Antes de convertirse en ciudad islámica, Viena desafió durante mucho tiempo a la yihad
RAYMOND IBRAHIM
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El 11 de septiembre no siempre fue un día de
derrota, sino de victoria sobre la yihad, cuando una pequeña banda de
caballeros liberó a la pequeña isla mediterránea de Malta de la
opresión islámica, el 11 de septiembre de 1565.
Como reflejo de la incesante yihad contra Occidente, da la casualidad
de que otra gran victoria cristiana, mucho más famosa que el asedio de
Malta, también tuvo lugar en torno a la fecha ahora ominosa del 11-S:
se trata de la liberación de Viena frente al mayor ejército musulmán
que jamás haya invadido territorio europeo. Recordemos esta instructiva
historia.
En julio de 1683, unos 200.000 combatientes otomanos invadieron
Austria. El 14 de julio ya habían rodeado las murallas de Viena, donde
el gran visir otomano Kara Mustafá seguía el protocolo establecido por
el profeta Mahoma en 628: "Aslam taslam"
("sométete [al islam] y ten paz"), que en aquel momento llevaba mil
años en vigor, lo que se tradujo en la conquista de las partes más
antiguas y ricas del entonces mundo cristiano, como la Gran Siria,
Egipto, todo el norte de África y España.
Aunque Starhemberg, el comandante vienés al mando, no se molestó en
responder al llamamiento otomano, las pintadas dentro de la ciudad
(entre ellas "¡Mahoma, perro, vete a casa!") expresaban su estado de
ánimo.
No te metas con Viena
Al día siguiente, Kara Mustafá desató el infierno contra las murallas
de la ciudad. Durante dos meses, los vieneses, atrincherados y en gran
inferioridad numérica, sufrieron peste, disentería, hambre y muchas
bajas mientras sus murallas se sacudían día y noche bajo un atronador
bombardeo.
Entonces, alrededor del 11 de septiembre, cuando los musulmanes estaban
a punto de atravesar las murallas, el desesperado comandante disparó
cohetes de socorro al cielo nocturno para dar "aviso al ejército
cristiano de la situación extrema a que se veía reducida la ciudad",
una fuerza de socorro con la que Viena había estado contando más allá
de toda esperanza .
Entendiendo exactamente lo que significaban estos cohetes, se oyeron gritos de "¡Alahú Akbar!", mientras los otomanos imploraban a su deidad que "borrara completamente a los infieles de la faz de la tierra".
Y entonces aconteció: "Después de un asedio de sesenta días", escribió un testigo anónimo,
"acompañado de mil dificultades, enfermedades, falta de provisiones y
gran efusión de sangre, después de un millón de cañonazos y disparos de
mosquete, bombas, granadas y toda clase de fuegos, que han cambiado la
faz de la ciudad más bella y floreciente del mundo, desfigurándola y
arruinándola, tras una vigorosa defensa y una resistencia sin parangón,
el cielo escuchó favorablemente las plegarias y las lágrimas de un
pueblo abatido y enlutado."
Para gran alegría de la ciudad, los cohetes de socorro de Starhemberg
fueron respondidos por una lluvia de fuegos artificiales que iluminó el
cielo nocturno. Había llegado la Liga Santa, formada por unos 65.000
polacos, austriacos, alemanes y españoles fuertemente armados y
deseosos de vengar a la ciudad asediada. Peor aún para los otomanos,
estaban bajo el mando general del formidable rey de Polonia, Juan
Sobieski, que creía firmemente: "No es una ciudad sola la que tenemos
que salvar, sino toda la cristiandad, de la que la ciudad de Viena es
el baluarte".
Polacos al rescate
La batalla comenzó a primeras horas de la mañana del 12 de septiembre
con varios intercambios de fuego de artillería entre los peñascos
rocosos y las laderas de la colina de Kahlenberg, donde los europeos
habían acampado la noche anterior. Los austro-alemanes, deseosos de
vengar las atrocidades de que había sido objeto Viena, lucharon con
fiereza, pero por muchos turcos y tártaros que derribaran, aparecían
más. Pasado el mediodía, los cansados aspirantes a libertadores
hicieron una pausa.
De repente, un gran estandarte blanco con una cruz roja apareció en la
ladera opuesta: los polacos, que invocaban a gritos la ayuda divina y
que a los turcos les parecían "un torrente de brea negra que bajaba de
la montaña consumiendo todo lo que tocaba", habían aparecido por fin,
luchando varonilmente y animando a sus homólogos austro-alemanes. Una
masa descoordinada de caballos, hombres, acero y disparos chocaba y
retumbaba alrededor de los barrancos y escombros del Kahlenberg,
mientras el nudo musulmán seguía apretándose alrededor de Viena.
La lucha, feroz pero indecisa, continuó durante horas hasta que
Sobieski divisó un punto débil en la línea musulmana. Inmediatamente
ordenó que la mayor carga de caballería de la historia la atravesara en
dirección a la tienda del gran visir.
A la cabeza de unos 20.000 jinetes polacos, alemanes y austriacos, y
con su hijo pequeño a su lado, Sobieski se estrelló con atronadora
violencia contra la línea otomana. Ataviados con pesadas armaduras con
alas de águila, portando grandes lanzas y montados en corceles de
guerra aún más grandes y fuertemente acorazados, los tres mil húsares,
la caballería de élite del ejército polaco que rodeaba a su rey,
constituían un espectáculo formidable. Para los vieneses asediados,
muchos de los cuales salían ahora para unirse a la refriega, parecían
libertadores alados; para los musulmanes, cada vez más desmoralizados,
parecían ángeles vengadores que "infundían miedo en los corazones de
los turcos y sus aliados tártaros".
"Por Alá, ¿el Rey está realmente entre nosotros?", espetó Murad Giray,
el consternado kan de Crimea, al ver a Sobieski presente y luchando.
Cuando Mustafá le ordenó que redoblara sus esfuerzos, "el príncipe
tártaro replicó que conocía al rey de Polonia por más de una prueba, y
que el visir estaría muy contento si pudiera salvarse huyendo, ya que
no tenía otro medio para su seguridad, y que iba a darle ejemplo." Y
con eso, el kan salió huyendo a toda prisa con sus hordas.
La ‘zona cero de Viena’
Al atardecer, unos quince mil musulmanes yacían muertos. El resto,
incluido el propio Kara Mustafá, habían huido como pudieron de vuelta a
territorio otomano. (Aquel día de Navidad de 1683, mientras toda la
cristiandad se regocijaba, Mustafá, este hombre "que creía haber
invadido el Imperio de Occidente y que había llevado a todas partes el
miedo y el terror", fue decapitado por el alto mando otomano, y su
cabeza enviada al sultán Mehmet IV.)
Aunque fue una victoria espectacular, las secuelas fueron sangrientas.
Antes de enfrentarse al ejército europeo, los musulmanes habían
sacrificado ritualmente a unos 30.000 cautivos cristianos recogidos
durante su marcha hacia Viena, violando antes sistemáticamente a las
mujeres y los niños. Al entrar en la ciudad aliviada, los libertadores
se encontraron con montones de cadáveres, aguas residuales y escombros
por todas partes: la "zona cero" de Viena.
La Liga Santa de fuerzas polacas, alemanas y austriacas permaneció
intacta y pasó a la ofensiva contra los turcos. Dos años más tarde, la
Rusia ortodoxa se unió a la liga católica. Entre 1683 y 1697 se
libraron otras quince grandes batallas entre turcos y cristianos, de
las que los cristianos ganaron doce.
En 1699, el Imperio Otomano, que había aterrorizado a la cristiandad
durante 300 años, se vio obligado a firmar el humillante Tratado de
Karlowitz, que le exigía ceder grandes territorios a sus enemigos
infieles. Esto marcó el principio del fin del poder islámico. Como
afirmó Bernard Lewis: "El último gran asalto musulmán a Europa, el de
los turcos otomanos, terminó con el segundo asedio infructuoso de Viena
en 1683. Con ese fracaso y la retirada turca que siguió, mil años de
amenaza musulmana sobre Europa llegaron a su fin".
Eso hasta hace poco, puesto que Viena se ha convertido finalmente en
una ciudad islámica, no por la fuerza musulmana, sino por la pasividad austriaca.
FUENTE
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