Constantinopla
salvó a la civilización occidental del islam
RAYMOND IBRAHIM
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El asedio de 717-718, según se muestra en un manuscrito búlgaro.
En aquel momento, una gran flota que transportaba
a decenas de miles de yihadistas a través del Mar de Mármara zozobró
en una feroz tormenta marina o se vio envuelta en llamas por una
erupción volcánica.
Lejos de morir de angustia, un año antes, en agosto de 717, estos
mismos yihadistas formaron parte de uno de los ejércitos islámicos más
grandes (200.000 combatientes) y más confiados que jamás haya invadido
y tratado de conquistar Constantinopla, la capital oriental de la
cristiandad.
Aunque los califas habían conquistado miles de kilómetros cuadrados de
territorio cristiano, desde Siria en oriente hasta España en occidente,
estaban insatisfechos; porque su profeta, Mahoma, había pedido
personalmente, bajo la apariencia de una "profecía", la conquista de
Constantinopla, prometiendo recompensas paradisíacas más allá de toda
imaginación (lo que es mucho decir) para quien lo lograra.
Mientras se dirigía hacia Constantinopla y devastaba todas las aldeas
cristianas por el camino, según un cronista, "tanto con la espada como
con el fuego", el emir Maslama ibn Abd al-Malik, hermano del califa,
juró que "entraría
en esta ciudad sabiendo que es la capital del cristianismo y su gloria;
mi único propósito al entrar es defender el islam y humillar la
incredulidad".
Debido a una crisis de sucesión y a la tormenta yihadista que se
acercaba a Constantinopla, la gente proclamó emperador a León
Isáurico, un veterano de guerra experimentado. Por un tiempo, esto
demostró ser un movimiento inteligente; el emperador, que conocía bien
el árabe y a los musulmanes, y había luchado contra ellos durante años
a lo largo de la frontera, defendió hábilmente la ciudad. Pero los
musulmanes, decididos, no cejaron y bombardeaban las murallas de
Constantinopla día y noche.
Un año más tarde, después de que sus muros se derrumbaran en buena
parte y después de que las vastas flotas de Maslama hubieran bloqueado
completamente la ciudad a través del Bósforo, el emir comenzó a hacer
los preparativos para el asalto final y total.
Pero entonces, justo antes de que pudiera hacerlo, el 15 de agosto,
llegó la entrega, y de donde menos se esperaba: las tripulaciones
de las flotas del califato no eran musulmanes árabes sino cristianos
egipcios (coptos). Debido a que los combatientes del califato se habían
dispersado, y muchos habían muerto de hambre durante el último año de
asedio, el califa no tuvo más remedio que echar mano de infieles
reclutados a la fuerza.
Para disgusto de Maslama, estos marineros egipcios "deliberaron
entre ellos y, después de tomar por la noche los esquifes de los
transportes, buscaron refugio en la ciudad y aclamaron al emperador;
mientras lo hacían -continúa el cronista- el mar parecía estar
cubierto de madera".
Las galeras de guerra musulmanas no solo perdieron una cantidad
importante de hombres, sino que los coptos proporcionaron al emperador
información útil sobre los planes inminentes de Maslama y sus
ejércitos.
Con esta nueva información, León ordenó que se echara a un lado la
pesada cadena que normalmente custodiaba el puerto, y en poco tiempo,
"los agentes de la destrucción estuvieron a mano": el emperador había
enviado los "barcos incendiarios" contra la flota islámica, que se
prendió
rápidamente "en llamas", escribe el cronista: "algunos de ellos se
estrellaron ardiendo contra las murallas que daban al mar, otros se
hundieron hasta el
fondo con sus tripulaciones, y otros fueron barridos por el fuego".
Al poco, Maslama no tuvo más remedio que levantar el asedio y
huir a bordo del resto de su flota con lo que quedaba de sus hombres.
Pero,
como se vio, los problemas de los musulmanes estaban lejos de haber
terminado:
una terrible tormenta se tragó muchos barcos en el mar de Mármara; y
las cenizas de una erupción volcánica en la isla de Santorini
prendieron fuego a otros.
De hecho, de los 2.560 barcos que se retiraron, solo diez
sobrevivieron, y de estos, la mitad fueron capturados por los
cristianos, dejando solo cinco para que arribaran a puerto y contaran
la historia al
califa.
Habiendo fracasado en someter a los infieles conforme a sus planes,
el vengativo califa se apresuró a descargar su ira contra los infieles
bajo su autoridad. Según otro cronista, "se dedicó a obligar a los
cristianos a convertirse; a los que se convirtieron los eximió de
impuestos [yizia], mientras
que a los que se negaron a hacerlo, los
mató y hubo muchos mártires.
El hecho de que Constantinopla fuera capaz de rechazar a las hasta
ahora imparables fuerzas del islam, que seis años antes habían
conquistado España y planeaban llegar a Constantinopla desde el oeste,
colocándola así en un movimiento de pinza, es uno de los momentos más
decisivos de la historia de Occidente. Como explicó una vez el
historiador John Julius Norwich: "Si los sarracenos hubieran capturado
Constantinopla en el siglo VII en vez de en XV, toda Europa (y
América) podría ser hoy musulmana".
Los primeros cronistas sabían esto y se referían el 15 de agosto, el
día en que se levantó el sitio, como una "fecha ecuménica", es decir,
un día de júbilo para toda la cristiandad.
Los musulmanes también sabían esto y nunca olvidaron la desgracia.
Llegarían más asedios, hasta el 29 de mayo de 1453, cuando Mehmet
II, el sultán otomano, finalmente conquistó Constantinopla, que durante
mucho tiempo había sido el bastión oriental de Europa contra el islam.
Como recordatorio inspirador del destino del islam de gobernar el
mundo, esa suprema victoria yihadista -reflejo de cómo el
islam espera su momento- llegó más de siete siglos después de que León Isáurico y
su pueblo confiaran en haber visto la culminación de la yihad- continúa
celebrándose en Turquía hasta el día de hoy.
Mientras tanto, en Occidente, que sufre un brote agudo de amnesia
histórica, particularmente en lo que respecta a aquellas cosas que
demuestran continuidades que se empeña en negar, la victoria de
Constantinopla
contra la yihad en 718 es, en el mejor de los casos, una nota al pie de
página de una historia sin sentido.
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