La guerra de Egipto contra la memoria cristiana. La desaparición de iglesias y cementerios coptos
RAYMOND IBRAHIM
|
La crisis en torno a la histórica iglesia de la
Virgen María en Rashid, gobernación de Beheira, Egipto, ha vuelto a
estallar, esta vez con descarados intentos de destruir lo que queda del
monumento cristiano. Los autores no son «radicales» anónimos, sino los
hijos de un consejero del tribunal penal (juez), hombres influyentes
que actúan como gánsteres, decididos a demoler los restos de la iglesia
antes de que se lleve a cabo una inspección gubernamental. Su objetivo
es claro: borrar todo rastro de la identidad cristiana de la iglesia
antes de que la ley pueda intervenir.
Solo gracias a la intervención de la policía de
Rashid se detuvo la demolición total en pleno acto. El intento fue
denunciado por el padre Luka Asaad, sacerdote de la iglesia, que se ha
negado a guardar silencio incluso a riesgo de su propia seguridad.
Describió el incidente como «un intento de borrar la identidad
histórica de la iglesia antes de que concluyeran las etapas del
litigio». Por denunciarlo, fue golpeado, arrastrado fuera de su iglesia
y le robaron el teléfono cuando intentaba documentar la destrucción.
Los trabajadores pagados para destruir las
cúpulas y el techo de la iglesia lo hicieron bajo el endeble pretexto
de los «derechos de propiedad». Uno de los hijos de un consejero
—irónicamente, un juez de alto rango del poder judicial egipcio— afirma
que compró la iglesia en 1990 a la comunidad griega. Aunque fuera
cierto, tal afirmación es irrelevante: el propio poder judicial egipcio
ha dictaminado que las iglesias, al igual que las mezquitas, no pueden
comprarse, venderse ni demolerse. Pero el oportunismo no tiene nada que
ver con la ley y sí con apoderarse de las propiedades cristianas
escondiéndose tras una fachada legal.
La iglesia de Rashid, construida a principios del
siglo XIX y que en su día perteneció al Patriarcado Ortodoxo Griego
antes de ser confiada a los coptos durante el reinado del papa Shenouda
y el obispo Anba Pachomius, no es una simple parcela inmobiliaria. Al
igual que el monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, que se enfrenta
a problemas similares, es un monumento religioso e histórico.
Sin embargo, desde 2009, ha sido desmantelada
pieza a pieza: primero su campanario, luego grandes secciones del
edificio de la iglesia y ahora el techo y las cúpulas. Se trata simplemente
de una destrucción premeditada. El hecho de que los agresores estén
vinculados al poder judicial egipcio no hace sino subrayar el
escándalo: quienes deberían defender la justicia están liderando el
ataque contra el patrimonio cristiano autóctono de la nación.
Irónicamente, el caso lleva ante los tribunales desde 2009, sin que se
haya dictado aún una sentencia definitiva.
Por si fuera poco, como si despojar a una iglesia
no fuera suficiente, los coptos de Rashid también sufrieron, una vez
más, la profanación de su cementerio. En agosto de 2025, las
autoridades locales demolieron el muro protector que rodeaba el
cementerio copto, a pesar de que la iglesia había obtenido una licencia
oficial (n.º 6 de 2025) para construirlo. El muro se había terminado de
construir recientemente, con un gran coste, y su finalidad era sencilla
y necesaria: salvaguardar la dignidad de los difuntos. Sin embargo, las
excavadoras llegaron sin previo aviso ni explicación y lo derribaron,
como si las tumbas cristianas no tuvieran derecho a protección.
Los sacerdotes coptos de Rashid expresaron su
indignación por esa acción arbitraria, subrayando que no se trataba
solo de ladrillos y cemento, sino de un ataque a la «santidad de los
lugares de descanso eterno de nuestros hijos y padres». Sus peticiones
para que se construya una carretera adecuada hasta el cementerio
—prometida por las autoridades municipales en noviembre de 2024— siguen
siendo ignoradas. Las apelaciones a los parlamentarios no han obtenido
respuesta. Las quejas presentadas en El Cairo, incluso a la presidencia
y al gabinete, siguen en el limbo. El silencio y la negligencia agravan
la injusticia.
No es una coincidencia. Rashid es un microcosmos
de la guerra más amplia que libra el Egipto musulmán contra su
patrimonio cristiano. El guion es claro y se repite una y otra vez: los
actores islamistas utilizan reclamaciones (a veces falsificadas) o
«compras» para justificar la confiscación de iglesias. Las autoridades
miran para otro lado o, lo que es peor, envían ellas mismas las
excavadoras. Las protecciones legales y las sentencias judiciales
existen sobre el papel, pero se ignoran en la práctica. Los coptos son
golpeados cuando se resisten; sus iglesias son desmanteladas mientras
están pendientes de inspección; sus cementerios son demolidos incluso
cuando cuentan con licencia oficial.
Mientras tanto, las mezquitas son intocables. Los
lugares musulmanes gozan de protección absoluta, mientras que los
cristianos son prescindibles. Este doble rasero revela la verdad: los
cristianos de Egipto viven como ciudadanos de segunda clase en su
propia tierra ancestral, y su patrimonio es blanco no solo de
oportunistas islámicos, sino del mismo Estado que dice garantizar la
igualdad.
Para que quede claro, la destrucción de la iglesia
de Rashid y la demolición del muro del cementerio no son «incidentes
aislados». Forman parte de un empeño sistemático en todo Egipto.
Desde Alejandría hasta Menia, desde el Alto Egipto hasta el propio El
Cairo, las iglesias coptas son frecuentemente cerradas, se les niegan
los permisos o son confiscadas con pretextos que van desde «riesgos
para la seguridad» hasta «falta de autorización». Los monasterios se
enfrentan a irrupciones. Los cementerios son descuidados o destruidos.
Incluso cuando la atención internacional obliga al Gobierno a
reconstruir, el proceso se prolonga, mientras la comunidad sufre.
Lo que está ocurriendo en Rashid es lo que ha
ocurrido —y sigue ocurriendo— en todo el país: la lenta confiscación e
islamización de los espacios cristianos. Los métodos pueden diferir
—artimañas judiciales, violencia colectiva, obstrucción burocrática, o
demolición directa—, pero el objetivo es el mismo: borrar la presencia
cristiana del paisaje y la memoria de Egipto.
|
|
|