La batalla de
Manzikert: ‘subyugación de la cristiandad por el islam’
RAYMOND IBRAHIM
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Pintura de Romano Diógenes capturado en
Manzikert. Recuadro: boceto de su última resistencia.
El 26 de agosto de 1071, tuvo lugar una de las
batallas más decisivas de toda la historia mundial: la de Manzikert,
que inició el proceso de creación del futuro Estado de Turquía sobre
Asia
Menor, hasta entonces cristiana.
Vale la pena contar la historia de lo que sucedió aquel día y en los
días de antaño.
En 1019, "la primera aparición de las bestias sedientas de sangre ...
la nación salvaje de infieles llamados turcos entró en Armenia", en el
este de Anatolia, "y masacró sin piedad a los fieles cristianos a filo
de
espada", escribe un cronista. En los años y décadas siguientes,
prácticamente toda Armenia
fue diezmada:
cientos de miles fueron masacrados o esclavizados, y miles de iglesias
incendiadas o profanadas, incluso convirtiéndolas en mezquitas:
"¿Quién es capaz de relatar los acontecimientos y los ruinosos hechos
que sobrevinieron a los armenios? Todo estaba cubierto de sangre... A
causa de la gran cantidad de cadáveres, la tierra apestaba, y Persia
entera se llenó de innumerables cautivos; de modo que toda esa nación
de bestias se embriagó de sangre. Todos los seres humanos de fe
cristiana se deshacían en lágrimas y en dolorosa aflicción."
Tampoco hubo muchas dudas sobre lo que excitaba el ánimo de los
turcos: "Esta nación de infieles", explicaba un jefe militar, "viene
contra nosotros a causa de nuestra fe cristiana y están decididos a
destruir el orden social de los adoradores de la cruz y exterminar a
los fieles cristianos". Por tanto, "es conveniente y justo que todos
los fieles salgan con sus espadas y mueran por la fe cristiana". Muchos
eran de la misma opinión. Las crónicas hablan de monjes y sacerdotes,
padres, esposas y niños, todos mal armados, pero celosos por proteger
su
modo de vida: salieron a enfrentarse con los invasores, solo para
ser masacrados o esclavizados.
Las hordas turcas, bajo la autoridad hegemónica de la tribu selyúcida,
no se contentaron con Armenia. Continuaron cabalgando hacia occidente a
través de la planicie de Anatolia, que entonces formaba parte del
Imperio Romano de Oriente ("Bizancio"), dejando a su paso un rastro de
humo y
destrucción. Al convertirse en emperador en 1068, Romano
Diógenes se propuso actuar. En 1069, había congregado y puesto en
marcha un enorme ejército hacia las profundidades de Asia Menor,
liberando de los turcos a numerosas ciudades.
Las dos fuerzas finalmente se encontraron cerca de la ciudad de
Manzikert, justo al norte del lago Van. El sultán turco, Mehmet bin
Dawud, más conocido en la posteridad como "Alp Arslan" o "León
Heroico", envió una delegación para parlamentar con Romano, con "el
pretexto de la paz", aunque en realidad "para ganar tiempo", según
explica
Miguel Attaleiates, que estuvo presente. Esto solamente "animó al
emperador a la guerra".
Romano rechazó a los emisarios, los obligó a postrarse ante él y les
ordenó que dijeran a su sultán que "no habrá ningún tratado... y no
volverán a casa sino después de haber hecho en tierras del islam
algo parecido a lo que ellos habían hecho en tierras de Roma
[Bizancio]".
Luego, habiendo "despedido al embajador con el mayor desprecio", Romano
incitó a sus hombres a la guerra con "palabras de extraordinaria
violencia".
Mehmet exhortó a sus hombres a la yihad y les recordó que en cualquier
caso iban a ganar: "Si se nos da la victoria sobre ellos, [muy bien].
Si no,
iremos como mártires al paraíso". "¡Estamos contigo!" vociferaron los
hombres al unísono cuando terminó su arenga, seguido de un estertor de
"Allah Akbar" que, según se
cuenta, "hizo temblar las montañas".
Llegado el momento, "la música marcial resonó por ambos lados y el
polvo del
campo de batalla se elevó como las nubes en el cielo": los dos
ejércitos se
enfrentaron en ese fatídico viernes 26 de agosto de 1071.
La batalla se desarrolló de la forma habitual: la caballería turca, en
formación creciente que ocultaba su menor número, aceleró y lanzó
descargas de flechas, antes de retirarse rápidamente. Cayeron
multitud de hombres y caballos romanos; algunos incluso rompieron
filas y huyeron. Sin desanimarse, Romano mantuvo la línea y avanzó con
sus fuerzas; pero debido a que los turcos tenían terreno ilimitado
hacia donde retroceder, el ejército cristiano nunca lograba
arrinconarlos
y
acabar con ellos, aun cuando los turcos continuaban empleándose en
tácticas efectivas de ataque y huida.
Cuando casi había terminado el día, Romano ordenó volver al
campamento, único lugar donde alimentar a sus hombres y abrevar
a sus caballos. Pero, tan pronto dieron la espalda, los turcos lanzaron
un
asalto total, "arrojándose ferozmente sobre los romanos con alaridos
aterradores". Se produjo el caos. "Todos gritaban despavoridos y
se precipitaban en desorden. Nadie podía decir lo que estaba pasando…
Fue
como un terremoto con aullidos, sudor, una súbita oleada de miedo,
nubes de polvo y, sobre todo, los turcos galopando alrededor nuestro",
recordaba Attaleiates más tarde.
La Guardia Varangian de Romano (la tropa de choque imperial, formada
por
guerreros del norte, que siempre estaban junto al emperador al que
servían) fue rodeada y, a pesar de luchar valientemente, fueron
uno a uno exterminados. Al ver que estaba "abandonado y completamente
sin ayuda,
[Romano]
desenvainó su espada y cargó contra sus enemigos, matando a muchos de
ellos y haciendo huir a otros. Pero estaba acosado por una multitud de
adversarios y resultó herido en la mano. Lo reconocieron y lo rodearon
completamente. Una flecha hirió a su caballo, que resbaló y
cayó, arrastrando consigo al jinete. Entonces, el emperador de los
romanos fue capturado y conducido encadenado ante el sultán".
Peor aún, el otrora orgulloso y arrogante Romano se convirtió en el
primer emperador romano en más de mil años en experimentar la ignominia
de ser hecho prisionero en el campo de batalla. "Los que escaparon
fueron
solo una pequeña fracción", señala otro cronista. "De la mayoría,
algunos fueron llevados cautivos, el resto masacrados". Una crónica
musulmana confirma que los cristianos "fueron asesinados en tal
cantidad que todo el valle donde los contendientes se enfrentaron quedó
colmado [de cadáveres] de lado a lado".
El sultán Mehmet proclamó la victoria y envió apresuradamente a Bagdad
"la cruz
y lo que se había arrebatado a los bizantinos", y "el califa y
los musulmanes se regocijaron". Bagdad se decoró de una manera sin
precedentes y se erigieron cúpulas. Fue una gran victoria como nunca
antes había visto el islam", escribe un historiador damasceno.
La batalla, además, abrió las puertas a la conquista permanente de Asia
Menor. Antes de ser asesinado, el León Heroico había ordenado a los
turcos que "fueran como cachorros de león y crías de águila, corriendo
a través de los campos día y noche, matando a los cristianos y sin la
menor
misericordia con la nación romana". Esto es lo que hicieron. Y "los
emires se
esparcieron como langosta sobre la faz de la tierra", invadiendo todos
los rincones de Anatolia, saqueando algunas de las ciudades más
importantes de la Cristiandad antigua, incluyendo Éfeso, patria de san
Juan
Evangelista; Nicea, donde se formuló el credo del cristianismo en 325;
y Antioquía, la sede original de san Pedro.
"Todo lo que quedó fueron campos devastados,
árboles talados, cadáveres
mutilados y poblaciones enloquecidas por el miedo o en llamas". Se
cuenta que cientos de miles de cristianos de Anatolia fueron
masacrados,
o esclavizados. A principios de la década de 1090, los turcos habían
tomado el último bastión cristiano, Nicomedia, a solo 750 metros de
Constantinopla, en el punto más cercano del estrecho del
Bósforo.
Cinco años más tarde se ponía en marcha la Primera Cruzada, con toda
justicia.
Mehmet
bin Dawud ha sido honrado por los musulmanes en general, y por los
turcos en particular, durante los siglos posteriores. Porque la
"victoria
del sultán selyúcida en Manzikert no fue solo un triunfo militar sobre
el emperador bizantino", explica la historiadora Carole Hillenbrand.
"Su captura simbolizó la subyugación de la cristiandad por el islam.
Manzikert fue percibido como el primer paso en una historia
épica, en la que las sucesivas dinastías turcas derrotarían a los
cristianos y proclamarían el triunfo del islam".
No es de extrañar que, junto con otro Mehmet, el sultán otomano que conquistó
Constantinopla en 1453, el presidente turco Erdogan nunca deje
de
honrar (si es que no trata de emular) a este sultán, Mehmet
bin Dawud, el
"León Heroico" de Turquía y flagelo de la cristiandad.
Nota: El relato anterior se ha extraído y
adaptado del libro del autor, Sword
and Scimitar: Fourteen Centuries of War between Islam and the West.
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