Cómo el islam
deificó el tribalismo
RAYMOND IBRAHIM
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Aparte de su barniz religioso, el islam puede
definirse y entenderse fácilmente mediante una palabra totalmente
arreligiosa: tribalismo, la
ruina de cualquier sociedad democrática o pluralista.
El hecho es que todo el atractivo del llamamiento de Mahoma a los
árabes de su tiempo radicaba en su compatibilidad con sus costumbres
tribales, tres en particular: la lealtad a la propia tribu; la
enemistad hacia las otras tribus; y las razias contra estas últimas
para enriquecerse y fortalecerse.
Para los árabes del siglo VII, y más tarde para los pueblos tribales,
principalmente los turcos y los tártaros, que también encontraron un
atractivo natural en el islam y se convirtieron, la tribu era lo que la
humanidad es para la gente moderna: formar parte de ella era ser
tratado con humanidad; estar fuera de ella era ser tratado de forma
inhumana. Esto no es una exageración: el filósofo musulmán Ibn Jaldún
(muerto en 1406) describió a los árabes de su tiempo (por no hablar de
los de la era más primitiva de Mahoma, ocho siglos antes) como "los
seres humanos más salvajes que existen. En comparación con los pueblos
sedentarios, están al mismo nivel que los animales salvajes e
indomables y las estúpidas bestias de presa. Esa gente son los árabes".
Mahoma reforzó la dicotomía del tribalismo, pero
priorizando a los correligionarios musulmanes sobre los parientes
consanguíneos. Así, en la Constitución
de Medina,
afirmaba que "un creyente no matará a un creyente por causa de un
descreído, ni ayudará a un descreído en contra de un creyente". Además,
todos los musulmanes debían hacerse "amigos unos de otros con exclusión
de los forasteros".
De ahí nació la umma, una
palabra árabe relacionada etimológicamente con la palabra "madre" y que
significa la "supertribu" islámica que trasciende las barreras
raciales, nacionales y lingüísticas; y su enemigo natural permanecía
fuera de ella.
La doctrina islámica de al-wala
'wa'l-bara'
("lealtad y enemistad"), que Mahoma predicó y el Corán manda, recoge
todo esto. El Corán llega al extremo de mandar que todos los musulmanes
"rechacen" y "repudien" a sus parientes no musulmanes –"incluso si son
sus padres, sus hijos, sus hermanos o sus parientes más cercanos"– y
que sientan solo "enemistad y odio" hacia ellos, hasta que "crean solo
en Alá" (Corán 58,22 y 60,4; también 4,89; 4,144; 5,51; 5,54; 9,23 y
60,1). Estos versículos hacen referencia a varios compañeros cercanos
de Mahoma, que renunciaron y finalmente asesinaron a sus propios
parientes no musulmanes como muestra de su lealtad a Alá y a los
creyentes: uno mató a su padre, otro a su hermano, un tercero –Abu
Bakr, el primer califa– intentó matar a su hijo, y Omar, el segundo
califa, asesinó a varios parientes. (Para más información, consulten el
tratado de casi sesenta páginas, "Lealtad y enemistad", en The Al Qaeda
Reader).
De ahí nació la yihad. Como solo existían dos tribus, la umma
islámica en una tienda y las tribus deshumanizadas del mundo en otra,
se exhortó a los musulmanes a atacar y subyugar a todos esos "infieles"
con el fin de formar su suprema supertribu.
En resumen, los vínculos de sangre tribales se cambiaron por vínculos
religiosos, es decir, islámicos.
Esta cosmovisión dicotomizada permanece consagrada en el mandato de la
ley islámica, o saría, que
ordena que Dar al-Islam (la
"Casa del islam") debe luchar contra Dar
al-Kufr (la "Casa de los infieles") permanentemente hasta que la
primera subsuma a la segunda.
Igualmente explica por qué otras sociedades tribales, además de los
árabes, sucumbieron también al atractivo del islam.
Por ejemplo, en la epopeya más antigua de los turcos, el Libro de Dede Korkut
(basado en tradiciones orales), las tribus turcas recién convertidas
conservan prácticas paganas que el islam desaprueba o prohíbe:
comen carne de caballo y beben vino y otras bebidas fermentadas; y sus
mujeres son, en comparación con las musulmanas, relativamente libres.
Solo en el contexto de las razias contra el "infiel" –que viene a
reemplazar al "extraño a la tribu"– son evidentes los ecos del islam en
sus vidas. "Voy a arrasar la tierra de los sanguinarios infieles,
cortaré cabezas y derramaré sangre, haré que el infiel vomite sangre,
capturaré esclavos y esclavas", es una típica jactancia antes de la
batalla. "Destruyeron la iglesia de los infieles, mataron a sus
sacerdotes e hicieron una mezquita en su lugar. Se proclamó la llamada
a la oración, se recitó la invocación [o shahada]
en el nombre de Alá Todopoderoso. Escogieron para sí los mejores
pájaros cazadores, los más finos objetos, las más hermosas muchachas",
es un relato típico de las piadosas hazañas de aquellos turcos recién
convertidos.
Por lo demás, el islam está ausente de sus vidas.
Aunque la clase dirigente persa y árabe no estaba al principio
impresionada por la piedad turca, elogiaron a los nuevos conversos
porque "luchan en el camino de Alá, librando la yihad contra los
infieles" (entonces como ahora, esta ha sido siempre una manera cínica
de
disculpar un comportamiento nada islámico).
Lo mismo ocurrió con los mongoles que abrazaron el islam. Como observó
una vez Ricoldo de Monte Croce (muerto en 1320), "los tártaros habían
adoptado el islam porque era la religión fácil, así como el
cristianismo era la difícil". Mientras que el islam complementaba su
anterior modo de vida tribal, el cristianismo lo cuestionaba.
Así pues, la contribución más perdurable de Mahoma a la historia
mundial es que, al incorporar las costumbres tribales de la Arabia del
siglo VII en un paradigma teológico, también deificó el tribalismo en
una especie de hipertribalismo,
lo que hizo que sobreviviera a su entorno histórico y desembocara
dramáticamente en la era moderna. Mientras que muchas civilizaciones
del mundo han sido capaces de abandonar, o al menos atemperar, su
tribalismo histórico, para los musulmanes parece imposible, puesto que
romper con el tribalismo es romper con Mahoma y sus leyes –romper con
las enseñanzas islámicas fundamentales–.
De ahí la fuerte resistencia a la asimilación en Occidente; la creación
de enclaves y zonas de exclusión clánicas; las incesantes actividades
subversivas de grupos como los Hermanos Musulmanes y l Consejo de
Relaciones Islámico-Americanas (Estados Unidos); y los estallidos
esporádicos de terrorismo y delitos de odio.
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