán 89/3,73).


«Quien busque una religión diferente del islam, no se le consentirá, y en la otra vida será de los perdedores» (Corán 89/3,85).


«Los que han descreído después de haber creído (…)  Esos, su retri­bución es que caerá sobre ellos la maldición de Dios, de los ángeles y de los humanos a la vez» (Corán 89/3,87).


Para velar por el cumplimiento público de las normas del Corán, la tradición del profeta y la ley sagrada, el sistema islámico promueve la vigilancia y el castigo: un régimen de censura sobre los comportamien­tos, enco­mendado a una policía política de la moralidad (la hisba). Esta represión cuenta con un fundamento coránico, reiterado (en nueve oca­siones), en la prescripción de que no solo hay que cumplir los mandatos, sino hay que hacerlos cumplir:


«Que seáis entre vosotros una nación que llama al bien, ordena lo correcto y prohíbe lo reprobable. ¡Esos son los que triunfan!» (Corán 89/3,104).


«Los creyentes y las creyentes son aliados unos de otros. Ordenan lo correcto, prohíben lo reprobable, elevan el rezo, pagan el tributo, y obe­decen a Dios y a su enviado» (Corán 113/9,71).


Así, pues, en el sistema islámico, ser creyente no es una decisión li­bre, sino una sumisión coercitiva, bajo la amenaza de graves penas. Ya las suras an­teriores a la hégira condenaban a los apóstatas. Sobre aquel que aban­done la fe caerá la acusación de apostasía y, conforme al dere­cho is­lámico, merece la pena de muerte. No se tolera semejante pecado capital. Una vez que uno ha entrado a formar parte de la comunidad musulmana, ha perdido la libertad para abandonarla. Los creyentes no solo están vigilados socialmente, sino que muchos de ellos viven tam­bién, quizá sin saberlo, confinados en una cárcel mental, que les hurta la capacidad de pensar críticamente sobre su propia religión.



La acusación de ‘islamofobia’ es un arma de la yihad


Es cierto que las indagaciones que realizamos aquí muestran un espíritu crítico con el sistema islámico. Pero defendemos que el análisis crítico es perfectamente legítimo, y su valor dependerá solo de los hechos y los argumentos aducidos. Sin embargo, a esta actitud crítica la suelen acusan de «islamofobia». Sabemos que esta etiqueta se diseñó, hace tiempo, para descalificar insidiosamente cualquier opinión desfavorable al Corán, a la tradición, a la historia o a la política islámica.


Ahora bien, si tratamos de objetivar el planteamiento, diríamos lo siguiente: el fundamento del islam es el Corán, un libro que consideran sagrado, perfecto e intocable. Si este libro estipula normas contrarias a los prin­cipios más universales de la racionalidad, la justicia y los derechos humanos, entonces es innegable que ejercer el pensamiento crítico frente a tales estipulaciones y normas resulta una exigencia lógica para toda persona razonable. Por tanto, si es a la crítica razonada a lo que llaman «islamofobia», responderemos que esa supuesta islamofobia constituye una necesidad intelectual y una obligación moral.


Estas páginas reflejan el esfuerzo por promover un mejor conoci­miento del islam y sus fundamentos. Parece improcedente e injusto que se califique como «islamofobia» la información veraz y la investigación científica sobre las fuentes, la tradición y la historia del sistema islámico.


La realidad histórica es que el islam se constituyó, desde el año 629, antes de que existiera el libro del Corán, como una maquinaria de guerra político-religiosa, movida por un programa de confrontación con el cris­tianismo y con toda civilización no musulmana, cuya meta declarada era la conquista, el sometimiento o el exterminio. Durante catorce siglos no ha dejado de operar así.


Si estas consideraciones son básicamente verdad, nadie puede mirar hacia otro lado, ni contribuir al camuflaje, sin convertirse en cómplice o colaboracionista (con el riesgo añadido de acabar siendo también víc­tima) de la yihad. Puede leerse, en Internet, el interesante artículo La palabra islamofobia es el kalashnikov de los islamistas (Al-Husseini 2019).



Las conclusiones y los corolarios sobre la yihad


La tradición cristiana narra sucesivas alianzas de Dios: con Adán, con Noé, con Abrahán, con Moisés y con Jesús. El Corán alude a las alianzas con Adán, Noé, Abrahán y la familia de Amrán (Corán 89/3,33 y 103), incluyendo en esta última a Moisés y a Jesús. A pesar de esto, el islam se hace a sí mismo único y excluyente heredero del legado judío y cristiano. En un sumario muy esquemático, y en su peculiar versión, el islam se presenta como la última alianza (mithaq) con el nuevo «pueblo de Dios» (umma), como comunidad de los creyentes (mumin), que obedecen como «auxiliares de Dios» (ansar) en el «combate en el camino de Dios» (yihad), para la imposición de su «ley» (saría) en el mundo y la implantación definitiva de su «reino» de sumisión (islam).


Hemos de perder la ingenuidad ante tantos tópicos como circulan, ante las fatuas idealizaciones de un esplendor de la civilización islámica hace siglos extinguido, precisamente por el triunfo final del Corán y la derrota de la razón. Destacaré tan solo unas pocas tesis:


– Lo que la yihad implanta no es en absoluto el reino de Dios anun­ciado por el mesianismo, sino el régimen totalitario de una ley que niega y atropella los derechos del hombre y su dignidad.


– Lo que la yihad práctica no son guerras justas en el camino de Dios, sino agresiones que violan el derecho internacional y encaminan más bien hacia una modalidad de barbarie.


– Los que combaten en la yihad y mueren atacando no son mártires, ni héroes, sino terroristas, pobres diablos deshumanizados a consecuen­cia de la ideología que los fanatiza.


– La yihad cultural y todos los discursos dirigidos a prestigiarla no buscan la verdad, sino que más bien levantan una colosal pirámide de mentiras sobre mentiras.


Antropológicamente hablando, la violencia no es innata en el ser hu­mano, sino aprendida. Y lamentablemente, el Corán enseña, justifica y santifica la violencia como sagrada y conforme a la voluntad de Dios, algo distintivamente islámico.


Según el estudio codicológico del Corán, allí el mandato de obedecer a los profetas aparece 76 veces; la obligación de temer a Dios, 150 veces; las amenazas contra los que no aceptan a Mahoma, 849 veces, con ad­vertencia de castigos terribles, dolorosos y humillantes. En cambio, nun­ca se encuentran en el Corán palabras como amor o ternura en el sentido al que estamos acostumbrados (cfr. Walter 2014).


No es posible negar que, a la vista de sus libros sagrados, el islam resulta ser la religión más propensa a la violencia. La investigadora dane­sa Tina Magaard y su equipo, en la Uni­versidad de Aarhus, han analizado minuciosamente los textos de las diez mayores religiones del mundo, en busca de su eventual grado de vinculación con la violencia. La conclu­sión obtenida está clara:


«Los textos religiosos del islam piden a sus seguidores cometer actos de violencia y combatir en un grado mucho más elevado que cualquier otra religión. Los textos del islam son netamente distintos de los textos de otras religiones, en la medida en que hacen un llamamiento mucho más importante a la violencia y la agresión contra los adeptos de otras religiones. Hay además incitaciones directas al terror. Esto ha sido du­rante mucho tiempo un tabú en la investigación sobre el islam, pero es un hecho que tenemos que reconocer» (citado en Sennels 2015).


En el curso de las citadas investigaciones, Tina Magaard y su equipo han comprobado en el Corán centenares de llamamientos directos a la lucha contra los adeptos de otras religiones. «Si es verdad que muchos musulmanes consideran el Corán como las palabras de Dios que no pue­den ni refor­mularse ni interpretarse, entonces tenemos un problema» (citado en Sennels 2015).


En Alemania, las investigaciones realizadas por el Centro de Ciencias Sociales de Berlín (WZB) confirman la misma preocupación: el 75 por ciento de los musulmanes en Europa creen que el Corán debe seguirse al pie de la letra. Se preguntan si la creciente cantidad de mezquitas y de imanes que predican esos textos, que consagran la yihad, no tendrá algo que ver con el aumento del terrorismo islámico.


Lo cierto es que el islam se nos presenta como la única religión en la que, cuanto más devotos se hacen los fieles, más se inclinan por la vio­lencia. Aunque pueda haber otros factores sociales que tener en cuenta, la investigación demuestra que, en el islam, existe una correlación inne­gable entre religiosidad y volun­tad de emplear la violencia. Las situacio­nes no determinan por sí solas la manera de reaccionar ante ellas; esta depende de la interpretación. Los terroristas islámicos llegan a su con­vencimiento radical, principalmente en virtud de las exigencias de su reli­gión y siguiendo el ejemplo de Mahoma. Puede verse, en Internet, un artículo sobre la verdadera causa del terrorismo islámico (Sennels 2017).


De hecho, la supremacía del islamismo, cuando la ha conseguido, se ha sus­tentado siempre en la dominación militar sobre otras sociedades y en la férrea opresión tanto sobre las mayorías como sobre las minorías dentro de la propia so­ciedad.


Es un hecho que, con el auge de la doctrina salafista, la barbarie yi­hadí ha incrementado su presencia en nuestro mundo actual, en forma de amenaza global: basta observar los con­troles de seguridad instalados en todos los aeropuertos del mundo.


Al final, después de recorrer prolijas lecturas, indagaciones y análisis acerca de los textos y las prácticas desarrolladas por los musulmanes a través de la historia, se va iluminando el campo del conocimiento y varía la óptica con la que contemplamos muchos acontecimientos. Hasta se vis­lumbra, en el horizonte, una visión más justa de las Cruzadas, entendi­das como legítima defensa frente a los recurrentes embates de la yihad, soportados durante siglos.


El filósofo chino Sun Tzu, en su clásica obra El arte de la guerra, dejó escrito: «Conoce a tu enemigo». Quienes no lo conocen, se arriesgan a ser ani­quilados.



El contraste entre el Corán y el Evangelio


Del análisis del significado de la yihad se desprende, de modo con­clu­yente, que el recurso a la violencia multiforme está codificado en el libro del Corán y en la tradición de Mahoma. Hay una legitimación teológica y jurídica de la acción violenta, incluso una instigación para ejercerla, apli­cando la estratagema, la coacción, el castigo, el homicidio y la guerra, todo ello en nombre de Dios. Así lo regula el derecho islámico y lo re­frenda tanto la «palabra divina» como el comportamiento ejemplar y modélico del profeta del islam.


El Corán y la ley islámica sancionan positivamente el exterminio o la esclavización de los descreídos vencidos que se resistan a hacerse mu­sulmanes. Establecen la subordinación y humillación para los otros mo­noteístas, sometidos al estatuto de dimmíes, bajo pesados tributos (la yizia) y severas restricciones.


El Corán y la ley islámica diseñan y mandan instaurar en todo el mundo el predominio de la umma, una sociedad teocrática, un sistema fuertemente jerarquizado, cuyo prototipo de igualdad se supedita al ran­go tribal y da por bueno el reparto asimétrico del botín, a ejemplo de Mahoma en Medina, donde queda impuesta y sacralizada la desigualdad radical de las mujeres y de los esclavos, donde se legitima divinamente el uso de la violencia en pro de la religión.


Una vez más, el contraste con las fuentes cristianas primitivas resulta muy marcado. La visión cristiana del mundo abre el mensaje de salvación a los gentiles, a todos los pueblos, como una misión que no debe  expan­dirse por la fuerza. No obsta el que algunos hayan aducido en contra un versículo del Evangelio de Mateo, que dice: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada» (Mateo 10,34). Porque ese dicho no se entiende bien, si no se capta el sentido metafórico que tiene, y queda muy claro en el mismo texto. Lo que sig­nifica es que el cristiano debe estar dispuesto pers­onalmente a romper con los lazos familiares jerárquicos y renunciar a sus propios intereses egoístas, cuando estos le resulten un obstáculo para el seguimiento de Cristo. Los Evangelios apelan a la conciencia y la li­bertad de cada per­sona y la difusión del Evangelio se realiza por medio de la predicación y de un modo de vida que persuada y suscite la fe:


«Esta buena noticia del reino se proclamará en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones» (Mateo 24,14).


«Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones…» (Mateo 28,19).


No hay lugar para ninguna imposición violenta. Por el contrario, en su enseñanza, Jesús recomienda a sus discípulos el amor a los enemigos (Mateo 5,44; Lucas 6,27 y 35); dice en una parábola que se deje crecer el trigo y la cizaña (Mateo 13,25-30); manda al apóstol Pedro que se envaine la espada (Mateo 26,52); reprende a sus apóstoles cuando querían pedir que bajara fuego del cielo contra quienes no lo aceptaban (Lucas 9,54). Porque la sanción decisiva está únicamente en manos de Dios y, en úl­tima instancia, se remite al día del juicio. Todo esto significa y postula una ética de renuncia a la violencia por parte del cristiano.




Bibliografía