La batalla de
Lepanto. Cuando los turcos desollaron vivos a los cristianos por
rechazar el islam
RAYMOND IBRAHIM
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El 7 de octubre de 1571, tuvo lugar uno de los
enfrentamientos más catastróficos entre el Islam y Occidente, en el que
este último aplastó y humilló por una vez al primero.
En 1570, los turcos musulmanes, bajo la égida del Imperio otomano,
invadieron la isla de Chipre, lo que llevó al papa Pío V a convocar y
formar una "Liga Santa" de Estados católicos marítimos, encabezada por
el Imperio español, en 1571. Antes de que pudieran llegar y ayudar a
Chipre, su último bastión en Famagusta fue tomado mediante traición.
Después de prometer a los defensores que estarían
a salvo si se rendían, el comandante otomano Ali Pachá, conocido como
Muezzinzade ("hijo de muecín") debido a su origen piadoso, se desdijo y
lanzó una matanza total. Ordenó que le cortaran la nariz y las orejas a
Marco Antonio Bragadin, el comandante de la fortaleza. Luego, Ali
conminó al
infiel mutilado a convertirse al islam para salvar la vida: "Soy
cristiano y como tal quiero vivir y morir", respondió Bragadin. "Mi
cuerpo es tuyo. Tortúralo como quieras".
Así que lo ataron a una silla, lo izaron repetidamente por el mástil de
una galera y lo arrojaron al mar, para burlarse: "¡Mira si puedes ver
tu flota, gran cristiano, a ver si viene socorro a Famagusta!" Luego
llevaron al hombre mutilado y medio ahogado cerca de la iglesia de san
Nicolás –transformada en mezquita– y lo ataron a una columna, donde lo
desollaron vivo lentamente. Después, rellenaron la piel con paja,
remedando una macabra efigie del comandante muerto y la exhibieron en
plan de burla ante los abucheos de los musulmanes.
Las noticias de esta y otras atrocidades y profanaciones de iglesias en
Chipre y Corfú enardecieron a la Liga Santa mientras navegaba hacia
oriente. Las dos flotas enemigas, que transportaban un total combinado
de 600 barcos y 140.000 hombres, la mayor parte en el lado otomano, se
avistaron finalmente y entraron en combate el 7 de octubre de 1571,
junto a
la costa occidental de Grecia, cerca de Lepanto. Siguió un baño de
sangre. Según cuenta un contemporáneo:
"La mayor furia de la batalla duró cuatro horas y fue tan sangrienta y
horrenda que el mar y el fuego parecían uno, muchas galeras turcas
ardiendo se hundían en el agua, y la superficie del mar, roja de
sangre, estaba cubierta de petos, turbantes, carcajes, flechas, arcos,
escudos, remos, cajas, cofres y demás botines de guerra de los turcos,
y sobre todo muchos cuerpos humanos, tanto cristianos como turcos, unos
muertos, otros heridos, otros desgarrados y otros que aún no se
resignaban a su destino luchando en su agonía mortal, mientras menguaba
su fuerza por la sangre que fluía de sus heridas en tal cantidad que el
mar estaba completamente coloreado por ella. Pero, a pesar de toda esta
miseria, nuestros hombres no se compadecían del enemigo. … Aunque
pidieran clemencia, en su lugar recibían disparos de arcabuz y lanzadas
de pica."
El punto crucial llegó cuando los buques insignia de las flotas
enfrentadas, el Sultana
otomano y el Real
cristiano, chocaron y se abordaron el uno al otro. Se produjo el caos
mientras los hombres peleaban por doquier; hasta los grandes almirantes
fueron vistos en la refriega, Ali Pachá disparando flechas y don Juan
de Austria blandiendo la espada y el hacha de batalla, una en cada mano.
Al final, "había un infinito número de muertos" en el Real,
mientras que "una enorme cantidad de grandes turbantes, que parecían
tan numerosos como lo había sido el enemigo, [se veían en la Sultana] rodando por la cubierta
con las cabezas dentro de ellos". Don Juan salió vivo, pero Ali Pachá
no.
Cuando los navíos turcos cercanos vieron la cabeza de Ali Pachá sobre
una pica en la Sultana
y un crucifijo donde antes ondeaba la bandera del islam, cundió la
desmoralización en masa y la confrontación marítima pronto cesó. La
Liga Santa perdió doce galeras y diez mil hombres, pero los otomanos
perdieron 230 galeras –117 de las cuales fueron capturadas por los
europeos– y treinta mil hombres.
Lepanto fue una victoria de primer orden, y tanto los católicos como
los ortodoxos y los protestantes se regocijaron.
En la práctica, sin embargo, no cambió gran cosa.
Chipre ni siquiera fue liberado por la Liga Santa. "Al arrebataros
Chipre, os hemos cortado un brazo", recordaron los otomanos penosamente
al embajador veneciano un año después. "Al derrotar a nuestra flota [en
Lepanto] nos habéis afeitado la barba. Un brazo una vez amputado no
volverá a crecer, pero una barba rapada vuelve a crecer mucho mejor
gracias a la navaja".
Aun así, esta victoria demostró que se podía detener a los implacables
turcos, que en décadas y siglos anteriores habían conquistado gran
parte de Europa oriental. Lepanto evidenciaba que los turcos podían
ser derrotados en un choque frontal, al menos por mar, que últimamente
había sido el último terreno de caza para el poder islámico. Como
Miguel de Cervantes, que estuvo en la batalla, hace decir a Don
Quijote: "Y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque
en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que
estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar".
Los historiadores modernos confirman esta posición. Según el
historiador militar Paul K. Davis, "Más que una victoria militar,
Lepanto fue una victoria moral. Durante décadas, los turcos otomanos
habían aterrorizado a Europa, y las victorias de Solimán el Magnífico
causaban gran preocupación en la Europa cristiana. … Los cristianos se
regocijaron por este revés para los otomanos. La mística del poder
otomano se vio empañada significativamente por esta batalla, y la
Europa cristiana se sintió alentada".
Sin embargo, por espectacular que fuera, la derrota en el mar no pudo
conmover lo que era ante todo un poder terrestre, de modo que, más de
un siglo después, en 1683, unos 200.000 otomanos armados penetraban
hasta las mismas puertas de Viena y la sitiaban.
Pero esa es otra historia –por no mencionar tampoco las otras muchas
yihads de Turquía hasta el presente–.
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