El sistema
islámico
16. La yihad
como combate en el camino de Dios
PEDRO GÓMEZ
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- La doble cara de la yihad
como lucha por islamizar el mundo
- Las cuatro fases de
evolución en la doctrina de la yihad
- La religión
islámica se declara en estado de guerra
- Los emigrados en el camino
de Dios, protagonistas de la yihad
- Los combatientes
recibirán la recompensa
- La yihad significa
guerra contra los no musulmanes
- La yihad rechaza toda
alianza con los no musulmanes
- La yihad cultural se
encarga de la lucha ideológica
- El falaz argumento de
la ‘religión de la verdad’
- El infundio del islam como
religión de tolerancia y paz
- La sagrada
tradición de Mahoma enaltece la yihad militar
- El musulmán no
es libre para abandonar el islam
- La acusación de
‘islamofobia’ es un arma de la yihad
- Las conclusiones y los
corolarios sobre la yihad
- El contraste entre el Corán
y el Evangelio
Al investigar este tema de la
yihad, tropezamos
una vez más con la descontextualización de las aleyas del Corán.
Nunca se
consigna el dónde, ni el cuándo de lo que se dice o se hace. Con
rarísimas
excepciones, no se identifica la toponimia de los sitios concretos, ni
los
nombres de las personas, ni se circunstancian con precisión los
acontecimientos, ni se indica la datación. Además, en la vulgata del
Corán, el
caótico desorden de los capítulos vuelve imposible aclarar a qué
atenerse en
cuanto a su secuencia cronológica.
En
este estudio, hemos optado por tener en cuenta la reordenación
cronológica de
los capítulos propuesta por la universidad cairota de Al-Azhar, por
hipotética
que sea, lo que nos permite descubrir los pasos de la evolución durante
el
período formativo del islam, aunque sea en líneas muy generales:
cambios,
tensiones, preceptos, polémicas, confrontaciones, prohibiciones,
castigos,
arengas, rezos y delirios cabe adscribirlos, con cierta verosimilitud,
a una
época anterior o posterior al 622, año de la hégira. A pesar de todo,
seguiremos
sin conocer el nombre del profeta, ni de ninguno de sus compañeros, ni
de sus
esposas, ni de los enemigos declarados. El resultado es que, al
examinar el
texto, observamos hasta qué punto las narraciones contenidas en las
suras comportan
inevitablemente un aire intemporal, abstracto, cuasi arquetípico.
Existe
un notorio
déficit de historicidad, sin duda percibido por los primeros
comentadores del
Corán, quienes se esforzaron por subsanarlo desarrollando la «tradición
de
Mahoma», en su biografía y en los hadices. Pero esto se hizo dos siglos
después, demasiado tarde. Lamentablemente, el déficit de historicidad
resulta
aún mayor en esa tradición, fruto más de la creación literaria que del
uso de
fuentes históricas, con toda probabilidad inexistentes o destruidas.
La
doble cara de la yihad como lucha por
islamizar el mundo
La predicación de Mahoma anunciaba
la hora del fin del mundo,
proclamaba
la inminente llegada del Mesías y la necesidad de librar una lucha
apocalíptica. El Corán da buena muestra del desarrollo de un
mesianismo
armado. Las suras coránicas convocan al combate más de cien veces y, en
ciertos
pasajes, parece un manual de guerra. Ya se sabe que, en todas las
guerras, se
atropella el derecho y se desencadena la impiedad, pero lo distintivo
de
Mahoma, en sus arengas, es que consiguió hacer pasar las atrocidades de
la
guerra por obras de virtud. Así se conceptuó la yihad, que llegaría a
convertirse en el núcleo de la moral islámica.
El
término yihad tiene,
según dicen los entendidos, dos sentidos fundamentales: el primero,
etimológicamente,
sería el esfuerzo por alcanzar la perfección moral o religiosa; el
segundo significa
con toda claridad el combate, la acción armada para extender el dominio
del
islam. Ahora bien, este doble sentido es cuestionable, en lo que
respecta al
sustantivo yihad, puesto que, en el Corán, no se utiliza nunca
con el primer sentido. En todos los casos, manifiesta el sentido de
lucha
armada. Así, pues, por mucho que la palabra signifique según su étimo
hacer un
esfuerzo, el significado denotado en su uso y su contexto es el de
lucha con
la espada y en formación militar, matando y muriendo. Los intentos
apologéticos actuales de negar u ocultar esto son desconocidos en la
historia
del islam.
El
sistema islámico jamás ha
puesto objeción, sino todo lo contrario, a su propia difusión por medio
de la
violencia armada. Y siempre que ha entrevisto un contexto favorable, ha
sembrado el terror contra los no musulmanes, categorizados en el Corán
como
enemigos, igual que hacen hoy las organizaciones islamistas. En efecto,
el
libro sagrado de los musulmanes profiere numerosas amenazas, condenas
y
órdenes de ataque contra los descreídos, los no musulmanes, en más de
la mitad
de sus capítulos. Y esto ha inspirado toda la historia del islamismo.
Según
la ortodoxia indiscutida,
el profeta del islam es el paradigma supremo (Corán
90/33,21) que todo mahometano debe imitar,
también, por consiguiente, en su comportamiento como
profeta levantado en armas, que convoca a la guerra por la fe (Corán 88/8,65). Se trata de una doctrina
plenamente asentada, tanto en el Corán como en los hadices llamados
auténticos,
como en la biografía de Mahoma por Ibn Hisham, como en los comentadores
y
exegetas musulmanes de todas las épocas.
1. El
Corán incita a la
yihad «en el camino de Dios», como combate por la causa mesiánica que
predicaba
Mahoma, significando con ello toda clase de acciones, también
violentas,
incluida la guerra y el asesinato, en las condiciones establecidas. Consideremos algunos datos que muestran la
presencia de estos significados bélicos. El vocabulario castrense y
beligerante
suma un total de 114 incidencias claras, que aluden inequívocamente
a la
contienda armada:
– Los
términos «combatir» y «combate» se
encuentran al
menos 76 veces en el Corán, casi todas en el sentido marcial (74 de
ellas en
suras posteriores a la hégira).
– Las
palabras «luchar» y «lucha», 32 veces (de ellas, 26 poshegíricas).
– Los
vocablos «guerrear» y «guerra», 6 veces (todas poshegíricas).
– El
verbo «matar», en contexto de
yihad, supera las 20 veces.
– La «muerte» en la
batalla se menciona unas 50 veces.
El 67%
de las suras llamadas de
La Meca, anteriores a la hégira, que presuntamente serían menos
violentas, no
paran de fustigar moralmente a los no creyentes, es decir, a
quienes no
se dejan convencer por la predicación de Mahoma.
El 51%
de las suras posteriores
a la hégira, como comprobaremos en las citas, está dedicado no solo a
lanzar maldiciones
contra los descreídos, sino a ordenar y desplegar agresiones de violencia
física contra los que no se someten al mando de Mahoma, o resisten
a sus
huestes.
El
coranólogo Sami Aldeeb ha recopilado 332 versículos del
Corán que se
relacionan con la yihad guerrera, en su obra Le jihad dans
l’islam. De esos versículos, 48 pertenecen a la
época de La Meca, y 284 a la época de la hégira (cfr. Aldeeb
2016a:
224-262).
Laurent
Lagartempe desvela que,
en las suras del Corán, se hallan: 250 versículos que incitan a la
guerra
contra los infieles; 200 versículos de odio contra los judíos; 100
versículos
de odio contra los cristianos; 1.500 versículos contra los beduinos;
1.100
versículos de injurias y diatribas contra los adversarios (cfr.
Lagartempe 2007 y 2009).
2. La
principal colección de
los dichos o hadices de Mahoma, compilados en el siglo IX, es la
del imán
Al-Bujari, en su obra Sahih, publicada en nueve tomos (con
7.275
relatos). De estos hadices, más del 20% están dedicados a temas de
política y
guerra. Conforme a los datos de un estudio estadístico, resulta que el
98% de
las menciones de la yihad se refieren específicamente a la
guerra, y
solo el 2% aluden al esfuerzo moral (cfr. Center for the Study of
Political
Islam).
3. En
la biografía clásica
de Mahoma (la sira) de Ibn Hisham
(muerto en 833), el 75% del texto está dedicado a episodios bélicos de yihad,
acometidos por Mahoma y sus compañeros, con una narración épica que
enaltece
expediciones militares ejemplares: aceifas, algaras, algazúas o
razias, o sea,
correrías, incursiones, ataques, batallas, conquistas y asedios,
organizados o
capitaneados en persona por Mahoma, en Arabia, en Nabatea y,
posiblemente, en
Gaza (cfr. Ibn Hisham 2015).
4. Los
comentarios y las
exégesis coránicas a lo largo de toda la historia musulmana avalan igualmente el sentido belicista de la
yihad. Las indagaciones de Sami Aldeeb hacen un recorrido histórico
examinando obras de 72 exegetas musulmanes, desde el año 750
hasta la
actualidad, y demuestra que, casi sin excepción, entienden la yihad en
el
sentido de un mesianismo militar, con carácter tanto defensivo como
ofensivo,
contra los descreídos, y con duración indefinida hasta que se acabe la
increencia (cfr. Aldeeb 2019).
Puede consultarse, en Internet, una tabla
cronológica de los exegetas citados (Aldeeb 2016a).
Es
verdad que, antes de la
hégira, las llamadas al combate (yihad) no habían adquirido todavía el
significado de «ir a la guerra», sino que se referían a la
perseverancia frente
a adversarios que se negaban a aceptar la vehemente prédica mahomética.
Se limitaba
a una lucha por mantener y propagar la propia ideología, mientras se
iba
fortaleciendo el grupo de seguidores. Valgan dos versículos como
muestra
(aunque el segundo de ellos suele catalogarse como posterior a la
hégira):
«No
obedezcas a los descreídos
y emprende contra ellos por esto un gran combate» (Corán 42/25,52).
«Quien
combate no combate más
que por sí mismo. Dios es independiente de los mundos» (Corán
85/29,6).
El
llamamiento de Mahoma a la
yihad/guerra respondía al esquema mítico de una llamada divina a
ponerse en
camino, como Moisés, hacia la Tierra prometida; o, en la versión de los
profetas apocalípticos, hacia la toma de Jerusalén, como primer paso
para la
venida del Mesías y la subsiguiente implantación de su reino. Su
fundamento
radica en la profecía escatológica del reinado de Dios, que opera en
la
historia como un proyecto cuyo objetivo mira a conquistar el mundo
entero, para
someterlo a la «religión verdadera». En la realidad fáctica, para
doblegarlo
por la fuerza bajo la suprema autoridad de la ley islámica, la saría,
constituyendo así un orden religioso-político-social hegemonizado por
el islam
(la umma), con su característica
estructura totalitaria. Dado que, según este enfoque, el mandato de la
yihad
procede de la voluntad de Dios, no puede ser discutido por nadie, sino
que
exige obediencia ciega, hasta el extremo de comprometer la propia
fortuna y
persona.
Por
otra parte, la consabida y sagazmente
aducida distinción entre la «yihad mayor» (que sería el esfuerzo
espiritual) y
la «yihad menor» (que sería la guerra), atribuida a Mahoma, no es
auténtica,
porque no se mencionó hasta varios siglos después, con base en un
hadiz poco
fiable, del siglo X. Por tanto, no pasa de ser un ardid
propagandístico,
apologético y mendaz, destinado a levantar una cortina de humo. Pero,
incluso
si se admitiera, esa distinción es irrelevante, porque el objetivo de
ambas es exactamente
el mismo. Más aún, la «yihad mayor» (el esfuerzo personal) consiste,
en su más
alta expresión, en remover los obstáculos que uno experimenta para
entregarse
decididamente a la «yihad menor» (la guerra por todos los medios hasta
el
triunfo de la causa). Por último, si la yihad
aludiera a
una lucha «espiritual», ¿por qué se dice que los ciegos, los cojos y
los enfermos
están exentos? (Corán 111/48,17).
La
conclusión lógica es que la
fe islámica impone al creyente y a la comunidad muslime el deber
fundamental
que es la yihad, tanto para defender
como para propagar el islamismo por todo el orbe. Tal es el eje en
torno al
cual gira la moral coránica respecto a uno mismo, a los otros creyentes
musulmanes y a los descreídos.
Aunque
escuchamos a menudo negarlo con aplomo, por ignorancia o por cinismo,
todo buen
musulmán tiene la obligación religiosa y política, estipulada por su
Dios en
el Corán, de odiar, atacar y someter a los que no creen en el
islamismo. La
categoría de los «descreídos» o infieles alude a todos aquellos que no
están
sometidos al islam. Y la yihad, en cuanto militarización mesiánica,
tiene
como cometido derrotar y humillar a esos no musulmanes, siguiendo el
ejemplo
del profeta del islam, como hicieron sus continuadores. En el caso
especial de
los judíos, cristianos y zoroástricos también se les conmina a
convertirse;
de lo contrario, se les impone onerosas condiciones como dimmíes;
lo cual implica que, aparte de la contribución
territorial en especie (jaraŷ), tienen que pagar un impuesto de
capitación
en metálico (yizia). Además, si en algún momento transgreden el
estatuto
de dimmitud, recaerán en la categoría de «infieles» sin derecho alguno.
Lo
único que se ha discutido, siempre
dentro de las líneas trazadas por el Corán y el derecho islámico, es la
casuística de quién está autorizado para decidir y declarar
formalmente la
yihad. El Corán no especifica a quién le
corresponde esa autoridad, si es la umma,
o el califa, o cada musulmán particular. En el texto coránico, la
obligación
aparece dirigida genéricamente a los «creyentes», sin especificar.
En
contra de lo que algunos interpretan, los yihadistas combatientes por
el islam
no son en absoluto nihilistas, sino musulmanes ejemplares, que viven
con
intensidad el sentido de un mito religioso-político, apocalíptico y de
carácter violento, consustancialmente islámico, que tiene su fuente en
el
Corán.
La
lucha de la yihad es poliédrica, se despliega mediante toda clase de
actividades tendentes al fortalecimiento y expansión del orden
islámico (cfr.
Keshavjee 2019). Su culminación es necesariamente de carácter militar:
el
enfrentamiento armado, la derrota de los no islámicos, la conquista,
la
apropiación de sus países, la dimmitud, la esclavitud, el asesinato de
los
oponentes y el establecimiento de la supremacía mahomista. Su
imprescriptible
finalidad milenarista mira a la destrucción de toda otra cultura y
religión, a
la islamización del mundo, bajo el imperialismo teocrático de la ley
islámica.
Tratemos de
comprender, aunque nos parezca y sea una aberración, que, para el Corán
y, por
tanto, para todos los buenos musulmanes, el culmen de la espiritualidad
es
entregarse a la guerra contra los no musulmanes, categorizados como
enemigos
de (su) Dios. Por eso, los que no anteponen la yihad a todos los bienes
de su
vida son gente perversa, desde la óptica del Corán:
«Si amáis a vuestros
padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestras esposas, vuestra
tribu,
las fortunas que habéis adquirido, un negocio cuyo mal resultado
teméis, y las
viviendas que os gustan más que a Dios, a su enviado y el combate en su
camino,
entonces aguardad hasta que Dios venga a poner orden. Dios no dirige a
las
gentes perversas» (Corán 113/9,24).
La
yihad es guerrera, o no es nada. Las
demás dimensiones son suplementarias, están en función de la victoria
que, al
final, solo se obtiene manu militari. La doctrina del recurso
a la
violencia, de origen mesiánico-milenarista, es esencial y consustancial
en la
religión islámica, para su propagación y mantenimiento. Se ejerce hacia
fuera,
pero también hacia dentro del mundo islámico. La contienda intestina
por el
poder fue estructural desde los orígenes: el mismo fundador quizá
murió
envenenado por una conjura de los suyos (cfr. Lammens 1910). Y los once
primeros califas todos murieron asesinados por correligionarios.
En
síntesis, la yihad posee una
doble cara: el anverso significa la guerra y el terror, que han sido
categóricamente
sacralizados. El reverso concita múltiples facetas de acción en favor
de la
concepción islámica del mundo y del poder musulmán. En cierto modo, la
idea de
yihad se corresponde con lo que el marxismo denomina «lucha de clases»,
y se
traduciría bien por la palabra alemana Kampf, con el sentido
que tiene en
la obra Mein Kampf, de Adolf Hitler. En todos los casos,
debemos objetar
que el fin, por justo que sea, no justifica los medios criminales.
Las cuatro
fases de
evolución en la doctrina de la yihad
El planteamiento coránico sobre la
yihad fue evolucionando en
el curso del
tiempo, a medida que cambiaba la situación, si bien la yihad estuvo
siempre
concebida como una guerra fundada teológicamente, diseñada hacía mucho
tiempo
por el nazarenismo en sus belicosos mitos mesiánicos, escatológicos y
milenaristas. Cuando se sigue la pista a través de las suras en orden
cronológico, aunque este no sea exacto, se descubre cómo va variando la
posición de Mahoma con respecto al significado concreto de la yihad. El
estudio
de Sami Aldeeb nos hace ver cuáles son las cuatro etapas que se suceden
(cfr.
Aldeeb 2016a: 9-17):
1ª
fase. Se prohíbe responder a la agresión. Durante los
primeros tiempos, en
La Meca, Mahoma era solo alguien que predica, anuncia y advierte:
«Ten paciencia con lo que
dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán 3/73,10).
«No nos
incumbe más que la
transmisión clara» (Corán 41/36,17).
«Repele
la maldad de la mejor
manera» (Corán 74/23,96).
2ª
fase. Se permite responder a la agresión, una vez que
en Yatrib (Medina)
Mahoma fue organizando y acaudillando una estructura política y militar
cada
vez más poderosa:
«Se da
autorización a quienes
son atacados [para combatir], porque han sido oprimidos. Dios es
poderoso para
auxiliarlos. A los que han sido expulsados de sus hogares sin derecho,
simplemente por haber dicho: ‘Dios es nuestro Señor’» (Corán
103/22,39-40).
3ª
fase. Es un deber responder a la agresión. Cuando el
poder de Mahoma y
sus seguidores fue adquiriendo fuerza, según el Corán, se les ordena
combatir a
quienes los agreden:
«Combatid
en el camino de Dios
contra los que combaten contra vosotros, y no transgredáis. Dios no ama
a los
transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y
expulsadlos de
donde os hayan expulsado» (Corán 87/2,190-191).
«Se os ha prescrito el combate, aunque sea
repugnante para vosotros.
Quizá algo os repugna, cuando es mejor para vosotros. Y quizá os gusta
algo,
cuando es un mal para vosotros. Dios sabe, mientras que vosotros no
sabéis»
(Corán 87/2,216).
4ª
fase. Es un derecho, incluso un deber, iniciar la guerra.
Una vez consolidado
el poderío militar, Mahoma da el paso a la guerra ofensiva y la
bendice. El
Corán otorga a los musulmanes el derecho, e incluso el deber, de tomar
la
iniciativa para la guerra. Así, la yihad se vuelve imperativa en
cuatro
supuestos netamente establecidos:
– Primer
supuesto. La
yihad contra los apóstatas. Son
«guerras de apostasía» (hurub al-riddad),
contra quienes, habiendo sido musulmanes, abandonan el islam. Por este
acto,
el derecho islámico castiga al apóstata con la pena de muerte.
– Segundo
supuesto. La
yihad contra los rebeldes (bughat). Se
refiere a los diversos
conflictos internos que surgen entre unos musulmanes y otros. En tal
caso:
«Si dos
grupos de creyentes
combaten uno contra otro, haced la reconciliación entre ellos. Si uno
de ellos
abusa del otro, combatid contra el grupo que abusa, hasta que vuelva al
orden
de Dios. Si vuelve, entonces haced la reconciliación entre ellos con
justicia»
(Corán 106/49,9).
También
puede darse el caso de
colectivos que se muestran refractarios
o insumisos y se sublevan, como hipócritas, desde dentro de la
sociedad
musulmana:
«La
retribución de los que
guerrean contra Dios y su enviado, y los que se dedican a corromper en
la
tierra, es que sean matados, o crucificados, o que se les corten las
manos y
los pies opuestos, o que sean desterrados del país. Tendrán esto como
ignominia
en esta vida. Y en la otra vida tendrán un gran castigo. Salvo los que
se
arrepientan antes de caer en vuestro poder» (Corán 112/5,33-34).
«Malditos.
Donde se los
encuentre serán capturados y matados sin piedad» (Corán 90/33,61).
– Tercer
supuesto. La
yihad contra los países de infieles, o
no musulmanes. Es un deber tomar
la iniciativa para llevar a cabo la yihad, con la perspectiva de la
islamización mundial, contra las sociedades que los alfaquíes
denominan
«tierra de la guerra» (dar al-harb) o
«tierra del descreimiento» (dar al-kufr),
en contraposición a la «tierra de la sumisión» (dar al-islam).
Es obligatorio llevar adelante la guerra, la yihad, contra
las gentes no musulmanas y si, por las circunstancias, fuera
necesario
acordar una tregua, esta nunca será definitiva, sino siempre limitada
en el
tiempo. En consecuencia, está mandado que se ha de reiniciar la guerra
tan
pronto como expire el plazo y sea factible:
«Anuncio
a los humanos, de
parte de Dios y su enviado, en el día de la peregrinación mayor: ‘Dios
y su
enviado se desentienden de los asociadores. Si os arrepentís, eso es
mejor
para vosotros. Pero, si volvéis la espalda, sabed que no podréis
desafiar a
Dios’. Anuncia un castigo doloroso a los que han descreído. (…) Una
vez que
transcurran los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde os
enfrentéis con ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas por
todas
partes» (Corán 113/9,3 y 5).
«Combatid
contra ellos. Dios
los castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os
auxiliará contra
ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,14).
– Cuarto
supuesto. La yihad contra la subversión
(fitna), que originalmente designaba
la resistencia de algunas tribus árabes o beduinas a someterse al
poder
organizado por Mahoma y que desencadenó la guerra civil tras la muerte
del
profeta. Según el Corán, hay que doblegar por todos los medios esa
resistencia
y exterminar sin piedad a los subversivos:
«Matadlos
allí donde os
enfrentéis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La
subversión
es más grave que matar. (…) Si combaten contra vosotros, entonces
matadlos.
Esa es la retribución de los descreídos» (Corán 87/2,191).
«Te
preguntan sobre el mes
prohibido: ‘¿Hay combate?’ Di: ‘El combate en él es un gran pecado.
Pero el
hecho de apartarse del camino de Dios, y descreer en él, [apartarse]
del
santuario prohibido y de expulsar de él a sus gentes, es un pecado más
grande
ante Dios. Y la subversión es un pecado más grande que matar’» (Corán
87/2,217).
«Los
que
han creído combaten en el camino de Dios. Y los que han descreído
combaten en
el camino de los ídolos. Combatid, pues, contra los aliados de satán»
(Corán 92/4,76).
«Capturadlos
y matadlos allí
donde os enfrentéis con ellos» (Corán 92/4,91).
Al
final de estas fases de
evolución, los capítulos poshegíricos del Corán que aportan las aleyas
abrogantes prescriben «el combate en el camino de Dios». Estas poseen
vigencia
definitiva, y anulan cualquier aleya anterior en sentido contrario
(Corán
87/2,190; 92/4,74.76.95; 106/49,15; 109/61,11; 112/5,35; 113/9,41;
113/9,111;).
Ya sabemos que ese «camino de Dios» es una expresión técnica para
referirse a
la lucha armada mesiánica y milenarista, la yihad que debe emprenderse
contra
los malos musulmanes y contra los no musulmanes. Este camino se juzga
tan
«santo» que, en él, es legítimo agredir, matar y morir por la fe
islámica. Y al
que muere matando se le llama «mártir». Porque Dios ama a aquellos que
matan
por su causa (Corán 88/8,15-17; 95/47,3-4; 109/61,4; 113/9,5;
113/9,123).
Hay
algunos exegetas
musulmanes, sobre todo chiíes, que consideran la yihad como un sexto
pilar del
islam. Me parece más exacto decir que, examinada la evolución de Mahoma
y del
Corán, la yihad, en el sentido bélico beligerante, acabó
constituyéndose como
el fundamento sobre el que se cimenta todo el edificio de la religión
islámica, así como el principio de organización subyacente que
estructura y
orienta toda la práctica de la comunidad muslime.
La
religión islámica se declara en estado de
guerra
El mandato coránico de la yihad se
inscribe en el
marco previo de una visión dicotómica del mundo, un panorama donde los
seguidores de Mahoma se conciben a sí mismos en confrontación total con
todos
los demás, y contra ellos se declaran en estado de guerra. El deber de la yihad está instituido, a la
vez, como un dogma teológico, una doctrina ética y un precepto legal,
que quedó
establecido y codificado por las escuelas de jurisprudencia en el
derecho
islámico. Como escribe un historiador de la Edad Media:
«La
yihad, concepto que se fue
perfilando en el contexto de una ideología de agresión cuyo objetivo
último es
el dominio del mundo, divide a los pueblos en dos grupos
irreconciliables: los
musulmanes, habitantes de dar al-islam, países sometidos a la
ley
islámica; y los infieles, habitantes de dar al-harb o países de
la
guerra, los cuales están destinados a pasar bajo el dominio islámico,
bien por
la conversión de sus habitantes, bien por la conquista armada. Como la
comunidad islámica es la única legítima beneficiaria de los bienes
creados por
Alá, la yihad es el medio por el que se produce la restitución a sus
legítimos
propietarios de los bienes que los infieles poseen ilegalmente»
(Sánchez Saus
2016: 147).
La yihad determina la
concepción del mundo que rige para los
musulmanes
sus tensas relaciones con los no musulmanes. Implica, como se ha
señalado, una
visión del mundo escindido en dos partes antagónicas, que ellos llaman
el
territorio o casa del islam y los países del territorio o casa
de la
guerra. Cuando el primer impulso de las conquistas se frenó,
elaboraron la
noción fronteriza del territorio o casa
de la tregua, que permite firmar
pactos con aquellos a los que no se puede derrotar, con el
convencimiento de
que el pacto cumple solo una función táctica, por un tiempo limitado, y
que
cualquier tregua podrá romperse, a imitación de lo que en su día hizo
Mahoma.
La
yihad comporta, pues, un
proyecto político, cuyo objetivo final tiende, como he repetido, a
imponer la
supremacía del sistema islámico a escala global, porque los musulmanes
sustentan la creencia de que Dios les ha otorgado a ellos el derecho a
someter
o destruir las demás religiones y civilizaciones. De ahí que, en
última
instancia, la yihad se concrete en estrategias de lucha en todos los
planos y
de guerra en todos los frentes, contra todos aquellos que se resistan a
los
planes del islamismo.
El
ejercicio ordinario de la
yihad se pone en práctica, siempre que resulte posible, como
hostigamiento y
debilitamiento de los otros, tachados de enemigos. No se desviará del
camino y
la meta que fija el Corán, hasta lograr su derrota y completo
sometimiento.
Desde esta perspectiva, se computa como una «buena obra» toda acción
que
socave el orden social no musulmán, que proporcione parcelas de poder,
abata y
esclavice a los infieles/descreídos, o bien haga avanzar el sistema de
dimmitud,
introduciendo las normas islámicas en las sociedades occidentales.
En
resumen, forma parte de la
yihad todo tipo de acciones que favorezcan la preeminencia de la umma frente a las gentes no musulmanas,
todo lo que ayude a dar pasos para la implantación parcial o total de
la ley islámica.
El imperio de esta ley es el fin pretendido; la violencia yihadista es
el medio
empleado. A la larga, el proceso histórico de la yihad, como ocurrió en
la
Hispania visigoda mutada en Al-Ándalus, propende implacablemente a tres
objetivos:
1) la orientalización del orden
social y las costumbres, 2) la arabización
lingüística y 3) la islamización
religiosa (cfr. Sánchez Saus 2016).
Los emigrados
en el camino de Dios, protagonistas de la yihad
El esquema mesiánico-milenarista,
procedente de la enseñanza
del mesianismo
nazareno, inspirado de lejos en Moisés y Josué, proporciona el modelo
del éxodo
hacia la Tierra prometida. Así, desde tiempos de la hégira y durante el
siglo
siguiente, la designación más
específica para los seguidores más esforzados de Mahoma, que cuenta con
base histórica,
es la que los denomina «emigrados», muhāŷirūn
(en árabe), que quiere decir «los de la
hégira». En efecto, el vocablo procede de la misma raíz que la palabra
«hégira»
(haŷŷ). La hégira
había sido el preludio de
la yihad. En la mitología islámica, la migración preludia la conquista.
La
«inmigración» evoca y designa la invasión con vistas a la guerra de
conquista.
Así lo atestigua el Corán, cuando llama «emigrados» a las huestes del
profeta
armado. Los emigrados eran los
protagonistas de la yihad, los que habían salido de sus hogares para
seguir a
Mahoma en sus batallas contra los romanos de oriente, más tarde
conocidos como
bizantinos.
En el
Corán, el verbo «emigrar» y derivados se contabiliza 24 veces; de
ellas, 21 en
los capítulos posteriores a la hégira. El significado más inmediato
denota el
salir de la propia tierra, pero esto se complementa diciendo que
emigran «en el
camino de Dios». De este modo, se connota que semejante emigración,
conforme a la religión de Mahoma, posee un sentido bélico y mesiánico.
Los
emigrados representan los mayores héroes del Corán (cfr. Aldeeb 2017).
«Tu
Señor, para con aquellos que han
emigrado, después de haber sido probados, y luego han combatido y han
aguantado, tu Señor será, después de eso, indulgente y misericordioso»
(Corán
70/16,110).
«Los
que han creído, y los que
han emigrado y combatido en el camino de Dios, esos esperan la
misericordia de
Dios» (Corán 87/2,218).
«Los
que han creído, emigrado, y
combatido en el camino de Dios, así como quienes los han albergado y
auxiliado,
estos son los verdaderos creyentes» (Corán 88/8,74).
«Los
que han emigrado en el camino de Dios, y luego han sido matados, o han
muerto,
Dios les adjudicará una buena recompensa» (Corán 103/22,58).
«Los
que han creído, emigrado, y
combatido en el camino de Dios con sus fortunas y sus personas tienen
un grado
más elevado ante Dios. Estos son los victoriosos» (Corán 113/9,20).
Estos emigrados
árabes que componen los ejércitos de
Mahoma no van solos, sino
que marchan al combate en alianza con sus correligionarios de
entonces, más
tarde borrados del texto casi del todo, los judíos nazarenos,
considerados como auxiliares. El término aparece al menos seis
veces, con una acepción que
cabe traducir por «tropas auxiliares».
«Los
primeros precursores entre los emigrados y los auxiliares, y
los que los
han seguido con buena voluntad, Dios los ha aceptado, y ellos lo han
aceptado.
Él ha preparado para ellos jardines bajo los que correrán arroyos,
donde
estarán eternamente» (Corán 113/9,100).
«Dios
se ha vuelto al profeta, a los emigrados y a los auxiliares que
lo
siguieron en un momento de contrariedad, después de que los corazones
de un
grupo entre ellos estuvieron a punto de desviarse» (Corán 113/ 9,117).
Parece
incuestionable cuál es el camino y el destino al que conduce la
religión
coránica: el camino recto de la obediencia a Mahoma como jefe de los
creyentes.
Por ese camino suspiran los creyentes en el rezo. Por ese camino
entregan su
fortuna y sus personas. No se trata de una lucha metafórica, sino
literalmente
del uso de las armas tanto para la defensa como para la agresión.
Leamos
unas cuantas citas coránicas que convocan a esta yihad, entendida como
encarnizada lucha, espada en mano, caracterizada por una mezcla
explosiva de
intensa religiosidad y atroz violencia:
«Combatid
en el camino de Dios» (Corán 87/2,244).
«¡Profeta!
Incita a los creyentes al combate. Si hay entre vosotros veinte que
aguanten,
vencerán a doscientos. Y si hay entre vosotros cien, vencerán a mil de
los
descreídos» (Corán 88/8,65).
«Si
sois matados en el camino de Dios, o si morís, un perdón y una
misericordia de
parte de Dios son mejor que lo que ellos acumulan» (Corán 89/3,157).
«No
pienses que los que han sido matados en el camino de Dios estén
muertos. Están
más bien vivos junto a su Señor, recibiendo su recompensa» (Corán
89/3,169).
Está
claro que, para el Corán, «el camino de Dios» designa la guerra
milenarista
contra todos los que no quieran sumarse a la causa. El sintagma «en el
camino
de Dios» se refiere inequívocamente a la guerra (70 veces). En
concreto,
y en el contexto de la crisis desencadenada por la hégira, el léxico
habla de
combatir, luchar, gastar, emigrar, movilizarse, ser matados o
damnificados,
siempre especificando en el camino de Dios. En cambio, con toda
lógica,
de los que no creen se dice que se extravían, o extravían a otros, del
camino
de Dios (33 veces).
Por
lo que respecta a las tareas de la mujer en la yihad, parece fuera de
duda que algunas
acompañaban a las tropas, entre otras cosas como servicio de
intendencia, pues
se alude a ellas como «emigradas» (Corán 89/3,195; 90/33,50; 91/60,10).
Hay un
breve hadiz, recopilado por Al-Bujari, en el que Mahoma también les
asigna a
ellas, como cometido estratégico, la emigración (si bien,
luego, la
tradición lo ha interpretado como hacer la peregrinación,
transfiriendo su
sentido al plano ritual y olvidando el contexto original). Recordemos
que la
raíz haŷŷ, de donde deriva hégira, significa tanto peregrinar
como
emigrar:
«Narrado
por Aisha. Yo dije: ‘¡Enviado de Dios! Consideramos que la yihad es la
mejor acción.
¿No podríamos nosotras participar en la yihad?’ El profeta dijo: ‘La
mejor
yihad (para las mujeres) es la emigración, que está aceptada (por
Dios)’»
(Al-Bujari 1997, libro 25, capítulo 4, hadiz 1520).
Los
combatientes recibirán la recompensa
Al predicar la guerra mesiánica,
Mahoma la presenta como una
empresa
difícil, pero llena de ventajas que Dios promete y garantiza. Las
promesas
coránicas inherentes a la yihad son la victoria y el botín, para
aquellos que
combatan y vivan, y el paraíso de placeres eternos para aquellos que
mueran en
el combate. Estas divinas promesas resuenan en la mente de los
yihadistas y desempeñan
un papel fundamental en la motivación de quienes se lanzan a una
guerra
incierta:
«A los
que han emigrado, han salido
de sus hogares, han sufrido daño en mi camino, han combatido, y han
sido
matados, yo les borraré sus faltas, y los haré entrar en jardines bajo
los
cuales correrán arroyos, como retribución de parte de Dios» (Corán
89/3,195).
«Que
combatan, pues, en el camino de Dios los que intercambian la vida de
aquí por
la otra venidera. Quien combata en el camino de Dios, ya sea matado o
ya venza,
le daremos una gran recompensa» (Corán 92/4,74).
«No son
iguales los creyentes
que se quedan en casa, a menos que tengan un impedimento, y los que
luchan en
el camino de Dios con sus fortunas y sus personas. Dios ha concedido a
los que
luchan con sus fortunas y sus personas un grado más, respecto a los que
se
quedan en casa. A cada uno ha prometido Dios el mejor beneficio. Pero
Dios ha
concedido a los que luchan, respecto a los que se quedan en casa, una
gran
recompensa» (Corán 92/4,95).
«Creed
en Dios y en su enviado,
y luchad en el camino de Dios con vuestras fortunas y vuestras
personas. Esto
es mejor para vosotros. ¡Si supierais! Él os perdonará vuestras faltas,
y os
hará entrar en jardines bajo los cuales correrán arroyos, y en buenas
viviendas
en los jardines del Edén. ¡Ese es el gran éxito!» (Corán 109/61,11-12).
«Pero
el enviado y los que han
creído con él han luchado con sus fortunas y sus personas. Estos
tendrán los
beneficios, y esos son los que triunfarán. Dios les ha preparado
jardines bajo
los cuales correrán arroyos, donde estarán eternamente. ¡Ese es el
gran éxito»
(Corán 113/9,88-89).
«Dios
ha intercambiado las almas y las fortunas de los creyentes por el
jardín que
tendrán. Ellos combaten en el camino de Dios, matan, y se hacen matar.
Una
verdadera promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién
cumple su
compromiso mejor que Dios? Regocijaos por el trato que habéis hecho.
¡Ese es el
gran éxito!» (Corán 113/9,111).
En
prolongación de esas divinas
promesas de éxito para los combatientes, los hadices de Mahoma, en las
colecciones de Al-Bujari y de Muslim, exaltan una y otra vez los
excelentes
méritos de la yihad en cuanto guerra para extender la dominación del
islam: no
hay mayor devoción que salir a batallar, dispuestos a matar y a morir
por la
causa, «en el camino de Dios» (cfr. Muslim 2007, XVII, 4626).
La
yihad significa
guerra contra los no musulmanes
Está meridianamente claro que la
yihad tiene un sentido
religioso y militar:
llama a combatir en el camino de Dios,
es decir, por la causa del reino de Dios
entendida según el relato mesiánico-milenarista de algunos profetas y
de la
secta nazarena. Cuando, en ciertas circunstancias, se habla de
cesar el
combate, no hay que dejarse engañar, puesto que se especifica que la
condición
ineludible para el «cese» del mandato de matar a los descreídos es que
se
avengan a rendir culto al Dios islámico; es decir, la guerra solo podrá
cesar
cuando todos acepten hacerse musulmanes.
«Combatid
en el camino de Dios
contra los que combaten contra vosotros, y no transgredáis. Dios no ama
a los
transgresores. Matadlos allí donde os enfrentéis con ellos, y
expulsadlos de
donde os hayan expulsado. La subversión es más grave que matar. Pero
no
combatáis contra ellos junto al santuario prohibido, antes de que
ellos os
combatan allí. Si combaten contra vosotros, entonces matadlos. Esa es
la
retribución de los descreídos. Pero si se abstienen, Dios es
indulgente,
misericordioso. Combatid contra ellos hasta que no haya más
subversión, y que
la religión pertenezca a Dios. Si se abstienen, no habrá ninguna
agresión,
salvo contra los opresores» (Corán 87/2,190-193).
Aleyas
como esta última son
contundentes y, sin embargo, vemos hoy frecuentemente cómo se intenta
disimular. Incluso musulmanes subjetivamente bienintencionados encubren
el
significado, distorsionando la traducción, de modo que parezca nada
menos que
una afirmación de la libertad religiosa. Así lo hace la Comunidad
Internacional
Ahmadía, en su traducción española del Corán: «Y luchad contra ellos
hasta que
cese la persecución, y se profese
libremente la religión de Alá. Pero si desisten, recordad que no
se
permite hostilidad alguna excepto contra los agresores» (Tahir Ahmad
1988).
Otras versiones no andan con tantos subterfugios: «Y combatidles hasta
terminar
con la idolatría y que prevalezca la religión de Dios. Pero, si se
convierten
no habrá más agresión sino contra los inicuos» (Castellanos y Abboud
1952).
La
misión de combatir contra
los «descreídos» no caduca, sino que es perpetua: hasta que no quede
más
religión que la del Dios coránico. El objetivo de la yihad está
diáfanamente
claro y fijado en versículos como los citados y también en los
siguientes:
«Combatid
contra ellos hasta
que no haya más subversión, y que toda la religión sea de Dios [Alá].
Si se
abstienen, Dios ve lo que hacen» (Corán 88/8,39).
«Combatid
contra aquellos a los
que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el último día, no
prohíben
lo que Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la religión de la
verdad,
hasta que paguen el tributo con su mano y en estado de humillación»
(Corán
113/9,29).
Continuemos
leyendo, a
continuación, una antología de citas textuales de versículos, en orden
cronológico, todos ellos posteriores a la hégira, donde no cesa de
brillar el
carácter belicoso de la yihad:
«Se os
ha prescrito el combate,
aunque sea repugnante para vosotros. (…) Ellos, si pudieran, no cesarán
de
combatir contra vosotros hasta haceros abjurar de vuestra religión.
Quien entre
vosotros abjure de su religión y muera siendo descreído, sus obras
habrán
fracasado en la vida de acá y en la otra vida. Esos son los moradores
del
fuego. Allí estarán eternamente» Corán 87/2,216-217).
«Cuando
tu Señor revela a los ángeles:
‘Yo estoy con vosotros, reconfortad, pues, a los que han creído.
Infundiré el
terror en los corazones de los que han descreído. Golpeadlos por
encima del
cuello, golpeadlos en todos los dedos’» (Corán 88/8,12).
«¡Vosotros
que habéis creído!
Cuando os enfrentéis con aquellos que han descreído, en orden de
batalla, no
les volváis la espalda. Quien, ese día, les vuelva la espalda, a menos
que sea
al desplazarse para el combate, o para unirse a una tropa, incurrirá en
la ira
de Dios, y la gehena será su albergue. ¡Qué detestable destino! No sois
vosotros quienes los habéis matado, sino
que es
Dios quien los ha matado. Cuando lanzabas, no eras tú quien lanzaba,
sino que
es Dios quien lanzaba. A fin de mostrar a los creyentes una buena
prueba de su
parte» (Corán 88/8,15-17).
«Si te
enfrentas con ellos en la guerra,
haz huir con ellos a los que están tras ellos. Quizás reflexionen»
(Corán
88/8,57).
«Preparad
contra ellos tanto como podáis, como fuerza y como caballos de guerra,
a fin
de atemorizar al enemigo de Dios y vuestro, y a otros además de estos,
que no
conocéis. Dios los conoce. Lo que gastéis en el camino de Dios os será
devuelto, y no seréis defraudados» (Corán 88/8,60).
«Infundiremos
el terror en los corazones
de los que han descreído, por haber asociado a Dios algo de lo que él
no ha
hecho descender ningún argumento de autoridad. El fuego será su
albergue. ¡Qué
detestable morada para los opresores!» (Corán 89/3,151).
«Si los
hipócritas, los que tienen una
enfermedad en sus corazones y los que agitan en Medina no cesan, te
incitaremos
contra ellos, y entonces pronto dejarán de ser vecinos ahí. Malditos.
Donde se
los encuentre, serán capturados, y matados sin piedad. Es la ley de
Dios para
los antepasados. Nunca encontrarás un cambio en la ley de Dios» (Corán
90/ 33,60-62).
«Combate,
pues, en el camino de
Dios» (Corán 92/4,84).
«Han
querido que descreáis como
ellos han descreído, para que seáis iguales. No toméis aliados entre
ellos,
hasta que emigren en el camino de Dios. Si vuelven la espalda,
capturadlos y
matadlos allí donde los encontréis. Y no toméis entre ellos ni aliado
ni
auxiliar» (Corán 92/4,89).
«Encontraréis
a otros que
quieren confiar en vosotros y confiar en su gente. Cada vez que fueron
inducidos a la subversión, recayeron en ella. Si no se apartan de
vosotros,
solicitan la paz, y rinden sus armas, capturadlos
y
matadlos allí donde os enfrentéis con ellos. Os hemos dado plena
autoridad
sobre ellos» (Corán 92/4,91).
«No
desfallezcáis en la persecución de
esa gente. Si os afligís, ellos también se afligen como vosotros os
afligís.
Pero vosotros esperáis de Dios lo que ellos no esperan. Dios es
omnisciente,
sabio» (Corán 92/ 4,104).
«Porque
los que han descreído han seguido
lo falso, y los que han creído han seguido la verdad de su Señor. Así,
Dios
pone sus ejemplos a los hombres. Cuando os
enfrentéis a
los que han descreído, golpead en la nuca. Cuando los hayáis derrotado,
encadenadlos fuertemente. Después de esto, una vez que la guerra
haya
terminado, o los libertáis, o pedís el rescate» (Corán 95/47,3-4).
«Los
creyentes son solo los que han creído en Dios
y en su
enviado, después no han dudado, y han combatido con sus fortunas y
sus personas
en el camino de Dios. Esos son los veraces» (Corán 106/49,15).
«¡Profeta!
Lucha contra los descreídos y los hipócritas, y sé duro con ellos. Su
albergue
será la gehena. ¡Qué destino tan horrible!»
(Corán 107/ 66,9; repetido en 113/9,73).
«Dios
ama a los que combaten en su
camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo» (Corán 109/61,4).
«Di a
los beduinos que quedaron atrás:
‘Se os llamará contra gentes dotadas de gran valor. Combatiréis contra
ellos, a
menos que se sometan. Si obedecéis, Dios os dará una buena recompensa.
Pero, si
volvéis la espalda, como volvisteis la espalda antes, os castigará con
un
castigo doloroso’. Dios ha aceptado a los creyentes cuando te juraban
lealtad
al pie del árbol. Él sabía lo que hay en sus corazones, hizo descender
sobre
ellos su presencia, y los recompensará con una conquista próxima, y con
mucho
botín que obtendrán» (Corán 111/48,16 y 18-19).
«Mahoma
es el enviado de Dios. Los que
están con él son fuertes frente a los descreídos, misericordiosos entre
ellos»
(Corán 111/48,29).
«¡Vosotros
que habéis creído!
Temed a Dios, buscad el medio de ir hacia él, y luchad en su camino.
Quizás
prosperéis» (Corán 112/5,35).
«Una
vez que transcurran los meses prohibidos, matad a los asociadores allí
donde
os enfrentéis a ellos, capturadlos, asediadlos, tendedles emboscadas
por todas
partes. Pero si se arrepienten, hacen el rezo y pagan el tributo,
entonces
dejadlos en paz. Dios es indulgente, misericordioso» (Corán 113/9,5).
Este
último versículo, según
los eruditos musulmanes clásicos y la doctrina comúnmente admitida, es
un versículo de la espada, que, por sí
solo, ha abrogado más de cien versículos anteriores, que recomendaban
paz y
tolerancia, o ponían límites a la guerra. No obstante, hay varios otros
que se
consideran también versículos de la espada: Corán 87/ 2,193; 113/9,29;
113/9,36; 113/9,41. El Corán y la exégesis tradicional desmienten a
todos esos
maquilladores que intentan ocultar el hecho innegable de que la fe
islámica se
puede y se debe imponer por la fuerza. En los «versículos de la espada»
reside
la clave de interpretación de todo el Corán y el islam.
«¿No
combatiréis contra gentes
que han abjurado de su juramento, han querido expulsar al enviado, y
han
iniciado el combate contra vosotros la primera vez? ¿Les teméis? Pues
bien,
Dios tiene más derecho a que lo temáis. Si fuerais creyentes.
Combatid
contra ellos.
Dios los
castigará por vuestras manos, los cubrirá de ignominia, os auxiliará
contra
ellos, curará los pechos de la gente creyente» (Corán 113/9,13-14).
«¡Vosotros
que habéis creído!
¿Por qué, cuando se os dice ‘Movilizaos en el camino de Dios’, os
quedáis
clavados en tierra? ¿La vida de aquí os agrada más que la otra vida?
Pero el disfrute
de la vida de aquí es muy poco con respecto a la otra vida.
Si
no os movilizáis, él
os
castigará con un castigo doloroso, os intercambiará por otras gentes
distintas
y no lo dañaréis en nada. Dios es todopoderoso» (Corán 113/9,38-39).
«Movilizaos,
los ligeros y los pesados, y combatid con vuestras fortunas y vuestras
personas en el camino de Dios. Esto es mejor para vosotros» (Corán
113/9,41).
«Creed
en Dios y luchad junto a
su enviado» (Corán 113/9,86).
«¡Vosotros
que habéis creído! Combatid contra los descreídos que tengáis cerca, y
que
encuentren dureza en vosotros. Sabed que Dios está con los que temen» (Corán 113/9,123).
Este
arsenal de citas con una
significación bélica y religiosa deja sobrada constancia del espíritu
agresivo
contenido en el Corán, donde es
concluyente que la matanza de no musulmanes, en aras de la yihad,
constituye
un sacrificio agradable a Dios, al Dios del islam (tal como ya
analizamos en
el capítulo sobre los sacrificios). Uno se pregunta qué Corán habrán leído esos ilustres
desnortados que niegan las evidencias y se empeñan en desmentir el
carácter
violento de la religión islámica.
Además,
el mismo tema e
idéntico significado se amplifican en la tradición canónica de Mahoma.
Tanto
los hadices de Al-Bujari como los de Muslim destacan la exigencia de
que los
musulmanes deben estar disponibles para ir a la guerra. Y esta es
esencial
para acceder al paraíso:
«Si te
llaman a la yihad, acude
inmediatamente» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1, hadiz 2783).
«Sabed
que el paraíso está bajo
las sombras de las espadas» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 22,
hadiz
2818).
«Narrado
por Abu Bakr Ibn
Abdullah Ibn Qais, de su padre. El enviado de Dios dijo: ‘Las puertas
del
paraíso están bajo las sombras de las espadas’» (Muslim 2007, El libro
del
gobierno, capítulo 41, hadiz 4916).
Conferir
al llamamiento de
Mahoma la categoría de llamada de Dios aportó la coartada perfecta, el
gran
camuflaje una política violenta: utiliza una legitimación teológica
para
justificar la infiltración, la invasión, la agresión contra los demás
países,
el sometimiento en el que se concreta finalmente la realización
efectiva de la
yihad. Al divinizar la propia causa, los creyentes se sienten
investidos con
todos los derechos sobre los no creyentes, incluido el mentir, atacar,
robar y
matar, con el fin de apoderarse del mundo entero como botín, todo,
según
creen, en nombre de su Dios y con su bendición.
Aunque
hacer la yihad equivale
de ordinario a guerrear contra los no musulmanes, no se limitó a eso.
Desde el
principio, hubo también una yihad interna, desencadenada entre los
mismos
árabes musulmanes. Se la llamó fitna, insurrección, subversión,
sedición. Es alusiva a la guerra civil, que estalló apenas muerto
Mahoma. Y se
desencadenó de nuevo en 680-692, y en 744-747. Después rebrotó muchas
veces a
lo largo de la historia, como represión contra musulmanes rebeldes y
como
guerra civil entre musulmanes. La encontramos presagiada en una aleya
ya citada
(Corán 106/49,9), que también exhorta a buscar la reconciliación,
puesto que,
en principio, unos y otros son musulmanes.
Para
hacerse una idea de las
inmensas repercusiones de la doctrina de la yihad a lo largo de los
siglos,
conviene buscar alguna historia de la yihad. Pueden consultarse algunos
de los
numerosos sitios que existen en Internet. Por ejemplo:
La yihad
rechaza toda
alianza con los no musulmanes
Mahoma se entendió bien con los
judíos
nazarenos, que habían sido sus mentores. Tiempo después, al parecer,
Mahoma
creyó que con su predicación mesiánica iba a atraer a la causa a los
judíos
rabínicos y, quizá, también a los cristianos miafisitas. Pero en tal
empeño quedó
decepcionado. Hay muchos pasajes coránicos que los recriminan, para
acabar considerándolos
poco fiables y hasta como enemigos. Desde entonces, los creyentes
mahometanos
tienen la taxativa obligación de rehuir toda alianza con judíos y
cristianos,
igual que, llegado el caso, deben rechazar incluso a los parientes más
cercanos, si no son fieles musulmanes.
«Que
los creyentes no tomen a los descreídos como aliados, sino a los
creyentes.
Quien haga eso no es de Dios, a no ser que los temáis» (Corán 89/3,28). Sin embargo, esa última salvedad está
abrogada por los versículos de la espada.
«¡Vosotros
que habéis creído!
No toméis a mi enemigo y vuestro enemigo como aliados. ¿Les mostráis
afecto,
cuando ellos han descreído en la verdad que os ha llegado?» (Corán
91/60,1).
«¡Vosotros
que habéis creído!
No toméis a los descreídos como aliados, sino a los creyentes» (Corán
92/4,144).
«¡Vosotros
que habéis creído!
No toméis a los judíos y los cristianos como aliados. Ellos son aliados
unos de
otros. Quien entre vosotros se alíe con ellos es uno de ellos. Dios no
dirige a
gentes opresoras» (Corán 112/5,51).
«¡Vosotros
que habéis creído!
No toméis como aliados a los que toman vuestra religión por ridículo y
juego,
entre aquellos a los que se dio el libro antes que a vosotros, ni a los
descreídos» (Corán 112/5,57).
«¡Vosotros
que habéis creído!
No toméis a vuestros padres y vuestros hermanos como aliados, si ellos
han
preferido la descreencia a la fe. Quien entre vosotros se alíe con
ellos, esos
son los opresores» (Corán 113/9,23).
Las
consecuencias que se extraen de esta doctrina es que no está permitido
a los
musulmanes hacerse amigos o aliarse, al menos de forma duradera, con
aquellos
que no son musulmanes. Frente a ellos, existirá una enemistad perpetua,
por
descreídos y opresores, y contra ellos debe ir el combate de los
creyentes.
La
yihad cultural se encarga de la lucha
ideológica
La yihad significa eminentemente
un
comportamiento militar y bélico, pero no se reduce a eso, sino que
engloba todo
tipo de actuaciones que promuevan la lucha en cualquier otro plano de
las
relaciones sociales, económicas, políticas e ideológicas. Sus objetivos
estriban en promocionar los intereses de la umma islámica y
allanar el
camino a la gradual implantación de la ley islámica, propagando toda
clase de
apologías y ditirambos acerca de un islam que nunca existió. Y al
mismo
tiempo, llevar a cabo una labor de zapa con vistas a la destrucción de
las
otras culturas y civilizaciones, como el Corán manda, erosionando,
debilitando,
atacando, infiltrando, desarmando, empleando las mil y una argucias, y
astucias, destinadas a cohonestar lo que, en el fondo, no es más que
agitación
y propaganda.
A
la yihad de guante blanco la llaman «yihad
cultural». Pero, si no es posible seducir, aún será
posible sobornar, chantajear, amedrentar y aterrorizar. La yihad
cultural
presenta dos aspectos, constructivo y destructivo. El primero busca
construir
una mentalidad de sumisión al sistema islámico. El segundo se esfuerza
por
destrozar las creaciones culturales de los sistemas socioculturales
distintos
del islam.
Cuando
se canta la gloria y el esplendor de la civilización musulmana, rara
vez se
profundiza en la situación que soportaban las mujeres, los esclavos,
los
dimmíes, los cautivos de guerra; se escamotean las agresiones
imperiales, las
atrocidades inherentes al orden jurídico islámico y legitimadas por él,
el
fanatismo incentivado por la ilusión de poseer la verdad absoluta. Por
citar
solo algunos episodios significativos de la historia de las
devastaciones
perpetradas por la yihad cultural, casi siempre de la mano de la yihad
militar,
recordemos la emblemática destrucción de grandes bibliotecas de la
antigüedad,
que no fueron las únicas ni las últimas reducidas a ceniza. Porque, en la yihad, no solo perecen personas, sino
que se queman libros.
Desde
tiempos del gobierno de
Omar (asesinado en 644), la destrucción o el incendio de grandes
bibliotecas
entró a formar parte del estilo de expansión e implantación imperial
del
islamismo. Durante su mandato, como general y luego como rey
gobernante, sus
ejércitos sarracenos llevaron a cabo: en el año 637, la destrucción de
la gran biblioteca
de Ctesifonte, la capital del Imperio persa sasánida, la mayor del
mundo en
aquel entonces. Es nada menos que Ibn Jaldún quien lo narra en el
capítulo
sexto de su Introducción a la historia universal:
«Los musulmanes
conquistaron la región de Persia y encontraron una cantidad inabarcable
de
libros y de tratados científicos. Escribió entonces Sad Ibn Abi Waqqas
a Umar Ibn
Al-Jattab solicitando su permiso para darlos como botín a los
musulmanes, a lo
que Umar contestó diciéndole: ‘¡Arrójalos al agua!, porque si lo que
hay en
ellos es una buena guía, Dios nos ha otorgado una orientación mejor
aún; y si
lo que contienen es extravío, Dios nos ha protegido de ello’. Y los
arrojó al
agua o al fuego, y de esta manera las ciencias de los persas
desaparecieron y
no llegaron a nosotros» (Ibn Jaldún 2008: 928).
Con la misma política, en
638, los sarracenos arrasaron la biblioteca de la Academia de
Gondeshapur,
también en la Persia sasánida. Hacia 640, llevaron a cabo la
destrucción de la
biblioteca de Cesarea Marítima, en Palestina, que contenía la mayor
colección
de libros cristianos de la antigüedad. En 642, tras la rendición de
Alejandría,
en la invasión de Egipto, la tradición árabe refiere que Omar mandó
destruir la
gran biblioteca alejandrina y que los libros se distribuyeran como
combustible para el horno de las panaderías.
Por
supuesto, no estoy diciendo
que esa bárbara práctica sea exclusiva del islam, pero ciertamente se
perfila
como una señal inequívoca de una propensión intolerante y sectaria,
que data
de sus mismos orígenes. Hubo excepciones, es evidente, pero no
justifican la manida
y beatífica idealización del amor del islamismo por la ciencia.
Recordemos
otros cuantos hitos históricos, exponentes de un amor demasiado
«ardiente» por
el saber y los libros:
– 779. Bajo el califato
del abasí Al-Mahdi, los musulmanes destruyeron las bibliotecas de
Alepo, en
Siria.
– 878. Los musulmanes, en
una de sus incursiones contra Sicilia, saquearon Siracusa y quemaron su
biblioteca.
– 911.
Los musulmanes
invadieron y ocuparon los Alpes occidentales, y destruyeron la
biblioteca de
Turín.
– 980.
Durante una lucha
intestina del califato cordobés, Almanzor incendió la gran biblioteca
califal
de Córdoba.
– 1174.
En medio de la guerra,
el sultán Saladino provocó la destrucción de la biblioteca fatimí de
El Cairo.
– 1199.
En India, los invasores
musulmanes redujeron a cenizas la inmensa biblioteca del monasterio
budista de
Nalanda.
– 1453. Tras la conquista
de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, los ejércitos turcos otomanos
del
sultán Mehmet II, entre las múltiples destrucciones, arrasaron la
biblioteca
imperial bizantina.
– 1480. Los otomanos
atacaron Salento, al sur de Italia, y destruyeron la biblioteca del
monasterio
de San Nicolás de Casole.
– 1658. En enfrentamientos
entre príncipes mogoles de India, que eran musulmanes, una de las
facciones
destruyó la biblioteca del príncipe Dara Shikoh, en Delhi.
– 1925. En Arabia, los secuaces
del movimiento fundamentalista creado por Abd Al-Wahab incendiaron las
bibliotecas de Medina.
– 2013. A fines de enero,
los islamistas prendieron fuego al Instituto Ahmed Baba, en Tombuctú,
al norte
de Mali, destruyendo parcialmente la biblioteca, que alberga decenas de
miles
de manuscritos muy antiguos.
El falaz
argumento de
la ‘religión de la verdad’
En las suras coránicas
consideradas anteriores a la hégira,
nunca se usa la
expresión «religión verdadera», sino que se habla de «religión elevada»
o
recta, que correspondía a un monoteísmo básicamente bíblico y más bien
genérico, identificado con la religión de los antepasados que fueron
rectos
ante Dios: Abrahán, Isaac y Jacob (Corán 53/12,40; 55/6,161; 84/30,30;
84/30,43). Después de la hégira, se repite una sola vez:
«Pero
no se les ha ordenado más
que adorar a Dios, dedicándole la religión, siendo rectos, cumplir el
rezo y
dar el tributo. Esa es la religión elevada» (Corán 100/98,5).
Es en
el período de Medina,
tras la hégira, cuando se introduce el concepto de «religión de la
verdad» (4
veces), utilizada en exclusiva para caracterizar la presunta
preeminencia del
movimiento de Mahoma:
«Es él
quien ha enviado a su
enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin de que la
haga
prevalecer sobre toda otra religión. Aunque repugne a los asociadores»
(Corán
109/61,9).
«Es él
quien ha enviado a su
enviado con la dirección y la religión de la verdad, a fin de que la
haga
prevalecer sobre todas las religiones. Dios basta como testigo» (Corán
111/48,28).
«Es
él quien ha enviado a su enviado con la dirección y la religión de la
verdad, a
fin de que la haga prevalecer sobre toda otra religión. Aunque repugne
a los
asociadores» (Corán 113/9,33).
El
Corán presenta el islam como
la única «religión verdadera», que habría sido dada a la humanidad
desde sus
orígenes (Corán 84/30,30). Sería la misma que profesó Abrahán. Luego,
pretendidamente, habría sido alterada por judíos y cristianos, hasta
que, por
fin, advino Mahoma para repristinarla. El corolario de esta historia
mítica es
que, para los musulmanes, el islam constituye el único sistema que
tiene
derechos, por ser la religión verdadera, la religión de Abrahán (Corán
70/16,123), la religión de Dios (Corán 89/3,19; 89/3,83; 114/110,2), la
religión perfecta (Corán 112/ 5,3). En consecuencia, incluso la
tolerancia
hacia las demás religiones monoteístas, que parece desprenderse de
algunas
aleyas (Corán 18/109,6; 112/5,82), resulta ambigua y paulatinamente se
fue decantando
hacia la condena y hasta la persecución frontal. La presunta «religión
de
Abrahán» (Corán 87/2,135), un Abrahán musulmanizado, se contrapone a la
de los
judíos, que han incurrido en la ira de Dios, y a la de los cristianos,
que andan
descarriados (Corán 5/1,7).
Para
justificar la guerra desatada, había ahí un argumento ideológico
formidable:
puesto que la de Mahoma es la religión de la verdad, la verdad tiene
derecho a
imponerse, incluso por la fuerza, máxime cuando es el mismo Dios quien
lo
manda. En realidad, hay que señalar que el contenido de esa «verdad»
absoluta
no tiene más base que la palabra de Mahoma, y su demostración
ostensible no estriba
en la razón, ni tampoco en la revelación, sino en el filo de las
espadas de la
yihad.
El
islam naciente, al
considerarse como la única religión verdadera, confirió a los
sarracenos la
misión mesiánica de conquistar el mundo entero. Mahoma y sus seguidores
obraron
con el convencimiento de que para ellos era legítimo acosar y asesinar
a los
descreídos, acusados de ser enemigos de Dios por resistir al profeta de
Alá.
Desde entonces, los musulmanes están convencidos de que ese tipo de
agresiones,
propias de la yihad, constituye para ellos un deber moral. No se trata
de
ningún radicalismo yihadista. Es la doctrina coránica y tradicional,
que ve en
la yihad el ápice de la perfección ética y política. Así lo han
sostenido todas
las escuelas musulmanas, desde la edad media hasta hoy.
Desde
esta perspectiva, no es
de extrañar que la dogmática islámica prohíba a los musulmanes la
integración
en cualquier sociedad no musulmana, por principio considerada inferior
y
depravada; lo mismo que impide la integración del no musulmán en la
sociedad
islámica, manteniéndolo siempre en una situación jurídica y moral de
humillación (la dimmitud). Porque ya está escrito: «Dios no
permitirá
que los descreídos prevalezcan sobre los creyentes» (Corán 92/4,141).
Ese
estatus imaginario de superioridad se apoya en esta aleya coránica:
«Hoy he
perfeccionado para
vosotros vuestra religión, he completado mi gracia para con vosotros,
y he
aprobado el islam como religión para vosotros» (Corán 112/5,3).
La
tradición musulmana más
clásica recoge esa creencia, esa autoconciencia. Y así fue defendida
sin
fisura, por ejemplo, por el filósofo cordobés Averroes, defensor de la
yihad,
quien, en un sermón en la mezquita mayor de Córdoba, llamaba a la
guerra santa
contra los reinos cristianos del norte (cfr. Delcambre 2010).
La
misma idea la encontramos explícita
en el gran intelectual Ibn Jaldún (1332-1406), en su Introducción a
la
historia universal:
«En el
islamismo, la guerra
santa es de derecho divino, porque su llamada se dirige a todos los
hombres y
debe hacer que todos abracen el credo islámico de grado o por la
fuerza. Se ha
unificado el poder espiritual y el poder temporal, a fin de que la
fuerza de
ambos se dirija a su consecución. Las otras religiones no tienen esa
misión
universal; y para ellas la guerra santa no es un precepto religioso,
sino que
solo deben hacer la guerra en propia defensa» (Ibn Jaldún 2008: 405).
De esa
misma tradición toma el
relevo, entre tantos otros ideólogos del islamismo contemporáneo, Hasan
Al-Banna (1906-1949), el fundador de los Hermanos Musulmanes, quien
alardea
de esa creencia diciendo que «está en la naturaleza del islam dominar,
no ser
dominado; imponer su ley sobre todas las naciones y extender su poder
al
planeta entero». Esta idea la preconizan no solo los salafistas y los
islamistas de tal o cual tendencia radical, sino que es propia de todos
los
musulmanes, que son adoctrinados, desde la tierna infancia, para
creérsela como
una evidencia inequívoca. Por su parte, las organizaciones islámicas
internacionales
de nuestros días no ocultan en sus estatutos que su objetivo supremo es
la
mundialización del islamismo, la islamización del mundo bajo la égida
de su ley.
El
sistema islámico, por tanto, imbuido
de su presunta elección divina, se atribuye a sí mismo el derecho de
conquista, y lo justifica en el plano mítico teológico. Como Dios les
ha
prometido el reino por ser la comunidad que le es fiel, sumisa y
obediente, la
conquista no hace sino restituir la tierra a sus legítimos dueños, los
musulmanes, autorizados a arrebatársela a quienes habrían perdido todo
derecho
a poseerla, por haber negado el reconocimiento a la religión verdadera
y al
único Dios. Esto puede parecernos un delirio, pero es exactamente lo
que
piensan.
El especioso argumento de ser la
«religión de
la verdad» y, por ello,
tener derecho a la dominación, incluso por la fuerza, no pasa de ser
una
argucia, un sofisma, porque tal afirmación es gratuita, porque nadie
posee la
verdad absoluta, y porque, aun en esa hipótesis, en ningún caso se
deduce de
ella una licencia para atropellar los derechos de los demás. La
presunción de
detentar la verdad, la presunción que se arroga el derecho y el deber
de
imponerla, y la presunción de que es lícito recurrir a la fuerza suman
tres
presunciones intelectualmente irracionales, psicológicamente
patológicas y
éticamente perversas.
El
infundio del islam
como religión de tolerancia y paz
La tolerancia, definida en pocas
palabras, consiste en
reconocer a los
demás, pese a sus diferencias, como sujetos con los mismos derechos que
nosotros, en un plano de respeto e igualdad. El hecho es que este tipo
de
tolerancia no ha existido nunca en la sociedad musulmana. La palabra
«tolerancia» ni siquiera aparece en el Corán y resulta radicalmente
contraria
al derecho islámico. En la doctrina coránica, una vez que se anotan
los
versículos que están abrogados, solo queda una radical intolerancia
hacia todas
las otras religiones.
El
islam no solo no es una religión de
paz y tolerancia, sino que prohíbe expresamente tales actitudes con
los no
musulmanes. A la comunidad de los creyentes se le prescribe, como
voluntad de
Dios, hacer la guerra a los países de los infieles, hasta dominarlos y
finalmente
conseguir que solo quede la religión de Alá. La tregua será siempre
táctica, y
no deberá durar más de diez años, según ordena la ley islámica. Sobre
los
vencidos, si no se convierten, a lo sumo se los confina en un estatuto
de
«guerra congelada»: explotación, tributos onerosos, humillaciones
públicas,
inferioridad social, inseguridad jurídica. La guerra caliente puede y
debe
activarse cada vez que el poder musulmán juzgue que se dan las
condiciones favorables.
El Corán obliga.
El esquema de ese
pensamiento es bien simple: cuando los otros son descreídos/infieles
(es decir,
no se someten), la relación con ellos debe excluir por completo la
tolerancia,
la paz, el respeto y el derecho. De acuerdo con esta perspectiva, solo
puede
haber paz y tolerancia para quienes hayan consentido hacerse
musulmanes. Pero,
desde un punto de vista civilizado, es inaceptable que se destruyan o
avasallen
otras
culturas, y a esto lo llamen paz; que se amenacen y persigan otras
religiones,
y a esto lo llamen tolerancia.
Las
aleyas de presunta tolerancia que
invocan algunos musulmanes están leídas desde interpretaciones
erróneas, que
entran en contradicción con el mensaje central del Corán y con la
exégesis
tradicional. Por ejemplo, hay una sura que Régis Blachère, traductor
del Corán
al francés, sitúa en el primer período de La Meca: «Vosotros tenéis
vuestra
religión, y yo tengo mi religión» (Corán 18/109,6). Según Blachère, se
refiere
al rechazo por parte de Mahoma de una negociación con los idólatras
mequíes. De
modo que lo que ahí se afirma no es el respeto al otro, sino que él,
Mahoma, no
ha tenido ni tendrá nada en común con la religión de los infieles. Lo
que marca
es una ruptura, que constituye un primer paso para, más adelante,
dictaminar la
prevalencia absoluta del islam y la necesidad de aniquilar la
«idolatría».
Hay
otra cita socorrida, cuando
un islámico o islamófilo desea simular que el islamismo acepta la
pluralidad
religiosa, pues Dios habría enviado a cada pueblo su correspondiente
profeta
con su mensaje: «No hay una nación por la que no haya pasado un
advertidor»
(Corán 43/ 35,24). Sin embargo, esa interpretación pluralista queda
refutada
tan pronto como atendemos al texto completo y su contexto histórico:
«Tú no
eres más que un
advertidor. Te hemos enviado con la verdad, como anunciador y
advertidor. No
hay una nación por la que no haya pasado un advertidor» (Corán
43/35,23-24).
Para aclararnos, debemos tener en cuenta que, ahí, Mahoma se encuentra
al principio
de su actividad en La Meca, por lo que el mensaje que anuncia y del
que
advierte remitía a las escrituras de la Torá y al Evangelio. No existía
aún el Corán.
Con posterioridad la posición del predicador árabe con respecto a esas
escrituras cambió, hasta rechazarlas diciendo que habían sido
tergiversadas y
falsificadas. Así, en la época previa a la hégira, Mahoma predicaba
sobre los
profetas bíblicos, y se consideraba a sí mismo solamente un recordador.
De
hecho, las suras de esa época nunca lo califican de profeta. Por el
contrario,
años más tarde, en el período posterior a la hégira, descalificó a
todos los
otros profetas, o se los apropió, mientras afirmaba que únicamente el
islam es
la religión verdadera.
El
resultado final es que no
quedó el menor resquicio para la tolerancia hacia las demás
religiones, en el
sentido de respeto en condiciones de igualdad. Una vez que la
revelación
coránica se considera completa, se manda que las tradiciones religiosas
no
monoteístas deben ser aniquiladas. Y los monoteístas judíos y
cristianos
tendrán que someterse a un régimen que los margina en el interior de la
sociedad musulmana: solo sobrevivirán explotados y en estado de
humillación
social.
Tampoco
hay que dejarse
embaucar por el alegato de pacifismo que supuestamente entrañaría la
siguiente
cita: «Quien mate a una persona que no ha matado a nadie, ni ha
corrompido en
la tierra, es como si matara a toda la humanidad» (Corán 112/5,32). Es
necesario
leer bien lo que dice el versículo: Dios se está dirigiendo a los
antiguos
israelitas. El texto dice: «Por eso hemos prescrito para los hijos de
Israel
que quien mate a una persona…». Por tanto, no es un mandato dirigido a
Mahoma y
sus seguidores. Y, aunque lo fuera, bastaría con lanzar sobre alguien
una
acusación de sembrar corrupción en la tierra y así obtener licencia
para matar.
Nadie opuesto al islam podrá estar libre de amenaza, según lo que dicta
Mahoma:
la retribución de los que se oponen a Dios y su enviado será la
tortura, la
muerte o el destierro (Corán 112/5,33).
En el
Corán, la palabra «paz»
aparece 46 veces. De ellas, 37 en los capítulos antehegíricos, pero
allí casi
todas como fórmula de saludo. En los capítulos poshegíricos, se usa en
9
ocasiones, todas en relación con un contexto de guerra. En cuatro de
ellas, se
refiere a los enemigos que, en la batalla, «lanzan la paz», esto es,
solicitan
la paz. Y Mahoma sentencia que, si los creyentes están en situación de
superioridad, no deben aceptarla, salvo que sea en plan de rendición
(Corán
92/4,90). Esto refuerza la idea de que la paz solamente es posible
para los
que se someten bajo el sistema del islam. En los hechos, la «paz
islámica» no
pasa de ser una ficción vacía. Más allá del disimulo, el lenguaje
semiótico del
libro corresponde al de una religión de odio, una mitología de guerra,
una
espiritualidad de fervor guerrero.
Desde
la hégira, la predicación
del islam (dawa) ha sido siempre, simultáneamente, un discurso
que
moviliza para la guerra, una fusión de sermón y arenga, con el
propósito declarado
de reclutar combatientes bajo la autoridad de Mahoma y sus sucesores.
La
sagrada tradición de Mahoma enaltece la yihad militar
Los textos de la
tradición de Mahoma, los hadices, investidos con una autoridad poco
menor que
el Corán y que son considerados normativos por los musulmanes, recogen
numerosos dichos que exaltan la guerra para imponer el islam. La yihad
no se
limita, en absoluto, a una lucha metafórica o espiritual. En los
volúmenes
atribuidos a Al-Bujari, el 98% de las menciones de la yihad se
refieren a la
guerra, y solo el 2% a lo que podría considerarse una lucha interior.
Por
tanto, el significado fundamental de la yihad es la guerra;
mientras
que el sentido de esfuerzo moral resulta completamente marginal. Como
ejemplo,
veamos algunas citas, varias de ellas extraídas del libro 56, titulado Libro
de la yihad:
«Narrado
por Anas Ibn Malik. El enviado
de Dios dijo: ‘Se me ha ordenado combatir a la gente hasta que digan:
La
ilaha illallah (nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá’»
(Al-Bujari
1997, libro 8, capítulo 28, hadiz 392).
«Narrado
por Ibn Abbas. El
enviado de Dios dijo: ‘No hay emigración después de la conquista, pero
la
yihad y el proyecto permanecen. Si te llaman a la yihad, acude
inmediatamente’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 1, hadiz 2783).
«Narrado
por Abdullah Ibn Abu
Aufa. El enviado de Dios dijo: ‘Sabed que el paraíso está bajo las
sombras de
las espadas’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 22, hadiz 2818).
«Narrado
por Abdullah Ibn Omar. El
enviado de Dios dijo: ‘Vosotros (musulmanes) lucharéis contra los
judíos hasta
que algunos de ellos se escondan detrás de las piedras. Las piedras
(los
traicionarán y) dirán: '¡Siervo de Dios! Hay un judío escondido detrás
de mí;
así que mátalo'’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 94, hadiz 2925)
«Narrado
por Abu Huraira. El enviado de
Dios dijo: (…) ‘He salido victorioso con el terror (infundido en el
corazón de
los enemigos); y mientras dormía, me trajeron las llaves de los
tesoros del
mundo y las pusieron en mi mano’» (Al-Bujari 1997, libro 56, capitulo
122,
hadiz 2977).
«Narrado
por Al-Sab Ibn Jattama. Al
profeta (…) se le preguntó si estaba permitido atacar a los guerreros
infieles
de noche, con la probabilidad de exponer al peligro a sus mujeres y
niños. El
profeta respondió: ‘Ellos (las mujeres y los niños) son de los suyos
(de los infieles)’»
(Al-Bujari 1997, libro 56, capítulo 146, hadiz 3012).
No
faltan numerosos hadices que
desarrollan la justificación para cometer atentados terroristas, que
están respaldados
por Alá, por cuanto ordena a sus fieles que infundan el terror en el
corazón
de los enemigos (Corán 88/8,12; 89/3,151).
Son
incontables los pasajes donde leemos
cómo Mahoma incita a la guerra contra todos los no musulmanes y emite
órdenes
de matarlos, no solo en los hadices de Al-Bujari, sino igualmente en
los hadices
auténticos de Muslim y los de Abu Dawud, lo mismo que en la biografía
del
profeta publicada por Ibn Hisham, así como en el comentario al Corán de
Al-Tabari. Este último hace gala de ello: «Matar infieles es un tema
menor para
nosotros». La frase no es ninguna hipérbole, sino una marca distintiva
de toda
la historia del islam (cfr. Fletcher 2002, Elorza 2005, Esparza 2015,
Sánchez
Saus 2016, Ibrahim 2018, Keshavjee 2019 y Martínez-Gros 2019).
El musulmán no es
libre para abandonar el islam
La fe islámica encierra a sus
creyentes en
una umma hermética, en un sistema del que está prohibido salir
bajo
pena de muerte. La religión de Mahoma es una cárcel y la yihad vigila
las
murallas. Pese a las medias verdades y los disimulos de algunos
apologetas, lo
cierto es que no cabe esperar el menor reconocimiento de la libertad
religiosa
o de la libertad de conciencia en las páginas del Corán, que advierte,
ya desde
la época antehegírica:
«Quien
ha descreído en Dios
después de haber creído, a no ser que haya sido coaccionado, mientras
su
corazón se reafirma en la fe… Ese que abre su pecho a la descreencia,
la ira de
Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un gran castigo» (Corán 70/16,106).
«Ninguna
coacción en la
religión. La buena dirección se distingue del extravío. El que no cree
en los
ídolos y cree en Dios se agarra al asidero más seguro, que es
irrompible»
(Corán 87/2,256).
La
primera frase de esta última
aleya, «no hay coacción en la religión», se cita frecuentemente para
hacer
creer que el Corán está a favor de la libertad religiosa, incluso
respecto a
los no musulmanes, que no serían molestados. Nada más lejos de la
realidad
(cfr. Aldeeb 2015c). Mediante
la crítica interna y atendiendo al contexto, la «religión» a la que se
hace
referencia ahí es el islam, de la que se aclara en el mismo renglón que
posee
la buena dirección y que, además, es reputada como la religión (din) por antonomasia. La interpretación
más correcta, por tanto, es que no se consiente que nadie sea
presionado para
abandonar el islamismo. Sería absurdo imaginar que ese versículo
defiende la
libertad la religión, pues, máxime en una sura posterior a la hégira,
está
mandado que al infiel no monoteísta se le conmine a convertirse el
islam bajo
pena de muerte.
Con esa
misma lógica
intolerante, el derecho islámico exige que todo hijo de cristiana y
musulmán
sea obligatoriamente musulmán, también bajo amenaza de pena capital.
Así que lo
que el Corán estipula es que no se admitirá que nadie presione a un
muslime
para que cambie de religión, algo perfectamente compatible con la
obligación
manifiesta de coaccionar al no musulmán para que se convierta: a los
paganos,
una vez vencidos, atenazándolos con castigos que pueden conllevar la
pérdida
de la vida o la esclavitud; a los judíos y cristianos, derrotándolos
por la
fuerza y manteniéndolos forzosamente bajo el ominoso régimen de la dimma (Corán 113/9,29).
Si
alguien arguye otra cosa,
téngase en cuenta que el islam autoriza el disimulo y el engaño a los
no
musulmanes (Corán 89/3,28-29), conforme a la teoría de la
disimulación
(cfr. Aldeeb 2015b). Pero, incluso si esa manida frase significara un
principio
de respeto hacia otras religiones, ya no estaría en vigor, porque está
abrogada por los versículos de la espada, según la opinión común de
los ulemas
musulmanes.
Algo
análogo es necesario decir
de todos los demás versículos que enuncian alguna forma de tolerancia,
como
aquel ya citado más arriba: «Vosotros tenéis vuestra religión, y yo
tengo mi
religión» (Corán 18/ 109,6). Significa lo contrario de lo que parece a
primera
vista. Y, en cualquier caso, el Corán postula, finalmente, la
supremacía de la
religión coránica sobre toda otra religión (Corán 92/4,141; 109/61,9;
111/48,28; 113/9,33, como ya hemos visto). Todo versículo que diga lo
contrario
de lo estatuido por las últimas suras ha quedado abrogado, abolido.
En el
capítulo 12 de este
libro, sobre la política islámica como régimen de teocracia, hemos
analizado
el verdadero significado de «ninguna coacción en la religión» (Corán
87/2,256),
que rechaza cualquier presión sobre un musulmán para que abandone el
islamismo.
En realidad, el musulmán no es en absoluto libre ni para abandonar su
religión, ni para adoptar otra religión distinta. Porque sería un
crimen volver
la espalda a la «verdad» de la religión refrendada por Dios. No cabe
ocultar
que el Corán establece un principio de absoluta intolerancia.
«La
religión, para Dios, es el
islam» (Corán 89/3,19).
«No
creáis sino al que sigue
vuestra religión. Di: ‘La dirección es la dirección de Dios’» (Corán
89/3,73).
«Quien
busque una religión
diferente del islam, no se le consentirá, y en la otra vida será de los
perdedores» (Corán 89/3,85).
«Los
que han descreído después
de haber creído (…) Esos, su retribución
es que caerá sobre ellos la maldición de Dios, de los ángeles y de los
humanos
a la vez» (Corán 89/3,87).
Para
velar por el cumplimiento
público de las normas del Corán, la tradición del profeta y la ley
sagrada, el
sistema islámico promueve la vigilancia y el castigo: un régimen de
censura
sobre los comportamientos, encomendado a una policía política de la
moralidad
(la hisba). Esta represión cuenta con
un fundamento coránico, reiterado (en nueve ocasiones), en la
prescripción de
que no solo hay que cumplir los mandatos, sino hay que hacerlos cumplir:
«Que
seáis entre vosotros una
nación que llama al bien, ordena lo correcto y prohíbe lo reprobable.
¡Esos son
los que triunfan!» (Corán 89/3,104).
«Los
creyentes y las creyentes
son aliados unos de otros. Ordenan lo correcto, prohíben lo reprobable,
elevan
el rezo, pagan el tributo, y obedecen a Dios y a su enviado» (Corán
113/9,71).
Así,
pues, en el sistema islámico, ser
creyente no es una decisión libre, sino una sumisión coercitiva, bajo
la
amenaza de graves penas. Ya las suras anteriores a la hégira
condenaban a los
apóstatas. Sobre aquel que abandone la fe caerá la acusación de
apostasía y,
conforme al derecho islámico, merece la pena de muerte. No se tolera
semejante pecado capital. Una vez que uno ha entrado a formar parte de
la
comunidad musulmana, ha perdido la libertad para abandonarla. Los
creyentes no
solo están vigilados socialmente, sino que muchos de ellos viven
también,
quizá sin saberlo, confinados en una cárcel mental, que les hurta la
capacidad
de pensar críticamente sobre su propia religión.
La
acusación de ‘islamofobia’ es un arma de la yihad
Es cierto que las indagaciones
que realizamos aquí muestran un
espíritu crítico con el sistema islámico. Pero defendemos que el
análisis
crítico es perfectamente legítimo, y su valor dependerá solo de los
hechos y
los argumentos aducidos. Sin embargo, a esta actitud crítica la suelen
acusan
de «islamofobia». Sabemos que esta etiqueta se diseñó, hace tiempo,
para
descalificar insidiosamente cualquier opinión desfavorable al Corán, a
la
tradición, a la historia o a la política islámica.
Ahora bien, si
tratamos de objetivar el planteamiento, diríamos lo siguiente: el
fundamento
del islam es el Corán, un libro que consideran sagrado, perfecto e
intocable.
Si este libro estipula normas contrarias a los principios más
universales de
la racionalidad, la justicia y los derechos humanos, entonces es
innegable que
ejercer el pensamiento crítico frente a tales estipulaciones y normas
resulta
una exigencia lógica para toda persona razonable. Por tanto, si es a la
crítica
razonada a lo que llaman «islamofobia», responderemos que esa supuesta
islamofobia constituye una necesidad intelectual y una obligación moral.
Estas páginas reflejan
el esfuerzo por promover un mejor conocimiento del islam y sus
fundamentos.
Parece improcedente e injusto que se califique como «islamofobia» la
información veraz y la investigación científica sobre las fuentes, la
tradición
y la historia del sistema islámico.
La realidad histórica
es que el islam se constituyó, desde el año 629, antes de que existiera
el
libro del Corán, como una maquinaria de guerra político-religiosa,
movida por
un programa de confrontación con el cristianismo y con toda
civilización no
musulmana, cuya meta declarada era la conquista, el sometimiento o el
exterminio. Durante catorce siglos no ha dejado de operar así.
Si estas
consideraciones son básicamente verdad, nadie puede mirar hacia otro
lado, ni
contribuir al camuflaje, sin convertirse en cómplice o
colaboracionista (con el riesgo añadido de acabar siendo también
víctima)
de la yihad. Puede leerse, en Internet, el interesante artículo La
palabra
islamofobia es el kalashnikov de los islamistas (Al-Husseini 2019).
Las
conclusiones y los corolarios sobre la
yihad
La tradición cristiana narra
sucesivas
alianzas de Dios: con Adán, con Noé, con Abrahán, con Moisés y con
Jesús. El
Corán alude a las alianzas con Adán, Noé, Abrahán y la familia de Amrán
(Corán
89/3,33 y 103), incluyendo en esta última a Moisés y a Jesús. A pesar
de esto,
el islam se hace a sí mismo único y excluyente heredero del legado
judío y
cristiano. En un sumario muy esquemático, y en su peculiar versión, el
islam se
presenta como la última alianza (mithaq) con el nuevo «pueblo de
Dios» (umma),
como comunidad de los creyentes (mumin), que obedecen como
«auxiliares
de Dios» (ansar) en el «combate en el camino de Dios» (yihad),
para la imposición de su «ley» (saría) en el mundo y la
implantación
definitiva de su «reino» de sumisión (islam).
Hemos de perder la
ingenuidad ante tantos tópicos como circulan, ante las fatuas
idealizaciones de
un esplendor de la civilización islámica hace siglos extinguido,
precisamente
por el triunfo final del Corán y la derrota de la razón. Destacaré tan
solo unas
pocas tesis:
– Lo que la yihad
implanta no es en absoluto el reino de Dios anunciado por el
mesianismo, sino
el régimen totalitario de una ley que niega y atropella los derechos
del hombre
y su dignidad.
– Lo que la yihad
práctica no son guerras justas en el camino de Dios, sino agresiones
que violan
el derecho internacional y encaminan más bien hacia una modalidad de
barbarie.
– Los que combaten en
la yihad y mueren atacando no son mártires, ni héroes, sino
terroristas, pobres
diablos deshumanizados a consecuencia de la ideología que los fanatiza.
– La yihad cultural y
todos los discursos dirigidos a prestigiarla no buscan la verdad, sino
que más
bien levantan una colosal pirámide de mentiras sobre mentiras.
Antropológicamente
hablando, la violencia no es innata en el ser humano, sino aprendida.
Y
lamentablemente, el Corán enseña, justifica y santifica la violencia
como
sagrada y conforme a la voluntad de Dios, algo distintivamente islámico.
Según
el estudio codicológico del Corán, allí el mandato de obedecer a los
profetas
aparece 76 veces; la obligación de temer a Dios, 150 veces; las
amenazas contra
los que no aceptan a Mahoma, 849 veces, con advertencia de castigos
terribles,
dolorosos y humillantes. En cambio, nunca se encuentran en el Corán
palabras
como amor o ternura en el sentido al que estamos acostumbrados (cfr.
Walter
2014).
No es posible negar que, a la vista de sus
libros sagrados, el islam
resulta ser la religión más propensa a la violencia. La investigadora
danesa Tina
Magaard y su equipo, en la Universidad
de Aarhus, han analizado minuciosamente los textos de las diez mayores
religiones del mundo, en busca de su eventual grado de vinculación con
la
violencia. La conclusión obtenida está clara:
«Los textos religiosos
del islam piden a sus seguidores cometer actos de violencia y combatir
en un
grado mucho más elevado que cualquier otra religión. Los textos del
islam son
netamente distintos de los textos de otras religiones, en la medida en
que
hacen un llamamiento mucho más importante a la violencia y la agresión
contra
los adeptos de otras religiones. Hay además incitaciones directas al
terror.
Esto ha sido durante mucho tiempo un tabú en la investigación sobre el
islam,
pero es un hecho que tenemos que reconocer» (citado en Sennels 2015).
En el curso de las
citadas investigaciones, Tina Magaard y su equipo han comprobado en el
Corán
centenares de llamamientos directos a la lucha contra los adeptos de
otras
religiones. «Si es verdad que muchos musulmanes consideran el Corán
como las palabras
de Dios que no pueden ni reformularse ni interpretarse, entonces
tenemos un
problema» (citado en Sennels 2015).
En Alemania, las
investigaciones realizadas por el Centro de Ciencias Sociales de Berlín
(WZB)
confirman la misma preocupación: el 75 por ciento de los musulmanes en
Europa
creen que el Corán debe seguirse al pie de la letra. Se preguntan si la
creciente cantidad de mezquitas y de imanes que predican esos textos,
que
consagran la yihad, no tendrá algo que ver con el aumento del
terrorismo
islámico.
Lo cierto es que el
islam se nos presenta como la única religión en la que, cuanto más
devotos se
hacen los fieles, más se inclinan por la violencia. Aunque pueda haber
otros
factores sociales que tener en cuenta, la investigación demuestra que,
en el
islam, existe una correlación innegable entre religiosidad y voluntad
de
emplear la violencia. Las situaciones no determinan por sí solas la
manera de
reaccionar ante ellas; esta depende de la interpretación. Los
terroristas
islámicos llegan a su convencimiento radical, principalmente en virtud
de las
exigencias de su religión y siguiendo el ejemplo de Mahoma. Puede
verse, en
Internet, un artículo sobre la verdadera causa del terrorismo islámico
(Sennels
2017).
De hecho, la
supremacía del islamismo, cuando la ha conseguido, se ha sustentado
siempre en
la dominación militar sobre otras sociedades y en la férrea opresión
tanto sobre
las mayorías como sobre las minorías dentro de la propia sociedad.
Es un hecho que, con
el auge de la doctrina salafista, la barbarie yihadí ha incrementado
su
presencia en nuestro mundo actual, en forma de amenaza global: basta
observar
los controles de seguridad instalados en todos los aeropuertos del
mundo.
Al final, después de
recorrer prolijas lecturas, indagaciones y análisis acerca de los
textos y las
prácticas desarrolladas por los musulmanes a través de la historia, se
va
iluminando el campo del conocimiento y varía la óptica con la que
contemplamos
muchos acontecimientos. Hasta se vislumbra, en el horizonte, una
visión más
justa de las Cruzadas, entendidas como legítima defensa frente a los
recurrentes embates de la yihad, soportados durante siglos.
El
filósofo chino Sun Tzu, en
su clásica obra El arte de la guerra, dejó escrito: «Conoce a
tu
enemigo». Quienes no lo conocen, se arriesgan a ser aniquilados.
El
contraste entre el
Corán y el Evangelio
Del análisis del significado de la
yihad se desprende, de
modo concluyente,
que el recurso a la violencia multiforme está codificado en el libro
del Corán
y en la tradición de Mahoma. Hay una legitimación teológica y jurídica
de la
acción violenta, incluso una instigación para ejercerla, aplicando la
estratagema, la coacción, el castigo, el homicidio y la guerra, todo
ello en
nombre de Dios. Así lo regula el derecho islámico y lo refrenda tanto
la
«palabra divina» como el comportamiento ejemplar y modélico del profeta
del
islam.
El
Corán y la ley islámica
sancionan positivamente el exterminio o la esclavización de los
descreídos
vencidos que se resistan a hacerse musulmanes. Establecen la
subordinación y
humillación para los otros monoteístas, sometidos al estatuto de dimmíes, bajo pesados tributos (la yizia)
y severas restricciones.
El
Corán y la ley islámica
diseñan y mandan instaurar en todo el mundo el predominio de la umma,
una sociedad teocrática, un sistema fuertemente jerarquizado, cuyo
prototipo de
igualdad se supedita al rango tribal y da por bueno el reparto
asimétrico del
botín, a ejemplo de Mahoma en Medina, donde queda impuesta y
sacralizada la
desigualdad radical de las mujeres y de los esclavos, donde se legitima
divinamente el uso de la violencia en pro de la religión.
Una vez
más, el contraste con
las fuentes cristianas primitivas resulta muy marcado. La visión
cristiana del
mundo abre el mensaje de salvación a los gentiles, a todos los pueblos,
como
una misión que no debe expandirse por
la fuerza. No obsta el que algunos hayan aducido en contra un versículo
del Evangelio
de Mateo, que dice: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra.
No he
venido a traer paz, sino espada» (Mateo 10,34). Porque ese dicho no se
entiende
bien, si no se capta el sentido metafórico que tiene, y queda muy claro
en el
mismo texto. Lo que significa es que el cristiano debe estar dispuesto
personalmente
a romper con los lazos familiares jerárquicos y renunciar a sus propios
intereses egoístas, cuando estos le resulten un obstáculo para el
seguimiento
de Cristo. Los Evangelios apelan a la conciencia y la libertad de cada
persona
y la difusión del Evangelio se realiza por medio de la predicación y de
un modo
de vida que persuada y suscite la fe:
«Esta
buena noticia del reino
se proclamará en el mundo entero, para dar testimonio a todas las
naciones»
(Mateo 24,14).
«Id,
pues, y haced discípulos de
todas las naciones…» (Mateo 28,19).
No hay
lugar para ninguna
imposición violenta. Por el contrario, en su enseñanza, Jesús
recomienda a sus
discípulos el amor a los enemigos (Mateo 5,44; Lucas 6,27 y 35); dice
en una parábola
que se deje crecer el trigo y la cizaña (Mateo 13,25-30); manda al
apóstol Pedro
que se envaine la espada (Mateo 26,52); reprende a sus apóstoles cuando
querían
pedir que bajara fuego del cielo contra quienes no lo aceptaban (Lucas
9,54). Porque
la sanción decisiva está únicamente en manos de Dios y, en última
instancia,
se remite al día del juicio. Todo esto significa y postula una ética de
renuncia a la violencia por parte del cristiano.
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