Cuando Santa
Sofía desafió al islam (y salvó la civilización occidental)
RAYMOND IBRAHIM
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Turquía ha dejado en claro en repetidas ocasiones
que pocas cosas en la historia islámica son más gloriosas que la
conquista yihadista de Constantinopla en 1453, como lo subraya la
reciente transformación del corazón de Constantinopla, Santa Sofía, en
mezquita, anteriormente una de las catedrales más importantes de la
cristiandad.
¿Por qué Constantinopla? Porque de a todas las ciudades "infieles" del
mundo, el profeta del islam Mahoma era la que más deseaba y prometió
grandes recompensas paradisíacas para cualquier musulmán que la
conquistara, ya que era la capital cristiana del Imperio Romano de
Oriente. A pesar de esto, y a diferencia de los otros grandes centros
cristianos que habían caído bajo la espada del islam —Alejandría,
Antioquía, Jerusalén, por no mencionar casi dos tercios de la
cristiandad— durante siglos, Constantinopla lo desafió.
El hecho histórico es que, el 15 de agosto de 718, Constantinopla no
solo obtuvo su mayor victoria contra el islam; sino que, como se verá,
salvó a la civilización occidental. Vale la pena contar la historia:
Después de varios asedios fallidos, en el año 715, el califato omeya
había llegado a la conclusión de que ya era suficiente: vomitaría todo
lo que tenía en un esfuerzo final y total por conquistar la secular
capital cristiana. El califa Suleimán convocó a su hermano menor,
Maslama, y le ordenó que dirigiera las fuerzas combinadas del islam a
Constantinopla: "permanece allí hasta que la conquistes o yo te llame".
El joven emir abrazó aquel honor: pronto “entraré en esa ciudad
sabiendo que es la capital de la cristiandad y su gloria; mi único
propósito al entrar en ella es defender el islam y humillar a los
descreídos".
A la cabeza de 120.000 yihadistas, Maslama atravesó al territorio
cristiano y, "con espada y fuego, puso fin a Asia Menor", escribió un
cronista casi contemporáneo. El 15 de agosto de 717 comenzó a
bombardear la ciudad, que fue defendida por León III, antiguo general.
Apenas unas semanas antes, y debido a que se le consideraba el hombre
más capaz, León había sido consagrado en Santa Sofía como nuevo
emperador.
Incapaz de romper las ciclópeas murallas de Constantinopla, Maslama
esperó a que 1.800 embarcaciones que transportaban 80.000 combatientes
más se acercaran a través del Bósforo y bloquearan por completo la
ciudad, para que murieran de hambre.
De repente, León ordenó que se apartara la pesada cadena que
normalmente protegía el puerto. Luego, "mientras ellos [la flota
musulmana] dudaban sobre si deberían aprovechar la oportunidad... los
elementos de la destrucción estaban a mano". León envió los "barcos
portadores de fuego" contra la flota islámica, que rápidamente "fue
presa del fuego", escribe el cronista Teófanes: "algunos de ellos
fueron arrojados ardiendo contra los rompeolas, otros se hundieron
hasta el fondo con sus tripulaciones , y otros fueron arrasados a la
deriva en llamas".
La situación empeoró cuando Maslama recibió la noticia de que el
califa, su hermano Suleimán, había muerto de "indigestión" (al parecer,
al devorar dos canastas de huevos e higos, seguidas de tuétano y azúcar
de postre). El nuevo califa, Omar II, inicialmente no atendió a las
necesidades del ejército musulmán. Maslama permaneció allí y pasó el
invierno.
Desafortunadamente para él, llegó "uno de los inviernos más crueles que
se podían recordar" y, "durante cien días, la nieve cubrió la tierra".
Todo lo que Maslama pudo hacer fue asegurar a sus hombres demacrados y
medio congelados que "¡pronto! ¡Pronto llegarán suministros!" Pero no
llegaron. Peor aún, guerreros de tribus nómadas conocidos como búlgaros
—de donde procede la nación de Bulgaria—, acostumbrados al terreno y al
clima, empezaron a acosar a cualquier destacamento musulmán que
abandonara el hambriento campamento en busca de comida.
En primavera, finalmente llegaron los refuerzos musulmanes y las
provisiones por tierra y por mar. Pero el daño estaba hecho. Las
heladas y el hambre habían hecho mella en los musulmanes acampados
fuera de las murallas de Constantinopla. "Dado que los árabes tenían
mucha hambre", escribe Teófanes, "se comieron todos sus animales
muertos: caballos, asnos y camellos. Algunos incluso dicen que pusieron
hombres muertos y su propio estiércol en cacerolas, lo amasaron y lo
comieron. Una enfermedad similar a una plaga se abatió sobre ellos y
destruyó una muchedumbre incontable".
Aun así, saber que una fuerza tan masiva —que había tardado años en
reunirse y había mermado severamente los recursos del califato— ya
estaba junto a las murallas del archirrival del islam era una tentación
demasiado grande para que Omar ordenara una retirada. El nuevo califa
también sabía que nada podría reforzar sus credenciales tanto como la
conquista de ese reino infiel que seguía siendo una espina clavada en
el costado del islam. Así, mientras se recuperaba la fuerza terrestre
musulmana, equipó una nueva armada, compuesta por ochocientos barcos,
en los puertos de Alejandría y Libia. La flota llegó al amparo de la
noche y logró bloquear el Bósforo. Habiendo aprendido la lección del
fuego griego, los barcos fueron prudentes y se mantuvieron a distancia.
Justo cuando parecía haber llegado el principio del fin para
Constantinopla, llegó una entrega repentina y de la fuente menos
esperada: las tripulaciones que iban en la nueva armada del califato no
eran musulmanes árabes, sino cristianos egipcios (coptos). Como los
combatientes del califato se habían dispersado, y muchos habían muerto
durante el asedio en curso, el califa no tuvo más remedio que depender
de reclutas infieles forzados. Para disgusto de Omar, los marineros
egipcios "de estas dos flotas consultaron entre sí y, tras apoderarse
por la noche de las barcazas de transporte, buscaron refugio en la
ciudad y aclamaron al emperador. Mientras hacían esto", escribe
Teófanes, "parecía que el mar estaba cubierto de madera".
Las galeras de guerra musulmanas no solo perdieron una cantidad
significativa de hombres, sino que los coptos proporcionaron a León
información útil sobre la formación y los planes musulmanes. Con este
nuevo conocimiento, León mandó que zarparan los barcos de fuego.
Teniendo en cuenta la pérdida de tropas y el caos general que se
produjo después de que los egipcios abandonaran los barcos, el
enfrentamiento —o más bien la conflagración, porque las olas volvieron
a estar en llamas— fue más una derrota que una batalla.
Buscando sellar su victoria, León hizo que las flotas musulmanas en
retirada fueran perseguidas por mar. Las tribus búlgaras vecinas fueron
persuadidas por León, con "regalos y promesas", para atacar y masacrar
hasta 22.000 musulmanes cansados de la batalla y hambrientos.
A estas alturas, el califa Omar se dio cuenta de que todo estaba
perdido. Maslama, que sólo podía haber acogido con satisfacción la
convocatoria, fue llamado. El 15 de agosto de 718 —exactamente un año
después de comenzar— se levantó el sitio de Constantinopla. Pero las
dificultades de los musulmanes estaban lejos de terminar: una terrible
tormenta se tragó muchos barcos en el mar de Mármara; y las cenizas de
una erupción volcánica en la isla de Santorini incendiaron a otros.
De los 2.560 barcos que se retiraban de regreso a Damasco y Alejandría,
solo diez sobrevivieron, y de estos, la mitad fueron capturados por los
romanos, dejando solo cinco que llegaran y contaran la historia al
califa. En total, de los 200.000 musulmanes iniciales que se proponían
conquistar la capital cristiana, más los refuerzos adicionales de
primavera, solo unos 30.000 regresaron finalmente por tierra. La
inesperada salvación de Constantinopla, particularmente en el contexto
una némesis de tormentas marinas y volcanes que persiguieron y
engulleron a los infieles que huían, llevó a la creencia popular de que
la providencia divina había intervenido a favor de la cristiandad,
salvándola de "los insaciables y absolutamente perversos árabes", en
palabras de un contemporáneo.
A modo de castigo colectivo, un vengativo Omar, al no lograr someter a
los perros infieles al otro lado del camino, se apresuró a lanzar su
ira sobre los infieles que estaban bajo su autoridad. En palabras del
cronista Bar Hebraeus: "Y debido a la desgracia que sobrevino a los
árabes por su retirada de Constantinopla, en el corazón de Omar brotó
un gran odio contra los cristianos y los afligió duramente". Teófanes
da detalles: "Omar ... se dispuso a forzar a los cristianos a
convertirse; a los que se convirtieron los eximió del impuesto [yizia],
mientras que a los que se negaron a hacerlo los mató y así produjo
muchos mártires".
Que Constantinopla fuera capaz de rechazar a las fuerzas hasta entonces
imparables del islam es uno de los momentos más decisivos de la
historia occidental. La última vez que una gran extensión de tierra
había quedado abierta a la cimitarra del islam (tras la derrota
cristiana en
Yarmuk, en 636), miles de kilómetros cuadrados acabaron conquistados de
manera permanente. Si Constantinopla, el baluarte del flanco oriental
de Europa, hubiera caído, grandes partes o incluso la totalidad de
Europa podrían haberse convertido en el apéndice noroccidental del
califato, ya en el siglo VIII.
Como dice el historiador John Julius Norwich: "Si los sarracenos
hubieran capturado Constantinopla en el siglo VII en lugar del XV, toda
Europa, y América, podría ser hoy musulmana". Los primeros cronistas lo
sabían y se refirieron a esta fecha del 15 de agosto, día en que se
levantó el asedio, como una "fecha ecuménica", es decir, un día de
regocijo para toda la cristiandad.
Turquía también conoce esta
historia, pero busca deshonrarla, incluso por medio de su reciente
"triunfo": convertir la joya de la corona de Constantinopla, Santa
Sofía, en mezquita de la victoria.
Las citas históricas en esta narración se han tomado del libro del
autor, Sword and Scimitar: Fourteen
Centuries of War between Islam and the West.
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