Decapitados por Cristo: el gran martirio olvidado
RAYMOND IBRAHIM
|
El 4 de julio se conmemoró el aniversario de la
batalla de Hattin, una de las derrotas más catastróficas de los
cristianos a manos de las fuerzas del islam en la historia. Esta
batalla condujo directamente a la caída de Jerusalén, controlada por
los cruzados, en manos de Saladino en 1187.
Después de eso tuvo lugar un acontecimiento mucho
menos conocido, pero igualmente horrible: la decapitación ritual de los
monjes guerreros de la cristiandad. A diferencia de los cruzados
capturados, a estos caballeros se les negó el rescate. De hecho,
Saladino llegó a «rescatar» a 300 templarios y hospitalarios de sus
captores musulmanes por 50 dinares cada uno, simplemente para
asegurarse de poder presenciar personalmente su matanza, si rechazaban
su «magnánima» oferta: cualquier caballero dispuesto a pronunciar las
palabras de la profesión de fe islámica sería perdonado y acogido en la
umma como un hermano.
Luego los envió a una prisión improvisada en el desierto para que contemplaran su destino.
Una oferta que podían rechazar
Aquella noche, en medio de los gritos y burlas de
sus captores, los hermanos del Temple y del Hospital no se dejaron
llevar por el pánico ni suplicaron. Al contrario, reafirmaron sus votos
a Cristo y se prepararon para lo que no veían como una condena, sino
como un martirio.
Como registra el contemporáneo Itinerarium peregrinorum:
«Un cierto templario llamado Nicolás había tenido
tanto éxito en persuadir al resto para que aceptaran la muerte
voluntariamente que los demás lucharon por adelantarse a él, y solo él
logró obtener primero la gloria del martirio, un honor por el que se
esforzó mucho.»
El historiador del siglo XIX Charles G. Addison describe vívidamente su pasión final:
«Los monjes guerreros del Temple y del Hospital,
los defensores más valientes y celosos de la fe cristiana, eran, de
todos los guerreros de la cruz, los más odiados por los musulmanes
fanáticos... En consecuencia, en el sábado cristiano, a la hora del
atardecer... los musulmanes se dispusieron en formación de batalla...
y, al sonido de la trompeta sagrada, todos los caballeros cautivos...
fueron conducidos a la prominencia sobre Tiberíades, a la vista del
lago de Genesaret... Allí, mientras los últimos rayos del sol se
desvanecían de las cimas de las montañas, se les pidió que renegaran de
Aquel que había sido crucificado... Todos se negaron y fueron
decapitados en presencia de Saladino.»
Tanto los cronistas cristianos como los musulmanes coinciden en el motivo por el que Saladino dictó las órdenes.
El Itinerarium peregrinorum afirma sin rodeos que él: «Decidió exterminarlos por completo porque sabía que superaban a todos los demás en la batalla».
Los más valientes de los valientes
Ibn al-Athir, un historiador musulmán contemporáneo, se hizo eco de lo mismo:
«Aquellos dos grupos fueron seleccionados
especialmente para ser ejecutados porque tenían el mayor valor de todos
los francos... Él [Saladino] escribió a su lugarteniente en Damasco
ordenándole que matara a todos los que cayeran en sus manos... Era
costumbre [de Saladino] ejecutar a los templarios y hospitalarios
debido a la feroz enemistad de ellos hacia los musulmanes y a su gran
valentía.»
El testigo ocular Imad al-Din, funcionario de la
corte de Saladino, ofrece el relato más detallado. Tras la batalla, oyó
a Saladino declarar: «Purificaré la tierra de estas dos razas inmundas
[templarios y hospitalarios], pues es evidente que no desistirán de su
agresividad y no servirán en cautiverio».
Así que –continúa–:
«[Saladino] ordenó
que fueran decapitados, prefiriendo que
murieran antes que tenerlos en prisión. Muchos de los hombres del
sultán, en particular unos ulemas adeptos al sufismo, suplicaron el
favor de que se les
permitiera matar a un prisionero. Desenvainaron sus cimitarras
y se pusieron a decapitarlos. Saladino, con el rostro radiante de
alegría, permanecía
sentado en su estrado.»
Un asunto sangriento
Imad relata cómo algunos verdugos «cortaron y
degollaron limpiamente», mientras que otros lo hicieron de forma
descuidada. Al final, algunos vacilaron, incapaces de soportar la
tarea. Pero Imad ensalza a un verdugo entusiasta —posiblemente el
propio Saladino— que:
«Mató a los infieles [kufr] para dar vida
al Islam... Lo vi cómo se reía con desdén y mataba, cómo hablaba y
actuaba; cuántas promesas cumplió, cuántos elogios ganó, las
recompensas eternas que obtuvo con la sangre que derramó, las obras
piadosas que se añadieron a su cuenta con cada cuello que cortaba.»
Curiosamente, la matanza de los caballeros del
Temple y del Hospital, que está ampliamente documentada tanto en
relatos cristianos como musulmanes, por alguna extraña razón nunca ha
aparecido en ninguna de las películas de gran presupuesto de Hollywood
que, por lo demás, giran en torno a la «magnanimidad» de Saladino,
sobre todo El reino de los cielos, de Ridley Scott, de 2005.
Mientras tanto, este episodio, tan bien
documentado y celebrado en las fuentes musulmanas, sigue inspirando a
las organizaciones yihadistas actuales. El Estado Islámico de Irak y
Siria (ISIS) ha realizado varias películas inspiradas intencionadamente
en la decapitación de los caballeros de las órdenes militares por parte
de Saladino, siendo la más notoria la decapitación, por parte del ISIS,
de 21 cristianos coptos en Sirte, Libia, en 2015.
La cuestión es que los caballeros del Temple y
del Hospital se comprometieron tan firmemente a luchar contra la
agresión islámica que, cuando llegó el momento, eligieron el martirio
en lugar de la vida.
Y, sin embargo, hoy en día, muchos cristianos
occidentales blandos y secularizados —prácticamente indistinguibles de
sus homólogos ateos— se acomodan confortablemente en su mundo
materialista mientras condenan a aquellos hombres por no ser
«verdaderos» cristianos.
|
|
|