6 de abril de
1453: comienza un fatídico asedio islámico
RAYMOND IBRAHIM
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El 6 de abril de 1453, los turcos otomanos
comenzaron su fatídico asedio a Constantinopla. ¿Qué lo provocó?
Después de todo, los turcos y los bizantinos tenían
tratados de paz preexistentes. ¿Tenían los turcos algún "agravio"
contra
la Nueva Roma?
No, era solo una yihad muy obsoleta, impulsada por la misma
lógica rigurosa que había provocado innumerables yihads anteriores:
convertirse al islam, o someterse como dimmíes de segunda clase, o
morir. Y el yihadista que la dirigía era el jefe supremo del Estado
otomano, el sultán Mehmet o Mahoma II (reinó 1451-1481), "el enemigo
mortal de los cristianos", por citar a un prelado contemporáneo.
(Nota: "Mehmet" es una transcripción de la pronunciación
turca de "Muhammad", Mahoma.)
Al
llegar a sultán en 1451, Constantinopla envió una embajada
diplomática para felicitarlo. El joven de 19 años respondió diciéndoles
lo que deseaban oír. "Juró por el dios de su falso profeta, por el
profeta cuyo nombre llevaba", escribía retrospectivamente un amargado
cristiano contemporáneo, "que él era su amigo y permanecería
durante toda la vida como amigo y aliado de la ciudad y de su
gobernante
Constantino [XI]". Ellos lo creyeron, pero Mehmet estaba sacando
ventaja
de "las artes más elementales del disimulo y el engaño", escribió
Edward
Gibbon. "La paz estaba en sus labios mientras la guerra estaba en su
corazón."
Lo que había en su corazón pronto se hizo evidente. A principios de la
primavera de 1453, Constantinopla, que tenía aproximadamente siete mil
defensores, observó impotente cómo cien mil yihadistas y cien buques de
guerra otomanos se abrían paso y la rodeaban por tierra y mar.
Y así, Mehmet comenzó el bombardeo el 6 de abril. Aunque trató de
escalar, atravesar y pasar bajo las murallas de la ciudad, avanzó poco.
Entonces,
unas seis semanas después, reunió y exhortó a sus hombres, diciendo:
"Como sucede
en todas las batallas, algunos de vosotros moriréis, según lo decrete
el
destino de cada cual. Recordemos las promesas de nuestro
profeta en el Corán acerca de los guerreros caídos: el hombre que muera
en
combate será transportado corporalmente al paraíso y cenará con Mahoma
en presencia de mujeres, apuestos efebos y vírgenes".
Aun así, el sultán Mehmet sabía que las recompensas aquí y ahora
siempre son preferibles a las promesas en el más allá. Como el jeque
Akshemsettin le había dicho en otra ocasión, "Bien sabéis que la
mayoría de los soldados [sobre todo los temidos jenízaros], en
cualquier caso, se han convertido [al islam] por la fuerza. El número
de los que están dispuestos a sacrificar su vida por el amor de Alá
es extremadamente pequeño. Pero, si vislumbran la posibilidad
de ganar un botín, correrán hacia una muerte segura".
Entonces, el "sultán juró... a sus guerreros que se les otorgaría el
derecho a saquearlo todo, capturar a cualesquiera, hombres o mujeres, y
todas
las propiedades y los tesoros que había en la ciudad; y que en ninguna
circunstancia rompería su juramento", escribió un prelado católico que
estaba allí presente. "No pidió nada para sí mismo, excepto los
palacios y
las murallas de la ciudad; todo lo demás, el botín y los cautivos,
serían para ellos".
El "anuncio de Mehmet fue recibido con gran alborozo", y miles de
gargantas emitieron oleadas de gritos atronadores: "¡Alahú Akbar!" y
"¡No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta!"
"¡Oh! Si hubierais escuchado sus voces elevarse al cielo", se admiraba
un cristiano que estuvo al otro lado de la muralla, "os habríais
quedado espantados de
asombro... Nosotros... nos asombramos ante tal fervor religioso, y
suplicamos a Dios con copiosas lágrimas que estuviera bien dispuesto
hacia nosotros." Todos aquellos "gritos tan terribles", relataba
otro testigo ocular, "se escucharon hasta en la costa de Anatolia, a
doce
millas de distancia, y nosotros los cristianos estábamos muertos de
miedo".
El día anterior, en el campamento otomano, se
ordenaron expiaciones, abluciones, rezos y ayunos, "bajo pena de
muerte". Fanáticos de toda laya se movilizaron para incitar a los
hombres a la
yihad. Exaltados, los "derviches visitaron las tiendas, para inculcar
el
deseo de martirio, y la certeza de pasar una eterna juventud en
medio de los ríos y los jardines del paraíso, entre abrazos de las
vírgenes de ojos negros [las legendarias huríes]", escribe un historiador moderno. Los
pregoneros recorrían el campamento haciendo sonar las cornetas:
"Hijos de Mahoma, sed de corazón fuerte,
mañana
tendremos tantos cristianos en nuestras manos que los venderemos, dos
esclavos por un ducado, y tendremos tantas riquezas que todos seremos
de oro, y de las barbas de los griegos haremos correíllas para nuestros
perros, y sus familias serán nuestros esclavos. Así que sed de corazón
fuerte y estad preparados para morir alegremente por el amor de nuestro
Mahoma [pasado y presente]."
Finalmente, el 29 de mayo, hacia las dos de la madrugada,
Mehmet desató el infierno entero contra Constantinopla: con el
estallido de las trompetas, los címbalos y los gritos de guerra
islámicos, el
fuego de los cañones iluminó el horizonte, mientras una bala tras otra
chocaban contra la muralla. Para aumentar el pandemonio sonaron las
campanas de las iglesias y las
alarmas. Tras la oleada inicial de disparos de
cañón, el sultán aplicó su estrategia: "atacar sucesivamente y
sin tregua con un cuerpo de tropas de refresco tras otro", según había
dicho a
sus generales, "hasta que acosado y agotado el enemigo sea incapaz de
seguir resistiendo".
Una y otra vez, oleada tras oleada, llegaban las hordas, todas ansiosas
del
botín o del paraíso, o simplemente por escapar del empalamiento. Con
escalas
y ganchos, lucharon, se agarraron y treparon por la pared. "¿Quién
podría
narrar las voces, los gritos de los heridos y los lamentos que
surgían en ambos bandos?" recordaba un testigo ocular. "El vocerío y el
estruendo llegaron más allá de los confines del cielo."
A las cuatro de la madrugada, el incesante fuego de cañón había abierto
varias brechas, que las aguerridas tropas de choque otomanas, los
jenízaros, compuestos por niños cristianos secuestrados y adoctrinados
en
la yihad, atacaron, aun cuando sus antiguos correligionarios se
mantenían firmes. Un testigo ocular ofrece una instantánea:
"[Los
defensores] lucharon valientemente con lanzas,
hachas, picas, jabalinas y otras armas ofensivas. Fue un encuentro
cuerpo a cuerpo, y detuvieron a los atacantes y les impidieron entrar
en la
empalizada. Hubo enorme griterío por ambos lados: sonidos mezclados con
blasfemias, insultos, amenazas, atacantes y defensores, tiradores y
malheridos, matadores y moribundos, todos aquellos que llenos de furia
y cólera hicieron toda clase de cosas terribles. Y fue algo digno de
ver: una dura lucha cuerpo a cuerpo con gran determinación y para
obtener las mayores recompensas, héroes combatiendo valientemente, una
parte [los otomanos] luchando con todo su poder para forzar a los
defensores a retroceder, tomar posesión de la muralla, entrar en la
ciudad, y caer sobre los niños y las mujeres y los tesoros; la otra
parte, agonizando valientemente por expulsarlos y proteger sus
posesiones,
aunque no lograran prevalecer ni conservarlos."
Pero fue demasiado tarde. El ejército musulmán prevaleció, y siguió un
baño de sangre de los ciudadanos de Constantinopla, muchos de los
cuales fueron sádicamente torturados, violados y asesinados. Y, como
observó otro contemporáneo, "se cumplió el dicho:" Comenzó con
Constantino [el Grande, que fundó Constantinopla, como "Nueva
Roma" cristiana, el año 325] y terminó con Constantino [XI, que murió
defendiéndola 1.128 años después]".
Nota. El
relato anterior ha sido extraído y adaptado de Sword and Scimitar: Fourteen Centuries of
War between Islam and the West. A menos que se
indique lo contrario, todas las citas proceden de testigos oculares
contemporáneos y de fuentes primarias documentadas.
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