Las Cruzadas: ¿aventuras ‘supremacistas blancas’ caracterizadas por ‘injusticias y tragedias indecibles’?

RAYMOND IBRAHIM





En artículos recientes sobre las opiniones y tatuajes pro-Cruzadas de Pete Hegseth, vimos cómo la «izquierda» y su portavoz mediático se basan en la versión de la falsa historia de las Cruzadas. También expusimos la verdadera fuente de sus temores, a saber, que los cristianos por fin se dan cuenta de que la mayor virtud de su religión no es ser un felpudo, sino alzarse contra el mal.


Sin embargo, hay otros dos aspectos dignos de mención en el ataque de la izquierda contra Peter Hegseth.



¿Violencia de blancos contra morenos?


Lo primero es la noción de que cualquiera que tenga una opinión favorable a las Cruzadas es tachado automáticamente como «supremacista blanco». Esta extraña afirmación se hizo prácticamente en todos los artículos y reportajes escritos sobre las opiniones de Hegseth favorables a las Cruzadas, incluido un artículo del New York Times titulado «Pete Hegseth y su ‘grito de guerra’ por una nueva cruzada cristiana». En él se dice que la Cruz de Jerusalén (o cruz cruzada) y la frase latina Deus vult («Dios lo quiere») –ambas tatuadas en Hegseth– son «utilizadas por los supremacistas blancos».


Esta conexión se basa aparentemente en el hecho de que la inmensa mayoría de los cruzados de la historia eran europeos, y la inmensa mayoría de sus enemigos eran musulmanes. Pero esta dicotomía se basa en otra cosa: la conquista musulmana de tierras no europeas.


Una vez que el islam salió de Arabia en el siglo VII, conquistó todo el norte de África y Oriente Próximo, que era casi totalmente cristiano. Esos cristianos, que no eran europeos, fueron sometidos rápidamente: asesinados, convertidos al islam u obligados a vivir como dimmíes, súbditos acobardados del poder islámico.


Lo único que quedó de la cristiandad fue Europa (aunque también se conquistaron partes de ella, como España y más tarde Europa del Este). En otras palabras, lo único que quedaba para luchar en nombre de la cristiandad o defenderla era gente blanca.


Sin embargo, este hecho se ha impregnado ahora de «racismo». A los que están obsesionados con la política de identidad no les importa por qué resultó que fueran los blancos los que finalmente respondieron a la incesante agresión y expansión musulmana –la razón es que ellos eran todo lo que quedaba de la Cristiandad libre–. Entonces resulta que todo lo que ven es blancos contra no blancos, una fórmula que siempre convierte a los primeros en agresores y a los segundos en víctimas.


Así que ahora, aprobar o apreciar las Cruzadas ya no es aprobar o apreciar las causas justas en defensa de los débiles, sino albergar tendencias «supremacistas blancas». No son más que insultos para disuadir a la gente de tener una opinión favorable de las Cruzadas, lo que ahora se interpreta como ser racista.



Todas las guerras son trágicas


El otro aspecto digno de mención que salió a la luz en la plétora de artículos sobre Hegseth se refiere a las disculpas instintivas ofrecidas por aquellos que tienen una visión favorable de las Cruzadas. El New York Times y otros medios de comunicación citaron a varios eruditos que tienen una visión más objetiva de las Cruzadas, pero aún así advirtieron que durante ellas ocurrieron muchas cosas horribles. Entre ellos parece estar el propio Hegseth:


«El Sr. Hegseth ha escrito que aunque las Cruzadas estuvieron llenas de injusticias y tragedias indescriptibles, la alternativa habría sido ‘horrible’, porque es la civilización occidental la que ha alimentado los valores de la ‘libertad’ y la ‘igualdad ante la justicia’.»


Por supuesto que hubo «injusticias y tragedias indecibles» durante las Cruzadas. Pero el impulso a señalar esto cada vez que se habla de las Cruzadas plantea una cuestión importante: ¿Ha habido alguna vez una guerra –especialmente una que se haya extendido durante dos siglos– que no conllevara «injusticias y tragedias indecibles»? No, no la ha habido. Incluso las guerras más románticas de la tradición patriótica conllevaron atrocidades, violaciones e injusticias. Al fin y al cabo, esa es la naturaleza de la guerra, de todas las guerras.


Entonces, ¿por qué siempre y solo en el caso de las Cruzadas debemos hacer advertencias y aclararnos la garganta cuando tratamos de ellas? ¿Por qué no hacemos lo mismo cuando hablamos, por ejemplo, de la Guerra de la Independencia, la Primera Guerra Mundial, etc.? ¿Quién condena ahora rotundamente el papel de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial porque los soldados estadounidenses violaron a 14.000 mujeres civiles en Alemania, Francia e Inglaterra? ¿Quién comienza cada conversación sobre el papel de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial haciendo referencia a estas violaciones masivas como prueba de que la guerra contra Hitler era ilegítima?


En resumen, en todas las guerras ocurren «cosas malas». Aunque eso es un hecho, rara vez mancha la validez de cualquier guerra, excepto, por supuesto, las Cruzadas (aunque, en realidad, las «injusticias y tragedias indescriptibles» que ocurrieron a manos de los cruzados fueron a menudo leves en comparación con las cometidas en las guerras modernas, por no hablar de las cometidas por sus enemigos musulmanes, aunque todas ellas reciben un pase).


Para ser justos, o bien empezamos a lamentarnos cada vez que mencionamos una guerra, o bien dejamos de señalar a las Cruzadas para que reciban ese trato, demandándoles siempre un nivel tan alto de exigencia que es imposible de alcanzar.


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