¿Arruinaron los cruzados ‘cinco siglos de coexistencia pacífica’ con el islam?

RAYMOND IBRAHIM





Si las noticias falsas son una «amenaza para la democracia», ¿qué hay de la historia falsa? Aunque más sutil –la historia falsa es ciertamente mucho más difícil de desenmascarar que las noticias falsas–, la primera es igual de peligrosa, si no más.


A diferencia de las «noticias», que son efímeras, las supuestas lecciones de la historia son mucho más concretas y duraderas. Tomemos como ejemplo los escritos históricos de John Esposito, galardonado profesor de Estudios Islámicos en la Universidad de Georgetown. Es autor de más de 35 libros sobre el islam; redactor jefe de numerosas obras de referencia de Oxford, entre ellas The Oxford Encyclopedia of the Modern Islamic World y The Oxford History of Islam; asesor del premiado documental de PBS Muhammad: El legado de un profeta (2002); y, quizá lo más notable, un experto en el islam, sobre todo en su apogeo tras el 11-S, cuando fue llamado con frecuencia para informar al Departamento de Estado, el FBI, la CIA, el Departamento de Seguridad Nacional y varias ramas del ejército.


Está claro que un hombre así conoce su islam. (Por cierto, yo fui estudiante de posgrado en el Centro de Estudios Árabes Contemporáneos de la Universidad de Georgetown, hace unos 25 años, donde se le trataba como a una celebridad cuya palabra sobre el islam era ley).


Pero la corrección política parece tener la última palabra en lo que respecta al islam, incluso en su obra.



La reivindicación


Consideremos el siguiente pasaje del libro de Esposito, Islam the Straight Path (p. 64):


«Transcurrieron cinco siglos de coexistencia pacífica antes de que los acontecimientos políticos y un juego de poder imperial-papal condujeran a una serie de siglos de las llamadas guerras santas que enfrentaron a la Cristiandad con el Islam, y dejaron un legado perdurable de incomprensión y desconfianza.»


Sí, han leído bien. Lo que dice Esposito es que, desde el año uno del calendario islámico (622), hasta la Primera Cruzada (1095), durante casi cinco siglos (473 años para ser exactos), musulmanes y cristianos vivieron en «coexistencia pacífica».


Esta afirmación ignora obscenamente varios acontecimientos cataclísmicos y fundacionales de la historia mundial. Solo en el primer siglo que siguió a la muerte de Mahoma, del 632 al 732, el recién fundado Estado musulmán invadió y conquistó tres cuartas partes del mundo cristiano, incluidos Oriente Próximo y el norte de África , que era la parte más antigua, rica y sofisticada de la cristiandad. La yihad islámica también conquistó España y casi Francia antes de ser finalmente detenida en 732 en la batalla de Tours.


Estas conquistas, como la mayoría, fueron sangrientas y salvajes. Las fuentes contemporáneas, tanto cristianas como musulmanas, hablan de la matanza o esclavización de miles y miles de cristianos; las primeras lamentan el hecho, las segundas se jactan. Quizá lo más importante es que las fuentes -específicamente las musulmanas- dejan inequívocamente claro que todas estas atrocidades se cometieron en nombre de la yihad: la razón por la que los musulmanes invadían y conquistaban las tierras de los «infieles» era porque el islam lo ordenaba.


Este no fue sino el primero de esos «cinco siglos de coexistencia pacífica» entre musulmanes y cristianos antes de la Primera Cruzada de 1095. No hay espacio aquí para repasar los otros siglos intermedios. Solo en el año 1009, el califa Al-Hakim bi-Amr Allah ordenó la destrucción ritual de 30.000 iglesias en Egipto y Siria, así que vayamos a las décadas anteriores a la Primera Cruzada.



¿«Mayormente pacíficos»?


En 1019, «la primera aparición de las bestias sedientas de sangre... la salvaje nación de los turcos entró en Armenia... y masacró sin piedad a los fieles cristianos con la espada», escribe Mateo de Edesa, una de las principales fuentes contemporáneas de este periodo (m. 1144). En 1049, los turcos llegaron a la ciudad no amurallada de Arzden y «pasaron a cuchillo a toda la ciudad, causando graves matanzas, hasta ciento cincuenta mil personas».


Otro testigo ocular, Aristakes el Griego, señala que «sin piedad, [los turcos] incineraron a los que se habían escondido en casas e iglesias». Se necesitaron 800 bueyes y 40 camellos para acarrear el inmenso botín, en su mayor parte tomado de las iglesias de Arzden, 800 de las cuales fueron después incendiadas ritualmente.


Durante el asedio turco a Sebastia (actual Sivas) en 1060, fueron destruidas 600 iglesias, y «muchas mujeres y niños fueron llevados al cautiverio». En otra incursión en territorio armenio, «muchas e innumerables personas fueron quemadas [hasta la muerte]».


Entre 1064 y 1065, el sultán Muhammad bin Dawud Chaghri, conocido entre los occidentales aduladores como Alp Arslan, el «León Valiente», sitió Ani, la capital de Armenia. Una vez dentro, los turcos «empezaron a masacrar sin piedad a todos los habitantes de la ciudad... y a amontonar sus cadáveres unos sobre otros... Innumerables e incontables niños de caras brillantes y preciosas niñas fueron capturados junto con sus madres».


No solo varias fuentes cristianas documentan el saqueo de la capital de Armenia, también lo hacen las musulmanas, a menudo en términos apocalípticos: «Quería entrar en la ciudad y verla con mis propios ojos», explicaba un árabe. «Intenté encontrar una calle sin tener que pasar por encima de los cadáveres. Pero resultó imposible».



Atrocidades históricas


Tampoco había muchas dudas sobre lo que alimentaba la animadversión de los turcos musulmanes: «Esta nación de infieles viene contra nosotros a causa de nuestra fe cristiana y están empeñados en destruir los preceptos de los adoradores de la cruz y exterminar a los fieles cristianos», explicaba a sus compatriotas en el relato de Mateo de Edesa un hombre llamado David, jefe de una región armenia. Por lo tanto, «es apropiado y justo que todos los fieles salgan con sus espadas y mueran por la fe cristiana». Eso hicieron, en vano.


A medida que los turcos se adentraban en Asia Menor, cometían las mismas atrocidades contra los griegos del Imperio Romano de Oriente (o «bizantino»).


El emperador Alejo I Comneno lo resumió en una carta a su amigo, el conde Roberto de Flandes, que se convertiría en uno de los primeros caudillos de la cruzada:


«Los santos lugares son profanados y destruidos de innumerables maneras. ... Nobles matronas y sus hijas, despojadas de todo, son violadas una tras otra, como animales. Algunos [de sus violadores] colocan desvergonzadamente a vírgenes delante de sus propias madres y las obligan a cantar canciones perversas y obscenas hasta que han terminado de hacer de las suyas con ellas ... Hombres de toda edad y condición, niños, jóvenes, ancianos, nobles, campesinos y lo que es aún peor y más angustioso, clérigos y monjes y, ay calamidad sin precedentes, incluso obispos son profanados con el pecado de sodomía [lo que significa que fueron violados].»



Contraataque


Y así, tras el paso de casi cinco siglos de ese tipo de «coexistencia pacífica», llegamos por fin a los orígenes de la Primera Cruzada. En el concilio de Clermont en 1095, el Papa Urbano II dijo a todos los asistentes lo que estaba sucediendo a los cristianos de Oriente:


«Ellos [los turcos musulmanes] han destruido completamente algunas de las iglesias de Dios y han convertido otras a los usos de su propio culto [como mezquitas]. Arruinan los altares con suciedad y profanación. Circuncidan a los cristianos y untan los altares con la sangre de la circuncisión o la arrojan a las pilas bautismales. Se complacen en matar a otros abriéndoles el vientre, extrayendo el extremo de sus intestinos y atándolo a una estaca. Luego, a latigazos, obligan a sus víctimas a dar vueltas alrededor de la estaca hasta que, cuando sus vísceras se han arrancado, caen muertas al suelo. A otros los atan, también, a estacas y les disparan flechas. A otros los agarran, les estiran el cuello e intentan ver si pueden cortarles la cabeza de un solo tajo de espada desnuda. ¿Y qué diré de las escandalosas violaciones de mujeres? ... ¿Quién reparará este daño si vosotros no lo hacéis?... ¡Levantaos y recordad las varoniles hazañas de vuestros antepasados!»


En ese momento, todos los caballeros presentes gritaron Deus vult (Dios lo quiere) y la Primera Cruzada se puso en marcha.


Así que ya saben lo que realmente condujo directamente a la Primera Cruzada, que, en el mundo imaginario de John Esposito, puso fin tristemente a «cinco siglos de coexistencia pacífica» entre musulmanes y cristianos.


Por cierto, la única vez que Esposito alude a la persecución histórica de los cristianos por los musulmanes es negándola. En relación con los caballeros que gritaron «Deus vult» en Clermont, por ejemplo, escribe: «Esto era irónico porque, como ha observado un erudito, ‘Dios puede haberlo deseado, pero no hay ninguna prueba de que los cristianos de Jerusalén lo desearan, o de que a los peregrinos les ocurriera algo extraordinario para provocar tal respuesta en ese momento de la historia’».


El académico al que cita Esposito es Francis E. Peters, en su ensayo Early Muslim Empires. Es evidente que este académico es tan delirante o deshonesto como Esposito. Afirmar que a los peregrinos cristianos no les ocurría nada extraordinario es en sí mismo extraordinario. He aquí, por ejemplo, lo que escribió Miguel el Sirio, un cronista contemporáneo. (Nota: cito a contemporáneos reales y testigos oculares para mostrar lo que ocurría entonces. Esposito cita a sus colegas.)


«Mientras los turcos gobernaban las tierras de Siria y Palestina, infligían heridas a los cristianos que iban a rezar a Jerusalén, los golpeaban, los saqueaban, [y] les cobraban el impuesto de capitación... Además, cada vez que veían una caravana de cristianos, en particular los procedentes de Roma y de las tierras de Italia, hacían todo lo posible por causarles la muerte de diversas maneras.»


Tal fue el destino de una peregrinación alemana a Jerusalén en 1064. Según uno de los peregrinos:


«Acompañaba este viaje una noble abadesa de cuerpo agraciado y de mirada religiosa. Dejando de lado los cuidados de las hermanas a ella encomendadas y en contra de sabios consejos, emprendió esta gran y peligrosa peregrinación. Los paganos la capturaron y, a la vista de todos, aquellos desvergonzados la violaron hasta que expiró, para deshonra de todos los cristianos. Los enemigos de Cristo cometían tales abusos y otros semejantes contra los cristianos.»

Así que ahí está la verdad sobre los «cinco siglos de coexistencia pacífica» entre musulmanes y cristianos según John Esposito, hasta que aquellos malvados cristianos europeos lo estropearon todo lanzando la Primera Cruzada.


Ahora preguntémonos lo siguiente: Si Esposito y tantos otros académicos y «expertos» a los que se consulta regularmente sobre la historia islámica pueden mentir tan flagrante mente sobre cinco siglos enteros, en un esfuerzo por culpar a los cristianos de iniciar la «mala sangre» con los musulmanes, ¿sobre qué más mienten cuando se trata de la relación del Islam con Occidente?



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